Capítulo 18

Ringo sonrió al ver a John entrando a su propia casa a hurtadillas, igual que cuando eran pequeños y debía regresar casi al anochecer después de escaparse de la casa de Mimi para jugar con el resto de los niños del vecindario. El magnate dio un respingo al ver al guardaespaldas observándolo.

—Me asustaste, narizón —el empresario miró el Rolex de su muñeca únicamente para comprobar que había llegado a Tittenhurst Park a la hora que había prevista. Frunció el ceño al darse cuenta de que no había errado y miró a su amigo—. ¿No deberías estar durmiendo o haciendo cosas sucias con tu futura esposa?

—Debería, sí, pero estaba preocupado por ti —Starkey se cruzó de brazos—. Como tu guardaespaldas, debo asegurarme que estés bien en todo momento. Esta es la primera vez que te quedas en la oficina y llegas a casa después de medianoche, sé que Paul se tragará el cuento de que estabas muy ocupado, pero a mí no puedes engañarme.

Lennon rodó los ojos, a veces sentía que Richard se comportaba como una esposa celosa, y odiaba esa actitud; pero en algo tenía razón: podía decirle algo falso, pero siempre descubriría que John estaba mintiendo. Era como una extraña clase de poder de mejor amigo, o de guardaespaldas.

—Estaba pensando y no vi la hora, ¿de acuerdo? —respondió el magnate, sin querer dar más detalles, aunque supo de inmediato que Starkey no estaba conforme con su respuesta—. No sé si involucrar a una nueva persona en mi vida haya sido una buena decisión, está resultando más complicado de lo que creí; pero al mismo tiempo que quizá no todo esté perdido.

— ¿Lo dices por Stuart? —el guardaespaldas contuvo una carcajada—. Paul me contó sobre la escena de celos que protagonizó en tu oficina en la mañana, por supuesto que él no llamó "celos" a su comportamiento, sino "extraña obsesión".

—Creo que todavía siento algo por Stuart, Ringo —confesó John, avergonzado de sus palabras—. Verlo tan alterado en mi oficina porque le dije que tenía una nueva pareja... no sé, me calentó igual que a un puberto las revistas con mujeres desnudas. Siempre ha mostrado interés en mí, pero hoy fue... diferente. Me hizo recordar al Stuart del que me enamoré, ya sabes, posesivo y apasionado.

— ¿Y por eso echaste a Paul de forma abrupta y con premio de consolación? —Starkey alzó las cejas.

—No se trataba de ningún premio de consolación —aclaró Lennon, metiendo sus manos a sus bolsillos—. Pensaba llevarlo a comprar ropa después del trabajo porque esta mañana tuve que prestarle uno de mis trajes para que fuera a mi oficina, pero sí decidí sacarlo de mi oficina por lo que había pasado. Creí que Stuart volvería y, si una cosa llevaba a la otra, quizá podríamos...

—Estás bromeando, ¿verdad? —la voz de Richard sonó insegura.

—Ojalá lo estuviera —John suspiró y miró al techo—. Antes de que lo preguntes... no, Stuart no regresó. Lo busqué más tarde y al parecer había salido del edificio sin avisarle a nadie a dónde iría, creí que volvería, pero no lo hizo. Me sentí decepcionado, pero ahora, no lo sé, en parte me alegro de que no apareciera, iba a proponerle una locura.

—No me digas que ibas a pedirle que escapara contigo o algo por el estilo —habló Ringo antes de morderse el labio inferior y negar con la cabeza. Lennon volvió a mirarlo y se encogió de hombros. El guardaespaldas suspiró—. Pensé que este asunto ya había quedado zanjado hace años, John. Stuart es un hombre casado, padre de tres hijos y el responsable indirecto de las muertes de Cynthia y Julian.

—No intentes culpar a Stuart. El único responsable de eso soy yo, Richard, basta —Lennon le dio un leve empujón a su guardaespaldas para apartarlo de su camino—. Nuestra conversación de medianoche terminó, iré a ver a Paul, necesito decirle que quiero que se vaya en cuanto amanezca. Tara se equivocó, todos se equivocaron. No puedo sacar a Stuart de mi cabeza.

