•Capítulo ocho.
8.
Al conocerse mejor, la cercanía se hace menos incómoda.
La mano de dedos largos y gráciles se detuvo cuando la puerta que se disponía a golpear con ella se abrió. Él juntó las cejas, contrariado, al encontrarse con una sonriente mujer de cabello corto y delantal manchado de salsa boloñesa; de su pierna se prendía una pequeña criaturilla con los cabellos enredados y los labios embadurnados de chocolate.
Jace carraspeó, evidentemente algo estaba mal en todo eso. La señora se ciñó la tela del delantal a la cintura mientras le miraba curiosa por saber sus intenciones; obedeciendo, Jace se las hizo llegar con una mueca de confusión que sólo él podría ser capaz de manifestar, mitad fastidio mitad desconcierto.
"Oh, debes estar buscando al anterior inquilino, ¿no es así? El muchacho con serios problemas con los brillos, lo siento mucho, se habrá ido hará cosa de una semana." Dijo, remangándose la camisa hasta los codos.
Serios problemas con los brillos, sí, ella sabía quien era exactamente Magnus. Tenía la visión y se encontraba al tanto del mundo mágico, Jace estaba seguro, pues al verle las marcas recién puestas en las muñecas y las manos aquella mujer había torcido ligeramente los labios en señal de comprensión; pero no corrió asustada ni dio un paso atrás como lo habría hecho cualquier otro submundo. De lo que no estaba muy seguro era de qué clase de mujer se trataba la que tenía frente a él, no tenía ningún rasgo inhumano, cola de gato, orejas puntiagudas o zarpas en lugar de manos, que la destacara como una hija de Lilith. El olfato de un cazador de sombras no fallaba nunca, y éste le indicaba a Jace que era completamente humana, así que lo dejó estar.
"Mi nombre es Jace Herondale, director en funciones del instituto de Nueva York." Le soltó él, repantigándose contra la pared del portal.
Una sombra de reconocimiento cruzó los ojos de la mujer como un relámpago ilumina una habitación a oscuras, momentáneamente, y luego sus labios volvieron a torcerse. La mano que descansaba sobre el pequeño y frágil hombro de su hijo se atenazó allí, lo empujó tras de sí y observó a Jace con rabia.
"No puedes quitarme a mi hijo. La Guerra Mortal se llevó ya a mi marido y a mi hermano, ¿qué más quieres de mí, hijo de Valentine? La Clave no puede, ¡no puede, me oíste! Él jamás será uno de los vuestros." Siseó, enfurecida, con los ojos anegados en lágrimas y esgrimiendo la cuchara de palo, con que minutos antes revolvía seguramente una olla, con la seguridad de quien ha sido adiestrado para hacer de cualquier objeto a su alcance un arma letal en cuestión de segundos.
Fue entonces que recayó en las finas cicatrices plateadas que le adornaban la piel de los brazos; la fiereza con que protegía a su hijo y la determinación con que esgrimía la cuchara de palo. Se contuvo de esbozar una sonrisa torcida, alzó ambas manos para tranquilizar a mamá leona y dio un paso hacia atrás, dejando bastante claro que no iba en busca de problemas. El anillo familiar de los Youngville le destellaba en la mano derecha, por lo que Jace supo inmediatamente que se trataba de Candace Youngville, Pontmercy de soltera, la hermana mayor de Jonah y el difunto Jeremy.
"No me hallo aquí en nombre de la Clave, así que puedes estar tranquila. Me marcho ya, de todas maneras, venía a por el brujo Bane y según lo que me dices aquí no está." Respondió el rubio, tensando las mandíbulas y con la sangre comenzado a hervirle bajo la piel. "Aunque sí te digo, Candace Youngville, el instituto de Nueva York está abierto para tu hijo y para ti, si alguna vez llegas a necesitar ayuda."
