Capítulo 46
Paul no sabía lo mucho que necesitaba vestirse con ropa a la medida hasta que comenzó a hacerlo, era más cómodo así: le daba una especie de soporte a su espalda y hacía que su pancita fuera algo evidente. Le encantaba.
Lennon se había encargado de todo, desde conseguir a un buen sastre que estuviera dispuesto a confeccionar diversas prendas de ropa para un hombre embarazado hasta recoger el producto una vez que estuvo terminado y dárselo a McCartney en una bonita bolsa de regalo. El empresario también había quedado satisfecho con las creaciones del sastre: Paul lucía elegante, lindo, muy embarazado, y sexy, hasta cierto punto. La tela, elástica para que pudiera utilizar las prendas por varias semanas más, marcaba todas las curvas del pelinegro sin ceñirse demasiado alrededor de su cuerpo.
—Muchas gracias, John —le agradeció por enésima vez mientras el castaño lo ayudaba a vestirse.
Sus manos habían mejorado mucho en los días posteriores al accidente, así como la relación entre ambos. No era como si ya hubiesen vuelto a tener contacto íntimo, pero al menos ninguno de los dos se veía en la necesidad de huir o de esconderse del otro, sin mencionar que la comunicación también había mejorado.
—Hablé con el médico —comenzó a decirle John, no tan entusiasmado como debería estar—, dijo que podrías retirarte las vendas si tus heridas ya estaban curadas por completo y, bueno, creo que ya estás listo para hacer todo por ti mismo.
—Genial —el pelinegro no tardó en retirar las vendas de sus manos.
Había pequeñas costras en los lugares donde la porcelana se había incrustado, pero todas lucían bien encaminadas a una cicatrización perfecta. McCartney sonrió; aunque le gustaba que Lennon lo ayudara incondicionalmente hasta para limpiarse el trasero en el baño, la idea de recuperar su independencia le parecía más atractiva.
— ¿Desayunarás conmigo o bajarás hasta más tarde? —le preguntó el castaño.
— ¿Y si mejor me desayunas aquí, Johnny? —Paul le dio una palmadita al lado vacío de la cama, poniendo su expresión más coqueta en el rostro—. Vamos, no te imaginas lo horrible que pueden llegar a ser las hormonas, y dijiste que te encargarías de lo que tuviera relación con el embarazo.
Lennon negó con la cabeza, sin poder evitar que su cuerpo reaccionara ante la propuesta de McCartney. Por fortuna, sus pantalones eran de la tela perfecta para que no se notara nada que pudiera pasar debajo.
—Tengo que ir a trabajar, no puedo llegar tarde, quizá luego.
—Eres tu propio jefe —el pelinegro alzó una ceja con incredulidad—. Créeme que no me gusta rogar, pero... por favor, extraño el contacto físico.
—Entiendo, bajarás más tarde —el castaño asintió y depositó un beso en la frente del menor antes de alejarse de él—. Te veré después del trabajo, Paul, cuídate... y cuida al bebé.
McCartney tomó la almohada para morderla con fuerza y soltar un quejido de frustración cuando el magnate salió de la habitación. No entendía cómo era posible que John ya no cediera a sus encantos, comenzaba a creer que probablemente ya no lo encontrara atractivo desde que se había vuelto más redondo y ancho. Una desventaja más del embarazo.
Aflojó su mandíbula y dio un par de golpes a la almohada, intentando descargar su molestia con el objeto blando. Suspiró con pesadez y dirigió su mirada hacia su abultado vientre.
—No te imaginas cuánto deseo que ya salgas de mí —chasqueó la lengua y se sintió arrepentido de sus palabras al sentir el movimiento del bebé—. Escucha, no es que no quiera que estés ahí, sino que me provocas muchas cosas molestas, y estoy engordando mucho por ti.
El pelinegro levantó la playera con la que dormía para luego llevar sus manos hasta su pancita. Se dedicó a acariciar su estirada piel, complacido con los leves toques del ser humano que estaba creciendo dentro.
