6. Un hombro para llorar
Patricia delineaba círculos en el borde de su humeante taza de café, mientras sostenía el teléfono contra su oreja y hablaba en tono animoso.
— ¿Quieres pedir otro jugo? —preguntó al terminar su conversación.
—No, así estoy bien.
Aquella era la cita que le había prometido hace una semana. Estábamos en un café con estilo vintage y colores otoñales. Tenía frases motivacionales y paisajes en colores sepia enmarcados por las paredes rugosas. Una bicicleta antigua estaba suspendida del techo, al igual que algunos instrumentos musicales. Nuestra mesita estaba posicionada al lado de un gran ventanal, el cual nos proporcionaba una vista a la calle, donde las nubosidades decoraban con colores fríos el día.
— ¿Ya está todo listo para la presentación de este sábado? —inquirió, buscando algún tema de conversación.
Hasta ahora, de lo único que habíamos hablado, era sobre una serie que ambas veíamos en Netflix. Pero no al mismo tiempo, Patricia comentaba demasiado cuando veía cualquier cosa.
—Mañana tendremos un último ensayo y tengo que recoger sus vestidos por la tarde. Los confeccionó la señora Hellman, ¿te acuerdas de ella? Me hizo un montón de trajes para los recitales hace años.
— ¡Claro! —Respondió, desbordando emoción por algún recuerdo nostálgico—. Te veías tan linda en ese traje rojo con puntos negros cuando tenías ocho. Eras igual a una mariquita. Seguro tengo una foto...
— ¡NO! —Exclamé cuando hizo ademán de tomar su celular para mostrar aquella horrorosa imagen—. Digo... no hace falta. Ya sé que foto es, me veía horrible.
Paty puso mala cara, como si hubiera discrepado en que Don't Speak de No Doubt era una obra maestra.
Ondeó su cabello con una sacudida y pude notar como ya le crecían las raíces, delatando bajo ese tinte rubio pálido, que compartíamos el mismo tono castaño.
—Tú nunca me dirías que era fea. No está en ti hacer algo así —comenté, relamiendo mis labios secos.
—Ninguna madre vería a sus hijos con otros ojos que no sean de amor.
Forcé una sonrisa, ocultando mi repentina vergüenza bajo un manto de fría y calculadora calma.
— ¿Ya te llegó la nueva colección de Amara James?
Patricia resopló, notando mi afán por cambiar el objeto de la conversación cada vez que me sentía incómoda.
—En pocos días —respondió, dejando una marca de labios marrón sobre la porcelana de la taza—. Esta colección tiene tonos hermosos que te irán bien para el otoño. El verde y mostaza te lucen.
Patricia siempre me había dado consejos de moda, los cuales a pesar de mi repelente actitud, no me molestaban. Su conocimiento de ese mundo fashionista era mucho más ampliado que el mío.
— ¿Blaze? —preguntó luego de unos minutos, algo inquieta.
— ¿Sí?
—Ese chico que llevaste a tu cumpleaños... el tal Jonah, ¿es tu novio?
—No —respondí, fingiendo estar apaciguada, aunque seguramente mi repentina expresión y color en el rostro me estaban delatando—. Es solo un amigo.
—Ah. ¿Y cuándo planeabas decirme que era el mismo Ray que le rompió la nariz a tu hermano?
Me quedé congelada en el asiento, como si cristales de hielo me crecieran de repente en las venas hasta dejarme inmovilizada. Se me agitó un poco la respiración y obligué a mi sistema fisiológico a regresar a la normalidad.
— ¿Nunca? —Ella me lanzó una mirada asesina, despojándome de mis comentarios sarcásticos—. Bien... no pensé que se darían cuenta.
No había caso en seguir tratando de ocultarle algo que ella ya conocía. Tampoco podía ser tan descarada.
—Marcus lo reconoció. Toda la semana estuve pensando en eso, hasta que ayer le pregunté a tu hermano y me dijo la verdad. Trató de mentirme al principio, si eso te hace sentir mejor.
A decir verdad, sí lo hizo.
—No quería formar un alboroto por eso. Hablé con él en La Academia y nos hicimos amigos.
—Imagino que a tú hermano le emocionó la idea de invitarlo a su cumpleaños —ironizó de un modo acusador.
—Pensé que todos se molestarían conmigo, pero de todos modos lo invité porque me cae bien —admití, esperando apelar a su lado racional—. Es un idiota, tanto como lo es Chase o Tobias, eso viene con ser hombre, pero no es mala persona.
Ella asintió, dándome a entender que poseía ese raciocinio digno de admirar de cualquier mamá comprensiva.
—Parecía que te gustaba Jonah —soltó con voz pícara.
—Según tú, me gustan todos los hombres con los que me ves hablando. —Fue imposible mantener la neutralidad en mi tono de voz. Estos temas me ponían de mal humor en microsegundos.
—Solo me preocupo por ti.
—Cualquier otra estaría encantada de que su hija no salga con nadie, mientras pasan los años y aún mantiene su pureza. —Claro que no había una pureza ya que mantener, pero ella podía seguir siendo ignorante sobre eso.
La palabra hija era poco común en mí,esforzándome por evitarla la mayoría de las veces, pero simplemente podíaescaparse de mis labios sin darme cuenta, como aquella vez. Paty no pareciónotarlo, lo cual agradecí.
—Es que nunca has tenido un novio, y bueno no sé si...
— ¿Si qué? —interrumpí, incapaz de contenerme ante lo que estaba insinuando—. ¿Si soy gay?
Patricia ahogó un gritico y el rubor de sus mejillas se volvió natural.
—No era eso lo que quería decir, pero ahora que lo mencionas...
