Capítulo 50
John y Paul habían dormido lo más cerca que habían podido, incluso con sus piernas entrelazadas, con el único fin de darse calor. El invierno estaba cerca, así que las noches eran cada vez más gélidas y, aunque tenían cobijas suficientes, les encantaba la agradable sensación de que sus cuerpos estuvieran pegados.
Por eso, cuando el magnate despertó antes que su pareja en la mañana, no se sorprendió ni un poco al descubrir que su brazo aún se encontraba rodeando a McCartney, de modo que su mano quedaba justo encima de la abultada pancita de embarazo del chico. Lennon cerró los ojos y comenzó a mover su mano con lentitud a modo de caricia, intentando conciliar el sueño de nuevo. El bebé parecía tener otros planes.
—Oye, no te muevas, vas a despertar a mamá —le pidió John en un susurro, sonriendo divertido ante la sensación de su hijo moviéndose bajo su mano—. Vamos, no quiero comenzar con los castigos desde ahora.
El pequeño no entendía las palabras de su padre, pero en definitiva ya tenía suficiente energía como para no volver a dormir hasta en un par de horas. Siempre despertaba temprano, Paul incluso bromeaba con que no necesitaba tener un reloj con alarma porque el bebé ya cumplía esa función.
—Jovencito, a dormir... —el castaño habló con voz dulce.
—No va a funcionar, ya lo he intentado antes —murmuró Paul antes de soltar un bostezo, sin molestarse en abrir los ojos—. Es rebelde, nunca me hace caso, y ahora sé que lo sacó de su papá.
Lennon rió, esperando que lo que estaba diciendo su pareja fuera una broma, no estaba seguro sobre si tener un hijo rebelde fuera algo bueno para su salud mental. McCartney tampoco parecía ser de aquellos que podían lidiar bien con la rebeldía.
—Paul...
— ¿Qué ocurre? —el mayor sintió un escalofrío, la voz del pelinegro se había escuchado casi como un ronroneo.
— ¿Te gustaría tener más hijos conmigo? —preguntó John, sonriendo.
No lo había preguntado porque realmente quisiera tener una docena de bebés con Paul, aunque tampoco le desagradaba la idea, sino porque le encantaba cuidarlo y consentirlo. Quería asegurarse de que podría hacerlo en otra ocasión.
—No lo sé —contestó el pelinegro luego de emitir un quejido—. Uno a la vez, ¿sí? Cuando este tenga un año, podemos volver a hablar del tema... no, cuando tenga cinco años... eh... yo te aviso, John.
Lennon soltó una risita y hundió su nariz en el cuello de su pareja para oler la esencia de su piel, además de hacerlo para provocarle cosquillas, por supuesto. McCartney tuvo que girarse para apartar al castaño de él.
—Creí que habías dicho que iban a dejar dormir a mamá —le recriminó el menor, rodando los ojos. El magnate sonrió todavía más al verlo bostezar, era un espectáculo demasiado tierno para él—. Todavía tengo sueño... gestar es cansado, ¿sabes? Últimamente el bebé se mueve más por las noches y a veces patea muy fuerte, es lindo, pero no me ayuda a dormir temprano.
—Lo siento... —el empresario había sentido la necesidad de disculparse, aunque también era consciente de que no tenía sentido que lo hiciera. Paul no le contestó, había vuelto a cerrar los ojos y su respiración era bastante tranquila—. Bien, tú quédate en la cama un rato más y yo iré con Prudence a preparar el desayuno. Dulces sueños.
Lennon besó el hombro de su pareja antes de levantarse para ir a la cocina. Sabía que el alimento perfecto para esa mañana sería algo dulce. Paul quedaría complacido con el mero sabor, mientras que el azúcar del alimento le brindaría a él la energía suficiente para volverse a quebrar. Realmente esperaba que fuera la última vez que tuviera que hacerlo.
—Buenos días, señor Lennon —lo saludó la muchacha con una sonrisa tímida, como de costumbre—. ¿Ya quiere tomar el desayuno? Quizá quiera comenzar con algo de fruta en lo que preparo lo demás.
