Capítulo 9
El teléfono había sonado en la madrugada. Paul se limitó a dejar sus libros a un lado para meterse por completo bajo las cobijas y aguantar la respiración hasta que su padre terminó de hablar con el médico. El tratamiento no estaba dando los resultados que habían esperado. Su madre continuaba empeorando, pero el primogénito de los McCartney se negaba a aceptar que el final de la mujer que le había dado la vida estaba cerca.
—Deberían visitar a su madre con más frecuencia —les dijo Jim a sus dos muchachos después de servirles el desayuno—. Estoy seguro de que se alegrará mucho cuando los vea, le darán fuerzas para lo que vendrá después.
Ninguno de los jóvenes preguntó a qué se refería su padre con lo que vendría después, aunque la expresión del hombre les dejaba claro que no se trataba de algo bueno. Mike prometió ir al hospital después de la escuela, Paul dijo que haría lo mismo si el señor Epstein le daba la tarde libre. Jim se sentó junto a sus hijos y sacó el periódico para leerlo mientras tomaba su desayuno.
—Terminé mi desayuno, los veré en la noche —anunció Mike, levantándose para ir a dejar su plato al fregadero.
—Que tengas un lindo día, hijo —le deseó Jim.
El chico agradeció, tomó su mochila y salió a toda velocidad de la cocina para ir a tomar el autobús que lo llevaría a la escuela. Sin Mike presente, Paul tomó valor para hacer lo que había planeado desde que comenzó a trabajar en la tienda de música. Suspiró y vació su bolsillo.
—Aquí está esto —el hijo mayor de los McCartney le entregó algunas libras a su padre. El hombre frunció el ceño—. Es todo lo que he ganado trabajando, sé que no es mucho, pero espero que ayude a pagar los gastos del tratamiento de mamá.
—Paul...
— ¿Qué ocurre? —el joven se alarmó al descubrir que había tristeza en los ojos de su padre.
Jim regresó el dinero a la mano de su hijo para después colocar su propia mano en el hombro de su primogénito. Negó con la cabeza, sin mucho entusiasmo, y en su rostro se dibujó una sonrisa apenas visible.
—El doctor llamó anoche —Paul tragó saliva, sin querer que su padre siguiera hablando—. El tratamiento que le están suministrando a tu madre no es suficiente y... me advirtió que debíamos prepararnos para lo peor.
—Entonces que le den un tratamiento mejor...
El joven no recordaba haber visto a su padre llorar, así que ver lágrimas en los ojos de Jim hizo que se pusiera pálido. La visión del chico también se estaba nublando por las lágrimas.
—El doctor dijo que el único tratamiento que quedaba era administrar más químicos a tu madre y luego realizar una operación para quitar todo lo que el cáncer ha dañado —confesó Jim con la voz quebrada—. Es demasiado costoso, no podemos pagar ese tratamiento.
—Sí podemos —susurró el joven.
El señor McCartney, abatido por completo, negó con la cabeza. Mary y él siempre aplaudieron lo optimista que era su hijo mayor, pero ya había analizado todas sus posibilidades y le quedaba claro que era mejor ser realistas antes que crearse falsas esperanzas. Su mujer iba a morir, y a ellos les quedaría la impotencia de no haberlo podido evitar.
—Yo conseguiré el dinero —chilló Paul, sin poder contener más las lágrimas—. Mi mamá no va a morir, ella es fuerte y no se dejará vencer. Yo me encargaré de que se salve.
—Es imposible lograrlo, hijo —el señor McCartney lo abrazó con fuerza, ambos lloraban—. Sólo... aprovecha el tiempo que queda junto a ella, sé que es lo que a tu madre le gustaría.
Paul sentía que su respiración estaba fallando y que su corazón estaba muy agitado. Lo único que le impedía sumirse en la total depresión era la furia que sentía hacia el ser supremo: si había tantas mujeres en el mundo, ¿por qué había elegido a su madre para pasar por tanto sufrimiento?
— ¿Ella lo sabe?