—Paul ya está dormido —le informó Starkey—. Intentó esperarte para cenar, pero entre Prudence y yo lo convencimos de que no llegarías a tiempo.

—Yo le dije que no tenía que esperarme —John se encogió de hombros—, pero está bien, gracias por haberlo convencido. Hablaré mañana con él. Necesito estar solo para saber qué es lo que quiero realmente, no estoy listo para una nueva relación, ni siquiera si se trata de una que está condicionada con un contrato.

El magnate comenzó a caminar hacia donde se encontraban las escaleras, pero la mano de Richard en su hombro logró detenerlo y que se girara. Lennon se cruzó de brazos, esperando que lo fuese a decir su amigo no tardara demasiado.

—Convenciste a Paul de tener una cita mañana... eh, hoy en la noche —le recordó Richard. El empresario asintió sin mucho entusiasmo—. Por favor, al menos espera para decirle que se vaya hasta después de la cita, debiste verlo, el pobrecillo pasó casi una hora sin poder decidir qué comprar para usar en su cena especial. Tara lo hizo para que tuvieras compañía, no te des por vencido tan pronto, inténtalo.

—Lo consultaré con la almohada, Ringo, buenas noches.

John subió las escaleras y comenzó a caminar hacia su habitación, pero tuvo una extraña corazonada que debía ver a Paul antes de irse a dormir, así que abrió la puerta del recinto donde se encontraba el chico de dormilones ojos color avellana. El magnate sonrió al verlo acostado, cubierto hasta la cintura con una delgada sábana que dejaba poco a la imaginación. No llevaba más que sus calzoncillos puestos. Era una noche calurosa. Lennon decidió acercarse más a él, incitado por la luz de la luna que entraba a través de la ventana que McCartney había dejado ligeramente abierta y que iluminaba por completo el rostro del joven.

El brazo izquierdo del chico estaba estático sobre la almohada, encima de su cabeza, mientras que su pecho subía y bajaba a un ritmo lento y calmado, confirmándole al magnate que Paul ya llevaba al menos una hora sumido en un sueño profundo. El hermoso pelinegro tenía la boca entreabierta y sus largas pestañas unidas, facciones que le brindaban un toque inocente. Sus labios se veían tan carnosos que John sintió un escalofrío, seguido de unas ganas intensas de besarlos.

Supo que Richard tenía razón, no podía ser tan impulsivo. Tenía que intentarlo. Quería ser feliz, aunque le durara sólo un breve instante el sentimiento; merecía algo mejor que Stuart.

Fue hacia la ventana para cerrarla, al igual que las cortinas, antes de salir de la habitación.

. . .

Paul despertó en medio de una habitación a oscuras, sintiéndose por un momento confundido al notar que no se trataba del lugar donde había despertado los últimos años. Se levantó deprisa y abrió las cortinas para darse cuenta de que el sol había salido hacía ya algunas horas. Maldijo por lo bajo y corrió a su armario para vestirse deprisa, aunque no estaba muy seguro de que John lo hubiera esperado.

Tomó una de las dos corbatas que había comprado gracias al consejo de Richard antes de salir corriendo para bajar las escaleras de la misma manera. Fue casi un milagro que no se estrellara contra Prudence, quien iba en dirección contraria con una bandeja repleta de comida caliente.

—Señor McCartney, me dirigía a llevarle el desayuno a su habitación... —Paul frunció el ceño al escucharla—. El señor Lennon me dijo que usted no estaba sintiéndose del todo fetén y que probablemente pasaría el día en la cama.

—Estoy bien, Prudence —contestó el pelinegro de inmediato—. ¿Dónde está el señor Lennon? ¿Ya bajó a desayunar?

—Sí, hace un par de horas —la mujer comenzó a reír, pero dejó de hacerlo al notar que McCartney empalidecía—. ¿Seguro que está usted bien? Se ha puesto usted como un cadáver de repente.

