Capítulo 40
John se encontraba inquieto mientras su ojos vagaban sin rumbo por cada rincón del cristal que estaba frente a él. Llevaba una semana levantándose antes de que saliera el sol para estar puntual en su silla y mirar por la ventana cómo la ciudad despertaba, esperaba que alguien llamara a su puerta cuanto antes.
No estaba seguro por qué sentía tanta atracción hacia Paul, no se sentía obligado a mantenerse cerca de él porque estuviera esperando un bebé, como le había pasado con Cynthia. Lo que sentía por el pelinegro iba más lejos que el valor de la responsabilidad, quería estar a su lado.
El magnate dio un respingo cuando alguien llamó a su puerta, se acomodó su camisa y aclaró su garganta antes de dirigirse hacia la puerta de su oficina para abrirla. Esperaba ver aquellos dormilones ojos color avellana que no había contemplado en una semana entera, quería abrazar a su novio y pedirle una explicación por el repentino abandono que había sufrido.
Pero sólo se trataba de Richard.
—Ringo... —el magnate no se molestó en ocultar su decepción.
—También me alegro de verte, John —mencionó el ojiazul con una sonrisa burlona al notar que la expresión de su amigo se apagaba al verlo—, ¿todavía no sabes nada de Paul?
—Nada —Lennon cerró la puerta—. No sé qué pudo decirle Mimi como para que decidiera irse de esta manera, sin decirme, sin nada. Estoy muy preocupado por él, Ringo, está embarazado, es más vulnerable ahora, ¿y si alguien le hace algo?
Starkey negó con la cabeza, no creía que fuera a tener que tranquilizar la paranoia de John tan temprano, pero lo haría. Había estado con él en sus mejores y peores momentos, por algo eran mejores amigos.
—Estoy seguro de que Paul está bien —le aseguró Richard—. Puede que sea un tanto tímido, pero si algo malo le hubiera pasado, ya nos habríamos enterado. Quizá sólo se sintió intimidado por tu tía y quiso tomarse un descanso de todo esto. Sé que te crió y que la quieres mucho, pero esa mujer es un monstruo que siempre logra lo que se propone y no le gusta la idea de que seas homosexual.
—Lo sé... —John asintió lentamente y permitió que el recuerdo lo invadiera.
El castaño se encontraba tocando una melodía improvisada con la guitarra, había aprendido un nuevo acorde que le posibilitaría completar la parte instrumental de las últimas canciones que había escrito. La música le había abierto las puertas a una especie de mundo distinto: le servía como distracción, pero también llenaba su alma.
Tomó la libreta que estaba encima del escritorio, planeando continuar con la canción que había compuesto, cuando notó que había otro anuncio del University College London debajo. Su tía se aferraba a que John estudiara alguna carrera universitaria que le permitiera ganar mucho dinero, de preferencia una de áreas como salud o economía.
El chico rodó los ojos para después hacer una bola de papel con el anuncio y darle el mismo destino que a los anteriores: el cesto de basura. No le interesaba ninguna de esas carreras, quería ser músico y conocer el mundo gracias a su guitarra. Suspiró y, luego de abrir su cuaderno, tomó el bolígrafo, listo para continuar la canción.
—John —su tía llamó a su puerta.
—No estoy haciendo ruido, Mimi, no molestes...
Decidió ignorarla, su mente estaba más ocupada en buscar una palabra que rimara con la línea anterior de la canción. No obstante, su tía abrió la puerta.
—Hay una chica abajo —le dijo, intentando ocultar su sonrisa—, dijo que quiere hablar contigo. Es bonita y viste ropa muy cara, no me contaste que tenías una amiga así. Ve y trátala como un caballero, ¿quieres?
—No tengo ninguna amiga así, Mimi...
— ¿Es tu manera de decirme que es tu novia? —su tía ya no pudo disimular su emoción.
—Mi novio es Stuart —Lennon rodó los ojos—. ¿Cuántas veces debo decirte que no siento atracción por las mujeres?
—Voy a fingir que nunca dijiste eso, John —Mimi alzó ambas cejas e hizo una mueca de desagrado, misma que siempre estaba en su rostro cuando el castaño mencionaba el nombre de su pareja—. Baja y habla con esa chica.
El castaño soltó un gruñido de frustración antes de dejar sus cosas sobre la cama y bajar a la sala para encontrarse con la chica que su tía había descrito. Sintió que todo su cuerpo se paralizaba en cuanto la rubia lo miró con sus ojos llenos de preocupación, su visita no podía implicar nada bueno.
—Hola, John —lo saludó—, soy Cynthia, ¿me recuerdas?
