Capítulo 2

Paul se sorprendió mucho al ver a George subir al autobús, porque el chico de grandes colmillos tenía un horario de clases diferente al suyo y no solían verse en la mañana. Harrison no dudó en sentarse junto a McCartney y dirigirle una sonrisa sincera.

—Buenos días —saludó el joven de cejas prominentes—, luces mejor que ayer, ¿pudiste conseguir el trabajo que querías?

—Pues... no exactamente, pero creo que hoy será mi día de suerte —contestó McCartney—. El gerente de la oficina de paquetería me dijo que buscara a un tal Brian Epstein en NEMS, ya sabes, la tienda de música, y que quizá él me daría trabajo; pienso ir después de clases.

—Es un buen lugar, espero que te den el trabajo, así podríamos estar al tanto con las novedades musicales —George asintió, mordiendo con ligereza su labio inferior por un momento al notar que Paul parecía estar en las nubes—. Por cierto, ¿cómo sigue tu madre? ¿Mejor?

El hijo mayor de los McCartney frunció el ceño. No necesitaba que nadie le recordara que su madre estaba enferma, tampoco quería hablar del tema con alguien que no fuera su padre o Mike, a veces ni siquiera con ellos. Había sido un rotundo error haber mencionado el tema con su amigo. Tragó saliva y asintió sin gran entusiasmo.

— ¿Podrías mandarle saludos de mi parte? —preguntó George. Paul lo miró, todavía con el ceño fruncido, pero luego relajó su expresión y asintió—. Muchas gracias, dile que espero que se recupere muy pronto para que vuelvas a ser el parlanchín que siempre he conocido.

Paul soltó un bufido antes de sonreír con timidez.

—Se lo diré, no te preocupes, pienso visitarla después de ir a hablar con el señor Epstein.

. . .

McCartney entró a la tienda de música sin estar del todo seguro de las palabras del gerente de la paquetería. ¿De verdad le darían trabajo en un lugar con tanto prestigio sólo porque el tal Bill Harry lo enviaba? Miró al suelo y descubrió que las agujetas de uno de sus zapatos estaban desabrochadas. No dudó en agacharse para arreglar el pequeño problema.

— ¿Todo en orden? —preguntó una voz suave y ligeramente aguda.

Paul alzó la vista para encontrarse con un chico rubio de agradable sonrisa y un cutis tan delicado que indicaba que su edad no era mayor de veinte años. No llevaba el cabello engominado hacia atrás como la mayoría de los jóvenes de Liverpool, posiblemente por lo rebelde de su cabello. McCartney se levantó enseguida y le devolvió la sonrisa.

—Sí, descuida, sólo necesitaba abrochar mis agujetas —le explicó el chico de cabello oscuro, todavía con la sonrisa en su rostro—. Me preguntaba si el señor Epstein se encontraba en la tienda, estoy buscando trabajo y, bueno, me dijeron que quizá él podría ayudarme. Me envió Bill Harry.

—Lo siento, no sé quién sea ese hombre, ni por qué te dijo eso —el rubio hizo una mueca de lástima que estuvo a punto de hacer sentir mal a Paul y logró borrar su sonrisa—, pero la tienda no está contratando por ahora.

—Entiendo... —McCartney suspiró con pesadez—. Buscaré en otra parte, que tengas un lindo día.

Paul intentó sonreír de nuevo, pero sólo una patética y extraña mueca logró ser plasmada en su rostro. Se sentía miserable, de verdad necesitaba ese trabajo para no sentirse como un estúpido muchacho inservible, quería ayudar a su padre. Dio media vuelta y se dispuso a salir, sin saber a cuál puerta debía llamar a continuación.

—Espera —la voz del rubio tomó a McCartney por sorpresa casi tanto como verlo otra vez frente a él—. Mi jefe, el señor Epstein, no está en su oficina, pero podría hablarle de ti cuando vuelva y quizá te consiga algún espacio cuando requiera un nuevo empleado.

—Muchas gracias, pero necesito el trabajo cuanto antes.

— ¿Y la escuela? —el muchacho de ojos azules señaló el uniforme de Paul—. El Liverpool Institute es uno de los mejores sitios para estudiar en la ciudad, no estarás pensando en dejarlo, ¿o sí, niño?

