Capítulo 23

Paul le colocó a Maxwell la compresa fría encima de la zona del ojo para evitar que siguiera hinchándose y prosiguió a limpiar la herida que todavía estaba sangrando. Exprimió la gasa un poco y la llevó hasta el labio del rubio, quien soltó un quejido de dolor ante el contacto.

—No puedo creer que lo hiciera —chilló Maxwell, sujetando la compresa con una mano e intentando limpiar sus lágrimas con la otra—. Pensé que me quería, Paul; siempre dijo que yo le importaba y que nunca me cambiaría por nadie. Cumplí todas sus estúpidas fantasías, ¿qué hice mal?

—Deja de hablar o la herida no va a cerrar...

—Te aseguro que ese tal Dino no se la chupará tan bien como yo.

—Max...

—Le durará un rato el fetiche con el brasileño, luego vendrá a implorar mi perdón, y no se lo daré porque nunca debió golpearme así.

—Me rindo —Paul soltó la gasa con molestia y se alejó—, espero con toda sinceridad que te desangres, así dejarás de decir estupideces. Parece que no puedes estar un sólo segundo sin decir algo. Sí, Brian te golpeó, pero tú empezaste la pelea...

—Nada de esto habría pasado si no hubiera traído a Dino...

—Diogo.

—Lo que sea —el rubio cerró los ojos—. Nuestra relación iba viento en popa, ¿por qué decidió traerlo justamente en vísperas del final de mi contrato? ¿Crees que algo le haya molestado de mí?

—No lo sé, eso debiste preguntárselo a Brian antes de lanzarte como bestia encima de Diogo.

—Porque sé que no estoy feo, ¿o el brasileño es más apuesto? —Edison sollozó—. ¿Por qué mi carne tuvo que ser cruda y la de él un término perfecto? Creí que le gustaba la carne cruda...

—En serio, ya cállate, me estás causando un dolor de cabeza. Iré a revisar que mi equipaje esté completo, debo salir pronto si no quiero perder el vuelo.

Maxwell pareció escuchar por primera vez a Paul, porque permaneció en silencio por un tiempo récord; pero su voz volvió a sonar justo cuando McCartney estaba a punto de salir del cuarto de baño:

—Déjame conquistar a John...

— ¿Qué? —el pelinegro se giró de inmediato, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

—Tú tienes una familia y ambos sabemos que no te gusta este trabajo —habló el rubio—. Yo no tengo nada, Paul; y no sé hacer otra cosa que no sea dar mamadas y darme la vuelta para que me tomen a placer.

McCartney negó con la cabeza.

—Eso no es cierto, eres muy listo y carismático —le aseguró Paul—. Me has enseñado muchas cosas y, sí, puede que deteste este empleo, pero es la única forma en que conseguiré el dinero para salvar a mi madre.

—Yo te daré el dinero, sólo déjame ser el escort de John.

—No, Maxwell.

—Ni siquiera lo quieres —le reprochó Edison con un tono de voz burlón—. Ese hombre ha hecho hasta lo imposible por agradarte y lo sigues rechazando; yo no lo voy a rechazar, seré sumiso y le gustará mucho.

—Deja en paz a John... —dijo Paul antes de salir deprisa del cuarto de baño.

— ¡Va a reemplazarte en cuanto se aburra de ti, y eso pasará pronto, te lo aseguro!

—Quizá, pero voy a disfrutarlo mientras eso pasa —Paul rodó los ojos—. En serio, no me llames hasta que se te enfríe la cabeza y dejes de hablar de John como si te perteneciera.

El pelinegro tomó su equipaje y, esperando que no estuviera dejando nada en el departamento de Edison, salió de la casa para tomar un taxi que lo llevara hasta el aeropuerto. Iba a arreglar las cosas con John. No lo iban a reemplazar. Salvaría a su madre y la historia tendría un final feliz.

. . .

Aunque el vuelo era de corta duración y apenas si había presentado turbulencia, McCartney bajó sintiéndose muy mareado. Para empeorar las cosas, el dolor de cabeza que tenía desde que estuvo ayudando a Maxwell seguía presente. El aire acondicionado del aeropuerto pareció ayudarlo a sentirse ligeramente mejor conforme caminaba hacia la salida.