—Ojalá que tú seas como él, todo sería más fácil para ti —habló de nuevo, sintiendo un extraño nudo en la garganta—. Tu papá es apuesto, es muy inteligente, tiene una gran empresa y también un buen corazón; y yo... bueno, sólo soy alguien que ha tomado malas decisiones. No seas como yo, ¿de acuerdo?
Suspiró y volvió a recostarse para dormir un rato más, el rechazo de John le había quitado el hambre.
. . .
McCartney parecía estar observando cómo Campbell devoraba una de las rebanadas de sandía que Prudence les había llevado como colación del mediodía, pero su mente estaba divagando entre John y todo lo que había acordado con su madre. No estaba seguro de querer continuar con el plan de irse a Liverpool y esconderse del magnate para criar solo al bebé.
También estaban las mil y una dudas sobre lo que pasaría una vez que hubiera dado a luz: no era bueno para demasiadas cosas, ¿y si resultaba ser pésimo como madre? ¿De dónde iba a conseguir dinero para pagar los gastos del bebé? Porque estaba seguro de que no sería justo que John pagara todo. No tenía ningún título de estudios superiores, ¿cómo podría conseguir un trabajo para pagar la renta del lugar donde vivieran el bebé y él?
Parpadeó y volvió al jardín de Tittenhurst Park cuando el rubio le pasó una mano por enfrente de los ojos repetidas veces.
— ¿Te vas a comer eso? —preguntó William, señalando las tres rebanadas restantes.
—Eh... no, tómalas si quieres —Paul negó con la cabeza.
—Claro que quiero —el rubio dejó la orilla de la rebanada que había comido y tomó una nueva—. Casi no tocaste el desayuno y tampoco estás comiendo esto, ¿acaso quieres matar a Johanna Pauline de hambre?
— ¿Johanna Pauline? —el pelinegro alzó una ceja, confundido.
—Lo siento —Campbell rió antes de morder su sandía—. John siempre utiliza artículos femeninos cuando habla de su bebé, así que creí que ambos tenían grandes sospechas de que es una niña. Y, bueno, John: Johanna; Paul: Pauline. Soy brillante, ¿no?
McCartney frunció el ceño, sintiéndose muy intrigado al respecto.
— ¿John habla contigo sobre mi bebé?
—Sobre su bebé y el embarazo en general, también lo he escuchado charlando con los demás empleados —el rubio asintió—. A mí suele visitarme por las tardes, a veces, no siempre; y me hace demasiadas preguntas sobre el embarazo, como si yo lo supiera todo... ¡ja! Las más recientes han sido sobre... ya sabes, contacto íntimo; es muy tierno escuchar todas sus inquietudes, se preocupa mucho por ti.
—No lo creo, cualquier excusa es buena para evitar que lleguemos a más de un abrazo.
—Ambos sabemos quién lo hizo sentirse como un mero juguete sexual —le recordó William, mordiendo de nuevo la sandía—. ¿De verdad no quieres sandía? Te estás perdiendo de algo delicioso, Paul.
El mencionado volvió a negar con la cabeza.
—No tengo apetito, iré a tomar una siesta...
La última parte era mentira, ese día estaba resultando una mezcla de emociones y sensaciones. Paul necesitaba que alguien lo tranquilizara, que le ayudara a encontrar la salida del terrible laberinto en el que estaba metido; así que entró a la residencia principal y se dirigió al teléfono más cercano.
— ¿Hola?
—Mamá —el pelinegro soltó un suspiro de alivio y comenzó a relajarse—. No sabes lo feliz que me siento por escuchar tu voz. He pasado semanas complicadas, extraño mucho todo: a ti, a George, a Mike, a papá, la ciudad.
—Tranquilo, cariño —la mujer rió, enternecida, al otro lado del teléfono—, ya falta cada vez menos para que vengas a casa. ¿Has tenido molestias? Se supone que el segundo trimestre es el más tranquilo.
—No ha estado mal, en realidad —no podía decirle a su madre que incluso había rogado por tener sexo—. Es sólo que... ya no estoy demasiado seguro sobre dejar a John fuera de la vida del bebé, me ha tratado increíble y sé que está entusiasmado con el bebé incluso más que yo. Él tiene derecho a estar ahí, mi bebé tiene derecho a tener contacto con los dos.
