Capítulo 42
Unas pequeñas manos sacudieron el cuerpo del magnate con brusquedad. Él soltó un quejido, todavía no quería levantarse, se sentía realmente cansado, necesitaba dormir más. No pasaron ni diez segundos cuando volvieron a sacudirlo con fuerza.
—Papá, despierta...
Aunque sus párpados pesaban, John hizo un esfuerzo por ver a la diminuta niña de cabellera castaña que se encontraba junto a su cama. Al hacerlo, le fue inevitable sonreír y sentirse hipnotizado por ese par de ojos dormilones, idénticos a los de Paul, del mismo tono e igual de perfectos. La pequeña soltó una risita que aceleró el corazón del magnate.
—Vamos, mami preparó el desayuno —le dijo la niña, con una sonrisa enorme en su rostro.
—Está bien, ya voy —Lennon se desperezó para luego sentarse en la cama y, finalmente, levantarse. La niña lo abrazó—. ¿Qué ocurre?
—Te quiero, papi.
John sintió una calidez inesperada recorrerle todo el cuerpo, su corazón seguía acelerado. Acarició la espalda de la pequeña con delicadeza y mucho cariño, era como si sintiera una cantidad excesiva de afecto por ella, sentía una extraña necesidad de protegerla también. Sonriendo, el magnate la tomó de la mano.
—Ven —fue todo lo que dijo la niña antes de que comenzara a tirar de su brazo para que la siguiera.
Y él lo hizo apenas si se hubo puesto sus pantuflas, por supuesto. Se sintió un poco perdido al ver que su casa lucía diferente, pero le agradó el cambio, todo era más hogareño. La pequeña lo llevó escaleras abajo y después al comedor, donde cierto pelinegro lo esperaba con una sonrisa de oreja a oreja.
—Espero que Hazel no haya sido demasiado brusca al despertarte, amor —Paul le dio un tierno beso en los labios, el castaño correspondió de inmediato.
—No fui brusca —la niña se colocó en medio de la pareja para separarlos—. ¿Podemos comer pastel ya? Por favor, mami.
El pelinegro soltó una pequeña risita y negó con la cabeza mientras veía con ojos de madre protectora a su hija. El magnate no podía dejar de alternar su mirada entre su chico y su hija, sin lograr decidirse por cuál era más tierno y lindo. Su familia era hermosa.
—Tenemos una hija... —murmuró John, sin poderlo creer.
—Claro que tenemos una hija —Paul rió.
—Estamos casados —Lennon sonrió al ver que el pelinegro y él llevaban sortijas idénticas.
—Por supues...
— ¡Mami, quiero pastel! —los interrumpió Hazel.
—Podrás comer pastel después del desayuno, y sólo si papá está de acuerdo —le indicó Paul, con un tono firme, pero sin llegar a ser duro.
— ¿Puedo comer pastel, papi?
Hazel lo miró con lo que parecían ser los ojos suplicantes más tiernos del mundo. No podía negarse, era como si ese par de avellanas hubieran eliminado la palabra "no" de su cerebro. Asintió con lentitud.
—Claro que sí, princesa.
La niña comenzó a dar saltitos por el comedor, y su padre no entendía el motivo por el que la idea de comer un simple pastel la había ilusionado tanto. Miró al pelinegro con confusión y, antes de que pudiera formular pregunta alguna, sus brazos lo rodearon. Su piel se erizó cuando su pareja le susurró al oído:
—Feliz cumpleaños, Johnny.
La sonrisa no se había desvanecido del rostro del castaño cuando abrió los ojos pero, aunque definitivamente era el día de su cumpleaños, no había rastro alguno de Hazel ni de Paul. Todo había sido un sueño, uno increíble, hacía años que no tenía uno así de feliz. Acarició la sábana en el espacio vacío de la cama y soltó una risita.
En verdad esperaba que el sueño se volviera realidad algún día, no deseaba más en la vida que ser despertado por la mezcla perfecta de los genes de Paul y los suyos llamándolo "papá". Nadie se lo había preguntado todavía, pero esperaba que el bebé que se estaba formando en el vientre de McCartney fuera una niña.
John había crecido entre mujeres, lo había criado una, y no sólo había sido testigo de lo inteligentes que podían ser, sino también del poder que tenían. Además, solían tener menos limitaciones para demostrar afecto por las personas que querían. El castaño necesitaba mucho amor.
—Necesito que vuelvas pronto, Paul...