Deseo poder decir que no, que jamás en su vida la había visto, pero eso habría sido una mentira. Se habían conocido un par de semanas atrás en una fiesta a la que tanto él como Stuart habían sido invitados. La pareja le había asegurado al anfitrión que acudiría, sin saber que unas horas antes de la fiesta romperían. Ambos habían asistido de todas maneras, aunque Stuart iba acompañado por un hombre con el que se había comportado bastante meloso toda la noche. John, por su parte, se había emborrachado.
A la mañana siguiente, se encontró desnudo junto a la chica rubia que ahora tenía enfrente. Intercambiaron unas cuantas palabras mientras se vestían, así como sus nombres; pero el castaño no creyó que volvería a verla. Stuart y él volvieron a estar juntos algunos días más tarde, siempre era un estira y afloja con ellos.
—Sí, eres la chica de la fiesta...
La rubia sonrió por un momento, pero la sonrisa no tardó en desaparecer. El castaño tragó saliva, como si ya supiera el motivo por el que había ido a su casa; era algo muy grave, lo suficiente como para que ambos se pusieran pálidos.
—Tengo un retraso, John.
—Ah, no lo sabía —el castaño intentó fingir demencia—, es que realmente no se te nota, es decir, actúas como el resto de las chicas... eh, ¿te medicas?
—Me refiero a que creo que estoy embarazada.
Se había sentido muy asustado con las palabras de la rubia y lo primero que había hecho después de que Cynthia saliera de la casa había sido contarle a su tía que había embarazado a una chica. Mary Smith no reprendió a John, ni le impuso ningún tipo de castigo; al contrario, lo abrazó para después irse con sus amigas a esparcir la noticia de que su sobrino se convertiría en padre.
Esa había sido la forma más práctica de acallar los rumores que circulaban en el barrio sobre la relación que tenía John con Stuart, mismos que fastidiaban mucho a la mujer. Era muy religiosa y siempre había visto la homosexualidad de su sobrino como una mentira, algo que él decía sólo para molestarla. Nunca lo había escuchado, no quería comprenderlo, menos aceptarlo.
—John... —lo llamó Starkey, alarmado por la manera en que su amigo lucía perdido—. ¿Te sientes bien? Te pusiste pálido de repente.
—Sí —el castaño salió por completo del trance del recuerdo—. Estoy bien, Ringo, no te preocupes. Sólo recordé cuando me lo dijo, ya sabes, Cynthia, cuando dijo que tenía un retraso.
—Ya casi es tu cumpleaños... —susurró Richard con preocupación. Su amigo se limitó a asentir sin mucho entusiasmo—. Ambos sabemos que los recuerdos se vuelven peores en este tiempo, pero sabes que no estás solo, John. Si necesitas desahogarte, contar lo que sientes, puedes contar conmigo.
El castaño se mordió el labio antes de volver a asentir con la cabeza. Fue entonces cuando formuló la pregunta que Starkey creyó que nunca escucharía salir de los labios del magnate, menos en esas fechas.
— ¿Tienes las llaves de la casa?
—No las tengo aquí, están en mi departamento —Richard frunció el ceño y ladeó su cabeza un poco—. La última vez que estuvimos ahí... me pediste que no te las volviera a dar bajo ningún pretexto o motivo.
—Eso fue hace casi cinco años, muchas cosas han cambiado, Ringo —el magnate se cruzó de brazos—. Necesito ir de nuevo, estoy casi seguro de que Mimi debió decirle algo de lo que pasó con Cynthia. Yo... tengo que contarle todo en cuanto vuelva, Paul necesita conocer mi pasado.
— ¿Estás seguro?
—No —John negó con la cabeza—. No podré ver a Paul a la cara después de contárselo.
A Starkey le pareció extraño que su mejor amigo mencionara el nombre de su pareja y su voz no sonara animada, sabía que John estaba escondiendo un profundo temor detrás de esas palabras. Él nunca había querido contarle a nadie su historia con Cynthia, los que la conocían de principio a fin habían sido testigos de ella, y unos pocos empleado de John estaban enterados de algunas partes; sin lugar a dudas, la versión extendida le pertenecía sólo al protagonista, quien por primera vez parecía tener la necesidad de revelársela a alguien más. El ojiazul no estaba seguro de que fuera una buena idea.
—Sé que es muy difícil para ti, John —habló Richard—. Escucha, yo puedo hablar con Paul y explicarle lo que pasó. Sé lo mucho que te afecta hablar sobre eso, y no tienes que hacerlo si no quieres.
