•Capítulo uno.
1.
Más del Cielo que del Infierno.
"Estás... estás muerto. Heosphoros te atravesó el corazón, te vimos sangrar, te vimos morir en los brazos de Jocelyn. ¿Cómo... cómo es posible?"
Tartamudeó el muchacho de los ojos azules, saliendo poco a poco del estado de shock. Tenía tiempo sin hacerlo, de hecho, Alec Lightwood ni siquiera fue capaz de recordar la última vez que había tartamudeado; sin embargo, lo atribuyó a la tensa situación en que se encontraba y le prestó atención al otro cazador. Sebastian se relamió los labios resecos antes de contestarle, y volvió a estremecerse, desechando la idea de que lucían remotamente provocativos.
Eran del color de las fresas, un rojo brillante pero ni muy oscuro, y aunque el superior parecía ligeramente más delgado que el inferior, aún así se veían atractivos.
"La runa que Clary talló en la espada, su poder era parecido al de Gloriosa cuando atravesó a Jace. Asumo que lo recuerdas, ¿o me equivoco? Mataba lo que era malo en él, si era más bueno que malo, viviría, y sino, pues moriría. 'Si es más del Cielo que del Infierno'. Hizo lo mismo conmigo."
Alec rió, una carcajada seca y sin gracia. No le creía ni una palabra, simplemente no podía ser verdad nada de lo que le decía.
"Tú eres un demonio. Valentine te creó, Lilith te dio de su sangre, te hizo mucho más fuerte que cualquier Demonio Mayor. Consumió tu humanidad así como el veneno consume la vida a la sangre." Recitó el moreno, recordando las palabras exactas que Jace utilizó al explicarle las visiones que el ángel Ithuriel les había enseñado a él y a Clary en la casa de campo de los Wayland, a las afueras de Idris.
"Eres más del Infierno que del Cielo. Moriste, estás muerto. No puedes vivir porque no hay nada más que maldad en ti, en tu ser."
Sebastian se mostró ofendido, con el rostro ladeado como si el otro le hubiese abofeteado; Alec sintió culpa, pero no sabía si creerle, había confiado en él una vez y no había resultado nada bueno de aquella ocasión. Sus ojos se clavaron en él mientras le observaba girar grácilmente sobre sus talones y darle la espalda, con toda la elegancia característica de los hombres Morgenstern -que Alec bien conocía de antemano, pues había vivido con Jace por siete largos años-.
De cara al hogar pareció pensar en un recuerdo amargo, hizo una mueca dolida que el cazador saludable se perdió, incapaz de mirar más allá de sus ojos negros y el modo en que brillaban cuando la luz del fuego se proyectaba en ellos. Se propuso ignorarlo, escuchando el crepitar del fuego y sintiendo la brisa fresca alborotándole los rubios cabellos.
"Eso no es verdad, y lo sabes. Tú lo sabes muy bien, Alexander, de otra manera no estaría aquí de pie. Hablándote. Tratando de enmendar las cosas."
De nuevo, Alec rió. Llenando la habitación de un sonido hueco y superficial que resonó en el enorme salón.
"¿Tratando de enmendar las cosas, dices? ¡No puedes! La vida no funciona así: tú no pasas diecisiete años siendo un demonio destructivo medio psicópata, matando miles de personas inocentes, haciendo tratos sucios con Demonios Mayores, destruyendo media Idris, y lo peor de todo, intentando quemar el mundo hasta reducirlo a cenizas sólo por diversión. No enfrentas a millones de Nefilim contra sus propios hermanos, su familia, y luego vienes a tratar de enmendar las cosas. ¡Simplemente no puedes hacer eso!"
Las mejillas se le colocaron rojas de la ira, la voz medio ronca al haber sido forzada tan ásperamente desde el fondo de su garganta, lágrimas punzando tras sus ojos azules. Escociendo, amenazando con salir en contra de su voluntad; Alec las retuvo, negándose a ser un hombre débil.
El demonio pareció no oírle, se dio la vuelta y le contempló con una falsa preocupación en la voz; trató de ser menos cruel, bromeando incluso para hacerle tranquilizar.