—Estoy bien —reafirmó Paul—. ¿El señor Lennon estaba enojado porque no me levanté a tiempo?

—Yo no diría que estaba enojado, sino preocupado por usted —contestó la empleada de John—. No me gusta meterme en los asuntos del señor Lennon, así que no le pregunté el motivo. Eh... ¿Tomará el desayuno en su habitación o quiere que regrese todo a la mesa?

—En la mesa, por favor.

El joven caminó hacia donde se encontraba el comedor con Prudence detrás de él. La mujer colocó cuidadosamente cada plato y cubierto en su lugar para después retirarse a la cocina, prometiendo volver para limpiar la mesa apenas si Paul terminara su comida. El desayuno le supo amargo a McCartney, pero no porque la comida no supiera bien, sino porque casi podía verse despedido apenas si volviera John del trabajo.

—Estúpidas cortinas —maldijo a las responsables de que no se hubiera despertado a tiempo para acompañar al magnate, aunque recordaba haberlas dejado abiertas. No entendía qué era lo que había pasado.

Dejó el desayuno a medias y se levantó para buscar un teléfono en la casa. Lo encontró en la sala, aquel recinto donde ese hombre soberbio que se había hecho pasar por Lennon lo había obligado a desnudarse y a mostrarse por completo sumiso ante él. Sintió un cosquilleo en el estómago al recordar el momento en el que John lo había salvado de seguir humillándose, pocas veces se había sentido tan aliviado con la llegada de alguien.

North East Music Stores, ¿en qué puedo ayudarle? —reconoció la voz de Maxwell al instante.

—Necesito un consejo.

— ¿Paul? ¡Hola! ¿Cómo has estado? —la emoción del rubio sonaba sincera.

—Creí que podría con este empleo, pero es probable que me despidan hoy mismo —dijo el pelinegro antes de relatar con lujo de detalles la serie de eventos que habían tenido lugar desde su llegada hasta el momento en que decidió llamarle—. No sé qué hacer, necesito el dinero.

—Acuéstate con él antes de que te despida —contestó Edison como si fuera lo más obvio del mundo—. El tal John suena bastante fácil de manipular, Paul. Si ya lograste evitar ser despedido con un sólo beso y conseguir que contratara a alguien tan inservible como un hombre embarazado a cambio de una cita, acostarte con él hasta podría implicar una propuesta de matrimonio, ¿no lo entiendes? ¡Podrías sacarle muchísimo más dinero del que necesitas!

—Es que yo nunca...

—Paul, tengo que colgar, hablamos luego —avisó el rubio antes de cortar la llamada.

—Nunca he tenido sexo —terminó la oración en un susurro, consciente de que su amigo ya no lo estaba escuchando—. No puedo creer que me metí en esto, ¿en qué estaba pensando?

McCartney apartó el teléfono de su oreja con lentitud y lo regresó a su lugar. Se mordió el labio inferior para evitar seguir hablando en voz alta consigo mismo. Por primera vez se preguntó cómo era que Maxwell sobrellevaba a la perfección el hecho de estar en una relación a cambio de dinero, el pelinegro no llevaba ni una semana y ya sentía sus nervios muy alterados. No era sencillo.

Se apartó del dispositivo y decidió pasear por la enorme casa hasta que llegó a otro salón, que estaba casi vacío y cuyas paredes estaban pintadas completamente de blanco. Abrió algunas de las ventanas para que entrara luz al recinto, al pelinegro le agradaban más los lugares iluminados. Sonrió con timidez al ver un piano de cola color blanco y se acercó sin prisas para sentarse en el banco.

Acarició las teclas con suavidad, descubriendo que estaba afinado a la perfección. El sonido que emitía también era magistral, mucho mejor que el del que tenían en casa de los McCartney. Cerró los ojos para dejarse llevar por la música, imaginando un mundo alterno en el que él se encontraba en Liverpool, su madre estaba sana y en lo único que debía preocuparse era obtener buenas notas para convertirse en profesor.

