Capítulo 61

El desayuno que Prudence le había preparado al pelinegro había sido más que satisfactorio, pero le había producido una intensa necesidad de dormir, así que había regresado a la cama para tomar una pequeña siesta. El problema fue que su sueño se prolongó por un par de horas y Stuart tuvo que despertarlo para que se alistara para la cita con el médico.

—Cinco minutos más... —pidió McCartney, volviendo a cerrar los ojos.

—Llegaremos tarde a Londres si no te levantas pronto, Paul —le advirtió Sutcliffe, recorriendo las cortinas de la habitación para que la luz le diera al embarazado—. John dijo que te llevara a su oficina para que fueran juntos al consultorio, sabes que la revisión de hoy es muy importante, no pueden faltar.

El diseñador tenía razón. McCartney ya había llegado a la semana veintiocho de embarazo, lo cual implicaba que ya se encontraba en el tercer y último trimestre. Estaba a punto de protestar de nuevo cuando una fuerte patada en su vejiga hizo que sus músculos se tensaran y se levantó tan rápido como le fue posible para ir al baño.

—El bebé parece ser mejor despertador que yo —comentó Stuart con tono burlón cuando Paul salió del baño. McCartney rodó los ojos—. Sé que es algo muy cansado, pero ya estás más cerca del final de lo que crees, aunque vienen las semanas más complicadas, no puedo negarte eso.

Algunos días atrás sólo lo hubiera ignorado, pero en realidad Stuart ya no le parecía un sujeto tan desagradable como antes. No quería utilizar la palabra "amigo", pero sí que habían progresado bastante desde que Isaac y William se habían ido. También se debía en parte a que el diseñador había estado junto a su esposa en tres embarazos, así que sabía bien por lo que estaba pasando McCartney y lo ayudaba en lo que podía.

—El libro decía lo mismo —Paul bostezó—, no estoy muy emocionado al respecto.

—Bueno, pero estoy seguro de que John te ayudará con la mayoría de los malestares, es un buen hombre, ¿sabes?

Paul se encogió de hombros antes de entrar al vestidor para cambiarse de ropa, no le gustaba que nadie viera lo mucho que se había estirado la piel de su barriga, ni tampoco lo hinchado que estaba el resto de su cuerpo; sin mencionar que su ombligo había comenzado a salirse y lucía extraño. Salió casi diez minutos después, vistiendo la ropa más holgada que había encontrado en la sección para hombres. La ropa de maternidad le parecía demasiado femenina y el hecho de que fuera portador y gay no significaba que le gustaran las cosas femeninas.

— ¿Estás listo? —Sutcliffe estaba esperándolo a un lado de la puerta de la habitación.

—Eso creo —Paul asintió, tirando de su suéter hacia abajo para que su barriga quedara cubierta por completo—, aunque todavía siento que estoy muriendo de sueño.

—Puedes dormir en el trayecto a Londres —le aseguró Stuart, sonriendo como si lo que acababa de decir el embarazado fuera lo más divertido del mundo—. Te llevaré a la oficina de John y luego iré a ver a mi abogado.

— ¿Por lo de tu divorcio? —Stuart asintió y salió de la habitación, seguido por Paul—. Cada que hablas de eso suena como lo peor del mundo.

—Creo que lo es, nunca creí que los trámites de divorcio fueran tan engorrosos —el diseñador dejó que McCartney bajara primero las escaleras—, y eso que ni siquiera pretendo pelear. Astrid se quedará con los niños y con casi todo.

—Lo siento.

—Ya no me interesa, en realidad —caminaron hasta la salida de la casa en silencio. Stuart sólo volvió a hablar hasta que le hubo abierto la puerta del auto a Paul—. La única parte que me duele es el trauma que les estamos causando a los niños, pero no es algo que pueda evitar. Mi consejo: no te cases.

El embarazado sonrió y ocupó uno de los asientos traseros del vehículo, de verdad planeaba dormir durante el trayecto a Londres. Sutcliffe cerró la puerta antes de abrir la propia y colocarse frente al volante. Miró a McCartney por el espejo retrovisor y eso pareció incitar al menor a hacerle una pregunta importante.

