Capítulo 43

Quince minutos, ese era el tiempo que faltaba para que llegara la hora que estaba impresa en el boleto que el primogénito de los McCartney sostenía en su mano. Mary ni siquiera había dejado que tocara su desayuno, había llevado al pelinegro a la estación de trenes y se había asegurado de comprarle un lugar para el siguiente tren con destino a Londres.

— ¿De verdad tengo que irme? —el pelinegro suspiró con pesadez antes de sentarse en una de las bancas de la estación—. Me siento más feliz en casa... y papá no se ha dado cuenta de mi embarazo, los suéteres han funcionado muy bien.

—Ya no podemos ocultar tu embarazo, cariño, ya es demasiado evidente —su madre tomó asiento junto a él—. Ayer cumpliste dieciséis semanas, el bebé es del tamaño de un aguacate y crecerá un centímetro por semana a partir de ahora.

Paul suspiró sin dejar de ver el pedazo de papel que lo llevaría de regreso a Londres, deseando que nunca hubiera nacido con la capacidad de gestar, todo habría sido más sencillo si su embarazo jamás hubiese tenido lugar.

—No me despedí de papá, tampoco de Mike —habló el pelinegro sin mirar a su madre—. ¿Qué vas a decirle cuando se den cuenta de que ya no estoy en la casa?

—Que te llamaron de la universidad —respondió Mary—. Van a creerme. Tu padre lleva más de una semana preguntándome por qué no has vuelto a la escuela todavía y, bueno, yo también considero que, por mucho que no te gusten las clases, tienes que terminar el semestre.

El chico asintió sin mucho entusiasmo, sin querer contarle la verdad a su madre sobre la supuesta escuela a la que asistía en Londres. No tenía caso hacerlo, "terminaría el semestre" y volvería a casa para "repetirlo"; incluso se había tomado la libertad de ir con George a la escuela de formación docente de la ciudad para comprobar que reunía los requisitos.

— ¿Estás bien, cariño? —la mujer observó a su hijo, sabía que el chico ocultaba algo en su mirada—. ¿Qué es lo que te preocupa?

—No me siento listo para ver al idiota de Lennon todavía —los ojos de Paul se llenaron de lágrimas de repente.

No era que no quisiera hacerlo porque le preocupase el asunto de su contrato, estaba seguro de tener el coraje para enfrentarse a lo que fuera necesario en ese aspecto; pero lo aterraba la idea de que el magnate planeaba arrebatarle a su bebé como si se tratara de un simple objeto, no estaba preparado para afrontarlo.

—Tranquilo, Paul, sólo serán un par de meses —Mary besó su mejilla en cuanto vio que su hijo iba a llorar—. Seguirás con lo que acordamos y en un abrir y cerrar de ojos estarás de vuelta, a punto de convertirte en madre.

El embarazado abrazó a su madre con fuerza, sin poder evitar que las lágrimas salieran. De acuerdo a lo que habían planeado, Paul debía volver a Liverpool justo en vísperas de Navidad. Mary estaba segura de que la época ayudaría a que su esposo no estallara contra su hijo y terminaría aceptando la situación.

—Te llamaré cuando esté en la casa de John —le prometió el pelinegro, limpiándose las lágrimas con la parte posterior de su mano.

—Sé cuidadoso, él no debe sospechar de nuestros planes —Mary estaba nerviosa, no estaba segura de que Paul podría controlar sus emociones todo el tiempo—. Si tienes algún problema o algo se complica, me lo dirás de inmediato, ¿de acuerdo?

—Sí, mamá.

El pelinegro intentó sonreír para calmar la pelea de emociones que se estaba librando en su interior y abrazó una vez más, sintiéndose agradecido por contar con el apoyo de su madre. Cuando se separaron, Mary besó la mejilla de su primogénito y, una vez que le hubo pedido se cuidara mucho, lo observó hasta que atravesó las puertas del tren.

Paul lloró durante todo el viaje.

. . .

John cerró el libro sobre el embarazo que acababa de adquirir hacía un par de días y lo colocó sobre su escritorio, preguntándose si Paul estaría pasando por todas las cosas que mencionaba el autor. Había sido complicado conseguir el ejemplar, porque hablaba del embarazo masculino, algo que muchos consideraban una especie de tabú.

Lennon estaba contento de poder acceder a tan valiosa información. Ahora sabía que Paul no sólo tendría un incremento en su apetito sexual, sino también antojos e insomnio. Gestar parecía una tarea más difícil de lo que la gente contaba.

