Capítulo 13
Paul estaba a punto de entrar a la estación de trenes cuando George se interpuso en su camino, así que no le quedó más remedio que bajar su maleta al suelo y escucharlo. El menor no parecía contento y McCartney conocía el motivo: había estado ignorándolo desde el día en que supo el secreto de Brian y Maxwell.
—Veo que tu hermano no estaba mintiendo —habló Harrison, observando a McCartney de pies a cabeza—. Me dijo que te irías de la ciudad para estudiar en una escuela muy buena en Londres... soy tu amigo, creí que me lo dirías.
—Lo siento, he estado muy ocupado con todos los trámites y olvidé contarte —contestó Paul, haciendo un gran esfuerzo para parecer tranquilo—. Tampoco es para tanto, George, lo entenderás mejor cuando tengas que tomar una decisión muy importante.
—Pero... aplicaste para una escuela aquí, y sé que tu resultado fue de los más altos —Harrison frunció el ceño—. Sé que soy menor que tú, pero no entiendo por qué te vas a ir mientras tu mamá sigue en el hospital. Mike me contó que tiene...
Paul miró al suelo y mordió su labio, sin saber cómo contestar, aunque tampoco tenía deseos de hacerlo. Estaba seguro de que su amigo le estaba dirigiendo una mirada de lástima porque conocía la gravedad de la enfermedad. Michael no sabía guardar secretos, era de esas personas que sólo deseaban parlotear y parlotear.
—Mi tren saldrá pronto, no puedo perderlo —fue todo lo que pudo salir de la boca de Paul.
—Puedes irte en el siguiente, ¿sabes? —George se acercó a él.
—No, no puedo —contestó McCartney, negando con la cabeza. Alzó la vista y encontró a su amigo mirándolo con preocupación—. Me esperan en Londres, en realidad... —suspiró, no podía mentirle a su mejor amigo— no voy a una escuela. Yo... conseguí un empleo.
— ¿Un empleo?
—Voy a... hacerle compañía a un hombre con mucho dinero —el chico de ojos color avellana tragó saliva—. El tratamiento de mi madre es costoso y, bueno, recibiré un salario increíble que podrá pagarlo, a cambio de hacer lo que él me pida. Firmé un contrato por algunos meses.
El menor dio un paso atrás y pareció palidecer al comprender el tipo de trabajo que su amigo iba a realizar en Londres. Se sorprendió mucho, jamás hubiera esperado algo así de McCartney.
— ¡¿Te vas a prostituir?! —Harrison estaba alarmado. Paul comenzó a preguntarse si contarle a su amigo había sido una decisión correcta—. No puedes hacer eso, está muy mal, no, creo que es mucho peor que muy mal, tú...
— ¡Basta, George! —McCartney suspiró y dejó su maleta en el suelo—. Escucharte hablar así me pone más nervioso de lo que ya estoy. Sé que es algo horrible, y créeme que no me siento entusiasmado ni tampoco me enorgullece; pero es mi última opción. No me voy a quedar de brazos cruzados a ver cómo la vida de mi madre se esfuma por lo costoso que es el tratamiento.
Harrison se limitó a tragar saliva y asentir cuando observó que los ojos de su amigo estaban llenándose de lágrimas, aunque su silencio no implicaba que estuviera de acuerdo con lo que acababa de decirle. Sabía que existían más soluciones. Paul había elegido la más sencilla, o la más difícil, dependiendo del punto de vista.
— ¿Y la escuela? —cuestionó el menor con timidez, no quería que McCartney se sintiera ofendido con la pregunta—. Creí que tu sueño era convertirte en profesor, ambos sabemos que se te da muy bien eso de la enseñanza, obtuviste uno de los mejores puntajes, Paul; y, bueno, ¿vas a renunciar a tus planes?
—No, George —el chico de ojos color avellana negó con la cabeza, firme en su respuesta—. Esto sólo es temporal, regresaré a Liverpool en cuanto el contrato termine y me matricularé en la primera oportunidad que tenga. No voy a renunciar a nada, sólo voy a posponer todos mis planes por algunos meses.