—El médico no se lo ha dicho todavía —contestó el hombre, acariciando el cabello de Paul como si se tratara de un bebé—, pero tu madre es una mujer muy lista. Estoy seguro de que ella ya lo sabía desde que me pidió que la lleváramos al hospital, sólo muestra fortaleza por nosotros.
. . .
El chico de ojos color avellana subió al autobús para sentarse en uno de los asientos de la parte posterior. Le había dicho a su padre que no asistiría a la escuela para buscar dinero para el tratamiento, pero Jim no se lo había permitido. Tanto para él como para su esposa, la educación de sus hijos era lo más importante.
Recargó su cabeza en la ventana, sus fuerzas estaban agotándose, y eso le dolía profundamente. Quería luchar por su madre, darles a los médicos todo lo que pedían para que ella pudiera volver a casa y abrazarla hasta que los brazos le dolieran. Cerró los ojos. No quería llorar en el vehículo escolar.
— ¿Te importa si me siento junto a ti? —Paul abrió los ojos y negó para indicarle a George que podía ocupar el lugar—. Imagino que no debes sentirte bien. Tienes un aspecto horrible, hasta parecería que alguien te dio una paliza. ¿Estás bien?
—Me siento destrozado —confesó McCartney.
—Tranquilo, lo harás increíble —lo animó George, ganándose una mirada confusa por parte de su amigo—. Sólo es un examen para la formación profesional, no es como que sea para la universidad...
—Ah, hablabas de la estúpida prueba.
Paul ni siquiera se había preparado de forma adecuada, poco le importaba repetir la evaluación o incluso el año. Su mente tenía otras inquietudes por el momento. Para él, la escuela podía esperar.
—De esa prueba depende tu futuro, así que yo no la llamaría estúpida —George alzó las cejas y soltó una leve risa—. Aún creo que tienes lo necesario para aplicar para alguna universidad, no deberías conformarte con la formación profesional.
—Mis notas no son las de antes —el mayor negó con la cabeza—. Si estoy pasando más tiempo que los demás en las asignaturas del sexto año es por algo, ¿no crees? La universidad no es para mí, tal vez ni siquiera la formación profesional.
—Paul, no digas eso... —el chico de abundantes cejas lo miró con preocupación. El chico de ojos color avellana suspiró—. Creo que jamás te había escuchado decir algo tan deprimente, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte?
McCartney negó con la cabeza, sabiendo que no existía nada en el mundo que Harrison pudiera hacer para calmar el dolor que lo aquejaba. Su corazón estaba deshecho, pero lo último que necesitaba era la lástima de su amigo.
— ¿Es por tu madre, Paul?
El mencionado desvió la mirada, ni siquiera sentía la fuerza suficiente como para ver a George a los ojos y responder a su pregunta. El menor suspiró y colocó su mano en el hombro de McCartney.
—Sabes que puedes confiar en mí...
—Lo sé —el chico de ojos color avellana suspiró—. Es sólo que no quiero hablar de esto justo ahora, ¿sabes? Quizá podamos, no sé, ir a algún sitio cuando salga de trabajar o... no sé.
—Podemos ir al Cavern, es un buen lugar.
—Bien, mañana es mi día libre, podemos ir —Paul cerró los ojos—. Por ahora sólo quiero estar solo, George.
—Está bien, pero si necesitas algo... sabes que cuentas conmigo.
—Gracias.
El menor dejó que McCartney realizara el resto del trayecto al instituto a solas.
. . .
Entrar al hospital siempre le provocaba náuseas y desasosiego al hijo mayor de los McCartney. Casi podía sentirse cómo la terrible parca acechaba el lugar para llevarse a todo aquel que estuviera descuidado. Paul se dirigió al área de oncología y siguió las medidas de higiene previas al acceso. Ya se había vuelto algo casi rutinario para él y su familia.
Le fue muy difícil no ponerse a llorar en cuanto vio a su madre postrada en la cama del hospital, lucía mucho peor que todas las veces anteriores en que había ido a verla. Parecía estar dormida, a juzgar por la tranquilidad que había en su rostro y porque no había dado muestras de haber notado la presencia de su primogénito, quien soltó un suspiro de calma al ver que estaba respirando.
