Capítulo 36
John alzó la vista del documento que estaba leyendo cuando escuchó a William soltar un quejido, su empleado estaba encargándose de archivar algunas carpetas en una de las cajoneras que tenía en su oficina. A continuación, Campbell dejó la carpeta sobre el sillón y se llevó ambas manos a la parte baja de la espalda para darse un pequeño masaje.
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó, con el ceño fruncido.
—Sí, no se preocupe.
El rubio pareció avergonzado de que su jefe notara que se había tomado un pequeño descanso, así que suspiró y volvió a tomar la carpeta para colocarla en el lugar que le correspondía. Lennon se encogió de hombros, pero ni siquiera había pasado un cuarto de hora cuando descubrió a Campbell repitiendo el masaje de espalda.
— ¿Cómo vas con tu embarazo, William? —preguntó John, dejando a un lado el documento y quitándose las gafas para guardarlas en su bolsillo—. Sé que tienes más semanas que Paul, pero creo que nunca te he preguntado cuántas, ni tampoco por tu fecha probable de parto.
—Tengo 28 semanas, casi 29 —al rubio le encantaba hablar de su embarazo—. Siendo honesto, he tenido un embarazo bastante tranquilo, por supuesto que tuve un par de molestias al principio, pero nada muy serio. El doctor dijo que mi fecha probable de parto es el 5 de diciembre, así que todavía faltan un par de meses para conocer a mi pequeño.
El castaño asintió sin apartar la vista de su empleado, contando mentalmente las semanas que faltaban para la fecha que había escuchado.
— ¿Has sabido algo del padre de la criatura? —Lennon no sabía si su empleado estaba sintiéndose cómodo con las preguntas, pero si William estaba incómodo, no lo demostró.
—No... es como si la tierra se lo hubiera tragado —Campbell se encogió de hombros antes de llevar las manos hasta su vientre para acariciarse.
—Lo siento mucho.
—No lo sienta, no por mí, al menos —el rubio sonrió—. Él es quien se perderá todo, ya se lo está perdiendo, de hecho. Como sea, ya acepté que estaré solo en el parto y que me voy a encargar de darle la mejor vida posible a mi hijo. No me importa si mi espalda duele, por Isaac, haría lo que fuera.
John suspiró, no estaba seguro sobre si tener a William trabajando era una buena idea. A él definitivamente no le gustaría que Paul trabajara con las molestias del embarazo pero, sobre todo, nunca abandonaría al pelinegro en algo tan serio.
— ¿Crees que aún puedes trabajar? —cuestionó el magnate con cautela, sabía que era muy fácil alterar a una persona embarazada. Se levantó de su silla y fue a sentarse en el sofá, cerca de su empleado—. Pregunto porque la ley dice que las empleadas en estado pueden irse de permiso de maternidad varias semanas antes del parto, pero... bueno, nunca había tenido un portador como empleado, así que quería decirte que puedes irte cuando lo consideres necesario.
—Gracias —Campbell sonrió con timidez—. Si no le molesta, quiero seguir trabajando hasta que falten dos semanas para mi parto. Vivo solo y, bueno, ya terminé de comprar casi todo lo que necesito para Isaac, así que mi tiempo en casa es muy aburrido.
—Tal vez podrías aprovechar el tiempo para asistir a clases de algo —sugirió John, encogiéndose de hombros—. Aprender siempre es divertido.
—Usted... quiere que ya me vaya a casa, ¿verdad? —William suspiró e hizo una mueca de preocupación.
—No, no es eso —el magnate negó con la cabeza, logrando que el rostro de su empleado volviera a iluminarse—, pero sé que tendrás cada vez menos agilidad conforme transcurran las semanas y no me gustaría que te lastimaras por alguna tarea que estés realizando en la oficina. Entiendo perfectamente lo de sentirte solo en casa porque Paul me dijo que él...
John se detuvo y llevó de inmediato su mano hasta su mejilla, considerando qué tan pertinente sería ofrecerle al rubio lo que acababa de ocurrírsele. Concluyó con que dos personas más en Tittenhurst Park no harían una gran diferencia en las facturas, en especial ahora que Richard se había mudado con Maureen. Además, ¿quién mejor que un portador embarazado para hacerle compañía a otro?
—William, ¿dónde vives? —preguntó Lennon, con el ceño fruncido. El rubio ladeó la cabeza, eso era lo último que se imaginaba que su jefe querría saber—. Me refiero a si el lugar es tuyo o estás rentando.
