Capítulo 28

El pelinegro tuvo que interrumpir su desayuno para correr al baño más cercano y vaciar su estómago por segundo día consecutivo. John soltó los cubiertos al instante, percatándose de lo que pasaba, siguió a Paul y acarició lentamente su espalda mientras lo escuchaba tener arcadas.

—Esto es horrible —dijo McCartney con los ojos llorosos una vez que pudo separarse del inodoro—. Prudence va a creer que su comida me está haciendo daño y se sentirá mal.

—No, ella lo entenderá si le decimos la verdad, la conozco bien —John tomó un cepillo de dientes y se lo dio a Paul, sabiendo que el menor iba a querer limpiarse la boca igual que había hecho el día anterior—. Hoy podemos preguntarle al doctor si hay algún medicamento que puedas tomar para las náuseas... por lo pronto, veré si puedo prepararte un té.

El magnate salió del cuarto de baño, dándole privacidad al chico de ojos color avellana para cepillar sus dientes. El asunto del bebé casi no había sido tocado por la pareja desde la conversación en donde acordaron que lo tendrían, pero McCartney le había expresado a Lennon sus deseos de no comentarlo con nadie hasta que se hubiera adaptado a la idea de estar embarazado. El castaño había accedido a cambio de que Paul lo dejara contárselo a su mejor amigo.

Pero el bebé no parecía estar de acuerdo con la persona que lo llevaba en su vientre pues, a partir de esa decisión, las náuseas del pelinegro se volvieron incesantes y debía orinar más seguido.

—Lo siento, no sé qué me pasa últimamente —se disculpó con Prudence cuando volvió a la mesa y encontró a la mujer preocupada—. La comida está deliciosa, sólo... no sé, espero que no vuelva a pasar.

—Está bien, señor McCartney —contestó la mujer—, y sabe que puede contarme si es alérgico a algún alimento, así no lo incluyo en su comida.

—Claro que sí.

El pelinegro le dirigió una sonrisa que convenció a la empleada doméstica de que todo estaba bien y podía retirarse. Paul suspiró de alivio al verla cruzar la puerta que conducía a la cocina, no había salido tan terrible como pensó.

John regresó unos minutos más tarde al comedor con una taza humeante para colocarla junto al plato de Paul, luego fue a sentarse en su silla para continuar con su desayuno después de decirle:

—Bébelo, es de jengibre, te ayudará.

El magnate le dio un pequeño sorbo a su café y, al ver a Paul tomar el té, recordó a Cynthia. El embarazo de la mujer que fue su esposa no había sido para nada sencillo, principalmente porque las terribles náuseas estuvieron presentes durante al menos seis meses. El té de jengibre se convirtió en una especie de aliado para ella, así que John sabía bastante bien cómo prepararlo.

— ¿Tener hijos estaba entre tus planes? —preguntó John antes de llevarse un poco de huevo a la boca, esperando no incomodar al chico.

Paul dejó la taza de té y miró al castaño con los ojos entrecerrados, como si deseara descubrir algo más profundo detrás de la pregunta que acababa de hacerle.

—Pues... sí —contestó con un poco de timidez—, pero nunca creí que sería tan pronto, ni tampoco así. Todavía me siento extraño. ¿Y tú?

Lennon esbozó una sonrisa melancólica.

—No suelo hacer muchos planes con mi vida personal —confesó—, pero siento que estoy listo para un bebé.

Paul asintió sin mucho entusiasmo y se enfocó en el desayuno que tenía enfrente. Su embarazo o el bebé eran sus temas menos favoritos por el momento y, aunque se esforzaba por contestar los comentarios o preguntas del castaño, cambiaba el tema cada que podía.

. . .

John tomó la mano de Paul al entrar al hospital privado en el que tenían una cita con el doctor Sellers y comenzó a caminar con seguridad hasta el consultorio del obstetra, como si conociera el camino a la perfección. Se acercaron al escritorio de la recepcionista, y el magnate fue el que habló:

—Buenos días, mi pareja tiene cita con el doctor Sellers a las once —le informó a la mujer, quien se limitó a asentir para después buscar en la agenda.

— ¿Paul McCartney? —preguntó la secretaria con una sonrisa agradable.

—Soy yo —contestó el pelinegro en casi un susurro.

—El doctor Sellers está atendiendo a un paciente —les informó la mujer—. Yo le llamaré cuando pueda pasar.

—Gracias —habló John antes de jalar de la mano de Paul para que fueran a sentarse uno de los cómodos sofás de color marrón—. Bueno, ahora sólo hay que esperar.

