Capítulo 32

Cinco minutos. Ese era el tiempo que Paul llevaba sin poder controlar sus náuseas para apartarse del inodoro. Su estómago ya había quedado vacío por completo, pero las arcadas seguían sin terminar. Estaba sumamente mareado y sabía que si no lograba calmarse, se desmayaría.

John no sabía qué hacer tampoco, no paraba de morderse las uñas mientras caminaba de manera nerviosa frente a la puerta del baño de su oficina. McCartney le había dejado claro que no quería que lo viera vomitar, así que no le había quedado más remedio que mantenerse afuera. Apartó su mano en cuanto vio a su guardaespaldas.

— ¿Contestó? —preguntó el magnate.

—Su mujer dijo que se encontraba en camino al consultorio —Starkey hizo una mueca, podía ver la impotencia en el rostro de su jefe—, pero todavía no ha llegado. Puedo llamarle a Maureen para preguntarle si conoce algún remedio.

—Sí, llámala —Lennon vio a su mejor amigo entrar a su oficina y entrecerró los ojos al darse cuenta de que William acababa de salir del ascensor con un pulverizador en la mano—. Campbell, ¿puedes venir un momento?

— ¿Es Paul? —el rubio señaló la puerta del sanitario y John asintió—. Parece muy enfermo, ¿no se suponía que hoy se irían a París?

—Nuestro vuelo sale al mediodía, pero Paul está sufriendo el peor episodio de náuseas que ha tenido en su embarazo —el empresario suspiró y se acomodó un poco el cabello—. Tú eres portador y estás embarazado, ¿no conoces de casualidad algún remedio?

—Yo no sufrí demasiadas náuseas, pero a mí me funcionaron las galletas saladas —respondió Campbell, dejando el pulverizador en una superficie segura—. Me comía un par antes de levantarme y me calmaban las náuseas, quizá a él también le funcione. Creo que en la cafetería tenemos, ¿quiere que vaya por ellas?

—No, descuida iré yo.

William observó cómo Lennon negaba con la cabeza antes de dirigirse al elevador para bajar a la cafetería y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al mismo tiempo que acariciaba su abultado vientre. Todavía no había olvidado el incidente de la noche de la despedida de soltero de Richard, ni tampoco la manera en que John lucía radiante en el consultorio del doctor Sellers. No pudo evitar pensar en lo afortunado que era Paul por tener una pareja que se preocupara tanto por él y por el bebé.

Soltó un suspiro y entro al baño para caminar hasta el cubículo donde estaba el pelinegro. Se preocupó mucho al verlo: McCartney estaba pálido, con una de sus manos sobre el abdomen y la otra en el borde del inodoro. Estaba cerca del colapso. Campbell no quiso acercarse más para que el hedor a vómito no le revolviese el estómago.

—Paul, soy William... —aclaró su garganta, algo que le hizo ganarse la mirada del pelinegro por un par de segundos, hasta que otra arcada lo asaltó—. Escucha, tienes que controlar tu respiración, inhala hondo y deja salir el aire lentamente.

—Vete... —la voz de Paul sonaba muy gastada, su garganta le dolía.

—Vamos, inténtalo —lo animó el rubio—. Inhala hondo y exhala lentamente, verás que te calmará las náuseas de inmediato.

. . .

El magnate entró a la cafetería de la oficina sin saludar a ninguno de los empleados que se encontraban ahí y fue directo hacia la alacena donde estaban las galletas. Soltó un gruñido al ver el desorden que había dentro, pero eso no le impidió buscar las galletas saladas.

— ¿Necesitas algo, John?

El mencionado no se sintió molesto por escuchar la voz, pero sintió su sangre hervir por el tono calmado y con un deje de coquetería que la persona había usado. Además, se suponía que no volvería a verlo. Lennon apretó la mandíbula y siguió removiendo los paquetes que tenía enfrente hasta encontrar el que necesitaba.

—John, por favor, necesito mi empleo de vuelta...

El magnate suspiró con pesadez, sabía que Stuart no lo dejaría en paz hasta que dejara de ignorarlo. Había salido con el hombre el tiempo suficiente como para conocerlo a la perfección.

—No le quité su empleo, señor Sutcliffe —respondió Lennon, de la manera más fría posible.

— ¿Señor Sutcliffe? —el diseñador parecía ofendido—. John... yo... estoy arrepentido. No me gusta el ambiente laboral en el que estoy ahora, déjame regresar aquí. Si me das otra oportunidad, prometo no desaprovecharla.

—Bien...

El rostro de Stuart se iluminó al instante, del mismo modo en que su corazón empezó a latir deprisa y una bonita sonrisa se dibujó en su rostro. John lo había perdonado, volvería a trabajar a su lado.

