Capítulo 55

John sonrió mientras se acercaba a Paul, disfrutando del momento e imaginándose lo increíble que sería ver al pelinegro sosteniendo a su hijo; estaban a meses del parto todavía, pero el castaño sabía que le quedaba poco tiempo para comenzar a impacientarse, en especial luego de que Isaac hubiera nacido.

—Sé que ya lo había dicho, pero el bebé es muy lindo, William —comentó el empresario, apartando su vista del niño y de su pareja sólo por un breve instante—. Pelirrojo, pequeño y adorable.

—Gracias, señor Lennon —contestó el rubio, sonriendo con orgullo.

Después de eso, Campbell mencionó algo sobre los gastos del hospital que pareció motivar al magnate a responder de una manera risueña, pero McCartney no los escuchó. Estaba absorto en la criatura que tenía en sus brazos, poniendo especial atención en los delicados rasgos faciales y la manera en que el pequeño parecía estar acercándose a su pecho de forma casi instintiva. Comprendió lo que estaba pasando al ver a Isaac abrir la diminuta boquita muy cerca del lugar donde se encontraba su pezón.

—No... yo no...

Lo apartó de su cuerpo con la brusquedad suficiente para que el bebé comenzara a llorar. William no se demoró más que un par de segundos en quitarle al niño de los brazos para acunarlo al mismo tiempo que le susurraba palabras para tranquilizarlo. Paul no sólo estaba en estado de pánico, sino también muy avergonzado de sí mismo.

—Lo siento... —dijo en voz baja, esperando no cometer otro error—. No quería hacerlo llorar.

—No te preocupes —respondió William, sonriendo—. Llorar un poco no le hará daño.

El rubio continuó meciendo al bebé hasta que logró tranquilizarlo. McCartney, por otro lado, estaba experimentando una mezcla de emociones que distaban mucho de ser positivas o incluso agradables.

—Tiene buenos pulmones, ¿no lo crees, Paulie? —señaló John, notando lo tenso que lucía su pareja.

—Sí... —el pelinegro tragó saliva—. Los tiene.

Aunque ya no lloraba, el pelirrojo emitía sonidos que dejaban claro que pronto volvería a hacerlo. Campbell soltó una risita al verlo llevándose una de sus manitas a la boca y miró a sus visitas con aquella sonrisa tímida que parecía que no abandonaría su cara por un largo tiempo.

—Tiene hambre, así que voy a amamantarlo —les explicó—. A mí no me incomoda que estén aquí, pero si ustedes no se sienten, bueno, cómodos con esto... pueden esperar en la sala. No nos tardaremos mucho.

—Sólo alimenta al pequeñín —Lennon se encogió de hombros y miró a Paul, quien se limitó a asentir.

El pelinegro ladeó un poco su cabeza al ver al rubio desabrochar los primeros botones de la holgada camisa que llevaba puesta para dejar su hinchado pecho expuesto antes de acomodar al bebé en lo que parecía ser la posición más perfecta y cómoda para que comiera. A pesar de que no podía ver el rostro del bebé, estaba seguro de que Isaac no tardó en comenzar a hacerlo.

McCartney desvió la mirada hacia el suelo, en un fallido intento de controlar sus nervios. Ver la marcada curva de su propio abdomen sólo empeoró la situación. Cerró los ojos, deseando haberse negado a visitar a su amigo. Nunca antes se había sentido tan abrumado y asustado.

De pronto, alguien lo abrazó con cariño y comenzó a acariciar su espalda: John. Lo único que pudo hacer fue hundir su nariz en el cuello del castaño, todavía con los ojos cerrados.

—Paul y yo tenemos que irnos ya —escuchó la voz de Lennon—. Si necesitas algo, cualquier cosa, dile a alguno de los empleados. Les dejé claro que te ayudaran en todo lo que les fuera posible.

—Gracias, señor Lennon —respondió Campbell, quien seguramente hizo una seña para preguntar por su amigo. John se encogió de hombros—. Hasta luego.

El pelinegro sólo abrió los ojos hasta que estuvieron fuera del departamento del rubio y exhaló con alivio y de manera ruidosa por primera vez desde que el bebé había empezado a llorar. John dejó de abrazarlo para pasar uno de sus brazos por detrás de la espalda del menor, manteniéndolo cerca mientras caminaban hacia la casa.

Ninguno dijo nada durante el trayecto.

Una vez dentro de la casa, Paul intentó huir de la escena, pero John se lo impidió.

— ¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —mintió el pelinegro antes de intentar esquivar al magnate para irse deprisa a la habitación. De nueva cuenta, Lennon no lo dejó—. Estoy bien, John, sólo quiero descansar, ¿de acuerdo?

—Eres malo mintiendo, Paulie —comentó el empresario.

