•Capítulo veintidós.
22
Los Herondale no mueren tan fácil.
Robert Lightwood le dio un sorbo generoso a su copa de vino antes de colocarla vacía sobre la mesa. El banquete había concluido unos minutos antes y los invitados se habían desplegado por el salón; algunos, como Jace y Clary, conversaban animadamente junto a la mesa de los postres, pero la mayoría se encontraba en la pista de baile. Jonathan y Alec bailaban al son de su quinto vals consecutivo, en su pequeña burbuja romántica, donde no existía nadie más que ellos. Jia había coaccionado al propio Robert para que bailaran algunas piezas y él la había complacido, encantado con la fina melodía que el cuarteto de cuerdas interpretaba.
"Ese solo de violonchelo realmente ha sido conmovedor." Le comentó a la persona que estaba junto a él.
El joven se sobresaltó de una forma graciosa, pues pensó que Robert hablaba con otra persona y no con él.
"Antoine, ¿cierto? Alexander no nos ha presentado. Soy su padre, Robert." Prosiguió él, instando al muchacho a entrar en confianza.
El joven le dirigió una mirada, sonriente.
"He oído de usted, Inquisidor Lightwood." Fue todo lo que dijo.
El hombre soltó una carcajada, sirviéndose otra copa de vino mientras negaba con la cabeza.
"Solo Robert, por favor. El uso de ese título es muy relativo, Antoine."
El muchacho se apresuró también.
"Tony."
Robert observó como Clary se le acercaba al joven y le susurraba al oído antes de volver con Jace. Tony le dio una sonrisita burlona a Robert antes de levantarse de la mesa.
"Yo soy más de viento madera. Las cuerdas están realmente sobrevaloradas."
Le guiñó un ojo con picardía a Robert y salió del salón con rapidez, alisándose las arrugas del traje. El Inquisidor Lightwood se quedó boquiabierto por unos segundos antes de soltar una risa. Los muchachos de hoy en día, se dijo a sí mismo.
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"¿Qué haremos con ellos?" Preguntó Alec, señalando con un ligero y sutil movimiento de la cabeza a los dos jóvenes sentados junto a las puertas de cristal del salón.
El movimiento causó que uno de los delicados pensamientos azules se desprendiera de su tallo y se le enredara en el pelo del flequillo; Jonathan pensó en retirárselo pero no lo hizo, pues el intenso color de la flor resaltaba entre la negrura del cabello de Alec. Se fijó en lo que su esposo le decía y frunció el entrecejo.
Mia Herondale se hallaba analizando el postre como si nunca antes hubiera visto una torta de queso en su vida. A su lado, el chico, Marcos, le señalaba la base de galleta con un interés casi científico. Jonathan sonrió, negando con la cabeza, tan solo eran un par de adolescentes, poco más que niños. No deberían representar tanto problema, ¿verdad? Se giró hacia su atractivo esposo y suspiró, deslizando su mano que descansaba en la cadera ajena hasta el glúteo izquierdo. Apretó a Alec contra
su cuerpo y lo sintió gemir contra su oreja antes de que le envolviera el cuello con las manos.
"De verdad desearía que estuviésemos solos." Le susurró al oído, besándole la mejilla.
Alec recostó la cabeza contra su pecho.
"Aún no me has dicho adónde iremos por nuestra luna de miel." Recriminó él, en una voz suave y cariñosa.
"Es una sorpresa, pero te gustará. Una playa con arenas blancas. La suite matrimonial de un hotel cinco estrellas. Los restaurantes más costosos. Y lo mejor de todo." Hizo una pausa, apretándole el culo de manera desvergonzada. "Tú y yo completamente solos por una semana entera."
"¡Jonathan!" Le recriminó Alec, despegándose de él con las mejillas de un violento color rojo. "Eres increíble."
Él le dio una sonrisa ladeada a su esposo, tomándole la mano para depositar un suave beso en sus nudillos cubiertos de runas.
"¿Te gustaría algo más de champán?" Le preguntó por cortesía. Alec negó con la cabeza, frunciendo el ceño. "¿Qué tienes, qué te sucede?"
"Anda, dime."
Alec lo miró a los ojos y señaló la puerta ubicada en uno de los laterales.
"Acompáñame un momento a la cocina."
Jonathan echó una mirada de reojo a los invitados antes de asentir, todos se encontraban entretenidos, algunos bailaban, otros charlaban y comían y algunos (como el hombre que se encargaba del mantenimiento del Instituto, Phil) estaban bastante encariñados con las bebidas alcohólicas. Phil estaba haciendo competencia con el Inquisidor Lightwood, que ya descorchaba su segunda botella de vino.
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"No creo que los instrumentos de cuerda estén sobrevalorados. Me parece que todos los instrumentos musicales requieren de habilidad y técnica." Protestó el hombre, dejando el sacacorchos de lado al abrir la botella de merlot.
Tony, que había retornado pocos segundos antes, dejó escapar un bufido. Robert se giró hacia él, tendiéndole una copa de vino, que el joven tímidamente aceptó.
Había bebido vino antes. Uno de los placeres de su señora había sido la cata de vinos y siempre le había llevado con ella. Durante las últimas veces, incluso le había dejado beber un sorbo o dos. Tony le dio un gran trago a su copa, sintiendo una punzada en el pecho; realmente extrañaba a la señora Verlac. Robert Lightwood le miraba con fijeza, analizando su comportamiento.
Tony bufó, indignado.
"No digo que no se requiera habilidad y técnica para tocar un instrumento de cuerda, todo lo contrario, un gran violinista necesita de años de práctica para tocar algunas obras complejas. Solamente digo que las cuerdas están sobrevaloradas."
Robert rellenó su copa, casi hasta el borde, sonriendo mientras él hablaba. Tony prosiguió con su argumento, decidido a hacer que entendiera.
"Me refiero a que cualquiera puede tocar el violín o el cello, o la viola, no requiere de ninguna aptitud tomar el arco y producir algún sonido. Oh, pero intente hacer sonar un oboe a la primera sin ningún conocimiento previo a ver si puede. Créame, no lo logrará ni aunque tenga los mejores pulmones del planeta."
El hombre seguía mirándolo de esa manera, por lo que Tony se sintió ruborizar de la vergüenza. Quizás había hablado de más.
"Bueno, si lo dice así tiene sentido. Pero yo no sé absolutamente nada de música, por lo que no puedo objetar."
