Capítulo 45

Los siguientes días habían sido una pesadilla para Paul. No porque los malestares de su embarazo hubieran incrementado; al contrario, incluso había momentos del día en que, de no ser por los ligeros movimientos en su interior, podría olvidar con facilidad que estaba en estado. Cada día era una tortura porque haber tenido contacto físico con John sólo había incrementado su apetito sexual, pero el magnate parecía huir con cualquier excusa cada que el pelinegro intentaba que tuvieran sexo.

Además, despertar en mitad de la noche con hambre o con sed se estaba convirtiendo en una mala costumbre de su organismo. A veces subía un vaso de agua, así como un paquete de galletas a su habitación, pero su memoria tampoco parecía ser la misma de antes y a veces simplemente recordaba que no lo había hecho hasta que lo necesitaba con urgencia. El embarazo lo volvía torpe.

— ¿Goose? —McCartney frunció el ceño al ver al gato comiendo de su plato como si no hubiera un mañana—. Veo que no soy el único con hambre...

El pelinegro abrió el frasco donde Prudence guardaba las galletas y se llevó una a la boca sin dejar de observar al felino que comía junto a él, frunció el ceño al ver una ligera curva. No recordaba que el gato estuviera tan gordo. Luego de una segunda galleta, tomó un vaso para servirse agua y disfrutó hasta la última gota. Le encantaba la sensación que le producía el líquido al pasar por su garganta.

El felino terminó de comer cuando Paul iba por la quinta galleta y se acercó a sus piernas para restregarse contra él, ronroneando. McCartney sonrió, enternecido con el acto. Él no era un gran amante de los gatos, le gustaban más los perros; pero Goose había logrado robarse su corazón desde el primer instante en que había llegado a la casa de Lennon. Aquella bola de pelos grisáceos adoraba a Paul.

Dejó el vaso sobre una de las encimeras y se dispuso a regresar a su habitación para volver a dormir. Sin embargo, la escasa luz no le permitía ver con claridad y le fue imposible no tropezar con algo en el suelo mientras recorría el pasillo. En un desesperado intento por no terminar en el suelo, sus manos se sujetaron de lo único que pudieron: un jarrón de porcelana. No sirvió de mucho.

John despertó al escuchar el estruendo y se levantó de inmediato para asegurarse de que todo estuviera bien, aunque en el fondo temía que se tratara de un ladrón. No sería la primera vez que alguien entrara en la propiedad con la finalidad de robar algo, pero ninguno había llegado jamás a la residencia principal. Tragó saliva y encendió las luces.

— ¿Paul? —el castaño frunció el ceño al ver al embarazado llorando en el suelo y viendo horrorizado sus manos—. Mierda, estás herido, ven, vamos a lavarte eso antes de que se te infecte.

Lennon ayudó a McCartney a levantarse y lo condujo hasta el cuarto de baño, donde lavó cuidadosamente las heridas que el menor tenía en sus manos. Había finos cortes en ambas palmas, pero ninguno en las muñecas, por fortuna. El empresario sacó el botiquín de primeros auxilios y, con ayuda de unas pequeñas pinzas, extrajo los fragmentos de porcelana que se encontraban incrustados en la blanquecina piel. El menor sólo soltaba un chillido cada que sacaba uno más.

—Ya, fueron todos, Paul —anunció John, esperando que aquella hermosa criatura dejara de llorar.

Limpió sus manos de nueva cuenta con agua y jabón para después sacar un par de gasas del botiquín y secar la piel cerca de la herida, hizo una mueca al ver que la sangre no dejaba de salir y presionó las gasas con un poco de fuerza.

—El sangrado debería parar pronto —mencionó, mirando directo hacia los hermosos ojos color avellana que estaban repletos de lágrimas—. ¿Te duele mucho?

—No es importante —podía sentirse el miedo en la voz del pelinegro—, yo... rompí el jarrón, sé que era costoso, y... nunca voy a poder pagarlo.

