•Capítulo dos.
2.
Confiando en el enemigo.
Alec negó con la cabeza, deteniendo ese sentimiento cálido, triste y compasivo que se asomaba en su interior para con el despiadado asesino. Lo empujó fuera, no se podía permitir sentir lástima por un demonio como él, ni si quiera una pizca de empatía. Lágrimas saladas se deslizaban por su cuello, enfríandole la piel caliente y empapando el borde de su camiseta negra de algodón; pero no hizo nada para detenerlas, se quedó allí, estoicamente de pie dejando que fluyeran con toda la dignidad que le restaba. Ya era muy tarde, estaba quebrado.
Se permitió a sí mismo quebrarse finalmente, por la muerte de Max, la abrupta ruptura con Magnus cuando todo parecía estar tan bien, el terror al pensar que alguno de sus seres queridos podría haber salido herido, por no decir haber muerto, en la terrible batalla contra los Oscurecidos y todo ello frente a él. Había sido hacía tan poco tiempo, literalmente, era primero de enero del año 2008, habían vuelto de Edom un par de días atrás.
La brisa fresca le azotó el rostro casi con violencia, secándole las mejillas húmedas. Sebastian dio tres pasos hacia el frente, admirándole con impotencia, sin saber que hacer para que dejase de llorar. Indudablemente, el cazador pelinegro sufría, podría decirse con claridad al ver como la tristeza empañaba los siempre brillantes ojos azules. Alzó ambas manos para acariciarle el rostro y se sorprendió gratamente cuando Alec no lo alejó.
Por su parte, Alec no pudo hacer que sus brazos trabajaran para alejar al otro hombre de él, las manos pálidas y llenas de callosidades le alzaron el mentón con una suavidad impropia de su tamaño. Sebastian le soltó el labio prisionero de entre los dientes y le limpió las mejillas húmedas con sus pulgares, sin quitarle la mirada de encima, demorándose más tiempo del necesario a propósito para tener contacto con su piel.
"Detente, no llores. Por favor, Alexander, no quiero traer más dolor a la vida de nadie. Nunca lastimar a alguien inocente de nuevo."
"Ya, te entiendo. Pero no sé a donde quieres llegar con todo esto. Diciéndome a mí estas cosas, tengo que alertar a la Clave, avisarles que tú... que estás vivo. Que no moriste como todos los otros inocentes que sí lo hicieron."
La mirada tierna en el rostro del rubio se volvió seria, Sebastian asintió a lo que el muchacho le dijo sin quitarle las manos de encima. Alec dio un paso hacia atrás, puesto que los dedos antinaturalmente fríos de Sebastian sobre su piel caliente enviaban escalofríos a su columna vertebral. En términos menos complicados, sus piernas estaban a punto de ceder ante el toque de Sebastian.
Él tomó aire, preparándose para pedirle el favor de su vida a un chico al que anteriormente por poco no le había arruinado la existencia entera.
"Lo sé, pero no por ahora, por favor. Necesito irme de aquí, salir de Idris. Luego contactaré con la Clave, les diré que estoy vivo, que no soy el monstruo que estaba bajo el control de la sangre de demonio que corría por mis venas. Ya no. Haré que me crean, tendrán que hacerlo. Que me enjuicien, que hagan que diga la verdad bajo la espada. Algo se podrá hacer."
Alec negó con la cabeza repetidas veces, le estaba pidiendo demasiado, que le dejara escapar y mintiera a la Clave acerca de su fallecimiento. ¿Por qué lo haría? Era un asesino, un monstruo, un demonio... pero pensándolo bien nada de eso era su culpa. Fue culpa de Valentine, de sus malas decisiones y de su estúpida osadía.
"Te creo, Sebastian. Sé que no lo hiciste por decisión propia, pero no puedo mentir a la Clave y dejarte suelto por ahí así nada más. Ponte en mi lugar, ¿harías lo mismo por mí? No lo creo. Además, nada me garantiza que volveremos a saber de ti, que te vas a entregar a ellos una vez hayas resuelto lo que dices tener que hacer."