—Pues... rento un departamento a un par de estaciones de metro desde aquí, es muy pequeño, ya sabe, sólo con el espacio necesario para mí y el bebé.
—Te propongo algo: mudarte a mi casa y trabajar allá en algo que implique menos esfuerzo, tendrás tu mismo salario, fines de semana libres, y no pagarás renta. Suena bien, ¿no? —habló John, con una sonrisa en su rostro.
—No creo que a Paul le guste que me mude a su casa, señor Lennon —el rubio rió y negó con la cabeza—, gracias por la oferta, es muy buena, pero tengo que rechazarla.
El castaño suspiró, aunque su sonrisa sólo se hizo más grande. William era la persona ideal para pasar las mañanas con McCartney y, considerando que llevaba más semanas de embarazo, hasta podría darle consejos.
—Escucha, Paul me ha dicho que se siente muy solo cuando yo estoy trabajando —le confesó Lennon—, y lo entiendo. Nunca está solo, porque siempre hay algún jardinero, vigilante o incluso mi ama de llaves cerca; pero todos están ocupados en sus actividades y la casa es enorme para él.
— ¿Paul quiere que le haga compañía? —Campbell frunció el ceño—. Creí que seguía molesto conmigo por haberle contado a los otros empleados de su embarazo, aunque ya me disculpé con él, por supuesto.
—Ya no está molesto contigo —el magnate negó con la cabeza—. Él es un ángel, no dura mucho tiempo molesto con nadie; pero... puedo hablar con él y contarle sobre esto, ¿eso te haría sentir más tranquilo?
William asintió y sonrió con timidez, momento en que John se dio cuenta de que el rostro de su empleado no reflejaba otra cosa más que cansancio acumulado. Casi por inercia, el empresario sacó su billetera del bolsillo de su pantalón y extrajo un billete para entregárselo al rubio.
—Toma, paga un masaje para tu espalda y ve a casa por hoy, ¿sí?
. . .
Lennon terminó sus pendientes del día y volvió a mirar el Rolex en su muñeca: ya casi era su hora de salida y McCartney todavía no había llegado, cuando se suponía que tomaría el tren para estar en Londres poco después del mediodía. Mentiría si dijera que no estaba preocupado por su novio; no porque Paul no supiera cuidarse, John sabía que era bastante listo, pero el hecho de que estuviera embarazado lo volvía más vulnerable.
Una de las comisuras de los labios del magnate se elevó al ver la fotografía de Cynthia que había estado sobre su escritorio desde el día en que su empresa había abierto las puertas. Se había ganado ese lugar de honor, sin lugar a dudas, por su perseverancia en intentar conquistar el corazón de John. Se había esforzado en lograr amarla como más que una amiga, era lo que todos esperaban, incluso él; pero no había podido, y era una de las tantas cosas que se reprochaba a sí mismo. Nunca amó a su esposa, no como ella merecía.
Soltó un suspiro de pesadez antes de abrir el cajón de su escritorio, decidido a matar el tiempo leyendo aquel libro que había comprado apenas si se enteró del embarazo de Paul. No estaba dispuesto a dejarse sorprender, las cosas no podían pasar del mismo modo dos veces. Abrió el libro justo en donde se había quedado y no se concentró en otra cosa durante la siguiente media hora, hasta que alguien llamó a su oficina y tuvo que alzar la vista.
— ¿Interrumpo algo? —Paul había abierto la puerta y asomaba su cabeza de la misma manera en que un niño pequeño intentaría espiar a alguien—. Te ves muy ocupado, Johnny.
—Sabes que nunca estoy demasiado ocupado para ti, amor —el magnate cerró el libro con una sonrisa enorme y sin dejar de ver a su pareja—. Te demoraste una eternidad.
—No exageres, sólo fueron un par de horas —el menor rió—. El tren tuvo un par de fallas y nos quedamos en una estación hasta que lo repararon.
— ¿En serio? —el empresario alzó ambas cejas, fingiendo incredulidad. Paul asintió—. Ven, convénceme con un beso.
El pelinegro sonreía como el castaño jamás lo había visto sonreír, incluso había unas pequeñas arruguitas en sus ojos. Lennon no supo a qué se debía, pero no quería que McCartney dejara de sonreír así nunca. Le encantaba verlo feliz.
—Lo haré, pero primero quiero mostrarte algo —Paul entró a la oficina de su novio y presionó el botón del picaporte antes de continuar su camino.