Robert se encogió de hombros, haciendo reír un poco a Tony. El Inquisidor Lightwood sonrió, dándole un vistazo rápido a la habitación antes de dirigirse nuevamente a él.
"¿Le gustaría retomar esta charla en el jardín? Sería más privado." Ofreció el hombre, señalándole las puertas de cristal entreabiertas.
Tony se lo pensó por un segundo, pues no le parecía lo más apropiado. Tener una conversación privada a altas horas de la noche con un hombre mayor que él, ambos bebiendo vino, se podía malinterpretar. Pero los cazadores de sombras eran bastante liberales y no le prestaban atención a esa clase de cosas; además, el Inquisidor Lightwood parecía un hombre correcto y tenía un alto cargo en la jerarquía de los nefilim. Sin pensárselo dos veces, Tony asintió emocionado, sujetando su copa de vino mientras lideraba la marcha hasta el jardín en donde horas antes se había celebrado la ceremonia.
°°°
Jonathan ni siquiera había puesto un pie en el piso de la cocina cuando Alec se abalanzó sobre él como un león sobre su presa. Tenía los labios cálidos y dulces por el champán, y estos se movían expertos y algo resbalosos sobre los suyos, en la ceremonia, se los había notado más brillantes de lo usual. Jonathan soltó una risotada al darse cuenta; Alec lo miró con cara de pocos amigos.
"¿Te pusiste brillo labial?" Le preguntó, aún riéndose.
Alec, con las manos agarrando celosamente sus costados, abrió los ojos de par en par.
"Yo... No. No, por supuesto que no. No sé de qué me hablas." Murmuró, alarmado, desprendiéndose de su agarre.
Jonathan río, retirando la extraña textura de sus propios labios y enseñándole los dedos manchados de brillo.
"Lo hiciste."
Alec rodó los ojos, alejándose de él. Se acercó a la barra de la cocina y tomó un largo vaso de cristal que llenó de agua del grifo.
"Bueno, Tony dijo que no se notaría mucho. Maldito chico. No lo escucharé de nuevo." Farfulló, frunciendo el ceño, huraño.
El joven rubio se río nuevamente, deleitándose con la actitud hosca y temperamental de su esposo. Un segundo antes había estado completamente decidido a tener su manera retorcida con él, y ahora lucía de un humor de perros, al otro lado de la habitación, sin poner los ojos en él tan siquiera. Se subió a la barra de la cocina y se sentó sobre ella, balanceando las piernas en el aire mientras le dedicaba una mirada llena de deseo al otro hombre. Alexander, por supuesto, ni siquiera se inmutó. Seguía farfullando por lo bajo, cruzado de brazos, y Jonathan se dijo que inconscientemente había arruinado su buen humor anterior. Alargó una mano hacia él y le alzó la barbilla con suavidad, haciendo que le mirara a los ojos; los suyos eran de un azul tan profundo que Jonathan podía perderse en ellos durante horas.
"Oye, ven aquí."
Alec se dejó llevar y descruzó sus brazos únicamente cuando se encontró frente a él. Jonathan le sonrió pícaro, inclinando la cabeza para alcanzar sus labios y darle un suave pico; al seguirle el beso, Alec abrió más la boca para que la lengua de Jonathan pudiera entrar. En cuestión de segundos, se tornó más caliente y apasionado de lo que el rubio había querido, pero los labios de su esposo eran algo adictivo, no podía simplemente separarse de él ahora.
Alec rompió el beso, apoyó la frente en el hombro de su marido y le susurró al oído. Jonathan se atragantó y abrió los ojos de par en par.
"¿Qué fue lo que dijiste?" Preguntó, confundido.
Alec, con un furioso rubor en las mejillas, le lanzó una mirada profunda.
"No lo repetiré."
Jonathan alzó una ceja, Alec suspiró.
"Bien, dije que quiero chupártela."
Parecía bastante avergonzado, aunque firme en su decisión, pero Jonathan tenía que estar seguro.
"¿De verdad?"
Alec le lanzó una mirada exasperada y comenzó a desabrochar su cinturón sin una palabra más. Jonathan se quedó muy quieto mientras él dejaba caer su cinturón de cuero al piso con un tintineo y le sacaba la camisa de vestir que tenía metida en los pantalones. Sin mentir, el rubio ya se encontraba bastante excitado desde que lo oyó susurrar esas palabras tan calientes en su oído.
"Ven aquí." Susurró, alzándole el rostro y atrayéndolo hacia él.
Alec le correspondió el beso con facilidad mientras sus manos continuaban el trabajo de deshacer los pantalones y liberarlo de su prisión de tela. Jonathan gruñó cuando Alec le acarició de arriba abajo insistentemente; dejó ir sus labios reticente, y Alec le guiñó un ojo mientras se arrodillaba en el suelo con la cara entre sus piernas.
Jonathan se preparó mentalmente, puesto que en el momento en que su esposo le dio la primera lamida en el costado supo que no iba a durar mucho. Alec no rompió el contacto visual en ningún momento, comenzó lento, chupando la cabeza hasta dejarla roja y dándole pequeñas lamidas al tronco mientras acariciaba los testículos entre sus dedos. Jonathan observó como se le enrojecían las mejillas y se le hinchaban los labios, intentando aguantar lo más posible, pues con solo ver ese rostro angelical sonriéndole mientras desempeñaba una actividad de tal calaña quería explotar. Él se separó de su carne sensible y enrojecida por un momento, para retirarse de la cara el cabello que se le escapaba de la trenza y sonreír.
"Sabes mejor de lo que pensé." Le dijo, cerrando los ojos y dándole una larga lamida de abajo hasta arriba, degustándolo. Dejó salir un ruidito de apreciación que hizo con la garganta y tuvo a Jonathan un paso más cerca del borde.
Abrió los ojos y sonrió de nuevo, como un niño pequeño, antes de llevárselo a la boca. Jonathan se aferró al borde de la barra con ambas manos y se mordió el labio inferior con fuerza; pero en ningún momento cerró los ojos, pues observaba extasiado como Alec lo llevaba hasta el fondo de su garganta. Por su tamaño, Jonathan nunca cabía del todo en la boca de ninguno, pero Alec estaba haciendo un trabajo muy bueno; se lo llevó tan profundo y con tanta facilidad que sorprendió al rubio. Este ya se comenzaba a preocupar por su esposo, cuyo rostro lucía rojo y no se oía respirar.