—Como amigo, me alegra escuchar eso —una sonrisa apenas perceptible se dibujó en el rostro de Harrison—, pero también me preocupa mucho. Vas a estar solo en Londres, una ciudad mucho más grande que la nuestra; con ese hombre que no conoces...
—Estaré bien —le aseguró Paul—. No me están obligando a nada.
—Al parecer no te haré cambiar de opinión... —Harrison suspiró—. Por favor, no te olvides de que en Liverpool tienes un amigo con el que puedes contar incondicionalmente, ¿de acuerdo?
—No lo haré, George —Paul le dio un abrazo a su amigo—. Intentaré escribirte seguido y, quién sabe, tal vez pueda verte de vez en cuando cuando venga a la ciudad. El contrato decía que debo estar de lunes a viernes allá, pero los fines de semana los tengo libres, a menos de que el señor Lennon me avise de alguna actividad.
— ¿Señor Lennon?
McCartney asintió.
—John Lennon es el hombre al que voy a acompañar —respondió enseguida, sabiendo que George le preguntaría por el mencionado—. Los únicos datos que sé sobre él son que tiene mucho dinero porque es propietario de varias empresas a lo largo y ancho del Reino Unido, y que vive en Ascot.
—Cuídate mucho, Paul.
McCartney asintió antes de tomar su maleta para entrar a la estación de trenes.
. . .
El viaje hasta la residencia de John Lennon duró apenas una hora, pero le brindó a Paul el tiempo suficiente para pensar en el gran giro que acababa de dar su vida. No quería arrepentirse, pero estaba resultando increíblemente difícil para él. El silencio del conductor del auto en que lo había mandado la empresa no ayudaba a calmar su ansiedad.
Por un lado, aunque intentaba convencerse a sí mismo de que sólo se trataba de un empleo y que en seis meses podría volver a su rutina, el pensamiento de que nada volvería a ser como antes era muy fuerte. Quedaría marcado para siempre, como si se tratase de un tatuaje, y no podía evitarlo.
Por otro, no había hablado con su madre antes de irse de Liverpool para contarle de su mudanza temporal al sur del país; y se sentía terrible porque ningún miembro de su familia sabía el verdadero motivo de su repentino interés por vivir en Londres, tampoco que el instituto de formación docente en que iba a tomar clases no existía. El chico se había convertido en un mentiroso que sólo había tragado saliva cuando, después de contar sus planes, su padre lo abrazó y le recordó lo orgulloso que se sentía de él.
No era que le gustara mentir, pero seguía creyendo con firmeza que el fin justificaba los medios. Estaba dispuesto a todo por la mujer que le había dado la vida.
Sin embargo, Paul supo la magnitud del asunto en el que estaba metido cuando el auto atravesó las puertas de la propiedad conocida como Tittenhusrt Park. En su mente no existía palabra para describir el lugar que no tuviera algo que ver con el tamaño, no entendía cómo alguien podía vivir en un lugar así de grande mientras otros pasaban las noches temblando de frío en las calles. El mundo estaba mal.
—Es una propiedad fascinante —el conductor habló por primera vez desde que Paul había subido al vehículo.
El auto se detuvo justo frente a lo que parecía ser la entrada principal del edificio principal: una casa de dos pisos cuyas paredes eran de un color blanco impecable. McCartney tragó saliva, sin poder creer que tenía que entrar en ese lugar y vivir ahí durante los próximos meses. Se sentía muy abrumado.
—No puedo esperar todo el día —le dijo el conductor.
El chico de ojos color avellana asintió con rapidez, bajó del vehículo con su equipaje en mano y cerró la puerta antes de alejarse. Tomó aire mientras se dirigía al pórtico que estaba a unos pasos de él.
El conductor que lo había llevado encendió el auto de nuevo y, en cuanto McCartney llamó a la puerta de la casa, aceleró para irse. Aunque lo deseara, Paul no tenía manera de escapar de ese lugar.
—Buenas noches —le saludó un hombre rubio, vestido con un traje completamente negro y camisa blanca—. Si los datos que me dio la empresa son correctos, tú debes ser James McCartney, ¿no es verdad?
