Capítulo 62
El avance del pelinegro en el aspecto emocional había sido algo gradual, pero evidente para aquellos que tenían contacto directo con él. Por eso mismo, John no quería cuestionar a Klaus ni tampoco sus métodos, aunque eso no implicaba que no se sintiera muy nervioso con la idea del viaje de Paul.
— ¿Estás seguro de que estás listo? —le preguntó el magnate al pelinegro, con el boleto de tren en la mano—. No tienes que ir justo ahora si no te sientes listo, en especial tú solo.
—Klaus dijo que lo estoy —McCartney se encogió de hombros y extendió la mano para que le entregaran su boleto—. Voy a estar bien, John. Necesito hacer esto, es parte clave de mi proceso para sanar. Quiero hacerlo.
— ¿Vas a ir a verlo? —Lennon ladeó la cabeza. Paul negó con la cabeza, ni siquiera necesitaba preguntar a quién se refería—. Bien, porque no quiero que lo hagas, no sin supervisión. Podría intentar lastimarlos de nuevo y... no quiero ni pensarlo.
—No soy un niño pequeño, John —le recordó el pelinegro—. Sé cuidarme y no permitiré que nadie le haga daño a nuestro bebé.
—Lo sé.
—No te preocupes, en serio, sólo veré a George —el empresario se relajó un poco al escuchar sus palabras. Paul sonrió—. Me recogerá en la estación de trenes, luego iremos a una cafetería a conversar un poco y volveré a Londres en el último tren. Llegaré justo a tiempo para cenar juntos.
El castaño colocó ambas manos sobre el vientre de McCartney. Le era imposible no preocuparse. Estaban a punto de llegar a la trigésima semana, faltaban cerca de dos meses para la fecha probable de parto que Robert les había dado. John se sentía más feliz conforme pasaban los días y la pancita de su pareja se hacía cada vez más grande y redonda; estaba ansioso por conocer a su hijo.
—Cuídate mucho, Paul —le pidió, acariciando el estirado abdomen—. Si algo sucede, cualquier cosa, sabes cómo contactarme.
—Claro —el pelinegro se acercó a Lennon para besar su mejilla—. Te veré en la noche, John.
McCartney caminó hacia el tren sin volver la vista atrás ni siquiera por un segundo. Una vez dentro, se dirigió hacia la sección de primera clase y ocupó un lugar junto a la ventana. Aunque él iba a comprar el boleto más barato que hubiera, Lennon había insistido en que viajaría mejor si compraban el más costoso. Accedió sólo porque había descubierto que el castaño sonreía siempre que le daba la razón, y eso le encantaba al pelinegro; pero tenía que admitir que estaba contento con su asiento, en especial porque la zona estaba casi vacía y necesitaba privacidad para intentar calmarse.
No había querido mostrarlo delante de John, pero también estaba nervioso de lo que pudiera pasar en el viaje. Miró por la ventana mientras el tren se alejaba de la estación y se mordió el labio inferior casi sin pensarlo. Temía que su perspectiva de Liverpool hubiera cambiado: que la gente ahora fuera antipática y aburrida, los edificios extraños y las calles monótonas, que el cielo ya no fuera como lo recordaba, que ese aire salado ya no lo alentara a reír.
Suspiró cuando el tren llegó a la estación Watford Junction y sacó su libreta, iba a aprovechar el tiempo del viaje para escribir lo que Klaus le había pedido: una carta para su padre. Intentó plasmarlo todo: lo que había pasado, cómo se sentía al respecto, y había incluido algunas líneas donde le dejaba claro que lo perdonaba y que lo amaba de todas formas. Fue muy cuidadoso de no exagerar nada y se enfocó en ser completamente honesto: estaba poniendo su corazón en esas líneas.
. . .
John estaba bebiendo lo último de su taza de café cuando Rita entró a su oficina sin avisar. El magnate frunció el ceño, pero se tranquilizó al notar que la mujer sonreía de oreja a oreja. Puso la taza vacía sobre su escritorio.
— ¿Qué pasa, Rita?
—El señor Richard quiere hablar con usted —la secretaria señaló el teléfono de John—. Tiene una noticia magnífica que contarle.
Lennon sonrió casi tan rápido como descolgó el teléfono para llevárselo a la oreja.
— ¿Ringo?
— ¡Mi hijo ya nació, John! —exclamó Starkey con felicidad—. ¡Soy padre!