Se levantó de la cama más motivado que en sus cumpleaños anteriores y se dirigió hacia su guardarropa para ponerse un atuendo casual. De cualquier manera, no tenía planeado salir a ninguna parte; no festejaba convertirse en un año más viejo desde el día en que Cynthia y Julian habían muerto. Negó con la cabeza y se concentró en momentos más felices, no quería pasar un mal día.
Suspiró y salió del guardarropa para dirigirse hacia el espejo, tomó el peine para darle forma a su rebelde cabello hasta que quedó convencido. Luego se dirigió al comedor, donde Prudence ya estaba poniendo los platos en una bandeja para subirle el desayuno a su habitación. John no solía salir de su habitación en su cumpleaños.
— ¿Señor Lennon? —la mujer estaba genuinamente sorprendida por la presencia del magnate—. Creí que querría desayunar en su habitación, todos los años es así, yo... ¿subo su comida o está bien si la dejo aquí?
—Déjala aquí, Prudence —le pidió Lennon, le sonrió con timidez a la mujer—. Ya pasaron diez años, quedarme en mi habitación no hará que ellos vuelvan. Además... es mi cumpleaños, se supone que es una fecha feliz.
—Está bien, señor Lennon —Prudence asintió para después comenzar a quitar los platos de la bandeja y colocarlos sobre la mesa de manera ordenada—. Qué bueno que ya se sienta más tranquilo... feliz cumpleaños.
—Muchas gracias —el hombre suspiró antes de sentarse para desayunar—. Prudence...
— ¿Sí, señor Lennon? —la mujer lo miró, expectante, aún se encontraba perpleja ante el buen humor de su jefe en una fecha en que siempre se encerraba en su habitación—. ¿Qué puedo hacer por usted?
— ¿Un pastel? —la pregunta dejó los labios de John como un murmullo apenas audible, igual que si se tratara de algo oscuro. O'Brien sonrió y asintió con la cabeza—. Uno pequeño. De chocolate con fresas, por favor.
—Lo tendré listo para la comida —le aseguró la mujer antes de retirarse a la cocina.
Lennon tomó sus cubiertos y desayunó mientras pensaba en llamar a su mejor amigo para que fuera a su casa más tarde a comer pastel. Los postres que preparaba su empleada doméstica eran deliciosos, sabía que no iba a negarse.
. . .
McCartney se puso pálido cuando, mientras se cambiaba de ropa, descubrió que su barriga había crecido lo suficiente como para que cualquiera pudiera tener sospechas de su estado. Maldijo un par de veces entre dientes mientras buscaba el suéter más grande que encontró entre sus cajones. La idea de que su padre o su hermano descubrieran su secreto antes de tiempo le provocaba ansiedad. Se colocó la prenda encima y se concentró en su respiración para tranquilizarse, no quería tener otro ataque de pánico.
Una vez que sintió que había vuelto a la normalidad, decidió bajar a desayunar. Su madre le había preparado huevos con lo que parecía ser el tocino más apetitoso del mundo, y había un jugo de naranja como bebida; el embarazado se sentó a devorar todo sin decir palabra alguna. Mary frunció el ceño al ver a Paul vistiendo un suéter en un día que no era del todo gélido, pero se abstuvo de comentar algo delante del resto de la familia. Por desgracia, no fue la única en notarlo.
— ¿Y ese suéter, hijo? —preguntó Jim sin apartar su mirada de su primogénito—. La casa está cálida, ¿estás resfriándote?
—Eso creo... —contestó Paul con nerviosismo—. Tuve mucho frío en la noche y ahora me siento muy cansado, pasaré el día en la cama.
Era mentira, la tela del suéter comenzaba a hacerlo sudar. No obstante, el señor McCartney pareció convencerse con la respuesta de su hijo, pues regresó la vista hacia su desayuno y se llevó una pequeña porción a la boca. Apenas si hubo tragado, habló de nuevo:
—Deberías ir al médico para que te revise —sugirió Jim—. Ya les dije que los miembros de esta familia tenemos prohibido enfermar de gravedad, ¿quedó claro?
—Lo sé, lo has repetido unas cien veces papá —el pelinegro sonrió, sabiendo que no estaba padeciendo ninguna enfermedad—. No necesito ir al médico, estoy seguro de que se trata sólo de un resfriado. Si me cuido adecuadamente, estaré bien mañana, lo prometo.
—Está bien —el señor McCartney se encogió de hombros, esbozando una pequeña sonrisa—. Al menos estás en casa y no tú sólo en Londres.
