Capítulo 19

El pelinegro frunció el ceño cuando despertó y sintió un brazo ciñiéndole la cintura, además de la respiración lenta y tranquila en su cuello. Con delicadeza, retiró el brazo y se levantó. Le fue inevitable hacer una mueca de dolor. No sólo le ardía el trasero por lo que John le había hecho la noche anterior, sino que sentía que la cabeza le estallaría en cualquier instante. Y luego estaba la horrenda sed. Tenía la sensación de que podía beberse un lago entero sin realizar un gran esfuerzo.

Paul ni siquiera se molestó en tomar su ropa o en ver a John una vez más, se limitó a salir de la habitación de Lennon sin hacer siquiera un pequeño ruido. Le dolía caminar, si podía llamarse así al extraño balanceo que estaba haciendo para desplazarse. Seguía preguntándose si haber bebido tanto la noche anterior había sido algo bueno o malo.

La molestia en su cabeza parecía estar incrementando conforme caminaba por el pasillo. Nunca volvería a exceder su límite, se prometió a sí mismo mientras se llevaba una mano a la frente, aunque eso no lograba calmar ni una pizca el malestar. Entró al cuarto donde se había quedado las noches anteriores y fue hacia el baño para encerrarse.

Las lágrimas aparecieron cuando su reflejo en el espejo lo recriminó con la mirada. Seguía siendo él, pero en cierto modo también era alguien distinto, una nueva versión. Una que estaba sucia, usada y muy débil. Siempre había creído que su primera vez sería en una cama repleta de pétalos de rosa, rodeado de velas y con alguien que amara desmesuradamente; nunca consideró que podía ser de otra manera. Deseó que su madre estuviera ahí, para abrazarlo, para brindarle consuelo por lo que acababa de pasar.

—Igual que una prostituta... —murmuró para sí mismo.

Suspiró con pesadez y limpió sus lágrimas, sabiendo que no podía hacer nada. Ya tenía demasiados problemas como para añadir uno más a la lista.

—Es temporal, es temporal —era lo único que podía repetirse en susurros mientras abría la llave de la regadera para ducharse.

El pelinegro creía que, de alguna manera, el agua caliente lo ayudaría a tranquilizarse y a disminuir sus molestias; y posiblemente volver a la cama después del baño también serviría para que se sintiera mejor.

. . .

La ausencia de Paul fue lo primero que John notó al despertar, y eso lo alarmó más de lo que le hubiera gustado admitir. El espacio que había ocupado el pelinegro estaba helado, lo cual sólo podía indicarle que se había levantado hacía más de quince minutos. Suspiró profundamente, preguntándose qué era lo que había hecho mal. Ninguno de sus amantes se había marchado antes de que el magnate despertara.

Sin lugar a dudas, McCartney era diferente a todos los anteriores.

El castaño se levantó de la cama, se puso sus calzoncillos y decidió vestirse con su bata para ir a buscar al chico; necesitaba conocer el motivo por el que se había ido sin avisarle, luego lo haría regresar a su lado. Esperaba que la noche anterior no hubiera sido sólo algo de su imaginación.

Descalzo, salió de su habitación para caminar por el pasillo. Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Paul y sonrió al encontrarlo sobre la cama, vistiendo sólo sus calzoncillos y abrazando una almohada sin hacer uso de demasiada fuerza. Los rastros de cualquier sustancia que había recorrido su cuerpo unas horas atrás habían desaparecido.

El empresario se dirigió a su despacho y se llevó el teléfono a su oreja para después realizar una llamada a Londres. Su secretaria no tardó en atender.

Lennon Enterprises Holding, Incorporation, habla Rita Montgomery, ¿con quién tengo el gusto?

—Rita, soy John.

—Señor Lennon —la mujer sonó sorprendida, su jefe no acostumbraba a llamar a la empresa—, ¿está usted bien? ¿En qué puedo ayudarle?

— ¿Recuerda que le presenté a mi pareja? —preguntó John. Obtuvo una respuesta afirmativa—. Bueno, pues Paul amaneció indispuesto y voy a quedarme en casa con él para poder cuidarlo como se merece.

—Entiendo... ¿quiere que posponga las dos reuniones que tenía programadas para hoy?

—Así es, Rita —confirmó Lennon—. Permita a los accionistas de ambas empresas decidir la fecha y el horario. En tanto no se empalme con otro compromiso, estaré de acuerdo. Si alguno muestra su inconformidad, avíseme y me comunicaré personalmente, ¿de acuerdo?

—Está bien, señor Lennon —contestó Montgomery—. Espero que el señor McCartney mejore pronto.

—Gracias, Rita.

John colgó y se dirigió al primer piso de la casa para ir a la cocina. Prudence, quien se encontraba cortando fruta para el desayuno que prepararía esa mañana, dio un respingo al ver al magnate cruzar la puerta de la habitación.

—Buenos días, señor Lennon.

