Capítulo 25

John sonrió al abrir los ojos, sintiendo la cálida respiración de Paul contra su pecho. Al magnate le encantaba tener al pelinegro durmiendo a su lado, las noches eran mejores así. Todo era mejor junto a él.

Intentando buscar una posición más cómoda, Lennon se movió un poco, gesto que no pasó desapercibido por McCartney. Las avellanas buscaron los ojos del empresario y lo observaron con confusión.

— ¿Cómo te sientes, Paulie?

—Bien, creo, sólo un poco desubicado —el pelinegro se desperezó sin mucho entusiasmo—. Ni siquiera preguntaré por lo de anoche. No recuerdo qué pasó, pero tampoco quiero saberlo.

—Genial, yo tampoco quiero recordar lo mal que terminó todo —contestó John, acariciando la mejilla de Paul—. Pero sí tengo que decir que estoy sorprendido de que no tengas la resaca del siglo, ni ningún síntoma de resaca...

McCartney rodó los ojos.

—Tengo un ligero dolor de cabeza, ¿satisfecho? —Lennon sonrió—. ¿Qué hora es?

—No lo sé —el castaño estiró su brazo para tomar su reloj de la mesita de noche—. Las doce y media...

—Es tarde —Paul se llevó las manos a las sienes para darse un masaje—, deberíamos levantarnos.

—Podríamos quedarnos todo el día en la cama —John le susurró al oído antes de besar su mejilla—. Tocar el piano o nadar en la piscina son buenas opciones también.

—No, es viernes —McCartney negó con la cabeza y soltó un bostezo largo antes de apartar las sábanas para levantarse—. Tengo que acudir a mi revisión médica y luego tomaré un tren a Liverpool, con suerte estaré llegando antes de que se oculte el sol.

—Mi mejor amigo se casa mañana, ¿podrías quedarte este fin de semana? —preguntó el magnate. Paul lo observó por algunos segundos, luego negó con la cabeza—. ¿Por qué no? Sólo será un fin de semana, por favor...

—Es gracioso cuando te pones suplicante, pero justamente este fin de semana no puedo quedarme —le explicó el pelinegro sin pensarlo demasiado—. El otro día hablé con mi hermano y le prometí que iría a visitarlo.

Lennon frunció el ceño, sin poder creer lo que Paul había dicho.

—Creí que tu hermano había muerto...

La expresión de McCartney demostró sorpresa por un momento, pero supo ocultarlo enseguida. Sonrió forzadamente y negó con la cabeza.

—Hablaba de George —intentó sonar convincente—. Él y yo somos mejores amigos, ya sabes, casi como hermanos.

El magnate asintió y se levantó de la cama, intentaba convencerse de que el pelinegro no le había mentido, porque sabía que había una gran diferencia entre ocultar cosas personales a decir otras que no eran ciertas.

—Iré a tomar un baño —dijo Lennon—, supongo que tú querrás hacer lo mismo; después bajaremos a asaltar la cocina y te llevaré a tu cita médica, ¿de acuerdo?

—Claro.

. . .

Los tres bajaron del helicóptero e ingresaron juntos al edificio de Lennon Enterprises Holding Inc., aunque Campbell optó por mantenerse a una distancia prudente de la pareja mientras bajaban hasta el estacionamiento. El joven embarazado miraba con nostalgia los gestos que John tenía con Paul, como abrirle la puerta y acariciar sus nudillos cuando sus manos estaban entrelazadas; el papá de su bebé siempre fue así con él.

—Muchas gracias por la ayuda de anoche, William —John sonrió y sacó un cheque de su bolsillo para entregárselo al rubio—. Esto es un extra por eso, y porque espero que seas muy discreto con lo que ocurrió en la carretera... ya sabes.

—Claro que sí, señor Lennon —una gran sonrisa se formó en el rostro de Campbell—. Le daré un buen uso a este dinero, se lo aseguro. Si necesita algo más... cualquier cosa... cuente conmigo.

John se limitó a asentir con la cabeza, agradecido. El rubio se despidió y salió del estacionamiento, dispuesto a comprar un par de cosas más para el bebé que estaba esperando. El pelinegro prefirió no hacer preguntas.

—Vamos, Paul.