Le contestó Alec, relajando las manos, abriéndolas y observando como un pequeño hilillo de sangre corría hacia abajo, manchándole los vaqueros. Se había clavado las uñas en las palmas de las manos y rasguñaron profundamente, rompiéndole la delicada piel de esa área. Por voluntad propia se acercó a Sebastian, el sol del mediodía le iluminaba la piel, casi tan pálida como la del propio Alec.
"Volveré. Me entregaré a la Clave, eso tenlo por seguro. Te lo juro por el Ángel, Alexander Lightwood." Dijo el hombre rubio, posando su mano sobre el hombro de Alec, rogándole con sus ojos claros por que le creyera.
El Sebastian que Alec conoció al llegar a Idris, haciéndose pasar por el primo de los Penhallow nunca habría hecho eso, éste era un hombre totalmente diferente, no sólo por el color de su iris, sino todo él. Sebastian Morgenstern jamás le hubiera pedido un favor, ningún hombre Morgenstern se rebajaría nunca a rogarle a alguien por su vida. Ellos eran de la clase de los que morían de pie, con la frente en alto y un comentario sarcástico en la punta de la lengua. Pero la forma en que actuaba, en que hablaba, incluso en que se movía. Seguía teniendo ese porte elegante, esa gracia felina que lo caracterizaba como a Jace, pero se veía más vulnerable, herido... humano.
Lucía humano, no podía estar fingiéndolo. Alec suspiró.
"De acuerdo, vete ahora. Pero ten en mente que si nunca vuelves, seré yo al que la Clave decida castigar. Seré yo el que va a ser tachado de traidor. Y todo por esta estúpida e inevitable sensación de empatía hacia ti."
Le miró enfadado, pero la única reacción de Sebastian fue dedicarle una sonrisa de oreja a oreja, con los ojos brillantes y luego perdió el equilibrio. Alec fue hacia él, deteniendo su caída y alzándolo en brazos.
"Sebastian, Sebastian. Oye, debes salir de aquí cuanto antes, Jace regresará en cualquier momento y puede verte. Créeme que no se mostrará tan compasivo. ¡Sebastian!"
Gritó en su oído, para verse tan alto y delgado pesaba un montón. Aunque Alec no era ningún debilucho tampoco podía con todo el peso de su cuerpo, le golpeó la mejilla con fuerza, logrando que saliera del estado medio inconsciente en el que estaba.
"Alec... lo siento. Estoy muy débil. Tu estela, pásame tu estela. La espada me drenó toda la energía, necesito una runa energética, rápido."
"Quédate quieto, yo te la pongo."
Tal vez hubiesen sido todos esos años de hermano mayor, de cuidar a Izzy, Jace, y hasta a Max, de estar ahí siempre que lo necesitaban. De curar sus heridas después de la batalla. De tratar de convencerlos de que no hicieran cosas estúpidas, e incluso, en contra de su voluntad ir con ellos cuando no podía hacerlos desistir. Ayudó a Sebastian a ponerse en pie, recostó su espalda en el pedestal de mármol y se sacó la estela del cinturón de armas; la arrastró con cuidado sobre la piel desnuda de su antebrazo y terminó el trabajo sin prestarle atención a la mirada clavada en su nuca.
"Ya está."
Iba a guardarla de nuevo en su lugar, pero su mano la tomó y decidió de otra forma.
"Tus palmas, estás herido. Déjame curarte." Le pidió, a lo que Alec asintió, haciendo una mueca cuando el escozor típico de la runa hizo aparición.
Sebastian fue cuidadoso con su piel, la estela se deslizó en sus manos con una agilidad que Alec sólo había visto una vez antes: cuando Clary sostenía el lápiz, color o pincel mientras dibujaba. Los acontecimientos transcurrieron con demasiada rapidez como para que su aturdida mente lo registrara. Sebastian se recobró, poniéndose en pie con energías renovadas, le pidió la estela prestada y desapareció por la ventana de la habitación; sin decir adiós. Ni gracias, pero él era así, así que Alec lo dejó pasar sin darle demasiada importancia.
[...]
