Capítulo 7

La primera semana de Paul como trabajador de la tienda de música de NEMS había sido todo un éxito. Al chico le encantaba pasear por los pasillos para ayudar a los clientes a encontrar lo que necesitaban, y estos le agradecían incluso con pequeñas propinas por sus buenas recomendaciones musicales. A diferencia de los otros chicos de su edad, el hijo mayor de los McCartney no tenía preferencia por algún género musical, sino que le gustaban canciones de todo tipo.

También había resultado bastante hábil para ordenar los vinilos. Después de haber notado lo complicado que era encontrar uno sin contar con una organización en particular, decidió que debían ser acomodados en primer lugar por los nombres de los artistas, alfabéticamente, y luego por título del disco. Maxwell y Eleanor se habían mostrado más que entusiasmados por la idea de Paul, Brian había aplaudido su iniciativa.

—Oye, Paul, ¿recuerdas haber visto el disco más reciente de Frank Sinatra por alguna parte? —preguntó Eleanor, la chica que estaba junto a McCartney en el turno matutino—. Ya revisé en la letra correcta, pero no encontré nada, ¿lo tenemos en la tienda?

—Debe estar en las cajas que aún no hemos abierto —contestó el pelinegro, dirigiéndose de inmediato a la bodega para abrir una de las cajas de vinilos de Capitol. No tardó en encontrar el correcto, lo sacó del empaque de aire y regresó con Eleanor para entregárselo—. Aquí está.

—Gracias.

La chica de castaña y larga melena le dirigió una sonrisa antes de alejarse para entregarle el vinilo de 45 rpm al cliente, quien pareció más que complacido por haber encontrado lo que buscaba. El hombre pagó por el disco y salió de la tienda con él en una bolsa con el logo de NEMS.

—Sería bueno que los nuevos discos estuvieran fuera de esas cajas cuanto antes, ¿no crees? —la joven se acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja y miró a Paul nuevamente—. Maxwell dijo que llegaría antes para ayudar con las cajas, pero ya pasó su hora de entrada y todavía no llega.

—Tal vez se le presentó algún imprevisto —McCartney se encogió de hombros, intentando excusar al rubio—. Apenas llevo una semana trabajando con ustedes, pero he notado que Max no es de los que faltan a su palabra, El.

La chica suspiró con pesadez e hizo una mueca.

—Bueno, eso es cierto —rodó los ojos—, pero igual debió avisarnos. Los clientes no paran de llegar para comprar y entre tú y yo apenas si nos damos abasto para atenderlos y mantener la tienda en orden. Maxwell tiene suerte de que el señor Epstein no haya llegado o estaría en problemas, te lo aseguro.

Una señora mayor se acercó para preguntar sobre uno de los discos de Elvis, que al parecer buscaba para su nieto más rebelde. McCartney, con una sonrisa, tuvo que ir a la bodega para buscar un vinilo diferente a los que estaban en la tienda porque la mujer no paraba de decir que su nieto quería el más reciente.

—Aquí está, señora —el pelinegro le entregó el vinilo y acompañó a la mujer hasta la caja para cobrarle—. Que tenga un buen día, espero que su nieto disfrute el vinilo.

La mujer sonrió y salió de la tienda. Paul esperó a que Eleanor terminara de atender a otro cliente antes de volver a acercarse a ella. La chica lucía cada vez más desesperada por la cantidad de personas que tenían que atender y parecía que seguía inconforme con el hecho de que Maxwell todavía no hubiera aparecido.

—No te preocupes, El, yo sacaré los vinilos de las cajas aunque tenga que quedarme más tiempo en la tienda.

La chica sonrió por primera vez en las últimas dos horas, Paul se sintió feliz de haberle quitado al menos un poco del estrés que estaba sufriendo. Eleanor lo había tratado como a un amigo desde el momento en que había llegado a la tienda el primer día.

— ¿Crees poder hacerlo solo o quieres que te ayude?

—Lo haré yo —Paul sonrió al mismo tiempo que negaba con la cabeza—, sabes que me encanta descubrir las últimas novedades; tú sólo encárgate de los clientes y llámame si necesitas algo.

McCartney se dio la vuelta y estaba a punto de entrar a la bodega cuando escuchó la voz del chico rubio que también trabajaba en la tienda:

—Lamento llegar tarde —se disculpó el joven, quien llevaba una bufanda alrededor del cuello—. Acababa de salir cuando mi vecino me pidió que lo ayudara a bajar a su gato de un árbol.

—Sí, bueno, tienes suerte de que el señor Epstein no haya llegado todavía a la tienda, Maxwell —Eleanor alzó las cejas—. Hemos tenido más clientes que nunca y tú quisiste jugar al buen samaritano con el vecino...

El rubio no pudo evitar soltar una carcajada que sólo ocasionó que la joven rodara los ojos con fastidio.

