Capítulo 31
El castaño colocó la bandeja con el desayuno en la mesita de noche que estaba al lado de Paul y sonrió al ver a McCartney abrir los ojos, todavía lucía cansado. Pero, después de la noche que habían pasado, John no iba a recriminarle nada; al contrario, el pelinegro adormilado tenía cierto encanto para el magnate.
—Buenos días, Paulie —Lennon sonrió, los ojos dormilones lo tenían hipnotizado—. ¿Qué tal dormiste? ¿Sientes náuseas? Yo... traje tu desayuno y te preparé un té de jengibre.
—Estoy bien, gracias —la voz de McCartney sonaba rasposa, resultado de la sinfonía de gemidos que había interpretado pocas horas atrás—. Las náuseas comienzan normalmente cuando me levanto. Por cierto, linda bata.
—Gracias, casi nunca la uso —el magnate soltó una risita nerviosa.
— ¿Debería sentirme afortunado porque John Lennon se puso su bata para traerme el desayuno? —Paul sonrió de manera burlona, sentándose en la cama con lentitud para no lastimar su trasero—. ¿O es acaso una simple coincidencia?
—Me alegra que hayas despertado de buen humor —el castaño tomó la bandeja para ponerla sobre las piernas del menor—. Supongo que es mi premio de consolación luego de verme obligado a usar la bata.
— ¿Estás culpándome? —el pelinegro alzó una ceja antes de arrancar un pedazo de pan para llevárselo a la boca.
—Eso es justamente lo que hago —John asintió, pero todavía sonreía—. La verdad es que me la puse porque no quería que Prudence viera lo que eres capaz de hacer gracias a tu salvajismo.
Antes de que McCartney pudiera decir algo, Lennon abrió la bata para dejar su pecho a la vista. Paul tragó saliva al notar que había no uno, ni dos, sino una serie de hematomas bien definidos sobre la piel del empresario. Fue entonces cuando los recuerdos de la noche anterior comenzaron a fluir en la mente del pelinegro, y se sonrojó.
—Lo siento...
—Está bien —John volvió a reír—. No estoy molesto, sólo que... nunca nadie me había dejado marcas de esta manera. Eres bueno, ni siquiera lo sentí. ¡Qué noche la de anoche!
—En serio, lo siento, John.
—No te preocupes, la camisa cubrirá todo —Lennon suspiró antes de volver a hablar—. Sé que dijiste que te gusta tener los fines de semana libres para ir a Liverpool, pero... ¿crees que puedas quedarte este? Creo que nos haría bien pasar tiempo juntos, conocernos.
El corazón del pelinegro comenzó a latir con más fuerza y, sin poder evitarlo, sus avellanas adquirieron un brillo nuevo. Cuando firmó su contrato con la empresa de acompañantes, nunca se imaginó que alguno de los "clientes" podría interesarse de verdad en uno de los escorts. Pero ahí estaba John, diciendo que quería conocerlo, después de que satisfizo al pelinegro toda la noche.
— ¿Paul? —el empresario frunció el ceño y negó con la cabeza—. No... si no quieres, está bien, lo entiendo. No llores, por favor.
No obstante, las palabras parecieron tener el efecto contrario en Paul, quien ya no pudo contener las lágrimas acumuladas en sus ojos. No le gustaba llorar delante de los demás, pero esta vez no podía controlarlo. Y no entendía el motivo.
—No es que no quiera —el menor se llevó las manos a la cara para limpiar su rostro. Sollozó antes de apartarlas de nuevo para ver a John—. Es que... no sé, he estado muy solo, mis amigos me dieron la espalda y creo que eres de las pocas personas que todavía muestra interés por mí. Yo... bueno, me sentí feliz. No sé qué me pasa, ahora creerás que soy débil y sentimental.
—Son las hormonas del embarazo, Paulie —Lennon acarició la mejilla de McCartney y suspiró—. Por ahora, termina tu desayuno, luego me gustaría que me acompañes a comprar un par de cosas, ¿está bien?
—Está bien —el pelinegro asintió y tomó los cubiertos para desayunar.
—Iré a alistarme, te veré más tarde —el magnate se dirigió hacia la puerta de la habitación pero, como si algo se le hubiera olvidado, se giró y miró al menor—. ¿Paul?
El mencionado dejó de ver su comida para alzar la vista y encontrarse con el par de ojos marrones.
—Te quiero.
Y eso fue suficiente para hacerlo sonrojar otra vez.
. . .
Paul sabía lo mucho que le gustaba pilotar su helicóptero a John, podía verlo en esa sonrisa traviesa que siempre estaba en su rostro cuando el magnate se comunicaba con la torre de control del aeropuerto más cercano. Lennon podía ser un pésimo conductor de vehículos terrestres, pero era muy hábil en el aire. McCartney, por su parte, se sentía fascinado por lo pequeño que se veía el mundo desde arriba.
