Capítulo 48
John sonrió enternecido cuando lo primero que vio al despertar aquel jueves fue la linda barriga de Paul al descubierto. Cuando no tenían una sesión de amor por la noche, el pelinegro acostumbraba dormir con una especie de camisón lo suficientemente largo como para cubrir por completo su estirada piel; como casi no se movía durante la noche, la prenda permanecía en su lugar. Al parecer esa noche sí que se había movido.
Ambos se habían adaptado al horario de trabajo del magnate, por lo que todos los días desayunaban juntos, pero esa mañana el castaño decidió no despertar a su pareja. Sencillamente no podía hacerlo, no cuando la calmada respiración del pelinegro y la manera en que su boca estaba entreabierta le indicaba que en verdad estaba sumido en un sueño profundo y agradable. Tomó la sábana y la cobija para cubrirlo y besó su frente antes de levantarse de forma sigilosa.
El empresario siguió su rutina matutina y una hora más tarde se encontraba sentándose en uno de los sillones reposabrazos que había en su oficina en el corazón de Londres, contemplando cómo la ciudad comenzaba a llenarse de luces y adornos por la cercanía de las fiestas decembrinas. John no era un gran fan de ellas, y normalmente se ocupaba de la revisión de los archivos del holding para asegurarse de que todo estuviera en orden, pero esta vez estaba sintiendo algo diferente: quería pasar la Navidad con Paul, comprarle regalos a él y a la bebé, también a Richard y a sus ahijados.
Sonrió contento, concluyendo que así era como debían sentirse los que siempre habían tenido una familia. Aquellos que, mientras que él se iba a dormir temprano, se quedaban hasta muy tarde cantando, abrazándose, cenando juntos. John ya no podía recordar la última Navidad en la que se había divertido, pero esperaba que la de ese año fuera inolvidable. Sin embargo, no estaba tan seguro de conseguirlo con los planes de Paul.
El llamado a la puerta lo devolvió a la realidad, supo que se trataba de su mejor amigo por los toquidos. El ojiazul no tardó en sentarse en el otro sillón para ofrecerle a Lennon el café de todas las mañanas. Cargado, sin azúcar. El empresario no dudó en darle un pequeño sorbo en cuanto tuvo la caliente bebida en sus manos.
—Te ves pensativo —mencionó Richard, dirigiendo su mirada también hacia el gran ventanal de la oficina de su jefe—, ¿debería preocuparme por esa actitud o sólo es que Paul te dejó muy cansado?
—Paul quiere mudarse a Liverpool, Ringo —le confesó, sintiéndose un poco aliviado al saber que ya no era el único que tenía esa información—. Piensa hacerlo en la víspera de Navidad, y no sé qué hacer. He intentado que desista de la idea, porque me siento más tranquilo si está cerca, así puedo vigilar que todo esté bien, pero es muy terco.
—No lo entiendo, ¿por qué quiere regresar a Liverpool? —el ojiazul frunció el ceño, como si lo que acababa de decir su amigo fuera un completo disparate—. Dijiste que estaban llevándose bien, tienen sexo como conejos y cumples cada capricho que tiene. ¿Qué pasa por la cabeza de ese chico?
El hombre de ojos marrones sonrió, aunque había un toque de tristeza en la expresión. La pregunta que su mejor amigo había formulado era la misma que él llevaba intentando responder desde hacía meses, pero Paul parecía ser más complicado de descifrar que la combinación de la caja fuerte del banco más seguro y confiable del mundo.
A John le gustaba conocer por completo la situación en la que se encontraba, por lo menos era así en cada uno de sus asuntos negocios, aunque normalmente no permitía que sus socios u homólogos conocieran del todo su posición. Quizá por eso Paul le atraía tanto, porque nunca antes había conocido a alguien que fuera capaz de hacer lo mismo que él: llevar una máscara que los demás no notaban para que nadie pudiera ver lo vulnerable que era, para que no todos tuvieran el privilegio de conocer a la maravillosa persona detrás.
