Capítulo 39
Soltó un sollozo, las miradas curiosas de la gente no representaban ni la menor de sus preocupaciones en ese instante. Paul no sabía que existía algo que pudiera odiar más que llorar en público, hasta que tuvo el corazón hecho pedazos. Era su culpa, había sido lo suficientemente tonto como para creer que un hombre con tanto dinero como John podría enamorarse de alguien como él, por quien había pagado como si fuera un objeto que le brindaría placer.
El tren se detuvo y los pasajeros comenzaron a levantarse de sus asientos, el pelinegro decidió ir al final. Salir de ese contenedor metálico no le hacía gran ilusión, en buena medida porque lo veía como una especie de refugio, pero también porque ni siquiera sabía qué iba a hacer exactamente. Le fue inevitable correr al baño en cuanto puso un pie en el andén, tenía náuseas y un horrible mareo que amenazaba con dejarlo inconsciente pronto.
Nunca le agradaron los baños públicos, pero intentó no pensar en la cantidad de traseros sucios que se posaron sobre la porcelana cuando acercó su cara para dejar que su cuerpo intentara librarse del inexistente alimento que había en su estómago. Tal y como esperaba, sólo consiguió vomitar un líquido amarillento.
Sus lágrimas se habían agotado cuando las arcadas cesaron.
Se levantó con cuidado y tiró de la palanca para después salir del cubículo y dirigirse hacia el lavamanos. No había jabón. Su reflejo lo miraba con lástima y tristeza desde el espejo, su aspecto no podía provocar otra emoción que no fueran aquellas. Su cabello estaba despeinado, sus ojos hinchados y su otrora sonrojada piel se veía tan pálida como la de un muerto. Ni siquiera se sentía capaz de sonreír otra vez. Con un poco de timidez, bajó su mano izquierda hasta su vientre en cuanto notó la pequeña curva en la deplorable imagen que tenía al frente. Le frustraba el hecho de que la tía de John tuviera razón: no tenía nada por ofrecerle a su bebé.
Suspiró y acomodó su corbata para después dirigirse hacia la salida de la estación de trenes, la luna ya estaba brillando en lo alto; debían ser casi las once de la noche. No estaba seguro si haberse ido a Liverpool había sido una buena idea, porque era un lugar donde John podía buscarlo, pero tampoco era como si tuviese una mejor opción. Optó por comenzar a caminar hacia la parada de autobús más cercana, lo más sensato era ir a la casa de George. No podía pisar Forthlin Road ahora que su embarazo era ligeramente visible, lo último que necesitaba era que su padre le recordaba lo estúpido e ingenuo que era.
Llegó a Speke casi una hora más tarde y, apenas si bajó del transporte, empezó a caminar deprisa hacia la casa de su amigo. Agradeció que el hogar de los Harrison no estuviera lejos, no podía recorrer un suburbio tan peligroso en su estado. El embarazo lo hacía sentirse agotado últimamente.
— ¿Paul? —el señor Harrison frunció el ceño cuando, al abrir la puerta, vio al amigo de su hijo temblando frente a su casa—. ¿Te encuentras bien, muchacho? Por Dios, entra, debes estar congelándote. ¿Qué haces tan tarde por aquí?
—Gracias, señor Harrison —McCartney se frotó los brazos para darse algo de calor—. Mi tren tuvo problemas y, bueno, creo que perdí las llaves de mi casa. Como no estaba seguro si mi familia se encuentra en casa, decidí venir aquí.
—Cierto, George me dijo que estudiabas en Londres ahora —Harold le dirigió una sonrisa amable—. Te convertirás en profesor, ¿eh?
El chico de ojos color avellana asintió sin mucho entusiasmo, se preguntaba si el día en que pudiera dejar de mentir frente a las personas que lo apreciaban llegaría pronto. Se había vuelto un gran actor, pero eso no implicaba que no estuviera cansado de ello.
— ¡Paul!
La señora Harrison, vestida con un sencillo camisón con estampado de flores, había bajado las escaleras al escuchar su voz. La mujer lo abrazó con fuerza y besó sus mejillas, tal y como su propia madre hubiera hecho si no estuviera confinada a una cama. El chico tuvo que esforzarse por no ponerse a llorar de nuevo, su pesadilla todavía no terminaba.
