Capítulo 58
Lo bajaron deprisa de la ambulancia para ingresarlo al hospital, los paramédicos parecían asustados, pero no se comparaba con lo que estaba experimentando el pelinegro en todo el cuerpo: dolor extremo y miedo. Miró hacia ambos lados de la camilla mientras lo conducían por el pasillo principal del lugar, pero no pudo ver a John en ninguna parte.
—John... —alcanzó a chillar antes de que otra fuerte contracción lo golpeara con fuerza.
Cerró los ojos por un momento, el dolor comenzaba a hacer que se sintiera desorientado. Deseó que alguien le hubiera advertido de lo horrible que se sentiría, deseaba que todo terminara.
Abrió los ojos cuando sintió varias manos sobre su cuerpo: estaban quitándole la ropa para ponerle una bata de hospital. Quiso protestar, pero el dolor seguía ahogando su voz. No necesitaba cambiarse, sólo que lo ayudaran con el dolor. Volvió a buscar a su pareja entre la multitud, pero ninguna cara le resultó familiar.
El dolor lo azotó de nuevo, se extendía desde la parte baja de su espalda hasta cada una de sus extremidades. Escuchó una risa a lo lejos, seguramente alguien del personal médico; pero McCartney estaba demasiado débil como para mostrar su molestia. Sintió que iba a desmayarse. Estaba seguro de que no podría soportar mucho.
—John... —todos parecían ignorarlo mientras le colocaban algo alrededor del vientre y revisaban sus signos vitales—. ¡John!
—Tranquilo, no tiene que añadir más estrés a esto, señor McCartney —un médico se acercó a él, por fin prestando atención a su paciente, pero sin que su expresión facial fuera amigable—. El señor Lennon llamó, está atendiendo algo importante y no podrá venir.
—No puedo hacerlo solo... —volvió a mirar a las personas que estaban alrededor de él, no permitió que el dolor ahogara su voz de nuevo—. ¡John!
La desesperación lo llevó al llanto y a una desorientación que iba a provocarle dolor de cabeza tarde o temprano. John no estaba. Sintió náuseas. John no iba a llegar. Ni siquiera le importó que el médico le separara las piernas para examinarlo. John lo había abandonado.
—No hay latidos, doctor... —comentó una de las enfermeras.
Las palabras paralizaron a McCartney, quien buscó la mirada del médico, esperando que le indicara qué debía hacer. El hombre se quitó el estetoscopio del cuello para llevar las olivas a sus oídos y la campana y diafragma al vientre del paciente.
—No hay latidos... —repitió en un susurro.
—No, no, no...
Paul pujó con todas sus fuerzas, aunque nadie se lo pidiera, estaba seguro de que podrían hacer algo por su bebé una vez que estuviera afuera. Cerró los ojos y se concentró en expulsar a su hijo lo más rápido posible. Sólo paró dos veces para recuperar el aliento.
El mundo se detuvo cuando el bebé estuvo afuera. No escuchó su llanto, tampoco había sonrisas en los rostros del personal médico. Su hijo no se movía.
— ¡Haga algo! —le exigió McCartney al médico, impotente—. ¡Ayúdelo! ¡No se puede morir!
—Lo siento, cariño...
Paul desvió la mirada hacia el rincón de donde había provenido la dulce voz de su madre. Vestía su impecable uniforme de enfermera y, a pesar de la sonrisa triste que había en su rostro, lucía como un ángel. La mujer se acercó a su hijo sólo para tomar el diminuto cuerpo inerte. Miró al pelinegro una vez más antes de dirigirse hacia la salida.
—No te lo lleves, ¡no! ¡Mamá! ¡No! ¡Por favor!
Despertó sobresaltado, Prudence y otros dos empleados, jardineros, de la casa se encontraban al pie de la cama, claramente preocupados por el pelinegro. McCartney miró a su lado, esperando ver a su pareja ahí, pero sólo era el espacio vacío de la cama.
