Capítulo 63

McCartney hizo un puchero cuando el magnate cerró la maleta que contenía la serie de trajes que utilizaría en los próximos días. John le dirigió una sonrisa triste antes de ajustar el nudo de su corbata. Todo estaba listo.

— ¿De verdad tienes que ir?

—Sí, Paulie —se acercó al pelinegro para tomar sus manos, intentando transmitirle algo de tranquilidad—. Sólo son algunos días, terminaré los asuntos allá muy rápido y estaré de regreso antes de que te des cuenta.

—Desearía poder ir contigo.

—A mí también me habría gustado que pudieras acompañarme —Lennon chasqueó la lengua—. Mi amiga Yoko quería conocerte, pero supongo que ya habrá otra oportunidad para que se conozcan. Quizá podamos ir allá después de que nazca el bebé.

—Cuando nazca el bebé...

McCartney dirigió la mirada hacia la ventana cuando escuchó el motor del auto de John siendo encendido por su chofer. El magnate frunció el ceño.

— ¿Pasa algo?

Realmente le dolía tener que separarse de su pareja, en especial ahora que ya había alcanzado la trigésima primera semana; pero Robert le había dicho que un viaje con un embarazo tan avanzado podría representar un riesgo mayor. John no estaba en condiciones de exponer a su familia, así que había descartado la posibilidad de que su pareja lo acompañara.

—Es que... Japón está muy lejos, John —McCartney habló con preocupación, volviendo a ver al castaño—. ¿Qué voy a hacer si necesito algo mientras no estás? Y por favor no digas que los empleados podrán ayudarme. No quiero que vayas, quédate, conmigo y con el bebé.

—Tengo que asistir, cariño. Sería una grave falta de respeto si faltara —le explicó Lennon—. Mi empresa es lo suficientemente importante como para que la dueña, Yoko Ono, quien sabes es una amiga muy especial para mí, haya enviado una invitación escrita a mano.

—Que vaya alguien más —el menor ladeó la cabeza igual que un cachorrito intentando convencerlo—. Quieren que alguien de tu empresa esté allá. Puede ir Ringo o Stuart, ellos conocen bien todos tus negocios, no tienes que ir tú.

John negó con la cabeza sin mucho entusiasmo.

—Ya habíamos tenido esta conversación, me esperan a mí. Además, el bebé de Ringo es un recién nacido, no puedo pedirle que abandone a su familia para viajar; y no confío lo suficiente en Stuart como representante digno de mí, es muy impulsivo e imprudente. Yoko quiere hacer negocios conmigo, pero también quiere que nos pongamos al día, hace años que no la veo, Paulie.

—Pero...

—Sólo son un par de días —repitió el castaño, como si fuera un buen consuelo—. Prometo llamarte diario. Son nueve horas de diferencia, pero ya encontraré la manera de hacerlo. No quiero que te preocupes, ¿de acuerdo?

Al pelinegro no le quedó más remedio que asentir. No quería que John se fuera, pero tampoco podía obligarlo a quedarse, sobre todo porque conocía sus deseos y motivos para realizar el viaje.

—Está bien...

—No vas a estar solo, dijiste que tu amigo George vendría a quedarse un par de días, ¿no es así?

—Sí, llegará más tarde —contestó McCartney, sintiéndose un poco más animado—. Le di la dirección y le mandé dinero para que pueda tomar un taxi que lo traiga hasta acá.

—Debiste mandar a alguno de los empleados —Lennon miró su reloj, tenía que darse prisa si quería tomar su avión a tiempo—. Sabes que puedes disponer de todo el personal que trabaja para mí y también de los vehículos.

—No quería molestar a nadie —el pelinegro se encogió de hombros—. Además, sé que a George no le molesta tener que tomar un taxi. Son muy costosos, en otras condiciones no podríamos permitirnos pagar uno.

El castaño soltó una apenas audible risita.

—Cuídate mucho, Paulie; cuida al bebé.

— ¿Cuándo no lo he hecho? —McCartney sonrió con timidez.

John besó la frente de Paul y luego su pancita antes de tomar su equipaje para salir de la habitación. El pelinegro no pudo evitar seguirlo sólo para observar, a través de la ventana del recibidor de la casa, cómo se dirigía al Rolls Royce que estaba estacionado justo afuera de la entrada principal de la residencia. Uno de los choferes ya se encontraba detrás del volante, listo para llevarlo hasta el aeropuerto. Otro hombre estaba esperándolo para subir el equipaje al maletero.