— ¿Por qué se pelearon Astrid y tú? —el diseñador ladeó la cabeza, extrañado ante la pregunta de Paul—. John mencionó que había sido en cierto modo por su culpa y, considerando que te echó de la casa, me imagino que fue algo muy grave; pero nunca me contaron qué fue lo que pasó.

—Ella... bueno, digamos que se enteró de lo que hubo entre John y yo hace años —respondió Stuart—, obviamente no le gustó. Me acusó de tener sentimientos románticos por él y dijo que no quería volver a verme nunca, que me olvidara de ella y de los niños. Eso es el resúmen, me dijo cosas más horribles.

— ¿Aún sientes algo por John? —preguntó Paul, sabiendo que quizá estaba metiéndose en terreno pantanoso.

—Uhm... no —respondió Stuart, desviando la mirada para insertar la llave en su sitio—. Lo nuestro pasó hace mucho, sólo somos buenos amigos ahora. Es padrino de mi hija y quizá yo seré el padrino de su hijo, nada más. ¿Por qué lo preguntas? ¿Estás celoso?

—No, pero recuerdo bien que te comportaste como un idiota celoso cuando supiste que yo era la nueva pareja de John —habló McCartney—. Llegué a pensar que estaba metiéndome en medio de una pareja, te lo juro.

—Descuida, sólo era para molestar a John —le aseguró el diseñador antes de encender el auto—. Él es como mi mejor amigo y era una especie de tradición molestarnos cuando teníamos un nuevo modelo. No era nada personal, en serio, ni siquiera te conocía, Paul.

—Exacto, no me conocías y eso no te impidió vaciarme dos tazas de café encima.

—Lo siento —Stuart comenzó a conducir, restándole importancia a la conversación—, creí que sólo eras una conquista más de John y podía fastidiarlo un poco, no sabía que tú y él iban en serio. Lo siento.

Paul desvió la mirada hacia la ventana del auto y cerró los ojos, no quería seguir hablando con Stuart porque estaba seguro de que descubriría cosas sobre John que no lo pondrían precisamente contento; y no deseaba que eso hiciera que retrocediera el pequeño paso que acababa de dar con él.

. . .

Lennon y McCartney entraron al consultorio del médico justo a la hora acordada. Como era costumbre, el hombre de bata blanca les pidió que tomaran asiento para comenzar con la charla y sesión de preguntas previas al ultrasonido.

—Muy bien, ya llegamos a la semana veintiocho —habló Sellers, sonriéndole a la pareja—, lo cual quiere decir que ya es el tercer y último trimestre de embarazo. El feto ya es viable, aunque sus pulmones todavía no han madurado por completo y le falta ganar peso, las posibilidades de supervivencia en caso de un parto prematuro no son demasiado altas, pero son buenas.

John se sintió muy aliviado después de escuchar las palabras del doctor. Desde el incidente de Paul en Liverpool, había estado nervioso y hasta cierto punto temeroso de que perdieran al bebé. McCartney, por su parte, se sintió contento porque se había cuidado lo suficiente para que su pequeño siguiera seguro en su vientre.

— ¿Ya han conversado sobre el tipo de parto que les gustaría?

—No, pero creo que lo mejor sería una cesárea —dijo John—. No me gustaría que el parto nos tome por sorpresa, prefiero tener una fecha exacta con anticipación.

—Yo quiero un parto natural —confesó Paul, tomando al padre del bebé por sorpresa—. No me agrada la idea de que me abran y luego me cosan. Además, quiero que mi recuperación sea rápida.

—Bueno, aún tienen un par de semanas para llegar a un acuerdo —Robert habló, impidiéndole a la pareja comenzar a discutir—, también sería bueno que hablen sobre el lugar donde quieren que sea el parto: en un hospital o en casa. En ocasiones las cosas salen distintas a como se planean, pero es bueno tener un plan.

—Está bien —el magnate asintió.

La revisión fue de maravilla. Aunque Paul se sintió un poco incómodo al tener que descubrirse su abultado vientre ante la fija mirada de John, sus sentimientos negativos quedaron a un lado cuando el ultrasonido le permitió saber que el bebé estaba desarrollándose bien y que, si seguía cuidándose como hasta ese momento, tendría un niño fuerte y sano al alcanzar las cuarenta semanas.

