•Capítulo seis.

6.

Una oferta tentadora.




Jonathan tragó saliva con dificultad, dándole la espalda al pelinegro mientras cerraba la puerta del apartamento y se desaflojaba la toalla ligeramente; había visto como se le habían sonrosado las pálidas mejillas y su mirada azulada se oscurecía conforme le recorría de arriba abajo, y le había excitado un poco. La inocencia, la pureza y la delicadeza parecían manar del cuerpo de Alexander a borbotones; él le miró con esos ojos tan azules suyos, el entrecejo fruncido y los labios apretados, como si decidiera qué hacer a continuación.

"Toma asiento, por favor." Dijo una vez se adentraron al salón comedor, Alec vislumbró un mueble de aspecto sencillo y cómodo, pero en lugar de tomar asiento, como indicó el propietario, se quedó de pie junto a éste.

"Quiero saber porqué me citaste." Soltó de sopetón, sin reparos ni tacto; Jonathan se fijó en que el tono neutro, indiferente de su voz no parecía forzado ni mucho menos actuado, por lo que supo que era el que tenía acostumbrado a usar con todos los demás.

Valentine le había enseñado a leer a las personas, sus expresiones, sus gestos, su manera de actuar, de caminar, el tono de su voz; pero Alec era tan transparente que ni siquiera tenía que intentarlo, era como si todo lo que fuera a decirle con esos ojos azules tan claros y ésa expresión de honestidad pura grabada en su rostro, fuese cierto. Se encaminó hacia él, notando que se le quedaba viendo más tiempo del debido en algunos lugares específicos de su anatomía; y sonrió. Le gustaba el chico Lightwood, todo sinceridad candorosa y transparencia total; era quien era, hacía lo que hacía, y no sentía la necesidad de mentir sobre nada.

"Lo dije en mi carta, quería agradecerte por creer en mí; cualquier otro habría querido rebanarme la cabeza, pero tú no lo hiciste." Contestó él, mirándole a los ojos con intensidad.

Con el rostro claramente ruborizado, Alec apartó su vista; posó la azulina mirada sobre los variados elementos decorativos esparcidos por el salón. Cojines coloridos desperdigados sobre el sofá principal en forma de L, aplastados en algunas partes como si su dueño se hubiese recostado sobre ellos poco tiempo atrás; una alfombra de terciopelo marrón, con franjas de distintos tonos terrosos, acariciando el piso de parqué aparentemente recién pulido; los vistosos cuadros abstractos abarcando las altas y blancas paredes.

"He tenido que redecorar, ¿te gusta? Mi hermana lo ha dejado casi todo chamuscado, conseguí muebles y pisos nuevos, aunque con las paredes ha hecho falta solamente una generosa mano de pintura."

Alec volvió su mirada a él, irritado; había olvidado con quien estaba tratando, Jonathan, al igual que Jace, amaba la cháchara innecesaria, al igual que adornarlo todo con cumplidos; Alec, por el contrario, detestaba a las personas que se ponían a parlotear sin cesar, él prefería ir directamente al grano, como hizo en ése momento.

"Mentira; podrías haberme puesto un simple «gracias» al final de la carta, pero en lugar de eso concertaste una reunión en persona, y quiero que me digas porqué." Dijo con un evidente dejo de fastidio en la voz.

Jonathan se acercó a él, no mucho, sólo un par de pasos para sentarse sobre el borde del sofá principal; Alec le imitó, tomando asiento en el lugar más lejos de él.

"Sabes que la Clave ha accedido a darme la dirección de un instituto, asumo que tu padre te lo habrá participado. Se está decidiendo cuál, sin embargo, la Cónsul piensa que debería ocuparme de alguno de los institutos europeos que han quedado desprotegidos luego de... los ataques que causó Sebastian, mientras que yo creo que sería mejor hacerme cargo de algún instituto americano. Estaba pensando en alguna parte de latinoamérica, Buenos Aires, quizá."

Alec apretó los dientes.

"Sebastian ve al grano."

Éste lo cortó con un gruñido gutural.

"Jonathan." Alec le miró, esperando que se explicase. "Sebastian era el asesino más temido, pero ya está muerto; soy sólo yo ahora, Jonathan."

El sofá sobre el que estaba sentado comenzaba a humedecerse; Jonathan no se había secado, estaba completamente empapado y el agua le goteaba por el cabello rubio, pagándoselo a la nuca, y por la pálida piel marcada. Pero él no le prestó atención alguna al desastre que estaba creando sobre el mueble, piso y alfombra; tenía los ojos verdes clavados en los azules de Alec, como obligándolo a creerle.