— ¡John! —le gritó el pelinegro, abriendo la puerta para salir a encontrarlo—. ¡Espera, John!

— ¿Paul? —el castaño buscó la mirada del chico y le entregó su equipaje al hombre para luego dirigirse hacia McCartney—. ¿Estás bien?

El menor negó con la cabeza y lo abrazó, comenzando a llorar. Era probable que se debiera a las hormonas, pero también era porque le dolía ver al empresario irse. El mayor correspondió el abrazo, acariciando la espalda del embarazado.

—Mi Paulie... sólo serán unos días, no quiero dejarte llorando —el magnate besó la mejilla del chico—. No me gusta que llores, por favor, no llores, Paulie.

—Creo que te amo —le confesó Paul, separándose lo suficiente para verlo a los ojos.

—Y yo te amo a ti —respondió John.

Besarse implicó experimentar un nivel de felicidad desmesurado, separarse fue un duro golpe de realidad para ambos.

. . .

Harrison nunca había viajado en uno de los famosos taxis de Londres, la tarifa era demasiado alta como para permitírselo, por lo que no dudó ni un momento cuando su amigo se había ofrecido a pagarlo para que lo visitara en la residencia de Lennon a las afueras de la capital de Inglaterra. No obstante, se sintió intimidado cuando el vehículo se detuvo frente a las puertas de Tittenhurst Park en Ascot. Un hombre vestido con lo que parecía ser un uniforme de seguridad se acercó para hablar con el conductor.

—Buen día, vengo a dejar a una persona a este sitio.

—Buen día, ¿nombre del pasajero?

—George Harrison —respondió el chico deprisa.

— ¿Motivo de la visita? —preguntó el hombre de seguridad, mirando a George.

—Vengo a ver a mi amigo Paul, Paul McCartney.

—Claro —el hombre asintió mientras revisaba rápidamente su reloj—. El señor McCartney está esperándolo, bienvenido a Tittenhurst Park, señor Harrison.

El hombre se apartó del vehículo para abrir las puertas de hierro, el acceso principal a la propiedad. Harrison ahogó un grito al ver la enorme vivienda que apareció ante sus ojos, sonrió al ver a su amigo esperándolo junto a un joven que no lucía muy contento. El embarazado se apresuró a abrir la puerta del taxi antes de que su acompañante lo hiciera.

—No puedo creer que vivas aquí —Harrison seguía observando lo que lo rodeaba—. El tal John debe tener mucho dinero, tu hijo va a ser uno de esos niños malcriados que crecen rodeado de niñeras mientras sus padres trabajan, ¿no?

—No —McCartney frunció el ceño, recordando brevemente al amigo de Lennon que lo había recibido cuando llegó a Tittenhurst Park e imaginando a su hijo comportándose así—. John y yo nos encargaremos de la crianza de nuestro hijo, le enseñaremos valores y te aseguro que haré hasta lo imposible para que tenga los pies sobre la tierra en todo momento.

—Espero que lo logres, se ve como algo complicado —George miró a su amigo—. ¿Nos vamos?

—Sí —Paul dirigió su mirada hacia Stuart—. Por favor, lleva las cosas de George a la habitación que preparé para él. Vamos a ir a un asunto importante, estaremos de regreso justo a tiempo para la cena.

Sutcliffe tomó el equipaje de Harrison, pero no disimuló su confusión al ver al invitado y a McCartney subir al taxi.

— ¿A dónde irán? —preguntó el diseñador—. Tendrán que esperarme, John me dejó muy claro que no podría dejarte solo ni un sólo momento.

—No te preocupes, tómate el día libre.

Paul cerró la puerta y sonrió antes de que Stuart pudiera hacer o decir algo más.

. . .

La enigmática Yoko Ono se encontraba frente a la zona de llegada de los pasajeros de viajes internacionales. A diferencia de las mujeres que se encontraban cerca, vestía un traje color negro hecho a medida y unas enormes gafas de sol que le daban un toque todavía más enigmático. Las comisuras de sus labios se curvaron al ver al empresario acercarse a ella.

—Yoko.

—John.

—Es bueno volverte a ver —habló el magnate, regalándole una sonrisa sincera—. Te ves empoderada, invencible, me agrada el nuevo aspecto.

