Capítulo 52

La luz le molestó lo suficiente en la cara como para soltar un gruñido de molestia, su mente había estado tan inquieta que estaba seguro de que sólo había conseguido dormir un par de horas. Lo único que lo animó un poco a abrir los ojos fue el agradable y fuerte olor a café recién hecho.

—Buenos días, John —lo saludó Richard, con una taza de café en la mano, desde el sofá que estaba a un lado del que había utilizado durante la noche—. ¿Qué tal dormiste?

—Fue una noche espantosa —se quejó John, sentándose. Le quitó la bebida a su amigo para darle un gran sorbo, pero no le agradó el sabor—. ¡Puaj! Olvidé que tú tomas azúcar con café...

Le regresó la taza al ojiazul y se pasó el dorso de la mano por los labios para limpiar los restos del líquido. Inevitablemente su mente se desvió hacia su amado pelinegro, quien probablemente seguía dormido bajo su techo en Ascot; seguía sin saber qué pasaría ahora: su lógica le decía que no podía confiar con facilidad en Paul, pero su corazón le pedía que lo perdonara y se limitara a amarlo.

—Qué pesadilla... —se lamentó Lennon—. ¿Por qué pasa esto cuando todo iba tan bien?

Richard no le contestó enseguida, él había sido testigo de cómo su amigo se había enamorado por completo del chico y entendía a la perfección que se sintiera decepcionado, incluso traicionado por saber que le había mentido. Sin embargo, tampoco podía tomar una postura en el tema, porque él no había sido afectado.

La esposa del ojiazul salió del dormitorio de ambos y le dirigió una sonrisa a John apenas si lo vio, aunque no fue ese gesto lo que hizo que él correspondiera, sino el tamaño de la barriga de la mujer. Su corazón latió deprisa, imaginando lo bonito y redondo que Paul se iba a ver cuando su embarazo estuviera avanzado.

—Buenos días —saludó Maureen antes de sentarse con cuidado en el sofá, a un lado de su esposo—. Richie, ¿podrías prepararme un té, por favor?

—Claro, cariño.

El empresario casi suelta una carcajada al ver lo rápido que su amigo colocó la taza de café en la mesa y se levantó para ir a la cocina a cumplir con la petición de la mujer, así debía verse él cuando McCartney le pedía sus batidos de plátano. La sonrisa se borró de su rostro y suspiró con pesadez, deseando que su adorado pelinegro no le hubiera mentido jamás o que le hubiera dicho la verdad a tiempo, de frente.

Richie me contó que Paul y tú tendrán un niño —habló la mujer, sacándolo de sus pensamientos. Lennon sonrió de manera forzada y asintió con la cabeza—. Me puse muy feliz en cuanto me lo dijo, Zak y él podrían convertirse en mejores amigos, como mi Richie y tú. Van a crecer juntos.

Pensar en su hijo corriendo por los jardines de su casa junto a su ahijado, o incluso haciendo alguna que otra travesura infantil, logró enternecer al magnate. Estaba nervioso por el parto, pero muy emocionado por convertirse en padre.

—Será mejor que organicemos una cena o algo así, ¿sabes? —continuó Maureen, todavía sonriendo ampliamente—. Quiero conocer al famoso Paul. Richie me ha contado mucho de él, pero me gustaría conocerlo en persona.

—Supongo que podríamos hacer algo al respecto —John se encogió de hombros, sintiéndose inseguro de sus palabras por primera vez en mucho tiempo—. La verdad es que Paul y yo no estamos pasando por un buen momento, creo que ni siquiera yo lo conozco...

Justo en ese momento Richard salió de la cocina con la taza humeante para su esposa, quien la tomó con mucho cuidado y le agradeció a su marido con un dulce beso en los labios. El mejor amigo de John se sentó junto a su mujer y volvió a tomar su bebida.

—Paul te ama —mencionó Starkey antes de beber de su café—, no puedes dudar de eso, ¿sabes? Ese chico renunció a su estabilidad emocional para tener un bebé contigo, también pudo huir en más de una ocasión, pero decidió quedarse a tu lado.

