Capítulo 24

Paul soltó un quejido cuando John recorrió las cortinas de la habitación para dejar pasar la luz del sol. No quería levantarse todavía, tenía una extraña sensación de que sólo se había recostado un segundo y al siguiente lo estaban obligando a ponerse de pie nuevamente. Lennon se sentó en el borde de la cama y acarició el cabello del menor.

—Despierta, dormilón —dijo, con voz calmada y amable—. Vamos, Paulie, no puedes pasar todo el día en la cama. Son casi las dos de la tarde, llegaremos tarde al evento si no te levantas ya.

— ¿Las dos de la tarde? —McCartney lo miró con desconcierto, no podía haber dormido casi quince horas seguidas—. Sólo lo dices para que me levante, ¿verdad?

El magnate se descubrió la muñeca para confirmar la hora en su Rolex.

—A menos de que mi reloj esté engañándome, faltan veinte minutos para las dos de la tarde —Lennon rió—. Toda la semana te has quedado dormido hasta que llego de trabajar. Quizá deberíamos comenzar a usar las noches para dormir, así podrás despertar temprano.

—Podría ser una buena solución.

—Sí, igual podríamos tener sexo durante la tarde, así terminarías exhausto y dormirías muy bien.

Paul se sonrojó. Su relación había mejorado bastante desde su estancia en Liverpool, principalmente porque John había evitado hacer preguntas demasiado personales y se había esforzado por darle al pelinegro su espacio. Además, no había tiempo para ningún tipo de cuestión cuando el tiempo juntos lo pasaban en la cama o degustando alguna de las comidas que Prudence había cocinado para ellos.

McCartney por fin se había convencido de que su trabajo como escort de Lennon no era del todo malo, y eso se debía a varias cosas: el magnate era muy bueno y considerado con él durante el acto sexual, siempre lograba alcanzar el orgasmo y no había tenido más sangrados; tenía mucho tiempo libre para hacer otras cosas divertidas en la enorme propiedad, como nadar en la piscina o dar un largo paseo por los jardínes; sin mencionar que con su salario ya tenía casi todo el dinero para pagar los ridículamente caros medicamentos para su madre.

John, por su parte, estaba feliz. El pelinegro lo mantenía satisfecho y se sentía más atraído a él cada que descubría algún nuevo talento de Paul, por pequeño que fuera, como cuando aprendió que el chico sabía tocar y afinar la guitarra a la perfección, sin mencionar su habilidad para hornear pasteles. Le encantaba tenerlo a su lado.

—Alístate —le pidió John antes de levantarse para dirigirse a la puerta—, tengo que llegar antes que los demás invitados para comprobar que todo esté en orden.

Apenas si el castaño salió de la habitación, McCartney se levantó, con más pesadez de la que le hubiera gustado admitir. Era muy tarde ya para negarse a acompañar a Lennon, pero se sentía como si un autobús le hubiera pasado encima. Se desperezó un poco y caminó hasta el cuarto de baño para tomar una ducha. La noche anterior había caído rendido en los brazos de John, así que ya se encontraba desnudo.

El agua caliente sobre su piel le ayudó a mejorar su estado de ánimo y disminuyó la sensación de entumecimiento en su cuerpo. Pasó el jabón por su blanquecina piel, perfumando cada centímetro con la suave esencia de rosas; cerró los ojos mientras se limpiaba el cabello con champú, frotando su cuero cabelludo para lograr ese estado de relajación en el que tanto le gustaba estar; y finalmente dejó que el agua se llevara todas las sustancias que tenía encima, incluyendo las que había utilizado para el baño.

Después de su ducha, Paul optó por vestirse con algo sencillo y, especialmente, no llamativo. Una camisa blanca junto a un pantalón azul marino parecieron las opciones indicadas. Aunque esperaba que la fiesta no se saliera de control, desconocía lo suficiente a los invitados como para saber cuál sería su comportamiento bajo los efectos del alcohol.

McCartney se arrodilló para buscar debajo de la cama el par de zapatos que se pondría y sonrió al ver al felino jugando con las agujetas de los mismos.

— ¿Estuviste aquí todo este tiempo, Goose? —le preguntó al gatito, quien dejó las agujetas en paz para salir y oler a Paul—. ¿Pasa algo?

Goose dejó de olfatear al pelinegro para restregarse no una sino varias veces contra su abdomen. Paul lo acarició con cariño hasta que escuchó que la puerta se abría.