La mujer le cerró la puerta en la cara tras haberle contestado muy groseramente, por lo que el rubio apretó los puños a los lados de su cuerpo y negó con la cabeza, dirigiéndose a paso apresurado a la Luna del Cazador; su parabatai tan sólo quería algo de tiempo para él y su novio, como el mismo Jace le había pedido tantas veces para su relación con Clary, no tenía derecho a estarse enloqueciendo. Frunció el entrecejo, aunque eso de que el brujo se hubiera mudado de apartamento y que Alec no se lo hubiese comentado le llenó de cierta indecisión. Allí estaba el problema, Alec -su parabatai- Lightwood. Llevaba días pensando acerca de lo sucedido en la habitación aquella de sábanas azules y techos altos, en el carácter íntimo que había bañado toda la conversación y parte de sus sueños, en la última velada que compartió con el pelinegro antes de que desapareciera del instituto y no volviera a contestarle cada vez que lo llamaba al móvil.
«No seas impaciente, se dijo a sí mismo, con la sensación del licor que acababa de beberse quemándole la garganta. Alec sólo necesita algo de tiempo a solas con Magnus, eso es todo.»
Sin embargo, cuando Robert le confesó el verdadero paradero de su parabatai se sintió enmudecer, con los miembros tiesos y aquel frío demoledor que le calaba hasta los huesos.
[...]
Los únicos sonidos que se escuchaban en la amplia estancia plagada de estanterías y libros eran el de la lluvia, que repicaba contra las ventanas de cristal, creando una armoniosa melodía, y la respiración entrecortada del joven de cabellera platinada; tenía las pálidas mejillas sonrosadas, los labios entreabiertos que eran remojados por su húmeda lengua de vez en cuando, y una densa pátina de sudor le recubría la frente.
"¡El repartidor está aquí!" Oyó gritar a Alec desde la primera planta.
Jonathan no le respondió, se limitó a mover la mano de arriba abajo con premura, ansioso por encontrar su liberación cuanto antes; era consciente del constante golpeteo de las gruesas gotas de agua contra el techo, y también del repiqueteo metálico que producía su cinturón de armas al mover las caderas hacia delante y atrás, una y otra vez. Su ceño se frunció en una mueca de placer al correrse, se mordió el interior de la mejilla para no emitir ningún sonido que le delatase pero la fuerza con que le arrasó aquél arrebatador orgasmo le dejó claramente en evidencia; la puerta de madera y doble hoja de la biblioteca se abrió en el segundo en que su jadeo de excitación hizo eco entre las paredes abovedadas.
La voz de Alec resonó, impaciente y con un dejo de fastidio, en su cerebro aún adormecido por el reciente orgasmo.
"Jonathan a ver si te apresuras, que la pizza se está enfriando." Exclamó, cruzándose de brazos y resoplando mientras hacía su camino de vuelta.
El rubio suspiró, de espaldas a Alec, y se dejó caer al suelo deslizándose por la estantería una vez éste se hubo ido; tan sólo esperaba que no lo hubiese pillado en medio de la faena. Se sacó un pañuelo de papel del bolsillo y se dispuso a limpiar el pegajoso desastre que había ocasionado; gruñó con irritación al observar las largas tiras blancas manchando los lomos de aquellos antiguos volúmenes, limpió todo rastro de semen y arregló sus pantalones.
Con un suspiro de resignación se encaminó a la primera planta de la casa, en donde un impaciente Alec aguardaba sentado al sofá, Jonathan se desvió de su trayectoria inicial e ingresó al baño para lavarse las manos mientras el pelinegro disponía las rebanadas triangulares y grasosas sobre sus respectivos platos.
"Sinceramente creo que deberíamos comenzar a comer mucho más saludable, porque al estar encerrados aquí todo el día sin hacer nada e ingerir comida chatarra en cantidades industriales nos vamos a volver obesos." Dijo el rubio, claramente disgustado, mirándose los dedos manchados de grasa.
Alec asintió, dándole toda la razón. Durante los últimos siete días habían estado llevando una existencia bastante sedentaria; se alimentaban a base de comida chatarra, frituras y comida congelada para microondas, dormían la mayor parte del día y apenas pasaban algunas horas en la sala de entrenamiento, cada uno por separado. Usualmente su rutina era despertar unas horas antes del mediodía, engullir los restos de la cena de la noche anterior y quemar sus energías asestando golpes y patadas a los sacos de arena dispuestos del techo de la sala de entrenamiento; tras una ducha de agua fría y un almuerzo igual de poco saludable se encontraba con Alec en la biblioteca, ambos se enfrascaban en la lectura hasta bien entrada la madrugada y al día siguiente lo mismo.