El magnate se levantó de su silla para salir de su oficina, era la hora del desayuno y lo último que deseaba era que su estómago comenzara a quejarse. Pensaba prepararse algo simple en la cafetería: un sándwich y un té. Luego volvería a su entretenida lectura.

Una enorme sonrisa se dibujó en la cara del castaño al ver al pelinegro charlando con su secretaria y su corazón latió deprisa al ver que la pancita de embarazo ya era más que visible. Se acercó a él despacio, sin que advirtiera su presencia, como si temiera que de un momento a otro se convirtiera en polvo.

— ¿Paul?

El chico dio un respingo al escuchar su nombre y, sintiendo la sangre de su cuerpo arder, se giró un poco para ver a John de frente. Quería abofetearlo, deseaba darle una patada tan fuerte en la entrepierna que lo dejara estéril, y hasta pasó por su mente ceñir sus manos alrededor de su cuello hasta que su piel se tornara morada. De ninguna manera iba a dejar que le quitara a su bebé.

—Te extrañé demasiado —el magnate lo abrazó, cuidadoso de no aplastar su vientre. Paul no correspondió el gesto—. Dios, estoy tan feliz de volver a verte, y el bebé está creciendo en tu pancita...

—Y dicen que las personas en estado se ponen muy sentimentales... —McCartney apartó al padre de su bebé de su cuerpo y lo miró con molestia—. Que haya vuelto no significa que sea el mismo idiota que se fue.

Lennon suspiró. La euforia del momento ya había pasado y la realidad le había dado en la cara justo como un balde de agua helada: Paul estaba molesto con él. ¿De verdad esperaba verlo regresar y que saltara a sus brazos como en las tontas películas románticas? Tragó saliva.

— ¿Quieres que hablemos de lo que pasó, Paul? —preguntó John con un tono calmado, no quería alterarlo.

—No quiero, pero es necesario.

—Bien... yo... es la hora del desayuno —explicó el magnate—. Iba a la cafetería a prepararme algo, ¿puedes esperar un momento?

—Quiero una malteada de fresa...

—Te la traeré —le aseguró John, sonriendo con timidez y sin poder creer que su chico al fin había regresado.

Paul se cruzó de brazos y se dirigió a la oficina del magnate sin volver a mirar ni a la secretaria ni al empresario. Cerró la puerta una vez que estuvo dentro y fue a sentarse en la silla que estaba detrás del escritorio, soltando un suspiro de alivio. No había sido tan sencillo controlarse, pero estaba agradecido de poder tener un momento a solas antes de hablar con el padre de su bebé.

—No entiendo cómo pudiste casarte con... —Paul frunció el ceño al no ver el retrato de la rubia sobre el escritorio de John.

McCartney había aprendido que Lennon era una de esas personas a las que le costaban mucho los cambios, así que se sintió muy intrigado por la desaparición de la fotografía. Dejó el asunto a un lado y se sonrojó por completo al ver una foto de él junto a John. Era una foto de su estancia en París y, como era de esperarse, la famosa torre estaba detrás de ellos. No obstante, lo que hizo que el corazón del pelinegro se derritiera de ternura fue ver enmarcada la última ecografía a la que John lo había acompañado.

—Tu papá es muy bueno para alterar mis emociones, ¿te lo había contado antes? —el pelinegro acarició su pancita—. Espero que tú no seas como él.

Ni siquiera estaba seguro de que el bebé pudiera escucharlo, pero durante el último par de semanas había sentido la necesidad de hablarle. Él lo atribuía a que se sentía un poco solo en ciertos momentos del día, y el bebé era el único cerca para escucharlo.

—También me confunde mucho —suspiró, continuando con las caricias—. Un segundo quiero matarlo y al siguiente deseo besarlo, me estoy volviendo loco, y creo que tú tienes parte de la culpa.

Sus ojos brillaron al ver el libro de pastas color azul claro que había sobre la mesa: Guía del embarazo masculino. Lo tomó con cuidado y lo abrió para descubrir que el ejemplar estaba repleto de pequeñas hojas donde la caligrafía de John indicaba la importancia de algunos datos o incluso comparaba la información con lo que él había notado en el embarazo de su pareja. El pelinegro fue hasta la primera página y comenzó a leer con entusiasmo, dándose cuenta de lo mucho que necesitaba leer opiniones y consejos sobre su estado.

—Perdón por la demora, no había fresas en la cafetería y tuve que salir a comprar tu malteada —la voz de John obligó a Paul a separar su mirada del libro y verlo—. Encontraste mi nuevo libro.