—Me da mucho gusto saberlo, Ringo —le dijo Lennon con sinceridad—. Cuéntame, ¿cómo estuvo todo? ¿Cómo está el bebé?
—No fue tan rápido como me hubiera gustado, pero valió la pena —respondió el ojiazul, sin tener reparos en mostrar su alegría—. Maureen empezó con las contracciones en la madrugada, pero no quiso que la llevara al hospital hasta hace un par de horas. Zak nació poco después de las diez y media de la mañana, es un niño fuerte y muy sano.
—Muchas felicidades, Ringo —Lennon podía imaginarse lo feliz que se encontraba su mejor amigo—. ¿Cómo está Maureen?
—Reposando, quedó exhausta luego de traer al bebé más bonito de todos al mundo —le dijo Starkey—. No te imaginas lo agradecido que estoy con ella. Verla experimentar tanto dolor me hizo sentir muy afortunado de poder llamarla mi esposa y madre de mi hijo, es más fuerte de lo que me imaginaba.
— ¿Y Zak se parece a ella o a ti?
—Sus rasgos todavía no están muy bien definidos, pero creo que a Maureen —Richard rió—. Es hermoso, John. ¿Estás muy ocupado? Tienes que venir a conocerlo.
—Estoy por revisar mi correspondencia —le contó—, llegó una carta desde Japón y creo que es importante, así que quiero leerla a detalle y responder lo antes posible; podría ir más tarde, pero no estoy muy seguro si Maureen quiera tener gente a un lado en estos momentos. Es algo muy íntimo, algo de ustedes solamente; ya habrá tiempo para conocer a mi ahijado.
—Supongo que tienes razón —respondió Starkey—, ya habrá tiempo para que conozcas a mi hermoso hijo. Dejaré que le cambies el pañal las veces que sean necesarias, te servirá de entrenamiento para cuando el tuyo nazca.
—Yo no voy a cambiar pañales, eso lo hará Paul —el magnate rió—. Además, todavía faltan varias semanas para que llegue la fecha de parto, no hay prisas por aprender a cambiar un pañal.
—Bueno, tienes un gran punto, las últimas semanas del embarazo de Mo me parecieron eternas —admitió Richard—, pero yo te sugeriría que no te confíes demasiado e intenta no llevarle la contraria a Paul. El tercer trimestre es el peor en cuanto a cambios de humor.
—De acuerdo, seguiré tus consejos...
—John, debo irme, Mo me necesita.
—Claro, ve con ella, Ringo.
El hombre de ojos celestes no dudó ni un segundo en terminar la llamada. El empresario regresó el teléfono a su lugar y miró el calendario que había sobre su escritorio para comprobar, con cierto desagrado, que aún faltaban demasiadas semanas para que su bebé llegase al mundo. Se sentía impaciente: quería experimentar esa felicidad de la que todos hablaban, esa que se sentía en la voz de su mejor amigo; deseaba ver a Paul con su bebé en brazos, ser partícipe de cada momento a su lado.
Dos golpes en su puerta lo distrajeron de sus pensamientos.
— ¿Señor Lennon?
—Pasa, Rita.
La secretaria abrió la puerta y entró deprisa, evitando cerrar la puerta detrás de ella, lo cual implicaba que se trataba de un anuncio breve, pero seguramente de mucha relevancia.
—Tiene una llamada desde Japón, señor Lennon —le informó—. Al parecer se trata de la persona a cargo del holding Ono. Es una mujer, dijo llamarse Yoko Ono.
— ¿Yoko? —al magnate se le iluminó el rostro.
—Sí, ¿la conoce?
—Claro que sí —Lennon asintió—, tomaré la llamada de inmediato, Rita.
—De acuerdo.
Montgomery salió de la oficina apenas unos segundos antes de que el teléfono comenzara a sonar. El castaño aclaró su garganta y descolgó el teléfono.
—Lennon Enterprises Holding, habla John Lennon, ¿en qué puedo ayudarle?
—Quiero conquistar las mentes de todo el mundo.
—Definitivamente no hay manera de olvidar a la inigualable Yoko Ono —contestó John, todavía sonriendo—. Me alegra mucho escucharte de nuevo, lo último que supe de ti fue que habías dejado la universidad para convertirte en una ama de casa y criar a tu bebé; eso fue lo que decían los chismes, claro.