—En realidad... vine a ayudarte a preparar el desayuno —el magnate soltó una risita nerviosa, sabiendo que a la mujer no le agradaba compartir la cocina con otra persona—. Paul quiso dormir más y, bueno, creí que sería una buena idea despertarlo con un desayuno dulce en la cama.
O'Brien se limitó a asentir, en cierto modo porque sabía que no podía negarle a su propio jefe usar la cocina de la que era dueño, pero también lo hizo enternecida. El magnate siempre había sido un gran hombre, no tenía ni una sola queja de él desde que empezó a trabajar ahí, pero el cambio por el que había atravesado desde que McCartney había llegado era muy evidente. Parecía estar más alegre y tener un motivo para levantarse con ganas mañana tras mañana.
—Está bien —la muchacha se encogió de hombros—. ¿Se le ocurre algo que pueda gustarle al señor McCartney?
—Hot cakes —respondió Lennon antes de comenzar a buscar la harina en la alacena—. Sé que estará fascinado con ellos y todavía puede hacerlos más dulces si les pone miel o mermelada encima, sí, haremos hot cakes.
La empleada no estaba acostumbrada a ver a John cocinando a su lado, se sentía como algo extraño, incluso malo, porque el hombre se encargaba de entregarle su salario de forma puntual por las comidas. Era su trabajo, después de todo. No obstante, le sorprendió descubrir que el magnate no sólo era bastante limpio al momento de cocinar, sino que le preguntaba de manera constante si lo que estaba haciendo era correcto, lo mismo con las cantidades.
Lennon conocía la receta a la perfección, pero mostrarse como un tonto inseguro que dependía de ella era la mejor forma de demostrarle lo mucho que le agradaba tenerla en casa como su cocinera. Incluso le pidió su opinión sobre el mejor acomodo a Prudence cuando ya habían preparado una pila de deliciosos panqueques. La mujer dividió todo en dos platos, colocó una taza de té a cada lado de un plato y también se aseguró de que no faltaran los recipientes con mieles y mermeladas de distintos tipos.
—Gracias, Prudence.
El empresario tomó la bandeja con la comida para dirigirse a la habitación que compartía con McCartney. Se sentía más feliz con cada paso que daba y creía que su corazón se le saldría del pecho si seguía latiendo tan rápido como en ese momento. Empujó la puerta con el pie y suspiró al ver que Paul seguía en la cama cuando entró.
—Bello durmiente, traje el desayuno para los dos.
—Estoy despierto —murmuró el menor, desperezándose al mismo tiempo que soltaba un gran bostezo. Olfateó sin ser discreto y sonrió—. Huele delicioso, ¿qué vamos a desayunar?
—Creí que a mi dulce chico le gustarían unos deliciosos hot cakes —respondió John—. Traje mieles y mermeladas también, sólo hoy te permitiré que te excedas en el consumo de azúcar. Luego podremos tomar un baño juntos, ya sabes, antes de irnos al lugar donde dije que te llevaría.
. . .
Paul miraba con asombro la zona de Londres en la que John estaba conduciendo, no se necesitaba ser un experto en bienes raíces para identificar que era una de esas áreas en la que sólo la gente con mucho dinero podía darse el lujo de comprar una casa para vivir. Todas las propiedades poseían un amplio jardín delantero, había bancas a lo largo de las amplias aceras e incluso los árboles poseían una pequeña cerca a manera de protección.
— ¿Te gustaría tener una casa aquí, Paulie? —preguntó John, observando de reojo cómo la curiosidad y el asombro le impedían a su pareja romper el contacto visual con la ventana.
El mencionado sonrió con un poco de tristeza, por supuesto que le encantaría tener una casa en ese vecindario: parecía ser el lugar perfecto para criar niños, incluso para tener mascotas; el aura era completamente familiar y segura. Además, las casas no compartían ninguna pared entre ellas, lo cual garantizaba a sus propietarios una privacidad absoluta. Algunas viviendas lucían mejor que otras, pero todas tenían un aspecto bastante superior a las casas que McCartney acostumbraba ver en Liverpool.