—Apártate, tengo que llevarle estas galletas a Paul.

—Yo... —el diseñador se hizo a un lado, completamente confundido—. ¿Por qué?

El magnate dejó el recinto sin decir algo más. Sutcliffe miró a los demás empleados con desconcierto, como si esperara que estos le aclararan lo que acababa de pasar. Fue uno de ellos quien, con pocas palabras, explicó lo que estaba pasando y también hizo sentir al diseñador que ya era demasiado tarde para intentar algo:

—Paul está embarazado.

. . .

John colocó su mano sobre el muslo del pelinegro y lo observó comiendo una galleta. Era un espectáculo muy tierno, especialmente porque el menor no daba grandes mordidas, sino pequeñas y ruidosas, igual que un roedor. El magnate sonrió cuando Paul, después de sentir su mirada sobre él por tanto tiempo, giró su cabeza para verlo.

—Comes como un ratón —se burló Lennon.

—Lo siento... —McCartney se sintió avergonzado y tomó el paquete de galletas para guardar la que tenía en la mano.

—No, Paulie —el empresario se lo impidió—. Sólo me pareció muy tierno. Eh... ya luces mejor, hay incluso un toque rosado en tus mejillas, pero, ¿estás seguro de que puedes viajar en avión?

—Sí, John, ya no tengo náuseas, estaré bien —el pelinegro sonrió antes de darle otra pequeña mordida a su galleta—. Además, sé que no es sencillo ordenar tu agenda para tener unos cuantos días libres, me sentiría muy culpable si tuvieras que reagendar todo.

—Tú eres más importante que todo eso —le aclaró Lennon—. Si te sientes mal, este es el momento de decirlo, Paul. Todavía estamos a tiempo de regresar a casa.

—Estoy bien, de verdad —McCartney miró por la ventana justo a tiempo para ver cómo el auto ingresaba al área que pertenecía al aeropuerto—. Me siento muy emocionado, quiero conocer París.

—Sólo quiero que me prometas que me dirás si te sientes mal —le pidió el magnate—. Aunque sea una molestia pequeña, o un mareo. ¿Puedes hacer eso?

—Sí —Paul rodó los ojos. Tenía una relación de amor-odio con el comportamiento que el castaño estaba teniendo ante el embarazo—. Sólo no estés preguntándome todo el tiempo, por favor.

—De acuerdo —John besó la mejilla del pelinegro.

Starkey estacionó el auto y se bajó para sacar el equipaje del maletero, seguido por el magnate. Aunque Lennon sabía que su amigo podía con ambas maletas, quería ser él quien llevara la de McCartney, como si fuera una especie de obligación que conllevaba el hecho de que Paul estuviera embarazado con su bebé.

—Escuché a Stuart jactándose de que volverá a trabajar en el holding, ¿es verdad? —susurró el hombre de ojos azules, lo suficientemente bajo para que McCartney no escuchara. John asintió sin mucho entusiasmo—. ¡¿Por qué?! Stuart intoxicó a Paul en mi despedida de soltero... ¿y tú sólo lo dejas algunos días al mando de otra empresa para después permitir que vuelva?

—Stuart no es una mala persona, Ringo, creo que ya aprendió la lección.

—Sé que el doctor les dijo que el embarazo iba bien —continuó Starkey—, pero, ¿has pensado que esa cantidad de alcohol pudo haber provocado algún daño? John, ese hombre amenazó la vida de tu hijo y vas a dejar que vuelva.

—Stuart es mi amigo, sé muy bien lo que hago —Lennon le dio la espalda al guardaespaldas para caminar hacia donde estaba su pareja—. ¿Traes los pasaportes a la mano?

—Sí, están aquí —McCartney sacudió su mochila, sonriendo igual que un niño pequeño.

John sonrió antes de tomar su mano para emprender el camino hacia la terminal de la que iban a salir y sólo la soltó hasta que Richard ya no pudo seguir con ellos y tuvo que encargarse de llevar ambas maletas.

A Paul no le sorprendió demasiado cuando, después de que revisaran sus boletos y que sus pasaportes estuvieran vigentes, los llevaron a una sala de abordaje exclusiva para ellos dos. Por experiencia, sabía que irían en un avión privado y no en un vuelo convencional como la gente normal.

Y así fue, pues no había pasado ni siquiera un cuarto de hora cuando les indicaron que podían abordar. McCartney se sintió abrumado, no porque tenían el avión para ellos solos, sino porque esta vez se trataba de un avión mucho más lujoso que en el que había viajado a Liverpool.

—Ven, Paulie —John tomó la mano de su acompañante para que pudieran ir hasta sus asientos—. ¿Quieres en la ventana o...

—En la ventana, por favor.