— ¿Qué tal es la escuela? —preguntó Mike de repente—. Siempre nos cuentas de los lugares que has visitado en Londres y también de tus amigos, pero no recuerdo que hayas mencionado demasiado de las clases.
—Tu hermano tiene razón —apoyó Jim.
—Pues... —el pelinegro suspiró, odiaba mentirle a su familia casi tanto como a John en esos momentos—. No soy el estudiante estrella, las clases son un tanto complicadas y los maestros son estrictos, dejan muchos trabajos y parecen odiarte todo el tiempo, ya sabes, así son los maestros de universidad.
— ¿Por qué no nos habías contado eso? —había sido Mary quien formuló la pregunta. Paul tragó saliva—. Creí que te gustaba la escuela, pero ahora la haces sonar como si fuera terrible...
—La universidad es diferente, supongo —el pelinegro ladeó un poco la cabeza y jaló la tela del suéter para esconder la curva de su vientre, se sentía incómodo con los tres pares de ojos que lo observaban—. Además, a nadie le gusta admitir delante de sus padres que teme no aprobar el semestre.
—Eres mi mayor orgullo, Paul —Jim habló con tanta convicción que su primogénito se sintió todavía peor por mentirles—. Yo no fui a la universidad, ni tampoco estuve en ninguna escuela de Londres. Eres muy listo, y estoy seguro de que aprobarás.
—Gracias —respondió con timidez.
Ninguno de los McCartney dijo algo más, así que Paul agradeció dejar de ser el centro de atención y se concentró en su propio desayuno. Lo cierto fue que eso sólo duró cerca de dos minutos.
Pasó muy rápido, justo cuando se llevó a la boca un pedazo del tocino que olía delicioso y por el que el pelinegro había babeado apenas si sus ojos se habían posado sobre el plato. Había estado seguro de que sabría a gloria, pero sintió tanto asco que ni siquiera fue capaz de lograr llegar al inodoro.
Vacío su estómago justo en medio del pasillo y no pudo evitar echarse a llorar en cuanto las arcadas terminaron, porque el vómito no era parte de lo que se conocía como el típico resfriado. Su padre insistiría en llevarlo al médico y descubriría todas las mentiras que había dicho. Estaba acabado.
—Paul... —Jim lo apartó del lugar del vómito y lo atrajo hacia su pecho, igual que hacía cuando su primogénito no había superado el metro de altura—. Tranquilo, está bien.
—No, no está bien —sollozó el pelinegro contra la camisa de su padre—. Lo siento mucho, papá, nunca quise decepcionarte...
—No estoy decepcionado —el señor McCartney acarició la espalda de su hijo con cariño—. Está bien tener miedo, pero un semestre no es lo suficientemente importante como para ponerse a llorar. Si no apruebas, siempre podrás repetirlo o volver a casa y elegir algo más.
—De acuerdo —Paul asintió con lentitud y se apartó del hombre que le había dado la vida para verlo sonreír.
Jim siempre se había vanagloriado de conocer a sus hijos a la perfección, se jactaba de tener un nivel de confianza con ellos que llegaba casi al de una amistad muy íntima. Por eso sonreía; creía que, al igual que hubiera hecho un amigo, había mitigado las preocupaciones de Paul sobre la escuela.
Los padres no siempre tenían la razón.
. . .
John se sentó en el borde de la piscina y sonrió al ver al chico rubio nadando con suma calma. El magnate sabía que Paul y William mantenían una especie de rutina de ejercicio diaria en el agua, y, aunque McCartney llevaba varios días lejos de Tittenhurst Park, Campbell no la había interrumpido.
—Señor Lennon, buenos días —el rubio había nadado hacia la parte menos profunda en cuanto había reparado en su presencia—. ¿Hay alguna noticia sobre Paul?
—No, todavía no —el castaño negó con la cabeza—. Sólo espero que no se tarde mucho en volver, que no olvide que mañana tenemos el siguiente control de embarazo. —Lennon suspiró—. Estoy emocionado por ver cuánto ha crecido nuestro bebé, necesito una ecografía más para mi colección.
El magnate soltó una pequeña risita y Campbell sonrió, conmovido ante las palabras del hombre y deseando que el papá de su bebé hubiese actuado de la misma manera que el castaño. No obstante, lo único que en verdad quería era darle una buena vida a su pequeño Isaac.
— ¿Qué pasará ahora? —preguntó con temor, sabiendo que era una posibilidad—. Usted me trajo aquí para que le hiciera compañía a Paul y me da miedo que me eche porque él no está.