—Sí, es un lindo vecindario —respondió Paul—. ¿Vivías en una de estas casas cuando estabas casado con Cynthia?
—Así es —Lennon asintió, sin apartar la vista del frente—. Nosotros no escogimos la zona, y tampoco me enorgullece decir que los padres de Cynthia fueron quienes pagaron la casa. Fue... un regalo forzado de bodas, por decirlo así. Cynthia estuvo cómoda desde el principio, rodeada de personas como ella, yo tardé más en adaptarme a vivir en un barrio de ricos. —El castaño estacionó el auto frente a una propiedad que no estaba habitada y suspiró—. Esa era mi antigua casa, Paulie.
— ¿Esa de ahí? —el pelinegro señaló la vivienda que estaba más cerca, el castaño asintió—. Es muy linda, ¿viviste aquí hasta que decidiste mudarte a donde vives ahora?
—No, sólo volví por las cosas más necesarias después de lo que pasó —confesó John, evitando a toda costa que el recuerdo de esa ocasión volviera a su mente, incluso de manera borrosa—. Ringo fue después por el resto, pero me prometió que nadie tocaría nada.
— ¿Entonces no has vuelto a entrar después de esa vez? —preguntó Paul, frunciendo el ceño.
—Dos veces —Lennon asintió sin mucho entusiasmo—. La primera de ellas sentía mucha rabia y creí que destruyendo la casa podría sentirme mejor, pero no me sentí bien al ver los muebles rotos. Casi podía ver a Cynthia molesta. La segunda vez fue hace algunas semanas, cuando tú no estabas, pero tampoco fui demasiado valiente como para permanecer tanto tiempo dentro.
McCartney volvió a dirigir su mirada hacia la vivienda. Ya no le parecía tan linda como antes: era como si la tristeza que se podía percibir en las palabras de su pareja le hubieran quitado una especie de anteojos que lo idealizaban todo. Era evidente que la casa llevaba mucho tiempo abandonada: el estado del tejado era deplorable, pues las tejas habían perdido la elegancia que poseían las de las otras viviendas, algunas estaban dañadas por la humedad y otras simplemente se habían desprendido del resto. Tragó saliva con fuerza, sintiéndose apenado de repente por la familia que alguna vez llegó a vivir bajo ese techo.
—Paul... —el magnate tomó una de las manos del pelinegro y colocó las llaves sobre ella, temeroso de que un sentimiento de repulsión naciera en su pareja—. ¿Me acompañarías adentro?
La suplicante mirada del empresario logró hacer que Paul asintiera, aunque en realidad no deseaba demasiado adentrarse en ese lugar que era clave en la parte más difícil de la historia de John, no estaba seguro de que las hormonas lo ayudaran tampoco. No obstante, se sintió más tranquilo al sentir la cálida mano de su pareja unirse con la suya mientras avanzaban despacio por el camino de adoquín que conectaba la acera de la calle con el pórtico, también desgastado.
Lennon se hizo a un lado para que McCartney pudiera introducir la llave en la cerradura. El mayor estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse, pero la sudoración de su cuerpo, así como la manera en que sus piernas temblaban, no estaba facilitando el trabajo. El pelinegro pareció notarlo porque, una vez que hubo abierto la cerradura, miró a su pareja con preocupación.
—No tenemos que hacer esto, John —le aseguró con la voz más dulce que le fue posible.
—Es necesario para que entiendas por qué soy quien soy —el castaño tomó el picaporte y lo giró para abrir—. Pasa, por favor.
McCartney no pudo evitar notar cómo el polvo y la humedad se habían apoderado del lugar, las telarañas en los rincones de las paredes también eran visibles. La sala, que era el recinto en el que estaban, le hubiera dado la impresión de que el sitio era acogedor de no ser porque los muebles estaban hechos pedazos. Debía tratarse de los que John había destruido.
