Capítulo 56

Fue John quien despertó primero la mañana de víspera de Navidad, aunque no precisamente por voluntad. Necesitaba dormir más. La noche anterior Paul no podía conciliar el sueño gracias al constante movimiento del bebé, así que John había optado por mantenerse despierto y charlar con su pareja sobre asuntos importantes como el nombre del bebé y sobre la inscripción de McCartney para presentar el examen que le permitiría entrar a la universidad.

Aunque no era muy temprano, soltó un quejido y maldijo entre dientes para luego levantarse y dirigirse a su estudio, que era el espacio donde se encontraba el teléfono más cercano. Tomó el aparato y llevó la bocina hasta su oído.

— ¿Hola?

—John Winston Lennon —la voz de su tía lo incitó a hacer una mueca de disgusto—, ¿puedes explicarme por qué tu oficina está cerrada?

—Porque es casi Navidad —el magnate soltó un bostezo, sólo quería terminar con la llamada para volver a la cama—, todos merecemos estar con nuestras familias. Además, cerrar un par de días no hará que me vaya a la quiebra. ¿Alguna otra pregunta?

— ¿Por qué has estado evitándome? —preguntó Mimi, con el mismo tono de voz que siempre utilizaba para reprender a su sobrino—. Llevo una semana llamando a tu oficina y también a tu casa, pero nunca puedes atenderme. Tampoco has dado respuesta a los mensajes que he dejado con tu secretaria.

—No estaré en la cena —contestó sin titubear—. Paul me necesita y, antes de que lo sugieras, no pienso meterlo en la boca del lobo de nuevo. Tiene que estar calmado, su embarazo es de riesgo ahora; no voy a exponer a mi familia por una tonta cena llena de esos charlatanes pretenciosos a los que llamas amigos.

— ¿Cómo pretendes que ese... Paul me agrade si desde que llegó no tienes ni un momento para mí? —el castaño volvió a rodar los ojos ante la acusación de su tía—. Fui yo quien te crió, no lo olvides, John.

—No me dejas hacerlo...

—Te veré en la cena —aseveró Smith—. Si me tienes un poco de aprecio y eres agradecido porque te acogí en mi casa cuando tu madre te dejó por ese hombre... vendrás.

Mimi...

La mujer no lo escuchó, colgó antes de que Lennon pudiera terminar la oración. El hombre regresó el aparato a su lugar con fuerza; en momentos como ese añoraba los días en Liverpool, cuando su tía al menos lo escuchaba un poco y no se esforzaba por tener un control total de la vida de su sobrino.

John volvió a la habitación y sonrió al ver a Paul todavía recostado en la cama, pero despierto y con ambas manos sobre su abultado vientre. El magnate se acercó a él para darle el primer beso del día.

—Mi tía Mimi llamó —le contó, antes de que el chico se lo preguntara. McCartney evitó mostrar su disgusto, aunque la mujer no le agradaba—. Volvió a mencionar lo de la cena de esta noche en su casa, creo que está celosa de que ahora te ponga más atención a ti que a ella.

—Creí que le dirías que no íbamos a ir a la cena.

—Lo hice, pero sabes que mi tía Mimi no es de las personas que aceptan un "no" como respuesta —Lennon colocó las manos cerca de las de su pareja para intentar sentir los movimientos del bebé. Aún así no apartó la vista del pelinegro—. Quizá no me habría invitado a su tonta cena si me hubieras dejado vender las acciones de su empresa...

—Por si no lo habías notado, tu tía es problemática —Paul rodó los ojos con molestia—, y yo no necesito tener más problemas. Entiendo que sea tu familia y que la aprecias porque fue como una segunda madre para ti, pero no me gustaría que sucediera algo parecido a lo de la última vez que fuimos a su casa.

—No pasará nada así, lo prometo —la voz del magnate era firme mientras negaba con la cabeza—. Saludaremos a los demás invitados, cenaremos y volveremos a casa temprano. No me apartaré de ti en ningún momento.