"Alec, Alec, está bien. No tienes que- ¡Por el Ángel!" Jonathan soltó un bramido a partes iguales de placer e incredulidad, al sentir como se deslizaba en su totalidad dentro de la boca de su marido.
Cabía decir que era la primera vez. Alec alzó la vista, sus ojos azules concentrados y ligeramente cristalizados, y ahuecó las mejillas, apretando su garganta alrededor de él.
Jonathan gimió en voz alta, a nada de correrse. En menos de cinco minutos. Estaría muy avergonzado con Alec si eso pasaba, pero no creía que pudiera aguantar mucho más, incluso con la runa de resistencia puesta, era demasiado placer. Su esposo lucía bastante concentrado en su tarea, con los labios apretados a escasos cuatro centímetros de la base. De pronto dejó salir un gemido que retumbó en su garganta. Echando la cabeza hacia un lado, Alec lo dejó salir casi por completo de su boca, y Jonathan sintió el frío aire golpear su carne sensible. Alec chupó la cabeza roma un par de segundos, antes de volver a enganchar su mirada con la del rubio y volvérselo a tragar.
Jonathan gimió de nuevo, echando las caderas hacia adelante, enterrándose un poco más en la garganta del moreno. Se disculpó, pero Alec se encogió de hombros y abrió un poco más la boca, quedándose inmóvil con los ojos en los suyos. Jonathan alzó una ceja, como queriendo preguntarle si estaba seguro. Alec, sin poder responderle con la boca llena, rodó los ojos de una manera insolente. Jonathan le sostuvo el rostro entre sus manos y comenzó a empujarse dentro de su boca un poco más; no quería hacerle daño, pero demonios si no tenía una boca hecha para ser follada específicamente por él. Se sentía al borde, empujándose dentro y fuera de su garganta, cálida y muy húmeda. Ver su expresión de niño bueno, con ojos azules grandes e inocentes, mientras le follaba la boca furiosamente no tenía precio; era algo muy excitante. Jonathan oía algo de revuelo en el salón donde celebraban la recepción de la boda, era vagamente consciente de que el cuarteto de cuerdas había parado de tocar aquella preciosa sinfonía de cuarenta minutos, pero no iba a para ahora que estaba al borde.
Estaba a nada de llegar en la boca de su esposo. Alec también se dio cuenta de lo cerca que estaba y le acarició los muslos desnudos con ambas manos y los ojos muy abiertos, ahuecando la garganta lo más que podía y dejando que su garganta emitiera pequeños sonidos que Jonathan sentía como vibraciones en su miembro. Alec le jaloneó los testículos con la mano que tenía libre y eso fue todo, lo dejó salir con un húmedo sonido de su boca y le acarició el tronco enrojecido con los labios semiabiertos cuando sintió el primer chorro. Fue tan furioso que le salpicó todo el rostro, así que lo tomó entre las manos y lo ordenó hasta que ya no tuvo más nada que dejar salir.
Alec podía sentir el desastre que había dejado sobre su rostro, pero no se dio cuenta como tal sino hasta que Jonathan abrió los ojos, bajando de su intenso orgasmo, y su mirada se volvió completamente lujuriosa.
"Dios, lo tienes en toda la cara. Pareces salido de una película porno."
Alec se rió, consciente de ello. Lo sentía en los párpados, en la nariz e incluso en los labios. Se los lamió, degustando la esencia en su boca, principalmente salada y también un poco amarga. Se sintió excitar solamente con probarlo. Jonathan se había arreglado ya los pantalones y lo miraba con precaución, instándolo a sentarse en la barra junto a él. Alec observó como se sacaba el pañuelo del bolsillo y lo humedecía con algo de agua del grifo. Fue a tomarlo, pero Jonathan no se lo permitió.
"Cierra los ojos, voy a limpiarte." Demandó, con la voz seria.
Alec obedeció, estremeciéndose cuando la tela fría hizo contacto con su piel caliente; sintió como Jonathan limpiaba los residuos pegajosos de su rostro con el cuidado con el que Marie frotaba la vajilla china del Instituto. Se sintió tratado como una muñeca, de manera delicada y amorosa. Quizás para algunos ese acto que acababa de hacer fuera algo vergonzoso o denigrante, pero Alec no lo veía de ese modo. Él simplemente había querido hacerlo, había querido sentir como su esposo se derretía de placer solo para él, y no negaba que había sido una experiencia que él también había disfrutado bastante; su pene seguía atrapado en sus pantalones, dolorosamente erecto. Estaba ansioso de comenzar la luna de miel cuanto antes.
"Dios, Alexander, no sabía que una cosa tan tranquila y callada como tú podría ser así de fogosa. Si tan solo comienzo a imaginarme como serías en la cama, créeme que..."
Pero Alec no sabría que se imaginaba Jonathan, porque la puerta de la cocina se abrió con mucha violencia, sobresaltándolos a ambos. Era Mia Herondale, con las mejillas rojas y los ojos abiertos de par en par. Alec se tocó el rostro, preocupado, pero todo rastro de semen había desaparecido y en su lugar tenía la piel ligeramente húmeda. Probablemente la cocina no era el lugar indicado para realizar tales actos, pensó Alec algo tarde, no quería ni imaginarse lo que habría sucedido si hubiesen sido interrumpidos unos minutos antes. Cuando había tenido la cara completamente cubierta del orgasmo de Jonathan, o peor, cuando lo tenía a medio camino en su garganta. Alec negó con la cabeza, ese había sido el primer y el último acto sexual que realizaban en público.
Jonathan, tan fresco como una lechuga, se dirigió hacia ella calmadamente. Volvía a estar en su papel de Director del Instituto guión Adulto Responsable. Mia miró de él a Alec, preocupada, como si no quisiera decirles.
Alec frunció el ceño, poniéndose de pie e instalándose junto a su marido.
"¿Qué es lo que sucede?" Preguntó, y se horrorizó al escuchar su voz grave y rasposa; tenía la garganta lastimada.
Mia suspiró.
"Clary ha roto aguas hace unos minutos. Los Hermanos Silenciosos se la han llevado a una de las habitaciones junto a Jace. Nadie sabía donde estábais, así que no querían molestaros. Pero pensé que querríais saber."
Alec observó a Jonathan, que palideció al oírlo.
"No. Se supone que le queda más de un mes. El bebé no puede nacer ahora, no está listo."