—Bien —el castaño sonrió y dejó que el chico pasara a sentarse antes de ocupar el otro asiento.

El pelinegro sonrió con timidez antes de asomarse por la ventana para, a través del cristal, ver al menos dos docenas de aviones de diferentes tamaños y pertenecientes a distintas aerolíneas. Sólo había viajado una vez en avión, pero le había fascinado la experiencia de ver las nubes desde su asiento.

—Señor Lennon, señor McCartney —una de las sobrecargos hizo una pequeña reverencia con la cabeza al acercarse a ellos—. Mi nombre es Eleanor y les doy la bienvenida a bordo. Si necesitan algo, cualquier cosa, saben que pueden pedirlo. El vuelo tendrá una duración de una hora aproximadamente...

. . .

El pelinegro se sintió muy pequeño cuando bajaron del auto que había ido por ellos al aeropuerto y, mientras uno de los botones del hotel se hacía cargo del equipaje, atravesaron las puertas del prestigioso Hôtel George-V. Paul jamás había estado en un lugar como aquel, tenía un toque de palacio. John, por el contrario, no parecía nada sorprendido.

La mujer que estaba en la recepción sonrió al ver al magnate de una manera en que a Paul le desagradó bastante. Notó que el nombre de la mujer podía leerse en una etiqueta que llevaba en su uniforme: Michelle.

—Monsieur John Lennon, bienvenue à l'hôtel George-V.

—Merci beaucoup —contestó John en un francés tan perfecto que logró hacer que Paul frunciera el ceño—. Je suis vraiment heureux d'être ici. J'adore Paris. Ah, je vais vous présenter mon compagnon: Paul McCartney. On va avoir un bébé.

—Félicitations pour le bébé, monsieur Paul.

El mencionado sonrió con incomodidad al escuchar su nombre pero, aunque había tomado algunas clases de francés, no supo descifrar las palabras de aquella mujer que lo miraba con un deje de envidia. John, por su parte, lucía divertido con la situación.

—Il ne parle pas français —le mencionó Lennon a Michelle, y eso pareció ser suficiente para que dejara de ver a McCartney.

El pelinegro se cruzó de brazos y observó cómo John continuaba su conversación con la mujer. Ambos sonreían y decían muchas cosas que bien podrían ser obscenas, sonaban así para los oídos de Paul. Michelle pestañeaba de forma coqueta. Se sintió mareado al mismo tiempo que una sensación similar a la de pesadez inundaba su pecho, un nudo se formó en su garganta también. Quería vomitar.

Se giró para no verlos y, aunque sus oídos eran muy agudos, se concentró en escuchar algo más.

—Listo, Paul, vamos a nuestra habitación.

El mencionado miró al magnate y se encogió de hombros como si no le importaran sus palabras. El castaño sonrió antes de comenzar a caminar hacia el ascensor, estaba ansioso por ver la reacción de su acompañante al ver la enorme habitación que tendrían sólo para ellos. Subieron en silencio hasta el octavo piso, donde se encontraba el Penthouse.

—Bienvenidos al Penthouse Este de hotel George-V en ciudad París en Francia —los saludó el botones, quien estaba esperándolos junto a la puerta con su equipaje; Paul prefería escuchar la terrible manera en que el chico pronunciaba en inglés que una sola palabra más en francés—. ¿Tienen un llave?

—Sí —Lennon se la entregó para que pudiera abrir—. El equipaje en la habitación principal, por favor.

—Claro.

John quitó la llave apenas si el hombre hubo desaparecido de su vista y se giró para ver a Paul, le hizo una seña para que entrara. Y una vez que lo hizo, lo siguió, para después cerrar la puerta tras de sí. Había un largo pasillo delante de ellos.

—No sabía que hablaras francés... —murmuró con un deje de desprecio en su voz.

— ¿Por qué siento que estás molesto? —John frunció el ceño al ver que el pelinegro rodaba los ojos y se encogía de hombros—. Bueno, también hablo alemán, español, italiano y un poco de ruso.

— ¿Todos esos idiomas? —el menor ya no parecía molesto, sino sorprendido—. ¿Acaso es posible aprender tanto? Yo... tuve clases de español y lo único que recuerdo es: tres conejos en un árbol, tocando el tambor, que sí, que no, que sí lo he visto yo.

Lennon apretó sus labios para no soltar una carcajada.

—Ríete, sé que es patético —el pelinegro suspiró—. Yo no sé pestañear de forma coqueta ni tampoco decir cosas obscenas en otros idiomas como esa mujer.

—Espera... ¿estás celoso?

—No —se apresuró a contestar McCartney.

—Sí.

—No —Paul se cruzó de brazos—. ¿Por qué estaría celoso? Te recuerdo que estoy aquí porque es parte de mi trabajo...