— ¿De nuevo está aquí? No sé si debería sentirme celoso, creo que mi gato se está volviendo tu acosador número uno, Paul.

El pelinegro alzó la vista y se encontró con John, quien tenía un atuendo muy similar al suyo. Se veía más apuesto que de costumbre, algo que el menor atribuyó a la forma en que se había acomodado el cabello: no era el peinado usual, sino uno más rebelde.

—Creo que pasó la noche debajo de la cama... —McCartney apartó al gato para poder sacar sus zapatos—. Tenemos que ser más precavidos, ¿sabes? No quiero que le causemos serios problemas al pobrecito Goose.

Lennon soltó una carcajada y cargó a su mascota, acarició un par de veces su pelaje antes de volver a hablar, esta vez de manera burlona:

—De acuerdo, intentaré pensar en la salud mental de mi gato. Revisar debajo de la cama será nuestro nuevo ritual romántico previo al sexo, ¿te parece?

Paul soltó una risita. Le gustaban mucho las bromas de John; y a él, ser el causante de una melodía que consideraba angelical.

—Te ves muy bien —elogió el magnate.

—Gracias, tú también.

—Si no fuéramos con el tiempo justo, te quitaría la ropa ahora mismo.

—Contrólate —rió el menor—. Ya habrá tiempo para eso después.

McCartney se levantó y se colocó los zapatos para después indicarle a Lennon que estaba listo.

. . .

El magnate apagó el helicóptero y, con una sonrisa tímida, miró a su acompañante, quien seguía distraído observando por la ventana. Había sido un trayecto silencioso desde Tittenhurst Park hasta el edificio de su holding, pero John sabía lo mucho que le gustaba al pelinegro contemplar Londres desde las alturas luego de que perdiera el miedo a volar, así que ya se había acostumbrado a que fuera así.

—Un penique por tus pensamientos.

—No estaba pensando en nada —contestó McCartney, desabrochando el cinturón de seguridad para luego quitarse los auriculares—. Pero ahora quiero hacer una pregunta.

—Dispara —Lennon imitó las acciones de su acompañante y guardó el par de auriculares en su lugar.

— ¿Desde hace cuánto sabes hacer volar un helicóptero?

—Pues... obtuve mi licencia algunos meses después de mudarme a Ascot —respondió Lennon—. No es una distancia corta y el tráfico es horroroso a la hora en que finaliza mi jornada laboral. Tuve un par de accidentes por intentar llegar pronto y, mientras estaba en el hospital recibiendo puntos en una herida, Ringo bromeó que debería comprarme un avión para ir a casa. No compré un avión, pero sí un helicóptero.

— ¿Sabes volar aviones?

—No —John rió y negó con la cabeza—. ¿Para qué querría saber eso?

—No lo sé, pilotear aviones suena a algo que la gente millonaria enseña a sus hijos.

—Sí, pero yo no nací siendo millonario, Paul —confesó Lennon sonriendo con timidez, la historia de cómo había llegado hasta su posición actual era complicada—. Quizá luego te cuente más sobre mí, no olvides que soy el anfitrión de la despedida de soltero de hoy.

—Claro, lo siento.

Ambos bajaron del vehículo aéreo y pasearon por las oficinas de Lennon Enterprises Holding Inc. hasta llegar al estacionamiento. Starkey estaba esperándolos junto a un auto que valía más de lo que una persona común podría ganar luego de una vida entera trabajando.

— ¿Ansioso? —le preguntó John a su amigo.

—Nervioso, a decir verdad —respondió Richard—, espero que tus locuras no hayan llegado muy lejos.

—Nada de nerviosismo, te vas a divertir como nunca.

El magnate abrió la puerta del auto para que el pelinegro subiera, después subió él. Richard se encargó de conducir el vehículo hasta el muelle de Santa Catalina, donde un lujoso yate se encontraba atracado para lo que John llamaba "la última noche divertida de Ringo". Los tres bajaron y observaron la embarcación, Lennon sonrió al ver la cara de su amigo.

—Borra esa cara de tonto —se burló del guardaespaldas mientras caminaban hacia el acceso—. ¿Acaso pensabas que iba a organizar la última gran fiesta de mi mejor amigo en un barco de juguete, narizón?

—Bienvenidos a bordo —los saludó Stuart antes de hacerles una seña para que lo siguieran hasta el área donde se llevaría a cabo la fiesta—. Me aseguré de llegar antes para unirme a la tripulación y ayudar con lo que fuera necesario, John. Espero que no te moleste.