—Equivocados como siempre —la mujer soltó una risita—. Mi embarazo no fue sencillo, lo sabes, pero comencé a sentirme cada vez más sola a medida que las semanas pasaban. Llegó un punto donde supe que no podía soportarlo más, así que empaqué todo y volví a Japón sin decírselo a nadie. Retomé los estudios cuando Kyoko cumplió tres años. Desde entonces me he esforzado mucho para que esté orgullosa de mamá.
—Suena a que tu historia ha tenido finales de capítulo muy felices —señaló John.
—No me quejo, he tenido éxito en Japón, pero ahora quiero expandir mi imperio a otros países, así que me gustaría que me ayudaras con un par de cosas. Por cierto, ¿recibiste mi carta? Dijeron que no tardaría mucho en llegar.
—Llegó justo hoy.
—Entiendo... —la mujer se quedó en silencio por un momento—. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo están Cynthia y tu bebé? Bueno, sé que ya no es un bebé, debe ser un par de meses mayor que Kyoko.
—Oh, Yoko, mi vida ha sido como un río...
—Es bueno dejar que las cosas fluyan y no quedarse estancado, pero tu voz refleja melancolía pura, así que... si tienes tiempo, me gustaría escuchar la historia completa.
El castaño suspiró con algo de pesadez y revisó su reloj de muñeca: Paul debía estar llegando a la estación de trenes en Liverpool. Tenía todo el tiempo del mundo para una charla larga con una vieja amiga.
. . .
Harrison sonrió de oreja a oreja al ver a su amigo bajar del tren y lo abrazó una vez que estuvo lo suficientemente cerca. El pelinegro correspondió el gesto de inmediato, extrañaba a su amigo. Ambos seguían sonriendo cuando se separaron.
—Bienvenido a Liverpool, Paul —le dijo el chico de grandes colmillos—. Me imagino que debes estar experimentando una serie de emociones y sentimientos encontrados, pero voy a esforzarme para que los pensamientos positivos predominen.
—No podría esperar menos de ti, George.
— ¿Cómo te sientes? —le preguntó con naturalidad.
—Mejor —respondió McCartney—, estoy yendo a terapia y, aunque sé que será un proceso lento, siento que estoy sanando. En cuanto al embarazo... bastante bien, no he tenido más complicaciones desde la última vez que estuve aquí; John no quería que viniera, ¿sabes? Pensaba que iba a encontrarme con alguien de mi familia, específicamente con mi papá.
—Sobre eso...
El embarazado frunció el ceño, muy confundido ante el extraño gesto que hizo su mejor amigo con la cabeza. Era como si estuviera señalando a frente a él.
—Hola, Paul —el mencionado se giró despacio para encontrarse frente a frente con su hermano.
— ¿Mike? —el pelinegro parpadeó un par de veces para asegurarse de que no lo estuviera imaginando. Paul lo abrazó con fuerza—. ¡Mike!
El menor de los McCartney correspondió con efusividad, ambos sonreían una vez que se separaron. Los ojos celestes bajaron de inmediato hasta el abultado abdomen para después subir con rapidez.
—Estás muy embarazado —comentó Mike, con un tono de voz que no demostraba otra cosa aparte de sorpresa—. La última vez que estuviste aquí no... bueno, ahora se nota más.
—Eso es porque ahora tengo veintinueve semanas, casi treinta —Paul asintió, todavía con una bonita sonrisa en el rostro—. Mi fecha probable de parto es el primero de abril, no falta demasiado.
—Es que verte así, ahora lo siento real, es...
—Sé que todo esto es muy emotivo para ambos —interrumpió Harrison—, pero creo que sería mejor si continuáramos con esta conversación en otro lugar. Por evidentes razones, no iremos a un bar, pero conozco un lugar donde venden batidos increíbles.
Los tres salieron de la estación de trenes y tomaron un autobús para dirigirse al lugar que George había mencionado. El trayecto no fue demasiado largo, pero le sirvió a Paul para observar la ciudad y comprobó que, afortunadamente, seguía igual que siempre ante sus ojos: acogedora y familiar. Aunque ya no vivía ahí y le habían sucedido algunas cosas desagradables, todavía se sentía parte de ella.
No había muchas personas en la cafetería a la que Harrison los había llevado, pero Paul se sintió agradecido cuando su amigo y su hermano decidieron que querían sentarse en una de las mesas que se encontraban al fondo. El embarazado sabía que no todas las personas de Liverpool eran muy abiertas ante la idea de que un hombre estuviera gestando, así que era mejor estar lejos de cualquier posible incidente.