"Quiero que vivas conmigo, Alexander." Dijo con lentitud, como si esperase que saliera corriendo en cualquier segundo. "La Clave no me creerá si estoy por mi cuenta, pero tú, eres un miembro activo y de reputación, te creerán si se los dices."

"¿Quieres que sea tu compañero de piso?" Su voz sonó un par de octavas más arriba de lo que acostumbraba, y Alec se forzó a mantenerse calmado, los latidos de su corazón se incrementaron al igual que lo hizo el rubor en sus mejillas.

"Por un tiempo, sí. No más de un par de semanas, pero también entonces, me gustaría que siguieras acompañándome." Siguió Jonathan, ajeno a su reacción. "Piénsalo, dos jóvenes adultos sin ataduras ni preocupaciones; podríamos salir de caza durante la noche, y a por un par de tragos después, y hasta podríamos traer chicas a casa sin nadie a quien deberle explicaciones." Le tentó el rubio, utilizando todo lo que sabía que los chicos adolescentes deseaban, intentando que Alec lo viera por el lado divertido.

"Soy homosexual." Fue su única respuesta; Alec desvió la mirada hacia la puerta de entrada, esperando por el grito y que lo echara a patadas de su apartamento; sabiendo lo que sabía sobre Valentine y conociendo su poca tolerancia para con los seres humanos diferentes, Alec estaba totalmente seguro de que Sebastian -Jonathan, se recordó- era igual o más recatado que su padre.

Pero no fue así, Jonathan le sostuvo la mirada con intensidad, sus ojos claros brillando bajo la tenue luz que emitía la araña de cristal suspendida sobre el salón, y dibujó una media sonrisa al hablar.

"Yo soy bisexual, pero igual, me ponen mucho más los tíos." Le contestó, y estuvo a punto de añadir algo más, pero se abstuvo se hacerlo cuando sonó el timbre.


[...]

Cuando Jonathan llegó a la puerta su corazón se había detenido del susto, no habían pasado ni tres segundos y sin embargo el timbre volvió a sonar, echó una mirada de reojo a Alec; el pelinegro estaba de pie junto al sofá, con los hombros tensos, el rostro afilado, blandía un cuchillo serafín en su mano derecha y la izquierda descansaba muy cerca de su espalda. Se recordó a sí mismo que su arma predilecta era el arco y flecha, seguramente estaba tan acostumbrado a él que su mano le buscaba a tientas aún cuando iba desarmado, como era el caso.

Giró la perilla lentamente, interrumpiendo la tercera serie de pulsaciones que la persona ejercía sobre el pequeño botón.

"De acuerdo, ¡ya lo hice! Durante las últimas semanas he reunido el valor necesario para hacerlo y no me voy a retractar ahora. ¿Quieres salir conmigo, mi caliente vecino cuyo nombre desconozco?"

La puerta de madera lacada se abrió, dejando ver a un sudoroso y evidentemente nervioso muchacho castaño. Alec observó como éste se callaba de golpe, fruncía el ceño y se ajustaba las gafas sobre el puente de la nariz mientras bajaba la mirada, claramente frustrado.

"Oh, vaya. Lo siento, no sabía que ya tenías compañía; mejor me voy, espero que tu novio y tú la paseis bastante bien." Dijo entre dientes, sin hacer amago de desaparecer hasta obtener al menos una explicación.

Alec frunció el entrecejo, pero fue interrumpido antes de poder abrir la boca.

"Jonathan."

Las miradas azules, tanto de Alec como la del extraño desconocido, que llevaba una sudadera con el logotipo de algún videojuego, se clavaron sobre el rubio semidesnudo.

"Alec es sólo un... conocido, y mi nombre es Jonathan." Aclaró éste último, entrecerrando los ojos. "Ni siquiera sabías mi orientación sexual, ¿por qué pensaste entonces que éramos pareja?"

El castaño pareció desconcertado ante la pregunta, Jonathan se fijó en sus converse rojas de suela blanca y en los pantalones de mezclilla bastante ajustados; su rostro era redondo, y cualquiera que lo viera diría que no tendría más de unos veinte.

"Mhm, pues porque os veis muy bien juntos." Se encogió de hombros y salió disparado escaleras abajo.

Jonathan, contrariado por los bizarros sucesos de la tarde, decidió que lo mejor sería irse a dormir. Se dio la vuelta tras cerrar la puerta, masajeándose las sienes con los dedos, y entonces recordó a Alec. Éste casi dio un salto hacia atrás cuando ambos chocaron en medio del pasillo, pues la húmeda piel del pecho de Jonathan se rozó contra su cuerpo, produciéndole una extraña clase de escalofríos; no lograba determinar si le había molestado o, por el contrario, le parecía agradable.