Alec tomó la mano de su esposo y entrelazó sus dedos, dándole algo a lo que aferrarse. Él lo miró agradecido, aunque lucía como si fuera a vomitar allí mismo. Se giró hacia la chica y le dio una sonrisa breve.
"Gracias, Mia. Muchas gracias por avisarnos."
Tomó a Jonathan y tiró de él hacia las escaleras, en busca de Clary.
°°°
"¡Robert!" Chilló Tony, antes de soltarse a reír a todo pulmón.
Se sostenía los costados mientras lo hacía, intentando parar. El Inquisidor Lightwood sonrió al verlo, su risa era bastante aguda, pero era muy hermosa. Se le notaban hoyuelos en las mejillas y mostraba sus pequeños dientes perfectos. Antoine Bissette era un joven precioso. Robert miró alrededor, ambos estaban sentados en una de las bancas ubicadas en la jardinera más alejada del patio trasero, la botella de vino yacía vacía junto a las copas, y ellos estaban sentados más cerca de lo que lo habían estado al principio. El joven, contrario a lo que había creído al principio, no era para nada tímido ni callado; llevaban un par de horas hablando y riendo, aunque durante los últimos minutos riéndose de cualquier cosa más que hablando de algo. Robert quería creer que más debido a su encanto que al vino, y se sorprendió a sí mismo pensando en esa idea. Aunque era bastante obvio que había estado coqueteando con el joven durante la mayor parte de la noche. Y él había estado ruborizándose de una forma encantadora, batiendo las pestañas y coqueteándole de vuelta; Robert tenía cuatro décadas de vida, había estado en ese juego durante muchos años y sabía cómo funcionaba.
El muchacho ya había dejado de reír y se encontraba intentando recuperar el aliento perdido, con las mejillas muy rojas y los ojos cristalizados. Robert lo observó en silencio durante algunos minutos, el joven jugueteaba con su corona de flores, acariciándole el sedoso cabello negro con las yemas de los dedos; le arrancó una flor a la corona y le acarició la mejilla con ella. Robert soltó una pequeña carcajada, los pétalos de la flor le hacían cosquillas contra la mejilla. Tony sonrió, empujando el pensamiento detrás de su oreja.
"Es del color exacto de tus ojos."
Robert asintió, Tony le había contado que la idea de las coronas de flores había sido suya. Había estado tejiendo esas coronas junto a Clary casi toda la noche anterior, y había elegido flores específicas que combinaban con las características de cada individuo. El Inquisidor Lightwood llevaba una corona de pensamientos muy azules, del color exacto de sus ojos, al igual que Alec, mientras que Clary llevaba lirios blancos, contrastando con el intenso color de su cabello; Jace y Mia usaban violetas mientras que Marcos, Aline y Jia llevaban rosas rojas. Helen Blackthorn usaba una corona de tulipanes que resaltaba en el claro rubio de su pelo. Tony llevaba margaritas entrelazadas con unas flores salvajes que crecían en el jardín, verde y blanco contrastando con el castaño claro de su cabello. Robert pensó que lucía maravilloso.
Tony suspiró, sin romper el contacto visual en ningún momento. Robert, en su lugar, observaba la banca en donde el joven tenía apoyada una de sus pequeñas manos y colocó una de las suyas encima, cubriéndola por completo. Tony desvió la mirada cuando le dio un cariñoso apretón, pero le volvió a ver a los ojos y sonrió, curvando sus labios con forma de corazón.
"Señor Lightwood..." Susurró Tony, indeciso, alzando una mano para acariciarle la mejilla.
Robert alzó su otra mano, la que él sostenía, y la llevó hasta sus labios para darle un suave beso sobre los nudillos; Antoine no era demasiado blanco, pero tenía los nudillos salpicados de pecas oscuras. Robert sonrió sobre su piel. Tony pasó ambas manos delicadamente por su cuello y las entrelazó en su nuca mientras se inclinaba hacia él; sabía que Robert deseaba besarle, así que por qué no dar el primer paso. El hombre mayor se sorprendió por la confianza del joven, pero le siguió el beso, deslizando una mano hacia su fina cintura. Sus labios eran finos, el inferior más relleno que el superior, eran suaves y cálidos entre los de Robert; inexpertos, no sabía muy bien qué hacer, por lo que procedía con torpeza, enterneciéndolo. Al separarse, ambos tenían la respiración acelerada y una sonrisa boba en el rostro. Robert se sentía algo idiota comportándose de esa manera, puesto que ya ya era un hombre maduro, pero siempre podía echarle la culpa al vino.
Tony tenía las mejillas muy rojas y le tembló la voz al hablar.
"Me siento algo mareado."
Robert se incorporó, recuperando la compostura. Se puso en pie, tendiéndole una mano al confundido joven.
"Lo mejor es que te acompañe hasta tu habitación. Ya es tarde."
El chico asintió, dándole la mano mientras se levantaba del banco, luciendo algo perdido. Robert se preguntó si el chico se estaba arrepintiendo de su decisión de llevar las cosas a ese nivel al besarle, pero él le agarró la mano con fuerza y lideró la marcha hacia el interior del instituto con premura. Robert vio, Tony se tambaleaba hacia ambos lados ligeramente; le costaba creer que el muchacho estaba borracho con un par de copas de vino nada más.
Quizá era más tarde de lo que Robert creía, pues el salón del Instituto estaba completamente vacío y solitario; probablemente todos se habían ido a dormir ya. Excepto Jia, Aline y Helen, que se habrían marchado a las 11:30, pues a esa hora Catarina abriría un portal para ellas desde Idris. Siguió al tambaleante joven por las escaleras hasta el piso de su habitación, evitando su caída en reiteradas ocasiones y luchando por no reír ante su torpeza, inconsciente del revuelo que tenía lugar un piso arriba, en las habitaciones de la familia.
°°°
Mia, Alec y Jonathan subieron las escaleras corriendo con una rapidez inusitada; en el salón principal del tercer piso encontraron a Jace dando vueltas como un león enjaulado. Jonathan soltó a Alec por primera vez desde que se habían dado la mano en la cocina y este asintió, fijando los ojos en su parabatai. Jace se mostró reacio al principio, pues desde que habían intimado, sentía que su relación con su parabatai no volvería a ser lo mismo, pero un par de segundos después se estaba desplomando entre los brazos de Alec.