El chico se acercó a ella con cautela, no quería despertar a su madre de lo que parecía ser un sueño feliz. La observó de cerca sólo para horrorizarse todavía más: Mary tenía el rostro demacrado y comenzaba a perder el cabello. Eran dos de los posibles efectos secundarios que las quimioterapias podían provocarle, pero no era lo mismo creerlos posibilidades a verlos materializados. Paul tomó la mano de la mujer que le había dado la vida para apretarla un poco, quería aferrarse a ella toda su vida.
—Voy a hacer hasta lo imposible por salvarte, mamá —besó los nudillos de la mano de la mujer antes de regresarla a su sitio—. Te lo prometo, trabajaré muy duro para conseguir el dinero. Pronto estaremos en casa y sólo recordaremos todo esto como una pesadilla.
— ¿Paul? —Mary abrió los ojos y sonrió un poco al ver a su primogénito. El chico hizo su mayor esfuerzo por no quebrarse frente a ella—. Te extrañaba, ¿por qué no habías venido a verme?
—Estuve un poco ocupado con la escuela —mintió el joven, acariciando el dorso de la mano de la mujer—. Hoy presenté el examen para la formación profesional, pero no estoy seguro de que me irá bien.
—Obtendrás un buen resultado —le aseguró Mary—. Eres un estudiante dedicado y, aunque tus notas no son perfectas, posees una mente brillante, hijo.
El chico ladeó su cabeza al mismo tiempo que una mueca de disgusto se formaba en su rostro.
—Estudié mucho, pero no puedo concentrarme con todo lo que está pasando —admitió Paul—. Es complicado, sé que debería poder separar los asuntos de la escuela y los de la casa, pero no puedo.
—Lo siento, hijo —la señora McCartney hizo una mueca—. Desearía dejar de causarles tantos problemas, no ser una carga más para ustedes.
El chico negó con la cabeza.
—No te disculpes por estar enferma —le pidió a su madre—. Nadie decide enfermarse, así que no es tu culpa, mamá. Y... estamos pasando por momentos difíciles, pero no será por siempre, las cosas volverán a ser como antes. Sólo recordaremos esto como un mal momento, ¿de acuerdo?
Mary sonrió. Ver a sus hijos convertidos en hombres fuertes la hacía sentir muy orgullosa y aunque el pronóstico de los médicos no resultaba favorable para ella, tenía la tranquilidad de haber educado a dos jóvenes de bien. No obstante, sabía que no era bueno creer en algo que cada vez parecía más imposible.
—Creo que lo que más me duele es que no voy a ver a tu hermano y a ti convertidos en profesionales —habló la mujer con calma, segura de sus palabras—. El tiempo no es generoso con nadie, hay que aprovecharlo con mucha sabiduría; pero también es de sabios reconocer cuando una batalla está perdida.
—No digas eso, por favor —el chico le dirigió una sonrisa tímida a Mary—. No hay ninguna batalla perdida aquí, vas a ganarle a la enfermedad. Papá y yo estuvimos hablando en la mañana, no nos vamos a rendir fácilmente. Somos un equipo, mamá.
—Siempre tan optimista, mi pequeño Paulie.
Soltó una leve risa e intentó colocar un mechón del cabello de su madre detrás de la oreja, se arrepintió al notar que las delgadas hebras ya no formaban parte de la otrora hermosa cabellera.
. . .
Paul salió del hospital cuando Mike llegó a visitar a su madre. El lugar tenía una estricta política respecto a los visitantes: no podía haber más de uno por paciente al mismo tiempo. De cualquier manera, se sentía agradecido de poder salir a caminar por las calles de la ciudad en vez de estar en medio del ambiente turbio.
El hijo mayor de los McCartney no tardó en llegar a la tienda de música donde trabajaba para comenzar su turno justo a tiempo, pero sabía que ni siquiera la melodía más alegre que pudiera surgir de los altavoces del recinto lo haría sentirse feliz. La sonrisa que había en su cara para brindarles confianza y seguridad a los clientes era falsa.