—Ella se encargó de decorar y amueblar la casa —habló el castaño, colocándose detrás del pelinegro, intentando ocultarse—. Nunca presté mucha atención a los detalles hasta que volvimos de Liverpool luego de la muerte de mi madre, Cynthia se había asegurado de que la casa luciera casi igual a Mendips, supongo que creyó que eso me haría sentir como en casa, pero nunca lo sentí como un hogar, no realmente.
— ¿Por qué no se lo dijiste? —se atrevió a preguntar McCartney, mirando a John a los ojos, intentando buscar una respuesta más allá de las palabras que pudiera decirle—. Estar con alguien no significa que vayas a cumplir todo lo que la otra persona desee, se necesita un equilibrio. ¿Cynthia nunca notó que pasaba algo extraño? ¿Que no eras feliz?
—Creo que lo habría notado si no me hubiera vuelto a encontrar con Stuart —Lennon suspiró, mirando hacia el techo para calmarse. Lo último que necesitaba era un ataque de ansiedad en ese momento—. Perder a mi madre fue muy duro, me sentía inestable y deprimido, peleaba con Cynthia por cosas estúpidas; eso cambió cuando volví con Stuart: fue un gran consuelo para mí, así que volvía a casa sonriendo y de mejor humor que nunca. Cynthia adoraba a Stuart por ser "un increíble amigo"...
John había hecho las comillas en el aire al mismo tiempo que una expresión de desagrado se dibujaba en el rostro, recordando todas aquellas veces en que su esposa y su amante habían compartido la mesa de manera pacífica e incluso amistosa para comer junto al hombre que compartían. No había sido correcto.
—La facultad de arte donde él estudiaba quedaba justo enfrente de la facultad donde yo estudiaba —el magnate suspiró—. Retomamos nuestra relación en secreto. Stuart vivía solo en un departamento a un par de estaciones de aquí, así que acudía a él cuando me sentía abrumado con mi vida matrimonial. Acostarme con él me hacía sentir libre, feliz, como si el antiguo y rebelde John volviera.
Paul sintió un escalofrío al sentir las manos del castaño sobre su pancita, podía percibir la tensión a través de las caricias, pero no creyó conveniente decir algo al respecto.
—Debí estar muy jodido como para creer eso —Lennon se mordió el labio inferior con fuerza y asintió despacio—. Dios, en serio estaba jodido, Paul. Todo terminó cuando llegó mi cumpleaños dieciocho, aunque nunca pensé que pasaría tan... repentinamente. Cynthia decidió hornear un pastel para celebrar, Stuart me invitó a un bar a beber. Yo quería salir con él, pero el embarazo de ella ya estaba muy avanzado y no quería recibir otra crítica de sus padres sobre lo terrible que era como esposo y futuro padre. Pero ella insistió, creo que sabía que algo pasaba entre Stuart y yo, al menos lo sospechaba.
—Tienes que ir —le dijo ella, terminando de decorar el pastel de cumpleaños.
—No, me quedaré contigo —el castaño negó con la cabeza—. El doctor dijo que el bebé podría llegar en cualquier momento y no quiero que estés sola. Además, acabas de hacerme un pastel...
Ella rodó los ojos, John sabía cuánto detestaba que la vieran como alguien que no podía hacer las cosas sola, le costaba demasiado aceptar su vulnerabilidad. Lo cierto es que sólo lo fingía, desde que había descubierto que llevarle la contraria a su esposo era la única manera de hacer que se acercara. Una especie de psicología inversa.
—Siempre podemos desayunar pastel —Cynthia rió—. John, es tu cumpleaños, trabajas demasiado y ambos sabemos que en el fondo quieres ir. Además, no creas que no me he dado cuenta de lo mucho que Stuart te ha insistido.
El castaño tensó la mandíbula, para disimular que estaba entrando en pánico, su esposa mencionando a Stuart lo ponía tenso. La mujer observó a su marido detenidamente para después hacer la pregunta que John tanto temía:
— ¿Hay algo entre Stuart y tú? Sé que son amigos, pero... me refiero a, ya sabes, algo más que eso.