—Era sólo un estúpido regalo mi tía, Paul, ni siquiera me gustaba demasiado —contestó Lennon con una sonrisa débil, todavía presionando las heridas—. Escucha, eres más valioso para mí que el jarrón más caro que pueda existir en el mundo, así que no te preocupes por esa cosa, no tienes que pagarlo.

—Lo siento.

—No lo hiciste de forma intencional —Lennon se encogió de hombros y retiró una de las gasas para ver el avance—. Mira, el sangrado ya paró, ahora te pondré una crema para que no te cause molestias y luego vendaré tus manos, ¿está bien?

Paul asintió y observó cómo John hacía todo con suma delicadeza, sintiendo cómo su corazón latía deprisa por la cercanía del castaño. Era una sensación extraña: su lógica le decía que rechazara a Lennon, pero su corazón no estaba de acuerdo. Además, era complicado ser grosero con alguien que no había parado de demostrarle cuán importante era para él; al contrario, se sentía mal, incorrecto.

—Puedo llevarte al médico cuando amanezca, si tú quieres, claro —dijo el castaño, al terminar de vendar la segunda mano del pelinegro—. Quizá sería bueno que un profesional revise tus heridas.

—No voy a poder hacer nada así... —susurró Paul, mirando sus manos vendadas.

—Yo te ayudaré —se ofreció John—. Puedo hacer lo que tú quieras, ya sabes, ayudarte a comer, a vestirte, ponerte la crema en tu pancita. Sabes que no trabajo el fin de semana, así que no sería un gran problema.

McCartney suspiró y miró al suelo, evitando a toda costa aquellos ojos marrones suplicantes. Lennon sintió el impulso de abrazarlo y asegurarle que no debía preocuparse por nada, que él se encargaría de todo, pero no estaba seguro de que fuera una buena idea, no cuando el chico no había dejado de estar a la defensiva.

—Paul...

— ¿Sí? —el pelinegro alzó la vista y miró al magnate a los ojos.

— ¿Podrías ayudarme a remodelar la casa? —preguntó con cautela el castaño—. Sé que vamos a la mitad del embarazo, pero quiero que todo sea seguro para cuando él o ella esté aquí y... bueno, creo que entre los dos podríamos hacer un mejor trabajo.

Paul se mordió el labio inferior discretamente y asintió, un nuevo nudo formándose en su garganta. No se suponía que John debía actuar así. Debía ser un monstruo, alguien que sólo hiciera crecer el sentimiento de antipatía; pero sólo se había portado más dulce, comprensivo y atento durante las tres semanas que habían transcurrido desde el regreso del pelinegro.

—Te ayudaré mañana —habló McCartney para luego soltar un suspiro—, pero debes saber que tengo una condición más con este asunto del embarazo, con el parto, mejor dicho. Es necesario que hablemos.

— ¿De qué se trata?

—Te lo diré mañana, por ahora sólo quiero irme a la cama —respondió Paul.

—De acuerdo —contestó John, temiendo que se tratara de algo malo—. ¿Quieres que te acompañe a la habitación?

El pelinegro negó con la cabeza.

—No, puedo regresar solo.

—Está bien, yo... volveré al sofá —dijo el castaño, esperando que Paul lo invitara a la cama, pero el chico no lo hizo—. Si necesitas algo, sólo llámame. Sabes que no tengo el sueño demasiado pesado.

—Gracias, John.

. . .

Paul abrió los ojos y soltó un quejido de molestia cuando la luz del sol le dio directo en la cama. John soltó una pequeña risita al ver cómo el pelinegro tomaba una almohada para ponérsela encima y así evitar que los rayos de sol tocaran su blanquecina piel. La movió lo suficiente para poder ver al hombre al pie de la cama.

—Buenos días —saludó el magnate, con una sonrisa enorme en el rostro y la botella con el líquido que se había convertido en el mejor aliado del embarazado—. Vine a ponerte el aceite de coco en tu pancita, William me dijo que eres muy riguroso con los momentos del día en que lo aplicas.