El magnate tomó la mano del menor para llevarlo hasta un Aston Martin color azul marino. McCartney iba a preguntar si John conduciría, pero la pregunta quedó olvidada cuando vio a Starkey detrás del volante.

El guardaespaldas llevaba la misma ropa del día anterior porque no había querido confesarle a sus otros amigos que se había quedado en medio de la nada, así que había optado por pasar la noche en la oficina de su jefe. Sabía que John llamaría tarde o temprano para recogerlo y llevarlo a Tittenhurst Park.

—Por fin llegan —comentó Richard, levantando el seguro de la puerta del auto para que subieran—. Gracias por dejarme en medio de la nada anoche, amigo, ya sabes que aquí está tu sirviente para lo que ocupes... a tan sólo una llamada. Presentar mi renuncia pasó por mi mente más de una vez durante la noche.

—Sé que estás molesto —John rodó los ojos, aunque conocía lo suficiente a su mejor amigo para saber que estaba exagerando las cosas—, pero voy a explicártelo todo, te lo prometo.

—Pues va a tener que ser una muy buena explicación para que pueda perdonarte, y te advierto que seguiré molesto.

—Te invitaré un café en mi oficina para contarte con lujo de detalles —Lennon subió al asiento trasero después de su acompañante y cerró la puerta—, pero primero llevaremos a Paul a su revisión.

—De acuerdo —el hombre de ojos azules miró a McCartney a través del espejo retrovisor—. ¿Cómo estás, Paul? Ayer no te veías nada bien.

—Pues... no recuerdo muy bien lo que pasó después del martini —respondió el pelinegro, avergonzado por lo que había pasado—, pero hoy sólo tengo un dolor de cabeza, así que creo que estoy de maravilla.

—Me alegra escuchar eso.

Richard encendió el vehículo para emprender el camino hasta el edificio de Asher & Co., el cual no se encontraba muy lejos del holding de John. McCartney iba acariciando la piel de la mano del magnate, trazando círculos de distintos tamaños, se sentía inexplicablemente nervioso. Las revisiones médicas era lo que menos le gustaba de su trabajo, era incómodo tener a alguien tocándolo, lo odiaba, lo hacía sentirse alguien muy sucio.

— ¿Quieres que vaya contigo? —le preguntó John una vez que Richard hubo estacionado el auto frente al edificio. Había notado el nerviosismo del menor—. Podría acompañarte mientras Richard estaciona el auto, y luego te llevamos a la estación.

—Gracias, John, pero creo que puedo hacerlo solo —el pelinegro soltó una risita—. Tengo una reputación de joven independiente que mantener, ¿sabes?

—Está bien, como quieras —Lennon se encogió de hombros—. ¿Tomarás el tren en cuanto salgas?

—No lo sé, tal vez me vaya a un bar a beber...

El magnate frunció el ceño, ofendido ante el comentario. McCartney rió al ver su expresión y negó con la cabeza.

—Sólo bromeaba —contestó Paul, abriendo la puerta para bajarse—. Iré a la estación en cuanto salga de aquí y tomaré el primer tren que esté disponible, espero llegar a Liverpool temprano.

— ¿Crees que podrías llamarme cuando llegues? —preguntó John, intentando sonar más amable que posesivo—. Sólo para asegurarme de que llegaste bien.

El pelinegro se limitó a asentir con una sonrisa tímida en el rostro antes de cerrar la puerta, aún no podía asimilar lo mucho que el magnate se preocupaba por él. No obstante, sabía que esa no era una actitud común entre las personas que solicitaban escorts; John lo hacía sentir como si fuera alguien muy especial.

McCartney ingresó al edificio de Asher & Co. y, luego de identificarse como uno de los trabajadores de la compañía, se dirigió al ascensor y entró al mismo tiempo que un chico rubio. Le tomó un par de segundos darse cuenta de quién se trataba.

— ¿Maxwell? —el pelinegro no podía creer que el chico estuviera ahí. No lo había visto desde sus vacaciones Liverpool—. ¿De verdad eres tú?

—Lo que queda de mí... —Edison presionó el botón que los llevaría al quinto piso del edificio—. ¿También vienes a revisión, Paul?

—Sí —contestó McCartney—, hoy tengo programada una revisión completa y me siento muy nervioso, las últimas han sido sólo rutinarias.