Paul no pudo evitar mirar a un par de mujeres que estaban esperando entrar con alguno de los doctores de esa área. Todas se veían felices con sus enorme barrigas al lado de sus parejas; pero no había ningún hombre embarazado ahí. Sólo él. Y eso apestaba, lo hacía sentirse muy incómodo, como si ese no fuera su lugar. John pareció notarlo, pues empezó a trazar círculos con el pulgar sobre la piel de su mano.

— ¿Estás bien, Paulie? —le preguntó en un susurro—. Te pusiste un poco tenso desde que llegamos, sabes que puedes contarme lo que sea.

—No estoy tenso —mintió el pelinegro—. Es sólo que, no sé, nunca había estado en este tipo de área, ya sabes, rodeado de mujeres embarazadas.

—Entiendo... —el magnate besó la mejilla del menor con dulzura—. Te quiero, Paulie.

—No estamos a solas, John... —el chico de ojos color avellana se apartó.

Desde que se había enterado del embarazo, John no se había limitado en lo que respectaba a demostrar su afecto por Paul en público. Ante la ley, dos homosexuales no podían contraer matrimonio, pero esa restricción quedaba atrás si uno de los dos era portador. No obstante, a McCartney no le gustaban las miradas de desprecio que algunas personas les dirigían al verlos juntos.

— ¿Sabes? Estuve pensando que quizá deberíamos tomar unas vacaciones —habló Lennon, todavía trazando círculos en la piel del menor. A Paul le gustaba el contacto—. Nos hará bien relajarnos y divertirnos juntos durante algunos días. Yo considero que París es una opción muy buena, pero me gustaría que fueras tú el que elija el destino.

—Vacaciones... —el castaño sintió su corazón latir más rápido al ver que una bonita sonrisa se dibujaba en el rostro del pelinegro—. Tendré que sacar mi pasaporte, pero París suena increíble. Nunca he estado ahí.

—Yo sólo he ido por trabajo, pero estaré contento de conocer la ciudad a tu lado —dijo John, sonriendo de oreja a oreja—. Te ayudaré con el trámite del pasaporte y luego planearemos juntos nuestras vacaciones.

Nuestras. Esa palabra se estaba volviendo cada vez más común entre John y Paul, pero el último no sabía cómo sentirse al respecto. Ya le había quedado más que claro que tenía al magnate babeando por él, pero aún no sabía si eso era correcto o no. El castaño era muy atractivo ante los ojos del pelinegro, así como todo un caballero; pero no se sentía como amor de verdad, no mientras estuviera recibiendo dinero.

La puerta del consultorio del doctor Sellers se abrió y Paul palideció al ver a la persona que salió. John soltó la mano del menor al mismo tiempo que su semblante cambiaba a completo enojo.

— ¿No se supone que deberías estar en la oficina, Campbell?

—No, la semana pasada le envié mi solicitud para ausentarme por unas horas para venir a mi cita y usted la autorizó —contestó William. Después miró a McCartney y sonrió—. ¡Sabía que estabas embarazado, muchas felicidades!

Lennon frunció el ceño.

— ¿Cómo pudiste saberlo si te dije que no era un portador? —preguntó Paul.

—Pues... lo supuse por todos los síntomas, y acerté —Campbell se encogió de hombros antes de ver a su jefe de nuevo—. Felicidades, supongo.

— ¡Paul McCartney! —la voz de la secretaria del doctor Sellers impidió que la pareja dijera algo más.

—Es su turno, y yo debo volver al trabajo —dijo William—. Los veré luego.

—Vamos, Paul.

Lennon volvió a tomar la mano del menor en cuanto su empleado se hubo escabullido con una velocidad impropia de alguien en estado. El castaño sintió una mezcla de emoción y nerviosismo al dirigirse hacia el consultorio del doctor, se sentía irreal estar cruzando de nueva cuenta esa puerta.

— ¿John? —el mencionado sonrió al escuchar la voz del obstetra—. Esto sí que es una verdadera sorpresa, tomen asiento.

Las bonitas avellanas no pudieron evitar observar con curiosidad el área de trabajo del médico, llena de ilustraciones de mujeres embarazadas y también del desarrollo de un bebé. A diferencia de la sala de espera en la que habían estado minutos antes, el lugar era más cálido. Paul soltó un suspiro, comenzaba a relajarse.

— ¿Cómo estás, Robert? —preguntó el magnate, luego de sentarse junto al pelinegro delante del escritorio del médico—. Han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos. Por cierto, él es Paul McCartney, mi pareja.

