Capítulo 8
John se había visto obligado a cancelar la reunión mensual que tenía con los miembros de más alta jerarquía del holding porque algo no le había sentado bien en el estómago y todo parecía indicar que no podría estar más de media hora lejos del inodoro.
— ¿Quieres que llame al doctor? —le preguntó el guardaespaldas, después de ver que John salía del baño por al menos sexta vez en las últimas dos horas—. Lo que tienes debe ser bastante serio.
—Sí, llama al doctor —Lennon lucía muy pálido y débil, cualidades que no eran propias de él—. Estoy cansado de los escalofríos y de que mi estómago se vacíe por doble vía, no sé cuánto tiempo tardaré en morir con tanto vómito y diarrea...
—Siempre tan dramático —Ringo negó con la cabeza al mismo tiempo que una sonrisa se extendía en su rostro—. Ve a recostarte y colócate el termómetro, de seguro tienes fiebre de nuevo. Yo iré a llamar al médico y volveré para hacerte compañía.
El hombre de ojos celestes salió de la habitación con prisa, el magnate se dirigió a la cama para meterse bajo las sábanas y luego se colocó el termómetro en la axila. Se cobijó hasta el cuello, aunque estaba casi seguro de que la fiebre que había sufrido durante la noche estaba regresando. Su piel estaba hirviendo, pero tenía mucho frío.
Se recostó de lado y colocó su mano en el lado vacío de la cama. Cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, deseó que ese espacio le perteneciera a alguien real. John tenía la triste vida de un magnate: vivía a todo lujo, tenía a miles de personas dependiendo de lo que él decidiera, podía costearse todo lo que quisiera; pero al final del día la verdad se hacía evidente. Estaba solo.
Lennon abrió los ojos cuando Richard entró a la habitación con un vaso enorme de agua en la mano y un paño húmedo. Starkey dejó el vaso sobre la mesita de noche junto a la cama. El magnate se recostó boca arriba para que su amigo pudiera colocar el trapo sobre su frente.
—Tengo frío —se quejó el hombre de ojos color café cuando el guardaespaldas le retiró las cobijas.
—Lo siento, el doctor dijo que debíamos intentar bajar la fiebre con remedios caseros. También traje agua por si tienes sed, es importante que te mantengas hidratado —Ringo se sentó junto a él en la cama y sacó el termómetro. El mercurio estaba más alto que la última vez, la fiebre estaba empeorando—. Treinta y nueve grados, John.
—Gracias, Ringo —habló el magnate con voz débil, pero mucha sinceridad—. No sé qué haría sin ti, eres el único que siempre está conmigo. Estoy considerando modificar mi testamento y dejarte todo lo que tengo.
El guardaespaldas soltó una leve risa y negó con la cabeza.
—La fiebre te está haciendo delirar, John —Richard sacudió el termómetro y lo regresó a la mesita de noche—. Además, tu tía jamás permitiría que yo me quedara con la herencia y... no quiero problemas con ella.
Lennon estaba a punto de decirle a su amigo que su tía no podría hacer nada en contra de lo que él pudiera determinar en su testamento cuando un retortijón hizo que se sentara deprisa. El paño húmedo cayó en su regazo.
—Necesito ir al baño...
El guardaespaldas asintió y ayudó a John a levantarse para que pudiera correr hacia el baño. Apenas si su amigo había cerrado la puerta, Prudence llamó a la puerta de la habitación. Richard se encargó de abrirle.
—El doctor está aquí.
—Dígale que pase, Prudence —le pidió Starkey.
El médico entró a la habitación principal de la residencia con su maletín en la mano y frunció el ceño al notar que en el recinto sólo se encontraba el guardaespaldas de su paciente. No obstante, el sonido del agua del inodoro detrás de la puerta que conducía al baño hizo innecesario pedir una explicación.
—Buenos días, doctor —saludó John al ver al sujeto vestido con una bata de un blanco impecable—. Muchas gracias por haber venido, no sé cuánto tiempo más habría podido soportar mis malestares.
—Siéntese en la cama y cuénteme sobre esos terribles malestares que tanto lo están aquejando, señor Lennon —le indicó el doctor, quien se dirigió de inmediato a sacar sus herramientas médicas. Escuchó atentamente las palabras del magnate antes de acercarse a él para revisar la respiración de su paciente—. ¿Los alimentos que consume habitualmente son preparados en casa?
—Sí, doctor —contestó John, sintiendo una fuerte punzada en la cabeza—. Prudence se encarga de conseguir los mejores productos en el mercado y revisa que las empleadas que los manejan sean lo más higiénicas posible.
— ¿Ha comido fuera de casa en los últimos días?
—Sólo una vez —le contó el magnate—, en casa de unos amigos, pero estoy seguro de que la comida estaba limpia porque ninguno de los invitados enfermó.
El médico apartó el estetoscopio del cuerpo de su paciente y asintió sin mucho entusiasmo. A continuación, optó por tomar la temperatura de John con su propio termómetro. La fiebre era muy alta.
— ¿Ha viajado en las últimas semanas?
—Sí —Lennon asintió—, estuve en India hace algunas semanas, pero regresé sano.