Después de la consulta con Sellers, habían ido a un restaurante cercano a comer y luego a comprar más ropa para Paul, pues las camisas más holgadas ya comenzaban a quedarle ajustadas, y para el bebé. El magnate no sólo pagó por todo, sino también se ofreció a llevar las bolsas con las compras hasta el auto.

—Me sentiría más cómodo si agendáramos una cesárea, Paul —habló Lennon una vez que el chofer emprendió el viaje hasta Tittenhurst Park.

—No quiero una cesárea, John —respondió McCartney a la defensiva—. Me aterra la idea de que me abran con un cuchillo. No, tendré un parto natural en casa.

— ¿En casa? —Lennon pareció horrorizado—. Puedo respetar que no quieras una cesárea, pero no estoy dispuesto a permitir que tu parto sea en la casa.

— ¿Por qué? —el pelinegro frunció el ceño—. Mi mamá fue una matrona increíble y muy dedicada, encontraremos a alguien así que pueda ayudarme. En casa no me abrirán, el bebé llegará en un lugar cálido y no tendré a más de dos personas mirando directo a mis partes privadas.

— ¿Al menos conoces los riesgos de tener un parto en casa? —John suspiró al ver que Paul desviaba la mirada—. Puede haber complicaciones, tanto para ti como para el bebé. No quiero perderlos, Paul; no podría pasar por lo mismo otra vez. Por favor, piensa en mí.

McCartney suspiró, su psicólogo le había recomendado escuchar antes de cerrarse a las posibilidades. Además, podía imaginar el temor que John sentía.

— ¿En qué hospital crees que sea mejor?

St. Mary's —respondió el magnate sin titubear—. Pregunté a algunos de mis conocidos que han tenido bebés y me recomendaron algunos, así que pedí presupuestos de varios hospitales; pero considero que ese es el mejor. La atención es excelente y el Ala Lindo es privada, así que no habrá demasiadas personas ni nadie que no sea un profesional en su trabajo.

— ¿Y tú? —el pelinegro miró al castaño directo a los ojos—. Vas a estar conmigo durante el parto, ¿verdad?

No era algo convencional, los padres esperaban afuera en la mayoría de los casos; pero el pelinegro era consciente de las ventajas que tenían los hospitales privados. No quería estar solo durante el parto, necesitaba que al menos un rostro conocido estuviera cerca.

—Había dicho que sí, pero... ¿en serio quieres que esté contigo? —preguntó Lennon, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. McCartney asintió—. Entonces sí, voy a estar contigo cuando nuestro pequeño por fin decida conocer el mundo. Espero no desmayarme al ver la sangre...

—Gracias —el pelinegro se sentía extrañamente más tranquilo por haber aclarado eso—. Me sentiré más seguro si estás a mi lado.

—Tendrás un buen parto, tu mamá vigilará todo desde donde quiera que esté.

—Eso espero —Paul sonrió con melancolía, pero su gesto se vio interrumpido de pronto por uno de sorpresa—. John, el bebé está moviéndose, ¿te gustaría... bueno, sentirlo?

Lennon sonrió y asintió con rapidez, aunque colocó su mano sobre el vientre del pelinegro de forma delicada. McCartney no había mentido. El pequeño parecía estar utilizando el poco espacio que tenía para estirar sus extremidades, lo cual estiraba a su vez la piel del embarazado. Estaba a punto de hacer un comentario sobre el momento, pero Paul habló primero.

—Es fascinante, ¿verdad? —el pelinegro presionó un poco su pancita justo donde sabía que estaba el pie del bebé, el gesto fue devuelto desde el interior—. Conforme pasan los días, me parezco cada vez más a una ballena, pero sentirlo es como un ancla para mí, me hace sentir feliz.

—Creo que este es el momento idóneo para hablar sobre nombres —John sonrió y, con su mano libre, sacó una pequeña hoja doblada de su bolsillo—. Es la lista que te dije que haría, anoté los que me gustan y también los que tú habías mencionado antes.

Paul tomó la hoja para desdoblarla y sus ojos brillaron al ver la lista de nombres: el magnate había escrito al menos ocho opciones. Sabía la importancia de su decisión, pues su pequeño sería el único afectado; así que tenían que pensarlo muy bien.

—Me gusta este —el pelinegro señaló una de las opciones que estaba casi al principio.

—Es un lindo nombre.

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