"Está bien. Ella estará bien, es muy fuerte y el bebé también. Todo estará bien, ya lo verás." Le dijo en una voz tranquilizadora, abrazándolo con cariño.
Jace había corrido hacia él con tanta fuerza que el impacto por poco no los había tumbado a ambos al suelo. Alec sintió como Jace temblaba entre sus brazos, sin embargo, sus ojos estaban tan secos como el desierto.
"El bebé es pequeño aún. Si sus pulmones no se han desarrollado del todo las probabilidades más altas son de que muera. Lo ha dicho Enoch." Exclamó él, separándose un poco.
Lucía furioso, a través de su lazo, Alec pudo sentir todo tipo de pensamientos de injusticia y culpabilidad. Le había tomado algún tiempo hacerse a la idea de ser padre, pero desde ese momento le había tomado muchísimo cariño al bebé, como todos, y si no vivía... Alec frunció el ceño.
"Para ya con eso. No sabes lo que va a pasar. Deja de pretender que lo sabes todo." Le espetó con furia, pues detestaba cuando se ponía en plan depresivo.
Lo soltó, ignorando su mirada de dolor, y se dirigió hasta su esposo. Jonathan, que se había sentado en uno de los antiguos muebles esparcidos por el pequeño salón, abrió sus brazos para él; Alec se sentó entre sus piernas y dejó que le abrazara, intentando calmar su ira.
Solamente su maldito parabatai lograba enfadarlo tanto con tan poco. Lo entendía, eran cazadores de sombras, vivían con la muerte sobre sus cabezas, pero eso no quería decir que a la mínima de peligro debieran
hacerse a la idea. No, se podían permitir tener esperanza, porque la esperanza es lo último que se pierde. Alec sabía cuanto amaba Clary a su bebé, desde el primer momento en que lo supo, y no podía hacerse a la idea de que lo perdiera. No. Tenían que tener esperanza. Y en el último momento, si las cosas no iban bien como lo habían querido, podían comenzar a lamentarse. Pero no ahora.
"El bebé vivirá." Dijo Mia, logrando que todos los chicos la miraran confundidos, pues habían olvidado completamente que se encontraba ahí.
Ella, a pesar de ser joven no era nada tímida, se manejaba bien en el centro de la atención; tenía una mirada altiva y no parecía importarle lo que las demás personas pensaran de ella. Iba descalza, se fijó Alec. Tenía algo que le recordaba a Emma Carstairs.
"¿Cómo podrías saberlo tú?" Le preguntó Jace, en un tono ácido.
Alec cerró los ojos, pues había estado en el otro lado cuando Jace utilizaba esa voz. Cuando quería herir a las personas o hacerlas sentir humilladas. Le echó una mirada a Mia, pero la muchacha no lucía ninguna de esas dos cosas, su expresión se volvió dura.
"Porque es un Herondale. Y los Herondale somos fuertes, no morimos tan fácil."
Se giró en sus talones y se fue, con toda la gracia que la caracterizaba. Alec intercambió una mirada con su esposo, al igual que una sonrisa, la chica estaba en lo correcto, los Herondale estaban hechos de algo duro.
"Será algo difícil lidiar con dos de ellos a la vez." Le susurró a su esposo.
Jonathan negó con la cabeza.
"Tres. Será difícil lidiar con tres de ellos a la vez."
°°°
"¿Estás seguro?"
"Sí, completamente."
"¿Antoine?" Preguntó Robert, claramente no convencido.
El joven se detuvo y dejó salir un ruido de su garganta que podía interpretarse de muchas maneras.
"Dios, me encanta cuando dices mi nombre completo."
Robert alzó una ceja, negando con la cabeza. El joven estaba ebrio. Con cuatro copas de vino. Una vergüenza para los cazadores de sombras, pensó el hombre.
"Tony..." Suspiró él. "No recuerdas cuál es tu habitación, ¿verdad?"
El chico se desplomó contra él y dejó salir otro de esos sonidos tan tortuosos; Robert solamente podía interpretarlos como gemidos muy agudos. Se preguntaba como un chico de dieciséis años era capaz de lograrlos.
"Ni siquiera sé en que piso está. Ni siquiera sé en qué piso estamos. Pero no le veo la importancia, pensé que usaríamos tu habitación y ya." Se quejó en voz alta.
Robert rodó los ojos y abrió la puerta sobre la que estaban recostados, entrando a una de las habitaciones vacías. Había como cincuenta habitaciones en el Instituto, que el muchacho ocupara una de ellas por una noche no le haría daño a nadie.
"Aguarda, ¿que usaríamos mi habitación para qué?" Preguntó, caminando con el muchacho en brazos e intentando deshacerse de él; para ser bajo y delgado, Tony era pesado.
Además, parecía una sanguijuela, pegado a él por más que intentara apartarlo. Robert frunció el ceño, cogiéndolo por los hombros y dándole un fuerte empujón para quitárselo de encima. Tony rió de una manera suave y delicada cuando ambos cayeron sobre la cama; seguía sin soltar a Robert, le tenía cogido por la solapa del traje como si fuera la pinza de un cangrejo.
El hombre suspiró.
"¿Pensabas que tendríamos sexo?" Inquirió, girándose hacia él.
El joven lo imitó, mirándolo con una sonrisa tentadora en los labios y los ojos brillantes. Estaba alcoholizado, el pobre.
"¿Acaso no lo haremos?"
"No pienso aprovecharme de tu estado."
Él frunció el ceño, levantándose en un codo.
"Que yo sepa la ebriedad no se considera un factor que evite las relaciones sexuales." Protestó.
Robert negó con la cabeza.
"No tendré sexo contigo ebrio. Ni siquiera recuerdas como llegar a tu habitación; probablemente no quieras hacer esto y mañana te arrepientas de todo." Contrarrestó el hombre, desabrochándose el saco.
Tony era fanático del contacto visual, notó, siempre estaba mirándolo a los ojos fijamente. Era algo bueno. Robert lo miró fijamente a él también.
"No te estarías aprovechando de mí." Dijo, bajando su tono de voz a apenas un susurro. Robert fue a contestarle, pero él negó con la cabeza, prosiguiendo. "El alcohol es un desinhibidor; solamente te hace hacer y decir cosas que no harías ni dirías sobrio. No te hace mentir."
Robert suspiró y Tony siguió hablando. Aparentemente, alcoholizado o no era bastante mandón y charlatán.