—Voy a retirar su camisa para revisar su piel, ¿de acuerdo? —John asintió y el médico comenzó a desabrochar la camisa para llevarse la sorpresa de que existía un leve sarpullido en su piel—. ¿Había notado esto antes?
Lennon miró su pecho y negó con la cabeza.
—Por la serie de síntomas, mi diagnóstico es que padece fiebre tifoidea. Lo más probable es que se contagiara durante su estancia en India, pero la enfermedad está en su etapa inicial y no representa un gran riesgo —el médico fue hacia su maletín y sacó una hoja para comenzar a anotar—. Le prescribiré algunos medicamentos que le ayudarán a combatir la enfermedad.
— ¿Podré volver pronto al trabajo? —preguntó John.
—Si sigue mis indicaciones al pie de la letra y toma el medicamento, estará de regreso en una semana —el doctor le extendió la receta al magnate—. La habitación debe estar ventilada en todo momento, mucha higiene con los alimentos y con todas las personas que estén con usted, es importante que esté hidratado y debe reposar todo el tiempo que sea posible.
El magnate suspiró con fastidio y resignación.
. . .
Richard sonrió al notar que John se había quedado profundamente dormido después de tomar la primera dosis de medicamento. El guardaespaldas salió de la habitación del magnate y cerró la puerta con cuidado para dejarlo descansar. Se dirigió a la entrada de la casa cuando escuchó a Prudence conversando con la última persona que visitaría a Lennon por casualidad.
—Buenas tardes, señora Smith —Richard saludó a la mujer por cortesía—. Es un gusto verla de nuevo.
—Me gustaría decir lo mismo, pero no es así —Mary se quitó el sombrero y el saco que llevaba puesto para entregárselos a Prudence antes de mirar a Starkey—. Creí que John te despediría después de las críticas que hice durante mi última visita, parece que ese hombre no sabe elegir a un buen personal.
El guardaespaldas se limitó a encogerse de hombros, había aprendido por las malas a no desafiar a esa mujer en particular. Por otro lado, no tenía caso discutir por algo que John y él sabían que no era verdad. Smith aclaró su garganta y cruzó los brazos como muestra de impaciencia.
— ¿Cómo está mi sobrino?
—El médico vino a revisarlo y dijo que tiene fiebre tifoidea —le contó Richard—. Dijo que no habrá complicaciones si John...
—El señor Lennon —lo corrigió la mujer.
—Sí, si el señor Lennon sigue sus indicaciones y toma el medicamento —continuó Starkey—. Tiene que estar reposando en una habitación ventilada y nosotros debemos tomar una serie de medidas de higiene, como lavarnos las manos después de interactuar con él.
Smith hizo una mueca extraña.
— ¿Es alguna de esas enfermedades contagiosas?
—No, sólo tenemos que lavarnos bien las manos —respondió el guardaespaldas.
—Entiendo... —la mujer asintió, impaciente—. ¿Van a llevarme hasta mi sobrino o acaso debo encontrarlo yo misma?
—Está durmiendo en su habitación, sígame.
El hombre de ojos azules condujo a la mujer hasta la puerta de la habitación de Lennon y se disponía a abrirla cuando Smith lo detuvo. Lo que dijo enseguida fue una frase a la que Starkey ya se había acostumbrado:
—Quiero hablar con mi sobrino a solas.
—Llámeme si necesita cualquier cosa —dijo el guardaespaldas antes de retirarse.
Mary abrió la puerta y se acercó a su sobrino para sentarse en la silla que estaba junto a la cama. Lennon abrió los ojos al sentir que alguien lo estaba observando, soltó un quejido al ver a su tía. Ella sonrió y acarició el cabello del hombre.
—Recién llegué de París y quise visitarte en tu oficina, pero me dijeron que estabas enfermo —le contó la mujer, con la sonrisa todavía en su rostro—. ¿Cómo te sientes, John?
—Débil —contestó Lennon antes de volver a cerrar los ojos—, pero al menos la fiebre ya está bajando y el doctor me aseguró que no voy a morir. Anoche me sentí tan mal que creí que jamás mejoraría, hasta pensé en dejarle todo a Ringo.
—Bromeas, ¿verdad? —el magnate abrió los ojos para comprobar que la sonrisa de su tía había desaparecido, no contestó—. John Winston Lennon, no puedo creer que hayas considerado dejar tu patrimonio en manos de tu amante...
Lennon sabía que reír le iba a doler, pero no pudo evitarlo. Desde que le había confesado su homosexualidad a su tía, la mujer no paraba de emparejarlo con cualquier hombre y destacar las cualidades negativas de sus aparentes amantes. Smith rechazaba la idea de que su sobrino tuviera eso que ella y muchas personas más llamaban "enfermedad".
—Aunque admito que sería un increíble compañero de vida, Ringo no es mi amante, Mimi —la mujer rodó los ojos con molestia—. De hecho, pronto contraerá nupcias con su novia y yo voy a ser el padrino.
La sonrisa de la mujer volvió a aparecer.