—Sólo fue una pesadilla, señor McCartney —le aseguró uno de los empleados, el que se encargaba del jardín que estaba justo detrás de la casa principal—. Todo está bien, vuelva a dormir.
—No va a poder dormir así, Michael —Prudence rodó los ojos y se acercó a Paul para tocar su frente—. Está hirviendo, ¿se siente bien? —La mujer le quitó las cobijas de encima y miró al joven que estaba junto a Michael—. Llama al doctor Sellers y pregúntale qué podemos darle al señor Paul.
—Pero son las dos y media de la mañana... —protestó Frank.
—Estoy bien —habló Paul, sentándose lentamente en la cama—, creo que un baño me calmará la fiebre.
Prudence asintió.
—Iré a preparar la bañera, entonces.
La mujer se dirigió al baño que había junto a la habitación principal sin decir algo más o siquiera ver al pelinegro para recibir una confirmación. McCartney llevó ambas manos a su vientre, deseando que el bebé se moviera un poco para calmar la ansiedad que la pesadilla le había producido; pero el pequeño estaba durmiendo y no parecía tener intenciones de moverse pronto.
—¿Dónde está John?
—El señor Lennon todavía no llega a casa, señor McCartney —Michael lo ayudó a levantarse—. Imaginamos lo peor cuando lo escuchamos gritar, por eso vinimos enseguida; fue un alivio saber que sólo se trataba de una pesadilla.
—La peor pesadilla de todas —Paul asintió—. Me siento más cansado que cuando me fui a dormir.
—Bueno, puede regresar a la cama después de que la fiebre baje —comentó Frank antes de ver a Michael—. ¿Deberíamos llamar a la casa de la señora Smith para comunicarnos con el señor Lennon?
—No —pidió Paul—. Sólo se preocuparía y no es necesario que eso pase, estoy bien, de verdad.
. . .
Los gatitos de Goose habían nacido en algún punto de la madrugada: cuatro criaturas llenas de un corto pelaje que las hacía verse adorables. Paul había sido el primero en descubrir a la madre alimentando a sus crías después de minutos de maullidos. Todo había ocurrido en el armario de John, donde al parecer la felina se había encargado de construir una especie de cama con la ropa del magnate.
Aunque la primera reacción del pelinegro había sido de felicidad pura, sus miedos y dudas sobre su próxima maternidad opacaron el sentimiento. Goose parecía saber exactamente qué hacer con cuatro seres diminutos que dependían de ella mientras que McCartney estaba convencido de que él iba a fracasar cuando tuviera a su hijo en brazos.
— ¿Y si no puedo ser lo suficientemente bueno contigo? —preguntó en voz alta, acariciando el área de su vientre donde acababa de sentir una leve patada—. No quiero fallarte, pero tengo miedo, bebé. —Vio a Goose lamer a uno de los gatitos y sonrió un poco—. Todavía no sé cómo es traer al mundo a otro ser vivo, pero debes estar exhausta de haber traído a cuatro, dejaré que descanses.
Salió del amplio armario de John y, luego de tomar su crema, se sentó en el borde de la cama para untarse una buena cantidad sobre el vientre. Desde que notó la primera estría, había decidido aumentar la frecuencia en que se aplicaba la sustancia, así como la cantidad. Estaba decidido a no pasar por lo mismo una segunda vez.
Una vez que terminó con la aplicación de la crema, se vistió con algo cómodo y bajó a la cocina. En condiciones normales no era común que quisiera desayunar casi en cuanto ponía un pie fuera de la cama, pero estando embarazado era otro cantar. Apenas si entró al recinto, tomó una de las jugosas manzanas que había en una canasta y le dio una mordida.
Prudence sonrió al verlo.
—Feliz Navidad, señor Paul —lo saludó, sonriendo—, ¿cómo se siente?
—Feliz Navidad, Prudence —el pelinegro le dio un abrazo a la mujer—. Me siento bien, pero desperté con muchísima hambre. Creo que ya aumenté el peso que el doctor Sellers quería —respondió antes de darle otra mordida a la manzana—. ¿John salió temprano?