—Paul —aclaró el chico de cabello oscuro, arrepintiéndose al instante de haber corregido al hombre—. Estoy acostumbrado a que me llamen por mi segundo nombre, ¿tiene algún problema con eso, señor Lennon?
El hombre de traje sonrió de manera maliciosa, aunque el gesto pasó desapercibido para McCartney, quien estaba más concentrado en calmar sus nervios. Lo único que el chico agradecía era que no sería el acompañante de un viejo gordo y calvo.
—Ninguno, Paul —contestó el hombre—. Ahora entra y sígueme, estaba esperándote.
Tara Browne llevó al chico hasta la sala de la casa y tomó asiento en el sillón individual. McCartney dejó su maleta en el suelo antes de verlo, esperando que le diera las indicaciones del empleo. Maxwell le había dicho que eso sería lo primero que le comunicaría el hombre al que acompañaría.
El hombre de traje sacó un cigarrillo para después encenderlo y llevárselo a la boca. Dio una gran calada y expulsó el humo sin dejar de ver a Paul de pies a cabeza, era consciente de que el chico comenzaba a sentirse incómodo, pero quería ponerlo a prueba y descubrir el nivel de sumisión que tenía.
— ¿Qué es lo que debo hacer, señor Lennon? —cuestionó McCartney con nerviosismo.
—Desvístete, Paul —dijo Browne con el humeante cigarrillo en su mano derecha—. Quiero contemplar tu cuerpo, quizá luego me den ganas de continuar con la observación en mi habitación, depende de qué tan bueno seas.
— ¿Desvestirme? —el chico comenzó a ponerse pálido.
— ¿Debo repetirte las cosas? —Tara alzó las cejas, retándolo.
—No, señor Lennon.
Paul llevó sus manos hasta los botones de su camisa para desabrocharlos deprisa, sentía los ojos del hombre posarse en cada movimiento de sus manos, por lo que procuró que estos fueran precisos y no temblorosos. "No dejes que note que estás nervioso, aunque te sientas a punto de desmayarte", habían sido las sabias palabras de Maxwell. Terminó con los botones y se quitó la camisa para luego colocar la prenda sobre uno de los sofás.
Prosiguió a quitarse los zapatos y los calcetines para después hacer lo mismo con el pantalón. Tragó saliva antes de deslizar la última prenda de ropa que tenía encima, aún no se sentía cómodo con la idea de mostrarle su cuerpo a un extraño; pensó que iba a contar con más tiempo para adaptarse. No había sido así.
—Muy bonito —Tara asintió con una sonrisa apenas perceptible—. Ahora quiero que bailes para mí, Paul.
—Pero... no hay música.
—Comienzo a creer que eres muy exigente —Browne soltó una risita y volvió a llevarse el cigarrillo a la boca para darle otra calada.
McCartney estaba a punto de disculparse por su actitud cuando un sonido peculiar comenzó a escucharse, frunció el ceño. Era como si un helicóptero estuviera aterrizando justo a un lado de la casa.
—Bien, no hay tiempo para bailes —Tara apagó el cigarrillo y se levantó para acercarse al chico—. Quiero que te inclines un poco y separes tus enormes glúteos, ¿puedes hacerlo, Paul?
Nada de lo que Edison le había aconsejado servía en una situación así. McCartney estaba aterrado porque el hombre parecía estar dispuesto a tener relaciones con él en ese mismo momento, sabía que no tendría consideración alguna y que iba a sentirse como si estuviera en el infierno. Mordió su labio e, intentando no temblar, tomó sus glúteos y comenzó a inclinarse hacia abajo. La paga iba a ser buena.
—No sólo tienes cara de bebé, Paul, también se encargaron de dejarte la piel como uno, me agrada la depilación —comentó Tara.
El chico de ojos color avellana estaba tan concentrado en cumplir con lo que le habían pedido y en no escuchar lo que Browne decía de su cuerpo que no se percató de que alguien se aproximaba al lugar en donde se encontraban.