—El segundo que se te escapa —Smith aplaudió con felicidad—. Creo que es una señal divina de que no estás destinado a pasar el resto de tu vida con un hombre, Johnny. ¿Sabes? Una de mis amigas tiene una hija maravillosa y bonita que te podría gustar, ella...
—No me interesa —Lennon habló con seriedad—. Mi homosexualidad no es un juego, ni una enfermedad, ni algo que pueda cambiar de un día al siguiente, Mimi. No me siento atraído por las mujeres, me gustan los hombres. Ya acéptalo.
—Ambos sabemos que sólo dices eso para molestarme, John —la mujer acarició la mejilla de su sobrino—. Si realmente tuvieras esa horrible enfermedad, nunca habrías tenido a Cynthia y a Julian, que en paz descansen; sino que andarías de la mano de un sodomita.
—Ya te expliqué muchas veces que lo de Cynthia fue algo desencadenado por una noche de ebriedad, pero no iba a dejarla con un bebé que sí era mío, Mimi —le aclaró John, apartando la mano de la mujer—. Y si no ando de la mano de un hombre es porque en la sociedad hay personas estúpidas como tú que nos consideran enfermos mentales.
Smith hizo una mueca de disgusto.
—Podrías...
—No voy a salir con una chica sólo para complacerte —John rodó los ojos—. Si llego a tener pareja en el futuro, será un hombre increíble, alguien que haga latir mi corazón con fuerza y que me levante el palo especial con sólo mirarlo.
—Eres un vulgar, Winston —la mujer lo reprendió.
—Gracias, Mimi —contestó Lennon.
—No estás viendo el panorama completo, ¿qué hay de tu fortuna? —Smith miró a John a los ojos—. Necesitas un heredero, alguien que pueda continuar con tus negocios y sepa invertir el dinero; un varón, claramente, uno de tu sangre.
—No lo necesito y... creo que el tiempo de visitas ya terminó, tía —el magnate apretó la mandíbula— Tu parloteo me ha dejado agotado y agradecería que te fueras.
—Entonces me iré, pero recuerda mis palabras, Johnny —Mary se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, se giró para ver a su sobrino de nuevo—. Si no piensas tener una mujer contigo, al menos engendra un bebé. Nadie vive para siempre.
—Déjame en paz.
. . .
Richard entró a la habitación de John cerca de las diez de la noche para darle su dosis de medicamento. Lo encontró sentado en la cama, con la mirada fija en un sonajero que había comprado para su hijo hacía casi diez años. Era lo único que conservaba, el último recuerdo material de aquel inesperado bebé que marcó un antes y un después en la vida del magnate.
—Deberías pedirle que deje de venir, John —Starkey se acercó a su amigo para colocar una mano en su hombro, en señal de apoyo—. Sus visitas siempre te dejan roto de alguna manera.
Lennon negó con la cabeza, sin apartar la mirada del juguete infantil, como si esperara que este le proporcionara la respuesta que su mente no lograba encontrar.
—Yo estoy roto, Ringo —los ojos de John se llenaron de lágrimas que no pudo retener por mucho tiempo—. Lo único que Mimi hace es recordármelo. No sé qué fue lo que hice mal en la vida para estar destinado a esta soledad.
—Te equivocas —le dijo el guardaespaldas, acariciando su hombro—. La soledad es opcional, nadie está destinado a sufrirla. Lo que ocurre es que estás demasiado centrado en tus negocios como para relajarte y salir a conocer a alguien.
—Mimi dijo que las personas que tienen mucho dinero jamás encuentran a alguien que los quiera de verdad —Lennon tragó saliva—. No hay amor cuando hay dinero, sólo interés.
—Ese es tu error, John —el magnate miró al hombre de ojos azules—. Deja de creer en todo lo que tu tía dice, no dejes que los demás tengan control de tu vida, ni siquiera ella. Tienes que salir de tu zona de confort y conocer el mundo que está allá afuera. Ser un magnate no es excusa.
—Mimi dijo que debo tener un heredero.
— ¿Y eso es lo que tú quieres? —Ringo se sentó en la cama para ver de frente a su amigo—. ¿Crees que traer un bebé al mundo solucionaría las cosas? ¿Un bebé va a llenar el vacío?
—No. Un bebé no llenaría el vacío que siento, pero al menos tendría a Mimi y a los empleados de la empresa más tranquilos —admitió John antes de un profundo suspiro—. Si tan sólo Cynthia y Julian estuvieran aquí...
—Pero no lo están —el guardaespaldas retiró el sonajero de las manos de Lennon sin que este pusiera resistencia. La guardó en su lugar y volvió a sentarse en la cama—. ¿Cuánto tiempo más vas a esperar para seguir adelante, John? Ellos se fueron hace casi una década y lo único que has hecho es endurecer el caparazón en el que te encerraste desde entonces y seguir todo lo que tu tía te dice, igual que una marioneta.
El magnate se llevó las manos al rostro para secar sus lágrimas. Probablemente ya era momento de seguir el consejo que el psicólogo le había dado hacía más que un par de años, mismo que Starkey se empeñaba en apoyar.
¿Qué opinan de la vida del pobre John?
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