—Linda vista, ¿no?
—Me provoca un poco de vértigo, pero sí —el pelinegro sonrió, sin apartar la vista del parabrisas del helicóptero—. ¿Qué es lo que vas a comprar?
—Algunas cosas para el viaje a París que tendremos en dos semanas —contestó el magnate con un tono despreocupado, como si se tratara de ir a algún lugar tan simple como un parque—. El lunes tenemos una cita para que obtengas tu pasaporte, todo lo demás ya está listo.
— ¿De verdad iremos a París?
La emoción en la voz de Paul casi provocó que John dejara de ver al frente. Casi. Lo único que sucedió fue que su pecho se hinchó de orgullo por ser el causante de tal entusiasmo, muy pocas veces había escuchado al pelinegro hablar con un tono de voz semejante.
—Claro que sí —respondió Lennon, dirigiendo el helicóptero hacia el edificio de Lennon Enterprises—. Todavía no hablo con Ringo al respecto, pero creo que seremos sólo tú y yo. Nos divertiremos mucho, ya verás. París es una ciudad increíble.
— ¿Has estado antes allá?
—Sí, he ido varias veces y te aseguro que siempre hay algo nuevo por ver.
Paul no dijo nada más porque notó que estaban sobrevolando el edificio del holding de John y las últimas semanas le habían ayudado a darse cuenta de que el magnate necesitaba de completo silencio para poder realizar aterrizajes suaves.
No obstante, Lennon fue quien rompió el silencio una vez que estuvieron en tierra firme.
—Normalmente voy a París por cuestiones de trabajo —se quitó los auriculares y miró a su acompañante—, ya sabes, reuniones muy importantes con accionistas de Europa. En este tipo de negocios es vital conocer el mercado, los colegas y también los adversarios. Lo cierto es que también soy un gran fanático del arte y a mi tía le encanta todo lo relacionado con la moda, así que un par de veces han sido por mero ocio.
— ¿Cuántos días estaremos allá? —McCartney le entregó los auriculares a Lennon después de quitárselos.
—Un par de días —el magnate colocó los auriculares en su lugar y bajó del helicóptero, seguido por el pelinegro—. Iremos a algunas de las galerías, caminaremos por la ciudad y descansaremos lo suficiente, serán vacaciones, después de todo. —John sonrió ampliamente—. Necesito que me acompañes a mi oficina, tengo que darte algo.
—Claro —Paul se encogió de hombros—, haremos lo que tú digas.
La pareja ingresó al edificio para luego tomar el ascensor que los llevaría al piso donde se encontraba la oficina del empresario. La cercanía hizo que la sensible nariz de Paul notara cómo la fragancia amaderada que el magnate usaba diario se mezclaba con el mero olor a John y con un toque de jabón. McCartney sonrió como tonto, ningún otro aroma lo había hecho sentirse tan bien antes.
Al entrar a la oficina de Lennon, el pelinegro se sintió incluso más contento. Olía a John por todas partes, algo que no era posible en Tittenhurst Park, al ser un lugar demasiado grande. Se sintió ridículo cuando el magnate lo descubrió olfateando todo.
— ¿Estás bien?
—Sí —McCartney se sonrojó de inmediato—. Es que... mi olfato es más sensible ahora y, bueno, tu oficina huele muy bien.
—Desconocía tu fetiche por el olor a papel... —respondió Lennon, con un tono de voz bastante bromista—. En fin, quiero hablarte de algo importante, ven. —Abrió la silla frente a su escritorio para que Paul se sentara y luego ocupó su propio lugar para extraer un sobre de uno de los cajones—. Ayer me encargue de conseguir esto para ti, Paulie.
El mencionado tomó el sobre para analizarlo con prudencia. Sin comprender cuál era con exactitud el contenido, frunció el ceño al ver su nombre completo escrito junto al nombre de uno de los bancos de la ciudad.
—Vamos, ábrelo, es tuyo —lo animó el empresario mientras lo observaba con interés.
McCartney rasgó la orilla del papel y extrajo todo lo que había dentro. Le fue inevitable que sus labios formaran una pequeña "o" ante la sorpresa de ver una tarjeta con su nombre impreso. El sobre también incluía un par de hojas que explicaban dónde y cómo se podía utilizar el plástico, así como los pasos a seguir en caso de extravío.
—Deposité algo de dinero para abrir la cuenta —le explicó John con una sonrisa—. En esa cuenta voy a depositar tu salario y también lo que corresponde a la manutención del bebé, creí necesario hacerlo porque... bueno, es mejor que darte todo en efectivo.
El pelinegro alzó los ojos para ver al magnate.
—Yo... no creo que sea necesario —el menor negó con la cabeza—. Puedo seguir recibiendo mi salario en efectivo y... ¿manutención del bebé? John, todavía es algo diminuto y... tú pagaste la consulta médica.