—Tranquilo, Paul volverá —le aseguró John, trazando círculos con sus pies dentro del agua—. Él y yo somos pareja, nos amamos, sé que no desaparecería sin darme una explicación. Pero tampoco debes preocuparte, no te echaría.
—Gracias al cielo —el rubio suspiró con mucho alivio—. No tengo a dónde ir y no sabe lo complicado que es conseguir empleo en mi estado. Tuve muchísima suerte de que usted lo hiciera, creo que estaré agradecido con usted toda mi vida.
Lennon soltó una pequeña risita y negó con la cabeza.
—No iba a contratarte —le confesó sin mirarlo a los ojos—. Te eché de mi oficina esa mañana, no fue nada personal, sólo que los embarazos no son algo muy rentable para las empresas porque implica correr con más gastos de los que normalmente demanda un empleado; pero Paul insistió en que debía darte un empleo. Él y yo... apenas estábamos conociéndonos y, bueno, digamos que accedió a tener una cita si te daba el empleo.
William sonrió, la noticia no le había caído del todo como una sorpresa. Los días que había pasado junto al pelinegro le habían permitido conocerlo mejor que el resto de los empleados de la casa y, fácilmente, pudo distinguir a un chico sencillo y agradable, pero bastante refinado a su manera.
—Se lo agradeceré cuando lo vea, entonces.
— ¿Crees que debería buscarlo? —murmuró John, después de meditar por varios segundos si era una buena idea formular la pregunta—. Digo, tú lo conoces también, sabes que Paul es un tanto impredecible y... —Suspiró—. No sé si sea una buena idea.
El rubio ladeó la cabeza mientras recordaba todos los momentos que había pasado junto al pelinegro.
—No, no lo es —dictaminó con seguridad—. Paul es un tanto impulsivo, pero no es de los que huyen de todo de repente. Si decidió alejarse, debe ser porque algo serio debió pasar por su mente y necesita espacio para resolverlo.
—Pero lo extraño —el magnate chasqueó su lengua—. Vamos a formar una familia, me gustaría que fuera más... expresivo conmigo. Se supone que es mi novio y que me ama, pero a veces siento que no confía del todo en mí.
—Debería intentar hablar con él y decirle cómo se siente —le sugirió Campbell con voz tranquila—. No lo conozco demasiado, pero sé que Paul es de esos que se guardan lo que sienten, y no se puede llegar con facilidad a su corazón.
—Me preocupa lo nuestro —Lennon sonó triste, sabía que era probable que su novio no quisiera verlo después de lo que fuera que Mimi le había hecho—. Yo... creo que mi tía lo hizo sentir mal o lo incomodó, Paul se fue justo después de la cena. Me gusta repetirme a mí mismo que va a volver pronto, pero lo cierto es que me aterra que no vuelva a verlo.
—A menos de que tenga otra pareja, volverá...
— ¿A qué te refieres? —John miró al joven y frunció el ceño.
—Bueno, un bebé es algo que une para toda la vida —respondió el rubio—. Además... ya está en el segundo trimestre... ¿sabe lo que eso significa? —William sonrió al ver la confusión en la cara de su jefe—. Paul va a necesitar mucha atención a partir de ahora, es normal que el deseo sexual se incremente en esta etapa.
El magnate sonrió de oreja a oreja, estaba dispuesto a satisfacer a su novio las veces que fueran necesarias, le encantaba tener relaciones con el pelinegro. Si tuviera que elegir al amante con el que más había disfrutado acostarse, sería Paul sin lugar a dudas.
—Por cierto, Prudence me dijo que hoy es su cumpleaños... muchas felicidades.
— ¿Eh? —John regresó a la realidad, aunque era un poco tarde para evitar que su miembro continuara endureciéndose—. Ah, sí, gracias. Ya debo irme, necesito... hacer algo. Tú... sigue divirtiéndote en la piscina.
Campbell rió al ver al castaño alejarse, no podía esperar para contarle a Paul cómo casi se había puesto a babear cuando le mencionó lo del sexo en el segundo trimestre. Sabía que el pelinegro se iba a reír mucho.
. . .
El magnate miró detrás de su mejor amigo por segunda vez sólo para comprobar que sus ojos no estaban engañándolo. Lo había llamado hacía una hora, justo después de que había recuperado el aliento luego de divertirse consigo mismo en su habitación hasta el orgasmo. Hacía demasiado tiempo que no tenía uno en su día especial. Hasta el momento, su cumpleaños había sido bastante bueno.