—Me alegra que lo consideres, es el papá de tu bebé, después de todo —la señora McCartney sonaba contenta porque su hijo por fin había pensado con claridad—. ¿Le dijiste que decidiste que el bebé naciera en Liverpool? ¿Cómo se lo tomó?
—Aún no lo hago, pero no creo que se oponga —dijo Paul, enredando uno de sus dedos en el cable del aparato—. El único problema será que querrá ir conmigo y... no sé, es complicado cómo me siento respecto a John. Es un ángel, y creo que siento algo especial cada que lo veo, pero todavía no confío del todo en él. —Soltó un suspiro para relajarse, no quería transmitirle sus preocupaciones e inseguridades a su madre—. Supongo que encontraré la manera de solucionarlo. Tú... ¿ya empezaste a preparar el terreno para contarle a papá?
—Lo he intentado, pero creo que será más difícil de lo que pensé —admitió Mary con un deje de pesadez en su voz—. Tu padre es complicado, y dudo seriamente que se tome tu embarazo de buena manera. Creo que estará muy enojado, de hecho, ha pasado toda su vida juzgando a los portadores, le dará un infarto cuando sepa que uno de sus hijos lo es.
—Y yo que me preocupaba por decirle que me sentía atraído por los chicos...
—Bueno, pero eso nos deja una gran lección —la mujer rió—: decir mentiras y ocultar la verdad son cosas que siempre terminarán mal. Si decidieras intentar algo con John, ya sabes cuál es la clave; y quiero conocerlo, ¿de acuerdo? Necesito dar mi aprobación como madre.
—Claro, mamá —las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo.
—Debo irme, estoy un poco ocupada, ¿hablamos luego?
—Está bien —contestó Paul—. Gracias por escucharme, te quiero mucho.
—Y yo a ti, Paulie.
Con una sonrisa iluminando su rostro, el chico colgó el teléfono y se recostó en el sofá donde John había estado durmiendo, pudiendo distinguir al instante el olor característico del magnate impregnado en la suave tela: al pelinegro le encantaba. Con facilidad se habría podido quedar dormido ahí, pero el ronroneo de Goose se lo impidió.
El felino solía mantenerse cerca de Paul, como si fuera consciente de la condición del humano y supiera que debía protegerlo de cualquier peligro.
—Ven —le pidió McCartney, asegurándose de que hubiera un espacio en el sofá para el animal—. Te acariciaré como te gusta.
Como era de esperarse, Goose sólo lo miró antes de caminar hacia la alfombra para recostarse de lado y lamerse una de las patas. Paul frunció el ceño y comenzó a sentirse muy intrigado al ver el vientre del gato: ¿no le había asegurado John que era macho?
—Creo que John tendrá que llevarte a una revisión —le dijo el pelinegro al gato, quien ni siquiera le dio la suficiente importancia a su voz como para mirarlo.
. . .
El magnate llegó a casa hasta en la noche, cuando la mayoría de los empleados ya se habían retirado y Paul se encontraba durmiendo. No obstante, cuando entró a la habitación del pelinegro para dejar la caja con el artículo que había comprado especialmente para el embarazado, se dio cuenta de que estaba equivocado.
—Pensé que ya estabas durmiendo, lo siento...
— ¿Qué es eso? —preguntó McCartney, sus ojos brillando al ver la caja que el empresario tenía en las manos—. ¿Es para mí?
—Pues... sí, lo compré para ti —el castaño se sentó en la orilla de la cama y le entregó el paquete—. Te prometí que me encargaría de todo lo del embarazo, y siempre cumplo mis promesas.
El magnate sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal cuando el menor comenzó a retirar con impaciencia las cintas que estaban sellando el paquete. El pelinegro lucía emocionado con el regalo de John, esperaba que fueran muchos chocolates. Llevaba días con ese antojo, pero el empresario no se había mostrado muy entusiasmado con complacerlo porque implicaba una alta cantidad de azúcar.