— ¿Qué hora es? —preguntó el pelinegro, sintiéndose confundido.

—Casi las diez de la mañana —respondió Lennon, acercándose al lado de la cama donde McCartney estaba acostado. Se sentó junto a él—. Voy a levantar tu playera, ¿está bien?

—Sí, John.

El empresario levantó la playera y sus ojos brillaron al ver la piel de la pancita del chico más estirada que la última vez que había podido verla. Paul ya tenía diecinueve semanas, lo cual significaba que el bebé ya medía más de quince centímetros, al menos eso era lo que el libro mencionaba. Un bostezo de McCartney regresó a Lennon a la realidad.

—No esperes que se mueva a estas horas —le dijo Paul, con una sonrisa tímida, observando cómo John aplicaba el aceite con lentitud—, siempre espera hasta el desayuno para mostrar señales de vida, también se mueve mucho cuando voy a dormirme.

—Será igual de perezoso que mamá, entonces —se burló John, distribuyendo bien el aceite.

—La gestación y la falta de productividad son las causantes de que duerma tanto —se defendió el pelinegro, rodando los ojos—. Me levanto temprano en condiciones normales, tonto; aunque no puedo mentirte, no considero saludable levantarse temprano los domingos.

Lennon lo miró a los ojos, todavía con una expresión burlona en su rostro.

—Terrible, nuestro bebé será perezoso y ateo.

—No soy ateo —McCartney soltó una risita que logró erizar la piel del castaño, le encantaba escucharlo reír—. Cuando nací me encontraba en un estado de asfixia, por una deficiencia de oxígeno en el cerebro, algo así. Mi madre siempre dijo que Dios me salvó, así que me bautizaron en la fé católica, mi madre era católica. Mi padre era protestante y luego se volvió agnóstico. Lo cierto es que no soy muy religioso, terminé acostándome con un hombre a cambio de dinero. Resultó mal, obviamente.

—A mí me criaron como anglicano, iba a la iglesia todos los domingos —le contó John recordando brevemente la serie de clases y también de altercados que había tenido en ese lugar—, pero nunca entendí por completo cómo las personas podían creer con tanta facilidad, y con tanta fuerza, en algo así. ¿Crees que deberíamos llevar a nuestro hijo o hija a la iglesia los domingos?

—No, creo que crecerá bien si nos encargamos de enseñarle valores y a distinguir entre lo que está bien y está mal, sin negar la existencia de una fuerza superior a nosotros —comentó Paul—, ya sabes, espiritual, pero no religioso.

—De acuerdo.

—Y... creo que ya fue suficiente aceite —señaló McCartney, sonriendo—. Sólo quiero evitar las estrías, no quedar pegajoso, ¿sabes?

— ¿Por qué quieres evitar las estrías?

—No son muy atractivas —respondió el pelinegro—. Si quiero conseguir una buena pareja en el futuro, debo asegurarme de que no me queden marcas del embarazo. A nadie le parecería bonito un abdomen con estrías.

—Siempre serás bonito, Paul —el castaño se encogió de hombros y cerró la botella del aceite—. Aunque terminaras lleno de marcas y con la piel flácida, estoy seguro de que cualquiera te encontraría atractivo.

— ¿Se supone que eso fue un cumplido? —McCartney hizo una mueca.

—Eh... ¿sí?

—Pues sonó terrible, John.

El magnate rió, un poco apenado por el comentario que había hecho, pero no había mentido: él siempre vería a Paul como el hombre más atractivo del mundo, aunque le quedaran marcas permanentes por el embarazo.

El ambiente pareció volver a la triste normalidad que vivían desde hacía varias semanas, pero ninguno supo qué hacer para impedirlo. Ambos sentían que debían contarle muchas cosas al otro, pero ni siquiera el fonema más simple era articulado; el terreno podía resultar pantanoso y ninguno quería hundirse.