—John, ¿estás bien? —le preguntó Richard con un tono de voz angustiado—. Salí del departamento en cuanto Maureen me dijo que habías llamado, sé lo difícil que es este día para ti...
— ¿Dónde está Maureen?
—Temía que estuvieras atravesando una crisis, así que le dije que no viniera —le confesó el ojiazul, todavía analizando el rostro de John en búsqueda de algún rastro de ansiedad—. Tú... ¿estás bien?
Lennon sonrió y asintió.
—De maravilla. Los había invitado porque le pedí a Prudence que me preparara un pastel y, bueno, quería celebrar mi cumpleaños con ustedes.
— ¿Celebrar tu cumpleaños? —Starkey frunció todavía más el ceño—. ¿Estás hablando en serio?
—Creo que ya tuve suficiente de tantos cumpleaños de mierda —el magnate se encogió de hombros para después hacerse a un lado. Cerró la puerta en cuanto su amigo hubo entrado—. El pastel todavía no está listo, pero quiero mostrarte algo en lo que he estado trabajando desde que Paul se fue, tu opinión me vendrá bien.
A continuación, Richard siguió a su mejor amigo a través del recibidor y el salón principal para subir hacia el segundo piso. Notó que el par de retratos que el magnate decidió conservar de Cynthia habían desaparecido, pero no hizo comentario alguno. John lucía muy entusiasmado cuando abrió la puerta de la que había sido durante años la habitación de invitados.
Tres de las paredes estaban cubiertas de pintura blanca, pero la cuarta de ellas era gris con muchas estrellas y hasta una media luna a manera de decoración. Richard sonrió al ver un pincel sobre un par de periódicos gastados: John había vuelto a pintar algo. Después el ojiazul dedicó su atención al armario, cuyas puertas entreabiertas dejaban a la vista varios conjuntos de ropa de bebé, no se necesitaba ser un genio para saber que los cajones también debían estar repletos.
—Los muebles que Paul eligió para el bebé llegaron hace una semana —le contó Lennon con alegría—, así que he armado uno por día. Ya tengo el armario, las dos cómodas, el librero, el que es para los juguetes y ayer me encargué de la cuna. También ordené la ropa que hemos estado comprando y guardé los juguetes en su sitio. Aún me falta comprar algunas cobijas para la cuna, pero no sé si estoy olvidando algo.
—Se ve increíble, John —elogió Starkey, sin apartar su mirada de los diferentes muebles de madera fina que tenía enfrente—. Maureen quiso que compráramos un cambiador y un móvil para la cuna, no sé si ustedes piensen hacer lo mismo.
—Los anotaré en la lista —el magnate asintió—. ¿Sabes? Tampoco estoy seguro sobre cuál sería el mejor lugar para colocar la cuna, no quiero ponerla muy cerca de la ventana porque la luz podría molestarle al bebé, pero creo que si la pongo más lejos, le faltará luz.
—Puedes ponerla cerca de la ventana y comprar unas cortinas más oscuras —le sugirió el ojiazul, antes de ver uno de los enchufes de la habitación. Lo señaló—. También tendrás que encargarte de todos esos.
—No creo que sea necesario, Ringo —John negó con la cabeza.
—Maureen se puso loca cuando insinué lo mismo —Richard rió—. Ella dice que Zak crecerá y no quiere que introduzca algo ahí, ya sabes, dice que no quiere que su bebé sufra de una descarga eléctrica. Así que tuve que comprar una especie de tapones para cubrir todos los de la casa.
—Tu esposa es muy lista, haré lo mismo antes de que Paul me acuse de no preocuparme por la seguridad de nuestro bebé —Lennon tomó una libreta que estaba sobre una de las cómodas para escribir lo que faltaba—. Ringo, ¿crees que sea buena idea comprar una de esas cunas pequeñas que se ponen junto a la cama?
—No lo sé, deberías preguntarle a Paul si lo considera necesario —contestó Starkey—. Maureen y yo utilizaremos la cuna normal, luego la moveremos a la habitación de Zak cuando consideremos que es necesario.
—Está bien.
El ojiazul sonrió al verlo. Después de todo, Tara había acertado al conseguirle pareja a John. McCartney y su futuro bebé parecían darle una clase de felicidad más poderosa que cualquiera que hubiera experimentado antes, era la primera vez que Richard veía a su amigo "trabajando" en algo de su vida personal.
Perdón por la demora, he tenido muchas tareas últimamente, espero que les haya gustado este capítulo :)
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(Ahora ya no son tareas, pero sí el trabajo jajaja)
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