—Tranquilo, estarás bien —le aseguró el rubio, sonriendo un poco—. No puedo mentirte: será muy incómodo y te tocarán en todas partes, pero no suelen tardarse demasiado con el examen físico. Los que se tardan son los del laboratorio y no te dejan irte hasta que estén seguros de que todo está en orden.

Las puertas del ascensor se abrieron y ambos salieron para comenzar a caminar en silencio por el pasillo, ambos sabían que no era el lugar más apropiado para tener una conversación amistosa. Las paredes oían, no podían correr riesgos innecesarios.

—Este es el consultorio que me corresponde —le informó Maxwell cuando estaban delante de una puerta con el número tres—. Espero verte luego, Paul, aunque quizá no será por aquí, no lo sé. Brian no va a renovar mi contrato...

El pelinegro formó una perfecta "o" con sus labios antes de volver a hablar:

—Lo siento mucho, Max, sé lo mucho que te gustaba estar con él.

—No lo sientas —el chico se encogió de hombros—. Hay más peces en el agua, alguno picará el anzuelo.

Paul sonrió y asintió con la cabeza, porque no supo de qué otra manera responder. Continuó caminando apenas si Edison entró al consultorio. La puerta del doctor Jones era la que estaba marcada con el número diez. Era la hora indicada, sólo tenía que entrar y aguantar lo que el médico hiciera.

McCartney se armó de valor y abrió la puerta.

—Buenas tardes...

—Pase, señor McCartney.

El pelinegro hizo lo que el hombre le indicó y cerró la puerta con cuidado antes de mirarlo. Jones estaba sacando un par de recipientes que servirían para mandar las muestras de Paul al laboratorio. El menor se acercó al escritorio del médico.

—Necesito una muestra de orina en este recipiente —le entregó un pequeño frasco casi transparente antes de señalar la única puerta que había dentro del consultorio—. Ahí está el baño, lo esperaré para tomar la muestra de sangre y continuar con la revisión.

. . .

Richard negó con la cabeza, sin poder creer lo que había pasado entre Stuart y John. No era que no considerara a Sutcliffe capaz de tales acciones, porque sabía lo maquiavélico que podía llegar a ser para conseguir la atención del magnate.

— ¿Y qué opina Paul de todo esto? —preguntó el guardaespaldas una vez que su amigo se quedó en silencio—. Supongo que todavía no le has contado sobre tu pasado con Stuart, ¿o sí?

—Paul ni siquiera recuerda que Stuart subió al auto con nosotros —contestó Lennon—, sólo William lo sabe, y le di una generosa cantidad a cambio de su discreción. Respecto a lo otro... mi pasado con Stuart es eso: pasado; no estoy seguro de querer volver a ver a esa sabandija, no tiene sentido que le cuente de eso a Paul.

— ¿Vas a despedirlo?

—No lo sé, no creo —John soltó un suspiró y le dio un gran sorbo a su café—. Me encantaría enseñarle una lección, pero hay una familia que depende de él. Los niños no tienen la culpa de que su padre sea un hijo de puta.

—Bueno, creo que ese es un gran punto —Starkey asintió y tomó una de las galletas—. Quizá despedirlo no sea la mejor opción, pero lo mejor será alejarlo. Estoy seguro de que cualquiera de las compañías que administras podría requerir de un diseñador gráfico.

—Es lo que había pensado también —el magnate se llevó una mano a la barbilla—. Ni siquiera entiendo su obsesión conmigo, no me considero irresistible ni nada por el estilo; y tenía años sin tener sexo, así que tampoco es que sea bueno en la cama.

— ¿Has pensado en tus cuentas bancarias, genio? —Richard alzó una ceja, como si fuera una respuesta obvia.

—A veces tengo la impresión de que tener tanto dinero es algo estúpido —confesó John, haciendo una mueca de disgusto—. Sólo trae problemas. Mimi no se cansa de decirme que debo tener un heredero y, no sé, a este punto creo que dividiré mi dinero en cuatro partes. Para ti, para mini Ringo, para mi ahijada, y el resto que se divida entre mis empleados.

—Que Stuart no se entere...

—Muy gracioso, Ringo... —el empresario fingió una risa.

Richard suspiró.

