Capítulo 6

El director de Bookleaf no paraba de dirigirle miradas asesinas a John y al señor Kite, el abogado principal de Lennon Enterprises Holding, Inc. No había sido sencillo, pero el magnate había encontrado una línea en el contrato del hombre que le brindó la solución perfecta.

—Trabajé los últimos doce años de mi vida en esa empresa de porquería —el hombre movía sus manos con desesperación, pero ya no sabía en qué podría respaldarse para ganarle al nuevo dueño de la editorial—. No puede simplemente echarme a la calle de esta manera... ¡Es injusto! ¡Atenta contra mis derechos!

—No, no estoy atentando contra sus derechos, señor Best —el magnate sonrió con tranquilidad, no estaba dispuesto a darle ni un centavo al hombre—. Mi abogado ya le ha explicado, pero si no entendió sus palabras, le explicaré con unas que sí pueda comprender: no es posible echar a un hombre que jamás estuvo dentro.

—Firmé un contrato, usted lo sabe —el hombre señaló la hoja que Lennon tenía en su escritorio—. Ese documento dice que mi empleador me dará el equivalente a una quincena de salario por cada año trabajado en caso de despido, así que no pienso abandonar esta oficina sin que me aseguren que recibiré lo que me corresponde por mis años de servicio.

—Ese era el acuerdo que usted mantenía con el dueño anterior —explicó el abogado con una expresión en su rostro que no implicaba otra cosa que seguridad—. El documento con el que usted intenta defenderse, al igual que los demás contratos, quedó anulado cuando Bookleaf pasó a manos de mi cliente.

Peter Best negó de inmediato, sin querer entender las palabras del legista. Se negaba a quedarse en la calle y tampoco deseaba perder la reputación que se había ganado.

—Están mintiendo —Best intentó sonreír, pero sólo una fea mueca se plasmó en su cara—. Si esos contratos hubieran quedado anulados, los demás empleados estarían en la calle también.

—No lo están, sólo usted —Lennon se encogió de hombros y le extendió una carpeta—. Bookleaf sólo le pagará lo que usted exige cuando el dinero que se perdió en todas esas transacciones fraudulentas regrese, señor Best.

Los ojos del hombre se abrieron tanto que John temió por un momento que fueran a salir de sus cuencas. El magnate miró a su abogado para recibir la señal que tanto llevaba esperando y miró a Best por última vez.

—Me temo que debo retirarme ya —habló John, sonriendo de forma casi imperceptible al percatarse que la confianza del hombre que estaba frente a él se había desvanecido—. Si tiene alguna duda, puede consultarlo con el señor Kite. Que tenga un buen día.

Después de decir eso, salió de inmediato de la sala de reuniones para dirigirse a su oficina a continuar con su trabajo. Frunció el ceño al descubrir que Stuart estaba esperándolo afuera, sentado en uno de los sillones blancos que había en la sala previa a su área personal.

Llevaba una camisa color azul marino que hacía que su piel se viera más blanca que de costumbre, el cabello hacia atrás y unas gafas de sol tan oscuras que era imposible ver sus ojos.

—Creí que no ibas a venir —John se detuvo junto a él—, dijiste que querías asegurarte de que todo estuviera listo para los invitados.

Lucía muy apuesto ese día, pero el magnate se negaba a admitirlo en voz alta.

—Tenía un par de cosas pendientes, cosas de importancia —Sutcliffe sonrió y lo invitó a tomar asiento junto a él dándole palmaditas al sillón. Lennon negó con la cabeza—. Vamos, sabes que no muerdo, al menos no lo hago fuera de la cama.

—Stuart... —el magnate alzó una ceja.

—Eres un gruñón —el diseñador gráfico rió y se cruzó de brazos—, ni siquiera en mi cumpleaños logras tratarme con más afecto. ¿Acaso no podemos sentarnos como dos amigos para quejarnos un poco del trabajo? Eso es lo que hacen los amigos normales

John rodó los ojos.

—No —contestó—. En primer lugar, se supone que tienes que estar trabajando en esas cosas de importancia que mencionaste; en segundo, no olvides que aquí soy tu jefe y que tú eres un empleado más del holding; por último, sabes que tú y yo no somos amigos normales.

Lennon hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y entró a su oficina, siendo plenamente consciente de que Stuart no dejaría de intentar acercarse a él nunca. Se sentó en uno de los sillones de piel y esperó a que el diseñador gráfico lo acompañara, cosa que ocurrió muy pronto.

— ¿De verdad somos amigos, John? —por primera vez en mucho tiempo la voz de Stuart sonaba triste. Lennon dudó su respuesta por un momento, pero terminó asintiendo—. Es mi cumpleaños y ni siquiera me has felicitado.