— ¿Qué es lo que vas a mostrarme como para que sea necesario bloquear la puerta, Paulie? —John se levantó y, tomando al chico por la cintura, lo acercó a él.
—No es lo que piensas, mente sucia —el pelinegro rió y besó los labios de su novio con rapidez. Se apartó de él para bajar su mochila al suelo y comenzar a desabotonar su camisa. Cuando terminó, se giró un poco para que John pudiera verlo de perfil—. Ayer me observé frente al espejo mientras me vestía y vi que había algo nuevo en mí. Pensé en llamarte para contarte, pero creí que sería mejor que lo vieras tú mismo. ¿Lo notas?
—Cariño... —Lennon no podía explicar lo que estaba sintiendo al ver la pequeña curva que había en el abdomen de su pareja. Tuvo unas enormes ganas de acariciar la pálida piel, como si supiera que eso haría todo más real—. ¿Puedo acariciar tu pancita?
—Me molestaría si no quisieras hacerlo —McCartney asintió y observó cómo el castaño acercaba con lentitud sus manos y las deslizaba por su piel con la misma delicadeza, parecía que tuviera miedo de hacerlo mal—. ¿Te cuento algo? Me sentí incómodo cuando mi amigo George tocó mi vientre, pero contigo me siento bien; supongo que es porque eres el papá.
—Nuestro bebé está creciendo, Paulie —el magnate seguía hipnotizado con la apenas visible pancita de su pareja, no podía esperar a que se pusiera más redondo, que su embarazo fuera muy evidente. Estaba seguro de que se vería hermoso—. Y... ¿cómo te has sentido tú? ¿Sigues con los mareos y las náuseas?
McCartney negó con la cabeza. No sólo estaba contento por haber pagado el tratamiento de su madre por completo y por arreglar el malentendido que había entre él y George, sino porque había pasado un fin de semana asintomático. Bueno, casi había sido así.
—Sólo tengo un poco de... gases —susurró el pelinegro, al mismo tiempo que se sonrojaba. John no pudo evitar reírse—. No te burles, no es para nada gracioso, todo lo contrario. No entiendo por qué pasa: Prudence me tiene bajo un régimen alimenticio saludable y muy bueno para el bebé.
—Es algo natural, precioso, en especial durante el embarazo —el castaño por fin apartó sus manos del vientre de Paul para llevarlas hasta sus mejillas—. Tu cuerpo sigue adaptándose a los cambios, son las hormonas.
—Creo que prefería estar vomitando... me molesta tener gases —el menor soltó un suspiro y dejó que su novio lo abrazara, le gustaba hundir su cara en el cuello del castaño—. John...
— ¿Sí, amor? —Lennon besó la coronilla de su pareja.
—También compré algunas cosas para el bebé, ¿quieres verlas? —el castaño apartó a Paul al instante y frunció el ceño con molestia—. Está bien, no tienes que verlas, sólo era algo... bueno, me pareció... ¿lindo?
—No, sí quiero verlas —John habló en cuanto notó que la sonrisa de su novio desaparecía—. Es sólo que no puedo creer que hayas comprado las primeras cosas del bebé sin mí. Yo también he estado viendo un par de cosas cuando salgo los fines de semana que no estás, pero creí que lo haríamos juntos.
—Lo siento, no creí que fuera importante para ti —McCartney tomó su mochila y sacó una bolsa pequeña de la que extrajo varios pares de las calcetas más diminutas que podían existir, así como un conjunto de fútbol color azul—. Sé que lo normal sería apoyar a Liverpool, porque soy de ahí, pero prefiero Everton.
—Creo que te equivocaste de equipo, Paul —le reprochó Lennon con una sonrisa burlona—. El bebé apoyará a Liverpool, igual que yo. A menos de que quiera quedar desheredado, por supuesto.
—Eres un tonto —McCartney rió.
—No puedes apoyar a Everton si quieres que esta relación continúe... —el castaño se cruzó de brazos y negó con la cabeza, aunque su semblante indicaba que estaba bromeando—. Por cierto, creo que encontré la solución al problema de soledad que tanto me has dicho que sufres.
— ¡No estoy sufriendo de soledad!
—De acuerdo, no, lo siento —el magnate no quería que Paul se molestara con él—. Sólo, bueno, he notado que William es cada vez menos ágil y sufre dolores de espalda; no creo que sea correcto que siga trabajando aquí, así que pensé que podría hacerte compañía en casa.
McCartney hizo una mueca extraña en su rostro.
—Es sabido que los millonarios tienen gustos raros, pero... ¿para qué quieres empezar una colección de hombres embarazados?