McCartney frunció el ceño, preguntándose por qué estaba él ahí. Hasta donde sabía, Richard y él no eran amigos. Le dirigió una mirada confusa a Lennon para incitarlo a explicarle el motivo.

—No me molesta —le respondió a Sutcliffe—, la invitación a los empleados para sumarse a la tripulación era abierta, pero debo admitir que me sorprende verte aquí.

—Bueno, no es muy común que el jefe le organice una lujosa despedida de soltero a un empleado...

—John no sólo es mi jefe, Stuart —le recordó Richard—, también es mi mejor amigo y debes saber que yo no quería tener una despedida de soltero lujosa.

—Claro, lo que digas —el diseñador sonrió de manera forzada antes de fijar sus ojos en John otra vez—. Veo que trajiste a McCartney... qué bien, necesitamos más personas para lavar trastes y todo eso.

—Paul viene como invitado, Stuart.

— ¿Como invitado? —el diseñador alzó una ceja con incredulidad—. Ninguno de los otros empleados viene como invitado, ¿por qué McCartney sí?

—Porque Paul viene como pareja de John —contestó Starkey.

La expresión colérica de Sutcliffe fue digna de fotografía.

—No, está bien, Richard, puedo ayudar —Paul se encogió de hombros y miró al magnate—. Tú vas a estar ocupado en otras cosas también, así que no me hará mal ocuparme un poco, ¿no lo crees, Johnny?

El chico de ojos color avellana había dado un especial énfasis a la forma cariñosa en que llamaba al magnate, sólo por molestar a Stuart. La respuesta de Lennon lo hizo sonreír como tonto:

—Sólo si tú quieres hacerlo, Paulie —el castaño le hizo un guiño—. Pero no quiero que te agotes demasiado, te necesito con energía para más tarde.

—Claro —McCartney sonrió antes de girarse para ver a Stuart, el chico tenía cara de pocos amigos—. ¿En qué ayudo?

—Ven, ayudarás a William —Sutcliffe lo tomó del brazo con brusquedad y lo llevó hasta lo que parecía ser un camarote previo a la cocina—. Hay que mover esas cajas, sacar la vajilla y quitarle el polvo.

—Bien.

Paul esperó a que Stuart se fuera para acercarse a las cajas. Frunció el ceño al descubrir que William era el chico embarazado que John había contratado gracias a que McCartney aceptó tener una cita con él. La barriga del rubio era más grande que la última vez, su embarazo era evidente.

—Dame esto —el pelinegro le quitó la caja de las manos—. No deberías cargar estas cajas, podrías hacerle daño a tu bebé.

—Lo sé, pero no hay más personas disponibles —contestó Campbell, acariciando su pancita por encima de la ceñida camisa negra que todos los de la tripulación llevaban—. ¿No es usted el novio del señor Lennon?

—Sólo dime Paul —el pelinegro le sonrió antes de dejar la pesada caja sobre una mesa. La abrió para sacar un plato y comenzó a quitarle el polvo con un trapo—. ¿Cómo vas con tu embarazo?

—Bien, ya voy a la mitad del quinto mes —William tomó otro plato para limpiarlo—. Mi embarazo ha sido muy tranquilo, tuve náuseas al principio, pero no los otros síntomas de los que todo el mundo habla. Ahora sólo padezco antojos de vez en cuando, y es horrible, porque no puedo ahorrar si tengo que comprar cualquier tontería que el bebé quiera.

—Bueno, podrías pedirle a tu pareja que te consienta.

—No, estoy solo en esto.

— ¿Qué le pasó al papá del bebé? —McCartney colocó el plato junto a los que ya estaban limpios y tomó otro.

—No lo sé —respondió el rubio, encogiéndose de hombros—. Descubrí que estaba embarazado y le conté que seríamos padres. Él no mostró mucho entusiasmo, pero dijo que me ayudaría con el bebé. —William puso el plato limpio en su lugar y comenzó a limpiar otro—. Se había mudado la siguiente vez que fui a verlo, nadie supo a dónde fue.

—Lo siento, debió ser difícil.

—Al principio sí lo fue —Campbell asintió—, pero ahora creo que podré criar a mi bebé sin él, o al menos le daré una vida mejor que la que mis padres me dieron a mí; pensar así hace que todo sea más sencillo.

