Capítulo 54
Habían pasado dos días desde que la pareja había vuelto a Tittenhurst Park, pero el pelinegro seguía sumido en una tristeza tan profunda que apenas si intercambiaba un par de palabras durante el día. John lo entendía por completo, así que le había pedido a sus empleados que perturbaran al chico lo menos posible, todos habían aceptado. A excepción de uno.
—Hola, Paul —saludó William al entrar a la habitación principal con una bandeja llena de comida—. Creí que sería buena idea que desayunáramos juntos.
—No tengo hambre —respondió McCartney sin entusiasmo, aunque su estómago protestó de inmediato—. ¿Dónde está John?
—Salió hace casi dos horas —le informó mientras colocaba la bandeja en una de las mesitas de noche—. Sospecho que fue a comprar los regalos de Navidad, falta poco para el gran día, ¿qué te gustaría recibir?
El pelinegro soltó un bufido para después acomodar sus almohadas para sentarse, no comprendía por qué el rubio parecía incapaz de darse por vencido en su intento de hacerlo hablar o interesarse más por la vida. Ni siquiera Lennon era tan molesto.
—No quiero nada.
—Tengo el presentimiento de que John te decepcionará con lo que quieres —Campbell tomó un pedazo de mango para llevárselo a la boca—. Yo me compré un suéter calientito, lo envolví bien y lo pondré debajo del árbol en Noche...
McCartney frunció el ceño al ver que su amigo llevaba sus manos hacia su espalda con una expresión que denotaba desconcierto. El rubio volvió a la normalidad después de algunos segundos.
— ¿Estás bien? —le preguntó Paul.
—Creo que estoy teniendo contracciones, sentí algo parecido antes de que te trajera el desayuno y también cuando me levanté —confesó Campbell con cierto nerviosismo en su voz, algo que no era común en él—. Sé que dije que ya quería que Isaac naciera, pero tengo miedo.
—Quizá no sean contracciones de verdad —intentó animarlo el pelinegro.
McCartney ya había terminado de leer el libro de embarazo masculino que John había conseguido, así que sabía que durante el tercer trimestre no era extraño experimentar las famosas contracciones de Braxton Hicks. Él todavía no llegaba a dicho trimestre, así que no había comprobado esa parte del libro, pero tampoco era algo que le emocionara demasiado.
—No, estas son diferentes —William negó con la cabeza—. Normalmente sólo las sentía aquí —el rubio llevó una mano a la parte baja de su abdomen—, pero ahora es como si empezaran en mi espalda y se extendieran hasta el mismo sitio donde sentía las otras; también me han dolido más.
—Quizá se te pase —McCartney se encogió de hombros antes de tomar de manera discreta un pedazo pequeño de mango.
—Creo que Isaac va a nacer hoy.
Las palabras del rubio sonaban tan serias que el pelinegro salió de su ensimismamiento y comenzó a pensar en lo que su amigo en alguna conversación anterior: su fecha probable era el 30 de diciembre, lo cual implicaba que el bebé podría nacer en cualquier momento.
— ¿Quieres que llamemos a una ambulancia? —preguntó Paul con cautela.
—No —William negó con la cabeza—, aún no siento que sea el momento para ir al hospital, ni siquiera he desayunado, y le prometí a tu novio que haría que te comieras todo lo que Prudence preparó para ti.
—Fallarás a tu promesa, ya te dije que no tengo hambre.
—Oye, sé que nadie te ha contradicho, porque John nos prohibió hacerlo, pero no puedes seguir así, Paul —Campbell tomó el plato que contenía el mango y lo puso frente al pelinegro—. Necesitas comer, por ti y por mini John-Paul. Los doctores todavía no saben si el bebé está recibiendo los nutrientes necesarios para crecer, pero tú no estás siendo de mucha ayuda. ¿Acaso no quieres al bebé?