"Tengo dieciocho, de hecho. Maryse y Jocelyn se embarazaron con unos pocos meses de diferencia, no sé si lo sabías. Jugábamos juntos de bebés. " Le dijo, con la voz más humana que le hubiese oído emplear con nadie nunca antes.
Pero no le salió como planeaba, hizo que la sangre del muchacho se calentara hasta el punto en que prácticamente hervía dentro de sus venas. Su frustración se hizo presente y las palabras le salieron de la boca a borbotones, sin que pudiese detenerlas ni hacerlas ir más lento.
"No puedes asesinar a todas esas personas, entre ellas pequeños niños inocentes y luego salir aireado de esto, ¡eso no te está permitido, maldito seas!" Exclamó Alec, volviendo las manos puños a sus costados, dejando que las lágrimas brotaran libres al fin.
«Max, mi pequeño e inocente hermano Max. »
Se derrumbó al fin, desgraciadamente frente al asesino. No podía más, él se había mantenido fuerte por sus padres, porque era lo que ellos esperaban, por Isabelle, porque Alec era su roca, por el mismo Jace, pero ya no quería fingir. Soltó un pequeño quejido lastimero, llevándose las manos al rostro y ocultándolo entre ellas, y Sebastian se acercó. Notó la inmensa tristeza en el joven cazador y dejó escapar un jadeo sobresaltado, jamás había visto a alguien tan fuerte y al mismo tiempo tan destrozado. Sebastian no sabía qué era ése extraño impulso que le hizo acercarse a él y tratar de consolarlo, por algún motivo le dolía su dolor.
Instintivamente, Alec retrocedió con la cabeza gacha; negándose a darle la satisfacción de verlo destruido, no iba a dejar que se burlara mezquinamente de su dolor. Un dolor provocado por la pérdida de alguien amado, todo era culpa suya y de su legado de destrucción para con la raza de los hijos del Ángel.
"Valentine, esto ha sido todo culpa suya, de cómo me crió, de cómo me enseñó a comportarme. Igual con Jace... ninguno de los dos somos malos, él nos ha hecho parecer así."
Al oír lo último algo dio un vuelco en el estómago de Alec, dejó de sentir ése hueco en el corazón y dejó brotar la ira que llevaba guardando todo este tiempo. Gruñó con su garganta baja.
"¿Cómo osas compararte con Jace? Él no es como tú, no os parecéis en nada. Absolutamente nada. Jace no es un monstruo." Exclamó, mirándole a los ojos. Sebastian dejó caer la mano pálida que extendía en su dirección, nuevamente con una expresión dolida.
"Tienes razón, Alexander." Dijo, pronunciando su nombre de tal manera y con un tono de voz que le erizó los vellos de los brazos. Alec ignoró la agradable sensación que le fue provocada por su voz grave y profunda, y se concentró en sus palabras.
"Jace no fue envenenado por su padre antes de nacer, jamás sintió lo que era la completa soledad o tuvo esa horrible sensación de que nunca iba a ser querido por nadie. Nunca supo que había otro niño al que su padre realmente amaba, al que enseñaba mucho más que cosas malas, al que consideraba más que sólo un monstruo." Hizo una pausa, mirándole a los ojos también, aunque Alec desvío la mirada, sintiendo como las mejillas húmedas le ardían bajo una furiosa capa de rubor.
"Jace aprendió idiomas, poesía y hasta música. Valentine le dio su amor, le inculcó sus creencias y lo poco que era realmente honesto acerca de su moral, conmigo no fue así. Para mí todo eran armas y lecciones acerca de cómo ser un mejor guerrero, más fuerte y astuto que los demás. Una lección especial por cada cumpleaños."
Sus ojos verdes como el jade más puro quemándolo con una fiereza tal que le hizo ruborizar aún más violentamente, Alec se estremeció, recordándose a sí mismo que el hombre que tenía en frente era, entre otras cosas, el amo de la seducción, y no debía dejarse manipular por su encanto.
"Podrá sonarte tonto, Alexander, pero lo que un niño realmente quiere por su décimo cumpleaños no es una lección sobre cómo atravesarle el corazón a alguien por la espalda. " Finalizó, con un tono de voz bajo y sombrío, incluso, Alec pudo escuchar cierto dejo de tristeza en él.
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Intenso, ¿no?
Comentad lo que os pareció el cap.
-Elle.
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