Capítulo 34
Lennon, todavía un poco adormilado, sonreía en silencio mientras veía a McCartney dormido en sus brazos. Mentiría si dijera que no estaba contento con el progreso que habían tenido desde el viaje a París, ese viaje había hecho maravillas con su relación. Una vez que habían vuelto, le había pedido al pelinegro que se mudara a la habitación principal de la casa. Para su sorpresa, aceptó.
Las noches habían sido increíbles desde entonces. No por el sexo, que era bastante bueno; sino porque John pudo recordar lo mucho que le gustaba tener a alguien a su lado durante la noche. Siempre despertaba abrazado a su pareja o, por lo menos, lo suficientemente cerca como para sentir su respiración calmada. Pocas cosas en la vida le daban tanta paz como aquello.
—No, es temprano —se quejó Paul cuando sintió que John retiraba el brazo con el que estaba sujetándolo por la cintura. Sin abrir los ojos, regresó el brazo a su sitio—. Quedémonos en la cama un poco más, ¿sí?
— ¿Estás seguro? —preguntó el magnate—. Prometí llevarte a la estación de trenes antes de mi hora de entrada al trabajo, pero tenemos que desayunar primero y, no sé si tú también, pero yo necesito tomar una ducha.
—Podemos ir en el helicóptero y llegaremos a tiempo si desayunamos algo ligero —McCartney bostezó y luego hizo un sonido gracioso con su boca.
—No es buena idea —John besó la frente del pelinegro antes de retirar su brazo nuevamente y sentarse en la cama—. Quiero asegurarme de que tu desayuno sea sustancioso, y no voy a ceder como ayer. El doctor dijo que es importante para evitar problemas durante el embarazo, y yo le creo. Además, no estás comiendo suficiente.
—Es que no tengo hambre todo el día, John —McCartney abrió los ojos, entrecerrándolos—. Tomo las vitaminas que me recetaron y sigo todas las indicaciones del doctor. Comienzo a creer que sólo quieres engordarme para después comerme.
Lennon rió y negó con la cabeza.
—Me gusta comerte, todas las noches —afirmó con una sonrisa traviesa—, pero no tengo preferencias por determinado físico, Paulie.
—Eres un idiota... —el pelinegro rodó los ojos, aunque no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de carmín.
—Corrección: soy tu idiota —el castaño se levantó y recogió la ropa del suelo para arrojarla al cesto. Se giró para ver si su novio ya estaba despierto y dio un paso atrás al descubrir que estaba de espaldas, mostrándole el trasero—. Paul, es en serio, tienes que levantarte ya. No podemos usar el helicóptero porque terminarás vomitando en el asiento como la última vez.
—Todavía hay tiempo, Johnny —el mencionado tragó saliva al observar al pelinegro acariciarse el comienzo de trasero de una manera provocadora—. Ven, no nos tardaremos mucho.
—Yo...
—Por favor, Johnny.
Soltó un suspiro y se dirigió a la cama, sin poder creer que estaba cediendo de nueva cuenta ante los atractivos de Paul.
. . .
Lennon entró a la sala de juntas de su empresa y los directivos de Northern Temple Productions, una empresa dedicada a la realización de películas de animación y cortometrajes que el magnate había adquirido varios años atrás, le dirigieron miradas de molestia.
—Buenos días a todos —saludó John, avergonzado luego de ver que faltaba media hora para el mediodía—, una disculpa por la demora. Tuve problemas para salir del tráfico.
—Creí que usaba su helicóptero para venir al trabajo —mencionó con voz agria el director de la empresa—. No sabía que era posible quedarse atascado en el tráfico aéreo.
—Me refería al tráfico convencional, el terrestre —contestó Lennon, impertérrito, mientras ocupaba el asiento principal de la mesa—. Tuve que llevar a mi pareja a la estación de trenes y dos autos colisionaron en una de las rutas que se toman para venir acá.
—Pues debió permitir que su pareja fuera hasta allá sin usted —otro hombre, a quien John reconoció de inmediato como el presidente del departamento de animación—. Su acto de caballerosidad acaba de manchar su imagen con impuntualidad. La reunión era a las once y hemos empezado sin usted.