Una vez que terminaron de quitarle el polvo a los platos, continuaron con los vasos y finalmente con los cubiertos. Se tenían contemplados pocos invitados, así que no se requería de muchas piezas. McCartney y Campbell llevaron todo a la cocina con mucho cuidado de no romper nada. Paul se llevó una mano a la nariz en cuanto notó el hedor a pescado, era más que desagradable. Tuvo que salir para tener algo de aire fresco.

Regresó en cuanto se le pasó la sensación de vómito inminente, pero eso no implicaba que las náuseas hubieran desaparecido. Vio a William salir de la cocina luego de dejar las últimas piezas de la vajilla, se sintió agradecido de no tener que volver a entrar ahí.

—Tienes suerte de estar en la lista de invitados —comentó el rubio, acariciándose la barriga—. El señor Lennon contrató a un chef profesional y ese pescado que están preparando sabrá a comida de dioses.

—Puedes comer el que me den a mí, si quieres...

— ¿Estás bien? —preguntó William con el ceño fruncido—. Te ves muy pálido, ¿quieres que subamos a la cubierta para que tomes aire?

—Vengo de allá —contestó Paul—. Estoy bien, creo, sólo tengo náuseas...

Campbell alzó ambas cejas y miró al pelinegro con sorpresa.

— ¿Tú estás...

—No —McCartney negó con la cabeza—. No soy portador. Fue ese tonto pescado, huele horrible, como si estuviera podrido o algo así, quizá se te antojó por el embarazo.

—No olía mal —William rió—. Todos los de la tripulación estamos deseando que alguno de los invitados no se presente para quedarnos con su comida, créeme, esos pescados son de los mejores que he visto.

—Si tú lo dices... —Paul rodó los ojos—. ¿Ahora qué haremos?

—Vamos con los que iban a limpiar el lugar donde será el evento, ya veremos en qué podemos ayudarles.

. . .

Casi todos los invitados llegaron a la hora indicada o incluso un poco antes, así que fue posible seguir con la organización que John había planeado. Lo primero programado por el magnate había sido la presencia de una bella y talentosa cantante que amenizó la cena de los presentes. Lennon había sido claro con las instrucciones: sólo canciones de Elvis; McCartney comprendió todo al notar que habían disfrazado a Richard como el rey.

— ¿No piensas comerte el pescado? —le preguntó John al pelinegro—. Creí que te gustaba.

—No huele bien... —confesó Paul, avergonzado de sus palabras—. Pero no te preocupes, William va a comérselo, así que no se desperdiciará. Yo no quiero.

El magnate cortó un trozo del pescado de Paul para acercarlo a su nariz. Frunció el ceño y miró al menor con confusión, el olor del alimento no era para nada desagradable, sino que incitaba a cualquiera a comerlo. Lennon se lo llevó a la boca para masticarlo con gusto, había sido un gran acierto contratar a ese chef.

—No huele ni sabe mal, Paul. Sólo estás exagerando, pruébalo.

—Estoy bien así.

John cortó otro trozo del pescado del pelinegro para acercarlo a la boca del chico, quien se apartó de inmediato y lo miró con enojo.

—Vamos, pruébalo, te gustará.

— ¡Ya te dije que no! —exclamó McCartney—. ¡Esa cosa está provocándome náuseas, no me lo comeré!

—No necesitas gritar, Paul —Lennon frunció el ceño, extrañado por el repentino arrebato de enojo de su pareja—. Veré si tienen algo más para Su Alteza...

John tomó el plato y se levantó para llevarlo a la cocina. No había lucido molesto, pero Paul estaba seguro de que tampoco estaba complacido. El pelinegro se cubrió la nariz para después salir a la cubierta. No se sentía bien. Ya no sólo tenía náuseas, sino que estaba muy mareado, lo cual debía ser a causa de los movimientos del yate.

Ya había oscurecido. Por fortuna, las noches de verano no eran frías. Se sentó en una de las sillas a observar las luces del muelle, con la esperanza de recuperarse pronto. Se llevó las manos a la cara, sin entender por qué había aceptado salir de la mansión de Lennon.

— ¿Paul? —alzó la vista al escuchar la voz de John—. Gracias al cielo que te encontré, estuve buscándote por todo el yate, ¿qué haces aquí?

—Necesitaba aire fresco...

El castaño se sentó en otra de las sillas e hizo una mueca.

—Paul, lo único que hay en la cocina es pescado, pero puedo mandar a Stuart a comprar algo para que cenes.

—Descuida, no tengo hambre —McCartney se encogió de hombros, sin querer admitir que no confiaba en Stuart para tal tarea—. Sólo muchas náuseas, por ese asqueroso pescado, y un mareo que parece interminable. Supongo que estar fuera de tierra firme no es lo mío... esta es la primera vez y ya la considero un gran fracaso.