—Estás helado, vamos, sube, George está en su habitación —le indicó Louise, sonriendo como siempre—. Llamaré a tu padre para decirle que pasarás la noche aquí y te prepararé un té caliente para que no te resfríes, ¿de acuerdo?
—No llame a mi padre —le pidió Paul, temiendo que la señora Harrison se empecinara en hacerlo—. No sé si esté en el hospital justo ahora, él ni siquiera sabía que iba a venir este fin de semana. Quería sorprenderlo, por favor, se preocupará si se entera.
—Está bien —la mujer creyó en las palabras del joven—, pero no permitiré que rechaces el té caliente, ¿de qué te lo preparo?
— ¿Tendrá de... jengibre?
—Por supuesto, cariño, te lo subiré enseguida —Louise se fue de inmediato a la cocina para preparar la bebida de Paul.
—Lamento causarles molestias —se disculpó, dirigiéndose al padre de su amigo—. Les prometo que sólo será esta noche, no volverá a pasar.
—No es ninguna molestia, muchacho —Harold negó con la cabeza—. Entendemos la situación por la que está pasando tu familia y, créeme, tanto mi esposa como yo estamos dispuestos a ayudarlos en lo que esté a nuestro alcance. Nuestra casa es tu casa, siéntete libre de quedarte aquí siempre que lo desees.
—Gracias —murmuró McCartney con timidez antes de subir a la habitación de su amigo.
El menor de la familia se encontraba trabajando en el pequeño escritorio que tenía en su habitación, Paul ni siquiera necesitaba acercarse demasiado para saber que estaba dibujando alguna guitarra. El sueño de George era llegar a convertirse en músico, aunque los profesores del Inny se esforzara en señalarles "mejores" caminos para triunfar.
—Hola... —el chico de grandes colmillos dio un respingo, no se había percatado de la presencia de Paul—. Lo siento, no quise asustarte. Pasaré la noche aquí, espero que no te moleste.
Harrison soltó su lápiz para ver a su amigo, quien estaba haciendo un gran esfuerzo por lucir tranquilo y, hasta cierto punto, feliz; pero George conocía bastante bien a McCartney como para saber que le había pasado algo malo.
—Ese idiota te lastimó, ¿verdad?
—Siempre tuviste razón —Paul se encogió de hombros, sus lágrimas amenazaban con salir de nuevo—. Dejé la escuela para estar con un hombre que sólo me ve como un objeto del que puede disponer y deshacerse cuando desee. Él y su estúpida tía me ven como una incubadora viviente. Llegué a pensar que las personas con mucho dinero podían ser buenas también, pero son muy malvadas. George, quieren quitarme a mi bebé... había un contrato...
Harrison lo abrazó con fuerza y no tardó en sentir cómo la tela que cubría uno de sus hombros se humedecía mientras su amigo sollozaba. Recordaba a la perfección cómo, hacía una semana, Paul le había mostrado la ecografía con una sonrisa de oreja a oreja y le había contado de sus malestares. Era inhumano querer quitarle a alguien lo único bueno que podía obtenerse de un embarazo.
—Tranquilo —George acarició la espalda de Paul, su amigo estaba deshecho—. No te lo van a quitar, ya encontraremos la manera de que te quedes con él. No firmaste nada, ¿verdad?
McCartney negó con la cabeza.
—Bien, no todo está perdido aún, por favor, deja de llorar.
Tuvo que calmarse, sabía que la madre de George entraría en cualquier momento y no sabría ni tendría la fortaleza suficiente para contarle el verdadero motivo de sus lágrimas. Además, alguien más merecía saber lo que estaba pasándole antes que la señora Harrison.
. . .
Se aseguró de estar cruzando las puertas del hospital justo a la hora en que la jornada laboral de su padre iniciaba, no deseaba encontrarse con él por ningún motivo. Paul sentía que sus piernas se habían convertido en gelatina cuando se encontraba pasando por los filtros de sanitización del área de oncología. Aunque todavía podía dar media vuelta y alejarse de ahí, sabía que tenía que hacerlo. Quería demostrarse a sí mismo que no era un cobarde.