—Si me amara, no me habría mentido... —Lennon soltó otro suspiro cargado de pesadez al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. No tiene sentido mentirle a la persona a la que deberías tenerle más confianza, ¿creerías que está bien si Maureen te mintiera a ti con algo tan importante como su familia?

—No estoy diciendo que lo que hizo estuvo bien —le aclaró el ojiazul, dejando su taza sobre la mesa de centro de la sala. Su esposa asintió, de acuerdo con Richard—, pero imagino que tenía sus razones para hacerlo. Ponte en su lugar: imagina que tu madre está muriendo y tienes que ir a acostarte con un desconocido para poder salvarla, obviamente no le vas a contar de tus problemas a esa persona. Creo que lo que hizo fue muy noble.

John chasqueó con su lengua. Entendía que el pelinegro había tenido motivos para no decirle la verdad, pero le dolía que hubiera mantenido la mentira por tanto tiempo. ¿Cuándo pensaba decirle la verdad? ¿Cuando el bebé naciera? ¿Pensaba decirle o planeaba guardarse el secreto?

—Le habría dado el dinero si me lo hubiera pedido —murmuró Lennon, todavía molesto con el pelinegro—, no tenía por qué mentirme. Odio las mentiras, Ringo. Llevamos casi medio año conviviendo y no fue capaz de decir lo que en verdad pasaba.

—Paul no te conocía del todo cuando te mintió, John —Richard soltó un suspiro—. Quizá luego no encontró la manera de decirte la verdad. Además, Paul puede ser muy maduro, pero recuerda que tiene sólo dieciocho años. Piensa en todo a lo que se está enfrentando: tener que dejar sus estudios, un embarazo que él no sabía que podía ocurrir, y luego está lo de su madre... ¿te dijo si ya estaba sana?

—No me lo dijo —el magnate hizo una mueca extraña y negó con la cabeza—. Me salí antes de que pudiera decir más cosas, no quise escucharlo, sentía que me estaba mintiendo. ¿Creen que debería volver y escucharlo?

—Definitivamente —respondió Maureen de inmediato, luego de colocar su taza de té sobre la mesa—. John, no tienes idea de lo complicado que es para una persona embarazada controlar sus emociones. Además, transmitimos lo que sentimos al bebé, y eso puede ser malo a veces. Pobre Paul... debe estar devastado y arrepentido, tienes que volver con él.

El magnate tragó saliva, no quería dañar al bebé, él no tenía la culpa de lo que estaba ocurriendo entre ellos.

—Él te escuchó cuando le contaste lo de Cynthia, ¿no? —el hombre de ojos marrones asintió con lentitud ante las palabras de su amigo—. Creo que todos merecemos una segunda oportunidad, en especial en casos como este... ustedes dos se aman, son una linda pareja con discusiones tontas y están por formar una familia. Es lo que siempre quisiste, ¿no?

—Lo amo... —confirmó John, asintiendo—. Paul es esa estabilidad que tanto necesitaba en mi vida, quizá por eso me duele saber que me mintió, siempre lo vi como alguien puro, una criatura perfecta a la que debía cuidar y mantener a mi lado para que todo saliera bien. Ningún humano es perfecto.

—Nadie lo es —Richard negó con la cabeza, observando la posible reacción de su amigo. El empresario estaba impertérrito, pensando en cómo se encontrarían Paul y su bebé—. Mo tiene razón, tienes que volver a su lado, John.

—Lo sé, es lo que quiero también —le confesó el empresario con un tono de voz serio, pero dejando entrever una pizca de alegría—. Él y mi bebé son lo más valioso que tengo en la vida, tendría que ser realmente idiota para dejarlos, o lastimarlos.

—Genial —Starkey sacó del bolsillo de su pantalón las llaves del auto de Lennon y se las entregó—. Por favor, no quiero que vuelvas a manejar ebrio ni que vengas a mi casa igual de borracho que anoche, ¿entendido?