—Si tú quieres ir a la cena, está bien —McCartney apartó las manos de Lennon de su vientre para luego sentarse en la cama—, pero yo no iré. Tú tía me odia y probablemente también a mi bebé, así que me quedaré en donde sé que puedo protegerlo.

—Paul...

El pelinegro negó con la cabeza antes de levantarse de la cama.

—No voy a ir.

. . .

Si había algo que John detestara más que conducir un automóvil, era estacionarlo cuando había otros vehículos cerca; así que se había asegurado de llegar antes de la hora acordada a la casa de su tía y dejó su Rolls Royce en un buen sitio para luego bajar.

Se sentía extraño ir a un evento meramente social sin su pareja, pero sus estrategias y propuestas no habían logrado convencer a Paul, quien argumentó que prefería quedarse en el departamento de William para ayudarle con el recién nacido.

Lo cierto era que Lennon no le había creído del todo, pues sabía que el pelinegro pasaría la tarde en el piano o volviendo a revisar la lista de posibles nombres antes de volver a enfrentarse a su miedo de no ser bueno para cuidar a un bebé. La lista sonaba también como algo más interesante, incluso para John. Hasta el momento tenían Theo, James, Noah, Matthew y Alexander. No eran demasiados, pero ambos parecían querer esperar a que el niño naciera para nombrarlo.

—Buenas noches, señor Lennon —lo saludó el ama de llaves de Mimi una vez que abrió la puerta—. Me temo que llegó un poco temprano, su tía se encuentra en su taller, ¿quiere que la llame?

—No, descuide, prefiero sorprenderla —John le sonrió a la mujer antes de que volviera a la cocina.

El castaño caminó por el largo pasillo que conducía hasta el taller donde cobraban vida algunos de los diseños que habían convencido lo suficiente a Smith. Una vez que llegó, optó por abrir la puerta sin dejar saber a su tía de manera previa sobre su presencia. Encontró a la mujer detrás de su escritorio, con sus gafas de lectura puestas y una mirada de molestia en el rostro.

— ¿Todo en orden?

—Un verdadero desastre —respondió ella sin inmutarse—. Las telas que pedí desde India no llegarán a tiempo para que pueda seguir trabajando. Si detengo la producción, los diseños no estarán listos en el lapso que había establecido con mis clientes.

— ¿Por qué no vas y las recoges de manera personal? —preguntó el magnate mientras se acercaba al escritorio de la mujer para ver la carta del proveedor de las telas—. Te hará bien un cambio de aires, en especial a ti que te gusta viajar.

— ¿Insinúas que vaya a hacer el trabajo de los de la paquetería? Porque no lo haré, para algo les pagan... —Mary Smith alzó la vista para ver a su sobrino y frunció el ceño al verlo solo—. ¿Dónde dejaste a tu escort? Ya sabes, al tal Paul.

—No es mi escort, Mimi, es mi pareja —el empresario sabía que su tía sólo quería provocarlo y no estaba dispuesto a complacerla—. Se sentía indispuesto y decidió quedarse en casa para descansar, el doctor recomendó mucho reposo por el alto riesgo que tenemos de perder al bebé.

—Es una lástima —la mujer abrió el cajón de su escritorio para guardar la carta—, se perderá el increíble pescado que cenaremos.

—Descuida, el pescado le provoca náuseas... —Lennon sonrió y sacó una ecografía del cajón de su tía. Por un momento pensó que la mujer sí quería a su hijo después de todo—. Todavía no se distingue muy bien aquí. ¿Es la que te dio Paul hace tiempo?

—Sí, la dejó aquí la otra vez —respondió Smith, restándole importancia.

Recordaba bien aquella imagen. Deshacerse de ella para poder regalársela a su tía había sido un gran sacrificio por parte del pelinegro, quién conservaba todas las ecografías con mucho cariño. No iba a decirle que Mary la tenía guardada en un cajón junto a objetos y documentos de poca importancia.