—No tienes que abrirlo justo ahora...
—Entre más rápido sacie mi antojo, mejor —dijo Paul, sonriendo mientras sacaba el objeto envuelto en plástico de burbuja. Su expresión decayó al ver qué era lo que el magnate le había regalado. Sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡¿Qué es esto, John?!
—Es... un dildo —contestó, comenzando a sentirse avergonzado por lo que había comprado.
— ¡Sé lo que es! —gritó McCartney con enojo, al borde del llanto. Le arrojó el rosado objeto al empresario, quien apenas si pudo moverse para esquivarlo—. ¡Maldita sea! ¡¿Por qué me trajiste eso?!
—Para que... controles tus hormonas —respondió John, sin saber qué hacer al ver al pelinegro llorando—. Lo siento, no creí que te pusieras así.
— ¿Qué pensabas? ¿Que iba a metérmelo delante de ti para agradecerte? —la voz de Paul se quebró—. Creí que eran los chocolates de los que tenía antojo... eres un idiota, John.
—Perdón, pero no he sido yo el que ha estado hasta rogando por tener sexo —se excusó Lennon, sintiéndose más seguro como par acercarse al menor—. Te acercas a mí cada que crees tener la oportunidad de que lleguemos a más.
—Porque las hormonas del embarazo me hacen sentir caliente las estúpidas veinticuatro horas del día... —McCartney rodó los ojos. Secó las lágrimas de sus mejillas, como si lo hicieran ver más débil—. Si quisiera meterme un maldito pedazo de plástico por el ano, ya lo habría hecho. ¡Te quería a ti!
El magnate soltó una risita pequeña y se sentó en la cama, justo en el espacio que no estaba ocupado. El pelinegro parecía estar a punto de estallar, con una extraña mezcla de enojo y lágrimas.
—No lo entiendo, Paul —habló John, haciendo una mueca de confusión, pero sin mirar al menor—. He hecho de todo tipo de cosas para ganarme tu confianza y que me quieras, pero siento que me haces retroceder dos pasos cada que doy uno. Eres muy ingenuo y no sabes escuchar.
— ¡Claro que sé escuchar!
Lennon lo miró y alzó una ceja, incrédulo.
—Escúchame... —el castaño suspiró cuando vio arrepentimiento en el par de avellanas—. Siento que hay un gran problema de comunicación entre tú y yo desde hace varias semanas, y no me gusta que sea así, pero tú te alejas cuando intento hablar contigo, me evitas a toda costa y hasta te aseguras de que mi horario en casa no coincida con tus actividades. Intento acercarme a ti, pero sólo me haces sentir utilizado y me deshechas en cuanto ya no me necesitas, ¿tienes algo que decir al respecto?
McCartney tragó saliva, sabía que Lennon no era un tonto y que no tenía sentido negar las acusaciones que había hecho, porque estaba seguro de que hasta el empleado con el que menos trato tenía se había dado cuenta de los cambios de rutina que había adoptado.
—Lo siento, John —se disculpó Paul de manera honesta—. Es verdad, he estado evitándote y en serio lamento mucho que te hayas sentido utilizado, sé que estás hablando en gran parte de la última vez que tuvimos sexo, porque no te dejé terminar, pero no fue del todo intencional: me sentí muy cansado, mi pancita pesaba mucho y empecé a sentir molestias en la espalda.
—No es como si no te hubiera preguntado antes si estabas cómodo, ¿sabes? —le reprochó el magnate, mirándolo directo a los ojos—. Quizá crees que soy un imbécil, pero de verdad me he dado la tarea de investigar sobre lo que te pasa para poder entenderte, y me molesta que no logro hacerlo. ¿Por qué me tratas tan mal?
—Querías quitarme a mi bebé...
Lennon echó su cabeza hacia atrás y soltó un suspiro lleno de pesadez. Quería entender el punto de vista de Paul, de verdad que lo intentaba, pero no podía molestarse porque él jamás le había dado señales de ser un ser tan horrible como para llevar a cabo una acción tan espantosa como esa. Nunca lastimaría a Paul.