Mary, quien acababa de recibir su desayuno, sonrió cuando vio a su primogénito en el umbral de su habitación. Llevaba puesto un abrigo un par de tallas más grande, aunque el día era lo suficientemente cálido como para vestir algo más ligero; no entendía por qué su hijo intentaba tapar el sol con un dedo.
—Viniste a verme, Paulie.
— ¿Cómo te sientes, mamá? —el pelinegro se acercó a la mujer para besar su mejilla.
—Mejor, hijo —la señora McCartney se llevó un poco de puré de papa a la boca con ayuda de la cuchara—. La verdad estoy un poco aburrida de la comida del hospital, pero todo lo demás me provoca náuseas; los médicos dicen que es por el tratamiento y yo espero que tengan razón, no quiero pasar el resto de mi vida comiendo los mismos tres platos.
Paul rió, le asombraba lo bien que su madre seguía llevando la hospitalización. Mary tenía una gran fortaleza, nadie podía dudar de ello. Siempre se comportaba sonriente y amable, al menos frente a sus hijos.
—Pronto comerás lo que tú desees, mamá —le aseguró el pelinegro—. El día que salgas de aquí, prepararé lo que tú quieras y haremos una gran comida familiar, ¿de acuerdo?
—Y un pastel, porque aún tenemos que celebrar tu cumpleaños —Mary sonrió al ver que su hijo se sonrojaba y miraba hacia el suelo—. Paul, deberías quitarte el abrigo. Es muy caliente, comenzarás a sudar.
—Antes de que lo haga... quiero decirte algo —su nerviosismo se notaba en su voz, nunca se imaginó que algún día le diría algo así a su madre. Sólo esperaba que no se molestara demasiado con él—. Estoy embarazado.
La señora McCartney miró a su hijo a los ojos, impertérrita, como si esperara que le dijera algo más. Paul suspiró y, bajo la atenta mirada de la mujer que le había dado la vida, se deshizo de la prenda que le permitía ocultar su pequeña pancita. Su madre estaba sonriendo cuando volvió a verla, algo que desconcertó al pelinegro por completo.
— ¿No estás molesta conmigo? —ella negó con la cabeza, esta vez sus ojos estaban fijos en el vientre de Paul—. ¿De verdad? Creí que comenzarías a gritarme que no me querías cerca de nuevo, una sonrisa es lo último que esperaba, siendo honesto.
—Mi dulce bebé, estuve esperando este momento —Mary extendió sus manos para que su hijo las tomara, lo miró con sumo cariño cuando el joven lo hizo—. La manera en que me contabas sobre los síntomas de tu supuesto amigo... siempre supe que me estabas hablando de ti. La intuición de una madre nunca se equivoca.
— ¿Lo supiste todo este tiempo y no me dijiste nada?
—No quería que te sintieras agredido —contestó su madre—. Temía que te molestaras conmigo y dejaras de venir, por eso tuve que esperar a que tú me lo contaras, que me confiaras esta parte de tu vida.
— ¿Por qué habría de molestarme contigo? —el chico de ojos color avellana frunció el ceño—. Tú no tienes la culpa de nada de esto, nadie sabía que podía pasarme. Los resultados de mi prueba dicen que no soy portador, así que evidentemente falló.
La señora McCartney negó con la cabeza.
—No, Paulie. La prueba no falló, yo modifiqué el resultado.
El pelinegro se quedó helado al escuchar aquellas palabras y lo único que pudo hacer fue dar un par de pasos hacia atrás, alejándose de su madre. Varias veces se había preguntado el motivo del fallo de la prueba, pero nunca pasó por su mente que alguien había alterado el resultado. Ahora quería saber cómo había podido mantenerse un secreto así de grande oculto por tanto tiempo, por qué no había tenido su periodo como el resto de los chicos portadores y, más importante aún, por qué la mujer que más decía amarlo le había mentido a todos sobre su condición.
—Sé que debes tener muchas preguntas, Paul —habló Mary, consciente del estado de trance en el que se encontraba su hijo; ella se había preparado para esa conversación un par de meses atrás, antes de que fuera diagnosticada—. Estoy aquí para responderlas, este es el momento.