El magnate suspiró con frustración y se cruzó de brazos. Frunció el ceño al escuchar a Stuart, sentado junto al presidente de animación, reír al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
—Señores, por favor, no podemos pelear en medio de una negociación —les pidió con ese tono de voz que utilizaba cuando quería obtener algo—. El señor Lennon sólo sigue su instinto al querer asegurarse de que su pareja y su futuro bebé estén a salvo.
—Stuart... —el magnate le dirigió una mirada molesta.
— ¿Un bebé? —la expresión del director de Northern Temple Productions cambió por completo a una de felicidad—. Señor Lennon, desconocíamos los detalles de la situación, todos tenemos claro que el bienestar de su heredero es mucho más importante que cualquier reunión. Muchas felicidades, por cierto.
—Gracias —respondió John, fingiendo una sonrisa—. ¿Podemos continuar con la junta? En el oficio que me enviaron mencionaban un serio problema en la empresa filmográfica ante el fracaso de la última película y no podemos levantar esta sesión hasta que encontremos una solución.
Después de ese comentario, los directivos de Northern Temple Productions parecieron recordar el motivo principal de la reunión y retomaron la discusión para luego expresar sus comentarios y sugerencias sobre posibles soluciones para recuperarse de la pérdida de miles de libras.
Al finalizar la reunión, casi dos horas más tarde, John tenía un dolor de cabeza casi intolerable. El desayuno ligero que había tenido junto a Paul había consistido en un par de frutas y un té, nada sustancioso. Su estómago rugió con fuerza apenas si los directivos hubieron salido de la sala.
— ¿Tienes hambre? —le preguntó Stuart—. Puedo traerte algo de la cafetería o llevarlo a tu oficina, si así lo prefieres.
—No, muchas gracias.
—También puedo ir a comprarte algo mejor —se ofreció con una sonrisa enorme en el rostro—. Creí que esto duraría todo el día, así que ayer me quedé un par de horas extras para terminar el trabajo de hoy también. Pensaba sorprender a Astrid llegando temprano a casa, pero supongo que unos cuantos minutos no harán la diferencia.
—Entonces... ¿podrías traerme un par de sándwiches? —le preguntó a Sutcliffe, quien asintió de inmediato y se levantó para salir de ahí—. También una pastilla para el dolor de cabeza, te esperaré en mi oficina.
—Claro.
El magnate se levantó para salir del recinto y dirigirse a su oficina. Suspiró con pesadez al salir del elevador. Sentía que su cabeza estallaría si no tomaba la pastilla pronto, esperaba que Stuart no se tardara demasiado.
Supo que su cefalea sólo se intensificaría cuando descubrió que su tía Mimi estaba sentada en su silla, observando la ecografía más reciente del bebé. John intentó sonreír, pero sólo logró hacer una extraña mueca.
—Es fascinante cómo ha evolucionado la tecnología —su tía elevó la mirada y le sonrió con un sentimiento que el magnate no veía desde hacía mucho tiempo: orgullo—. Ayer en la noche volví de mi estancia en Italia, estuve trabajando con diseñadores bastante buenos, ya sabes, es importante conocer la competencia y evitar que te sorprendan; pero tú sí que me sorprendiste esta vez.
—Lo siento... —John miró al suelo.
Las palabras habían salido de forma casi automática. Lennon había hecho de todo para hacer que su tía se sintiera orgullosa de él, pero nunca lo lograba. Las visitas de su tía nunca eran gratas para él, sólo acudía a él cuando necesitaba engrandecer su ego y recordarle que era un fracaso en la vida. Incluso se había cuestionado si la mujer lo quería realmente.
—No te disculpes —Mimi se levantó y, luego de dejar la ecografía sobre el escritorio del empresario, se acercó a él para abrazarlo—. Estoy orgullosa de ti, por fin escuchaste mis palabras y retomaste el camino correcto, sabía que algún día lo harías, mi lindo Johnny. Dime, ¿dónde está ella?