—Sólo somos amigos, casi hermanos —contestó el hombre, cortante.
—Te creo —la rubia tomó el pastel para meterlo al refrigerador, hizo una extraña mueca en cuanto cerró la puerta. Había sentido una pequeña punzada en el vientre, pero no le dio importancia—. Deberías ir a vestirte, John. Este será el último cumpleaños que podrás disfrutar sin preocupaciones, hazme caso.
El castaño sonrió de lado, era consciente de que Cynthia tenía razón, el bebé llegaría pronto y ya no habría lugar para salidas ni distracciones. Su paternidad estaba próxima, así como su obligación de dar un buen ejemplo a su hijo.
— ¿De verdad puedo ir?
—No tienes que pedirme permiso para algo así —su esposa volvió a reír—. Es tu cumpleaños, y sé que mereces un poco de diversión en tu día especial.
—Gracias, Cynthia, eres un ángel.
John se acercó a ella para besarla, tomándola por sorpresa. Era la primera vez que él era quien tomaba la iniciativa de unir sus labios, pero necesitaba demostrarle lo agradecido que estaba con ella por ser tan comprensiva y tolerante. Todavía no había desarrollado atracción hacia la hija de los Powell, pero sí que le tenía aprecio.
—Volveré temprano, lo prometo.
Lennon se llevó ambas manos a la cara para calmar un poco sus nervios, ignorando que su pareja lo miraba con suma preocupación. A Paul le afectaba ver de esa manera al hombre que amaba, estaba tan acostumbrado a verlo radiante y fuerte que la faceta que estaba contemplado parecía irreal.
—Le habría dicho algo más si hubiera sabido lo que iba a suceder después... —las lágrimas del castaño ya estaban amenazando con salir—. Me fui con Stuart al bar y me divertí como no lo hacía en mucho tiempo. Una cosa llevó a la otra y terminamos en su departamento... ya sabes. De alguna manera ese fue el principio de toda la desgracia.
Sutcliffe estaba recostado en la cama, mostrando impúdico su desnudez y acariciando su cabello, todavía mojado por el sudor de su cuerpo.
—Escapemos, Winnie —le propuso Stuart con un brillo especial en sus ojos apenas si el castaño hubo desechado el condón en el cesto de basura—. Podemos iniciar una nueva vida lejos de aquí. Nos cambiaremos los nombres si es necesario para que nadie nos encuentre.
—No puedo hacer eso, amor —John besó la mejilla de su novio antes de empezar a vestirse—. Ya debo irme, Cynthia debe estar preguntándose por qué no he llegado todavía. Es casi medianoche, le dije que llegaría temprano.
—No quiero que te vayas, Winnie.
Stuart lo abrazó con fuerza y comenzó a succionar el cuello de John para dejar una marca, pero el castaño lo apartó antes de que el hematoma se formara. Rió y negó con la cabeza, su amante podía ser muy intenso.
—No puedes hacerme marcas —le recordó para luego cerrar los botones de su camisa—, mi esposa no debe sospechar que estoy con alguien más, menos que se trata de un hombre.
—Estoy cansado de ser el amante —Sutcliffe se cruzó de brazos, su resentimiento hacia John había incrementado en los últimos meses—. Extraño que me beses, que me hagas el amor varias veces a la semana y que te quedes a dormir conmigo. No es justo que ella te tenga todo el tiempo, yo he sido tu pareja por años, eso debería darme ciertos derechos, ¿no?
Las palabras de su novio estaban provocándole a Lennon una extraña sensación de inseguridad y de arrepentimiento. No sabía qué estaba haciendo con su vida, era como si hubiera perdido el rumbo de todo desde que se había enterado que había embarazado a la hija de los Powell.
—No te pongas celoso, ella está embarazada de mi bebé, me necesita más que tú.