El pelinegro llevaba su equipaje con una mano y miraba su alrededor con curiosidad mientras seguía caminando. No sabía dónde estaba la salida, así que se limitó a seguir a la gente hasta que encontró un letrero que indicaba por dónde podía salir.

John había dicho que iría personalmente a recogerlo. McCartney estaba experimentando una mezcla de nervios y emoción ante la idea de volver a ver al castaño. Tenía un buen presentimiento esta vez.

Una sonrisa tímida apareció en el rostro de Paul sin que se lo propusiera, del mismo modo que sus mejillas comenzaron a teñirse de carmín. John estaba ahí, vestido con un elegante traje color azul marino. El magnate lo esperaba, con un peculiar brillo en su mirada y su característica sonrisa amigable.

El pelinegro se detuvo delante de él y sintió cómo un escalofrío le recorría la espina dorsal. No supo qué clase de impulso lo llevó a bajar su equipaje para lanzarse a los brazos del castaño, quien no se esperaba el gesto.

—Me alegra que estés de regreso —comentó John, pasando sus manos por la espalda de Paul—, ¿estuvieron bien las vacaciones?

Lennon sintió un cosquilleo en el cuello, le costó unos segundos percatarse de que se debía a la cercana respiración del pelinegro.

—Hueles muy bien —comentó el menor, hundiendo todavía más su rostro en el cuello del magnate—. ¿Te pusiste alguna loción especial?

—Eh... no, la misma de siempre —el castaño rió.

—Me gusta cómo huele...

Lennon tuvo que separar a McCartney de su cuello porque estaba comenzando a sentirse excitado, era una de sus zonas erógenas más sensibles. El pelinegro lo miró con confusión y un poco de decepción, sin entender por qué lo habían apartado. El magnate suspiró y tomó el equipaje de Paul, antes de que este último pudiera negarse.

—Richard está esperándonos en el auto, vamos.

Ninguno de los dos dijo palabra alguna durante el trayecto hasta la zona del estacionamiento donde se encontraba el auto, pero el silencio no se sintió incómodo como podría pensarse, porque ambas mentes estaban ocupadas pensando en cuáles serían las palabras más adecuadas para decirle al otro apenas estuvieran dentro del vehículo.

—Hola, Paul —le saludó Richard, abriendo una de las puertas traseras para que la pareja ingresara—. ¿Disfrutaste el descanso?

—Por supuesto, pero me alegra volver a Londres —dijo antes de entrar al auto, seguido por el magnate.

—A mí me alegra que hayas vuelto —habló Lennon una vez que Starkey hubo cerrado la puerta. McCartney volvió a sonrojarse—. Dos semanas sin que alguien me rechazara fueron más que suficientes, en serio.

—También extrañé rechazarte... —confesó Paul, mirando a John a los ojos al mismo tiempo que se acercaba más a su rostro—. Puede que incluso te extrañara a ti, un poquito, tampoco es para que te emociones.

El castaño soltó un risita y se acercó todavía más al pelinegro, miraba sus labios con deseo, quería besarlo en ese mismo instante para recuperar todo el tiempo que habían estado separados. Lo deseaba.

—No sé qué está pasándome... —McCartney cerró los ojos y posó sus labios sobre los de Lennon, esperando una respuesta.

Necesitaba demostrarse a sí mismo que podía ser un escort muchísimo mejor que Maxwell. John no iba a reemplazarlo nunca, estaba decidido a convertirse en una especie de droga para él, aunque eso implicara convertirse en un actor digno del mejor de los premios existentes.

Un carraspeo en la parte delantera del auto los obligó a separarse. John alzó una ceja con molestia.

— ¿Conduzco de regreso a la oficina?

—No, vamos a casa...

Lennon miró a Paul apenas si Richard hubo encendido el vehículo. El pelinegro parecía entretenido mirando por la ventana un avión que acababa de despegar, lucía mucho más relajado que la última vez que había estado en Londres. El magnate sonrió.

—Cuéntame, Paul, ¿qué hiciste en tus vacaciones?

—No demasiado —McCartney se giró un poco para ver a John, había preparado la respuesta desde que se encontraba en el avión—. La mayor parte del tiempo la pasé con Maxwell, el amigo que te mencioné por teléfono. Todo fue risas, paseos por la ciudad, desvelos en casa, y buenos consejos: me divertí mucho con él.