—El señor Lennon no ha vuelto todavía —la mujer negó con la cabeza—, quizá decidió pasar la noche en casa de su tía.
—Qué extraño, dijo que volvería temprano... —el pelinegro suspiró— supongo que buscaré el número de la veterinaria que revisó a Goose. Los gatitos nacieron anoche y creo que alguien debe venir a asegurarse de que están bien, sé que no es buena idea moverlos.
—De seguro podrá encontrar el número entre las cosas que el señor Lennon tiene en su oficina, pero primero el desayuno —O'Brien le señaló una de las sillas de la mesa que había en la espaciosa cocina—. Vamos, siéntese, le prepararé algo, estoy segura de que Goose se las arreglará una hora más sin que venga la veterinaria.
—Está bien.
Cuando McCartney se terminó el enorme plato de comida que le habían preparado especialmente para desayunar, volvió a considerar la idea de que Prudence se había propuesto engordarlo luego de que John le mencionara que el médico había indicado que tenía que subir de peso para disminuir el riesgo de aborto. Se sentía como un globo a punto de reventar.
—Quizá sea bueno que dé un breve paseo —le sugirió la mujer después de la tercera queja del pelinegro sobre lo mucho que acababa de comer—, aunque creo que el médico había dicho que tampoco debía caminar demasiado.
—Estoy decidido a perder todo el peso que he ganado en el embarazo cuando el bebé nazca... —Paul hizo un puchero, luego de colocar su mano en el área de su vientre donde sentía al bebé pateando—, pero no sé si debo ser optimista o resignarme a que mi cuerpo nunca volverá a ser como antes.
—Es jóven, señor Paul, estoy segura de que podrá hacerlo.
McCartney sonrió ante aquellas palabras, esperando que tuviera razón. Estuvo charlando con la ama de llaves hasta que la camada de Goose volvió a su mente y optó por levantarse e ir a la oficina de Lennon para buscar el teléfono.
Sonrió como tonto una vez que estuvo en el espacio de trabajo de su novio, todo olía a la loción de John. El pelinegro ocupó la elegante silla de su pareja y abrió uno de los cajones para extraer varias carpetas y buscar algún documento que le fuera de utilidad. Los expedientes contenían en su mayoría documentos del holding de Lennon y había algunos que guardaban dibujos de una persona en específico: Stuart. Eran al menos siete dibujos a lápiz, todos firmados por el magnate.
Sintiéndose un poco confundido, regresó todo a su lugar y buscó en otro de los cajones. Encontró las escrituras de Tittenhurst Park, del edificio del holding y de la casa donde John había vivido con Cynthia. Sintió un nudo en el estómago al hallar un expediente con su nombre completo en la parte frontal, lo abrió después de pasar algunos segundos preguntándose si era lo correcto.
Lo primero que reconoció fue la mirada inocente que el fotógrafo de la empresa de acompañantes había capturado en su rostro el día que firmó su contrato, justo antes de que le dijeran que iban a colocarla en el catálogo de acompañantes y que lo llamarían si alguien estaba interesado en él. Frunció el ceño al encontrar los negativos de la fotografía en la misma carpeta, pero no le dio mucha importancia. El resto de las hojas era su historial: tanto médico como familiar, incluso su acta de nacimiento, documento que supuso que la empresa le había otorgado a John.
No obstante, la última página lo dejó helado: era un documento firmado por el director de la empresa de acompañantes donde se indicaba que Paul quedaba absuelto de toda obligación y responsabilidad que establecía el contrato que había firmado, también se mencionaba en otra de las cláusulas que la empresa no volvería a contactar a McCartney y que se comprometía a entregar todos los documentos que tuvieran en su poder sobre el acompañante a la empresa de Lennon o destruirlos. Todo a cambio de medio millón de libras esterlinas.