McCartney frunció el ceño, comprendiendo por fin que el resto de los empleados no le había dado su espacio por arte de magia. Por otro lado, se sintió ofendido con lo que su amigo le había insinuado, porque la respuesta a su pregunta era más que obvia. Era por el bebé que tomaba de forma rigurosa las vitaminas adicionales que le habían prescrito, también se había quedado en la cama el mayor tiempo posible, sólo levantándose cuando era inevitable. Amaba a ese pequeño ser que crecía dentro de él.
—Claro que lo quiero —respondió el pelinegro de inmediato—. He estado en la cama todo el día y me tomo todas las pastillas.
—Si realmente lo quieres, come —William acercó más el plato de mango hacia su amigo.
Paul rodó los ojos, pero empezó a comer bajo la atenta mirada del rubio. La fruta estaba muy dulce y jugosa, algo extraño para la temporada en que se encontraban; de inmediato llegó a su cabeza el pensamiento de que John había pagado más por conseguir la mejor fruta, y eso hizo que una sonrisa tímida se dibujara en su rostro.
Como si lo hubiera llamado con la mente, el típico ruido que hacían las hélices de su helicóptero se hizo presente. No se necesitaba ser un genio para saber que pronto atravesaría la puerta de la habitación principal para cerciorarse de que su querido pelinegro estuviera bien.
—John dijo que debíamos consentirte en lo que pudiéramos, así que le dije a Prudence que debía prepararte éstos —le dijo Campbell, acercando un plato con lo que parecían ser pancakes—. Sé que tienes debilidad por las cosas dulces.
—No puedo negar eso...
El pelinegro vació un poco del mango sobre uno de los pancakes para después derramar miel encima de todo. Alzó la vista para decirle algo más a su amigo, pero no pudo hacerlo, no cuando él parecía estar atravesando de nueva cuenta una especie de dolor intenso. McCartney se sintió asustado: ¿y si el bebé decidía nacer justo en ese instante?
—Tenemos que llamar a una ambulancia —hizo los platos a un lado para poder levantarse—, es más que obvio que Isaac va a nacer hoy.
—Estoy bien, ya pasó el dolor —le aseguró William al sujetar el brazo de Paul, intentando calmarlo—. Vuelve a la cama, aún no has terminado tu desayuno.
—Primero llamaré a la ambulancia.
McCartney se soltó del agarre del rubio para continuar su camino hacia el estudio de John, donde se encontraba el teléfono más cercano. No obstante, chocó contra el magnate antes de lograr llegar a la puerta.
— ¡Paulie! —Lennon sonrió ampliamente antes de abrazarlo—. Me alegra tanto verte levantado, pensé que te estabas tomando demasiado en serio lo que dijeron sobre el reposo.
—Tengo que hacer algo importante —el pelinegro se separó del castaño—. William tiene contracciones, Isaac puede nacer en cualquier momento, tenemos que llamar a una ambulancia para que vengan.
—Cálmate, Paul —le pidió John antes de dirigir su mirada hacia Cambpell, quien estaba en la puerta que llevaba a la habitación principal de la casa—. ¿De verdad estás teniendo contracciones?
Ver al rubio asentir con la cabeza fue todo lo que el castaño necesitó para tomar una decisión, por lo que fue hacia su estudio antes de que alguno de los embarazados dijera algo a favor o en contra, y llamó al servicio de emergencias para que enviaran una ambulancia. La mujer al otro lado del teléfono le aseguró que tardarían cerca de diez minutos en llegar.
—Llegarán pronto —le informó el magnate a William—. El hospital más cercano es Heatherwood, pero pueden llevarte a otro hospital si así lo deseas. Necesitarás un cambio de ropa cómodo, para cuando salgas del hospital, ¿lo tienes preparado?
—Sí, en la sala de mi departamento.
—Bien, iré por ella —Lennon asintió.
William, Paul y John se encontraban en la puerta principal de la casa cuando la ambulancia llegó. Un par de paramédicos bajaron del vehículo con una camilla para subir a Campbell de la manera más cuidadosa posible, lo cual hicieron después de que la contracción que estaba teniendo se le pasara.
—Suerte con ese bebé, Campbell —le deseó el magnate al rubio una vez que le entregó el bolso con sus cosas a uno de los paramédicos.