—Estaba sobre el escritorio, ni siquiera tuve que buscarlo —McCartney se encogió de hombros y dejó el libro donde lo había encontrado, intentando no parecer interesado, antes de arrebatarle el enorme vaso de plástico de las manos, usó el popote de manera ruidosa—. Gracias por la malteada, está deliciosa.

—Por nada —Lennon sonrió con timidez para después ocupar una de las sillas frente al escritorio—. Yo... quiero empezar nuestra charla con una disculpa. Lamento mucho lo que pasó el día de la cena, mi tía está obsesionada con el hecho de que tendré un hijo y...

—Heredero.

— ¿Perdón? —el castaño frunció el ceño.

—A tu tía no le interesa que tengas un bebé —Paul volvió a encogerse de hombros—, me dejó bastante claro que sólo le importa que tengas a alguien a quién dejarle todo tu dinero cuando ya no estés, un heredero.

—Sí, ella quiere eso.

—Tú piensas igual —McCartney rodó los ojos con fastidio—. Estoy casi seguro que por eso me convenciste de que no me realizara un aborto, dijiste muchas palabras bonitas porque querías asegurar a tu heredero.

—No es verdad, Paul —Lennon negó con la cabeza—. Lo que te dije ese día no fue para asegurar a mi heredero, cumplí veintiocho hace algunas semanas y ya alcancé todas las metas profesionales que me propuse. Estoy listo para tener una familia, aunque eso signifique tener que enfrentarme a mis traumas del pasado.

—No soy tonto, John.

—Sé que no lo eres —habló el castaño, mirando a los ojos a su pareja para convencerlo de que no estaba mintiendo—. Paul, te he acompañado a todas las citas y estudios médicos, he comprado libros para intentar comprender todo lo que tú estás experimentando, te llevé a París conmigo y te pedí que fueras mi novio, ¿acaso crees que haría todo eso sólo para asegurar a mi heredero? ¿No crees que habría sido más sencillo para mí alquilar un vientre si mi único objetivo fuera un bebé?

—Eres fetichista...

—Paul, yo no...

—Basta, no quiero seguir con esto, no vamos a llegar a ningún lado —el pelinegro suspiró y cerró los ojos por un momento, no era difícil recordar el plan—. No tenías que diseñar ese documento para quedarte con el bebé, ¿sabes?

—Eso fue idea de Mimi, no mía.

—No me interesa saber de quién fue la idea, John, tú la apoyaste —le recriminó McCartney—, pero...

—Eso fue un error...

—Pero...

—No creí que quisiera que firmaras...

— ¡Déjame hablar! —exclamó Paul con desesperación.

—Lo siento —el magnate rompió el contacto visual.

—Voy a darte al bebé.

— ¿Qué?

Lennon alzó la vista para buscar algo en el rostro del pelinegro que le indicara que estaba bromeando, pero Paul estaba serio, más de lo que John lo había visto jamás. No estaba bromeando.

—Voy a darte al bebé —repitió McCartney de manera seria—, y luego desapareceré de tu vida, te aseguro que no volverás a saber de mí; pero tengo una condición: no voy a firmar nada.

—Paul, no puedes estar hablando en serio —John frunció el ceño, sin saber si sentirse triste o enojado—. Es tu bebé también, vamos a ser una familia, lo criaremos juntos, irás a la universidad mientras yo lo cuido... ¿acaso no quieres eso?

McCartney suspiró y negó con la cabeza.

—Aceptas o daré al bebé en adopción apenas si nazca —el corazón del pelinegro latía deprisa, pero el castaño no lo sabía—. Y quiero que sepas que desapareceré, sea cual sea tu elección. No quiero estar cerca de un bebé que me pueda causar tanto problemas legales como de cabeza.

—No puedes hacer eso, Paul —Lennon sentía que había caído en un gran hoyo, pero no sabía cómo salir—. Eres su mamá, por el amor de Dios, deja de decir tonterías. El libro... dice que hay una conexión fuerte entre el bebé y tú...

— ¿Aceptas o no?

El magnate se levantó furioso de su silla para tomar a Paul por los hombros y estrujarlo, como si de esa manera el pelinegro fuera a reaccionar y se comportara con sensatez de nuevo.

—Eres mi novio, dijiste que me amabas, ¿qué fue lo que te hizo cambiar?

—Suéltame —le pidió el embarazado en un susurro. Al empresario no le quedó más remedio que escucharlo—. Lo nuestro terminó, John.

—No... no, por favor —Lennon empalideció, pero evitó las lágrimas a toda costa—. Sé que puedo ser un idiota, pero no me dejes. Yo... te amo, de verdad lo hago. Es la primera vez en mucho tiempo que siento... esto por alguien. Dame otra oportunidad para demostrártelo, no voy a fallar...