—Claro que no —McCartney se encogió de hombros como si las palabras del rubio no tuvieran importancia—. Sé lo que hago. Tengo casi dieciocho años, no soy un niño, ¿sabes?

—Pues luces como si tuvieras quince —el rubio se cruzó de brazos y alzó las cejas con suficiencia—, quizá un poco menos.

—Puede que tenga cara de niño pequeño, pero es sólo una apariencia —el muchacho de ojos color avellana imitó los gestos del rubio y los acompañó con una sonrisa digna de una diva—. Además, no es como si tú lucieras mucho mayor que yo.

El muchacho rubio soltó una carcajada antes de extender su mano hacia Paul para que la estrechara, cosa que McCartney hizo sin dudarlo mucho.

—Maxwell Edison —se presentó el chico rubio.

—Paul McCartney.

Edison era un verdadero enigma. Liverpool no era una ciudad demasiado grande, pero la tienda de música de NEMS era una de las más populares, por no decir la más popular.

—Eres un chico agradable —Maxwell asintió, sin apartar los ojos del muchacho de cabello oscuro—. Tengo veinte, sí soy... un tanto mayor que tú.

Paul jamás había visto a ese chico rubio y ciertamente no poseía ese burlesco acento que caracterizaba a los locales, pero no quiso hacer más preguntas. No era el momento.

—Sólo un poco.

La sonrisa del chico desapareció cuando un hombre alto y de cabello ligeramente ondulado, vestido con un traje que debía costar más de lo que Paul podía gastar en dos semanas, ingresó a la tienda. Maxwell lo saludó con un gesto respetuoso de la cabeza. McCartney observó al hombre hasta que desapareció tras una puerta que parecía conducir a las oficinas.

— ¿Tienes algún número de teléfono, Paul? —la aguda voz de Edison le provocó un sobresalto casi imperceptible a McCartney—. El señor Epstein necesitará tus datos.

—Sí, por supuesto —Maxwell le entregó un bolígrafo y una pequeña hoja para que el menor anotara sus datos. El chico de ojos avellanas no tardó en hacerlo—. Aquí está.

—Bien, yo me encargo —Edison dobló la hoja y la guardó en el bolsillo de su camisa.

Paul agradeció con una sonrisa en su rostro antes de salir de la tienda. Se esforzó por mantener el gesto en su cara durante su camino al hospital, pero no se sentía con demasiadas esperanzas de conseguir el trabajo.

Debía pensar en algo más.

. . .

McCartney se registró en la entrada del área de oncología del hospital y lavó sus manos lo mejor que pudo antes de ingresar, era política del lugar mantener el espacio limpio por la facilidad que los pacientes de esa zona tenían para atrapar algún virus que complicara su condición.

Caminó hasta la habitación de su madre, había necesitado muy poco tiempo para memorizar el trayecto. El chico de oscuros cabellos mordió su labio con discreción al mismo tiempo que sentía cómo su corazón se encogía. Su madre estaba despierta, leyendo un libro viejo que seguramente pertenecía a alguna de sus colegas.

—Hola —saludó con una pequeña sonrisa.

—Hola, cielo —los ojos de la mujer brillaron al ver a su primogénito—. ¿Qué tal estuvo la escuela hoy?

—No tan mal —el chico se encogió de hombros y dejó su mochila en el rincón de la habitación para acercarse a Mary. Besó su mejilla con cariño—. Todo el mundo comienza a preocuparse por la universidad y los estudios posteriores, pero no lo entiendo, todavía tenemos tiempo para pensar con calma.

La mujer negó con la cabeza lentamente, divertida por ver a su hijo tomarse a la ligera algo tan importante.

— ¿Tú has pensado en algo?

—Quizá... —Paul sonrió con timidez—. No creo tener lo necesario para asistir a una universidad, pero el instituto de formación docente suena bien. De cualquier manera, todo podría cambiar en las próximas semanas, así que no lo he hablado con nadie. Espero que guardes el secreto.

Mary asintió al mismo tiempo que una sonrisa se ensanchaba en su cara y su mente le brindaba varias imágenes de su hijo siendo un profesor exitoso al frente de una gran clase.

La conversación pareció morir con eso. La mujer llevaba días entre las cuatro paredes de esa habitación, pero no quería preocupar más a su hijo si hablaba sobre lo que los médicos decían de su salud; el muchacho no tenía mucho por contar tampoco, no deseaba que su madre se enterara que estaba buscando un trabajo, estaba seguro de que se opondría.