— ¿Ninguno lo acompañará? —preguntó el otro paramédico.
—Yo iré con él —habló Paul sin titubear ni un poco.
—No, debes quedarte en casa —le recordó William—, el doctor dijo que debías tener todo el reposo posible. Estaré bien.
El pelinegro miró de inmediato a su pareja.
—John, ve con William.
— ¿Qué? —Lennon frunció el ceño—. Paul, yo no soy el papá de ese bebé, ¿por qué habría de...
—William es mi amigo —McCartney hizo un puchero para convencerlo—. Además, Isaac es nuestro ahijado, no lo olvides.
—Bien... —el castaño rodó los ojos.
. . .
El pelinegro pasó las siguientes cinco horas en uno de los sofás de la casa, acariciando su vientre de vez en cuando y esperando cualquier señal de que Isaac ya había nacido. El parto sonaba como algo sumamente aterrador, pero también esperaba con ansias que llegara su momento para poder conocer a su bebé.
—No sé qué voy a hacer si resulto ser una pésima mamá, ¿sabes? —Paul acarició su pancita, justo donde estaba sintiendo las patadas del bebé—. Mi mamá siempre estuvo conmigo para darme buenos consejos y decirme cómo hacer las cosas, pero ahora ella no está y siento que cada día tengo más dudas.
Era verdad. Aunque no se lo había mencionado a nadie, sus inseguridades sobre su próxima maternidad habían incrementado desde la muerte de Mary. Cada patada y movimiento dentro de su vientre le traía una nueva interrogante: ¿estaba listo para hacerlo? ¿Y si cometía un error y su bebé sufría las consecuencias? ¿Realmente iba a ir a la universidad teniendo un recién nacido en casa? ¿Alguna vez tendría un trabajo o se limitaría a quedarse a cuidar a su hijo?
—Señor Paul —Prudence se acercó al sofá donde el pelinegro estaba recostado para entregarle un vaso de agua y el par de pastillas que le habían recetado—. No quería interrumpirlo, pero sé que es importante que tome las medicinas.
—Gracias, Prudence —McCartney le sonrió antes de tragar una por una las dos pastillas.
— ¿No debería volver a la cama? —le preguntó la muchacha.
—Estoy bien aquí —Paul negó con la cabeza—, sé que John llegará en cualquier momento con noticias de Isaac y William, así que quiero estar cerca.
—Estoy muy feliz —le confesó O'Brien con cierta timidez en su voz—. Hace unos meses sólo era el señor Lennon y el pequeño Goose y ahora la casa tiene más gente y pronto habrá dos bebés.
El pelinegro asintió con lentitud, casi igual de encantado con la idea.
—Sería bonito que el señor Lennon y usted llenaran la casa de niños —comentó Prudence, tomando a Paul por sorpresa—, ya sabe, dicen que las familias grandes son más felices. Conozco al señor Lennon y sé que le encantaría tener una docena de hijos.
La risa de la muchacha hizo sentir un poco incómodo al embarazado, quien estaba completamente seguro de que tener una docena de hijos con John no estaba entre sus planes, ni siquiera en un futuro lejano. Tampoco le ilusionaba demasiado la idea de tener otro bebé, no luego de los meses que había pasado con una sensación de asco permanente y vomitando la comida que le gustaba.
—Prudence... ¿me dejarías descansar un poco? —Paul fingió un bostezo—. Voy a tomar una siesta.
—Claro, señor Paul —O'Brien asintió—. Llámeme si necesita algo.
McCartney esperó a que se fuera para volverse a relajar, aunque ese estado no le duró mucho, pues la puerta principal fue abierta por un sonriente Lennon. El magnate se acercó al embarazado para besar su frente.
—Deberías estar en la cama, Paulie.
—Quería esperar a que regresaras —el pelinegro abrazó con fuerza al castaño, aspirando el aroma de su loción—. He estado preocupado por William y su bebé. Mi madre decía que no necesariamente tenía que haber complicaciones en un parto masculino, pero... no es lo que dicen todos.