—Es en lo único en lo que soy bueno —murmuró McCartney, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas. Los cerró con fuerza, lo último que quería era llorar—. Le mentí a mi familia, te mentí a ti, pero a mí no me puedo mentir.

John suspiró y volvió a abrazar a Paul, quien ya no pudo contener sus emociones. Aunque seguía preocupado por su pareja, el magnate consideró ese momento como un pequeño avance, pues el pelinegro no había vuelto a llorar de esa manera delante de él desde que habían estado en la ciudad donde ambos habían nacido.

—A veces olvido que sólo tienes dieciocho años y has pasado por más de lo que alguien de tu edad debería estar pasando —Lennon acariciaba la espalda de McCartney lentamente, pero el chico seguía llorando como un bebé—. Tranquilo, estoy aquí, Paulie. Puedes contarme qué te sucede.

—Tengo mucho miedo —soltó el pelinegro entre sollozos, había comenzado a temblar—. El bebé es cada vez más real, tengo pesadillas con el parto y acabo de confirmar que voy a apestar como madre.

— ¿Lo dices porque Isaac lloró? —el castaño besó la mejilla de Paul—. Los bebés lloran todo el tiempo, cariño, incluso el bebé de la mejor madre del mundo va a llorar en algún momento, no puedes evitarlo.

—Es que William es brillante como madre —McCartney se apartó de Lennon, permitiendo que viera el desastre emocional que reflejaba su rostro—. Isaac lloró y supo calmarlo... y luego... lo amamantó como si fuera algo fácil. ¡Yo no sé hacer eso!

—William tampoco lo sabía, Paul —habló el empresario, con un nudo en la garganta al no poder ser el héroe de su amado—. Una enfermera le enseñó cómo hacerlo poco antes de que yo volviera, estoy seguro de que alguien podrá enseñarte a ti.

—Mi mamá iba a ayudarme...

Y eso fue suficiente para que el pelinegro se quebrara de nuevo.

. . .

John no había podido dormir más que un par de horas durante toda la noche, había visto a Paul tan mal que consideró la posibilidad de que intentase hacerse daño y eso le había impedido conciliar un sueño realmente profundo. Así que mientras la respiración de McCartney era relajada y suave, su novio se dedicó a cuidar de él y se aseguró de que no pasara frío.

Cerca de las cuatro de la mañana, y después de repasar por enésima vez la conversación que había tenido con el pelinegro algunas horas atrás, invadieron la mente del magnate una serie de ideas en las que hasta ese momento no había pensado, al menos no a profundidad: ¿representaban él y el bebé para Paul lo mismo que habían representado Cynthia y Julian para él? ¿Estaban robándole sus sueños al chico?

Intentar imaginar lo que pasaba por la cabeza del pelinegro lo llevaba de forma inevitable hacia los pensamientos que él había tenido durante su matrimonio con Cynthia. John no había querido a Julian y, aunque nunca lo externó en voz alta, llegó a creer que todo hubiera sido mejor si tan sólo le hubieran realizado un aborto a su exesposa. Paul había considerado al aborto como la mejor opción para ellos y Lennon lo había convencido de lo contrario, como si tener al bebé significara enmendar lo que había pasado con su otro hijo.

— ¿Te sientes atrapado, Paulie? —susurró John, consciente de que el chico no estaba escuchándolo—. Créeme que me odiaría si estás sintiéndote igual que yo me sentía cuando estaba casado.

Pasó uno de los largos mechones negros por detrás de la oreja del menor para descubrir su rostro. Con su ceguera y la escasa luz le era casi imposible distinguir sus facciones, pero no necesitaba una imagen definida porque había memorizado cada rasgo del rostro de ese joven que le había devuelto la esperanza y le había dado más de un motivo para seguir viviendo.

—Jamás fue mi intención meterte en esto —Lennon soltó un suspiro—. Sólo... desearía que volvieras a sonreír como antes.

. . .

Paul ahogó un grito cuando se levantó aquella mañana y descubrió que su pancita había crecido por lo menos el doble de la noche a la mañana, sin exagerar. La playera de John que utilizaba para dormir y que solía lucir holgada alrededor de su cuerpo ahora le ceñía las caderas al pelinegro. Se veía muy embarazado, tal vez demasiado para su gusto.

No obstante, no fue sino hasta que se encontraba en el baño, subiendo sus calzoncillos después de orinar, cuando McCartney soltó un grito que logró despertar a John. El magnate, asustado, se levantó de inmediato de la cama y corrió hacia el lugar de donde había provenido el grito.

— ¿Estás bien? —le preguntó al pelinegro, analizando deprisa el lugar. No había nada que se viera peligroso o amenazante—. ¿Por qué gritaste?

—Tengo una estría —murmuró Paul, señalando la blanquecina línea en su abdomen—, acabo de descubrirla.