—Claro, Mimi —se burló el magnate, tomando las llaves antes de levantarse del sofá para dirigirse a la puerta—. No volverá a pasar, lo prometo.

—Buena suerte, John —le deseó Maureen con voz dulce justo antes de que atravesara la puerta de la casa de los Starkey.

Lennon rió cuando descubrió que había dejado no sólo mal estacionado su auto afuera de la casa de Richard, sino también las ventanas abiertas. Se había sentido muy mal después de irse de casa, así que no había dudado ni un momento en irse a un bar a despejar su mente de toda clase de pensamientos; de alguna manera había conducido a la casa de los Starkey después.

—Eres un tonto, John —susurró para sí mismo cuando abrió la puerta para subirse al vehículo—. Un tonto con demasiada suerte.

Soltó un gran suspiró al tomar el volante y, luego de ingresar la llave en su sitio y girarla, comenzó a conducir hacia su oficina en completo silencio. El día estaba soleado, así que por fin podría despedirse del vehículo terrestre y volar a casa, justo como le gustaba. Por la hora, quizá hasta podría llegar justo antes de que Paul desayunara.

¿Sería prudente si desayunaban juntos o debía esperar hasta que el chico tuviera algo en el estómago para acercarse a él? Esa fue una de las tantas interrogantes que había en su cabeza mientras atravesaba calle tras calle para dirigirse hacia el corazón de la enorme ciudad. No quería estar molesto con Paul por mucho tiempo, pero tampoco quería darle la errónea idea de que nada iba a pasar por haberle mentido. No había lugar para mentiras en una relación próspera, eso le quedaba claro.

— ¡Al fin! —exclamó contento al ingresar a la zona de edificio del holding donde guardaba sus vehículos. Estacionó el auto y bajó para verlo de manera burlesca—. Espero no tener que usarte en mucho tiempo...

No odiaba los autos, pero le tomaba el doble del tiempo viajar en ellos. Dejó las llaves en la caja de seguridad antes de tomar el ascensor hasta el último piso, sólo encontrándose al guardia de seguridad momentos después de entrar a sus oficinas. Ni siquiera se tomó la molestia de ir a la cafetería por galletas, tampoco a su oficina para revisar que todo estuviera bien, se limitó a subir hasta el techo y se apresuró a subirse al helicóptero.

Emprendió el vuelo una vez que se hubo colocado el equipo de comunicación, así como el cinturón de seguridad. Sonreía con timidez por dos razones: volar era una de sus actividades preferidas en el mundo y dirigirse a casa le brindaba una sensación agradable.

Comenzó a ver Tittenhurst Park cerca de quince minutos después de elevarse en el aire: enorme, con los amplios y verdes jardines, así como los grandes árboles que ya habían perdido sus hojas a causa de la temporada. El aterrizaje fue suave, tan perfecto como siempre. El magnate se apresuró a colocar todo en su lugar antes de descender del vehículo aéreo.

Frunció el ceño al ver a William junto a Prudence en la puerta, ambos con expresiones de suma preocupación.

—Al fin llega, señor Lennon —habló el rubio, nervioso—. Pasó algo con Paul.

El corazón de John dio un vuelco y, temiendo lo peor, fue lo suficientemente fuerte como para preguntar:

— ¿Paul está bien?

—No lo sabemos —respondió Prudence, moviendo sus manos de una manera nerviosa—. Un joven llamó esta mañana, dijo que se llamaba Michael McCartney y que quería hablar con el señor Paul. Le informé y tomó el aparato deprisa, no escuché la conversación.

—No sabemos qué le dijo el tal Michael —dijo William—, pero Paul se puso muy pálido. Ni siquiera habíamos desayunado, pero dijo que tenía que irse apenas si cortó la llamada. Él pidió un taxi a la estación de trenes, no sabemos a dónde se dirige.

El castaño estaba temblando de los nervios, sabía que tenía que haber ocurrido algo sumamente malo como para que McCartney se fuera de una manera tan abrupta y sin dar demasiada información sobre el lugar a donde iba o el motivo por el cuál tenía que irse. Lennon no necesitaba ser un genio para saber que el destino del pelinegro era Liverpool, Michael debía ser su hermano.