La mujer bajó sus gafas por un momento, sólo para ver a John directo a los ojos. Volvió a colocarlas en su sitio y sonrió.

—Bueno, quiero que Kyoko vea lo que las mujeres podemos hacer en el mundo, que podemos hacer más que llevar el control de un hogar.

—Es muy afortunada por tenerte como madre —mencionó Lennon.

—No, soy yo quien es afortunada por tenerla como hija —respondió Ono antes de hacerle una seña al hombre para que comenzaran a dirigirse hacia la salida del aeropuerto—. Sabrás a qué me refiero cuando la conozcas, ella es... completamente diferente a quién era yo a su edad, pero muy especial, a su manera. Los hijos te cambian, ya lo verás.

La gente le dirigía miradas curiosas a la mujer, pero el británico notó de inmediato que a ella no le molestaba en lo más mínimo. A decir verdad, ni siquiera parecía importarle. El cambio que había tenido durante los años en que no se habían encontrado era evidente: Yoko se había vuelto libre. John aún estaba luchando por serlo.

—La fecha probable de parto de Paul es el primero de abril, aunque siempre existe la posibilidad de que todo se adelante —confesó, un tanto emocionado, pero también nervioso—. Espero poder ser un buen padre para mi hijo. La vida me está dando muchas segundas oportunidades, unas muy buenas, y no pienso desperdiciarlas esta vez. Quiero disfrutar el momento, me siento cómodo con mi vida justo ahora.

—Me alegra que por fin hayas entendido que no hay garantía en la vida y que quieras ser feliz con el presente —respondió Yoko. A pesar de la ausencia de sonrisa en su rostro, John sabía que estaba siendo sincera con él—. Hay algo más que quieres decirme, ¿verdad? Algo que no podías decirme por teléfono ni por cartas.

Lennon sonrió, su amiga siempre había tenido esa habilidad increíble de leer a las personas; sólo había fallado con el padre de Kyoko, era claro que el amor ciega a las personas.

—Voy a proponerle matrimonio a Paul —reveló, sintiendo que era momento de dejar de guardar el secreto—. Ya lo hablé con mi terapeuta, con mi mejor amigo y sólo me faltaba comentártelo a ti; sé que no conoces a Paul, y muchos podrían creer, erróneamente, que me estoy aprovechando de él por ser menor que yo o que él está conmigo por mi dinero; pero sé que es el indicado para mí. Quiero hacer las cosas de una manera diferente a la última vez.

— ¿Ese es tu único motivo?

—Bueno, la verdad es que tuve una conversación con él sobre los hijos fuera del matrimonio y pude percibir que tiene cierto temor por las reacciones de la gente. Lo último que quiero es que él tenga miedo de algo a mi lado, Yoko. Siento que necesito protegerlo de cualquier peligro, no sólo por el bebé, sino porque... cada día me siento más enamorado de él y, aunque podría parecer una locura para muchos, quiero que sea mi compañero de vida.

Ambos salieron del aeropuerto en silencio, John sabía que su amiga no había hecho comentario alguno porque estaba pensando en todas las posibles respuestas que podría dar. Yoko era así la mayor parte del tiempo: pensaba bien las cosas y tenía un envidiable autocontrol.

—Sube —le indicó la japonesa a John, abriendo la puerta del lado del copiloto de un bonito auto deportivo color negro.

—Gracias —Lennon entró al auto y observó a su amiga cerrar la puerta para luego tomar su lugar frente al volante del vehículo—. ¿Me llevarás a conocer a Kyoko o primero daremos un paseo por la ciudad?

—Ninguna de esas opciones —la mujer se quitó los lentes de sol antes de encender el auto, prefería conducir así—. ¿Podrías contarme más sobre Paul?

—Mi tema de conversación favorito —el magnate sonrió de oreja a oreja—. Todo comenzó cuando Tara...

El castaño le contó a su amiga con lujo de detalles toda su historia junto a Paul, intentando no omitir ninguna parte, por mala que fuera. Yoko, por su parte, aunque no podía apartar demasiado la vista del camino, escuchó atentamente, sólo haciendo un par de intervenciones de vez en cuando.

—Es el indicado, Yoko —concluyó Lennon.