"Quizá deberíamos comenzar a comer cosas más saludables y manos artificiales." Determinó el pelinegro, con una mueca decidida, arrebatándole la rebanada a medio comer a Jonathan y devolviéndola a la caja junto a la suya.
"¡Oye!" Protestó éste, al ver como Alec cerraba la caja de cartón y la tiraba de cabeza al cesto de la basura de la cocina.
[...]
Jonathan admiraba asombrado como los dedos hábiles de Alec sostenían la punta de la zanahoria mientras picoteaban la hortaliza en julianas; una vez terminada la zanahoria, Alec dejó las tiras en el tazón donde había echado también las de tomate y cebolla, y se enfrascó en un pedazo de repollo. Él se desenvolvía bastante bien en la cocina, abría cajones intentando encontrar los utensilios adecuados y ojeaba las estanterías en busca de las diferentes especias e ingredientes que le hacían falta.
Tenía el pelo largo, las finas hebras oscuras le llegaban un poco más abajo del mentón, por lo que había optado por recogérselo en un desordenado moño tras la nuca; su ceño se fruncía cada vez que el flequillo le caía sobre los ojos y debía resoplar para quitarlo de su camino.
Jonathan, sentado en un alto taburete de metal con el cojín tapizado en tela roja, le observaba discretamente tras la barra del desayuno; sus manos picaban por quitarle aquellos mechones lacios y rebeldes de la cara, pero se forzó a sí mismo a mantenerse justo donde estaba. Aunque habían pasado varios días los dos encerrados en la misma casa, podía decir que ciertamente no era la persona favorita de Alec en el mundo; y eso, increíblemente, le molestaba. No sabía cómo o porqué, pero últimamente sus prioridades se encontraban sufriendo un drástico cambio, tanto, que no deseaba decirle las nuevas por miedo a que reconsiderara su propuesta y decidiera declinarla con todo el tacto que caracterizaba a Alexander. Esa misma noche escribió una nota a la Cónsul Penhallow y se la hizo llegar mediante un mensaje de fuego.
El moreno traía puestos los mismos pantalones oscuros con los que había llegado una semana atrás; estos estaban rotos en las rodillas y lucían bastante desgastados. Iba descalzo, y sus pies, tan pálidos como los del mismo Jonathan, se deslizaban sobre el granito de la cocina sin producir nada de ruido. La camiseta negra de mangas cortas ceñida se le pegaba al cuerpo en los lugares apropiados, y hacía que la curvatura del cuello luciera más que tentadora para besar, morder, chupar...
Jonathan sacudió la cabeza, observando como el par de glaciares azules y fríos se posaban en él mientras Alec soltaba el cuchillo y rebuscaba entre el cajón de las ollas por una sartén.
"¿Qué?" Preguntó con la boca seca, tragando saliva e intentando que no se le notara tanto la excitación bajo los vaqueros de diseñador; cosa que no ocurrió, ya que al agacharse Alec la tela de jean de sus pantalones le abrazó el redondo y respingón trasero, remarcándolo a la perfección.
"Que si por favor podrías sacar el pollo de la nevera y trocearlo mientras yo salteo estos vegetales." Le respondió él, enderezándose mientras sostenía por el mango aquella sartén de acero inoxidable que tanto le había costado encontrar.
Alec encendió el fogón derecho delantero y agregó aceite de oliva a la superficie del sartén mientras Jonathan se levantaba y trataba de, con toda la dignidad posible, afrontar el hecho de que pasaría la vergüenza de su vida cuando Alec se diera cuenta de su inicio de erección. La pechuga se encontraba previamente arreglada en un tazón de cristal en la repisa superior del refrigerador, el rubio la tomó y se posicionó frente a la encimera, junto a Alec.
"Jamás he utilizado un cuchillo para descuartizar algo que me voy a comer." Comentó, tomando el más largo y filoso que pudo encontrar; lo hizo girar entre los dedos mientras esperaba una respuesta de parte de Alec.
"Es fácil, sólo lo cortas en pedazos más o menos del mismo tamaño y los colocas aquí." Le contestó él, poniéndole en frente un tazón de cristal en donde había tirado una pizca de sal, varias ramitas verdes cuyos nombres Jonathan desconocía pero que olían delicioso y algo de pimienta.