— ¿Puedes ayudarme a vestir? —preguntó el pelinegro, siendo incapaz de impedir que sus mejillas tomaran un tenue tono carmín—. No tengo mucha ropa, pero tráeme lo más cómodo que encuentres, ¿sí?

—Lo que ordenes.

El castaño asintió para luego dirigirse hacia la parte del armario donde se encontraban las pertenencias del menor. Tal y como Paul había mencionado, no había una gran diversidad de prendas. Tomó una de ellas e hizo una mueca de desagrado al notar que la playera debía ser al menos tres tallas más grande que la que McCartney debería usar, sin mencionar el horrendo estampado. Era como si hubieran cortado unas cortinas de mal gusto para hacerla.

Devolvió la prenda a su lugar enseguida y revisó las demás, sólo deteniéndose por un momento al encontrar una extraña factura en el bolsillo de un abrigo, pero sin obtener resultados favorables o que no fueran tan terribles. No lo entendía. En condiciones normales, Paul jamás habría usado ropa así; John había aprendido durante los meses que habían pasado juntos que el chico tenía un estilo exquisito y refinado, incluso mejor que el de muchas personas que pertenecían a la clase social alta.

—Deberías comprar más ropa, ya sabes, algo que te quede a la medida y que no sea tan horrible —habló Lennon, acercándose a la cama de nuevo y trayendo consigo una camisa blanca que le había parecido decente—. Hay ropa de maternidad muy bonita en el centro comercial, podemos ir de compras si gustas; o podría hablar con Mimi, ella entiende todo de moda y podría diseñarte algo.

—No —dijo Paul con más seguridad que nunca en su voz—. Ella no hará nada para mí. Tu tía me odia, piensa que soy una abominación por poder embarazarme y porque me involucré con su perfecto sobrino. Así que prefiero seguir usando las cortinas viejas de mi casa que intentar obtener algo de ella.

— ¿Las cortinas de tu casa?

McCartney no contestó, pero cada pequeño detalle que reflejaba su lenguaje corporal contestó la pregunta de Lennon, quién dio media vuelta para volver al armario. Rebuscó en el lado que ocupaban todas sus prendas de ropa hasta que encontró una caja de regalo al fondo. Quitó la tapa y extrajo una playera color rosa que le habían regalado hacía un par de años, en uno de esos tantos cumpleaños donde todos intentaban hasta lo imposible por alegrarle el día.

—Probemos esta —el castaño regresó con el pelinegro para vestirlo. Sonrió al ver que la prenda no sólo le quedaba bien al chico, sino que resaltaba su pancita de embarazo—. ¿Qué opinas? ¿Es cómoda?

—Muy cómoda.

—Es tuya ahora —John arrancó la etiqueta y le dedicó una sonrisa a Paul.

—Gracias.

Lennon sonrió y asintió despacio, sin dejar de ver al hermoso pelinegro que tenía enfrente. Se sintió orgulloso de ser el responsable de que las avellanas dormilonas brillaran de emoción y también de la sonrisa enorme que había en el rostro de Paul. Amaba hacer feliz al chico.

. . .

Habían desayunado juntos por primera vez en mucho tiempo y John se había asegurado de hacer sentir cómodo a Paul mientras lo alimentaba, tuvo que sacar a la luz ese lado cómico que esforzaba día a día por mantener oculto. No es que no le gustara ser un comediante, sino que eso no era muy bien visto entre sus colegas, socios y demás personas que prácticamente pertenecían a la aristocracia.

Evidentemente, McCartney no pudo evitar reír a carcajadas con cada broma que Lennon soltaba. El magnate tenía un humor ácido, y un tanto negro, pero no dejaba de ser hilarante.

— ¿Qué tenía tu comida hoy? —preguntó el pelinegro, todavía riendo—. Comienzo a creer que Prudence mató a un payaso y con eso hizo tu desayuno.