"Debería... yo ya debería irme." Soltó como si nada, dirigiéndose a la puerta; pero Jonathan fue más rápido y su brazo le detuvo.

"Aguarda, no me has dicho si sí o no." Le recordó, aflojando presión en su muñeca pero sin deshacer su agarre del todo.

Cuando sus pieles rozaban, el cuerpo de Alec se ponía alerta, sus vellos se erizaban y la respiración se le entrecortaba; miró a Jonathan de arriba abajo y, sin poderlo evitar, se ruborizó ante el ligero cosquilleo que se producía en su vientre, y que bajaba por su ingle.

"Lo pensaré." Musitó, y abrió la puerta al conseguir salirse de su agarre.

El corazón le palpitaba a mil, sentía el estómago revuelto y de pronto sólo quería desaparecer; llegar al instituto, darse una buena ducha con agua fría y luego dejarse caer sobre la cama, dormir para siempre y no tener que levantarse jamás.

"Alec." Escuchó la voz de Jonathan, luego sintió el tacto frío de un pequeño objeto metálico en su mano, y no tuvo la necesidad de mirar para saber lo que era. "Espero que realmente lo consideres."


[...]


Caminaba rápidamente bajo la incesante lluvia que sacudía Nueva York, era bastante tarde y las calles estaban prácticamente desiertas; Alec reconoció la silueta del instituto bajo las amarillentas farolas. Se adentró en el vestíbulo con premura, buscando deshacerse de las húmedas ropas antes de arruinar las alfombras de su madre y coger un resfriado; pero el sonido de voces enojadas lo hizo detenerse en medio del pasillo principal del último piso, se bifurcaban frente al ascensor de manera que a la derecha se podía acceder al ala residencial, y la izquierda terminaba en la biblioteca.

Alec tragó saliva, refugiándose entre las sombras para poder escuchar mejor, aunque ya se hacía una idea de lo que estaban discutiendo; su padre estaba comunicando al Cónclave de Nueva York que él había dejado vivir a Sebastian.

«Jonathan.» Se recordó por centésima vez, dibujándose una runa en la palma de la mano y acto seguido pegando la oreja a la pared. Los Malik discutían entre sí, Annie, enloquecida, no hacía más que gritar barbaridades en su contra; Alec la conocía, entendía su carácter explosivo y arrogante, pero el odio que sentía en sus palabras estaba un nivel más allá de toda comprensión. Trató de contener las lágrimas, pero la mujer seguía hablando y él seguía escuchando, sin oír una sola interrupción de parte de su familia, a excepción de su padre. Isabelle y Maryse permanecían calladas, evaluando la situación en silencio, y aunque podía sentir la sangre de su parabatai calentándose en sus venas, tampoco lo oyó quejarse o defenderlo.

Sin querer soltó un gemido ahogado, sentía las piernas débiles y la garganta seca, salió corriendo en dirección a su habitación, su refugio, el único lugar en donde podía aislarse del mundo exterior. Una vez allí se sacó todas las prendas húmedas, las dejó hechas un montón mojado en el rincón y se puso ropa interior limpia y seca. Sus miembros estaban agarrotados, le dolía el pecho y sentía que en cualquier momento su cabeza explotaría, así que se acostó en su cama hecho un ovillo y se refugió bajo las sábanas; estaba tan triste, tan dolido, sin ganas de vivir un sólo día más. Que ni su propia familia estuviera ahí para él era un golpe bajo, sin embargo, necesario, era el pequeño empujón que le faltaba para aceptar aquella oferta con la que el rubio le había tentado; sintió como algo de resquebrajaba en su interior, emitió un agudo grito de protesta, por ser tan débil y dejarse herir por los demás.

En medio del llanto se quedó profundamente dormido, pero aquellos insultos seguían grabados en su mente y no creía que pronto los fuera a olvidar; su cuerpo cansado se sumió en la inconsciencia, no sin antes haber avisado a su parabatai mediante su especial conexión que ya no podía más. Era oficial, Alec Lightwood estaba harto de su maldita familia.

Mientras Jace le acunaba entre sus musculosos brazos, besándole los labios con tortuosa parsimonia, y acariciaba sus costados con extrema delicadeza, Alec creyó oír una vez más a Malik Safar mascullando entre dientes.

"Maldito maricón de mierda, si tan sólo fuera un hombre de verdad nada de esto estuviera sucediendo."

«No más.» Se dijo a sí mismo.

No dejaría que nadie volviera a hacerlo sentir inferior por su orientación sexual, y mucho menos en el lugar que prácticamente había sido como su casa. Hasta ése momento, porque de ahí en adelante, Alec no pondría otro pie en el maldito instituto de Nueva York.

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