—Ya me disculpé, ahora sólo dime qué es lo que debo hacer, El.

—Buenas tardes —los saludó su jefe, quien sonreía de forma amable—. ¿Ha habido alguna novedad?

—Sólo una gran cantidad de clientes, señor Epstein —la chica soltó una risita nerviosa—. Paul y yo nos hemos encargado de que todos dejen la tienda con una sonrisa. Parece que las vacaciones han aumentado el deseo de las personas por escuchar un nuevo disco de música. Las guitarras también son una compra muy popular.

—Me alegra mucho escuchar sobre el éxito de ventas de la tienda —el hombre miró a Maxwell y luego a Eleanor—. Estaré en mi oficina trabajando, pero si la afluencia de clientes sigue así, no duden en llamarme.

—Claro que sí —la chica asintió.

El hombre de traje se fue a su oficina bajo las atentas miradas de sus tres empleados. Eleanor rompió el momento al carraspear su garganta para atraer la atención del chico rubio que estaba a su lado.

—No te quedes ahí parado, Maxwell —la chica observó que un cliente se dirigía a la caja con un vinilo en la mano—. Sirve de algo y ayuda a Paul a sacar los nuevos vinilos de las cajas que están en la bodega.

El rubio asintió y se acercó a Eleanor para pellizcar sus mejillas de forma afectuosa, sabiendo lo mucho que la chica odiaba ese gesto.

—Lo haré enseguida, pero deberías dejar de sulfurarte con tanta facilidad, querida.

Paul estaba tan distraído observando a sus compañeros que cuando un chico de cabello cobrizo que lucía de su misma edad se acercó a él para pedirle ayuda para encontrar un vinilo, le provocó un sobresalto.

—Lo siento, estaba distraído —se disculpó McCartney—. ¿Qué disco buscaba?

—Estaba buscando una copia de Sleep Walk —los ojos grisáceos del chico eran los más bonitos que Paul había visto en toda su vida—, ya sabes, la melodía de Santo & Johnny.

Era un joven apuesto, vestido con una camisa blanca planchada a la perfección y con el cabello peinado hacia atrás. Paul observó al extraño por más tiempo del que le hubiera gustado, pero sentía como si estuviera ante una especie de modelo o algo por el estilo.

—Eh... sí —McCartney asintió con torpeza, sintiendo que los nervios no planeaban dejarlo. Se obligó a apartar la vista del joven—. Tenemos varios ejemplares de ese, fue uno de los sencillos más exitosos del año pasado. Está por aquí...

El pelinegro lo acompañó hasta la parte de la tienda donde los vinilos más exitosos se exhibían. No tardó en encontrar lo que el apuesto joven estaba buscando y se le entregó dos vinilos con timidez.

—El disco Santo & Johnny contiene el single —le señaló el vinilo más grande y luego el de siete pulgadas—. O puede llevarse sólo Sleep Walk, si es la única melodía que desea.

—Creo que me llevaré ambos —el joven sonrió—, mi novia se enamoró por completo de su música y creo que será un regalo increíble para nuestro primer aniversario.

McCartney hizo una mueca casi imperceptible, pensando en que ese chico era demasiado bueno y apuesto como para ser un invertido. No entendía por qué se había sentido ilusionado en primer lugar.

—Claro —Paul asintió, un poco incómodo—. Puede pagarlos en la caja con mi compañera, yo debo ocuparme de algunas cosas en la bodega, que tenga una linda tarde.

—Igualmente.

El pelinegro prácticamente corrió hasta la bodega y comenzó a sacar los vinilos de una de las cajas. Maxwell se encontraba haciendo lo mismo, pero se detuvo para mirar a Paul por un momento.

—Era lindo, ¿no?

— ¿Qué? —McCartney estaba demasiado ocupado con los vinilos como para dirigir su mirada hacia su compañero.

—El chico que atendiste, se notaba que estabas babeando por él y te mostraste más que atento al darle ambos vinilos —Paul se tensó y le fue inevitable ver al rubio.

—Eso no es verdad —el menor negó con la cabeza, pero su voz no sonaba convincente—. Sólo era un cliente más, y sabes que las políticas de la tienda dicen que el cliente debe recibir lo mejor en tanto sea posible.

—Lo que digas, niño —Maxwell sonrió con diversión—, pero sé reconocer los síntomas de tu enfermedad.

—No es ninguna enfermedad —Paul miró al suelo y suspiró con pesadez, sabía reconocer cuando una batalla estaba perdida—. No se lo digas a nadie, por favor. Si el señor Epstein se entera, perderé el trabajo y eso es lo último que necesito.

Edison se acercó a McCartney y colocó su mano en el hombro del chico, logrando que lo mirara directo a los ojos. El menor estaba asustado, se notaba en su lenguaje corporal. Maxwell sonrió y negó con la cabeza.