Paul no supo cómo sentirse. Por un lado estaba agradecido de que realmente su conexión con la empresa de acompañantes fuera nula, pero también estaba decepcionado de que John no le hubiera mencionado nada sobre el acuerdo al que había llegado, y molesto porque había permitido que se preocupara por las sanciones que el inclumpliento de un contrato -que para entonces ya no tenía efecto- implicaba.
La siguiente carpeta contenía el historial médico de su embarazo, así como algunas de las ecografías. También se encontraban algunas hojas con cotizaciones de diferentes hospitales privados en Londres que seguramente el castaño había considerado como buenas opciones para el parto de McCartney. John era más organizado de lo que Paul creía. Sin embargo, no fue hasta la última hoja cuando el pelinegro se sintió morir en vida. Era un documento similar al que la tía de John había querido que firmara para renunciar a sus derechos sobre el bebé, pero la que Paul sostuvo en sus manos era distinta: eran varias hojas membretadas del holding de John, se hacía mención a una cantidad exorbitante de dinero que se le pagaría a McCartney y contenía la firma del magnate al final, justo a un lado de un espacio con el nombre "James Paul McCartney" abajo.
Cerró la carpeta con fuerza, sin poder creer lo idiota que había sido y lo hipócrita que John era. Sólo había una manera en que Paul renunciaría a su bebé para dejarlo al cuidado de John: estando muerto. Regresó las cosas a su lugar, aún incómodo, pero decidido a buscar los documentos de Goose cuando escuchó la inigualable y sonora risa de John. Se levantó de la silla y salió para bajar las escaleras. Lo encontró en el pasillo, saliendo de la cocina con dos vasos de agua en las manos.
—Hola, Paulie —sonrió, sus ojos brillaban con alegría—. Sé que te dije que volvería temprano a casa, pero ocurrió algo imprevisto y tuve que arreglarlo. Prudence me dijo que tuviste una noche difícil, pero no me quiso decir por qué, ¿ya te encuentras mejor?
—Sí... tuve fiebre y una pesadilla.
— ¿Fiebre? De seguro eso te causó la pesadilla —el castaño frunció el ceño—. Debiste llamarme o ellos... tienen la indicación de llamarme cuando pase algo de gravedad. ¿Y si hubieras empeorado y hubieran tenido que llevarte al hospital?
—No te molestes con ellos, yo les dije que no te llamaran.
McCartney suspiró. No estaba seguro si hablar con Lennon en ese momento era lo indicado, todavía se sentía extraño con lo que acababa de descubrir. Lo cierto era que la comunicación en pareja era importante y entre más rápido aclararan el tema, sería mejor para su estabilidad mental.
—John, creo que necesitamos hablar...
—Suena como algo serio —Lennon chasqueó la lengua—, ¿William ya te dijo que se va a mudar?
— ¿William se va a mudar? —el pelinegro frunció el ceño.
—John, ¿qué pasó con mi vaso de agua? —Stuart había salido de la sala para dirigirse a la cocina. Sonrió de forma falsa al ver a Paul—. Oh, hola, ¿cómo has estado? ¿Qué tal el embarazo?
McCartney miró a Lennon con más molestia de la que le hubiera gustado demostrar.
— ¿Qué hace él aquí?
—Anoche tuvo un problema con Astrid y lo echó de la casa —respondió el empresario intentando tranquilizar a su pareja—. Como yo fui más o menos el responsable del problema, le ofrecí que viniera a vivir acá por un tiempo. Además, quiero que haya alguien cuidándote ahora que William se irá.
—Y creíste que tu ex novio sería la persona idónea para hacerlo, claro —Paul rodó los ojos—. Estás enfermo, John, y yo no quiero seguir al lado de alguien así...
McCartney se dio media vuelta para subir las escaleras.
Lo siento si asusté a alguien con la primera parte del capítulo, quería plasmar el miedo de Paul por el parto jajaja
¿Qué opinan de lo que Paul descubrió entre los documentos de John?
¿Qué creen que pase ahora que Stuart está en la casa?
*inserte comentarios, quejas y sugerencias aquí*
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