Soltó un gran suspiro antes de mirar hacia su pancita, llevó una de sus manos vendadas hasta el vientre abultado y acarició con el suficiente cuidado para no lastimar sus heridas. El bebé estaba pateando y moviéndose mucho, como si también estuviera disfrutando de las bromas de su padre y quisiera hacérselo saber a su madre.

—Nuestro pequeño bebé... —la voz de John sonó tranquila, pero también con cierto toque de ternura—. Me gustaría que fuera una niña, ¿sabes? Crecí rodeado de mujeres y, bueno, sé que son mucho más listas y no tienen que ocultar sus sentimientos.

—Yo quiero que sea un niño —confesó Paul—, no sé si podría ser un buen padre para una niña, no tengo demasiada experiencia conviviendo con el sexo opuesto; pero estoy seguro de que voy a estar feliz sea lo que sea.

El castaño se limitó a mirar la pancita del pelinegro con cariño, aunque no se atrevía a tocarla sin el permiso de Paul. El menor pareció darse cuenta de eso, así que tomó las manos del magnate y las llevó hasta su vientre abultado; se sentía bien que el papá del bebé quisiera estar cerca, también las caricias.

— ¿Qué se siente crecer con niñeras? —cuestionó el pelinegro.

—No lo sé —Lennon se encogió de hombros y sonrió con timidez, todavía acariciando la pancita de McCartney—. Nunca tuve una, hablaba de mis tías. Fui un chico común y corriente de Liverpool, Paul; no nací en una cuna de oro, sino en una noche donde hubo un bombardeo. No teníamos problemas de dinero, pero tampoco éramos ricos; mi padre se fue cuando tenía cinco años y mi mamá formó otra familia, así que no crecí con ninguno de ellos, gracias a Mimi tuve una buena infancia.

—Lo siento, creí que siempre habías tenido una vida llena de lujos.

—No —John negó con la cabeza y chasqueó la lengua—. A veces incluso me asusta saber que terminé en una posición tan distinta a la que yo quería llegar. Nunca quise ser un empresario ni tener muchísimo dinero, quería dedicarme a las artes sin ir a la universidad, no me habría molestado ser un pintor o un músico muerto de hambre; hubiera sido más feliz, por lo menos.

— ¿No eres feliz? —Paul frunció el ceño, sintiendo mucha curiosidad por lo que había detrás de las palabras del mayor—. Muchas personas quisieran estar en tu posición, ya sabes, estar al frente de una gran empresa, tener una casa enorme y ninguna preocupación de dinero.

Lennon lo miró a los ojos, ya no quería ocultar nada, quizá abriéndose con Paul sería la única manera en que podría ganarse su confianza de nuevo.

—La vida no me ha tratado muy bien —se sinceró—. El dinero hace más fácil la supervivencia, pero nunca podrás comprar una vida feliz con él; y hace más difícil conocer el mundo real, todos dejan de verte como una persona y te tratan con base en tu fortuna. Es... complicado.

—Yo te veo como una persona —le dijo Paul.

El castaño sonrió.

—Creo que por eso me siento tan perdido por ti —confesó Lennon, sintiendo cómo se quitaba un peso de encima—. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo cuando mi amigo Tara me llevó a la agencia de escorts, no creía que fuera una buena idea, pensé que los escorts estaban todavía más influenciados por esa perspectiva del dinero; pero tú eres diferente. Nunca te creí del todo que sólo lo hacías para vivir mejor.

—Porque nunca lo hice por vivir mejor, y soy malo mintiendo —murmuró McCartney.

— ¿Quieres contarme sobre el verdadero motivo?

Paul negó con la cabeza y desvió la mirada. Aunque quería hacerlo, no podía contarle la verdad a John. Le agradaba que su relación se hubiera vuelto menos tensa de la noche a la mañana, pero todavía no podía confiar por completo en él, necesitaba más tiempo.

. . .