Melodía tras melodía, perdió la noción del tiempo. Mantuvo sus ojos cerrados con fuerza, sin querer regresar a la dura realidad en la que se encontraba. Hasta que el piano comenzó a emitir sonidos de teclas muy distintas a las que él estaba presionando.

—No sabía que fueras tan buen pianista —le elogió John, quien había entrado al salón sin ser percibido y se había sentado junto al pelinegro—. ¿Aprendiste en Liverpool?

Paul quiso reír, pero se contuvo.

—Es el único lugar donde he vivido, así que sí —contestó, sin dejar de acariciar las teclas con habilidad. No podía negar que la melodía sonaba mejor con el magnate colaborando—. Mi papá tocaba en todas las celebraciones familiares, yo aprendí en cuanto tuve la edad suficiente, pero no sé leer partituras, así que no me consideraría a mí mismo como un buen pianista.

John soltó una pequeña risa y dejó de tocar para llevar sus manos hasta las mejillas de Paul. Se olvidó de Sutcliffe y lo besó con pasión, un sentimiento que se despertaba en el magnate cada que el pelinegro se quitaba el escudo protector que parecía llevar todo el tiempo encima.

—Bueno, señor pianista modesto, vine a informarle que la comida está lista y que espero con ansias contar con su compañía —le dijo el magnate con una sonrisa burlona antes de levantarse del banco para salir de la habitación.

Paul se llevó una mano a sus labios para acariciarlos. No sabía si se trataba sólo de su imaginación o también de su falta de experiencia, pero podía jurar que John era grandioso al besar.

. . .

John se cercioró de que cada pequeño detalle en su balcón estuviera en orden para la velada que tendría junto a Paul en la noche antes de entrar a su habitación para dirigirse a su vestidor y cambiarse. Estaba acostumbrado a que todo saliera perfecto, pero el no haber tenido una cita en años comenzaba a ponerlo nervioso.

Había decidido usar un traje color negro que fuera elegante, pero no demasiado formal. Fue más complicado elegir una camisa, porque no quería usar la clásica de color blanco que sólo haría que su estilo informal quedara arruinado; aunque tampoco deseaba vestir una negra y que pareciera que estaba dirigiéndose a un funeral. Suspiró y tomó una camisa roja que siempre había deseado usar, pero que nunca se había atrevido a ponerse para ir a trabajar.

Contempló su atuendo frente al espejo y arrugó la nariz hasta darse cuenta de que se vería mejor sin el saco puesto. Lo retiró, luego acomodó el cuello de la camisa. Aclaró su garganta y extendió su mano hacia el frente.

— ¿Vamos a cenar, Paul? —negó con la cabeza y volvió a hacer ademán de extender la mano—. Ya estoy listo, ¿tú... no, no suena bien. —Hizo una mueca antes de volver a intentarlo—. Paul, ¿me harías el honor de acompañarme en esta velada? —Volvió a negar con la cabeza—. No, suena muy tonto.

—No suena tonto, pero ya habíamos acordado cenar juntos hoy...

La voz de Paul hizo que el magnate deseara que la tierra lo tragara. Se giró para inventar alguna excusa, pero no pudo emitir palabra alguna. McCartney había optado por ponerse un pantalón negro, una camisa blanca de manga larga y una corbata roja, además de un chaleco gris oscuro que le brindaba un toque de elegancia. El atuendo del pelinegro hacía que el magnate quisiese saltarse la cena para ir directo al postre, porque justo así era como lucía ante sus ojos: apetitoso.

—Te ves muy bien —fue todo lo que Lennon pudo decirle.

Paul se sonrojó ligeramente al mismo tiempo que una sonrisa tímida dibujaba en su rostro.

—Gracias, tú también te ves bien, John.

El empresario se acercó a su acompañante y lo tomó de la mano para dirigirse a la zona del balcón donde él mismo había dispuesto una mesa para dos personas. Una vez ahí, John soltó la mano de Paul para abrirle la silla. Esperó a que el menor tomara asiento antes de ir a su propio lugar. Tomó la botella de vino tinto y se encargó de servir las dos copas.