—Aún puedes decidir no hacerlo, Johnny...
La voz de su madre lo hizo sonreír, él sólo negó con la cabeza. Iba a hacer lo correcto, le había prometido matrimonio a la rubia y él no era de los que se retractaba en el último momento. Iba a cumplirle. Se haría cargo, conseguiría un empleo, sentaría cabeza con ella, y vivirían la típica y aburrida vida matrimonial de la que los mayores hablaban.
Sus deseos no importaban. Ya no.
—Te ves muy guapo —su madre lo abrazó por detrás con cariño, había una sonrisa enorme en el rostro de la mujer—. Mi pequeño creció demasiado rápido...
—Sólo voy a casarme, mamá —John rodó los ojos, intentando no reír—, no es como si fuera a morirme.
—El matrimonio es casi lo mismo, Johnny...
El castaño miró el reflejo de la mujer en el espejo. Ambos se echaron a reír, sabían que la risa era la mejor medicina para las situaciones incómodas y tensas. Su madre era la única a la que le había confesado que no quería casarse pero, aunque ella lo había alentado a no hacerlo y simplemente cumplir con sus obligaciones como padre, John sabía que el matrimonio era la única elección correcta.
En menos de ocho meses se convertiría en padre. No quería que su hijo fuera considerado bastardo ni tampoco que la gente humillara a Cynthia por tener un bebé sin estar casada. Mary Smith le había enseñado sobre valores a su sobrino y él sabía que había llegado el momento de aplicar todo lo aprendido.
—Déjame arreglar tu corbata, ¿sí?
— ¿Mimi ya está lista? —el castaño se giró para dejar que su madre ajustara el nudo de la banda de tela que ahora llevaba al cuello—. No podemos llegar tarde.
— ¿Estás seguro de esto? —le preguntó la pelirroja en un susurro—. No tienes que hacerlo si no quieres, el bebé será tu hijo, pero no tienes que casarte con alguien que nunca vas a amar realmente. Ella no es Stuart, John.
—Quizá el matrimonio me ayude a aprender a amarla, aunque sea una mujer.
—No creo que funcione así, cariño —su madre le dirigió una mirada llena de lástima.
—Voy a intentarlo.
En alguna de las tantas veces que se escabullía con sus amigos para romper reglas tan temibles como un "no pise el pasto" John había escuchado a una mujer hablando con quien parecía ser una de sus amigas sobre el hecho de que todas las personas nacían con un destino marcado desde la cuna hasta la tumba. Lennon lo había tomado como un cuento pero, si no lo fuese, no entendía por qué su destino había sido una vida tan complicada.
—John, contéstame.
—Yo hablaré con Paul —contestó, sin entender cómo se había podido perder otra vez—. Es algo muy personal y, no lo sé, debe enterarse que las muertes de mi esposa y mi hijo fueron culpa mía. Él decidirá si quiere seguir conmigo después de eso, así que necesito volver a esa casa para saber que no olvidaré ningún detalle.
—No lo fueron —Richard negó con la cabeza, aunque ya había comprendido que nada haría que su amigo cambiara de opinión—, y tu plan suena como una idea ridícula. No voy a dejar que vayas a ese sitio a provocarte dolor y, quién sabe qué otras cosas más, ¿debo recordarte lo que pasó la última vez?
—Fue. Hace. Años.
— ¡Querías destrozar el lugar! —exclamó el ojiazul, luego entrecerró los ojos para escudriñar al castaño—. Tuve que sacarte de ahí a la fuerza y luego te encerraste una semana en tu habitación para llorar. No querías comer, ni ducharte, tu barba era un desastre, John. No quiero que eso pase de nuevo.
—Ringo...
— ¿Acaso olvidaste por qué soy tu guardaespaldas? —Richard alzó una ceja—. Lo soy a pesar de que no cumplo ni con la altura reglamentaria para un puesto así, ni siquiera hablemos de técnicas de defensa.
—Ya pasó mucho tiempo, no soy el mismo.
—Me lo pediste porque temías que acabarías quitándote la vida, John —le recordó Starkey—, y acepté simplemente porque te aprecio. Así que, como parte de mi trabajo, no permitiré que vuelvas a ese lugar.
—Ringo, tanto el psicólogo como el psiquiatra dijeron que algún día estaría listo para enfrentarme de nuevo al escenario —le recordó John, no estaba mintiendo—. Ambos dijeron que podían pasar meses, años o que el momento podría llegar en décadas; pero siento que ya ha llegado. Estoy listo para dejar ir el dolor, para quedarme con los recuerdos felices.