—Me asustaste... —el castaño suspiró, muy aliviado—. El doctor dijo que no podrías evitarlas, Paulie.

—Creí que mentía, en especial porque he estado aplicándome la crema varias veces al día —McCartney hizo un puchero y fijó su mirada en aquella línea que no podía odiar más—. Se ve horrible. De por sí ya luzco como una ballena, ¿de verdad era necesario que también me quedaran marcas?

Lennon negó con la cabeza y al mismo tiempo que una sonrisa se extendía por su rostro, percatándose del cambio que la barriga de Paul había experimentado. Ni siquiera le preguntó al chico si podía tocarlo. Posó sus manos sobre la estirada piel y se aseguró de que su pulgar recorriera la nueva línea que había. Se veía increíblemente lindo. McCartney tenía una dermis tan pálida que la estría apenas si era visible, pero sabía que no era buena idea llevarle la contraria.

—Nuestro bebé sigue creciendo, eso no es nada malo, Paulie —comentó el empresario antes de besar la mejilla del pelinegro—. ¿Cómo te sientes?

—Con la vejiga todavía aplastada, definitivamente.

—Es normal —John soltó una risita, acariciando la piel de Paul con la esperanza de sentir los movimientos de su hijo—, llegamos a las veinticuatro semanas, falta cada vez menos.

—Llevas la cuenta mejor que yo... —McCartney se apartó del castaño para bajar sus calzoncillos y sentarse en el inodoro. Vació lo poco que quedaba en su vejiga de inmediato—. ¿Sabes qué es más horrible que verme obligado a hacer pipí sentado? Que estés viéndome mientras lo hago...

—Claro, evítame de nuevo —el castaño rodó los ojos antes de soltar un bufido molesto.

—No estoy evitándote —respondió el menor a la defensiva—, ¿está mal querer algo de privacidad? Es lo único que aún me queda.

— ¿Lo único que aún te queda?

Paul no contestó nada, por lo que John decidió salir del cuarto de baño para darle la privacidad que había pedido. No comprendía por qué el pelinegro parecía ignorar su existencia a su conveniencia, le dolían los desprecios del chico, aunque intentara disimularlo. Se había cerrado a la posibilidad de tener pareja por tanto tiempo que nunca había considerado que, si llegaba a tener a alguien, podría tratarlo así.

Apenas se había alejado unos cuantos pasos de la puerta del baño cuando el pensamiento de que debía hablar con Paul sobre lo que estaba pasando llegó a su mente. Quería preguntarle qué era lo quería y cómo podía ayudarlo. Así que esperó, con el temor de escuchar algo que no deseaba y con la respiración intranquila por la ansiedad que la espera estaba causándole.

—Paul...

El pelinegro dio un respingo al escuchar la voz de John, pero el último no le dio tiempo de responder pues lo acorraló contra la pared para besarlo con intensidad, lleno de sentimientos. McCartney pareció sorprendido al principio, pero cedió y correspondió el beso de aquel castaño que estaba lejos de rendirse con él. El menor pasó sus manos por detrás del cuello de Lennon, quien no se demoró en alzarlo con brusquedad hasta dejarlo en estilo nupcial. Sólo se separaron para tomar aire antes de retomar el beso.

El magnate caminó hasta la habitación que compartían y dejó a su pareja con suavidad sobre la cama, dispuesto a sonreírle e intentar entablar la conversación que quería que tuvieran. Paul tenía otros planes: atrajo a su amante con uno de sus brazos para que volvieran a besarse. Había deseo en su beso.

—No podemos... —John soltó un quejido al sentir la mano libre del pelinegro deslizándose dentro de sus calzoncillos—. Paul... el doctor dijo que...

—No podíamos tener sexo con penetración —completó la frase, con las mejillas rojas por el aumento de su temperatura corporal. Sujetó el miembro de Lennon, que se encontraba cada vez más firme—. Y no lo vamos a tener.

— ¡Oh! —exclamó el empresario antes de hundir su rostro en el cuello de McCartney, su cuerpo extrañaba la atención—. ¿De verdad quieres que hagamos esto?

—Sí, John —el pelinegro rió, sin dejar de estimular a su pareja.

—Está bien, supongo que podemos intentarlo...

. . .

Lennon besó a McCartney con dulzura una vez que ambos hubieron terminado. Ambos estaban agotados, pero se sentían relajados al mismo tiempo; habían extrañado el contacto con el otro más de lo que imaginaron.

—Alguien despertó —mencionó Paul, para luego tomar la mano de John y llevarla hasta su expuesta pancita—. ¿Puedes sentirlo?

—Sí, es increíble —Lennon sonrió, acariciando la estirada piel para percibir los movimientos del bebé—. ¿Siempre es así de inquieto o sólo se puso así porque nosotros... bueno, ya sabes... nos divertimos un poco?

