Capítulo 11

El primogénito de los McCartney se había levantado antes de que el sol saliera y, con el pretexto de que aplicaría para un instituto de formación docente en la capital del país, su padre lo acompañó a la estación de trenes para asegurarse que hijo subiera en el tren más próximo. Paul detestaba mentir, pero confiaba plenamente en que el fin justificaba los medios. Y ese fin era salvar a su madre.

La mañana todavía no terminaba cuando el joven McCartney atravesó el andén de la estación hasta la salida para poder contemplar el soleado cielo de aquel día de verano. Sonrió y sacó de su bolsillo el pequeño papel que Maxwell le había dado con la dirección de las oficinas de Asher & Co.

Londres era una ciudad más grande de lo que Paul se imaginaba y caminar por calles cuyos nombres apenas si conocía sólo hacía que su corazón latiera a un ritmo acelerado. Por suerte recordaba a la perfección todas las indicaciones y referencias que Edison le había dado, el lugar al que se dirigía no quedaba lejos.

El edificio de Asher & Co. no lucía como McCartney esperaba. En vez de un sitio que invitaba a las personas a unirse al mundo del pecado, era una torre de al menos seis pisos que parecía un espacio para personas de las clases sociales más altas. Paul no sabía si la camisa que había elegido ese día era lo suficientemente elegante para entrar ahí.

McCartney tomó aire antes de dirigirse a la puerta principal, donde un hombre de traje color negro se encargaba de dar acceso a las personas después de registrarlas en una hoja. Cuando el joven estuvo al lado del elemento de seguridad, el último lo miró de arriba abajo y le dirigió una sonrisa burlona.

— ¿Motivo de visita a Asher & Co.? —le preguntó, con un deje en su voz que distaba de ser amabilidad.

—Estoy buscando un empleo —se limitó a contestar Paul.

—Ahora todo tiene sentido —el hombre volvió a verlo de arriba abajo de una manera que hizo sentir incómodo a McCartney—. Necesito que me digas tu nombre, tu edad y tu procedencia.

—Soy James Paul McCartney —respondió el chico con voz clara y firme, en un vano intento para que el hombre dejara de verlo con tanto ahínco—. Tengo dieciocho años y vengo desde Liverpool.

—Ten cuidado, niño —el hombre le extendió lo que parecía ser una identificación atada con un listón rojo que debía ponerse alrededor del cuello. Una sonrisa burlona apareció en su rostro, Paul se sintió más incómodo todavía—. La carne fresca se pudre con facilidad. Cuélgate la tarjeta del cuello y alguien se encargará de llevarte al sitio que buscas.

McCartney tragó saliva y entró al edificio, no podía engañarse a sí mismo: estaba asustado. Conforme caminaba sobre el piso perfectamente encerado, el deseo de correr afuera y regresar a casa crecía, su ansiedad también. Adentro se encontraban deambulando al menos cincuenta personas, cada una de ellas ocupada en su propio asunto, algunas con tarjetas al cuello y otras no; nadie parecía percatarse de que la respiración del chico se estaba alterando.

Sentir una mano en su hombro le provocó un sobresalto. Se trataba de una mujer de aspecto joven, pero refinado, con varias capas de maquillaje encima del rostro y una cabellera rubia atada en una coleta. Ninguno dijo nada, la mujer se limitó a hacerle una seña a Paul para que la siguiera.

Se metieron en uno de los ascensores del edificio y la chica oprimió la tecla marcada con el número tres. El chico de Liverpool no sabía qué era peor: la extraña claustrofobia que comenzaba a sentir o el horrendo silencio de la mujer. Bajaron en cuanto las puertas se abrieron y continuaron su camino hasta uno de los múltiples privados que había. Paul se sentó en una de las dos sillas que había y agradeció que su guía hablara luego de situarse detrás del escritorio.

—Es seguro hablar ahora, señor McCartney —le informó la mujer, fijando sus azules ojos en los del chico—. Mi nombre es Linda Eastman y mi función en la empresa es entrevistar a las personas que vienen a pedir un empleo y determinar si son aptas. Voy a hacerle una serie de preguntas y usted deberá contestarlas con la verdad. Podrá externar sus dudas al final, ¿comprende?