— ¿Ves que sí eres ingenuo? —McCartney no supo cómo contestar, pero se sintió más relajado al sentir el toque del castaño en una de sus mejillas—. Todo este tiempo me he abierto para ti, he permitido que me conozcas mejor que muchas personas, que veas quién soy detrás de esa máscara de "magnate soltero". Paul, yo jamás le arrebataría un bebé a su madre, ni siquiera si ese bebé también fuera mío.
—Pero tu tía dijo que...
—Mi tía nunca ha podido aceptar que me siento atraído por los hombres —el magnate pasaba con lentitud su dedo pulgar sobre los labios del pelinegro, conteniendo las ganas de besarlo—. Ya acepté que no va a parar de hacer hasta lo imposible para alejar de mí al hombre que amo, el problema es que es increíblemente buena para convencer a las personas con sus chantajes. Sólo yo puedo darte explicaciones de mi vida, ¿no crees?
El pelinegro miró hacia su vientre abultado y asintió sin mucho entusiasmo, estaba avergonzado de sus actitudes y comportamientos, sabía que John tenía razón en todo.
—Si no planeas quitarme al bebé... ¿qué va a pasar cuando dé a luz? —preguntó con cautela, esperando no sonar nervioso—. Sé que ambos queremos ser parte de la crianza, pero, ¿seguiré viviendo en tu casa o tendré que mudarme?
—Primero que nada, me harás el ser humano más feliz del mundo, eso pasará —John sonrió al ver que las mejillas de Paul se teñían de carmín—. De lo demás, haremos lo que tú quieras. Si quieres continuar viviendo aquí, estaré de acuerdo; si no quieres, podría conseguir un departamento o una casa para ustedes. Obviamente tendríamos que conversar para acordar los horarios en que podría visitarla y, claro, establecer una cantidad de dinero como manutención, con gusto me haré cargo de los gastos de mi pequeña.
McCartney frunció el ceño y miró al magnate a los ojos.
— ¿Pequeña?
—O pequeño —Lennon rió, nervioso—. La verdad es que me gusta creer que es una niña, ya te dije, son más listas y dulces.
El castaño continuó sonriendo hasta que el pelinegro desvió la mirada.
—Perdón por haber desconfiado de ti —habló Paul en voz baja, pero bastante clara—. Sé que no eres una mala persona, sólo... me dejé llevar por lo que dijo tu tía. No creí que alguien tan cercano a ti, la persona que te crió, que dice amarte tanto, pudiera mentir con algo tan serio como nuestro bebé.
—Acepto tus disculpas, con una condición.
El embarazado alzó una ceja, muy curioso. No obstante, ni siquiera tuvo tiempo de preguntar cuál era la dichosa condición, pues John volvió a hablar:
—Bésame.
Sonrojado de nueva cuenta, Paul cerró sus ojos y se acercó al rostro de John para unir sus labios en lo que se convirtió en un beso tierno. El castaño, por su parte, colocó una de sus manos en la nuca del pelinegro. Si los momentos de la vida pudieran ser etiquetados, ese beso llevaría "Lo siento" como título.
McCartney dio un respingo al sentir la mano de John tirando hacia arriba de la playera con la que dormía, el culpable rió.
—Creí que no querías el pene de plástico... —se burló.
—Me tomaste por sorpresa...
El pelinegro rodó los ojos y volvió a besar al castaño, con más pasión que la vez anterior. Sólo se separaron porque era necesario para retirar por completo la playera de Paul, quien se sintió un poco incómodo cuando su hinchado pecho quedó a la vista. Cerró los ojos al notar que John se estaba acercando, lo siguiente que sintió fue cómo uno de sus pezones era lamido. Echó la cabeza hacia atrás al mismo tiempo que soltaba un jadeo.
—Eres demasiado sensible —susurró John antes de lamer el otro pezón y provocar una reacción similar—. Extrañaba tocar tu piel con una finalidad distinta a ponerte el aceite.
—También extrañaba que me tocaras —habló Paul, desabrochando la camisa del magnate—. He estado pensando y creo que no me cansaré tanto si yo voy arriba, no sé si estés de acuerdo.