— ¿Ella? —Lennon se apartó de su tía para dirigirle una mirada confusa—. ¿De quién hablas?
— ¿De quién podría ser, John? —la mujer rió—. De la afortunada que tendrá la dicha y honor de darte al heredero que tanto necesitabas.
El castaño tragó saliva, sin saber con exactitud qué debía contestar. Lo último que necesitaba en ese momento era que su tía le armara una escena porque no había regresado al "camino correcto" y estaba con un hombre. Paul era increíble, pero Mimi jamás lo aceptaría.
—Está de viaje —respondió Lennon.
— ¿Tú pagaste el viaje? —Mimi alzó una ceja, como si estuviera a punto de reprocharle algo.
—Mimi, por favor —John ladeó la cabeza ligeramente y suspiró—, va a tener a mi bebé, ¿qué quieres que haga? ¿Negarme a darle dinero?
—Por supuesto que no —Smith le apretó las mejillas con cariño—, pero creo que es esencial que el señor Kite te ayude a hacer algún arreglo, ya sabes, un documento donde quede claro que tú tendrás la custodia absoluta del bebé. Eso es lo más importante. Seguro firmará a cambio de una razonable cantidad de dinero.
John se puso un poco pálido e hizo su mayor esfuerzo para no mostrar enojo por lo que su tía acababa de sugerirle. Paul nunca aceptaría dinero a cambio de ceder sus derechos. Además, sonaba como algo inhumano, ¿en qué clase de monstruo se estaría convirtiendo si separara al bebé de la persona que había visto vomitar todas las mañanas, dormir incontables horas, y sufrir los demás síntomas del embarazo?
—También tenemos que hablar sobre el bebé —continuó Mimi, como si no necesitara la opinión de su sobrino—. Ruego para que sea un varón, así podría encargarse de tu empresa. Pero primero debemos discutir sobre su educación, quizá estés pensando en Eton, pero yo sugeriría Le Rosey. Escuché buenas opiniones de ese instituto y creo que...
—Mimi —la interrumpió John—. Escucha, ni siquiera hemos alcanzado el segundo trimestre del embarazo, tenemos mucho tiempo para hablar de colegios y todo lo que quieras. También quiero escuchar la opinión de la madre de mi bebé, ¿sabes?
— ¿Para qué? —la mujer frunció el ceño—. No tendrá ningún derecho sobre el bebé. ¿Es hija de alguien que conozca? ¿Cómo se llama?
—Ella... es... Pauline McCartney.
La puerta de la oficina se abrió de repente y Stuart ingresó con un par de sándwiches en un plato y un jugo de naranja. Smith sonrió al ver al diseñador. Lennon le quitó deprisa el plato y el vaso para dejarlos en su escritorio.
—Gracias, Stuart, ya puedes retirarte.
—Señora Smith, no sabía que estaba aquí —Sutcliffe ignoró a su jefe y se acercó a la mujer para saludarla—. Tenía mucho tiempo sin venir a la empresa, John me comentó que estaba de viaje por Italia.
—Es correcto, volví ayer y vine cuanto antes para charlar con mi sobrino sobre su bebé —Mimi soltó una risita—. Dime, Stuart, ¿ya conociste a Pauline?
— ¿Pauline? —el diseñador frunció el ceño, pero la mirada suplicante de Lennon hizo que entendiera todo—. ¡Ah! Sí, ya la conocí. Es linda, pero no creo que sea la indicada para John, no sé, siento como si fuera una cazafortunas.
—La mantendremos vigilada —la mujer le hizo un guiño con el ojo.
—Ya vete, Stuart, tengo que hablar con mi tía.
—Claro, toma —el diseñador le entregó la pastilla antes de salir de la oficina del magnate.
—Creo que subestimé a ese chico —dijo Smith, sonriendo—. Después de todo, es un buen amigo tuyo y se preocupa por ti. ¿Crees que puedas llamar al señor Kite para que elaboremos el documento donde Pauline ceda todos sus derechos sobre el bebé?
Lo que ninguno sabía era que Sutcliffe estaba escuchando todo al otro lado de la puerta.
Drama is coming...
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