— ¿Por qué lo hiciste? —murmuró el embarazado.
—Porque te amo, Paulie —respondió la mujer con completa sinceridad—. Estábamos en guerra cuando naciste. El mundo, los hombres en particular, menospreciaban y se burlaban de los niños que nacían... diferentes. Decían que eran fenómenos, que si tenías uno era porque te habías aliado a los nazis, que eran un castigo por algún pecado...
—Eso es absurdo —la interrumpió el chico.
—Ahora lo sé, pero tu padre sigue con esa mentalidad, y yo también pensaba así —Mary suspiró—. Cuando naciste, el doctor estuvo a punto de darte por muerto: tenías una deficiencia de oxígeno en el cerebro, parecía que no respirabas. Tuve mucho miedo de perderte y recé para que no me dejaras. Te hicieron todas las pruebas necesarias poco después y, apenas si vi el resultado de... esa prueba, comprendí que un portador no podía ser de ninguna manera un castigo de nada. Después de todo, eras mi bebé, aquel de mejillas rosadas y regordetas que había implorado no perder. Sabía que no podía cambiar los pensamientos de los demás, porque no eras su hijo, pero sí podía cambiar ese dato de los resultados. No quería que nadie te tratara diferente por algo que nunca ha sido tu culpa.
— ¿Por qué soy un portador? —cuestionó Paul, todavía sintiéndose confundido por todo lo que su madre le estaba confesando—. Sé que la mayoría de los portadores son hijos de un portador, ¿qué hay de mí? Nací de una pareja convencional.
—Ser hijo de un portador aumenta las posibilidades de serlo también porque la anomalía genética está presente y ya fue detectada —Mary asintió—. Algunos chicos son portadores, no por un fallo genético como muchos creen, sino por una anomalía en alguno de los cromosomas de los padres o incluso la anomalía puede aparecer cuando los genes de los padres se combinan; ese debió ser tu caso.
— ¿Pude haber evitado todo esto?
El pelinegro le dio la espalda a su madre. Si esa conversación hubiera tenido lugar antes de que fuera a vivir con John, nunca habría tenido relaciones sexuales con él sin usar un preservativo. Le había quedado claro que sentía atracción por los de su mismo sexo cuando tenía quince años, pero ni siquiera estaba del todo seguro si algún día hubiera aprovechado su condición para reproducirse, la idea de embarazarse con alguno traspasaba una delgada línea: su masculinidad. Aun así, Intentaba ver su gravidez como algo positivo.
—Yo... iba a decírtelo —habló su madre, quien por primera vez tenía un tono triste—. Juro que iba a hacerlo en tu cumpleaños. Paul, ¿de verdad crees que iba a ocultarlo toda la vida, especialmente después de que descubrí que te gustan los chicos?
El embarazado se giró deprisa para ver a la mujer, ella sonreía con tristeza, pero no había rastro de decepción en sus ojos. Paul, por su parte, sentía una mezcla de emociones fuertes, quizá a causa de las hormonas. No sabía por cuál de todas dejarse llevar, pero no eligió la tristeza: de la manera en que hubiese sido, su madre era consciente de que era homosexual y de que estaba embarazado. No lo había echado de ahí, ni le había gritado, ni mucho menos lucía decepcionada de él.
—Nunca tuve ningún periodo —murmuró el pelinegro, su sensibilidad seguía a flor de piel—, se supone que las chicas y los portadores sangran una vez al mes. Yo nunca tuve ningún sangrado, ¿acaso es posible ocultar eso?
— ¿Recuerdas ese dolor insoportable que tuviste cuando tenías quince años? —Paul frunció el ceño, pero terminó asintiendo. Había estado en su cama todo el día, mordiendo la almohada con fuerza y llorando por lo mucho que dolía el abdomen—. Supe que tu periodo llegaría pronto y tuve que actuar rápido, así que comencé a agregar hormonas en tu comida. Era la única manera de evitar que menstruaras.
—Esto es... horroroso —el pelinegro tenía deseos de vomitar de sólo pensarlo—. ¿No se supone que utilizar esas cosas por tanto tiempo es peligroso? No es algo natural, pudieron hacerme daño.