—Buenos días —la saludó y caminó hacia la alacena para buscar un ingrediente en particular: menta—. ¿Te importa si utilizo la tetera por un momento? Quiero preparar una infusión para Paul.

—Yo puedo prepararla, si gusta —se ofreció la mujer—, así no pierde tiempo para ir al trabajo.

—No iré al trabajo hoy —el magnate le dirigió una sonrisa sincera a Prudence—. Mi novio me necesita más, así que me quedaré a cuidarlo. Debiste verlo anoche, el vino fue todo un éxito.

El ama de llaves se limitó a sonreír con timidez, sintiéndose incapaz de hacer un comentario apropiado.

—Fue una noche maravillosa, Prudence.

Lennon continuó con la preparación de la infusión.

. . .

El magnate fue muy cuidadoso al llevar la bandeja repleta de comida y la infusión de menta hasta la habitación de Paul. El pelinegro se encontraba sentando en la cama, con Goose recostado en sus brazos, y acariciando al felino con cariño. La mascota de John estaba ronroneando. McCartney sonreía.

—Le agradas —la sonrisa del pelinegro se borró al escuchar la voz de Lennon—. Yo... te traje el desayuno. ¿Cómo te sientes?

—Bien... —Paul no quería ver al hombre a los ojos, se sentiría avergonzado si lo hacía. El magnate colocó la bandeja con comida sobre la cama—. Sólo me duele un poco la cabeza, nunca había tomado tanto en mi vida. Ese vino fue un completo error.

El pelinegro no pudo evitar dirigir su mirada hacia la comida y su boca se llenó de agua. Todo lucía fresco y delicioso, realmente tenía mucha hambre. Intentó tomar un pedazo de manzana, pero la pata de Goose se interpuso. El minino quería que lo siguieran acariciando.

—Disfrutaste mucho el vino —John decidió quitar a Goose de los brazos de Paul, lo consiguió junto con un par de arañazos. McCartney no contestó—. ¿Podemos hablar de lo que pasó anoche?

— ¿Acaso importa? —Paul hizo una mueca y negó con la cabeza.

—Importa mucho —contestó John antes de soltar un largo suspiro—. Escucha, nunca me había despertado solo después de tener sexo y, bueno, supongo que es mi culpa, ¿no? Tenía demasiado tiempo sin estar con alguien, duré muy poco y... lo siento, creo que no lo disfrutaste como me hubiera gustado.

—Descuida, me siento un poco adolorido, pero lo disfruté —McCartney tragó saliva, aún no podía ver a Lennon a los ojos.

—Pero no debió ser tanto como con tus parejas anteriores, imagino que tienes experiencia en esto y yo... —soltó otro suspiro, no sabía elegir las palabras correctas—. No he tenido práctica en mucho tiempo. Quizá si me dijeras lo que te gusta, podría intentar superar a los anteriores...

— ¿Mis parejas anteriores? —el enojo que Paul sintió le dio el valor suficiente para mirar a John a la cara, se desconcertó en sobremanera al verlo muy afligido—. ¿De quiénes hablas? ¿Eso fue lo que te dijeron de mí? ¿Que he estado con muchos hombres y que tengo experiencia en el sexo?

—No, nadie me dijo nada, es sólo que... bueno, considerando tu trabajo...

—No soy una puta —las palabras fueron más dolorosas de lo que Paul creyó que iban a ser, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Llevo menos de dos semanas en esto, yo... te aseguro que anoche seguía virgen, John.

Incapaz de seguir sosteniéndole la mirada, el pelinegro fijó sus ojos en la comida. Esta vez fue Lennon quien tragó saliva y se sintió extraño, nunca había pasado por su cabeza la posibilidad de que McCartney no tuviera experiencia.

Paulie... —el castaño besó la mejilla del pelinegro—. Yo... no sabía que era tu primera vez, ¡maldita sea! Si lo hubiera sabido, habría sido más cuidadoso, me habría encargado de que fuera especial.

McCartney se encogió de hombros.

—Descuida, ya pasó.

— ¿Sabes? Estuviste maravilloso para ser tu primera vez —elogió John, ganándose una mirada incómoda por parte de Paul.

— ¿Se supone que eso es un cumplido que debo agradecer? —el pelinegro se sintió asqueado.

—No, no. Lo siento, no sé qué decir, fue un mal comentario —el magnate estaba nervioso. Suspiró—. Te prometo que nuestros próximos encuentros sexuales serán mejores y más placenteros, ¿o tú no quieres repetir? Porque si tú no quieres, no lo haremos.

El castaño esperaba con ansias que McCartney le confirmara que quería que se repitiera lo de la noche anterior, sólo así sabría si en verdad le había gustado la experiencia; pero no recibió más que otro encogimiento de hombros.

—No importa lo que yo quiera, está en el contrato —el pelinegro se llevó una mano a la cabeza para masajearse el cuero cabelludo—. Voy a hacer todo lo que tú me pidas.

— ¡A la mierda el contrato, Paul! —exclamó Lennon con molestia—. ¡Eres una maldita persona con sentimientos!