Lennon rió y tomó su mano para depositar un beso en la parte posterior.

—Vamos adentro, el espectáculo de stripers está por comenzar y no creo que quieras perdértelo.

—Está bien.

El pelinegro accedió y, de la mano del magnate, regresó al salón donde los demás invitados ya estaban contemplando cómo cuatro chicas y un chico se desvestían con lentitud, sensualidad, y al ritmo de la música. John sonreía de oreja a oreja al ver la cara avergonzada y desconcertada de su mejor amigo. Maureen jamás se enteraría.

— ¿Quieres alguna bebida, John? —la voz de Stuart distrajo a Lennon lo suficiente como para soltar la mano de Paul.

—Eh... sí, tráeme un martini extra seco y para Paul uno de fresa.

—Claro...

Stuart se retiró para ir por las bebidas, momento que el magnate aprovechó para revisar el estado de su acompañante. McCartney parecía estar comenzando a recuperar su color normal, aunque todavía lucía con malestar.

— ¿Te sientes mejor? —le preguntó el castaño al pelinegro—. Ya no te ves tan pálido.

—Sí, estoy mejor —mintió Paul, lo último que quería era preocupar a John—. Lamento haberme exaltado, de verdad me daba mucho asco el olor.

—Está bien, Paulie, lo importante es que ya te sientes mejor —Lennon besó su mejilla.

Ambos alzaron la vista al escuchar a alguien carraspear. Sutcliffe había vuelto con las bebidas que le pidieron. John le entregó el martini de fresa a Paul y luego retiró su martini extra seco de la bandeja de Stuart. El esposo de Astrid se retiró enseguida.

— ¿Y bien? —preguntó el magnate apenas si el menor le había dado un trago a la bebida.

—Creo que es un tanto fuerte para mi gusto, pero no está mal.

—Tiene una alta cantidad de alcohol —explicó Lennon antes de darle un sorbo a la suya—. Estarás bien siempre y cuando no bebas demasiado rápido. Es una bebida para disfrutar con calma.

—Entiendo...

. . .

Para cuando el espectáculo de stripers hubo terminado, Paul estaba sentado en el regazo de John, con su cabeza reposando en el pecho del magnate y los ojos cerrados, sumamente ebrio. Lennon, por su parte, no entendía cómo había pasado. Había vigilado de cerca cada trago que su acompañante le dio al único martini que bebió.

—Mi cabeza, Johnny...

El mencionado soltó un suspiro lleno de pesadez.

— ¿Quieres que vayamos a casa, precioso? —le susurró John en el oído. El pelinegro sólo pudo asentir con lentitud—. Bien, te llevaré a casa.

Lennon cargó a McCartney sin problemas para poder sacarlo del lugar. Lo sentó en una de las sillas de la cubierta, sin saber cómo iba a regresar a casa sin la ayuda de Richard. Sonrió un poco al ver a William salir del salón con la bandeja vacía.

—Campbell, ¿podrías cuidar a Paul mientras arreglo un asunto?

—Claro, señor Lennon.

El castaño besó la frente de McCartney antes de volver a entrar al yate. Se dirigió a la cocina, creyendo que Stuart se encontraría ahí. Se equivocó. La única persona que se encontraba ahí era el bartender.

— ¿Dónde está Stuart?

—Señor Lennon, qué sorpresa —el hombre lo vio con admiración—. Stuart acaba de salir con un par de bebidas, ¿quiere que le prepare otro martini de fresa como el de hace rato?

— ¿A qué se refiere con eso? —preguntó John con el ceño fruncido.

—Stuart me dijo que había pedido un martini con el que no pudiera levantarse, pero veo que usted tiene una tolerancia al alcohol bastante alta...

Fue en ese momento cuando el castaño se sintió verdaderamente molesto, el estúpido de Stuart había alterado la bebida de Paul.

—No, sólo dígale a Richard que me llevé el auto —fue todo lo que dijo antes de salir para seguir buscando a Sutcliffe. Lo encontró en la puerta del salón. John le dedicó su sonrisa más encantadora—. Necesito que me hagas un favor, Stu.

El mencionado sonrió de oreja a oreja, acercándose a Lennon hasta quedar a centímetros de él.

—Lo que quieras, Winnie.

—Es que... Paul está indispuesto y, bueno, creí que querrías acompañarme a casa, como en los viejos tiempos.