—Entonces... ¿cuántas semanas de embarazo dijiste que tenías? —preguntó George, después de que hubieran pedido sus batidos—. ¿Treinta?
—Casi treinta —respondió Paul—. El doctor dijo que, si tengo suerte, el parto podría ocurrir a partir de la semana treinta y siete, lo cual suena emocionante y al mismo tiempo aterrador. Por ahora es del tamaño de una calabaza y pesa poco más de un kilogramo, iba a traer una de mis últimas ecografías, pero la olvidé en casa.
— ¿Ya sabes qué es? —preguntó Mike, sin dejar de ver el abultado abdomen de su hermano.
—Un varón —contestó el embarazado con orgullo.
—Eso es genial —George sonrió—. Honestamente siento que es lo mejor, no tendrás que preocuparte por aprender a hacer trencitas y ese tipo de cosas que les gustan a las niñas. ¿Ya pensaron en un nombre?
Mike parecía querer preguntar algo más, pero también lucía un tanto intimidado con la presencia de George; su hermano decidió no darle demasiada importancia.
—Sí, pero queremos esperar hasta ver su carita antes de revelarlo —el chico de ojos color avellana miró discretamente su vientre al sentir una patada—. No queremos que tenga un nombre que no le quede.
—Sólo prométeme que no le pondrán "James" como tu papá —le pidió Harrison, con un tono de voz que no permitía distinguir si estaba bromeando o no—. Tu padre no merece ese tipo de tributo, no se merece nada de ti, no después de lo que te hizo. Quizá debas nombrarlo como el padre de John, tal vez así tenga posibilidades de heredar aún más dinero. ¡Oh, creo que nuestros batidos están listos, vuelvo enseguida!
El mejor amigo de Paul se levantó para dirigirse hacia el mostrador.
—No tomes demasiado en serio lo que dice George de papá —le pidió el embarazado a su hermano—. Ambos sabemos que estaba alterado ese día y verme así, bueno, fue la gota que derramó el vaso.
—Tu amigo tiene razón, no actuó como debió hacerlo —respondió el ojiazul—. Yo en tu lugar estaría muy molesto con él. Te lastimó, supe que estuviste en el hospital por su culpa. Incluso ahora... se niega a hablar de ti, se deshizo de tus cosas y finge que no existes.
El mayor de los McCartney no pudo evitar que su corazón se encogiera un poco al escuchar esas palabras, porque podía tolerar el rechazo de cualquier persona en el mundo, pero dolía cuando se trataba de alguien tan importante en su vida. Al menos su hermano no parecía rechazarlo.
—Y eso me lastima a mí también —continuó Mike—, desearía que todo fuera igual que antes, que pudiéramos volver a cuando éramos felices.
— ¿Te confieso algo? —Paul sonrió con timidez al ver a su hermano asentir—. Yo también tuve ese deseo por mucho tiempo, quería mi vida de vuelta en Liverpool, despertar de la extraña pesadilla en la que me encontraba; pero he estado yendo a terapia y he comprendido que no podemos vivir añorando el ayer. El presente puede ofrecernos cosas buenas también y, si nos esforzamos, vendrán cosas mejores y muy felices.
El pelinegro tomó la mano de su hermano para colocarla sobre su vientre, justo en el sitio donde el bebé continuaba pateando. El castaño se sorprendió mucho al sentir el movimiento de su sobrino. Paul y Mike sonrieron.
—Patea fuerte —comentó después de la segunda patada—. ¿No te duele?
—No —Paul negó con la cabeza—. Sus patadas no, pero últimamente he tenido dolor de espalda, está volviéndose más grande y pesado.
— ¿Crees que él también sea... —Mike se detuvo, frunciendo el ceño, pero su hermano sabía a qué se refería.
—Probablemente sí, es una condición que se hereda, aunque también hay posibilidades de que no sea portador —respondió tranquilamente—. Como nosotros: yo soy así, pero tú no; aunque no logro entender de dónde salió en nuestra familia, mamá no supo decírmelo cuando se lo pregunté.
— ¿Mamá? —de nueva cuenta había sorpresa en el rostro del menor—. ¿Quieres decir que ella supo que tú... bueno, ya sabes, de tu embarazo?
—Sí, ella estaba muy emocionada con la idea de tener un nieto, dijo que me apoyaría en todo lo que necesitara, hasta se ofreció a atender mi parto —el pelinegro suspiró—. Me hizo ver que no está mal ser un portador, que somos hombres muy fuertes. —La sonrisa de Paul se tornó un poco triste—. La verdad es que no me importa si mi bebé es portador, y creo que a John tampoco, sólo queremos que nazca sano.