—No, amor —Lennon rió y tomó las manos del pelinegro para besarlas—, no voy a hacer una colección de hombres embarazados. Pienso que sería bueno para ti y para él, podrían hacerse amigos y compartir sus inquietudes sobre el embarazo, no sé. Si no quieres, lo respeto.
— ¿Por qué siento que estás haciendo esto más que nada por William?
—Porque quizá lo hago por él —el castaño se mordió el labio inferior antes de suspirar con pesadez—. Paul, tú me tienes a mí a tu lado y voy a ayudarte en todo lo que me sea posible; pero él está solo. Cuando me negué a contratarlo, me pediste que te imaginara a ti en su situación, y ahora no puedo dejar de hacerlo. No me gustaría que estuvieras como él, cariño.
El pelinegro sonrió y besó a su pareja con dulzura.
—Tienes un gran corazón, Johnny.
Un par de golpes en la puerta de la oficina llamó la atención de la pareja y, mientras John se dirigía a abrir, Paul abotonó su camisa lo más rápido posible. Los empleados de Lennon ya sabían de la relación de ambos, pero no quería que alguien fuera de su círculo de confianza viera la pequeña curva que había en su abdomen.
— ¿Stuart? —el magnate estaba sorprendido de ver al diseñador entrar a su oficina—. ¿Ocurrió algo?
—Tu tía mandó estas invitaciones para una cena en su casa la próxima semana —Sutcliffe le entregó un sobre a Lennon y el otro a su novio.
— ¿Una cena?
—Sí, ¿John no te lo dijo? Su tía quiere conocerte —el diseñador miró a McCartney para sonreír con malicia—. Deberías aprender a abotonar bien tu camisa, Paul. Bueno, supongo que no se puede esperar mucho...
—Yo... —el chico de ojos color avellana se sintió muy avergonzado—. No es lo que crees, Stuart. John y yo no...
—Oh, déjalo, no me interesa saber de tu vida sexual, Paul.
—Stuart... —la voz del magnate sonó como una amenaza.
Antes de salir, el diseñador le dirigió una sonrisa burlona al que en mejores tiempos para él fuera su amante con el único fin de decirle:
—También me invitaron a la cena y estoy ansioso porque vea lo bonito que es Paul...
John se masajeó las sienes apenas si Stuart estuvo fuera. Por supuesto que sabía de la estúpida cena, ya hasta había planeado algo para evitar asistir, ni siquiera había tenido en mente decirle a su novio sobre el evento. ¿Cómo era que no había pensado que su exnovio intentaría echarlo todo a perder, igual que siempre?
—Creo que se equivocaron con las invitaciones, John —el pelinegro soltó una risita mientras señalaba el nombre que estaba impreso sobre el sobre—. Mira, escribieron "Pauline McCartney".
—Qué gracioso, amor —Lennon forzó una sonrisa—. ¿Sabes? No tenemos que ir, sugiero que mejor vayamos de compras para el bebé, será más divertido que estar rodeado de ancianas presumidas y viejos locos.
—No podemos rechazar la invitación de tu tía, Johnny —McCartney no apartaba la vista del sobre, como si fuera algo sumamente valioso—. Ella es parte de tu familia y... quiere conocerme. —John sintió que su corazón se estrujaba al ver la bonita sonrisa en el rostro de Paul—. Tienes que ayudarme a conseguir un traje bonito, necesito verme presentable delante de ella, digno de su sobrino.
—Te digo que no es necesario, podrás conocerla luego.
McCartney negó con la cabeza, todavía sonriendo.
—Tenemos que asistir a la cena, no me gustaría causar una mala impresión por rechazar la invitación al primer evento que me invita. Fue ella quien te crió, ¿no?
—Sí, fue ella, mi tía Mimi.
—Entonces está decidido: iremos —Paul asintió—. Es una lástima que sólo hayamos pedido dos ecografías la última vez que fuimos al médico, pero supongo que puedo darle la mía. Le encantará ver al bebé, ¿no lo crees?
—Sí, yo... creo que lo adorará.
El magnate tragó saliva, sintiéndose incapaz de cortar el entusiasmo que su pareja mostraba por conocer a la única que sus tías que no tendría reparos en demostrarle lo mucho que una persona podía despreciar a otra.
Tenía sólo un par de días para convencer a Paul de no ir a la cena.
*Espacio para opiniones, sugerencias, quejas y peticiones*
Querían drama, se viene el drama...
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