—Entiendo... —Lennon asintió lentamente, no podía evitar sentir celos cuando el pelinegro hablaba de Edison así—. Qué bueno que tú te divertiste, yo sólo me aburrí en juntas de accionistas y firmando muchísimos documentos...

—Ese es tu trabajo, no te quejes —Paul soltó una risita.

—Me gusta tu risa —le confesó John. Su sonrisa se ensanchó al notar el rubor en las mejillas del menor—. No puede ser, te sonrojaste con un cumplido tan simple...

McCartney desvió la mirada hacia el suelo, como si estuviera sumamente avergonzado por lo que acababa de pasar. Tragó saliva antes de confesar:

—No puedo evitarlo...

Lennon se acercó todavía más a él para tomarlo por la barbilla. Las avellanas buscaron los ojos del magnate, pero estos estaban enfocados por completo en los delgados labios de Paul como si fueran un preciado objeto al que debía brindársele toda la atención posible. El pelinegro cerró los ojos al sentir el contacto de la piel de sus labios con la yema del dedo pulgar del magnate; era un toque suave, cuidadoso, muy placentero.

McCartney lo estaba disfrutando tanto que se sintió desconcertado cuando se detuvo, abrió los ojos para incitar al magnate a seguir haciéndolo, pero ya no se encontraba tan cerca como hacía unos segundos, sino que se había apartado hasta el otro asiento. El pelinegro no supo qué decir o hacer, sólo se preguntó una y otra vez qué había hecho mal.

El trayecto hasta Tittenhurst Park fue una tortura para Paul, principalmente porque el inmaculado silencio de John y Richard le permitió a su mente tener toda clase de pensamientos tristes y frustrantes por lo que había pasado. Lennon no lo había rechazado sólo una vez, sino dos veces, en menos de una hora; no lo entendía, y eso comenzó a dar pasó a las inseguridades.

Siempre era él quien rechazaba todo intento de relacionarse, John nunca había actuado así. ¿Y si ya no lo encontraba atractivo? ¿Cómo iba a ser posible que hubiera cambiado de opinión si había seguido todas las medidas para mantenerse igual? No había subido de peso y había dormido como un bebé en las noches previas para no tener ojeras. ¿Y si estaba a punto de hacerle lo mismo que Brian a Maxwell? ¿La ropa que se había puesto ese día no había sido la más indicada? ¿Tenía mal aliento?

Sintió unas inmensas ganas de llorar, y se cuestionó a sí mismo si era un mal momento para pedir un abrazo.

Las enormes puertas de la propiedad crujieron para dejar el camino libre para el auto. Starkey no se detuvo hasta que el vehículo estuvo frente a la mansión, luego bajó para abrir la puerta trasera. John fue el primero en bajar, en silencio, sin sonreírle al menor ni hacer gesto alguno. Paul se limitó a seguirlo del mismo modo.

—Yo me encargo del equipaje, Ringo —le avisó John antes de dirigirse al maletero a sacarlo—. Ya hiciste suficiente con llevarme al aeropuerto y traernos hasta acá. Como agradecimiento, puedes retirarte ya. Saluda a Mo y a mini Ringo de mi parte, ¿de acuerdo?

—Muchas gracias, John —el ojiazul sonrió antes de subirse al auto nuevamente.

El magnate cerró el maletero para después hacerle una seña a su amigo, quien encendió el vehículo para salir de la propiedad. El chico de ojos avellanas siguió el auto con la vista hasta que fue imposible seguirlo viendo.

—Vamos adentro, Paul —le dijo con amabilidad—. Quiero mostrarte algo nuevo que hay en tu habitación, te apuesto lo que quieras a que te va a encantar.

El pelinegro no contestó, aún se encontraba lo suficientemente sensible y no quería que John lo considerara débil.

Entraron a la mansión y recorrieron sin prisa alguna el camino hasta el recinto en el que McCartney había dormido la mayor parte de las noches que había pasado en casa de Lennon. El castaño dejó la maleta de Paul junto a la puerta y se apresuró a encender el tocadiscos. Colocó un vinilo de Elvis y luego posicionó la aguja en el lugar indicado.

—Sé que la música te gusta, así que creí que sería un buen regalo de bienvenida, ¿te gusta? —se dio media vuelta para ver al pelinegro y frunció el ceño al verlo con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Estás bien?