—No te pregunté si bebías alcohol o no, pero decidí arriesgarme —comentó John, con una sonrisa en su rostro, acercándole una de las copas con vino a Paul—. Te gustará, es un vino exquisito, te lo aseguro.

—No sé mucho sobre vinos, pero confiaré en ti —McCartney le dio un sorbo a la copa y sonrió con timidez—. No había probado algo así en toda mi vida, tienes razón, es un vino muy exquisito.

Paul no había nacido en una cuna de oro, ni tampoco crecido en una familia donde el dinero abundara, era muy improbable que tuviera acceso a vinos de alto costo. La sonrisa de John se ensanchó al saber que al pelinegro le había gustado la bebida, se sintió contento de haber sido él quien se la había brindado. McCartney le dio otro gran trago a la copa.

—Espera, no te acabes la bebida antes de que llegue la comida —el magnate miró el Rolex en su muñeca—. Prudence no debe tardar con la comida.

Y tenía razón. La mujer llegó apenas un par de minutos después para servirles el primer plato, que se trataba de una sencilla sopa crema de zanahoria. Se veía deliciosa y, considerando la gran habilidad de la empleada del magnate para la cocina, sabría muy bien; pero Paul no pudo evitar sentir un nudo en el estómago al verla. Había sido uno de los últimos platillos que su madre le había preparado antes de que fuera hospitalizada.

Bon appétit! —exclamó Lennon, con un acento francés casi perfecto, antes de llevar la cuchara al tazón para comenzar a comer.

McCartney dejó la cuchara en el tazón de sopa e hizo una mueca. Había aceptado que tendría un trabajo diferente a los demás para poder reunir el dinero del tratamiento lo antes posible, pero se sentía como un mal hijo al recordar que el estaba ahí, bebiendo vinos costosos y durmiendo entre sábanas que bien podrían estar fabricadas de seda, mientras que su madre estaba débil y sola en la cama de un hospital.

— ¿Pasa algo? —la voz de John obligó al menor a dejar de ver el tazón—. ¿No te gusta el plato? Si no te gusta, puedo pedirle a Prudence que lo retire y te traiga el siguiente.

—No, estoy bien, sólo... me recordó a alguien, es todo.

— ¿Alguien como un antiguo novio? —Lennon sonrió y alzó las cejas repetidamente.

—Olvídalo, no es relevante —Paul se llevó una cucharada de sopa a la boca, no quería hablar de su vida amorosa.

—Paul...

— ¿Sí? —el pelinegro miró al castaño a los ojos.

— ¿Tus padres saben en qué trabajas? —preguntó el magnate, quien sólo obtuvo un asentimiento de cabeza como respuesta por parte de Paul mientras éste bebía del vino—. ¿Y qué fue lo que dijeron? ¿Estuvieron de acuerdo?

—Mis padres están muertos, John —mintió, antes de tomar más de su copa—. Tuvieron un accidente de auto, mi hermano tampoco sobrevivió.

— ¿Pasó hace mucho? —Lennon lucía angustiado.

—Hace algunos meses.

—Mi madre murió cuando yo tenía casi tu edad —le confesó John. Paul se sintió una mala persona en ese momento, el magnate estaba contándole la verdad—. Nunca estuvo ahí para cuidar de mí, ella formó otra familia, una que no me incluía. —Lennon soltó un suspiro lleno de nostalgia—. Al final éramos muy unidos, veía que era muy feliz viéndome tocar la guitarra, éramos como cómplices de travesuras. Ella era extrovertida y siempre tenía algo ingenioso por decir. ¿Cómo era tu mamá, Paul?

—Ella... por favor, no hagas más preguntas —le pidió el pelinegro, sintiéndose incapaz de decir más mentiras—, no es un tema del que me guste hablar...