Michael asintió. La conversación de los hermanos se vio interrumpida por Harrison, quien traía los tres batidos: plátano para Paul, vainilla para él y chocolate para Mike. Luego de probar el suyo, el pelinegro supo por qué su amigo les había recomendado el lugar: el batido era una delicia, con la cantidad perfecta de fruta y azúcar.
—Paul, ¿piensas retomar tus estudios el próximo semestre? —le preguntó Harrison, luego de sentarse para beber su batido de una forma bastante ruidosa—. ¿O vas a quedarte en casa a cuidar al bebé?
—Quiero retomarlos, y John me apoya por completo; ya estuve consiguiendo información de algunos institutos de formación docente en Londres, pero aún no me decido —confesó el embarazado—. ¿Qué hay de ti?
—Voy a presentar el examen para entrar a la facultad de derecho, pero no estoy muy seguro si tendré los aciertos necesarios para que me admitan. El plan B es trabajar como electricista, lo cual no me emociona demasiado, siendo honesto. —Harrison miró a Michael—. ¿Tú ya pensaste qué vas a hacer después del Inny, Mike?
El menor de los tres negó con la cabeza.
—Todavía no, pero quizá estudie algo relacionado con la música o con la fotografía —el chico sonrió—. O quizá podría trabajar cuidando a mi sobrino mientras Paul va a la escuela, soy bueno con los niños.
—Esa es una brillante idea, creo que yo también quiero cuidar a mini John-Paul —George rió—. Considerando que su papá tiene mucho dinero, contratarán a muchos niñeros y la paga no será mala.
El embarazado rodó los ojos al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
—Si alguno de ustedes llegara a cuidar a mi hijo algún día, no le pagaríamos —les aclaró, riendo—. Lo siento mucho.
— ¿Es verdad que el papá de tu bebé tiene mucho dinero? —preguntó Michael.
—Sí —le respondió su hermano—. Bueno, no nació siendo millonario, pero heredó un poco de dinero y supo cómo utilizarlo. Es sumamente listo. Fundó su holding siendo muy joven, es uno de los accionistas más importantes del Reino Unido, y administra empresas prestigiosas. Como empresario es bastante bueno, como persona es aún mejor.
—Suenas muy enamorado, Paul —comentó Harrison.
El mencionado se encogió de hombros, sonrojándose.
— ¿Vas a casarte con él?
Paul frunció el ceño ante la pregunta de su hermano, sin saber cómo contestarla. El matrimonio no era algo que John y él hubieran discutido de manera formal. Habían hablado de cómo serían las cosas durante el embarazo, también del parto, incluso algunos detalles sobre cómo criarían a su hijo; pero nunca más allá. Ni siquiera eran pareja, por el momento.
—No lo sé —el embarazado ladeó su cabeza, pensativo—. Probablemente no. Soy muy joven para casarme, ¿no lo crees?
—Pero... la gente hablará de ti si tienes un bebé sin estar casado —susurró Mike, como si se tratara de la peor idea del mundo—. Si yo fuera tú, hablaría con... mi pareja; tiene que hacerse responsable del bebé, los hijos naturales están mal vistos. Sin matrimonio, no tienes garantía de nada. ¿Y qué pasará con tu hijo? Piénsalo.
—John no va a abandonar a su hijo, Mike —le aclaró Paul con firmeza en su voz antes de soltar un suspiro de fastidio—. No voy a casarme con él, porque no quiero casarme aún y porque ya no somos pareja. Ambos estamos en la mejor disposición de criar a nuestro hijo juntos, pero estamos tomando las cosas con calma.
—Eso suena aún peor, Paul —Michael frunció el ceño y negó con la cabeza—. Si quieres, puedo hablar con papá, intentar convencerlo de que te deje regresar a la casa. Podríamos... podríamos dar al bebé en adopción y tú retomas tus estudios; así nadie hablaría mal de ti.
—No creo que esa sea la solución —respondió el embarazado en voz baja—, no podría hacer eso.
—Paul...
—Mike, basta —le pidió George, dirigiéndole una mirada molesta—. Cuando dijiste que querías unirte, creí que era porque extrañabas a tu hermano, no porque querías juzgarlo. Paul ya tiene suficiente como para que nosotros le agreguemos más.
—Lo siento —el chico de ojos celestes asintió, avergonzado.