— ¿Soy un mal escort, John? —la voz de Paul dejaba ver lo desconcertado que se encontraba—. Sé que te he rechazado muchas veces, pero tú nunca me habías rechazado y... no sé qué hice mal. No sé si es mi ropa, o que ya no me consideras atractivo, o quizá mi aliento.

—Yo... —Lennon apagó el tocadiscos sin delicadeza alguna, soltó un suspiro y se sentó en el borde de la cama—. No, no eres un mal escort, yo... lo siento. Debí comprar rosas o alguna de esas cosas clichés, supongo. Si no lo quieres, me lo llevaré a otra parte, no importa...

Paul se sentó a un lado de John y tomó una de sus manos de forma temerosa, no quería otro rechazo. Tragó saliva antes de decir:

—No estoy hablando del regalo.

— ¿Entonces? —el castaño frunció el ceño y lo miró con confusión—. ¿Por qué me preguntas qué fue lo que hiciste mal? No has hecho nada mal.

—Me apartaste de ti cuando te abracé en el aeropuerto y no me besaste en el auto...

—Pues... no lo sé, lo hice sin pensar mucho —admitió John con voz burlona, antes de girar su rostro para darle un casto beso al pelinegro—. ¿Así está mejor?

—Un poco, sí.

Volvió a besarlo, con más fuerza.

— ¿Y ahora?

—Mejor —Paul sonrió.

—Estoy muy contento de que estés aquí de nuevo, de verdad —Lennon entrelazó sus manos para acariciar la piel de McCartney—. Quizá es tonto contártelo, pero estas dos semanas temí llegar escuchar el teléfono sonar y que fueras tú para decirme que no querías volver.

—No puedo renunciar hasta que termine mi contrato —contestó Paul al mismo tiempo que negaba con la cabeza y pasaba su pulgar por la piel de John—. No quiero meterme en problemas, y necesito el dinero.

— ¿Para qué lo necesitas? —preguntó el castaño, todavía acariciando la mano del pelinegro. Paul negó con la cabeza, no estaba listo para contarle a John esa parte de su vida—. De acuerdo, no me digas, no tienes que decírmelo todo, ¿cierto?

—Gracias por entender.

El magnate aprovechó el momento para besar al pelinegro, quien no sólo correspondió el gesto, sino que separó ligeramente sus labios para que el castaño pudiera introducir su lengua. Lennon atrajo el cuerpo de Paul hacia el suyo, McCartney enredó sus dedos en el cabello de John. Aunque no lo admitieran en voz alta, ambos extrañaban esos besos, así como el contacto y las caricias que el otro podía brindar.

El castaño sólo se dejó llevar cuando Paul le dio un ligero empujón para recostarlo sobre la cama, McCartney se colocó a horcajadas de la zona donde sus piernas se unían a su torso. No protestó al sentir las manos del pelinegro encargándose de los botones de su camisa, tampoco cuando estas comenzaron a acariciar su pecho. Se separaron por la falta de aire, pero había lujuria y deseo en los ojos de ambos.

Ninguno quería parar lo que habían empezado.

John se deleitó con el espectáculo de ver a Paul quitarse la camisa ante sus ojos. No pudo evitar llevar sus manos hasta la blanquecina piel para recorrer cada centímetro con caricias, dio un ligero apretón al llegar a los rosados pezones. McCartney se estremeció por el ligero dolor que sintió y apartó las manos de Lennon al instante.

— ¿Qué pasa? —el magnate frunció el ceño.

—Es que... me dolió —confesó Paul, acariciando la zona—. Creo que hoy tengo más sensibilidad. Sólo... no los toques de nuevo.

—Está bien.

El menor no quiso darle más importancia al asunto, por lo que comenzó a frotar su cuerpo contra la entrepierna de John. Podía sentir la cada vez más firme erección que se estaba formando debajo de los pantalones de Lennon, y eso no estaba provocando otra cosa que no fuera hacerlo sentir más excitado.

—Te necesito —susurró el pelinegro antes de morderse el labio.

—De acuerdo, sólo tengo que ir por el lubricante —contestó John, tomando a Paul de las caderas para apartarlo.

—Así... —McCartney hizo un puchero.

—Aunque tengo muchas ganas de sentirte, no quiero lastimarte, Paulie —el castaño rió antes de salir de la habitación del pelinegro.