"Oh, vamos, señor Lightwood. Pensé que le gustaba."
Tony estaba hablando muy alto, y lo más probable era que no se daba cuenta de ello; Robert lo atribuyó a su estado. Le estaba mirando con un puchero en los labios ahora, acercándose a él hasta que no los separaba más de medio palmo de distancia.
"Eres demasiado joven para mí." Dijo él, con un tono de voz estricto, sin separar la mirada de la suya. Tony asintió, relamiéndose los labios. "Posiblemente ni siquiera eres mayor de edad aún. Además, tú... Tú eres amigo de mi hijo."
Tony dejó salir una risita particularmente ronca, inclinándose hacia él. Robert dejó de respirar durante un segundo, observando fijamente como le ponía las manos sobre los hombros y les daba un fuerte apretón.
Se detuvo y dejó salir otra risita de borracho antes de hablar.
"¿Eso es todo?"
Robert se quedó en blanco.
"Parece que se quedó sin excusas, señor." Ronroneó el joven, con la voz cada vez más profunda. Robert comenzó a sentirse acalorado solamente por la voz y la mirada seductora del muchacho. "Bien, ahora podré tener mi manera retorcida con usted."
Sonrió como el gato que se comió el canario y acercó sus labios a los suyos; Robert suspiró antes de seguirle el beso, repitiendo en su subconsciente que no haría nada más que besar al muchacho esa noche.
De ninguna forma iba a aprovecharse de él.
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Jace negó con la cabeza y los rizos rubios, que tenía demasiado largos, le rebotaron contra el rostro; tenía la boca torcida en una mueca furiosa. Alec suspiró. Últimamente lo único que su parabatai y él hacían era discutir, pelear y enojarse el uno con el otro. Estaban demasiado tensos.
"Lo único que digo es que no deberías tratarla así. Ella solo intenta que la aceptes." Le dijo con suavidad, colocando sus manos sobre sus hombros.
Jace se dejó caer sobre un sillón individual, suspirando. Alec se cruzó de brazos, de pie junto él.
"¿Habéis hablado ya?" Le preguntó.
Su parabatai se encogió de hombros, como restándole importancia.
"Sí, un poco. Ha sido muy incómodo. Me ha explicado un par de cosas, las privadas, que no quisiera que le contara a nadie más." Jace miró a Alec, y él asintió, diciéndole que estaba bien. "Pero me ha dicho que nos contará su historia como tal a todos, cuando sea el momento adecuado. Probablemente después de que volváis de la luna de miel."
Jace le dio una mirada a Jonathan, que estaba sentado al otro lado de la habitación, desparratado sobre un sofá con tapizado color damasco; este le rodó los ojos.
"Oh, que pena. Tendrás que buscar otro vuelo." Dijo él, con una risita sardónica.
Por lo menos ya no lucía tan pálido, pensó Alec, que se alegraba de verle más vivo, así fuera intentando molestar a su esposo. Jonathan iba a contestarle algo seguramente insultante pero se detuvo, todos se giraron hacia la puerta de doble hoja.
Aquella habitación solía ser uno de los salones de baile del Instituto, de elegantes pisos y altos ventanales, pero durante los últimos quince años había sido empleado como la enfermería. A Alec le parecía poco útil, pues estaba localizada en el cuarto piso del edificio, pero a los Hermanos Silenciosos no parecía importarles.
"Hermano Cimon." Jace se refirió a él de una manera respetuosa, ávido de respuestas.
El Hermano Silencioso tenía la manga derecha de su hábito manchada de rojo. La sangre de Clary, pensó Alec, o la del bebé. El Hermano Cimon no les dio ni una mirada, se puso de pie frente a Jace y se comunicó únicamente con él. A Alec siempre le había parecido uno de los más estrictos.
"Por el Ángel." Susurró Jace, cerrando los ojos durante un momento.
Alec se aproximó hacia él, preocupado. Observó como el Hermano Cimon se daba la vuelta y volvía adentro silenciosamente. Jace se giró hacia él y hacia Jonathan, dispuesto a compartir la información.
"Clary tuvo un desprendimiento de placenta, dijeron que es algo peligroso para ambos pero que ya lograron arreglarlo. Está estabilizada, pero muy cansada para comenzar la labor de parto."
Jonathan se puso de pie, pálido, con el ceño fruncido.
"¿Qué demonios significa eso?" Preguntó Alec, confundido.
"Si arreglaron el problema entonces no hay necesidad para sacar al bebé." Dijo Jonathan, contrariado también. "Es muy pequeño aún, tú mismo lo dijiste, ¡puede morir!"
"¡Sé lo que dije!" Exclamó Jace, con los ojos desorbitados. "El Hermano Enoch dice que el bebé vivirá."
Alec frunció el ceño, preocupado.
"¿No podrían simplemente dejar al bebé en su vientre por otras seis semanas?" Preguntó en voz baja, acariciándole el bíceps a Jonathan con cariño.
No quería más peleas entre ellos, pero ambos tenían un carácter fuerte y solían colisionar.
Jace negó con la cabeza.
"El susto hizo que Clary entrara en labor. Le han dado un sedante para que descanse algunas horas, mientras comienzan las contracciones más fuertes."
Alec abrió mucho los ojos, y oyó como Jonathan se quedaba sin respiración.
"Por el Ángel."
Jace asintió de nuevo, luciendo derrotado.
"Cimon dice que será mucho más lento que lo usual, probablemente ella dormirá hasta tarde para recuperarse y cuando llegue el momento le aplicarán una runa de energía o dos y comenzará el proceso. Dice que mañana a esta hora más tardar el bebé ha de estar naciendo."
Después de eso el silencio inundó la estancia. Ninguno de ellos se atrevía a hablar. Jace se había recostado en el sillón en el que estaba al principio y Alec siguió a Jonathan hasta el sofá color damasco; se sentó sobre las piernas de su marido y ambos compartieron un pequeño beso en los labios.
Alec se giró hacia Jace.
"Nos quedaremos contigo."
La cabeza del rubio se alzó como un resorte; Jace negó con la cabeza.
"Alec... No. Es su noche de bodas, deben disfrutarla."
Él sonrió, abrazándose a Jonathan. No dejaría solo a su parabatai en un momento como ese, además, era la hermana de su esposo; ninguno podría disfrutar sabiendo lo que pasaba en el Instituto.