— ¿Ah, sí? —John estaba haciendo un gran esfuerzo para no sonreír de forma burlona—. Dímelo a los ojos.

Paul giró su cabeza para que las avellanas se encontraran con los marrones ojos pero, justo cuando iba a decir que no estaba celoso, desvió la mirada. El magnate sonrió, victorioso.

—No haré esa tontería, ya déjame...

McCartney caminó hasta que llegó a una especie de sala, muy acogedora, pero que debía medir al menos dos veces lo que su habitación en Liverpool. Parecía un departamento, no un cuarto de hotel. La decoración era mucho más elegante que la de la recepción: óleos que seguramente valían más dinero del que el pelinegro vería en toda su vida; el piso alfombrado que daba la impresión de estar cometiendo un crimen al estar sobre él con calzado; sin mencionar todos los muebles hechos de las más finas maderas, los cristales, o el mármol que cubría el resto del lugar.

Paul se preguntó si así era como se veía un palacio, si acaso la Reina vivía rodeada de cosas como aquellas. Todo era demasiado sofisticado y distinto a lo que acostumbraba ver, incluso en la enorme casa de John. Palideció al pensar en el precio.

— ¿Estás bien?

— ¿Cuánto costó esto? —preguntó el pelinegro, entrecerrando los ojos—. Es muy caro pasar una noche en este lugar, ¿verdad?

— ¿Para qué quieres saber eso? —el castaño rió, ganándose una mirada molesta por parte de Paul—. No tiene sentido que te lo diga, no es como si fuera a pedirte que pagues la mitad ni nada por el estilo.

—Igual quiero saberlo —insistió el menor—, porque no soy tonto. Este lugar tiene cosas como... como de un palacio, no puede ser barato.

—Nunca dije que fuera barato —John se mordió el interior de su mejilla al ver la atención que McCartney estaba brindándole, aún no se explicaba cómo era posible que un ser tan hermoso pudiera existir—. Esta suite cuesta 25,000 euros por noche.

El pelinegro dio un paso atrás, desconcertado. Esa cantidad era más que suficiente para pagar por completo el tratamiento de su madre, incluyendo los gastos hospitalarios, ¿cómo era posible que hubiera personas gastando esa fortuna en un lugar bonito cuando podían salvarle la vida a alguien y evitar que sus hijos tuvieran que recurrir a medidas extremas?

Lennon frunció el ceño, sin entender que su acompañante estaba experimentando una serie de sentimientos a la vez.

—Me retiro —anunció el botones al salir de la puerta que estaba junto a la chimenea—. Si necesitan algo, usen teléfono, ¿bien?

—Muchas gracias —le agradeció el magnate con una pequeña sonrisa en el rostro.

Cuando el hombre hubo salido del recinto, Lennon tomó la mano de McCartney, quien todavía parecía anonadado con el lugar donde pasarían las próximas tres noches, pero no había dicho ni una sola palabra más.

—Mira, aquí dormiremos.

John le mostró con orgullo una habitación gigantesca con una cama el doble de grande que la que lo esperaba en Forthlin Road y un enorme ventanal desde el que se podía apreciar la famosa torre Eiffel. Paul frunció el ceño al ver que sus cosas y las del magnate estaban a un lado de un par de sillas reposabrazos estilo Luis XV.

— ¿Vamos a dormir juntos?

La pregunta quedó en el aire por algunos segundos y Paul comenzó a dudar si había hablado lo suficientemente fuerte para que John lo escuchara. Lo que no sabía era que Lennon sí lo había escuchado y, luego de analizar la expresión facial del pelinegro, ya había decidido qué contestar.

—Era lo que había pensado, pero... puedo dormir en el sofá si quieres la cama para ti.

—No, está bien —McCartney sonrió con sinceridad—. No me molesta compartir la cama contigo, es sólo que... normalmente tú te quedas en la mía, sólo una vez fue al revés.

—Paul... —Lennon llevó ambas manos hasta las mejillas del menor para acariciar su rostro—. Me quedo en tu cama porque la única vez que dormiste en la mía, te fuiste antes de que despertara. Nunca nadie había hecho eso antes y... bueno, me gusta más cuando tu rostro es lo primero que veo al despertar.

El pelinegro sintió sus mejillas arder y, librándose de las manos del castaño, miró al suelo para murmurar una frase que derretiría el corazón del magnate y lo haría sentirse todavía más enamorado:

—Te quiero, John.

El mencionado abrazó a Paul con fuerza para besar sus labios, ambos sabían que los siguientes días serían extraordinarios.





No sé francés, si leyeron algo que está mal, es por eso jajaja

¿Qué opinan de los cambios de humor de Paul?

El siguiente capítulo tendrá smut... digo, pónganse a rezar :0

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