—Está bien —respondió el castaño—, a mí tampoco me gustaba hablar de su muerte cuando pasó, pero aprendí que es necesario sacar el dolor, porque sólo causa más daño si decides dejarlo adentro. Cuando te sientas listo, yo te escucharé, ¿de acuerdo?

—Gracias —contestó Paul de forma cortante, tomando su copa de nuevo.

Terminaron el resto de sus sopas en silencio, aunque cada uno pensó en lo el otro le había contado. John creyó haber encontrado una razón al porqué Paul le había agradado desde el primer momento: ambos tenían historias familiares trágicas.

— ¿Te gustó la sopa? —preguntó el empresario.

—Estaba deliciosa —contestó Paul, sirviéndose una segunda copa de vino.

—Es de mis favoritas, así que me alegra oír que te gustó —John sonrió—, le pediré a Prudence que la prepare más seguido.

—Qué buena idea... —McCartney puso una sonrisa falsa en su rostro y le dio un gran trago a su bebida, no quería comer sopa crema de zanahoria hasta que su madre saliera del hospital.

El segundo platillo fue schnitzel vienés, acompañado de ensalada como plato principal. Paul abrió mucho los ojos al ver el tamaño de la carne que se encontraba delante de él apenas si Prudence se retiró. Era tanta comida que dos personas podrían comer del plato y quedar satisfechas. El plato de John era igual.

— ¿Por qué quisiste trabajar como escort? —preguntó John, al mismo tiempo que cortaba un trozo de su schnitzel para luego llevárselo a la boca.

—Quería cambiar mi rutina y ganar dinero rápido —contestó sin mirarlo.

— ¿Lo estás consiguiendo? —cuestionó Lennon en tono burlón antes de tomar su copa para darle un trago a su bebida.

—Eso creo —Paul cortó un trozo de carne y miró a John—. ¿De verdad tengo que comerme todo esto? Este plato es más grande que mi cara, ¿se trata de algún plan macabro para engordarme y después comerme?

—Claro que no —Lennon rió y negó con la cabeza—. Paul, ¿qué hacías antes de trabajar conmigo? ¿Estudiabas? ¿O acaso tenías algún trabajo?

—Ambas —respondió McCartney, bebiendo más—. Estudié en el Liverpool Institute y trabajé un corto tiempo en una tienda de música.

—El Liverpool Institute es una buena escuela —elogió Lennon—, debiste seguir estudiando, quizá ir a la universidad y estudiar música. Con tu talento, podrías haber llegado muy lejos, quién sabe, hasta podrías haber sido un Elvis británico.

—Ir a la universidad es costoso —el pelinegro se encogió de hombros y se llevó otro trozo de carne a la boca.

—Yo podría pagar tus estudios sin problemas —John le ofreció, con una sonrisa sincera en su cara—, ¿te gustaría, Paul?

El corazón del menor comenzó a latir deprisa por la emoción, pero su conciencia le indicó que no debía aceptar la oferta. Su prioridad debía ser salvar a su madre, todo lo demás carecía de importancia. McCartney negó con la cabeza.

—Estoy bien así, gracias —tomó su copa, el alcohol lo hacía sentir menos incómodo con las preguntas que John hacía.

Cuando Paul terminó ambos platillos, ya había ingerido al menos tres copas de vino y el alcohol ya había comenzado a afectarle. Se sentía demasiado satisfecho como para comer el postre.

— ¿Stuart es algo tuyo? —le preguntó el pelinegro a John, cuando el último se llevaba a la boca una cucharada de pastel—. Porque yo no quiero meterme en ninguna relación, tampoco dañarla, ¿sabes?

—Él y yo fuimos pareja hace años —le respondió el castaño—. Lamento mucho lo que pasó en mi oficina el otro día, Stuart no suele comportarse así, fue extraño.

—Está celoso porque ahora estás conmigo —Paul sonrió de manera tonta y bebió más de su copa—. ¿Quién no lo estaría? Nadas en dinero, pero no estás gordo ni tampoco feo. Eres muy guapo, tienes bonitos ojos, besas muy bien y te comportas como todo un caballero.