Paul ni siquiera lo miraba, sabía que no podría continuar fingiendo si lo hacía. Decían que los ojos eran la puerta del alma, y estaba seguro de que no vería más que vulnerabilidad y dolor en la de John, no era tan fuerte. Lennon no podía creer que su tía estuviera arruinando de nueva cuenta su vida amorosa, justo cuando comenzaba a ser feliz otra vez.

—No has contestado mi pregunta —murmuró McCartney, haciendo un gran esfuerzo para que su voz no temblara—. ¿Quieres quedarte con el bebé o lo daremos en adopción? Respóndeme ya, John.

—Quiero al bebé, es mi hijo, por supuesto que me quedaré con él —se apresuró a contestar el castaño, su mente maquinaba qué acciones podría tomar ahora. Paul asintió con lentitud—. Tú... ¿te vas a mudar? ¿Regresarás a Liverpool?

El pelinegro negó con la cabeza, gesto que tranquilizó un poco a John. El magnate habría ido al extremo de la demencia si aquella hermosa criatura le hubiese dicho que también se apartaría de él pues, aunque adoraba la idea de tener un hijo, no estaba enamorado del bebé, sino de la madre: Paul.

—Regresaré a la habitación que tenía antes, si no tienes problema con eso.

—En realidad... sí hay un pequeño problema —McCartney miró a Lennon con molestia al escuchar sus palabras, pero no necesitó pedirle una explicación, pues el empresario se la dio antes de que lo hiciera—. Saqué la cama que había y estuve armando los muebles del bebé que elegimos para su habitación, me temo que está casi terminada.

—Entonces dormiré en el sofá, grandioso...

—No, yo dormiré en el sofá —le dijo John con tono firme—. Nunca permitiría que la persona que amo, quien también está embarazado con nuestro bebé, durmiera en otro sitio que no fuera el más cómodo de la casa.

—Deja de decir que me amas, ambos sabemos que no es cierto —Paul rodó los ojos y se cruzó de brazos—. Querías que firmara un estúpido documento para asegurarte de que no me quedaría con tu asqueroso dinero y tu tía me dijo que llevas a todas tus conquistas a París, ni siquiera me contaste sobre Cynthia. Obviamente me veías como algo temporal, como a una puta.

—Entiendo que me desprecies ahora, pero te quedarás con la cama.

McCartney bufó con molestia, sabía que no tenía mucho sentido discutir con John; porque ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder a lo que el otro decía.

—Eres un mentiroso.

—Claro, lo soy, porque mi tía sabe más de mi vida que yo, al parecer —Lennon apretó sus labios y negó con la cabeza. Su holding no volvería a darle ni un penique a esa mujer—. Cynthia murió por mi culpa, también Julian, nuestro bebé... ¿cómo se supone que iba a contarte algo así?

Si bien era cierto que no era la primera vez que John mencionaba sus nombres, nunca le había mencionado que era el responsable de sus muertes. Paul se sintió muy intrigado con el asunto, en especial porque el castaño no parecía ser del tipo de persona con un pasado oscuro. No. La vida de los ricos siempre era felicidad y lo único que les atormentaba era que alguien contase con una fortuna más grande que la de ellos.

—Todavía me duele, es un tema muy difícil para mí, no estaba listo para hablarte de eso —le confesó el magnate, mirando hacia el ventanal desde el que se podía apreciar gran parte de la ciudad—. Cuando tú me dijiste que no querías hablar de la muerte de tu familia, lo respeté y te dije que, cuando te sintieras listo para hacerlo, te escucharía. Esperaba lo mismo de tu parte.

Paul pudo advertir la tristeza que había en la voz de John, pero ni siquiera eso lo motivó a retractarse. Sacó de la bolsa de su abrigo la última ecografía que le habían hecho y se la extendió al castaño.

—Ten, el bebé está sano y creciendo bien.

El magnate tomó la imagen y esbozó una sonrisa débil al observarla. Se estaba mostrando fuerte, pero por dentro estaba deshecho: él había crecido sin sus padres y siempre se había preguntado por qué había sido así, pero ahora la situación daba un peligroso giro: ¿cómo iba a explicarle a su bebé que su madre se había ido?

—Gracias, Paul.

. . .

McCartney bajó y entró deprisa a la casa apenas si Richard hubo estacionado el auto, ni siquiera se tomó la molestia de ver a la persona que había viajado en el mismo asiento que él, tampoco había preguntado el motivo por el que no viajarían en el helicóptero hasta Tittenhurst Park. Starkey suspiró antes de mirar a su jefe por el espejo.