—No voy a decirle a nadie, te lo aseguro —el rubio hizo un extraño movimiento para abrazar al menor que ocasionó que una parte de su bufanda se deslizara por encima de su camisa—. Tranquilo, entiendo lo difícil que es, porque soy como tú, Paul. También me gustan los chicos.

McCartney se separó de él y lo vio con desconfianza, no estaba seguro sobre si creer en Maxwell era una buena idea. El chico pasaba día y noche haciendo toda clase de bromas, podía tratarse de una más con facilidad.

— ¿Cómo puedo creerte?

—Creí que con mi palabra bastaría —el rubio se encogió de hombros—, pero no se me ocurre cómo podría hacer que me creyeras. Quizá debamos volver al trabajo y, bueno, te aconsejaría que tengas más cuidado. Hay personas a las que sólo les gusta lastimar a otras.

Paul asintió sin mucho entusiasmo al observar al mayor regresar hacia las cajas con vinilos cuando observó un hematoma en su cuello.

—Tienes un moretón ahí —el ojinegro señaló la parte del cuello que había quedado al descubierto.

—Ah, sí —Maxwell se acomodó la bufanda de inmediato y le dirigió una sonrisa a Paul—, fue gracias al gato del vecino, no es nada grave.

El menor asintió y tomó otra de las cajas para abrirla, sabiendo que el rubio estaba mintiendo, pero sin querer darle más importancia al asunto. Eran menos vinilos de los que había imaginado, aunque sacarlos de las cajas y llevarlos al sitio que les correspondía iba a tomarles el resto de la tarde a Maxwell y a él.

— ¿Cuándo supiste que no eras como los otros chicos? —le preguntó al mayor.

—Tenía dieciséis años —confesó Edison, sacando un vinilo del empaque—. Hice una fiesta por mi cumpleaños y, cuando estaba muy ebrio, un chico se acercó a mí con palabras bonitas. Desperté al día siguiente a su lado. Me dolía el trasero, pero me sentía ridículamente feliz. Estuvimos juntos por algunas semanas hasta que sus padres se enteraron y lo internaron en un hospital psiquiátrico.

Paul hizo una mueca y sintió un nudo en el estómago. Odiaba que la sociedad los aceptara, odiaba tener que hacer cualquier cosa a escondidas. Se acercó al mayor con varios vinilos listos para colocarse en los estantes.

— ¿Y cómo se lo tomaron tus padres?

—Mal, por supuesto —el rubio negó con la cabeza—. Su único hijo varón... un asqueroso invertido. Al principio sólo evitaban hablarme, pero mi padre me echó de la casa en cuanto los rumores de mi condición estuvieron en boca de los vecinos.

—Lo siento mucho.

—No, estuvo bien —el mayor se encogió de hombros—. Ahora puedo hacer lo que yo quiera sin tener que pedirle permiso a nadie, tengo una acogedora casa, trabajo para mantenerme únicamente a mí y... bueno, no terminé en prisión. ¿Tú cuándo te diste cuenta?

—A los quince —contestó Paul—. Algunos de mis compañeros del instituto y otros de grados más avanzados comenzaban a hablar de las chicas y sobre lo bien que se sentía el sexo. Yo no quería quedarme atrás y me hice novio de una chica que trabajaba como niñera. Cuando los niños se durmieron, ella intentó que nosotros nos acostáramos, pero... no me sentía atraído por ella y fue repulsivo que me diera una mamada sin que tuviera una erección.

McCartney negó con la cabeza y fue a llevar los vinilos a los lugares que les correspondían. Maxwell volvió a verlo cuando regresó a la bodega.

— ¿Terminaste acostándote con ella?

—No, ella dijo que estaba bien, que iba a tomar tiempo —siguió contando el menor—, pero supe que me atraían los chicos cuando me presentó a su hermano y tuve una erección de inmediato. Terminé con ella en cuanto lo supe, no podía seguirla engañando.

— ¿Te acostaste con su hermano mientras estabas con ella?

—No, a su hermano le gustaban las chicas —McCartney se encogió de hombros.

Edison asintió en silencio antes de dirigirse a otro vinilo para desempacarlo.

— ¿Qué hay de tus padres? —preguntó el rubio—. ¿Lo saben?

Paul volvió a negar con la cabeza.

—No, no lo saben —el pelinegro se dirigió a otra caja para sacar más vinilos y suspiró—. Espero que llegue el día en que pueda decírselos sin tener miedo de que vayan a rechazarme o a echarme de la casa, no me gusta mentirles.

—Si te echan de la casa, sabes que puedes irte a vivir conmigo.

—Gracias, Max.

—Quien sabe, quizá hasta terminemos enamorándonos como sucede en las películas.

Edison le hizo un guiño a Paul, quien sintió sus mejillas arder al instante. McCartney estaba feliz de encontrar a alguien como él, una persona que comprendiera lo difícil que era tener que aguantar los ácidos comentarios de la sociedad hacia los homosexuales.

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