— ¿Por qué justo ahora? —preguntó el ojiazul, todavía inseguro—. Faltan pocos días para que se cumplan diez años de lo que pasó, ¿tiene algo que ver?
—Es por Paul —contestó Lennon—. Lo amo, Ringo, quiero pasar mi vida a su lado y hacerlo muy feliz; pero sé que no puedo hacerlo si estoy roto. Él es tan... puro y perfecto, merece a alguien a su altura. Por favor, esto me hará sentir mejor.
Starkey suspiró y asintió, sabía reconocer cuando había perdido una batalla.
—De acuerdo, te daré las llaves, pero pondré una condición: yo iré contigo.
—Bien —respondió John—, quiero que vayamos en cuanto sea la hora de salida, sólo si no llega Paul. Si él está aquí, tendrá que ser otro día.
. . .
McCartney tampoco había mostrado señales de vida ese día pero, como tampoco había recibido malas noticias, Lennon intentaba mantenerse tranquilo mientras miraba por la ventana del auto de Richard aquel que era su antiguo vecindario. Era un barrio bastante agradable, uno de ricos: había niños jugando en las calles, así como jardineras con especímenes poco comunes y árboles por todas partes.
El castaño tragó saliva cuando Starkey estacionó frente a su antigua casa y comenzó a entrar en pánico al escuchar el motor apagarse. Salió del auto, con el ojiazul pisándole los talones, pero se detuvo a unos pasos de la entrada principal. La miró con temor. No podía creer que estuviera de nuevo en ese sitio.
— ¿Es esta?
John tragó saliva al ver la propiedad que los padres de Cynthia les habían regalado por su matrimonio. No era una mansión, pero el terreno sí era más grande que el de Mendips, sin mencionar que la casa no compartía ninguna pared con otra propiedad. A la rubia no pareció impresionarle demasiado, estaba acostumbrada a vivir en casas más grandes que aquella.
— ¿Te agrada? —le preguntó a su esposo, sonriendo ante su cara de sorpresa.
El castaño siempre había soñado con mudarse de la casa de Mimi e iniciar una vida diferente, pero jamás se imaginó que la vida lo forzaría a hacerlo. Había dejado a su madre deshecha, y su tía casi había llorado cuando tomó sus maletas para dirigirse hacia el taxi que lo llevaría a la estación de trenes para viajar hasta Londres. Los Powell habían dejado claro que, si su hija se había casado con "un idiota que no sabía colocarse un profiláctico", querían asegurarse de mantenerlo vigilado para que no la lastimara.
—Sí, pero creo que tardaré mucho tiempo en pagarle a tus padres —el castaño suspiró con pesadez.
—No tienes que pagarles nada, fue un regalo —contestó ella, como si no tuviera importancia alguna—. Papá sólo quiso ser cortés al aceptar tu petición de pagarle cada penique de lo que había costado la casa, John.
—Si quiero que tus papás dejen de pensar que no tengo dónde caerme muerto, necesito pagarles...
—Recuerda que te casaste conmigo y no con ellos —Cynthia besó su mejilla—. Además, tenemos asuntos más importantes: nuestro bebé, por ejemplo.
El castaño odiaba que su esposa le recordara cada dos segundos que pronto habría una boca más que alimentar. No sólo estaba preocupado por aprobar el examen de admisión a la universidad, sino también por mantener el asqueroso trabajo que había conseguido y por tener a los Powell callados.
— ¿Alguna idea para entrar, esposo? —John frunció el ceño y negó con la cabeza, sin comprender las intenciones de Cynthia—. Podrías cargarme...
— ¿Acaso no puedes caminar tú?
—Claro que puedo, pero... —la mujer se mordió el labio inferior— es lo que hacen las parejas casadas cuando llegan a su casa. El esposo carga a su mujer para evitar la mala suerte.
—Son tonterías que inventa la gente, vamos, ¿en serio crees en eso? —John suspiró al ver que su esposa miraba hacia el suelo. Maldijo entre dientes antes de acercarse a ella para cargarla en el famoso estilo nupcial—. Vamos a casa, esposa.
Richard introdujo la llave en la cerradura para, después de darle un par de vueltas, establecer una distancia prudente con su amigo. Sabía que se trataba de algo muy personal para Lennon y no quería que se sintiera ultrajado.
—Me quedaré aquí, John —le comunicó el ojiazul—. Si noto algo extraño, entraré y te sacaré de ahí si es necesario.
—Gracias, Ringo.
El castaño colocó su mano en el picaporte para darle vuelta despacio, la puerta emitió un rechinido al abrirse. Nadie había cruzado por ahí en años. La que en mejores tiempos fue una casa para la que sería una familia próspera se había convertido en una cápsula del tiempo.