— ¿Hace cuánto se fue? —miró a sus empleados de forma demandante—. Vamos, ¡díganme!

—Hace casi dos horas —le contestó Campbell—. Intentamos detenerlo, pero parecía como si estuviera en un trance, lucía realmente perdido, no quiso quedarse a desayunar, dijo que no tenía apetito. No contestaba nuestras preguntas, sólo se fue.

John maldijo entre dientes, sin comprender por qué siempre tenía que pasar algo malo cuando él se iba de la casa. ¿Acaso tenía que estar junto a su pareja las veinticuatro horas del día para asegurarse de que todo estuviera bien?

—Se dirige a Liverpool —soltó el magnate con seguridad, dando media vuelta para comenzar a caminar hacia su helicóptero—. Iré con él, no se preocupen.

— ¿Ya desayunó algo, señor Lennon? —le preguntó la muchacha.

A pesar de las protestas de su estómago, el empresario tuvo que mentirle y emprender el camino hacia el helicóptero antes de que la mujer insistiera. Si comenzaba a volar en seguida, podría llegar a Liverpool incluso antes que Paul; pero si se demoraba más tiempo, no podría saber a qué parte de la ciudad se dirigía el pelinegro.

—Ay, Paulie, ¿dónde te metiste ahora? —murmuró para sí mismo al abrir la puerta del vehículo aéreo para subirse.

No le tomó ni la mitad del tiempo que normalmente demoraba en estar listo para despegar, hacía demasiado tiempo que no volaba una distancia tan larga, pero esperaba que ni sus conocimientos ni el helicóptero le fallaran. Lo más difícil del vuelo fue sacar a Paul de su mente, era inevitable que el castaño se preguntara si el chico estaba bien o incluso lo que podía estar sintiendo.

—Speke-Torre, Golf-Tango-Charlie-Alfa-Romeo, solicito aterrizaje.

John tragó saliva al mencionar las palabras, estaba acostumbrado a sólo hacerlo; pero no podía hacer eso en el aeropuerto de Liverpool. Por otro lado, se sentía extraño estar sobrevolando aquella ciudad a la que le había dado la espalda hacía tanto tiempo. La respuesta de la torre de control del aeropuerto de Speke no tardó en llegar:

—Golf-Tango-Charlie-Alfa-Romeo, autorizado a aterrizar...

El empresario puso mucha atención al sitio exacto donde le habían permitido realizar el aterrizaje de forma segura. No fue complicado, pero sí le resultó un evento más estresante de lo normal, por lo que soltó un largo suspiro de alivio cuando el vehículo estuvo apagado. Se encargó de dejar todo en su lugar antes de bajar para acudir a llenar la serie de formularios necesarios para que le permitieran dejar el helicóptero, al menos el dinero no era un problema.

. . .

Las náuseas habían acompañado al pelinegro durante el viaje en tren hasta la ciudad que lo había visto nacer, pero no se podía vomitar más que bilis cuando no se tenía nada en el estómago. Tampoco era como si tuviera apetito, no deseaba probar bocado alguno. Ni siquiera los movimientos del bebé lo habían hecho sentirse ligeramente mejor. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora?

Una lágrima le recorrió la mejilla al ver el cielo de la ciudad, aunque toda su vida le habían enseñado que los hombres no debían permitir semejante acción, menos en público. Debían ser fuertes, no vulnerables; valientes, no cobardes. Limpió su mejilla antes de que llegara el autobús a la estación donde lo tomaría, no para evitar verse débil, la opinión de las demás personas era lo último que estaba pasando por su cabeza; lo hizo por ella, porque estaba seguro de que no le hubiera gustado verlo llorar. Se sentía frustrado. ¿Acaso la mujer que le había dado la vida no era merecedora de sus lágrimas?