Paul asintió sin dejar de mirar a la mujer y respondió toda clase de cuestiones. Desde cómo se había enterado de la empresa, pasando por su edad y su preferencia sexual, hasta sus expectativas del trabajo. No fue sencillo, pero se sintió tranquilo cuando Eastman terminó de pasar los datos de la última pregunta con la máquina de escribir y asintió con la cabeza.

— ¿Tiene usted alguna duda? —le preguntó Eastman.

— ¿Es un trabajo de tiempo completo?

—Eso depende del arreglo al que llegue con el cliente al que vaya a acompañar —respondió la mujer—, pero lo normal es que sea de tiempo completo.

—Entiendo.

— ¿Alguna otra duda?

El chico negó con la cabeza, todavía sin poder creer que era casi seguro que tendría que posponer sus estudios superiores.

—Bien —la mujer asintió y revisó de nuevo las respuestas antes de alzar la vista para fijar sus ojos azules en los color avellana—. Es usted apto para el empleo, señor McCartney.

— ¿Significa que me asignarán ahora mismo un acompañante?

—No —contestó Eastman al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. Después de la entrevista se lleva a cabo la revisión médica, no podemos arriesgarnos a que nuestro cliente pueda estar en peligro con uno de nuestros empleados. Una vez que se cuente con la parte médica, se le tomaría una fotografía para completar su expediente. Asher & Co. no asigna acompañantes a los clientes, son los clientes quienes eligen con base en lo que deseen.

—Y no me pagarán hasta que algún cliente me elija...

—Correcto, señor McCartney —Eastman introdujo las hojas con sus respuestas a una carpeta—. ¿Desea que le sea realizada la revisión médica ahora o prefiere que la agendemos para otro día?

—No tengo pendientes por hoy, pueden realizarla ahora.

La rubia asintió y le pidió a Paul que la siguiera. Ambos se levantaron de sus asientos y caminaron otra vez hasta el elevador, pero en esta ocasión la tecla marcada con el número cinco fue presionada. Tal y como en el trayecto anterior, la mujer se mantuvo en silencio. Bajaron del ascensor en el quinto piso y caminaron al menos dos minutos más por varios pasillos hasta llegar a una puerta que parecía estar hecha de roble.

—El doctor Desmond Jones se encargará de realizarle la revisión —le informó la mujer, sin esperar una respuesta por parte del chico.

Eastman llamó dos veces y esperó a que un hombre vestido con una bata blanca abriera. Con cabello rojizo y ojos grisáceos, además de una piel ligeramente bronceada, tenía un aspecto más que atractivo para su edad, la cual debía estar cerca de los cuarenta años. Aún así, la mirada de repugnancia que le dirigió a Paul indicaba que no poseía una mente abierta.

—Infórmeme cuando termine con el señor McCartney —le pidió Eastman.

—Lo haré.

El médico asintió e invitó a Paul a entrar a su consultorio con un gesto de su cabeza. El chico no dudó en entrar, deseando que todo terminara pronto y que salieran bien los resultados. El sonido de la puerta al cerrarse le provocó un pequeño sobresalto, seguía asustado.

—Siéntese, señor McCartney —el médico señaló una silla. Paul la ocupó—. La revisión durará alrededor de cuarenta y cinco minutos. Lo primero que voy a hacer es extraer una muestra de sangre para mandarla al laboratorio y la analicen cuanto antes, necesitamos comprobar que está limpio.

—Está bien, doctor.

Después de que la muestra de sangre fuera extraída y enviada al laboratorio con la ayuda de la asistente de Jones, Paul debía enfrentarse a una serie de preguntas aún más incómodas que las que Eastman le había formulado. Desmond no paraba de verlo con repugnancia.

—Su expediente indica que tiene preferencia por los varones, ¿es correcto? —Paul pudo percibir que había un deje de burla en la voz del médico, pero de todas maneras asintió—. ¿Ha tenido alguna relación sexual en el pasado?

—No, nunca —contestó, sabiendo que no podía negar que era virgen—. Ni con una mujer ni con un hombre.

—Entiendo —Jones tecleó con la máquina de escribir la respuesta de Paul en lo que parecía ser un formulario—. ¿Alguna vez ha padecido alguna enfermedad de índole sexual?

—No —McCartney negó con la cabeza.

—Al momento de sostener relaciones sexuales con un hombre, ¿preferiría ser el activo o el pasivo? —preguntó el médico como si se tratara de algo simple. Paul tragó saliva y frunció el ceño—. Señor McCartney, es necesario que responda para completar su expediente, ¿prefiere ser quien introduce el pene o al que se lo introducen?