—Lo siento, feliz cumpleaños —el empresario se levantó del sillón para abrazar a Sutcliffe, luego volvió a su lugar—. Es que... es difícil tratarte como un amigo cuando siento que me acosas todo el tiempo, no es cómodo para mí, es un fastidio; pero te tengo el aprecio suficiente para no echarte a la calle o llamar a los de seguridad, ¿sabes?

—Lo siento —el diseñador gráfico relamió sus labios—, no quiero ser una molestia para ti, créeme que jamás ha sido mi intención, pero... no sé de qué otra manera obtener tu atención.

Lennon soltó una carcajada.

—Stuart, no necesitas tener mi atención.

—Sí, John.

—No —el magnate negó con la cabeza.

—Sí.

—Claro que...

Sutcliffe acortó la distancia entre ellos para unir sus labios con cierto temor de lo que pudiera suceder y colocó sus manos en el cuello de su jefe para evitar que se apartara. Para su sorpresa, Lennon no sólo correspondió, sino que intensificó el beso. Se sentía muy bien para ambos. Stuart extrañaba los labios de John: delgados y hábiles; Lennon se sorprendió al darse cuenta que no había olvidado cómo se besaba a otra persona.

El magnate se separó del diseñador gráfico al sentir que este intentaba desabrochar los primeros botones de su camisa. Sutcliffe sonreía con timidez, John se sentía un completo idiota por caer de nuevo en su trampa.

—Eso estuvo mal —el empresario parecía abrumado—. No debimos besarnos, Stuart, alguien pudo vernos.

—Los besos son algo común entre las personas que están enamoradas —habló Stuart, como si se tratara de algo banal—. Yo... todavía siento muchas cosas por ti, John. Estoy enamorado, nunca he dejado de quererte.

El diseñador gráfico se calló y observó a su acompañante, esperando una respuesta positiva que fuera de la mano de una sonrisa de oreja a oreja. El magnate negó con la cabeza y se llevó las manos a la cara con frustración.

—No puedo decir lo mismo, Stuart... —suspiró al descubrirse el rostro—. Enterré todos esos sentimientos el día en que te casaste con Astrid, no deseo ni pretendo que vuelvan.

Sutcliffe se sentía herido, lo suficiente como para abandonar la oficina de John sin decir algo más.

. . .

Richard estaba dirigiéndole esa mirada de padre decepcionado, y a Lennon le quedaba claro que la merecía después de semejante sandez. El guardaespaldas colocó en el escritorio de su jefe la pesada caja que contenía el kit de pinceles profesionales y los botes de pinturas.

—Soy un idiota, Ringo —admitió el magnate al mismo tiempo que acariciaba la caja de regalo—. Tú y yo habíamos discutido sobre las posibilidades de que Stuart decidiera besarme, recuerdo haberte dicho que lo abofetearía si eso ocurría; pero sigo sin perdonarme haber correspondido.

—Es normal que lo hayas hecho, John —el guardaespaldas suspiró—. ¿Cuándo fue la última vez que besaste a alguien? Y me refiero a un beso de verdad, no a esos de aprecio que se dan en la mejilla.

Los ojos cafés se fijaron en los azules mientras Lennon intentaba acordarse, sin éxito. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez como para que pudiera recordarlo con exactitud.

—No lo sé —respondió.

— ¿Lo ves?

A regañadientes, John asintió mientras caminaba en círculos por su oficina. Le desagradaba en demasía que alguien le hiciera ver sus errores, pero toleraba cuando su mejor amigo lo hacía. Starkey sonrió.

— ¿Decidiste qué vas a hacer?

—Iré a la comida —el magnate hizo una mueca y tomó la caja de regalo—. Tengo que darle esto y hablar con él sobre lo que pasó en la oficina, no quiero que vuelva a repetirse jamás.

—Quizá eso sea una mentira —habló el guardaespaldas—. Ambos sabemos que no lo has superado del todo y, muy en el fondo, esperas que deje a Astrid para estar contigo, John.

—Ya no es así, Ringo —Lennon negó con la cabeza—. No voy a decir que ese pensamiento nunca pasó por mi cabeza, pero ahora mismo no quiero nada con Stuart. Él eligió a Astrid y debe ser firme en su decisión.

. . .

John se sintió incómodo cuando bajó del Rolls Royce y se percató de que la hija de Astrid y Stuart venía corriendo con alegría hacia él. La pequeña, que era ahijada de Lennon, lo abrazó con fuerza.

—Qué bueno que estás aquí, tío John —le dijo Vera, quien tenía seis años—. Papá está de mal humor en su fiesta especial y ya se nos acabaron las ideas para hacer que se alegre. ¿Crees que puedas hacer algo? Eres su mejor amigo.