—Y lo seguiré haciendo con mucho gusto —Lennon contestó, todavía sonriendo—. Escucha, sé que el bebé aún es del tamaño de una semilla, pero va a crecer y tanto él como tú van a necesitar más cosas. Con la tarjeta, bueno, ya no tendrás que pedirme dinero cuando veas algo bonito y quieras comprarlo.
—Pero...
—No la rechaces, Paulie.
McCartney no supo si fue el tono de voz suplicante que John usó, el puchero en su rostro, o tan sólo sus hormonas, pero no pudo negarse.
. . .
Cuando salieron de la tercera tienda de ropa que visitaban en una hora, el magnate miró a Paul caminando a su lado. El menor guardaba una distancia prudente de él, y John sabía que lo hacía para evitar miradas curiosas de la gente. McCartney no era alguien que pareciera querer estar en el centro de atención, y eso le encantaba a John.
— ¿Sabes? Deberíamos comprar ropa para ti también —sugirió Lennon, quien ya llevaba dos bolsas con diferentes artículos para el viaje—. Serán un par de días, pero quizá quieras llevar una cámara o algo.
—Seguramente tú llevarás una cámara, así que no, creo que no necesito nada.
El pelinegro ni siquiera miraba las diferentes tiendas que había alrededor, cosa que Lennon no entendía. Se suponía que Paul había comenzado a trabajar en la empresa de acompañantes con el único fin de cambiar su rutina y conseguir dinero rápido, pero eso no tenía mucho sentido. McCartney no se veía como una persona que disfrutara de los cambios y, si bien había ganado ya una cierta cantidad de dinero, John no lo había visto gastar ni una sola libra.
— ¿Puedo preguntarte algo, Paul?
—Sí, claro —contestó el menor.
— ¿Para qué estás ahorrando tanto dinero? —McCartney se detuvo de golpe y miró a Lennon, quien se había cruzado de brazos—. Sé que vas a Liverpool todos los fines de semana, pero... ¿de verdad gastas todo el dinero en tan pocas horas?
—Yo... no sabía que debía darte explicaciones sobre mis gastos —el pelinegro alzó una ceja, un tanto confundido. John cambió su expresión de inmediato, dándose cuenta de que acababa de meterse en un asunto privado—. Si quieres saberlo... lo ahorro para el bebé y por si decido ir a la universidad en el futuro.
— ¿De verdad? —el magnate frunció el ceño, tenía la corazonada de que Paul no estaba siendo sincero.
—Sí —volvió a mentir McCartney—. Y antes de que intentes sugerirlo, no pienso permitir que tú te encargues de todos los gastos.
—Está bien, dejaré que pagues algunas cosas —Lennon acarició la mejilla del menor y sonrió—. Es más, ¿qué opinas si empezamos con las compras del bebé hoy?
El pelinegro sintió como si alguien le echara un balde de agua helada encima. No quería comprar cosas para el bebé, quería llevar el dinero íntegro hasta el hospital en Liverpool para pagar por completo el tratamiento de su madre. Quizá hasta alcanzaría para comprarle nueva ropa a su hermano y algún regalo bonito a su padre.
—No, creo que es muy pronto para eso —respondió Paul—. Apenas tengo cinco semanas, hay que esperar más.
Lennon se sintió muy confundido. Cuando Cynthia se había enterado de su embarazo, lo había arrastrado a muchas tiendas para comprar toda clase de artículos de bebés. Ella lucía entusiasmada con la idea de tener todo listo desde meses antes de la llegada, John estaba aterrado.
Ahora todo era diferente. Por supuesto que estaba nervioso, pero se sentía preparado para todo lo que conllevaba acompañar a su pareja durante el embarazo. Quería complacer a Paul en todo, consentirlo, hacerlo sentir amado y comprendido, y demostrarle la euforia que sentía por estar próximo a convertirse en padre.
—Está bien, Paulie, será como tú digas —John no pudo resistirse y le dio un beso en la frente.
Le dolía un poco que a veces el pelinegro se comportara en cierto modo indiferente por el bebé, pero el magnate creía que todo sería cuestión de tiempo, no quería forzarlo. Después de todo, Paul ni siquiera sabía que podía embarazarse.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Qué creen que pase en París?
Las cosas están mejorando mucho entre este par, y eso me gusta mucho. Siéntanse libres de comentar. Lo crean o no, los comentarios sí motivan y a veces hasta me hacen cambiar mi punto de vista :)
Les advierto que lo que pasa en París es muy bello 7u7
Por cierto, respecto a mi idea de traducir The Red Hall, me temo que no se va a poder. Me comuniqué con la autora (porque está mal traducir algo sin consentimiento del autor y no quería meterme en problemas después) y me dijo que está trabajando para publicar el fic como ebook, por lo mismo, me pidió que no realizara la traducción. Si quieren leerlo en inglés (aunque está bastante kinky), pueden buscarlo jeje
Les dejo un fanart para que tengan más o menos una idea:
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