—Es todo un placer conocer a quien logró hacer que el testarudo de John Lennon creyera de nuevo en el amor —el obstetra extendió su mano para estrechar la de Paul, quien se sonrojó un poco ante las palabras del hombre—. En fin, empecemos con la consulta, señor McCartney. Como es paciente nuevo, necesitaré conocer primero datos básicos y luego procederé con la revisión.

—Está bien —McCartney asintió.

El obstetra hizo un largo cuestionario sobre los antecedentes reproductivos del chico, así como sobre enfermedades que habían estado presentes en su familia. Paul contestó todo lo que pudo con completa honestidad, pero hubo algunas preguntas para las que no tenía una respuesta. Por ejemplo, cuando el médico le preguntó cuándo tuvo su último sangrado, el pelinegro desconocía que los portadores sangraban igual que las mujeres. Luego, tuvo que confesar que sólo había sangrado después de tener relaciones y que incluso desconocía su calidad de portador. También hizo algunas de las mismas preguntas a John para completar la ficha.

—Bien —el obstetra terminó de anotar todo y le dirigió una sonrisa amable a Paul—. Ahora debo medirlo y pesarlo, señor McCartney.

— ¿Podría llamarme Paul? —preguntó el pelinegro mientras se levantaba de su silla para ir hacia la báscula—. Es que... "señor McCartney" suena demasiado formal.

—Está bien, Paul —el médico se colocó junto a él para hacer su trabajo—. Todavía tengo que hacer un pequeño cálculo, pero estoy casi seguro de que estás en el peso ideal. Y, dado que no presentas todavía una hinchazón abdominal, diría que estás en las primeras semanas de embarazo. ¿Tienen alguna sospecha de cuándo pudo darse la concepción?

—A principios de julio... eh... el 7 para ser exactos —respondió John de inmediato, con una sonrisa que a McCartney le pareció más que nada la de un niño travieso—. No sabíamos que era portador y, bueno, no utilizamos ningún tipo de protección. Además, coincide con la fecha en que Paul tuvo el sangrado.

—Entonces estaríamos hablando de un bebé de casi cinco semanas —el doctor Robert asintió antes de dirigir su mirada hacia su paciente—. Haré la primera ecografía transrectal, prometo que no dolerá, pero sí será un poco incómodo el procedimiento, Paul.

El pelinegro se deshizo de sus calzoncillos y su pantalón antes de recostarse en la camilla, luego dobló sus rodillas para colocar sus pies sobre los estribos tal y como el médico le indicó. Sabía que debía relajarse, pero la situación no estaba ayudando demasiado. John pareció notarlo, pues se levantó de inmediato para colocarse junto a McCartney y tomar su mano.

— ¿Estás emocionado, Paulie? —Lennon tenía una sonrisa enorme en su rostro, la cual hacía juego con su entusiasmo.

—Estoy nervioso —contestó el chico, sin apartar la vista del tubo que el obstetra estaba cubriendo con lo que parecía ser lubricante—. ¿Y si me duele?

—Robert dijo que no iba a doler —le recordó el castaño—. Sólo haz lo que te diga y cuando salgamos de aquí podemos ir a comprar un helado o cualquier cosa que se te antoje. Tal vez podríamos ir a las tiendas y comprar algo de ropa, ¿te gustaría?

El pelinegro estaba a punto de contestar, pero ver a Sellers acercándose a él con la herramienta lista para ser introducida en su cuerpo se lo impidió.

—Voy a insertar la sonda, Paul, necesito que estés relajado —le pidió el doctor antes de posicionar la orilla del tubo en su ano.

McCartney soltó un quejido y apretó la mano de Lennon con fuerza al sentir la intromisión en su cuerpo. No había dolido, pero la sensación no era para nada cómoda ni tampoco placentera.

—Tranquilo, Paulie —le susurró John, conteniendo una risa.

—Como a ti no te metieron nada en el trasero... —Paul rodó los ojos.

—No te quejabas cuando estaba por hacer mi aportación para el bebé —murmuró Lennon.

— ¡John! —McCartney se sonrojó por completo.

—Voy a iniciar con la revisión —les indicó Sellers—. Debo advertirles que esta revisión no será muy emocionante, pues el embarazo apenas va en una de las primeras etapas.

El doctor comenzó a mover la sonda un poco mientras observaba la pantalla; Lennon y McCartney tampoco apartaban sus miradas, aunque no entendieran qué era lo que estaban viendo. El obstetra se detuvo cuando en la pantalla se podía apreciar un pequeño círculo negro que se diferenciaba con facilidad en un entorno lleno de rayas blancas y grises.