— ¿Me explicarás por qué me pediste que te trajera a casa en auto en lugar de usar tu helicóptero? —preguntó el ojiazul con tono burlón, sabía que su amigo odiaba los viajes por vía terrestre.

—Mi presión estaba baja, creo que aún lo está —le contó el magnate en un abatido susurro—. No tengo problema alguno con morirme, pero no podía arriesgar a Paul y al bebé.

Richard frunció el ceño, preocupado, y decidió dejar el asiento de conductor para unirse a Lennon en la parte trasera del vehículo. El empresario estaba muy pálido y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, lucía casi igual de terrible que aquella fatídica noche.

— ¿Qué pasó?

—Paul terminó conmigo... —su voz se cortó y le fue inevitable echarse a llorar, sólo delante de Richard se sentía cómodo para hacerlo—. Dijo... que no quiere al bebé, se va a ir cuando nazca... ¿por qué mi tía no puede limitarse a verme feliz?

John golpeó con fuerza el asiento que estaba delante de él. Estaba furioso con Paul, con su tía, con el solitario destino que al parecer estaba condenado a vivir; pero sobre todo se encontraba deprimido, roto. No entendía por qué la vida le había permitido volver a probar la felicidad para después arrebatársela.

—John, calma —Starkey lo sujetó antes de que se lastimara los nudillos, Lennon no paraba de sollozar. Lloraba. Lo abrazó con fuerza, Richard no recordaba cuándo había sido la última vez que lo había visto así—. Oye, no todo puede estar perdido.

—Lo está... —sollozó el magnate en el hombro del ojiazul—. Dijo que desaparecería...

— ¿Cuántas semanas de embarazo tiene?

—Dieciséis.

—Eso significa que va casi a la mitad del embarazo —dijo Richard, intentando animar a su mejor amigo—. Todavía quedan varios meses por delante hasta que él... bueno, intente irse. Mientras el bebé siga en su vientre, estará a tu lado.

—Me odia, Ringo... debiste escuchar todo lo que me dijo en mi oficina.

—Por ahora te odia —señaló Starkey, separando a Lennon de él para sonreírle—. Es hora de que saques a relucir tus habilidades de conquista, John, ni siquiera Paul podrá resistirse a tus encantos.

Antes de convertirse en un empresario, incluso antes de iniciar una relación formal con Stuart, Lennon solía ser conocido por la cantidad de chicas y chicos que estaban enamorados de él. Era rebelde y podía llegar a ser fastidioso, pero al mismo tiempo era encantador y sabía cómo llegar al corazón de las personas. Richard no conocía a ningún chico que se hubiera negado a irse a la cama con John, por supuesto, en ese tiempo se sabía poco de la homosexualidad del castaño.

—Ya no soy ese casanova, Ringo —el castaño negó con la cabeza—, me convertí en un fracasado en el amor, jamás lograría que Paul quisiera regresar conmigo. Él... es demasiado perfecto y puro para alguien como yo.

—Inténtalo —lo animó Richard, todavía con una sonrisa en su rostro—. Encuentra el punto débil de Paul y aprovéchalo, llega a su corazón, conócelo y deja que te conozca a ti también. No le hables del John que tiene muchísimo dinero para comprarle el mundo ni tampoco del empresario que eres, háblale del John que siempre le ocultas a los demás, de lo que sientes, de lo que te atormenta.

— ¿Y si no logro nada y termina yéndose? —Lennon secó sus lágrimas con el dorso de su mano.

—Al menos lo habrás intentado —Starkey se encogió de hombros—, y cuando tu hijo o hija te pregunte por qué se fue, entenderá que hiciste tu mayor esfuerzo por mantener a su madre a su lado.

—De acuerdo, voy a intentarlo, por el bebé.

—El bebé todavía no tiene conciencia de nada de esto, John —le recordó Richard—, y estoy seguro de que Paul se alejará más si intentas convencerlo de volver a tu lado por el bebé. Tienes que hacerlo por ti, lucha por lo que amas, por tu felicidad.

—Lo haré, Ringo —Lennon esbozó una pequeña sonrisa—. Nunca podré pagarte todo lo que haces por mí.

—No, porque la amistad no se vende, así que no aceptaré ni un sólo penique de mi mejor amigo —Starkey rió.

John lo abrazó con fuerza.

Iba a intentarlo.






Chan, chan, chan...

¿Cómo conquistarían a Paul?

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