—Ambos están bien, el parto fue bastante normal, me vine en cuanto el pequeño pelirrojo se quedó dormido en los brazos de su madre —Lennon pasó sus manos por debajo del pelinegro para poder cargarlo—. Te llevaré a la cama.
McCartney se sintió muy aliviado y feliz porque William no había tenido complicaciones en el parto. A pesar de todo lo que la gente rumoraba, su madre había tenido la razón: los portadores eran lo suficientemente fuertes como para sobrevivir al parto y para traer a un bebé sano al mundo.
— ¿De verdad Isaac es pelirrojo? —Paul acomodó un mechón de cabello de John detrás de su oreja mientras sonreía con la imagen que se había formado en su cabeza.
—Sí, al parecer William tiene familiares que lo son, y el padre del niño lo era también —el magnate rió—. El doctor no sabía que yo no era el papá, debiste ver la cara de preocupación que tenía cuando salió a avisar que el bebé había nacido. Fue gracioso.
Lennon avanzó por el largo pasillo que conducía hacia la escalera y subió con sumo cuidado todos los escalones. Aun así, no se demoró demasiado en llegar a la habitación para recostar al pelinegro sobre la cama.
—John...
El mencionado se sentó en la orilla de la cama para mirar directo a los ojos de su pareja, parecía que había una especie de preocupación detrás de ellos, pero no podía saberlo con sólo verlo.
— ¿Ocurre algo?
—Cuando yo tenga que ir al hospital, ya sabes, para tener al bebé... —McCartney mordió un poco su labio antes de continuar—. ¿Podrías entrar conmigo y estar a mi lado mientras pasa todo?
El magnate sonrió de oreja a oreja al mismo tiempo que asentía con entusiasmo, complacido con la petición del pelinegro. No era común que los hombres entraran a la sala de partos, pero ya encontraría la manera de que hicieran una excepción en su caso. No iba a dejar solo a Paul, menos cuando el chico parecía tener cierto temor ante al parto.
—Estaré contigo en todo momento, lo prometo —le aseguró Lennon.
—Quiero... preguntarte otra cosa —John frunció el ceño al notar que Paul parecía titubear—. Tú... bueno... ¿cuántos hijos te gustaría tener?
—Todos los que quieras darme —el castaño se encogió de hombros y soltó una risita—. La verdad es que tener una familia no estaba en mis planes iniciales, pero... contigo me agrada la idea. Eres muy fuerte, inteligente y... ¿perfecto? No lo sé, pero siento que juntos podemos ser bastante buenos para criar un par de humanitos.
—Prudence dijo que te encantaría tener una docena de hijos.
— ¿Y eso te preocupa, cariño? —Lennon acarició la mejilla del embarazado con ternura, pero se sintió confundido al ver a McCartney asentir—. No debería preocuparte, nunca te obligaría a nada, lo sabes bien. Me queda claro que un embarazo es algo complicado y lo entenderé si no quieres volver a pasar por otro.
— ¿Lo dices en serio?
—Sí, Paulie —el magnate colocó su mano sobre la pancita de su pareja y sonrió—. Este pequeñito y tú son el mejor regalo que la vida pudo darme, no necesito nada más.
Lo cierto era que John deseaba tener más bebés con Paul, quizá no una docena, pero al menos uno más. No obstante, había notado que el chico estaba sufriendo cambios de humor más extremos desde que habían vuelto de Liverpool, así que optó por no alterarlo con algo que probablemente no quería escuchar.
. . .
El ánimo de McCartney pareció sufrir un nuevo cambio durante el siguiente día, pues no sólo había salido de la cama, sino que había bajado hasta el salón donde se encontraba el piano y había pasado casi una hora tocando una diversa cantidad de melodías bajo la atenta mirada de John, quien estaba cerca de babear por el talento del chico.
— ¿Por qué tienes un piano si nunca lo tocas? —preguntó Paul de repente, separando sus manos del instrumento.