—Nunca te daría algo que te hiciera daño —le aseguró su madre, frunciendo el ceño como si lo que acababa de decir su hijo fuera una locura—. Fui muy cuidadosa con las dosis que te administraba, soy enfermera, Paul. Además, las hormonas que utilicé no iban a dañarte de ninguna manera porque eres un hombre a final de cuentas. El único efecto que iban a tener era que tu fertilidad iba aumentar mucho un mes después de que dejaras de tomarlas.
Paul se mordió el labio, por fin comprendía cómo había sido posible que John lo embarazara con sólo un intento. No era que el magnate fuera todo un semental, sino que había sido su cuerpo el que se encontraba en el punto más fértil que podía alcanzar. Podía estar agradecido porque sólo estaba gestando un bebé.
—Lo siento mucho —se disculpó Mary—. Te prometo que, a partir de ahora, no guardaré ningún secreto contigo, Paulie. Ya te expliqué que sólo lo hice porque te amo, por favor, no me alejes de ti ahora que lo sabes. Ni los malestares del cáncer podrían compararse al dolor que sentiría si me mantuvieras fuera de tu vida y de la de mi nieto.
Nieto. La palabra hizo que el pelinegro volviera del trance en el que se había encontrado durante los últimos minutos y, luego de sentarse en la orilla de la cama de la mujer, comenzó a llorar. Los recuerdos de los meses anteriores estaban inundando su cabeza, los más dolorosos eran aquellos que tenían que ver con la conversación que tuvo con la tía de John. Con la revelación de su madre, había dejado a un lado el verdadero motivo por el que había acudido a ella. La señora McCartney no supo qué hacer más allá de abrazar a su hijo.
—Quieren quitármelo... —Paul sollozó.
— ¿De qué hablas, cariño?
—Mi bebé —el chico podía aceptar que John y su tía lo trataran como a un objeto, pero eso cambiaba cuando se trataba de su bebé—. El papá de mi bebé tiene muchísimo dinero... él y su tía planean quitármelo, dijeron que el heredero no puede estar en mis manos.
—Habías dicho que el papá te ayudaría con el bebé —recordó Mary.
—Eso creía, pero estaba mintiéndome. Me dijo muchas palabras bonitas para que confiara en él, pero iba a arrancármelo de los brazos en cuanto pudiera.
—Nadie puede quitártelo, Paulie —lo alentó la señora McCartney—. Eres su mamá, no hay otra persona que podría criarlo mejor. No llores, quizá el papá de mi nieto sólo quiere asegurarse de que lo dejarás verlo. No están casados después de todo.
Mary acariciaba la espalda de su primogénito con tanta delicadeza como sus débiles brazos se lo permitían. Odiaba ver sufrir a sus hijos, deseaba poder destruir todo lo que los afligía. Paul negó lentamente con la cabeza.
—Quieren que firme un documento donde renuncie a mi bebé —le platicó el pelinegro, cada vez le era más difícil hablar—. Dijeron que me darían mucho dinero a cambio de mi firma, ¿para qué quiero eso? Ni todo lo que hay en las cuentas bancarias de John equivaldría al amor que siento por mi pequeño humanito.
—Suenan como unos idiotas —la madre de Paul estaba molesta, nadie lastimaba a sus bebés sin que ella hiciera algo al respecto—. Necesitaremos un buen plan, pero te aseguro que no van a quitarte a tu bebé.
El pelinegro se aferró a los brazos de la mujer que le había dado la vida, no sólo se sentía más tranquilo, sino también más seguro. A veces podía ser sorprendente lo que una madre podía llegar a hacer por un hijo.
*Inserte opiniones generales de esta capítulo aquí*
Leo todos sus comentarios, pero a veces no los respondo porque soy muy buena para dar spoilers sin querer. Algunas acertaron sobre lo que había pasado con Paul jsjs
El siguiente capítulo será un poco diferente, ya verán a que me refiero cuando esté listo y puedan leerlo.
¿Cuáles son sus teorías de John y Cynthia?
¿Qué creen que haya pasado con Cynthia y por qué John se siente culpable?
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