Después de que el pollo marinara por varios minutos y acto seguido Alec lo salteara junto a las verduras cortadas, el moreno dispuso dos platos limpios sobre la barra y Jonathan se excusó a sí mismo para ir a lavarse las manos. Y atender su necesitado, palpitante y húmedo pene antes de la cena. Ninguno dijo nada, Alec hizo cómo si no lo hubiera notado y Jonathan como si le hubiese creído que así fue; sin embargo, cuando estuvieron solos, uno se corrió fuertemente en su nombre mientras que el otro sintió el corazón palpitarle en los oídos y una sonrisa se abrió paso en su rostro.
[...]
"El Inquisidor Lightwood me ha dicho que todo está en orden ahora, la noticia lleva días circulando por allí y ya todos, tanto subterráneos como cazadores de sombras, están al tanto de que si deciden intentar asesinarme la Clave no se mostrará indiferente al respecto." Murmuró Jonathan, masticando el pollo y sintiéndolo suave y delicioso en su boca. "Por el Ángel, Alexander, esto está muy bueno."
Éste lo miró con las mejillas coloreadas y asintió en silencio; se le había soltado el moño y ahora volvía a ocultarse entre los negros cabellos, Jonathan vislumbró un atisbo de sonrisa y él mismo sonrió. Ambos estaban inclinados a la barra, comiendo en silencio y compartiendo algo de vino; una botella del 98 que Jonathan se había molestado en traer desde la bodega.
"¿Puedo saber cómo es que cocinas tan bien?" Le preguntó, medio en broma, levantándose y volviendo a sentarse una vez la sartén estuvo vacía y su plato lleno otra vez.
Aún sonrojado, Alec se encogió de hombros, visiblemente incómodo ante el cumplido; él no era de la clase de persona que quería ser notada, le incomodaba ser el centro de atención y seguramente no estaba acostumbrado a recibir cumplidos.
"Cuando cumplimos quince y comenzamos a ser más responsables, a cumplir misiones más largas y tener... ehm, digamos, más libertades, mi madre empezó a ir a Idris más seguido. Al principio eran sólo algunos fines de semana, luego cada quince días y al final terminó estando en casa tan poco tiempo como mi padre." Suspiró, observando a Jonathan a los ojos y, en un descuido del mismo, robándole una buena porción de su plato.
El rubio empujó su plato hasta que estuvo en el centro de la barra, en medio de los dos, y alentó a Alec a que tomara más si quería, con tal y siguiera hablando.
"La cocina es algo de mujeres, pero no veas como cocina mi hermana." Hizo un gesto de disgusto. "Mamá había traído algunos libros de cocina de nuestra abuela, y me los he leído todos. Así que, básicamente, he aprendido por supervivencia más que nada"
Hablaron de cosas triviales durante varios minutos, se comieron el resto de salteado batallando con los tenedores para ver quien se quedaba con el último bocado, compartieron risas cada vez menos forzadas; conversaron hasta que el sol se hubo puesto, dándole paso a la luna, y sólo se fueron a la cama, reacios, cuando la segunda botella del dulce líquido se hubo acabado.
[...]
Hola, chicos. Estuve muy ocupada últimamente y por eso no pude publicar capítulo antes, y también lo estaré las próximas semanas, pero quizá haga un hueco para ir escribiendo. Y no, la sorpresa no es un maratón :c {lo era al principio pero como no hallé el tiempo necesario para escribir lo suficiente pues como que os habéis jodido de lo lindo}, sino una oportunidad para opinar sobre lo que debería pasar en el fic.
Os explico de qué va la cosa, al principio tenía planeado todo lo que ha sucedido hasta ahora y unas cuantas cosas que aún no han pasado, y luego haría un salto temporal de casi dos meses, desde donde comenzaría la acción real; pero me puse a pensar en que quizá sería mejor llenar el vacío de los dos meses con un par de capítulos que expliquen más la convivencia entre Jonathan y Alec y como sus sentimientos se hacen más fuertes y todo eso. Cualquier sugerencia que tengáis pues la dejáis en los comentarios y si me parece pues la incluyo en el fanfic.
Gracias por los lindos comentarios y lamento si no tengo tiempo para responderlos, aún así los leo todos y me hacen el día. :)
-Elle.
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