—No tengo suficiente tiempo —admitió Lennon, un tanto avergonzado al respecto—. Me gusta la música, siempre quise dedicarme por completo a ella, pero Mimi creyó que no llegaría lejos. Supongo que tuvo razón: no estaría donde estoy si hubiera seguido mi sueño.
—Quizá estarías en un lugar más feliz —susurró el menor, mirando de nuevo las teclas que tenía frente a él. Soltó un gran suspiro—. ¿Has notado lo frágil que es esto?
— ¿El piano?
—La vida —respondió Paul, frunciendo el ceño ligeramente para luego colocar sus manos sobre el piano—. Lo único que tenemos seguro es la muerte, pero hay una infinidad de maneras de llegar a ella. Es como una melodía... —comenzó con un acorde que parecía estar a punto de conducir a una aburrida melodía de los años cuarenta— parece segura al principio, pero entonces cambia —sus manos se movieron para acariciar otras teclas, dándole un toque melancólico extraño—, y ya nada es igual. Las posibilidades son infinitas.
— ¿Lo dices por lo que pasó con tu madre? —John se sentía muy intrigado por el reflexivo lado que su pareja le estaba permitiendo conocer. McCartney negó con la cabeza—. ¿Entonces?
—Es todo —respondió sin mirarlo, concentrado por completo en lo que estaba interpretando con sus manos—. El cómo una simple decisión puede cambiar el curso de todo... a veces da miedo considerar que somos el resultado de una infinidad de decisiones, buenas y malas. Se siente como si no fuéramos dueños de nuestra vida, sólo resultados.
—Lo sé —Lennon suspiró, cautivado por la melodía del pelinegro. Melancólica, pero hermosa; aunque estaba seguro de que nunca antes la había escuchado—. ¿Sabes? Ambos hemos pasado por cosas muy difíciles, pero agradezco haber tenido la oportunidad de coincidir contigo.
Esas palabras fueron lo suficientemente fuertes como para que McCartney esbozara una sonrisa ladeada, preguntándose por un momento cómo habría sido todo si hubiera hecho algo diferente. No fue el único en imaginarse el posible escenario.
—Si hubiera ignorado las palabras de Mimi sobre ir a la universidad, si no hubiera terminado con Stuart, si no hubiera embarazado a Cynthia... Paul, me rehuso a imaginarte en los brazos de alguien más, llevando a su bebé, y no al mío...
—Es frágil.
—Por eso debemos disfrutar cada momento que tengamos —asintió John.
El pelinegro sólo asintió con lentitud, sin mirar a su acompañante, sin dejar de tocar las teclas, sin permitir que sus ojos volvieran a llenarse de lágrimas. Era espantoso sentirse amado y al mismo tiempo roto, no estaba seguro de que su corazón llegaría a sanar, en especial porque era consciente de que nadie podría llenar el vacío que su madre había dejado.
Sólo miró al castaño cuando la melodía había terminado y se sintió cómodo retirando las manos del piano.
—Eso fue asombroso, amor —el magnate besó la mejilla del pelinegro y bajó la mano hasta la abultada pancita para intentar sentir a su hijo. Se decepcionó un poco al no percibir nada, pero no quiso mencionarlo—. ¿Qué melodía era? Nunca la había escuchado.
—Una con la que he estado soñando últimamente —Paul se encogió de hombros—. No sé cuál sea su nombre, quizá sea alguna de las que mi papá solía tocar a altas horas de la noche durante las fiestas familiares.
—Entiendo.
—John... —el magnate miró al par de avellanas que nunca dejarían de cautivarlo—. Está aquí.
McCartney tomó su mano para colocarla en el sitio perfecto para que pudiera sentir los movimientos del pequeño ser que había en su vientre. Lennon sonrió antes de volver a besar la mejilla de su pareja.
—Este chiquitín vale todos los efectos mariposa del mundo, Paul, no puedes negarlo.
El pelinegro no pudo evitar sonrojarse y sonreír. John estaba a punto de hacer un comentario cuando un rechinido hizo que ambos giraran sus cabezas para mirar hacia la entrada del lugar en el que se encontraban.