—El doctor dijo que el bebé está bien —le contó con mucha emoción en cuanto John entró a la casa—. Tengo que seguir tomando vitaminas, pero no hay nada de qué preocuparnos. Si todo sigue así, tendré un parto sin complicaciones.
—Fantástico, Cyn —el castaño sonrió de manera forzada—. A mí me fue de la mierda en el trabajo, por si te lo preguntabas, pero hoy en la mañana llegaron los resultados de la universidad y me aceptaron.
— ¡Oh, Johnny!
La mujer se levantó deprisa del sofá para lanzarse a los brazos de su esposo, quien soltó un quejido lastimero al sentir los brazos alrededor de su cuello. Su espalda estaba matándolo y su cansancio era casi igual de extremo, no estaba seguro si haberse matriculado a la universidad había sido una buena idea. Iba a morir joven, eso estaba claro.
—Sabía que te aceptarían, eres muy listo —la rubia lo besó, antes de bajar sus manos hasta el primer botón de la camisa de John para desabrocharlo—. Tenemos que celebrarlo ahora mismo, ¿te gustaría eso?
El castaño se puso muy nervioso y la apartó de inmediato, no quería tener intimidad con ella, ni siquiera se sentía cómodo estando desnudo en la misma habitación que Cynthia. Su terapeuta lo alentaba a que intentara tocar el cuerpo de su esposa por encima de la ropa, pero no se atrevía a hacerlo, era como si tuviera miedo de que ella descubriera lo que era en realidad.
— ¿Pasa algo?
—Es que... estoy cansado, cariño —no era del todo una mentira, de verdad estaba agotado de cargar cajas en el almacén donde trabajaba—. Hoy llegó un cargamento enorme y uno de los trabajadores está enfermo, así que tuvimos que apañárnoslas.
—Trabajas demasiado —lo acusó la rubia, acercándose a él para masajear su espalda—, ni siquiera tienes un día de descanso, deberías demandar a la empresa por sus terribles condiciones laborales.
John sólo sonrió y negó con la cabeza. Nadie lo había obligado a doblar turnos, ni tampoco a rechazar el día de descanso al que todos los empleados tenían derecho. Aunque fuera extraño, le gustaba más estar en el trabajo que en casa; planeaba que fuera así hasta que el bebé naciera. Entonces sí que se tomaría en serio su papel de padre y esposo.
— ¿Tienes hambre? —le preguntó Cynthia, él asintió—. Bien, te prepararé algo. Luego tomarás una ducha e iremos a la cama.
Lennon negó deprisa con la cabeza y, antes de que entrara en una especie de ataque de pánico que luego lo obligara a convertirse en un mar de lágrimas, salió de la casa. Starkey lo miró con el ceño fruncido, esperaba que el castaño se tardara más tiempo antes de que algo pasara, aunque definitivamente estaba sorprendido por el hecho de que no hubiera tenido que sacarlo a la fuerza, podía considerarse un progreso.
—Aún no estoy listo —declaró el magnate, girando la llave de nueva cuenta para después extraerla—. La casa luce igual que hace diez años... el sofá, la alfombra, la lámpara... todo está ahí. Creo que no pude con la sensación de pesadez, fue como si estuviera ahogándome ahí dentro, pero no sentí rabia. Sólo... no sabía qué hacer, quería llorar.
Richard sonrió.
—Lo intentaste, John, es lo importante —el ojiazul extendió la mano—. Dame las llaves, quizá pronto estés listo para ir más allá de la sala.
El castaño miró el manojo de llaves en la palma de su mano para después cerrarla con fuerza.
—Estoy listo para conservarlas.
Su mejor amigo no estaba del todo seguro de que fuera una buena idea, pero decidió darle un voto de confianza al magnate. Después de todo, ya había pasado mucho tiempo desde el incidente, y John ahora tenía una nueva motivación para luchar contra los monstruos de su pasado.
Iba a estar bien.
¿Creen que John realmente esté listo para enfrentarse a su pasado?
*Inserte opiniones del capítulo aquí*
Sé que me tarde más de lo usual en subir este capítulo, pero tengo muchas tareas :(
Intentaré publicar el siguiente muy pronto
(Ay, qué bello cuando tenía tareas, ahora tengo que revisarlas jajaja. Por cierto, desde hace como cinco capítulos me di cuenta de que no corregí la edad de John, así que pondré esta nota y luego corregiré la otra parte. John tiene 28, casi 29, es 10 años mayor que Paul jeje )
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