Tomó uno de los asientos del autobús, ignorando las miradas llenas de morbo que la gente dirigía hacia su abultado vientre y recordando la felicidad en el rostro de su madre cuando se había enterado de que estaba en estado. No lo había juzgado, ni siquiera lo había visto con una pizca de decepción; al contrario, lo había recibido con los brazos abiertos y le había asegurado que todo saldría bien, que ella lo asistiría durante su parto. ¿Quién iba a hacerlo ahora si ella se había ido?

McCartney recargó su cabeza en la ventana del autobús y miró hacia el cielo por un instante, como si algo dentro de él le dijera que podría verla en el aire. Sólo pudo ver el sol brillando en el punto más alto, y eso lo molestó en demasía. El estúpido astro no debía haberse atrevido a salir en un día como ese; la luz implicaba alegría, algo que Paul desconocía desde que Mike lo había llamado llorando. ¿Qué iba a pasar con ellos ahora?

Se suponía que los hijos tenían que enterrar a los padres, le quedaba claro que era una especie de ley de vida, especialmente cuando los habían tenido a una edad avanzada, pero nadie le había advertido que tendría que despedirse de su madre tan pronto. No era justo. Todavía tenía muchas cosas por decirle, lecciones que aprender de ella, momentos por vivir a su lado. Sus ojos se llenaron de lágrimas, nublándole la luz del sol. ¿Por qué había tenido que irse?

Ni siquiera había podido despedirse de ella como le hubiera gustado. ¿Por qué no podemos saber cuando una despedida será la última? Si hubiera sabido que aquella vez en la estación de trenes sería la última oportunidad que tendría de estar junto a su madre, se habría enfocado menos en rogarle que lo dejara quedarse más tiempo y la habría abrazado con todas sus fuerzas, habría besado sus mejillas una y otra vez, le habría dicho cuánto la amaba, cuánto le agradecía por todo el tiempo juntos, lo orgulloso que se sentía de ser su hijo. Habría aprovechado hasta el último segundo a su lado, la habría hecho reír.

Paul sentía la boca seca cuando bajó del autobús de manera casi automática. Su mente estaba desconectada del mundo exterior, el cual parecía irreal ante sus ojos: todo era repentinamente sombrío y transcurría muy lento, sin mencionar la sensación de pesadez, como cuando se padecía fiebre. ¿Así iba a sentirse la vida a partir de ese día? ¿Tan vacía?

La gente que cruzaba la puerta del cementerio vestía pesados abrigos negros, pero lo realmente deprimente eran sus rostros demacrados por el tiempo de sufrimiento que estaban pasando. No todos lloraban, creyendo que debían guardarse el dolor para sí mismos, o tomando como pretexto que la muerte era algo natural e inevitable.

Sólo un escenario así podía recordarle a cualquiera su condición de mortal, a Paul lo había roto. Había intentado todo lo que estuvo en sus manos para salvar a su madre, tuvo que sufrir, enfrentarse a sí mismo, dejar su casa, abandonar sus estudios. Se sentía como si nada hubiera servido, su madre estaba muerta y él ni siquiera había conseguido llegar a tiempo para el servicio religioso en su honor. ¿Acaso era cierto aquello de que todos teníamos el destino escrito desde el momento en que nacíamos?

El pelinegro esperó en la sombra a que el cortejo fúnebre con el ataúd de su madre llegara al cementerio, le pareció una eternidad. Ver a su padre abrazando a su hermano lo alteró, pero el llanto Mike rompió todavía más el corazón de Paul. Se habían terminado las palabras de cariño en casa, los apapachos. La vida insistía en continuar con la ausencia de Mary, pero ellos se aferraban a que no lo hiciera sin aquella maravillosa mujer. ¿Tenía sentido un mundo sin su madre?

El primogénito de los McCartney avanzó detrás del cortejo, no quería atención para él, y estaba seguro de que se quebraría en cuanto alguien intentara darle sus condolencias por la pérdida. De todos modos, ninguno de los presentes parecía notarlo, probablemente porque ya no era el mismo chico flacucho que habían visto la última vez. Sin embargo, no pudo evitar acercarse al ataúd una vez que estuvieron en el sitio donde enterrarían la caja de madera para que Mary descansara por toda la eternidad.