El chico no sabía qué contestar. Aunque conocía a la perfección los roles que existían en cualquier relación sexual, no se había puesto a pensar nunca cuál era el que le atraía más. Se encogió de hombros sin atreverse a mirar a Jones a los ojos.

—No lo sé —respondió, sentía que sus mejillas estaban ardiendo—. Creo que puedo con ambos, aunque supongo que depende del ambiente y la persona. No tengo problema con ninguno de los roles, no lo había pensado antes.

—De acuerdo, entonces tiende a la versatilidad —el hombre de bata continuó tecleando a toda velocidad. Cuando finalizó su tarea, miró a Paul—. ¿Es portador?

—No —McCartney contestó de inmediato, la pregunta le había parecido ofensiva.

—Muy bien —el doctor transcribió la información en el formulario antes de volver a ver al chico—. Ahora necesito que se desvista para continuar con mi trabajo, señor McCartney. Haré una revisión rutinaria, luego analizaré su cuerpo para detectar algún posible problema e incluso las marcas que pueda tener, y finalizaré con un examen de tacto rectal, ¿de acuerdo?

—Sí, claro —respondió Paul, aunque no le entusiasmaba ni un poco la idea de ser tocado.

Se desvistió ante la atenta mirada de Jones y comenzó a tener una sensación de arrepentimiento cuando la última prenda de ropa fue retirada. Jamás había estado así delante de un hombre: vulnerable y expuesto. Suspiró y se dirigió a sentarse en la camilla cuando el médico lo indicó.

El hombre de bata blanca revisó los signos vitales de McCartney, así como su visión, oído y reflejos corporales. Prosiguió a pesarlo y a medirlo, no únicamente en el sentido de altura, midió casi cada parte de su cuerpo. Luego observó los pequeños detalles, como las cicatrices o los lunares que tenía en la piel.

Al terminar, le pidió a McCartney que se recostara en la camilla y colocara sus piernas en los reposadores. El chico no pudo negarse, pero eso no quería decir que no se sintiera incómodo. Observó cómo Jones se colocaba guantes de látex en las manos antes de posicionarse en medio de sus separadas piernas.

—Voy a tocar pene y testículos, señor McCartney.

Ni siquiera esperó a que Paul contestara, el médico llevó sus manos directo al miembro del chico para observarlo. Aunque el joven deseaba ser capaz de calmarse para demostrarlo que no tenía miedo, el tacto del hombre no ayudaba. Estaba temblando de manera casi imperceptible.

— ¿Cuándo le realizaron la circuncisión?

—Cuando era un bebé —contestó McCartney.

— ¿Por algún motivo en particular?

—No, fue decisión de mis padres.

El médico asintió y continuó con la revisión, esta vez tocando los testículos del chico. No tardó mucho tiempo, pero a Paul le pareció una eternidad. El hombre de bata revisó más abajo antes de colocar lubricante en uno de sus dedos para introducirlo y tocar el interior del joven. McCartney sólo frunció el ceño ante la intromisión, evitando a toda costa emitir cualquier clase de sonido.

—No hay fisuras ni nada que le impida tener sexo anal, señor McCartney —le informó Jones al sacar su dedo—. Puede vestirse, sólo esperaremos los resultados del examen sanguíneo y podrá irse.

Los resultados llegaron casi al mismo tiempo en que Jones terminaba de llenar el formulario con la información de Paul. Leyó el informe que le entregó su asistente, presionó un botón que seguramente debía ser un timbre y se dirigió una última vez al chico:

—Está sano y es apto para el trabajo, señor McCartney. La señorita Eastman lo espera afuera del consultorio.

Le entregó su expediente y Paul salió del consultorio para encontrarse con la rubia, quien se encargó de conducirlo hasta el sitio donde le tomaron la foto para su expediente.

—Eso sería todo, señor McCartney —le dijo Eastman luego de que le tomaran la fotografía y volvieran al primer piso—. Ahora lo único que le pedimos es paciencia, no es común ser asignado a los pocos días de postularse como acompañante. Nosotros le llamaremos.

Agradeció a la mujer y salió del edificio de Asher & Co. con el firme pensamiento de haber hecho lo correcto.

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