"Cuando el bebé haya nacido y Clary tenga fuerzas nos iremos, y tomaremos dos semanas para la luna de miel. Mientras tanto no. Esperaremos todos juntos."
°°°
A pesar de que Tony se había abalanzado sobre él, Robert notaba su nerviosismo. Entreabrió los párpados para observarle; el joven estaba aferrado a sus hombros, medio encaramado sobre él, y si bien no le besaba con mucha experiencia, lo hacía con bastante pasión. El hombre cerró los ojos nuevamente y dejó salir una risa, Tony suspiró y se separó de sus labios.
"Fuiste mi primer beso. No te rías de mí." Dijo el joven en un sollozo fingido.
Robert sonrió pero se puso serio casi al instante.
"Eres tan inexperto, Antoine." Susurró, quitándoselo de encima. El joven quedó de espaldas sobre el colchón y Robert se dio vuelta para cernirse sobre él. "Voy a enseñarte lo que es un beso de verdad."
El joven no tuvo tiempo de reaccionar, pues el mayor se inclinó sobre él y cubrió su cuerpo con el suyo; el chico gimió, aferrándose a él. El cuerpo del Inquisidor era lo que el cuerpo de un hombre de cuarenta y tres años que había participado en dos guerras desempeñándose como un guerrero excelente se suponía que fuera: musculoso, fuerte, duro como una roca. Tony sintió como Robert le tomaba el rostro entre las manos, que eran de dedos gruesos y estaban llenas de callos. Eran las manos de un guerrero. Inconscientemente se preguntó si así estarían las suyas en un par de años, cuando hubiera Ascendido y comenzara a participar en batallas como un cazador de sombras regular.
"Mhm." Suspiró, echando la cabeza hacia el lado izquierdo.
Robert era un muy buen besador, parecía saber exactamente lo que hacía con sus labios, y era bastante hábil con lengua. Le delineó el labio inferior con ella antes de separarse de él, succionándolo de una manera muy seductora. Tony reprimió un gemido, no quería parecer tan ansioso, aunque la verdad era que lo estaba.
"Ahí esta. Ahora puedes decir que has sido propiamente besado." Le dijo, con la voz una octava más abajo.
Tony se estremeció. Acarició los antebrazos del hombre con delicadeza, subiendo sus caricias hasta llegar a los hombros sutilmente. Esto no pasó desapercibido por el Inquisidor, que le alzó una ceja. Tony le dio un apretón y una sonrisita y bajó ambas manos hasta su pecho; le abrió el saco y comenzó a sacárselo, sin que el hombre pusiera mucha resistencia. Tony se preguntaba en qué lugar del jardín se habría dejado el Inquisidor su bonita túnica gris.
"Antoine..." Comenzó Robert, con voz desaprobatoria, pero no detuvo sus avances.
El joven le dio una mirada de reojo cuando dejó caer la prenda al suelo, pero como no vio ningún movimiento de parte del hombre, continuó con su tarea de desvestirlo. Tony hizo una pausa para recuperar el aliento una vez que tuvo al Inquisidor Lightwood suspendido sobre él sin camisa; aquél espécimen debía apreciarse. Tenía unos pectorales muy firmes, eso fue lo primero que notó, recubiertos de una fina capa de vello oscuro que bajaba en dirección al abdomen y le recorría los músculos bien definidos. Lo segundo que notó fueron las cicatrices que lo recubrían, los destellos plateados de las runas usadas brillantes contra su piel morena, las marcas negras de algunas runas permanentes, la que más la llamó la atención a Tony fue una que hablaba de pérdida y de sobrellevar el dolor. La runa del Duelo. Robert la tenía sobre el pectoral derecho, casi llegando al hombro, y junto a ellas resplandecían la runa del matrimonio, desvaneciéndose también, y más allá, justo sobre el corazón, la runa de parabatai. Tony se paró en seco, llevó una mano hacia allí para acariciarla y se detuvo cuando estuve a centímetros de su piel. Alzó la vista, para ver si Robert estaba bien con ello; él lo cogió de la muñeca y colocó sus dedos sobre la desvanecida runa.
"Tuviste un parabatai." Susurró, conmocionado.
Tony sabía todo, o casi todo, del Mundo de las Sombras y los Cazadores de Sombras, pero eso no significaba que lo hubiera vivido. Que hubiese leído sobre la ceremonia parabatai en el Códex no significaba que supiera lo que el lazo parabatai significaba realmente; de hecho, la primera pareja de parabatai que Tony había visto en la vida habían sido Jace y Alec. El Inquisidor Lightwood asintió, de hecho, la primera pareja de parabatai que Tony había visto en la vida habían sido Jace y Alec. El Inquisidor Lightwood asintió, dejando que su mano descansara sobre la de él.
"Fue hace mucho tiempo. Cuando era joven, probablemente más que tú." Tony rodó los ojos, Robert parecía realmente obsesionado con su edad. Él prosiguió. "Cortaron nuestras marcas luego de los acontecimientos del Círculo, así que no pude sentir cuando murió. Nos distanciamos después de ello por culpa mía."
Tony dejó escapar un jadeo horrorizado. ¿Cortar sus marcas? Eso sonaba barbárico. Y extremadamente doloroso. Aún así, la Clave lo consideraría necesario, Tony recordó lo que decía el Códex. Dura Lex, sed Lex.
"La ley es dura, pero es la ley." Susurró Robert, como si lo hubiese escuchado. Quizás Tony habló en voz alta sin notarlo.
El hombre suspiró, recorriéndolo con aquellos ojos muy azules. Tony sintió como si le acariciara con la mirada y, al mismo tiempo, como si le desnudara lentamente. Robert comenzó a desabotonarle la camisa con parsimonia, botón a botón, y al terminar se la deslizó por los hombros, dejándole el pecho al descubierto. Tony lo oyó quitarse los zapatos y sintió que se deshacía de sus mocasines color beige antes de reaccionar propiamente.
"Oh, por Dios." Susurró, asombrado, recorriendo sus manos por el amplio torso del mayor.
Iba a ser la mejor noche de su vida, lo presentía. Robert se detuvo en su camino de desnudarlo por completo y Tony tragó saliva, con el Inquisidor suspendido sobre la mitad inferior de su cuerpo. Robert inclinó la cabeza, tenía los dedos bajo el elástico de la ropa interior del joven, pero su atlético cuerpo o los bóxers que llevaba no le importaban en el momento. Robert estaba concentrado en el hueso de su cadera, sobre el cuál se hallaba una vieja cicatriz blanca.