—John, si pensamos las cosas de manera fría, ¿no sería conveniente que te realizaras una prueba de ADN cuando el niño nazca? Claro, en caso de que llegue a nacer...

— ¿Por qué no habría de nacer? —Lennon alzó una ceja y, aunque no quería hacerlo del todo, regresó la imagen al cajón—. Paul se está cuidando y todos estamos haciendo lo que está en nuestras manos para que tanto él como el bebé estén bien. Su embarazo es de riesgo por todas las cosas horribles que le han pasado, no por otra cosa. Y no, no me haré ninguna prueba porque...

Un par de toquidos en la puerta impidieron que el castaño terminara la oración. El ama de llaves abrió la puerta para darles un anuncio que incomodaría todavía más a John:

—El señor Sutcliffe y su esposa acaban de llegar, señora Smith.

— ¿Invitaste a Stuart? —Lennon frunció el ceño, confundido.

—Espléndido —Mary ignoró por completo la expresión incómoda que puso su sobrino—, diles que esperen en el salón. Iré de inmediato.

. . .

William colocó al pequeño Isaac en el moisés bajo la atenta mirada de Paul, a quien todavía le sorprendía lo bueno que era su amigo como madre. El rubio se sentó junto al pelinegro al borde de la cama para luego soltar un gran suspiro que denotaba una mezcla de alivio y cansancio. McCartney seguía observando al bebé.

—No entiendo cómo lo haces... —mencionó en un susurro, como si temiera despertar a su ahijado.

—Es cosa de práctica, supongo, ojalá vinieran con instructivo. Vamos a la sala antes de que despierte.

No tardaron en dirigirse al lugar mencionado. Campbell sonrió una vez que emparejó la puerta, por si su hijo despertaba; pero su sonrisa de alguna manera hizo todavía más visibles sus ojeras, llevaba días sin poder descansar como le gustaría. A Paul no se le ocurrió que quizá su amigo no estaba en las mejores condiciones para recibir visitas; de cualquier manera, William era demasiado amable como para echarlo.

— ¿Quieres un té? —le preguntó al pelinegro—. Yo necesito un café muy cargado, siento que voy a caer dormido en cualquier momento.

—No, estoy bien, gracias —Paul ocupó el sillón más pequeño—. Sólo que... John se fue a una cena que organizó su tía y evidentemente yo no iba a ir a esa casa. Esa mujer está loca, no entiendo cómo es que pudo criar a alguien como John.

— ¿Ah, sí? —William soltó un bostezo antes de sentarse en el sillón frente a su amigo.

—Por completo, ¿no recuerdas lo que pasó la última vez que fui? Me fui a Liverpool gracias a sus mentiras y casi termino escondiéndome por siempre de John. Esa mujer tiene una vibra extraña, me sorprende que John siga tolerándola.

—Es su tía, supongo que es normal —Campbell se cruzó de brazos y cerró los ojos—. Mi familia tampoco me trataba bien, pero no es algo que pueda cambiar.

—Esto es diferente —McCartney rodó los ojos—. Al menos tu familia te daba un motivo para tratarte así, no era correcto, pero al menos entendías por qué. Yo no sé por qué parece odiarme si me esforcé tanto por agradarle... ¿y sabes qué es lo peor? ¡John ni siquiera se esforzó en insistir que fuera a la tonta cena!

—Creía que no querías ir...

—Pues no, pero quizá hubiera cambiado de opinión si me hubiera insistido —su amigo sólo dejó caer su cabeza hacia atrás para quedar en una posición más cómoda—. Además... no sé quiénes irán a la dichosa cena, ¿y si su tía intenta jugar sucio de nuevo? John no es muy inteligente cuando está con su tía, ¿y si hablan de mí? ¿Crees que John me defienda del veneno de su tía? Creo que debí acompañarlo... ¿O hice bien en dejarlo ir solo? A veces siento que me falta decisión... ¿William?

La única respuesta que obtuvo fue un sonoro ronquido por parte del rubio, quien por fin estaba descansando luego de un largo día a solas con su bebé.

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