Y no pudo contenerse más, posando su cabeza sobre el ataúd, lloró las lágrimas que aún le quedaban.

Igual que un niño pequeño, así se sentía después de todo: como un infante que lloraba desesperado porque su querida mami le había soltado la mano. Ella nunca volvería a tomarlo, aunque le había prometido que siempre estaría cerca de él para protegerlo de todo y de todos.

— ¿Paul? —la rota voz de su hermano lo hizo alzar la cabeza—. Nos dejó, Paul, ella se fue de verdad. Ya no la veremos, mamá nos dejó.

Los hermanos se abrazaron con la poca fuerza que tenían en ese difícil momento, pero transmitiéndose lo que sabían que sólo el otro podía comprender. Ella los había traído al mundo a ambos, se había encargado de darles una buena educación, de enseñarles valores, de criarlos como buenos muchachos; sin ella, había un agujero enorme en el corazón de ambos jóvenes que no sabían cómo reparar.

— ¡Es tu culpa! —Paul sintió cómo alguien lo jalaba por los hombros para separarlo de los brazos de su hermano y lo tiraba al suelo sin tener consideración alguna por estar embarazado—. ¡Su muerte es el castigo que recibimos por la abominación que eres! ¡Es tu culpa que Mary haya muerto!

El golpe que sufrió cuando su espalda impactó contra el suelo no lastimó tanto al embarazado como darse cuenta de que había sido su propio padre quien lo había derribado al suelo y gritado aquellas horribles palabras. El hombre mayor no paraba de maldecirlo, ni de culparlo de la muerte de aquel ángel al que él y Mike habían podido llamar madre. James ni siquiera lo dejó hablar, pues consideró que las palabras no estaban lastimando lo suficiente al chico y volvió a actuar. Lo siguiente que Paul sintió fue una fuerte patada en el vientre que lo obligó a girarse y a doblarse, colocó sus manos de inmediato sobre su pancita, como si con eso pudiera proteger al bebé.

—Papá, por favor...

El pelinegro miró al hombre que le había dado la vida con ojos suplicantes, pero el señor McCartney ni siquiera se tomó la molestia de verlo, menos aún de escucharlo; era como si sólo sintiera odio hacia su primogénito. Las siguientes patadas desencadenaron un dolor casi insoportable en la zona que de por sí le dolía con bastante frecuencia por el embarazo: su espalda baja. Cerró los ojos al mismo tiempo que soltaba un chillido de dolor. La humedad de la tierra ya había arruinado su ropa, pero sólo se sintió asustado cuando el aire abandonó su cuerpo y no pudo respirar debido a una patada que su padre le dio con mucha fuerza en la parte alta de la espalda.

— ¡Papá! —gritó Mike, justo cuando las patadas cesaron.

El embarazado, todavía sofocado e intentando jalar la mínima cantidad posible de aire hacia sus pulmones, giró su cabeza para descubrir a su padre y a John enfrascados en una pelea que el castaño parecía estar ganando. Intentó gritar para detenerlos, pero lo único que salió de su boca fue un sonido ahogado; iba a desmayarse pronto. Cuando sus pulmones reaccionaron y fue capaz de respirar, ya habían separado a su padre y al magnate.

— ¡No vuelvas a lastimarlo! —le gritó Lennon con enojo, escupiendo hacia el padre de su pareja e intentando librarse de quienes lo sujetaban—. ¡Te mataré si vuelves a ponerle una mano encima!

— ¡No es asunto tuyo lo que yo haga con esa abominación! —respondió James McCartney antes de limpiarse la sangre del labio para intentar abalanzarse de nuevo sobre su hijo mayor—. ¡Me avergüenza tanto que voy a matarlo!

El empresario forcejeó lo suficiente para liberarse del agarre y, notando que el pelinegro parecía estar sufriendo un dolor intenso en todo el cuerpo, sin mencionar que su pecho se elevaba de una manera extraña, lo cargó deprisa para alejarse del lugar. No podía arriesgarse a que volvieran a lastimar a Paul, no se lo perdonaría.