Tony se puso pálido.
"Robert..."
Eran los restos blanquecinos de una iratze. La cicatriz era muy pálida y no destacaba casi contra la piel del muchacho, pero Robert tenía cuatro décadas de vida y había visto cientos de runas curativas; sabía como lucía una incluso después de años de su uso. Su mirada se encontró con la de él y alzó una ceja.
"Ella te puso una runa antes de Ascender. Eso es ilegal." Le dijo Robert, lo más suave que pudo. Sabía que el joven la había apreciado mucho en vida.
Él negó con la cabeza, incorporándose en la cama.
"No, la señora Morgenstern nunca... Ella no haría nada ilegal, era una mujer correcta. Se regía por las reglas de la Clave." Protestó el joven, desviando la mirada.
Robert notó esto y se incorporó también, se sentó junto a él y le cogió la muñeca.
"Antoine." Comenzó, tomando aire.
El joven negó con la cabeza, desprendiéndose de su agarre.
"¡No! ¡La señora Verlac no era mala!" Vociferó, el pecho le subía y le bajaba, estaba alterado.
El hombre asintió, deslizando una mano por su mejilla para tranquilizarlo; su táctica funcionó, pues al instante en que la piel del hombre hizo contacto con la suya, el joven se quedó quieto. Tony se inclinó hacia su toque.
Robert lo intentó de nuevo.
"Antoine. Elodie Verlac trazó una runa en tu piel."
Él asintió, mortificado.
"Estaba tratando de ayudarme. Fue cuando me rescató de mi padre. Había tanta sangre, todos pensaron que había muerto, excepto ella. Ella me trajo aquí y me curó." Tony le miró a los ojos. Robert notó que eran muy bonitos, de un profundo color marrón chocolate. "La señora Verlac me salvó la vida, Robert."
El Inquisidor tenía una expresión indescifrable.
"Pudiste haber muerto, Antoine. Hay una razón por la que no se pueden colocar runas en personas que no sean cazadores de sombras."
Tony frunció el ceño.
"Pero la Ascensión..."
La voz de Robert se endureció y Tony sintió que las cosas entre ellos se enfriaban.
"La Ascensión no siempre funciona. Algunas veces los mundanos no resisten las runas, por muy buenos que sean sus conocimientos o habilidades, no es algo que se de por sentado. Eras un niño mundano y ella te colocó una runa, lo que podría haberte matado de una manera lenta y dolorosa, a menos... "
El joven alzó la cabeza como si hubiese sido activada por un resorte.
"¿A menos que qué?"
Robert negó con la cabeza, pero desistió ante la mirada del joven.
"A menos de que hubiera estado segura de que la sangre de la Clave corre por tus venas."
Tony se quedó de piedra.
"Mis padres eran mundanos."
"¿Estás seguro?"
Tony vaciló.
"Mi padre era un hombre completamente ordinario. Robaba y estafaba a las personas para vivir." Sintió como Robert le tomaba la mano y entrelazaba sus dedos y suspiró, haciendo los malos recuerdos a un lado. "Él era la definición de mundano, sin embargo, mi madre... Bueno, a ella nunca la conocí. Murió cuando yo era un niño."
Se volteó para mirar al Inquisidor, que lucía pensativo.
"Incluso si mi madre era una cazadora de sombras, ¿sería suficiente?"
Robert asintió con la cabeza, saliendo de su trance.
"La sangre de los nefilim es altamente dominante. Si tu madre era una de los nuestros todo tiene sentido. No necesitas Ascender, Antoine, porque ya eres un cazador de sombras."
°°°
Robert se recostó contra el cabecero de la cama y se pasó una mano por el cabello. Tony lucía pensativo, pero más que eso, perdido en su propia cabeza, aún tenían los dedos entrelazados y estaban casi desnudos. Robert suspiró, sin saber cómo habían llegado de la situación en la que se encontraban diez minutos atrás a esto.
"Antoine, mírame."
El joven se mordió el labio inferior, obedeciéndole.
"¿Te sientes bien?"
Tony negó con la cabeza.
"Me siento muy confundido, mi cabeza... Siento que va a explotar."
Robert le acarició la mejilla, y ahora que observaba con atención, podía ver que también tenía pecas en ella; se extendían suavemente desde el puente de su nariz hasta las mejillas rosadas.
"Eso es por tanto vino." Le contestó. "Deberías descansar, mañana te sentirás peor."
Tony giró el rostro y plantó un delicado beso en la palma de su mano; Robert vio como recuperaba el brillo en los ojos y la sonrisa pícara. Oh, niño, él estaba en problemas de nuevo. Tony se sentó sobre su regazo suavemente y alzó el rostro para mirarle mientras le acariciaba el pecho con las manos.
"Mejor volvemos a lo que estábamos." Le dijo en un susurro.
Robert asintió, resignado, y estrechó las manos que había apoyado en las caderas del muchacho. Tony tenía una cintura muy fina, pensó, recorriéndola con las palmas de las manos mientras lo besaba profundamente. El joven era un poco lento debido a su inexperiencia, pero se esforzaba por seguirle el paso. Le tomó el rostro con suavidad antes de llevar una mano a su nuca y enredar la otra en su cabello; Robert sonrió en el beso cuando sintió que le tiraba del cabello. Tony le pedía una pausa para recuperar el aliento.
"¿Cansado ya?" Se mofó de él, apretándolo contra su cuerpo.
Tenía la voz ronca ya por el deseo.
Robert vio como los ojos oscuros del joven se iluminaban con un brillo travieso. Tony se alzó suavemente para acomodarse bien sobre él y Robert tragó saliva; el joven comenzó a rotar las caderas, presionado completamente contra el regazo del hombre.
Vamos a ver cuánto duras, anciano. Susurró con voz seductora, enterrando la cabeza entre su cuello y clavícula.
Os cuento que tuve que reescribir básicamente toda la escena 7u7 entre el Inquisidor y Tony porque al principio no me gustó nada; me deshice casi de 5 mil palabras y fue estresante tener que escribir de nuevo todo eso.
Bueno, ¿qué os pareció?
La mayor cantidad de comentarios me inspira a publicar más rápido (no es chantaje, chicos, realmente amo vuestro feedback). :3
Multimedia: los pensamientos azules que Alec lleva en el cabello entrelazados en su corona de flores.
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