—Mike... —el mencionado miró a su hermano—. Sé que tienes muchas dudas e inquietudes, pero créeme: estaré bien. Soy fuerte y esto es sólo un reto más; sólo... me gustaría que confiaras en mí.
Su hermano asintió.
La conversación se volvió más relajada a partir de ese punto, en especial porque Paul y su embarazo dejaron de ser el tema principal, pero las palabras de su hermano y sus ideas no abandonarían tan rápido la mente del embarazado. Realmente esperaba que las siguientes semanas y todo lo que vendría después del nacimiento de su bebé no lo sobrepasara.
. . .
Paul sintió un gran alivio al ver a John en el andén, tanto que lo abrazó con fuerza en cuanto estuvieron lo suficientemente cerca. Al magnate lo sorprendió el gesto, pero no tardó en corresponder el abrazo, sonriendo y acariciando la espalda del pelinegro.
— ¿Qué tal estuvo el viaje? —preguntó Lennon.
—Bien —contestó McCartney, separándose despacio del castaño para comenzar a caminar junto a él hacia la salida de la estación—. La pasé muy bien con George y... también vi a mi hermano. George conocía un lugar donde venden batidos y, bueno, estuvimos hablando.
El empresario se paró en seco y frunció el ceño de inmediato.
—Dijiste que sólo verías a tu amigo, no que te encontrarías con alguien de tu familia —le reprochó—. Paul, pudo ser peligroso. ¿Y si tu padre se hubiera enterado que estabas cerca y hubiera decidido ir a golpearte? Debiste avisarme que tu hermano estaría ahí.
—No sabía que Mike estaría con George, pero... ¿qué hubieras hecho? ¿Dejar todo y volar hasta Liverpool como la última vez? —el pelinegro suspiró. No quería más tensión en ese día—. John, aprecio que te preocupes por mí y por el bebé, pero soy capaz de cuidarme solo y, créeme, no habría aceptado salir con mi hermano si sintiera que era algún tipo de amenaza.
—Lo siento —se disculpó el castaño—. Sé que eres capaz de cuidarte y me queda claro que no arriesgarías a nuestro bebé; pero aún me molesta recordar cómo tu familia no hizo nada, no te defendieron. Yo... me gustaría poder estar cerca para protegerte.
McCartney besó la mejilla de Lennon antes de que una tímida sonrisa se dibujara en su cara, era imposible negar que le gustaba tener a alguien que se preocupara por él.
—Vamos a casa, por favor, estoy cansado.
—Sí, claro, vamos —el magnate asintió antes de tomarlo de la mano.
No obstante, mientras se dirigían a la salida, John notó a Paul más callado de lo normal. Algo debía estar mal y ya no estaba dispuesto a quedarse con dudas.
— ¿Pasó algo más, algo que no me hayas contado? —le preguntó con cautela—. Te siento extraño.
—Es que Mike mencionó que... —el pelinegro negó con la cabeza—. Olvídalo.
—No —Lennon fue firme—, sé que es algo que te preocupa y quiero saberlo. Por favor, confía en mí, Paul. ¿Qué fue lo que dijo tu hermano?
—Que la gente hablará mal de mí si tengo un hijo sin estar casado —confesó el embarazado—, dijo que los hijos naturales son mal vistos y que ni él bebé ni yo tenemos garantía alguna de que no vayas a abandonarnos.
—Entiendo —el magnate suspiró—. A mí no me importa lo que diga la gente y te garantizo que ni tú ni el bebé quedarán desamparados; pero si quieres tener algo más serio... sé que estamos trabajando en nuestra relación, pero podríamos casarnos antes de que nazca el bebé si te sientes inseguro.
—Yo... no lo sé, ¿no estaríamos tomando una decisión apresurada?
—Sólo hay una manera de averiguarlo...
Paul no contestó. John prefirió no insistir, pero las palabras y el tono preocupado con el que el embarazado las había articulado lo dejó pensando más de lo que le hubiera gustado admitir.
— ¿Qué hiciste hoy en la oficina? —el pelinegro optó por cambiar el tema.
—Lo de siempre... una junta, revisar algunos documentos, ya sabes. ¡Oh! También recibí una invitación a un evento muy importante y, bueno, me gustaría que habláramos con Robert para preguntarle si podrías viajar conmigo.
— ¿Un evento? —Lennon agradeció que el tono de voz de McCartney ya no sonara preocupado—. ¿En dónde?
—En Japón, Paulie.
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