—Claro que sí, princesa —el magnate besó su frente—. Intentaré hacer algo.

La expresión facial de la pequeña se tornó de total sorpresa cuando se percató de la gran caja de regalo que llevaba el empresario.

— ¿Eso es para mi papi? —Vera señaló la caja. John asintió—. ¿Quieres que te ayude a llevarla?

—No, está pesada y podrías lastimarte.

—Yo soy muy fuerte, mira —la niña cerró el puño y flexionó su brazo para intentar demostrar lo que acababa de decir.

—Sé que lo eres —Lennon tocó la nariz de Vera, quien rió ante la acción—, pero quiero ser yo quien se la lleve a tu papá.

—Está bien, vamos.

La hija de los Sutcliffe lo tomó de la mano para que entraran a la residencia, pero eso no impidió que John mirara una vez más su automóvil. Su guardaespaldas se había negado a acompañarlo y había prometido que estaría en el vehículo para cuando el magnate hubiera terminado con sus asuntos.

—Mira, mami, tío John llegó —Vera no paraba de dar saltos junto a su madre.

—Vera, tranquilízate y ve a ayudar a Chuck a alistar los platos —la mujer llevaba más de una década viviendo en Inglaterra, pero aún no perdía el acento alemán. Sonrió al ver al recién llegado—. Qué sorpresa verte por aquí, Stuart me dijo que era muy probable que no vinieras.

—Stuart es un tonto —ambos rieron—. Soy su amigo, no me perdería su cumpleaños por nada en el mundo.

—Eso es lo que le dije yo —la mujer se encogió de hombros.

—A propósito, ¿dónde está?

—En la habitación de Dave —contestó Astrid—. Nuestro bebé necesitaba un urgente cambio de pañal y le tocaba a papá.

— ¿Te importa si voy con él?

—Claro que no, John, ve.

Lennon le dirigió una sonrisa amable antes de alejarse de ella para ir a la habitación del bebé de los Sutcliffe. Encontró a Stuart sentado en una mecedora con el pequeño en brazos.

—Viniste...

—Así es, y te traje un regalo que te encantará —sacudió ligeramente la caja—. Es un kit de arte, ya sabes, para que hagas esas pinturas increíbles y los bonitos dibujos que te gustan tanto.

—Gracias —Stuart sonrió—. ¿Podrías colocarla sobre esa cómoda? Estoy intentando hacer que Dave se duerma.

—Sí, claro —el magnate dejó la caja con cuidado en el lugar señalado y miró al hombre—. Eh... ¿podemos hablar sobre lo que pasó esta mañana en la oficina?

— ¿Acaso te importa?

—Sí, no quiero confundirte —John se encogió de hombros—. Stuart, tienes una esposa y tres hijos maravillosos; yo no tengo nada más valioso como para que intentes darles la espalda.

— ¿Por qué correspondiste el beso?

—No lo sé, fue una especie de impulso —respondió Lennon—. Fui honesto contigo al decirte que ya no siento nada hacia ti. Tú y yo vivimos momentos muy felices, pero eso ya quedó en el pasado y no podemos hacer nada para cambiarlo. Debes enfocarte en el presente, ¿no amas a tus hijos?

Stuart vio al bebé de escasas semanas de nacido en sus brazos y después fijó su vista en los ojos cafés.

—Con toda mi alma, John —contestó el diseñador gráfico—. Podré dudar de mil y un cosas en mi vida, pero no del amor que siento por ellos. Aunque... lo que siento por ti es algo diferente, ¿sabes?

El magnate entrecerró los ojos, sin comprender qué era lo que Stuart pretendía con lo que acababa de decir.

—No lo sabes —Sutcliffe rió—, necesitarías tener un hijo para comprender algo así.

—Tal vez —John se encogió de hombros—, pero tener un bebé no está en mis planes, sabes que no soy un gran fan de ellos; y no he corrido el riesgo de dejar a alguien embarazado en los últimos años, así que no me preocupo.

—Si quisieras uno, sabes que yo puedo...

—No gracias —se apresuró a decir John—. Lo único que quiero de ti en este momento es que me prometas que no volverás a hacer algo como lo de esta mañana y que desistirás de intentar algo conmigo para enfocarte en la felicidad de tu familia.

—Está bien, lo prometo.

Detrás de la espalda del bebé, un sitio que John no podía ver, Stuart tenía los dedos cruzados.







Todavía faltan algunos capítulos para que John y Paul se conozcan, sólo puedo pedirles que sean pacientes.

¿Qué opinan de Stuart?

Nos leemos pronto.

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