—Señores... —Prudence había abierto la puerta del salón—, lamento interrumpirlos, pero William acaba de llegar con el pequeño Isaac y creí que les gustaría ir a verlo.
—Gracias por el aviso, Prudence —Lennon miró a su pareja de nuevo—. ¿Te gustaría ir a verlos?
La respuesta de Paul era más que obvia, pero el castaño no quería que el menor pensara que él estaba tomando decisiones por ambos. Una vez que tuvo un asentimiento por parte del pelinegro, John sonrió y se aseguró de que ambos estuvieran abrigados antes de salir de la casa principal para dirigirse hacia el departamento que ocupaba Campbell en uno de los edificios cercanos.
—Paul, señor Lennon... —William sonrió al verlos—, pasen, por favor.
Un fuerte llanto recibió a la pareja al ingresar al departamento, pero sólo Paul sintió un extraño escalofrío, como si el sonido le recordara que en algunos meses escucharía uno similar de la boca de su hijo.
—Paul, tenemos que...
—Lavarnos las manos, lo sé, John —comenzando a dirigirse hacia el baño.
—Pueden pasar a la habitación después de que lo hagan —los invitó el rubio.
No necesitaron que Campbell repitiera la invitación a seguirlo a su habitación para que lo hicieran. La temperatura del cuarto era más cálida que el resto de la casa, pero lo que llamó la atención de McCartney fue la canastilla cubierta de telas de distintos colores en la que se encontraba el bebé. Su amigo le había contado que en lo último que había trabajado para Isaac había sido el moisés, pero no lo había visto terminado.
—Tranquilo, cariño —susurró William con el tono de voz más dulce que Paul alguna vez lo hubiera escuchado utilizar—. Hay una persona muy especial que quiere conocerte, Isaac.
—Es muy pequeño —McCartney se mordió el labio inferior al ver al recién nacido en los brazos de su amigo—. ¿Puedo cargarlo un momento?
—Claro que sí —Campbell colocó al diminuto pelirrojo en sus brazos—. Decidí llamarlo Isaac Paul, por ti.
—Es un gran honor para mí —los ojos de McCartney se llenaron de lágrimas que sólo pudo atribuir a las hormonas—. Es muy hermoso... ¿fue difícil, ya sabes, el parto?
—Pues... —William le dirigió una mirada de incomodidad a John.
—Bien, ya entendí, estaré afuera —el magnate rió antes de salir.
— ¿Y bien? —insistió Paul.
—Duele mucho —admitió el rubio, haciendo una mueca—. El doble del peor dolor que hayas sentido o te puedas imaginar, cada centímetro de tu cuerpo parece doler, y luego se siente como si te estuvieras partiendo. No puedes respirar bien por el dolor...
El pelinegro tragó saliva y comenzó a sentir mucho miedo por el parto, no sentía que fuera demasiado fuerte como para soportarlo. Campbell era mayor, más corpulento que él y, sin lugar a dudas, más valiente.
—No voy a mentirte: no es fácil, todo lo contrario —William soltó un suspiro—; pero cuando ves su carita y escuchas el llanto... sabes que todo valió la pena. El dolor, las contracciones, la incomodidad de que el doctor esté tocando un área tan íntima para revisar qué tan dilatado estás.
— ¿Ya no te duele nada? —preguntó Paul.
—No, ahora sólo me siento un tanto incómodo con el pañal —Campbell rió—. El doctor dijo que la primera semana sería la peor, luego disminuirán los sangrados hasta desaparecer. Mi cuerpo comenzará a volver poco a poco a la normalidad, ¿puedes creerlo?
Lennon entreabrió la puerta en ese momento, el espacio necesario para mostrar su cara. Sonrió de manera forzada cuando Paul y William lo vieron.
— ¿Puedo pasar a ver a mi ahijado o siguen hablando de sus temas de embarazados?
—Ya terminamos, entra —McCartney rodó los ojos.
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¿Qué les gustaría que pasara ahora?
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