—Claro que sí, Paulie —el castaño asintió antes de quitarse la camisa, estaba ansioso por sentir a su pareja—. Lo haremos como tú creas más conveniente, quiero que seas honesto conmigo y que confíes en mí.
—Está bien...
Una pequeña sonrisa se formó en el rostro del pelinegro, observando cómo John llevaba sus manos hacia el elástico del pantalón que llevaba puesto. Paul levantó sus piernas para que el empresario retirara sus pantalones, así como sus calzoncillos; y sintió que sus mejillas ardían cuando los ojos marrones recorrieron su anatomía. No había rastro de repulsión, ni siquiera uno pequeño; al contrario, Lennon estaba viéndolo de una forma que McCartney reconoció al instante: era la mirada de un artista contemplando una obra maestra.
— ¿Cómo logras volverte más hermoso con el paso del tiempo? —preguntó el magnate justo cuando su vista se encontró con la de Paul, quien estaba igual de rojo que un tomate—. ¿Podrías recostarte de lado? Quiero prepararte.
El pelinegro asintió y se giró de manera que le diera la espalda al castaño. Creyó que sentiría alguna intromisión pronto, pero no fue así; al empresario le pareció más atractivo repartir besos y caricias por cada rincón de la piel que había quedado al descubierto, comenzando por el cuello y terminando en los muslos de Paul.
Sonrió orgulloso cuando introdujo el primer dedo y ni siquiera dudó en hacer lo mismo con un segundo: McCartney ya había producido suficiente lubricante. Movió sus dedos índice y medio en diferentes patrones y a diferentes ritmos para deleitarse con los suaves gemidos y jadeos que el embarazado emitía.
— ¡Oh! —el menor dio un respingo al sentir que el castaño tocaba su punto dulce—. Mmm... ¿John?
El mencionado detuvo el movimiento de sus dedos al instante.
— ¿Qué ocurre, Paulie?
—Estoy listo.
—De acuerdo, entonces me recostaré —el castaño se encargó de deshacerse de sus pantalones de sus calzoncillos antes de que Paul se colocara a horcajadas sobre él—. Debes decirme si te cansas, ¿entendido?
—Sí, John —McCartney rió y, con cuidado, alineó la punta del pene de Lennon con su entrada antes de empezar a bajar su cadera. Cerró los ojos cuando comenzó a sentir el firme objeto dentro de él—. ¡Ah!
—Despacio, Paulie —le pidió el magnate al ver la cara de dolor que el menor tenía—. No tenemos prisa; si duele, significa que debo prepararte más. No debe doler, amor.
Amor. Si la sensación de estar partiéndose en dos no hubiera estado presente, Paul habría sonreído de oreja a oreja. Hacía mucho que no escuchaba a John llamarlo así. El pelinegro negó con la cabeza y tomó aire para después sentarse por completo encima del castaño. Mantuvo sus ojos cerrados, pero eso no le impidió sentir las caricias de Lennon en su cintura.
—Estoy bien, Johnny —McCartney abrió los ojos y le sonrió.
Estuvieron así hasta que el menor se acostumbró a la sensación y pudo moverse, las manos del empresario jamás dejaron su cuerpo; ambos habían extrañado en demasía las caricias y la fricción de sus cuerpos. Paul incluso podía sentir cómo el mayor ejercía cierta presión para ayudarlo a bajar y subir.
—Estoy cerca... —gimió el pelinegro después de algunos minutos.
John lo tomó como un indicador para mover sus caderas con más fuerza, golpeando su punto dulce una y otra vez. El sonido de ambos cuerpos chocando era más que erótico, estaba volviéndolos locos a los dos.
—John...
Paul echó su cabeza hacia atrás, presa del orgasmo y sin percatarse de que su semen terminaría en el pecho del castaño; aunque a él pareció no importarle una vez que sintió el cálido fluido.
— ¿Estás cerca? —le preguntó al mayor, una vez que hubo recuperado su aliento.
—Todavía no —respondió John, moviendo sus caderas despacio—. ¿Por qué?