Alrededor de dos días después, cuando la fiesta en honor a los valientes jóvenes cazadores de sombras que salvaron el mundo se celebró, Alec no pudo parar de pensar en lo que había hecho. Había mentido a la Clave, ocultándole información importante, al igual que a sus amigos. Pero no sentía remordimiento alguno, salvo el haberle entregado esa caja llena de cenizas falsas a Clary. Arrugó la nariz, había incinerado a una inocente ardilla para salvarle el pellejo al asesino más odiado.
"Garbancito, ¿qué sucede?"
La voz masculina, excitada y algo irritada, le devolvió a la realidad. Magnus le había dado otra oportunidad a su relación y ahora ambos se encontraban en la habitación que compartía con Jace en la mansión de los Penhallow, celebrando a su propia manera con sexo de reconciliación. Él le estaba dando, seguramente, el mejor trabajo oral de su vida pero su novio no le estaba poniendo atención.
"No sucede nada, Mags, ¿por qué lo preguntas?" Inquirió el moreno, alborotándole los cabellos lacios mientras trataba de pensar en él y en nadie más que él.
Magnus frunció el ceño, sus ojos de gato volviéndose dos rendijas negras.
"No estás disfrutándolo." Apuntó a su parte inferior, Alec ni siquiera estaba completamente duro y eso nunca había sucedido en ninguno de sus encuentros íntimos anteriores.
Alec se alarmó, eso era cierto. No recordaba haberse quitado la ropa, ni haber desnudado a Magnus. Dios, no recordaba siquiera nada que no fuera Sebastian. Era lo único en su mente: Sebastian, Sebastian, Sebastian. El moreno negó con la cabeza, observando al hombre que amaba alzarse sobre sus codos para poder mirarlo a la cara.
"Estoy muy cansado, eso es todo. Sigue adelante." Le dijo, besándolo en la boca con cariño.
"¿Estás seguro, amorcito? Podemos dejarlo aquí si tú no..."
Alec lo miró a los ojos, viendo la determinación en su mirada, y temió que Magnus lo supiera todo. Suspirando, abrió las piernas y las enredó en las caderas del brujo, susurrándole que todo estaba bien al oído. Su boca se abrió en un grito silencioso cuando el brujo lo hizo suyo por primera vez en la noche, Magnus se enterró por completo en él con fuerza causando que Alec le enterrara las uñas en la espalda.
La luna nueva brillaba fuera, Alec pudo verla por el agujero del vidrio que Jace había provocado cuando embistió la ventana con su puño. Isabelle y él seguían fuera, cada uno con su respectiva pareja, y probablemente no fueran a regresar sino hasta el día siguiente, o al menos eso esperaba él, no quería que los pillaran en la cama. En pleno polvo de reconciliación, se sonrojó y gimió de la vergüenza ante la posibilidad; Magnus, tomando esto como un incentivo, siguió adelante, haciéndole el amor con pasión. Como si fuera la primera vez y, al mismo tiempo, la última. Sin embargo, en todo lo que Alec pudo pensar fue en ojos verdes y cabello rubio pálido, en dedos fríos tocándolo y labios rojos besándolo.
"Te amo." Murmuró el brujo a su oído, cuando lo sintió explotar entre sus cuerpos.
Alec asintió, corriéndose una vez más cuando imaginó el cuerpo fuerte, de tez blanca y lleno de marcas en lugar del moreno cuyas caricias recibía, sobre el suyo. No correspondió su te amo con otro igual, ya que sabía de antemano que no sería uno muy honesto.
................
Bueh, eso fue... ¿intenso? ¿caliente? ¿abrumador?
Si los capítulos son así de cortos (entre mil y dos mil palabras) me salen sin esfuerzo y mucho más rápido. Pero si los queréis más largos, obviamente me tardaré más.
¿Os gustó? ¿Cuál fue vuestra parte favorita?
¡Malec SMUT! Jamás había escrito entre ellos dos, así que fue como mi primera vez también. :')
¿Quien creéis que sea el activo y pasivo? Yo digo que son versátiles.
-Elle.
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