—También lo creo —la mujer soltó una leve risa—. Veo que reconoces sus debilidades y defectos, y no lo amas a pesar de eso, sino que lo amas con eso, siempre es una buena señal. Te llevaré a las mejores joyerías de la ciudad y te ayudaré a encontrar el anillo perfecto para tu novio. Ambos merecen ser felices juntos y ese bebé los va a unir todavía más, estoy segura.

—Me siento impaciente por volver, quiero ser un buen esposo para Paul y el mejor padre para mi hijo —Lennon sonrió—. Cuando regrese a casa, me tomaré un receso del trabajo, quiero pasar las últimas semanas del embarazo junto a Paul.

. . .

—Aún no sé si debería estudiar derecho o psicología —habló George, con un folleto de cada carrera en las manos—. Ambas opciones me gustan y están en la universidad que quiero. Lo cierto es que no creo que mis padres puedan pagar algo así. Si Dios me hubiera hecho más inteligente, quizá podría aspirar a una beca, pero no, decidió hacerme pobre y tonto.

—No eres tonto, George —Paul rió.

—Es algo debatible —Harrison se encogió de hombros—. ¿Qué hay de ti? ¿Encontraste algo que te convenciera?

Habían ido a una feria universitaria con el propósito de encontrar opciones para estudiar una carrera. Acudieron principalmente por Paul, quien parecía no tener ni la más remota idea sobre cuál era la mejor universidad para él. Antes de conocer a John, se había propuesto ir a la universidad en Liverpool, pero ahora también tenía que buscar una opción que le permitiera desempeñar su papel como madre de manera simultánea.

—Todavía no, quiero revisar todos los folletos —contestó, mostrándole por lo menos una docena que tenía en las manos—. Quiero estudiar para ser profesor, eso lo tengo claro; pero necesito una universidad que me permita llevar a clases a mi bebé si fuera necesario y quisiera que no fuera demasiado costosa o que ofrezca becas porque planeo pagar yo mismo por mis estudios.

—Creí que el tal John pagaría tus estudios, tiene muchísimos millones.

—Lo hará, pero pienso pagarle todo una vez que consiga un trabajo —respondió McCartney, sonriendo un poco—. Nunca ha sido mi intención abusar del dinero de John, ni siquiera cuando era su escort, sólo quería conseguir suficiente para... bueno, ya sabes.

George asintió con la cabeza, sabía que el tema de la muerte de Paul era algo bastante reciente todavía para el chico de ojos avellana. Tomó uno de los folletos que McCartney tenía en las manos y lo usó para continuar con su conversación.

—Esta opción es buena, dicen que tienen muchas opciones de becas y facilidades de pago.

—Pero ni siquiera está en Inglaterra —Paul rió, negando con la cabeza—. Soy feliz aquí, George. Voy a estudiar en alguna de las universidades de Londres.

—Con tu inteligencia, podrías entrar a Oxford o Cambridge, Paul.

—Quizá, pero tengo que pensar en lo que es mejor para mi pequeña familia.

—Está bien, como tú digas —Harrison suspiró—. Ahora que tenemos las posibles opciones de universidades, ¿crees que me puedas dar un recorrido por los lugares más increíbles de Londres en lo que resta de mi estancia aquí?

—Eh... sí, claro, sólo que, bueno, en realidad no he salido tanto como podrías creer. Tittenhurst Park no está precisamente a la vuelta de la esquina y suelo evitar salir desde que me dijeron que mi embarazo estaba considerado como de riesgo.

—Oh, vamos, Paul, sólo estaré tres días en Londres y el primero ya va a la mitad, estoy seguro de que dos días y medio de diversión no te harán daño. Caminaremos por las calles, iremos a museos y quizá haga una parada técnica en algún bar o pub para comprar una cerveza mientras tú vacías tu vejiga porque el bebé te pateó.

McCartney soltó una risita.

—No lo sé, George.

McCartney no estaba del todo seguro si el plan de su amigo era una buena idea. John y él habían paseado por Londres de vez en cuando, pero las cosas habían cambiado después de la muerte de su madre. El embarazado no tenía deseos de salir. Incluso su psicólogo le había sugerido salir más para despejar su mente.

—Vamos, Paul —George lo sacudió un poco—. No me digas que quieres regresar a casa para que te cuide la niñera que John te puso.

McCartney volvió a reír.

—Está bien, aprovecharemos tu tiempo en Londres.





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