—Por nada...
Paul negó con la cabeza, no podía negarle el orgasmo de nuevo, aunque se sintiera incómodo. No obstante, John supo que algo andaba mal después de varias embestidas sin que el menor gimiera como había estado haciendo. Paró de inmediato.
— ¿Estás cómodo?
McCartney tragó saliva, sin querer decir la verdad. Después de todo, había sido él quien sugirió la posición en la que se encontraban, no podía quejarse, y definitivamente no iba a dejar a Lennon sin un buen orgasmo. Se lo debía.
—Paul, ¿estás cómodo?
—Yo... sí, John —contestó, pero su voz no sonó convincente para el magnate.
—No mientas.
—No estoy cómodo —admitió—, pero... quiero que llegues también, lo mereces.
—Entonces cambiemos de posición —sugirió Lennon con una sonrisa—, vamos, recuéstate como estabas cuando te preparé.
Paul, con ayuda del castaño, hizo lo que le había pedido; John se colocó justo detrás de él y se aseguró de alinear su miembro con la entrada del menor. No tardaron en volver a unirse, ni tampoco en expresar oralmente lo bien que se sentía.
— ¿Mejor? —preguntó el magnate antes de besar el cuello de McCartney.
—Sí, Johnny —el pelinegro giró un poco su cabeza, buscando los labios del castaño—. Bésame.
John se separó del cuello de Paul para cumplir su petición, sin dejar de mover sus caderas. Los besos no pararon, así como no lo hicieron las caricias, ni siquiera cuando los dos volvieron a sentirse cerca del orgasmo; no gritaron al alcanzar la cima, sus labios estaban ocupados descifrando el sabor exquisito del otro.
Sólo la necesidad de tomar aire los obligó a hacerlo.
—Gracias, John —habló el pelinegro, agitado.
—No me agradezcas, también lo disfruté —respondió Lennon, retirándose del interior de Paul—. Voy a dormir como un tronco esta noche.
El embarazado estaba a punto de contestar "yo igual" cuando sintió que el empresario se alejaba de él para después levantarse de la cama, así que se giró y le dirigió una mirada confundida.
— ¿A dónde vas?
—Al sofá —contestó John, encogiéndose de hombros—. Creí que lo sabrías, duermo ahí desde hace casi un mes, Paul.
—Quédate —le pidió el pelinegro—. Vuelve a dormir en la cama conmigo. No quería que durmieras aquí porque estaba molesto contigo, pero... me gusta cuando estás a mi lado.
— ¿En serio? —el magnate sonrió de oreja a oreja al ver a Paul asentir—. Genial, también me gusta cuando estás a mi lado.
McCartney le dio un par de palmaditas al lado de la cama donde Lennon había estado hacía unos segundos atrás, sonriendo. El castaño asintió y, entre él y Paul, jalaron las cobijas para luego cubrirse con ellas.
—Se siente bien estar de vuelta en la cama —dijo John, acariciando la pancita de McCartney con cariño—. Paul, creo que le hicimos algo al bebé, está moviéndose como loco, ¿crees que sea normal?
—Lo despertamos —comentó el embarazado, riendo de forma débil—, ¿crees que sepa lo que hicimos?
—No lo sé, pero podemos preguntárselo a Robert en la próxima consulta.
—Lo haremos —McCartney bostezó, estaba exhausto—. Por cierto, tienes que llevar a Goose al veterinario.
John frunció el ceño de inmediato.
— ¿Está enfermo?
—No, no está enfermo —Paul se recostó de lado, dándole la espalda a Lennon—, pero creo que serás abuelo de gatitos.
—Goose es macho, y gay...
—Yo también...
—Es diferente —Lennon rió.
McCartney se limitó a sonreír.
Ufff... este salió largo :O
Creo que la última parte no quedó tan descriptiva como las anteriores, pero no siempre se está en el mood de escribir algo así (7u7). En fin, podemos celebrar que estos dos ya se arreglaron... casi jajaja
*inserte comentarios, quejas, sugerencias y teorías conspiranoicas aquí*
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