De manera física, estaba ahí; pero su mente y sus pensamientos estaban enfocados en buscar una solución al problema del dinero. No iba a permitir que sus carencias fueran el pretexto perfecto para la parca, aunque tuviera que quebrarse la espalda haciendo trabajos muy pesados.
— ¿Paul? —la voz de Maxwell lo sacó de sus pensamientos—. ¿Estás bien? Te noto distraído el día de hoy.
—Es por la prueba de la formación profesional —mintió McCartney, tomando una de las guitarras que estaban en exhibición para afinarla—, creo que no voy a obtener un resultado favorable y me da pavor pensar en que eso pueda ser motivo para decepcionar a mis padres.
—No te preocupes —Edison sonrió—. Te aseguro que, sea cual sea tu resultado, ellos no se molestarán contigo. Llevo poco tiempo conociéndote, pero sé que los quieres y respetas mucho; eres como el hijo perfecto. ¿Para qué aplicaste?
—Docencia —Paul se encogió de hombros—. Suspendí el examen nivel A de arte, pero aprobé el de literatura inglesa; me dijeron que eso era más que suficiente para entrar al instituto de formación docente.
—Creí que te dedicarías a algo relacionado con la música —el tono de voz del rubio indicaba que de verdad estaba sorprendido por lo que McCartney acababa de contarle—. Tienes talento con los instrumentos y ese don para las melodías.
—También sé escribir poemas —confesó Paul con una sonrisa apenas evidente—, pero sé que la música no me dará el dinero necesario para cubrir mis gastos; la docencia parece ser un trabajo más estable y formal.
— ¿Y para qué quieres dinero? —preguntó Maxwell, con el ceño fruncido por completo—. El dinero sólo te da estabilidad económica, pero no te hace feliz, Paul. Si estás eligiendo ser profesor sólo por el dinero que vas a ganar, creo que no eres tan listo como yo pensaba. Además, no estoy seguro si me gustaría tener un maestro que sólo acudiera a la escuela por su salario.
El joven de ojos color avellana negó con la cabeza, pero no borró la sonrisa de su rostro. No había elegido la docencia porque representara una salida fácil, sino porque quería ver a sus padres orgullosos y a él mismo le agradaba la idea de estar delante de un grupo de pequeños dispuestos a aprender. Los profesores se encargaban de formar a los líderes del mañana.
—Buenas noches, chicos —saludó el señor Epstein, quien había tenido que ausentarse durante la tarde para visitar a su hermano Clive—. ¿Cómo estuvo la afluencia de clientes hoy?
—No hubo muchos —respondió Edison de inmediato—. Paul y yo estuvimos dando mantenimiento a los instrumentos y quitándole el polvo a los discos, ya sabe, cosas rutinarias.
—Entiendo —Brian sonrió, con la vista fija en el rubio—. ¿Podrías venir a mi oficina un momento, Maxwell? Necesito hablar contigo de un asunto de suma importancia.
—Claro.
Paul observó a su compañero y a su jefe dirigirse a la oficina antes de regresar la guitarra afinada al exhibidor. A continuación, deambuló por la tienda para asegurarse de que todo estuviera en orden hasta que el final de su turno hubo llegado. Se dirigió a las puertas del establecimiento para cerrarlas y después decidió ir a la oficina de Epstein para recoger su paga semanal.
Frunció el ceño y deseó no haber girado el picaporte cuando descubrió que Maxwell estaba arrodillado frente a su jefe, y no precisamente para suplicarle por algo. Era una escena más que obscena.
—Paul...
El empresario se horrorizó al ver a su empleado. Dejó de sujetar al rubio por el cabello y lo apartó para subirse el pantalón deprisa, muy avergonzado de haber sido encontrado de tal manera.
—Mierda... —fue lo único que escuchó decir a Edison.
McCartney cerró la puerta con rapidez y salió corriendo del lugar, abrumado por lo que acababa de ver. Sentía náuseas y temor. ¿Iba a perder su empleo por no haber llamado antes a la puerta?
— ¡Paul, espera!
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