—Dices cosas muy bonitas sobre mí, Paul.

John colocó el codo de su brazo derecho sobre la mesa y reposó su rostro en la palma de la mano para ver al pelinegro, se sentía un poco atontado por el vino, pero aún podía controlar sus acciones y palabras. No se podía decir lo mismo de Paul.

— ¿Cómo no podría hacerlo? Sólo ve esto —McCartney señaló la mesa con torpeza. Lennon sonrió, sintiéndose aliviado de que no hubiera más preguntas sobre Sutcliffe—. Soy una simple puta con buen sueldo y me hiciste una cena elegante...

— ¿Una simple puta con un buen sueldo? —Lennon rió y negó con la cabeza—. Vamos, no te llames así. Eres un escort, Paul, ese es el nombre del empleo que tienes.

El pelinegro asintió sin entusiasmo al mismo tiempo que cerraba los ojos.

— ¿Es normal que todo esté dándome vueltas?

John se mordió el labio para no soltar una carcajada, era evidente que Paul estaba borracho, pero no creía que el chico fuera a soltarse tanto en ese estado. Le gustaba verlo siendo extrovertido, deseaba verlo así todo el tiempo, sin necesidad de una botella de vino de por medio. Por otro lado, el chico también parecía atontado, era la primera vez que ingería más alcohol de lo normal.

— ¿Sabes qué? Me iré a dormir ya —anunció Paul.

—Está bien, yo debo limpiar todo esto antes de irme a dormir.

McCartney se levantó de su silla y comenzó a caminar hacia la entrada a pasos lentos. Su visión no era la mejor en esos momentos, veía doble de cada cosa y todo parecía seguir dando vueltas. El pelinegro escuchó la carcajada que soltó el magnate cuando su cara chocó contra la puerta del balcón. Se llevó una de sus manos a su nariz para frotarla.

— ¿Estás bien? —John, quien todavía tenía una expresión burlona, lo sujetó por la cintura y lo ayudó a entrar a su habitación—. No debiste haber bebido tanto, Paul.

—Es que sabía muy bien —se excusó el pelinegro, antes de quitarse las manos de John de encima—. Yo puedo caminar solo.

Pero evidentemente no podía, porque se fue al suelo al dar el primer paso y Lennon, al querer sujetarlo, terminó cayendo también. McCartney se sonrojó al tener el rostro del magnate tan cerca del suyo. El castaño sonrió y no pudo contenerse más: besó al pelinegro.

Lennon lo deseaba sobremanera, necesitaba sentir su piel contra la de McCartney. Paul soltó una especie de gemido al sentir la lengua de John entrando en su boca sin siquiera pedirle permiso.

—Vamos a mi cama, el suelo no es un lugar cómodo —dijo John antes de levantarse y ayudar a McCartney a hacer lo mismo.

Paul llevó sus manos hasta los primeros botones de la camisa de John e intentó desabrocharlos, pero fue una tarea imposible. Ya no podía actuar con soltura. El magnate tomó el gesto como una señal de que debían avanzar, así que lo ayudó a desabrochar hasta el último botón y volvió a besarlo.

Mientras mantenían sus labios unidos, John se esforzó en retirar la corbata roja del cuello de McCartney y el chaleco para después rasgar la camisa del chico, quien ni siquiera se quejó.

Se separaron apenas unos segundo, los suficientes para recuperar el aliento y para que el empresario se quitara la camisa. John volvió a besar a Paul, al mismo tiempo que le bajaba el pantalón y los calzoncillos de un tirón. McCartney gimió contra la boca de Lennon cuando sintió que le estaban tocando el trasero con ahínco y se estremeció al sentir un roce ligero en su entrada.

—Te voy a preparar para mí, Paulie —le habló John, con la voz más ronca que de costumbre.

—Está bien, Johnny.