—Conoce a una buena partera, al parecer es alguien de su familia, y quiere que lo atienda ella durante el gran momento, yo... entiendo por completo eso. Si mi ano fuera a dilatarse tanto como para que un bebé saliese por ahí, también me gustaría que sólo alguien de confianza estuviera ahí para verlo.
— ¿Y qué piensas hacer? —preguntó Richard, agradecido porque él nunca se había enfrentado a algo parecido en todo el tiempo que llevaba con su ahora esposa.
—Me mudaré a Liverpool con él —dijo Lennon en lo que fue casi un susurro, colocando la taza de café sobre la mesita que estaba junto a su asiento—. La ciudad no está demasiado lejos, puedo volar diario hasta allá, aunque no creo que pueda llegar temprano todos los días a la oficina.
— ¿Estás seguro? Pasarías más de dos horas volando, probablemente más de lo que estás acostumbrado a volar en una semana, John —Starkey mordió su labio inferior, preocupado.
—Paul y el bebé son mi familia —contestó Lennon luego de un suspiro lleno de pesadez, la idea de pasar gran parte del día volando tampoco le agradaba demasiado—, me necesitan con ellos, yo necesito estar con ellos. Al menos tengo que intentarlo. También, bueno, yo... he estado pensando en la palabra con "m".
—Por Dios... —Richard rió y lo abrazó con cariño—. Sé que no tengo demasiado dinero, pero yo quiero ser el padrino, ayudaré en todo lo que pueda y les daré grandes consejos sobre el matrimonio.
—Te aseguro que no le pediría a nadie más que fuera el padrino de mi boda, narizón —el empresario rió mientras correspondía el abrazo, dando palmaditas en la espalda de su amigo—, pero tendrás que ser paciente, todavía no sé cuándo se lo propondré. Primero tengo que contarle por completo mi historia con Cynthia.
—Házlo cuando lo consideres pertinente, John.
. . .
John voló hasta Ascot para recoger a Paul poco antes del mediodía, de modo que pudieron llegar con puntualidad a la cita que tenían con el obstetra. Como de costumbre, tuvieron que esperar en uno de los sofás a que su turno llegase, pero ese preciso día estaban más ansiosos por entrar al consultorio que las veces anteriores. El pelinegro había alcanzado las veintidós semanas de embarazo, lo cual significaba que era casi seguro que podrían saber el sexo del bebé.
— ¿Te das cuenta de que después de hoy podremos empezar a hacer una lista con los posibles nombres? —mencionó McCartney, quien se encontraba entretenido trazando figuras irregulares con su dedo sobre el pantalón de Lennon.
—Yo ya había pensado en algunos —admitió el castaño con una pequeña sonrisa en el rostro—. Me gustan: Julia, como mi madre; Pauline, como tú; o Hazel, si llegara a sacar tus ojos, sería muy afortunada si fuera así.
El pelinegro paró los movimientos de su dedo para mirar a John con una mueca de desacuerdo, para confirmarle su postura también negó con la cabeza.
—No lo sé, no soy muy fan de que los hijos tengan los nombres de alguien más —expresó, sin sonar molesto, pero tampoco complacido—. A mí me pusieron James, por mi padre, pero nunca me he sentido realmente ligado a ese nombre. Ni siquiera reacciono cuando alguien me llama así, no, definitivamente descartamos Julia y Pauline; necesitamos un nombre nuevo, pero que sea original, para la bebé.
— ¿Qué hay de Hazel? —se aventuró a preguntar el magnate—. Nadie en mi familia se llama así, no conozco a muchas personas que lleven ese nombre, eso lo coloca en la categoría de original, ¿no?
—No estamos seguros de que sacará mis ojos, John —dijo Paul, quien tenía el presentimiento de que el bebé tendría ojos marrones como su padre—. Además, los bebés no nacen con el color de sus ojos definidos, cambian durante los primeros meses. ¿Y si tiene los ojos marrones? ¿Le dirás que le pusiste Hazel porque su madre tiene los ojos de ese color? Claro que no, tenemos que pensar en otros nombres.