—Lo siento mucho, surgió algo impor... —John se quedó estático, su mirada se posó en el cuerpo del chico que estaba ligeramente agachado y se sintió como una persona horrible por haber seguido el juego de su amigo. Cerró los ojos con fuerza por un instante—. Tara, no quiero ver tu maldita cara hasta nuevo aviso.
McCartney tomó una postura erguida de nuevo antes de cubrir sus genitales con sus manos, dándose cuenta de que había estado siguiendo la orden de una persona que no era la que iba a acompañar. Se mordió el labio con más fuerza, sin poder creer que acababa de cometer un grave error cuando llevaba menos de una hora en el trabajo.
—Vístete.
No tuvo que repetirle la indicación. Paul tomó su ropa a toda velocidad para colocarla en su lugar, no quería seguir sintiéndose expuesto; aunque al mismo tiempo se preguntó si el castaño lo había considerado repulsivo.
—John, sólo estaba observando tu nueva adquisición...
El hombre que acababa de entrar al recinto, cuyo cabello era castaño y vestía igual de formal que Tara, se acercó al heredero de Guinness con una expresión molesta y negando con la cabeza.
—Quiero que te vayas de mi casa ahora mismo —le dijo John al rubio—. Esto no era parte del trato y, aunque ese chico esté entregándose por dinero, no tienes ningún derecho a ponerlo al mismo nivel que cualquier estupidez que he comprado. No todos nacimos en una cuna de oro, algunos tenemos que ganarnos la vida trabajando, Browne.
Paul miró al suelo, sintiéndose extraño por las palabras del hombre de cabello castaño. Estaba preparado mentalmente para ser tratado como un objeto, uno carente de valor y prestigio; así era como trataban a los acompañantes, era como una regla no escrita que todo el mundo parecía conocer.
—No quiero discutir contigo otra vez... —Tara rodó los ojos y comenzó a caminar hacia la puerta—. ¡Mandaré a alguien para que recoja mis cosas!
McCartney alzó la vista y descubrió al castaño mirándolo. No estaba devorando su cuerpo con los ojos, sino que era una mirada de arrepentimiento.
— ¿Estás bien? —Paul parpadeó ante la pregunta y asintió con la cabeza. El castaño sonrió con timidez—. Lamento lo que pasó, sé que debí estar aquí para recibirte, pero tuve un contratiempo en la oficina y... entiendo si ahora te quieres ir, imagino que lo que Tara te hizo fue... humillante para ti. Puedo llevarte a casa, si así lo deseas.
McCartney frunció el ceño, sin entender por qué el hombre le estaba ofreciendo llevarlo de vuelta a casa. No podía irse. Incumplir con el contrato implicaba una penalización, la cual era una cantidad descomunal que Paul no podría pagar.
—Quiero conservar el trabajo, por favor.
Esta vez fue el turno de John de fruncir el ceño, pero relajó su expresión apenas unos segundos después.
—Está bien —se encogió de hombros y asintió—. Supongo que no me hará mal algo de compañía. Eh... ¿te gusta que te llamen James o Paul?
—Paul —contestó el menor sin dudar.
—De acuerdo, Paul —el castaño sonrió—. Mi nombre es John Winston Lennon. Odio mi segundo nombre, así que estarás despedido automáticamente si me llamas así. —Extendió su mano derecha hacia el chico—. Es un placer conocerte.
—El placer es mío, señor Lennon —McCartney estrechó su mano.
John miró la maleta en el suelo y luego a Paul. El empresario no podía borrar la sonrisa de su rostro, la fotografía del chico que había visto en la carpeta de Sadie no le hacía justicia a su verdadera belleza.
—Vamos a cenar, discutiremos las que serán tus actividades y luego te mostraré tu habitación para que puedas desempacar, ¿qué opinas?
McCartney seguía nervioso, pero la manera en que John le hablaba y el hecho de que tomara en cuenta su opinión comenzaban a crearle esperanzas de que su trabajo no fuera tan terrible como lo había imaginado. Y su madre se salvaría.
—Me parece bien, señor Lennon.
El empresario soltó una pequeña risita.
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