El castaño sonrió como tonto al escuchar cómo lo habían llamado, luego ayudó al pelinegro a llegar hasta la cama y a sentarse en la orilla de la misma. Lennon estaba a punto de darse la vuelta cuando notó que McCartney quería quitarse el pantalón y los calzoncillos, se mordió el labio para no reír ante la torpeza del chico y decidió ayudarlo. Paul acarició su cabello con delicadeza mientras terminaba de desnudarlo.

—Vuelvo en un segundo —le avisó John antes de ir a su armario para buscar el lubricante.

McCartney se recostó en la cama y sonrió sin motivo alguno. Aunque sus sentidos estaban alterados por el alcohol, estaba completamente relajado. Alguien podría haber abierto la puerta en ese instante y Paul no había sentido pudor alguno de mostrar su erección en todo su esplendor.

John volvió pronto, la sonrisa no se había desvanecido de su rostro.

—Abre tus piernas, Paulie —le pidió mientras las acariciaba con cariño.

El pelinegro no tenía problemas con seguir lo que el castaño le indicara, quería que le explicaran paso a paso las instrucciones de algo que nunca había hecho. Paul observó cómo John abría una pequeña botella y vaciaba un poco del contenido en sus dedos para después llevarlos hasta el agujero en su trasero. Cerró los ojos al sentir el masaje que el magnate le estaba dando y se tensó un poco al sentir una intromisión.

—Relájate, no voy a lastimarte —habló John, quien no tardó en introducir un segundo dedo para flexionar ambos y, a manera de gancho, estimular a Paul.

McCartney abrió los ojos y soltó un gran gemido al sentir que Lennon tocaba un punto particular que le provocó una oleada de placer en todo el cuerpo, nunca se había sentido así, pero no quería que la sensación se terminara. El pelinegro no supo con certeza cuánto tiempo pasó hasta que el castaño retiró sus dedos.

—Estaba cerca, vuelve a hacerlo —le pidió a John con voz suplicante y los ojos cerrados.

Lennon no contestó, pero McCartney abrió los ojos asustado al sentir algo de mayor grosor que dos dedos siendo empujado contra su entrada. De manera inconsciente, llevó su mano izquierda hasta el abdomen de John, como si se tratara de una especie de medida de precaución. El castaño le dirigió una mirada confusa, pero no se detuvo.

Paul cerró los ojos y apretó la mandíbula para no gritar mientras John se introducía en él, se sintió sofocado hasta que el movimiento dentro de su cavidad anal cesó. Dolía mucho, no estaba seguro si podría soportarlo. Lennon pareció entender lo que estaba pasando por la mente de McCartney porque se inclinó hacia él para besar su cuello en un intento de tranquilizarlo. Lo consiguió.

Una mezcla de sentimientos quiso invadir al pelinegro durante esos breves instantes, pero se concentró en alejar los pensamientos negativos de su cabeza. No había marcha atrás. Ya no.

— ¿Crees que ya puedo moverme? —preguntó Lennon.

—Sí, creo que sí.

John empezó a embestir su cuerpo a un ritmo lento, como si estuviera disfrutando mucho la sensación que le brindaban las paredes anales de Paul a su miembro. La inclinación hacía posible que tocara el punto dulce de McCartney, lo cual estaba ayudando mucho al pelinegro a olvidarse del dolor. Más temprano que tarde, lo único que salía de la boca de Paul eran gemidos y suspiros de placer.

Sintiéndose incapaz de durar por más tiempo por la falta de práctica, John llevó una de sus manos hasta el miembro de Paul y prosiguió a masturbarlo sin frenar sus embestidas. McCartney tembló por completo ante el exceso de placer que recorría su cuerpo hasta que no pudo contenerse más y se vino entre su abdomen y el de John, gimiendo el nombre de Lennon con satisfacción.

John no tardó en alcanzar su orgasmo, apenas un par de minutos después. Se sujetó con fuerza de los hombros del pelinegro mientras eyaculaba en su interior y soltaba gemidos ahogados al oído de Paul, casi sin aliento.

Esa noche durmieron en los brazos del otro por primera vez.

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