— ¿En serio? ¿La misma excusa de siempre, John? —Stuart rodó los ojos, irritado ante la indiferencia que su pareja mostraba por sus sentimientos—. También puedo darte un bebé, sólo debemos intentarlo, ¿eso es lo que quieres?
—No quiero un bebé —espetó Lennon. Sutcliffe frunció el ceño de inmediato—. Por Dios, apenas cumplí dieciocho y ya estoy casado y con un hijo en camino. Aún tenía miles de cosas y tonterías por hacer, pero lo arruiné todo. Stuart, no estoy listo para cuidar de algo que llora y se caga encima cada maldita hora. Lo de Cynthia fue un accidente, lo sabes bien; si tanto te molesta, no debiste darme celos esa noche.
—Lo que no entiendo es por qué no puedes dejarla, está claro que no la quieres.
John ya había perdido la cuenta del número de veces que Stuart le había dicho eso, se había vuelto una especie de dialelo: tenían sexo, discutían, se pedían disculpas, John se iba con Cynthia y Stuart con su novia, y todo seguía bien hasta que alguno de los dos necesitaba contacto físico.
—Me acosté con Astrid...
— ¿Qué? —John hizo una mueca de desagrado, estaba ofendido—. Acordamos que nada de intimidad con ellas, Stuart. ¡Soy tu novio!
—Un novio que sólo me da sobras de amor —le reclamó Sutcliffe, luego suspiró para calmarse—. ¿Cynthia o yo?
—No seas ridículo —Lennon se puso el pantalón.
—Es en serio, ¿ella o yo?
Sabía que tarde o temprano tendría que responder a esa pregunta, no iba a poder vivir toda la vida teniendo un amante, no era correcto. No obstante, jamás se imaginó que sería aquel chico con el que había compartido tantos años de su vida quien lo pondría entre la espada y la pared. Lo cierto era que no podía abandonar a su esposa, no cuando el bebé estaba tan próximo a nacer.
—Cynthia —su voz sonó abatida, había perdido el juego en el que él mismo había decidido participar. Su amante asintió lentamente, como si no hubiera esperado esa respuesta—. Escucha, te amo a ti, pero no puedo dejarla sola con el bebé, Stuart.
—Creí que me elegirías a mí —Sutcliffe comenzó a vestirse deprisa bajo la atenta mirada de John, quien estaba desconcertado por la calmada actitud del chico—. El tiempo que te dediqué, los momentos que pasamos juntos, el apoyo que te di... nunca podrás amar a alguien como me amas a mí, ¿sabes? No hallarás a nadie mejor.
—Cariño, no quiero que terminemos así —Lennon intentó tocar la mejilla de Stuart, pero él se apartó—. Por favor, te amo, no podemos dejar que algo como esto no separe.
— ¿Algo como esto? —Sutcliffe entrecerró los ojos—. Nuestra relación está rota desde el día en que te casaste con esa zorra con dinero. Ya no puedo seguir con esto, quiero estar con alguien que me demuestre amor. Además, sabes que yo realmente no me siento atraído por los hombres, no estoy enfermo...
McCartney tenía el ceño fruncido, molesto por la manera en que Stuart había tratado a John, pero al menos podía comprender cómo había sido que la relación de su pareja con el diseñador había terminado.
—Nunca lo admitió, pero sé que quiso decir "como tú", lo pude ver en su rostro —se lamentó el empresario para luego chasquear la lengua—. Después se casó con Astrid para intentar darme celos, pero él sí se enamoró de ella y de los hijos que tuvieron juntos. —Lennon suspiró y talló sus ojos para evitar que las lágrimas salieran, así pudo continuar—. Salí del departamento de Stuart y me dirigí a casa, ya pasaba de la medianoche, quizá incluso de la una de la mañana...
El castaño comenzó a caminar hacia lo que era la habitación que compartió con la mujer rubia cuando estuvieron casados, Paul lo siguió de cerca sin decir palabra alguna. Aunque hubiera tenido el valor de emitir alguna palabra, no sabía qué podía decirse en un caso como ese. Tomó el picaporte de la puerta que debía conducir al baño de la habitación, pero no se sintió lo suficientemente valiente como para girarlo, no todavía. Optó por continuar con los recuerdos de la fatídica noche.