—No quiero tener problemas legales —aclaró McCartney con firmeza—, sólo necesito el dinero. Busqué este trabajo para conseguirlo, es necesario que lo haga.

— ¿Por qué es necesario que lo hagas?

—Tú nadas en dinero, no lo entenderías —el pelinegro negó con la cabeza—. Además... no estoy obligado a contarte sobre mis asuntos personales si no quiero, lo dice en el contrato.

De alguna forma, eso estrujó el corazón de John. Nunca iba a poder conquistar realmente a McCartney, pero tampoco estaba dispuesto a seguir el juego de la ridícula empresa de acompañantes que veía al chico como algo que no era, porque definitivamente Paul no era un objeto del que podía disponer a cambio de dinero.

— ¿Cuánto dinero necesitas? —preguntó John, frunciendo el ceño.

McCartney negó con la cabeza.

—Paul, está claro que no eres feliz con tu trabajo —habló Lennon—. No tienes que hacer algo que no quieres, ni siquiera porque un contrato lo dice...

—Es que... sé que todo será más fácil conforme pase el tiempo, pero por ahora todo es nuevo para mí y me abruma —confesó el menor—. No quiero contarte sobre el motivo real, pero no puedo dejar mi trabajo.

— ¿Qué te parece si tomas unas vacaciones de todo esto, Paul? —sugirió John—. Puedes ir a casa y pensar si estás haciendo lo que de verdad quieres hacer. Me queda claro que necesitas conseguir dinero, pero ser escort es un trabajo que requiere mucha estabilidad emocional y no creo que estés lidiando bien con eso.

—Aunque me gustaría, no puedo irme. Asher & Company me cobrará una gran multa si no cumplo con el contrato, me lo advirtieron antes de que firmara.

—Pues ahora yo soy tu jefe y quiero que vayas a casa, descanses y pienses en todo lo que ha pasado —dijo Lennon con seguridad en su voz—. No te preocupes por la empresa de acompañantes, yo me encargaré de eso.

Paul dudó un poco, pero terminó asintiendo.

—Bien, ¿dos semanas? ¿O preferirías tres?

—Dos semanas son suficientes —el pelinegro no quería abusar de la amabilidad del magnate.

—De acuerdo —John sonrió—. Ahora quiero que prepares tu equipaje... ah, también mejora esa cara, comprendo que tengas resaca, pero luces como si alguien acabara de morir.

McCartney sonrió un poco para complacer a Lennon.

. . .

Paul bajó las escaleras tomando su maleta con su mano izquierda, no llevaba demasiadas cosas dentro. Aunque John parecía haberle dado una salida de emergencia al horrendo trabajo que tenía, sabía que era imposible dejarlo. Tenía más razones para conservarlo que para dejarlo. La vida de su madre dependía de ese trabajo.

— ¿No olvidas nada? —preguntó Lennon, quien tenía un cigarrillo en la mano.

McCartney negó con la cabeza.

—Tengo todo lo que necesito en la maleta.

—Toma —el castaño le entregó a Paul un boleto de avión con destino a Liverpool y una tarjeta de su empresa donde había escrito el número telefónico de la casa—. Ringo va a llevarte en uno de los autos hasta el aeropuerto. La tarjeta es para que puedas llamarme antes de que se acaben las dos semanas y me cuentes cómo va todo.

—No tenías que comprarme un boleto de avión, me gustan los viajes en tren.

—Llegarás más rápido a casa —John se encogió de hombros, se colocó el cigarro en la boca y sacó un sobre de su bolsillo para entregárselo a Paul. Retiró el objeto de su boca y expulsó el humo—. ¿Con eso es suficiente o necesitas más?

El pelinegro abrió el sobre con cuidado y encontró una cantidad de dinero excesiva, una que jamás creyó poder ver a su corta edad. No pudo evitar que en su rostro se dibujara una expresión de completa sorpresa. Alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de Lennon.

—Es mucho dinero, no puedo aceptarlo.

—Es una paga justa, Paul —el magnate le dio otra calada al cigarrillo—. Considéralo tu paga de tres semanas, más un bono de vacaciones, más una generosa indemnización del jefe por lo que pasó anoche.

McCartney tragó saliva al darse cuenta de que Lennon estaba dándole dinero por haber tenido relaciones sexuales. Igual que a una prostituta. Paul quiso rechazar el dinero, su orgullo le decía que debía dejarle claro a John que no lo necesitaba; pero sí que le hacían falta esas libras para el tratamiento que su madre requería.

—Gracias —dijo el pelinegro mientras guardaba el sobre en el bolsillo de su pantalón.

—Si necesitas algo más, pídelo, tienes mi teléfono en la tarjeta.

Richard apareció en ese momento y le pidió a Paul que lo siguiera, cosa que hizo de inmediato. Pero, por alguna extraña razón, cruzar las puertas de la enorme propiedad no le brindó un gran alivio a McCartney.

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