—Debiste dejar que me matara... —susurró el pelinegro contra el pecho del castaño, mojándole la camisa con sus lágrimas, ya no le importaba nada—. Tiene razón, soy una vergüenza. Le mentí a todos, tomé malas decisiones, creí que la había salvado... no quiero vivir en un mundo sin ella, John.

—No digas eso, Paul —le pidió Lennon sin dejar de caminar, con varias miradas curiosas fijas en él y el chico que llevaba en brazos—, estoy seguro de que a ella no le habría gustado que pensaras así.

—No la conociste...

—Me habría encantado hacerlo —admitió el castaño, luego de un suspiro—. Le habría agradecido por darme al hombre que amo, y la habría felicitado por el buen trabajo que hizo criándote.

—Bájame, John, puedo caminar.

El castaño temía que su pareja no tuviera la fuerza suficiente para realizar tal tarea, podía percibir lo débil que se encontraba, quizá al borde del desmayo. No obstante, también le preocupaba que McCartney se molestara si no hacía lo que él quería.

—Está bien —cedió el magnate, bajándolo con toda la delicadeza que podía. El pelinegro no pudo evitar soltar un quejido por el dolor—. Ese desquiciado te golpeó con todas sus malditas fuerzas... ¿estás seguro de que puedes hacerlo, Paulie? No tengo problemas con llevarte en mis brazos.

—Puedo hacerlo —dijo Paul, sintiéndose todavía más triste al ver su ropa llena de tierra y de lo que rogaba fuera lodo—. Sólo... creo que necesito espacio. Mi cuerpo me duele, pero no se compara en nada con lo que siento aquí... —McCartney posó su mano sobre su pecho, justo encima de donde se ubicaba su corazón—. Ese desquiciado es mi padre, ¿sabes?

—Eso no hace que me arrepienta de la paliza que le di...

El pelinegro no contestó, se limitó a caminar con dificultad al lado del empresario hacia la salida del lúgubre lugar. La intensa molestia en la parte baja de su espalda se había extendido a sus caderas, así que se sintió muy agradecido cuando Lennon abrió la puerta de uno de los autos que estaban estacionados junto a la acera. Miró una vez más hacia el cementerio antes de subir, John no tardó en ocupar el asiento del conductor.

—Ella quería conocerte, ¿sabes? Dijo que necesitaba dar su aprobación —McCartney sollozó y desvió su mirada hacia el suelo del vehículo—. Si te hubiera dicho la verdad antes, quizá hubieras podido conocerla. Era una gran mujer...

—Sé que sí, cariño —respondió el castaño, queriendo sonar cercano, pero al mismo tiempo dándole su espacio al chico. Se colocó el cinturón de seguridad y vio a su acompañante para descubrir que todavía no lo había hecho—. Ponte el cinturón de seguridad, por favor, Paul.

McCartney alzó la vista y soltó un chillido de dolor cuando levantó la mano para tomar la banda, moverse dolía. Lennon tuvo que colocarle el cinturón, muy preocupado de la severidad de los golpes que había recibido su pareja y sumamente enojado con el hombre que lo había provocado.

—Te llevaré al médico, Paul —habló John con un tono de voz que indicaba que no habría nada en el mundo que lo convenciera de lo contrario—. Quiero que te revisen, al bebé también.

El pelinegro frunció el ceño de repente y se inclinó un poco para llevar una mano hacia su trasero, estaba muy mojado; pero estaba seguro de que no se había orinado encima. Se puso todavía más pálido cuando vio sus dedos manchados de rojo. John sintió que su presión bajaba hasta un nivel peligroso.

—Estás sangrando... 







Creo que este ha sido el capítulo más dramático y triste que he escrito en todo el tiempo que llevo escribiendo.

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Nota: es posible que este capítulo tenga errores, intenté revisarlo para corregirlo, pero parte de la narración me trae recuerdos muy tristes que no quiero revivir. Espero que puedan comprenderlo.

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