Paul se sentía muy caliente, algo poco usual en él desde que tenía catorce años; su cuerpo estaba pidiendo atención a gritos. Se deshizo del resto de su ropa mientras John volvía y esperó pacientemente a que el castaño apareciera por la puerta, quería ver su reacción ante su desnudez.

—Te ves increíblemente sexy, Paulie —fue lo único que Lennon pudo decir antes de abalanzarse sobre McCartney para besarlo.

John se separó de él sólo para poner lubricante en la entrada del pelinegro, tenía que prepararlo para evitar lastimarlo cuando lo penetrara. Introdujo dos dedos sin apartar la mirada del rostro de Paul, quien había cerrado los ojos para concentrarse en el placer que los dedos de Lennon estaban provocándole.

—Te gusta, ¿verdad?

El pelinegro soltó un gemido como respuesta. John estaba fascinado con lo receptivo que se encontraba el menor, quizá ambos habían deseado un segundo encuentro después de todo. Continuó moviendo sus dedos en el interior de Paul hasta que consideró que estaba lo suficientemente relajado para lo que seguía.

Retiró sus dedos del interior de McCartney y prosiguió a desnudarse con impaciencia. Tomó de nuevo la botella con lubricante y se colocó una generosa cantidad sobre su erecto miembro antes de dirigirlo a la rosada entrada de Paul.

Se introdujo con lentitud, disfrutando la calidez de las entrañas de su amante, así como del quejido que éste soltó. Se sentía diferente a la primera vez. Paul seguía deliciosamente estrecho, pero ahora su miembro se había deslizado sin problema alguno; sus cuerpos deseaban el encuentro, como si hubieran sido creados el uno para el otro.

No pudo hacer otra cosa que no fuera obedecer cuando McCartney, con un movimiento de sus caderas, le indicó a Lennon que podía moverse. El pelinegro hundió su cara en el cuello de John, besándolo para evitar soltar gemidos. Estaba disfrutando muchísimo del vaivén de sus cuerpos unidos.

De repente, Paul sintió cómo John se retiraba de su interior; pero antes de que pudiera preguntar el motivo, el magnate lo atrajo hacia él para después darle la vuelta. McCartney sintió de nuevo la punta de Lennon en su entrada, pero no parecía tener intención de entrar.

Johnny, por favor...

El magnate soltó una risita victoriosa y se introdujo de una sola embestida. Ambos gimieron y comenzaron a moverse con más fuerza que antes.

Paul sentía escalofríos cada que los testículos de John chocaban contra los suyos, era demasiado bueno en la cama, le encantaba que lo hiciera perder la noción del tiempo.

—Estoy cerca —susurró el pelinegro lo bastante alto para que John escuchara.

—Déjate llevar, Paulie...

Lennon aceleró la velocidad de las embestidas y comenzó a masturbar a McCartney hasta que este alcanzó su orgasmo, manchando las sábanas de la cama. Por otro lado, escuchar su nombre saliendo de los delgados labios de Paul fue más que excitante y satisfactorio para John, quien no tardó en unirse al pelinegro.

—Dios, Paul... —soltó mientras sujetaba con fuerza las caderas del pelinegro para eyacular en su interior—. Me gustas demasiado...

Se dejaron caer sobre la cama apenas si sus cuerpos se volvieron dos nuevamente; ambos estaban bañados en sudor, pero sonrientes y satisfechos.

—No vuelvas a irte tanto tiempo, ¿de acuerdo? —John quitó un mechón de la frente del pelinegro.

—No me iré —contestó Paul, acurrucándose contra el pecho de Lennon.

El magnate colocó su brazo detrás del menor para atraerlo más a su cuerpo y abrazarlo. McCartney cerró los ojos y soltó un suspiro, necesitaba tomar una siesta, se sentía muy cansado.

— ¿Paul?

— ¿Sí?

— ¿Te gustaría venir a la despedida de soltero de Ringo conmigo? —le preguntó el castaño—. Será en dos semanas, algo sencillo.

—Está bien, iré...

Lennon dijo algo más, pero McCartney ya no estaba del todo consciente. Su respiración se había vuelto tranquila, comenzaba a descansar.






Muchas gracias por todos los comentarios.  No siempre contesto, pero les aseguro que sí los leo, y de verdad me motivan mucho a seguir escribiendo.

Paul y John ya están juntos de nuevo, ¿creen que todo salga mejor esta vez? ¿Qué creen que pasará en la despedida de soltero de Ringuis? 7u7


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