Supo que algo malo había pasado desde que vio las luces de la casa encendidas cuando ya pasaba de la medianoche, pero lo que confirmó sus sospechas fue que Cynthia no lo recibió una vez que hubo atravesado la puerta de la entrada. El silencio sepulcral que había en el lugar le provocó un escalofrío a John.
Notó que el teléfono que había junto al sillón estaba mal colgado. Eso tampoco era común, su esposa se esforzaba en mantener todo en perfecto orden. El castaño tomó el artefacto y lo colocó en su sitio para después mirar hacia la cocina, el lugar donde había visto a la rubia antes de irse. No le sorprendió que no estuviera ahí, de cualquier manera.
— ¿Cyn? —la llamó, intentando no sonar nervioso—. ¿Estás despierta, cariño?
No hubo respuesta. Algo malo había pasado, su esposa no era una persona que tuviera el sueño pesado, menos aún en el tercer trimestre del embarazo. Tragó saliva y corrió hacia la habitación que ambos compartían con la esperanza de, por alguna extraña razón, verla completamente dormida bajo las sábanas. Pero ella no estaba ahí: parecía que nadie había tocado la cama desde hacía muchas horas.
La luz del baño estaba encendida, podía verlo a través de la pequeña abertura que había entre la puerta y el piso, aunque eso no logró tranquilizarlo del todo. Tenía la corazonada de que encontraría algo terrible si la abría, por eso prefirió preguntar primero.
— ¿Estás en el baño, Cyn?
Silencio. La ansiedad que estaba acumulándose en el cuerpo de John estaba a punto de consumirlo. ¿Y si la rubia se había ido a casa de sus padres tal y como lo había amenazado en más de una ocasión? Descartó la idea en seguida, ella no se habría marchado sin avisarle. No era tan impulsiva como a veces intentaba demostrarle.
—Cynthia, contéstame... o entraré.
La dulce voz de la chica con la que se había casado nunca llegó a los oídos del asustado John que se encontraba al otro lado de la puerta. Él era como un niño pequeño; era un cobarde, no quería entrar.
Lennon colocó su mano sobre el picaporte de metal, que estaba helado, y lo giró con lentitud para después empujar la puerta. La visión del hombre comenzó a nublarse, su corazón se detuvo y se sintió incapaz de respirar al ver la escena que tenía frente a sus ojos. Ni siquiera necesitaba sus gafas, todo parecía horriblemente nítido.
Ahí estaba ella: más pálida de lo que John la había visto jamás, desnuda de la cintura hacia abajo, aferrándose a un ensangrentado bulto con ambos brazos. Un varón. Habían tenido un varón, cuya piel se encontraba azul, el cordón umbilical todavía estaba uniéndolo a su madre. Cynthia estaba sobre un lecho de sangre que ni siquiera lucía del todo fresca. Estaba inerte, su cuerpo no parecía tener fuerza alguna y, aunque su boca se encontraba entreabierta, no respiraba. Su esposa estaba muerta, y se había llevado al pequeño que tanto había esperado.
—Cyn... —John tomó el cuerpo de la rubia y comenzó a llorar—. Perdóname, perdóname, esto es mi culpa, debía estar contigo. Prometí cuidarlos... yo... lo siento mucho.
Los golpes en la puerta de la casa no inmutaron al castaño, quien estaba absorto en abrazar a su familia, como si creyera que transmitirles el calor de su cuerpo los traería de vuelta a la vida. Tampoco se movió cuando los paramédicos derribaron la puerta de la vivienda. John comenzó a cantar una canción de cuna que su madre utilizaba para calmarlo, había perdido todo rastro de cordura.