El empresario se sintió contento al escuchar al menor reírse.

—Es así de inquieto cuando yo estoy cansado —respondió el pelinegro—, por eso a veces tengo problemas para conciliar el sueño; creo que sus niveles de energía suben cuando los míos bajan.

—No te preocupes, podrás descansar cuando nazca —John besó su mejilla—, yo te ayudaré a cuidar de él cuando esté aquí. Sé que estás asustado por el parto, pero no quiero que sientas que estás solo. Estamos juntos en esto, ¿de acuerdo?

El magnate temía que el menor cambiara el tema de la conversación, incluso que volviera a enojarse con él, quizá hasta que le gritara; pero Paul sólo suspiró con pesadez y lo miró a los ojos.

—Sé que estás conmigo, pero es como si tuviera un mal presentimiento de todo esto. El universo no parece estar nunca a mi favor, John, y cuando todo va bien... pasa algo que me regresa a la realidad, una extraña fuerza que se burla una y otra vez de mí porque no puedo ser feliz. —McCartney colocó sus manos debajo de su cabeza y miró al techo—. Nada me sale bien.

—Tal vez te exiges demasiado —el magnate dejó de prestar atención a los movimientos del bebé para centrarse en Paul—. Quizá piensas demasiado en lo que quieres lograr y no ves lo que tienes y las pequeñas cosas que estás consiguiendo. La vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes.

—Creo que no lo entiendes —el embarazado cerró los ojos para intentar ordenar las ideas que no habían dejado de atormentarlo desde la muerte de su madre—. Me convertí en escort para pagar el tratamiento de mi madre, pero no pude salvarla; mi papá y Mike tuvieron una mejor vida también, pero creo que mi papá jamás volverá a aceptarme como su hijo; y... aunque no lo esperaba, el bebé también me hacía mucha ilusión, pero mi embarazo está yendo mal ahora y siento que voy a perderlo también. Por eso me he estado alejando de ti también, supongo que dolerá menos cuando también decidas...

— ¿Cuando decida qué? —John frunció el ceño, confundido.

—Bueno, ya sabes, cuando decidas irte.

—No voy a dejarte, Paul —Lennon chasqueó con la lengua, sin poder creer que su pareja hubiera considerado siquiera la posibilidad de que eso pasara—. Estoy demasiado enamorado como para hacer algo así; tus rechazos no están alejándome, sólo me hacen preguntarme qué hice mal para que ahora me trates así y qué es lo que debo hacer para que me aceptes.

—No lo sé —contestó el pelinegro—. No es que hayas hecho algo malo, has sido increíble conmigo y has cumplido tu parte del trato, ya sabes, encargarte de todos los gastos mientras yo estuviera embarazado. Yo soy quien no ha cumplido. William dice que debo relajarme y enfocarme en el presente, pero no puedo cambiar las ideas de mi cerebro de la noche a la mañana. Mi pasado me atormenta.

—Sé lo difícil que debe ser para ti —el empresario soltó un suspiro—. ¿Sabes? Probablemente jamás habría salido de mi depresión si no hubiera buscado ayuda, deberías hacer lo mismo; ¿crees que estás listo?

—No lo sé, mi situación es muy complicada y no creo que alguien sea capaz de entenderme. Dudo que exista otra persona en el mundo que haya pasado por lo mismo que yo. —McCartney se sintió todavía más deprimido cuando comenzó a preguntarse algo en lo que no había pensado antes—. ¿Y si nunca vuelvo a sentirme bien porque nadie puede ayudarme?

—Estoy seguro de que encontraremos a alguien que pueda hacerlo, sólo tienes que poner de tu parte —mencionó Lennon, intentando convencer al chico—. No tienes que tomar una decisión justo ahora y... si no te sientes cómodo con esa persona o crees que no está sirviendo, pensaremos en algo más. ¿Está bien?

—Claro...




Hola, sé que lo pareció, pero no me he olvidado de esta historia. El trabajo y la universidad me mantuvieron ocupada durante meses, pero eso no se compara con lo duro que fue el último mes, en el que tuve que despedirme de una de las personas más importantes de mi vida y con quien esperaba compartir más experiencias que sólo las que tuvimos en 22 años.

Planeaba publicar este capítulo algunos días después de mi cumpleaños, pero no se pudo, y Tam es testigo de lo complicado que fue considerarlo "terminado y listo para publicarse". Ella dice que no es mi culpa, pero igual me disculpo por la demora y espero no tardarme tanto en escribir el siguiente.

Finalmente, les deseo un 2021 lleno de éxitos y salud; esperemos que sea mejor que el año anterior.



(Uff, esto se siente como una eternidad después, pero me voy a esforzar para poder terminar esta historia pronto)

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