—Muchas gracias por la fiesta de anoche, John. Fue increíble: el espectáculo, las bebidas, la comida... ese chef debió cobrar muy caro. El pescado era una maravilla.

—A Paul no le gustó, dijo que le provocaba náuseas —señaló Lennon, encogiéndose de hombros. Se mantuvo en silencio por un momento y frunció el ceño—. Ahora que lo pienso... fue muy raro todo ese asunto. Creo que estabas demasiado ocupado como para fijarte en cada uno de los invitados, pero se puso muy pálido, decía que tenía náuseas y que estaba mareado.

—Qué extraño... —Starkey frunció el ceño.

El teléfono que Lennon tenía en su despacho comenzó a sonar, cosa que llamó la atención de los dos hombres. Antes de llevarse la bocina a la oreja, el magnate estaba seguro de que se trataría de un indignado Stuart.

— ¿Diga?

—Buenas tardes, mi nombre es Sadie, hablo de la empresa Asher & Co. —la voz no era de Stuart—. ¿Es usted el señor Lennon?

—Sí, ¿qué ocurre? —frunció el ceño y revisó de inmediato su reloj de muñeca.

Habían pasado casi cuatro horas desde que dejaron a Paul afuera del edificio de la empresa de escorts. ¿Y si algo le había pasado al chico? Los pensamientos más terribles invadieron la cabeza de Lennon. Sintió miedo.

—Necesitamos que venga lo antes posible para discutir sobre un asunto que se podría interpretarse como una violación al contrato que usted firmó con la empresa —le informó la mujer con un tono de voz extraño, no se podía identificar emoción alguna.

— ¿Una violación al contrato? —el magnate no entendía qué estaba pasando—. ¿Es porque Paul faltó a un par de revisiones? Hablé directamente con Peter Asher y llegamos a un acuerdo, pagué la indemnización y acordamos que nadie le diría nada a Paul.

—No es sobre eso, señor Lennon —le aclaró la mujer—, pero es un asunto muy delicado que debe discutirse lo antes posible. El señor McCartney sigue aquí, no permitiremos que se vaya hasta que lleguemos a un acuerdo con usted.

— ¿Paul está bien? —preguntó John, sabía que esa llamada no debía significar algo bueno—. ¿Puedo hablar con él?

—Me temo que el señor McCartney no puede comunicarse por el momento con usted, porque se encuentra todavía con el médico —las palabras de Sadie angustiaron todavía más al magnate—. De verdad, es de suma importancia que venga cuanto antes, señor Lennon.

—Iré de inmediato, se lo aseguro —John se levantó de su lugar sin despegar el dispositivo de su oreja.

—Perfecto —la mujer soltó una pequeña risa—. Lo esperaré en la recepción.

Lennon colgó y vio a su mejor amigo, quien había fruncido el ceño en cuanto comenzó a notar el nerviosismo del magnate, dejó la galleta junto a su taza de café. No era necesario que le explicara nada, tampoco que le pidiera que lo acompañara. Salieron del pasillo a toda velocidad, como si se tratara de una emergencia. Quizá lo era.

— ¿Pasó algo con Paul? —preguntó el ojiazul cuando salieron de la casa para dirigirse hacia el helicóptero.

—Espero que no, pero la mujer no me dio suficiente información —John rodeó el vehículo aéreo para abrir la puerta del lado del conductor—. Sólo dijo que seguía con el médico y que no permitirían que se fuera hasta que hablaran conmigo.

Los dos hombres subieron y, en tiempo récord, se encargaron de todos los elementos de seguridad necesarios antes del despegue. No intercambiaron palabras durante el viaje, lo cual le permitió a Lennon concentrarse en pilotar el helicóptero hasta la torre de su holding.

Después del exitoso aterrizaje, se dirigieron al ascensor del edificio. A John le pareció una eternidad el casi medio minuto que tardó la cabina en subir hasta el último piso de la torre y también el tiempo que se demoró en descender hasta el primer piso.

—Creo que nunca habíamos llegado tan rápido —mencionó Starkey mientras se dirigían al automóvil más cercano que había en el estacionamiento.

—Bueno, nunca había recibido una llamada así, y sabes lo mucho que Paul me importa.