John rompió en llanto al girar el picaporte. No tuvo un ataque de pánico porque la presencia del hombre que amaba parecía fortalecerlo, pero recordar dolía. Por su parte, Paul llevó ambas manos hacia su rostro por la sorpresa. Una gran mancha café, así como varias más pequeñas, adornaban los blanquecinos azulejos del piso del baño. No se necesitaba ser un experto para saber que la coloración se debía al paso del tiempo. Cuando el castaño le había dicho que nadie había movido nada de la casa, no se había imaginado que también hablaba del punto exacto donde había encontrado los cuerpos de su familia.
—Sus cuerpos aún estaban tibios... —murmuró Lennon entre sollozos—. Creí que en cualquier momento despertarían, que todo quedaría en un mal susto, pero no fue así. Nunca escuché el llanto de Julian, tampoco volví a ver los hermosos y comprensivos ojos de Cynthia. Fue mi culpa, lo perdí todo por una buena follada. Si hubiera cumplido con mi promesa de volver temprano a casa, o si no hubiera ido con Stuart a su departamento, si no hubiéramos conversado después del sexo... quizá Cynthia y Julian seguirían con vida.
Paul lo estrechó entre sus brazos con fuerza, sintiéndose muy afectado por la historia de John y comprendiendo por qué había tenido ciertas actitudes que no eran propias de un típico padre respecto a su embarazo y al sexo del bebé. Lennon no actuaba por capricho, ni tampoco para impresionar a nadie, sólo estaba aterrorizado: quería evitar que las cosas se repitieran.
El magnate utilizó el hombro de McCartney para seguir llorando, sintiéndose muy afortunado de tenerlo junto a él, aunque temeroso de perderlo para siempre por su horrible pasado. El pelinegro comenzó a acariciar la espalda del hombre en sus brazos, intentando reconfortarlo de la misma manera que una madre cariñosa.
—No fue tu culpa, John —susurró Paul con voz débil, pero dulce. Sus ojos estaban llenos de lágrimas—. No sabías que iba a pasarles eso, y definitivamente tú no lo provocaste, así que no te culpes.
—Creo que tengo una especie de maldición —se lamentó el magnate, llorando—. No puedo ser feliz, siempre tiene que ocurrir una tragedia que me haga perderlo todo. Mi padre, mi madre, mi tío George, mi familia, incluso mi tía... Mimi era más afectuosa conmigo, pero cambió mucho después de que se enteró que Cynthia me había dejado una pequeña fortuna. Terminé mis estudios, fundé mi empresa, pero estoy roto y muy solo...
—No estás solo —le dijo McCartney, sonando más firme que la vez anterior, pero conservando el toque dulce. Apartó al castaño de él para colocarle las manos sobre su pancita, en la zona donde el bebé estaba pateando—. Me tienes a mí y también a él. Sé que no llevamos mucho tiempo en tu vida, pero te aseguro que no será tan sencillo librarte de nosotros. Te amamos, John.
El corazón del castaño se aceleró al mismo tiempo que una temblorosa sonrisa de alegría se dibujaba en su rostro sin siquiera proponérselo. John creyó que debía sentirse avergonzado por sonreír a tan sólo un par de metros del punto donde lo perdió todo, en especial porque era la primera vez que lo hacía, pero no fue así. El lugar de la escena ni siquiera le pareció tan lúgubre como lo recordaba y, de alguna manera, eso le dió esperanza.
Tomando al pelinegro por sorpresa, John lo besó. No podía expresar con palabras cómo se sentía porque Paul no lo había rechazado después de saber lo que había pasado, sino que se había mostrado comprensivo con él y también le había asegurado que lo amaba, que no lo dejaría.
La sonrisa de Lennon no había desaparecido cuando salieron tomados de las manos de la propiedad para subirse al auto y emprender el regreso a Tittenhurst Park. Estaba seguro de que jamás podría borrar el horrible recuerdo de su mente, pero quizá su psicólogo y su psiquiatra habían tenido razón: podía sanar, la felicidad sí estaba a su alcance. Todo lo que se necesitaba era amor.
*inserte comentarios, opiniones, sugerencias y quejas sobre el capítulo aquí*
¿Qué les gustaría que pasara en el próximo capítulo?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top