—Pues... —Lennon no llegó a terminar lo que iba a decir, pues la pareja que estaba en el consultorio cruzó la puerta y se dirigió con la recepcionista para pagar—. Es nuestro turno, Paulie, vamos.
El empresario sabía que su pareja era perfectamente capaz de levantarse por sí mismo, pero de todas maneras le extendió una mano para ayudarlo. McCartney sonrió y el sonrojo sólo se le pasó hasta que estuvieron dentro de las cuatro paredes donde el doctor Robert atendía a sus pacientes.
—Buenas tardes —los saludó el obstetra—, por favor, tomen asiento y díganme qué tal han estado las cosas con el embarazo durante las últimas semanas.
—De maravilla, Robert —respondió John, sentándose luego de ayudar a su pareja a hacer lo mismo en la otra silla—. Todo ha sido sexo y antojos, especialmente batidos de plátano y chocolates. De vez en cuando ligero dolor de espalda o hinchazón de pies, pero nada serio.
El médico sonrió y miró a Paul ponerse del mismo color que un tomate, avergonzado de que Lennon hablara sin filtro alguno sobre sus síntomas. Sellers creyó necesario tranquilizar a su paciente:
—Está bien, Paul, he escuchado cosas peores por parte de los futuros padres —tomó su bolígrafo del bolsillo de su bata y tomó una hoja para poder anotar—. Entonces, según entendí, has experimentado un aumento de la libido, algo que es completamente normal en el embarazo, y... ¿antojos dulces?
—Sí, se me hace agua la boca cuando pienso en pasteles, chocolates y batidos —confesó el pelinegro—, el de plátano se ha convertido en mi favorito. Al principio John me los preparaba como debe ser, pero ahora les pone menos azúcar, dice que me va a hacer daño —Paul miró a su pareja de manera retadora— y que no quiere que el bebé nazca siendo un caramelo.
El doctor Robert rió al ver que el papá del bebé intentaba a toda costa no reírse.
—Paul, dime, ¿te has sentido con más sed y con una necesidad mayor de orinar?
—No, me siento bien, sólo tengo más sed después de mi rutina en la piscina —el pelinegro se encogió de hombros—, pero supongo que eso es normal, ¿no?
—Lo es —Sellers asintió y se levantó para ir a su archivero y sacar la carpeta que contenía todos los estudios que había pedido que se le realizaran a Paul previo a cada consulta—. Los niveles de azúcar a veces pueden ser problemáticos durante el embarazo, pero si John ha estado cuidando ese aspecto, todo debería estar bien —el hombre sacó los resultados del último estudio para comprobar lo que pensaba—. Tus niveles son normales, no hay nada de qué preocuparse, pero eso no significa que debas excederte, ¿de acuerdo?
McCartney asintió.
Una vez que el obstetra estuvo satisfecho con la investigación de los síntomas y cambios recientes del embarazado, pesó y midió a Paul con habilidad. Por último, le pidió que se recostara sobre la camilla y que descubriera su vientre para poder realizar la ecografía. Los futuros padres sonrieron con felicidad: el gran momento había llegado.
—Quieren saber el sexo del bebé, ¿verdad? —preguntó el doctor Robert, una vez que hubo aplicado el gel sobre la piel del embarazado, antes de comenzar a mover el transductor. Sonrió al ver que la pareja asentía y se tomaba de las manos—. Bien, hoy está en buena posición para saberlo, ¿alguna preferencia?
—Queremos una niña —confesó John, sonriendo.
— ¿Los dos?
—Sí —respondió Paul.
El doctor parecía sorprendido al escuchar una respuesta afirmativa, normalmente las parejas que atendía tenían preferencias distintas, incluso disfrutaba viendo cómo uno de los padres le restregaba al otro su victoria, algunos hacían apuestas también. Era divertido. Seller alzó las cejas al ver la parte donde los muslos se unían al torso y detuvo la imagen para poder señalar en la pantalla.
—Estos son los testículos y aquí está el pene del bebé —el doctor Robert sonrió al ver las genuinas expresiones de sorpresa en los rostros de ambos padres—. Felicidades, tendrán un varón.