John subió del lado del copiloto mientras que el guardaespaldas se sentó detrás del volante. El magnate comenzó a mover una de sus piernas con nerviosismo desde que su amigo encendió el auto, esperaba que Paul estuviera bien, y que sólo le hubieran hablado por algo que fuera su culpa. El pelinegro siempre iba a ser inocente de todo, y el castaño estaba dispuesto a protegerlo.

Starkey estacionó el vehículo en el estacionamiento de clientes de Asher & Co. y miró a Lennon, no sabía qué pasaba por la mente del magnate.

— ¿Quieres que te acompañe? —preguntó Richard—. Quizá tenerme ahí te ayude a estar más calmado.

El magnate negó con la cabeza.

—Iré solo, te veo más tarde —anunció John antes de bajarse del auto.

Lennon entró al edificio con paso firme, se registró en la entrada y pidió hablar con Sadie enseguida. La mujer no tardó en aparecer para pedirle que lo siguiera hasta el ascensor. La última vez que el castaño había estado en Asher & Co. había sido cuando decidió que Paul sería su acompañante, pero había olvidado por completo cuán incómodo lo hacía sentir el simple hecho de estar entre sus paredes.

— ¿Me va a decir qué es lo que está ocurriendo? —preguntó John con molestia en cuanto la mujer cerró la puerta de su oficina—. ¿Dónde está Paul?

—Señor Lennon, tome asiento, por favor —le pidió Sadie con una sonrisa amable antes de sentarse detrás de su escritorio. El castaño no tuvo otra opción más que hacerle caso—. Me gustaría aclararle que Asher & Co. quiere evitar cualquier problema con sus clientes, en este caso, con usted; así que lo he citado para llegar a un acuerdo sin vernos comprometidos en una batalla legal.

—La escucho —Lennon alzó una ceja.

—El señor McCartney aseguró no ser portador y uno de nuestros doctores lo examinó para comprobarlo —la expresión de la mujer se tornó completamente seria—. Desconocemos el porqué del error, pero estamos dispuestos a encargarnos de que esto no llegue a mayores si eso es lo que prefiere usted.

Las palabras de Sadie sólo podían significar una cosa:

— ¿Paul puede quedar embarazado? —John frunció el ceño, comenzando a sentirse desconcertado—. ¿Es portador?

—Correcto, señor Lennon.

El magnate sintió su estómago revolverse por la ansiedad que la situación le estaba provocando. Jamás se había cuidado al acostarse con Paul, al contrario, todas las veces se había asegurado de terminar dentro del pelinegro. Tragó saliva.

—Como parte de las revisiones que hacemos a nuestros empleados, hoy se envió una muestra del señor McCartney al laboratorio —Sadie le explicó—. Los resultados arrojaron positivo en embarazo. Lamentablemente no contamos con el equipo necesario para saber con certeza el número de semanas de embarazo...

—Mierda... —John intentaba mostrar valor, pero estaba asustado porque no sabía qué iba a pasar.

—Sabemos que en el contrato no se estableció ninguna cláusula que considerara la posibilidad de esta situación —dijo la mujer—, pero intentaremos arreglarlo. Nuestra propuesta es deshacernos del producto no deseado y realizar modificaciones al contrato para fijar nuevas condiciones, sólo tendría que firmar el acuerdo...

— ¿No se suponía que lo habían revisado? —John estaba muy confundido.

—Sí, el médico ya fue despedido —respondió Sadie—, y ya redactamos el posible nuevo contrato, me gustaría que lo revise ahora mismo para poder hacerle las modificaciones pertinentes, que lo firme y luego hacer que el señor McCartney lo firme también.

— ¿Y el bebé?

—A juzgar por los síntomas, el embarazo no está tan avanzado como para llamar así al producto, así que podríamos realizar un aborto, señor Lennon. Por favor, lea el posible nuevo contrato.

La mujer deslizó una carpeta por encima de su escritorio para que Lennon la tomara, el mencionado regresó el objeto del mismo modo.

—Quiero hablar con Paul antes de firmar cualquier cosa.





Vi un par de comentarios en contra del embarazo (o la idea de embarazo) de Paul, pero es que la historia ya estaba planeada desde un principio así :(

En fin... sé que el capítulo quedó un poco apresurado(?), pero me gustaría leer sus comentarios sobre lo que piensan que va a pasar cuando John vea a Paul.

¡Feliz Navidad! :)

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