Paul suspiró y fue hacia la pequeña ventana que había en la habitación en cuanto el silencio que había entre su madre y él lo abrumó. El verano estaba a la vuelta de la esquina, los días eran radiantes, la gente sonreía. Estar afuera era como estar en una realidad alterna a la que estaba viviendo su madre.

—Ya casi es tu cumpleaños —el joven se giró al escuchar la voz de Mary y asintió sin mucho entusiasmo—. Sigo sin poder creer que mi bebé está a punto de cumplir dieciocho, ¿no podríamos regresar el tiempo?

El chico soltó una pequeña risa ante el comentario de su madre, sintiéndose incapaz de externar su deseo de regresar el tiempo para no estar viviendo una pesadilla. Mary intentó levantarse, pero no tenía la fuerza necesaria.

— ¿Necesitas algo? —Paul se acercó a ella de inmediato, preocupado—. Sabes que puedes pedirme cualquier cosa y te la traeré, el médico dijo que no era bueno que hicieras esfuerzos innecesarios.

Su madre negó con la cabeza y, aunque siempre intentaba lucir fuerte delante de sus hijos, no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas por el cúmulo de emociones que tenía guardadas. Los pronósticos no eran buenos, sabía que su marido empezaba a vérselas difícil para mantener la casa sin el dinero que ella aportaba y eso la lastimaba de una manera que los demás no podían comprender.

Mary se sentía impotente.

—Estoy bien, Paul, sólo un poco débil —sonrió para tranquilizar al chico—. ¿Recuerdas tu cumpleaños anterior?

El chico sonrió y asintió. Era complicado olvidarlo. Mary le había organizado una pequeña fiesta sorpresa en casa, horneó y decoró el pastel ella misma, incluso se había tomado la molestia de invitar a los amigos cercanos de su hijo. Fue el mejor cumpleaños de todos.

Cuando los invitados y su familia habían terminado de cantar la canción de cumpleaños y se suponía que debía pedir un deseo al soplar las velitas, Paul no había sabido qué desear. Se sentía tan pleno en ese momento que pidió algo tan simple como cuerdas nuevas para su guitarra. De alguna forma misteriosa, que sólo las madres conocen, estuvieron en su habitación pocos días después.

Ojalá los deseos se pudieran cambiar, porque entonces desearía salud para su familia sin lugar a dudas, en lugar de algo tan estúpido como un accesorio para su instrumento musical.

—Hablé con el doctor esta mañana —Mary miró a Paul a los ojos—. Quieren empezar con mi tratamiento el fin de semana y dijo que no voy a estar del todo recuperada para tu cumpleaños.

Para ese momento, ambos estaban haciendo su mayor esfuerzo para no quebrarse frente al otro. Era verdaderamente difícil.

—No te preocupes —el chico le sonrió a su madre—, tú salud es primero. Tenemos que ser optimistas: el tratamiento hará que mejores y podremos celebrar mi cumpleaños junto al de papá, ¿qué dices?

—Es una buena idea —la mujer asintió y sonrió un poco—, pero quiero que me prometas algo.

—Lo que quieras, mamá.

—Que vas a pasar un gran cumpleaños —Mary alzó las cejas—, sin importar que yo esté aquí en el hospital y sin pensar en la posible celebración que tendremos después. Tienes que prometerme que ese día saldrás con tus amigos y que te divertirás.

—Te prometo que pasaré un buen cumpleaños —dijo Paul—, pero no necesito salir con mis amigos a ningún lugar para eso. Sé lo difícil que es nuestra situación económica en estos momentos y no creo que gastar el dinero en una salida con amigos valga la pena.

—Arriba de la alacena hay una pequeña caja en la que guardo los hilos, ¿sabes cuál es? —el chico asintió lentamente, sin saber qué pretendía su madre con decirle eso—. Bien, ahí hay dinero, sé que no es mucho, pero quiero que lo uses en tu cumpleaños.

—No, no puedo hacer eso —el pelinegro negó con la cabeza—. Es tu dinero y lo necesitan para el tratamiento. No necesito salir, ya te lo dije, me conformo con ver que te estás recuperando.

Mary quiso reír ante la testarudez de su hijo.

—Será mi regalo de cumpleaños, Paul.






En el próximo capítulo sabremos de John...

A. McCartney

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