—Aquí está el saco gestacional —el doctor Robert señaló el círculo con la mano que tenía libre, luego accionó un botón para ampliar la imagen—. La diminuta mancha que se ve ahí, en el borde del círculo, es el embrión. Se ve grande en la pantalla, pero mide un milímetro y medio.

—Es diminuto...

Eso fue todo lo que pudo salir de los labios de Paul, quien estaba verdaderamente atónito con la imagen. El pensamiento de que quizá el médico de la empresa de escorts se había equivocado abandonó la mente del pelinegro ipso facto. Estaba embarazado. Iba a tener un bebé. El bebé de John estaba desarrollándose en su interior. Giró un poco su cabeza para ver al magnate.

Lennon tenía una sonrisa de oreja a oreja. Si unos meses atrás le hubieran dicho que tendría un hijo pronto, se habría reído. Quienes lo conocían a profundidad sabían que el castaño no era un gran fan de los bebés y que tener uno no estaba precisamente en sus planes, pero John no podía negar que su corazón había latido con más emoción al ver la diminuta imagen de su retoño.

—Todo parece ir bien —confirmó el doctor Robert—. ¿Cuántas imágenes van a querer?

—Yo quiero dos —habló Lennon de inmediato para después ver a McCartney—. ¿Y tú?

—También quiero dos —el pelinegro sonrió un poco, no era fácil ignorar el hecho de que tenía algo atravesándole el trasero.

—Bien —el obstetra imprimió las imágenes y retiró con cuidado la sonda—. Ya puedes ponerte tu ropa de nuevo, Paul. Les daré algunas indicaciones y te prescribiré vitaminas y ácido fólico.

El pelinegro se vistió para después tomar asiento junto al castaño delante del escritorio del médico. Escucharon con mucha atención la serie de cuidados que Paul debía tener, así como las dosis de vitaminas y de ácido fólico que debía tomar. Al final, el obstetra les dio tiempo para hacer las últimas preguntas.

— ¿Qué puedo tomar para las náuseas? —preguntó McCartney—. Llevo dos días levantándome con náuseas y luego vomito mi desayuno.

—No existe un medicamento seguro que puedas tomar para eso, pero te daré un folleto con algunos remedios caseros que te pueden ayudar —le respondió, sacando el objeto mencionado de uno de los cajones de su escritorio para entregárselo al pelinegro—. Con los remedios debe ser suficiente para aminorar el problema, aunque debo ser honesto contigo: puede que no desaparezcan por completo.

—Entiendo... —el embarazado asintió.

— ¿Alguna otra duda?

—No, sólo era esa —Paul se encogió de hombros.

—Está bien —el obstetra asintió y miró al castaño—. ¿Alguna duda, John?

Lennon pareció titubear un momento, pero al final optó por expresar la duda que había estado en su cabeza por algún tiempo.

— ¿Qué hay de la diversión de adultos? —preguntó John sin pudor alguno. Paul miró al suelo para que el doctor no notara que se había sonrojado—. ¿Tengo que ser más cuidadoso con mi chico por las noches?

—No, descuida, el bebé está seguro, John —respondió Sellers, riendo. Luego miró al pelinegro—. Paul, la fecha probable del parto es el primero de abril. El embarazo de un portador es tan seguro como el de una mujer, pero igual quiero verte una vez al mes para revisar que todo vaya bien. —El obstetra dirigió su vista hacia Lennon—. Espero que eso no represente un problema.

—No, para nada —el castaño sonrió—. Si lo consideras necesario, vendremos.

El médico asintió y le entregó al magnate un sobre blanco.

—Adentro están las ecografías que me pidieron y también la receta para las vitaminas y el ácido fólico —explicó Robert—. En el sobre viene el teléfono del consultorio y anoté el de mi casa. Si tienen alguna duda, saben que pueden llamarme; recuerden que ninguna duda es tonta.

—Gracias, doctor —habló Paul, quitándole el sobre a John de las manos como si fuera algo de muchísimo valor.

—Los veré dentro de un mes, entonces.




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¡Feliz Año Nuevo! Deseo que todos sus propósitos para este 2020 se cumplan, así como sus deseos.


La rosca se parte hasta mañana, pero a Paul ya le salió el niño :O

Y recuerden: la rosca no se le da a cualquiera... porque luego no aceptan al niño.

Paul sí la dio con sabiduría 7u7


Ya, me voy con mis chistes malos... hasta la próxima, amigos.


(JAJAJAJAJA, qué horror con mis chistes de hace casi dos años, sugiero que la autora ya no los haga más...)


(Chistes de hace tres años, sugiero lo mismo que en mi comentario previo...)

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