—Me conoces muy bien... —Sutcliffe rió.

—Será una noche inolvidable para ti, lo prometo.

El magnate regresó junto a Paul y William para volver a cargar a McCartney, quien ya se encontraba dormido. Lo subió al asiento trasero del auto con delicadeza y le pidió a Campbell que subiera junto a él. Cerró la puerta y vio a Stuart.

— ¿Para qué quieres que ese chico vaya? —demandó saber, con los brazos cruzados y haciendo un puchero—. Creí que seríamos sólo tú y yo.

—Alguien tiene que cuidar a Paul —le explicó—, no quiero que broncoaspire...

—Siempre tan listo, Winnie —Sutcliffe despeinó el cabello del magnate—. ¿Vas a querer que conduzca? Porque ambos sabemos lo mucho que odias hacerlo, y lo mal conductor que eres.

Lennon forzó una sonrisa.

—Conduciré yo.

Ambos subieron al auto en sus asientos correspondientes. John se colocó sus lentes y encendió el auto. No intercambiaron palabras durante los siguientes cuarenta minutos. Hasta que el castaño se detuvo en mitad de la carretera, a varios kilómetros de la civilización.

—Bájate, Stuart...

— ¿Bajarme? —el mencionado rió.

—Sí, sal del auto ahora mismo.

— ¿Estás loco? —cuestionó Sutcliffe con una sonrisa, creyendo que se trataba de una broma.

— ¡Bájate! —le gritó John.

— ¿Por qué habría de hacer eso? —una expresión de confusión reemplazó la sonrisa de su rostro.

— ¡Porque yo lo digo! —exclamó el magnate—. ¡Saca tu horrible trasero de mi auto si quieres conservar tu empleo, Stuart!

El chico rodó los ojos y abrió la puerta para descender. William no entendía qué estaba pasando, nunca había visto a su jefe tan colérico. Stuart se cruzó de brazos y le dirigió una mirada retadora al magnate.

— ¡¿Y ahora qué quieres, John?! —preguntó con enojo.

—Quiero que no vuelvas a hacer lo que hiciste con la bebida de Paul —espetó Lennon—. Quiero que de verdad dejes de meter tus narices en mis asuntos, Stuart. Me lo prometiste...

—Las personas dicen mentiras...

—Pues yo no lo hago —el castaño negó con la cabeza—. Cierra la puerta, no quiero volver a verte.

—Perdóname, John —Sutcliffe comenzó a llorar, pero eso ya no provocaba nada. El castaño ya no era tan débil—. Dame otra oportunidad.

Lennon negó con la cabeza y aceleró lo suficiente como para que la puerta del auto se cerrara con violencia. William supo que lo mejor era mantenerse en silencio mientras seguía cuidando de McCartney.

El magnate estacionó el auto y bajó enseguida para ver cómo se encontraba Paul. Seguía dormido, luciendo como un precioso ángel. Campbell había hecho un trabajo asombroso para mantenerlo a salvo durante el trayecto.

Paulie, mi amor... —John lo sacudió ligeramente—. Ya estamos en casa, ¿cómo te sientes?

—Mal... —susurró el pelinegro—. Voy a vomitar...

—Entiendo —el magnate lo jaló para sacarlo del auto—. William, ayúdame, vomitará en cualquier momento.

El rubio pasó uno de los brazos de Paul por detrás de su cuello mientras que John se encargó de hacer lo mismo con el otro brazo. Tal como el castaño lo predijo, McCartney vomitó apenas si hubieron dado algunos pasos; Lennon permaneció a su lado, acariciando su espalda, hasta la última arcada.

—Yo lo llevaré a la cama —le indicó a William antes de entregarle las llaves del auto—. Regrésalo a donde estaba, en el muelle, quizá Richard lo necesite.

—No sé conducir —confesó el rubio con pena.

—Entonces ciérralo y búscame en el segundo piso —John cargó al pelinegro con delicadeza—. Yo dormiré junto a Paul en su habitación, tú puedes dormir en la mía.

—Gracias.

Lennon llevó a McCartney a la cama y, luego de dos semanas seguidas, durmió a su lado sin haber tenido intimidad previamente.





Tuve un ataque de inspiración, sigo sin poder creer que escribí este capítulo en un solo día :0

En fin, ¿qué opinan de lo que pasó con nuestros queridos personajes? 7u7

*Inserte quejas, sospechas, insultos, cumplidos, y peticiones aquí*

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