Aunque Paul había apoyado la idea de John sobre tener una niña, en realidad él no tenía preferencias, sólo quería un bebé sano. McCartney giró un poco su cabeza, buscando la mirada de Lennon, y comenzó a sentir un extraño nudo en la garganta cuando no encontró entusiasmo en los ojos marrones. Cuando el magnate soltó su mano, las hormonas hicieron que se sintiera muy triste, ¿por qué no había un rastro de alegría en su pareja?
—Es bonito, ¿verdad? —preguntó, esperando una respuesta positiva.
El magnate, que había permanecido como en un trance, pareció reaccionar en ese momento y miró a Paul con confusión antes de abalanzarse contra el obstetra para tomarlo por la bata y alzarlo unos centímetros. El pelinegro ahogó un grito.
— ¡Dime que es una maldita broma, Robert! —le exigió.
— ¿Para qué te mentiría, John? —Sellers intentaba no mostrarse angustiado, aunque era difícil, considerando que nunca había sido lo que se dice bueno para las peleas—. Sé que querían una niña, pero no es mi culpa.
— ¿Qué estás haciendo, John? —preguntó Paul, muy alarmado.
—Estás alterando a tu novio por algo innecesario —señaló el doctor Robert—. El bebé es un varón, uno que se está desarrollando a la perfección, está sano. John, he visto tu entusiasmo, ¿acaso no lo quieres?
El castaño suspiró y soltó al obstetra, quien pudo observar que el futuro padre estaba temblando y pensó seriamente en darle un calmante.
—No quiero que le pase lo mismo que a Julian... —susurró John—. No puedo perder a nadie esta vez, Robert. Ya estoy demasiado roto como para soportarlo.
—John... —el mencionado se giró para quedar de frente al pelinegro, ni siquiera se esforzó en ocultar sus sentimientos—. No sé qué le pasó a Julian, pero te aseguro que voy a cuidar a nuestro hijo mejor de lo que me cuido a mí mismo. Te lo prometo.
—Un varón... de nuevo un varón —fue todo lo que fue capaz de decir el castaño antes de regresar al lado de Paul, quien tomó su mano de inmediato.
—Ya no insistiré en que le agregues más azúcar a mis batidos —habló Paul, intentando tranquilizar a su pareja—, ni realizaré actividades que puedan poner al bebé en riesgo, pero... por favor, cálmate. Ya escuchaste al doctor: nuestro hijo está desarrollándose bien, está sano; yo no necesito más. ¿Acaso tú sí, Johnny?
—Lamento haberte asustado, Paul —respondió en un susurro—. Hay que seguir con esto.
El obstetra continuó con la ecografía, al menos con algo de entusiasmo por parte del embarazado, y se encargó de imprimir varias imágenes para que Lennon y McCartney pudieran llevárselas a casa. La consulta terminó cuando el médico les repitió la lista de indicaciones y contraindicaciones que Paul debía tener en cuenta; John permaneció en silencio, incluso cuando se acercó con la recepcionista para pagar.
El pelinegro estaba preocupado por la actitud de su pareja, sabía que no era una reacción normal, por mucha desilusión que el hecho de descubrir que su bebé era un niño pudo haberle provocado. Tomó su mano y no la soltó hasta que tuvo que hacerlo para subirse al auto.
—No te ves bien, ¿sabes? —mencionó McCartney con algo de timidez, temiendo que el hombre mayor tuviera de nueva cuenta otro especie de ataque de ira como el que había tenido en el consultorio—. Podemos tomar un taxi a casa, no tienes que conducir. —Lennon tenía la mirada perdida, se sentía de la misma manera—. John, de verdad estás poniéndome nervioso.
— ¿Recuerdas que te dije que te contaría sobre mi historia con Cynthia? —la voz del magnate denotaba mucho más que tristeza, era depresión. Suspiró al ver que Paul asentía—. Es una parte de mi vida muy difícil y que todavía me duele, pero creo que llegó el momento de que sepas lo que sucedió.
¡Es un niño!
¿Qué opinan de lo que pasa con John?
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