Los futuros padres llevaban casi dos horas remodelando la casa, pero ver a John sellando ventanas para que el frío no fuera un problema, cubriendo los enchufes eléctricos que podrían causarle curiosidad al bebé cuando empezara a explorar el mundo y removiendo jarrones que podrían terminar hechos añicos en el suelo a diestra y siniestra estaba creándole una extraña sensación en el estómago a Paul. Comenzó a considerar la idea de que el magnate debía ser parte de la vida del bebé también, lo merecía.

— ¿Dónde vas a guardar todo? —preguntó el pelinegro mirando la serie de jarrones y adornos de diversos materiales que se encontraban en el pasillo.

—Sólo guardaré los que más me gustan —respondió Lennon, comenzando a hacer la separación—. No te imaginas la cantidad de cachivaches finos que las personas con dinero pueden regalarte, algunos son horribles, pero creo que un par de museos estarán agradecidos si realizo donaciones.

McCartney asintió con lentitud, observando que el mayor no era de esas personas que no querían deshacerse de sus pertenencias; al contrario, John parecía estar contento de poder tener una excusa para quitar todas las decoraciones que no le gustaban. El magnate guardó en una caja grande los jarrones con los que se quedaría y miró a Paul.

— ¿Quieres acompañarme a dejarlos? —le preguntó antes de tomar la pesada caja.

—Está bien.

Los dos salieron de la residencia principal para caminar hasta el edificio donde William estaba viviendo, John le había permitido utilizar todo el departamento de la planta inferior; pero nadie habitaba el segundo piso. Y Paul descubrió, una vez que el magnate abrió la puerta, que era en ese lugar donde el mayor guardaba todas las cosas viejas o que no le eran de demasiada utilidad en la residencia principal, una especie de ático externo.

—Lamento el desorden —dijo John, riendo—, soy el único que ha entrado aquí durante los últimos años. No es precisamente una habitación de invitados, así que no tiene mucho sentido que se le de un aseo constante.

—No te preocupes.

El castaño se alejó para buscarle un lugar a la caja, dejando al pelinegro a solas y con la libertad suficiente para merodear entre las cajas y muebles que estaban a su alrededor. El chico frunció el ceño al ver lo que parecían ser varios cuadros cubiertos con una manta de un blanco casi impecable, lo cual implicaba que no tenían mucho que habían sido colocados en ese sitio.

La curiosidad fue más grande que la prudencia y tomó la manta por una orilla para deslizarla. Ahogó un grito al encontrarse con una mujer de mirada castaña y cabellera rubia, tenía una sonrisa genuina, desconociendo por completo que su final estaba cerca. McCartney movió con cuidado el pesado cuadro para descubrir otro detrás, hasta ese momento no se había dado cuenta de que Lennon había retirado todas las imágenes de Cynthia de la casa.

—Ella era un ángel.

La voz de John hizo que Paul diera un respingo, no había notado en qué momento el mayor había regresado. Lennon colocó su brazo alrededor de la cintura de McCartney y lo atrajo hacia él sin romper el contacto visual con la mujer. El pelinegro ni siquiera se quejó por la acción, su mirada estaba clavada en la fallecida esposa del magnate.

—Cynthia me amaba, pero nunca fue correspondida —habló de nuevo, nostálgico—. Nunca fue mi intención lastimarla, tampoco que tuviera el final que tuvo; y aunque no gane nada con eso, sigo culpándome de su muerte. Ella merecía algo mejor, Julian también.

— ¿Quieres hablarme de lo que les pasó?

—Lo haré, lo prometo —John recargó su cabeza en la de Paul—. Sé que tienes muchas dudas, y sé que este tipo de secretos son los que hicieron que dejaras de confiar en mí, pero pronto entenderás todo. Cómo fue que... terminé donde estoy.

El pelinegro lo abrazó con fuerza, intentando hacer que el ánimo del castaño volviera a elevarse. No sabía qué podía esperar de la historia de Julian y Cynthia, pero estaba seguro de que John realmente estaba intentando abrir su corazón y quitarse todas las máscaras delante de Paul. ¿Una persona así podía ser mala?





Estoy muy feliz porque las cosas se están arreglando entre Paul y John :)

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