—No soy gay, Paty.
El ambiente del café era agradable, con el olor dulce y a ambientador de naranja zumbando en el aire hasta adentrarse en mis fosas nasales. En ese momento, la música cambió de un ligero instrumental de violín a una de las nuevas canciones de Ariana Grande.
—Me parece bien que no lo seas. Aunque jamás lo había pensado —murmuró como para si—. Bueno, tampoco me importaría si lo fueras. No estoy en contra del movimiento LGB... lo que sea, ni siquiera se bien como se llama —dijo, jugueteando con la taza vacía. Se veía incómoda.
—LGBT —informé.
—Leo tantas cosas últimamente que mi cabeza está llena de información que no entiendo. Hace días vi un programa donde mencionaron la pansexualidad. ¡No tenía ni idea que era eso!
—No creías que se trataba de atracción sexual al pan, ¿verdad?
Ella se rió en voz baja. Jamás se reía a mares, lo hacía de manera sutil y agraciada. Hasta en eso tenía que parecer perfecta.
—¡No te pases tampoco! —comentó entre risas—. El mundo es tan cambiante, cuesta seguirle los pasos al día.
—Tranquila. Ni yo misma que soy de esta generación, estoy enterada de todo lo que pasa las veinticuatro horas del día.
—Nos estamos haciendo viejos obsoletos para este nuevo mundo tan moderno.
Arrugué la nariz, mostrando mi discrepancia.
—La edad no importa, es la forma de pensar de muchos que se está volviendo anticuada.
—Kasey, puntas de pie al hacer el spaggat —dije, alzando la voz mientras mi último grupo de ese viernes estiraba—. Bien, ahora hacia adelante. Apóyense del suelo con los codos. Estírense más, no quiero alguna lesión.
Les hice una demostración, dejando caer el pecho en dirección al piso luego de realizar el spaggat. Mantuve la mirada fija en ellas través de los espejos que rodeaban las paredes del salón.
Aquella mañana me sentía ligera; llevaba joggers negros encima del leotardo azul y una trenza francesa mal hecha por mí misma. Raramente, no estaba de ánimos para usar mi atuendo usual de ballet.
En lo que terminamos la clase, sentí que era momento de dar unas palabras de aliento antes de la presentación de mañana. Aunque seguramente me saldrían desastrosas como siempre.
—Niñas —las llamé, al ver que se arremolinaban en dirección a la puerta de salida—. Quería decirles que las voy a extrañar. Fueron un excelente grupo y espero que mantengan el mismo entusiasmo y disciplina el año que viene, porque créanme que llegarán muy lejos. Todas son muy buenas bailarinas, estoy feliz de haber sido su profesora.
Ellas formaron un círculo a mí alrededor, rodeándome con sus pequeños cuerpos para poder besarme y lanzarse en mis brazos. Me gustaba esa sensación de amor y admiración. De una dulce forma, me hinchaba el pecho con alegría.
Cuando llegó el turno de Kasey, me abrazó tan fuerte, que sentí que podría aplastar literalmente su cuerpecito contra el mío. Siempre la había imaginado tan frágil como un pajarito, pero si algo teníamos las bailarinas, era fuerza; fuerza en nuestros ágiles cuerpos, y lo más importante, en nosotras mismas.
Jonah nos esperaba a ambas en el estacionamiento mientras se fumaba un cigarro y jugaba con las volutas de humo que le emanaban de la boca. Se dedicó a pisotearlo al ver a su sobrina.
Luego de dejar a Kasey en casa, nos dirigimos a Delis, el mismo café donde pasé la tarde anterior con Patricia. Melanie y mi hermano nos esperarían ahí para sentarnos a hablar y tomar algo. Me importaba que esos dos se llevaran bien, así que estar en un lugar público evitaría cualquier indicio de alguna problemática pelea.
Para mi sorpresa, cuando llegamos al lugar, Melanie se encontraba sentada en una esquina sin ninguna compañía, devorando un pie de limón de una manera casi robótica.
— ¡Hey! —saludó al vernos. Se sorbió la nariz e hizo un gran esfuerzo por sonreír. Había estado llorando, podía notarlo—. Pensaba que me dejarían plantada. Me quedé sin batería y pedí algo de comer, así el viaje no sería en vano.
Algo raro estaba pasando, pero no preguntaría qué era con Jonah ahí. Mis pensamientos viajaron automáticamente al rostro de mi hermano, imaginando cualquier otra tonta pelea de la semana, así que los llantos de mi amiga y la ausencia de él parecían justificados por esa parte.
— ¿Dónde está tu novio? —preguntó Jonah, sacándose la chaqueta negra. Debajo, traía una camisa blanca con un espiral naranja.
—Hoy hay partido de la NBA y es tradición verlo en casa de Henry. Me dijo que de verdad quería venir, pero ya saben cómo se ponen con el básquet.
—Me suena más a que no quería verme y ha conseguido una perfecta excusa para no hacerlo —soltó con ironía.
— ¡No, no! —exclamó ella, sobresaltada—. Enserio no fue eso. Ya se siente más cómodo con la idea de que estés en el grupo, al igual que los demás, especialmente Mason.
Jonah la miró, dudoso, para luego sonreír sarcásticamente, mostrando unos dientes que comenzaban a tornarse un poco amarillos por efecto del cigarro.
—Mason siempre ha sido mi amigo, muchas veces hacemos los trabajos juntos. Bueno, la verdad es que yo los hago y él me compra cigarros —comentó con sorna—. Supongo que como él no juega en el equipo, no tenía ninguna razón para molestarse conmigo.
Melanie entrecerró los ojos en señal de confusión.
—Todo el equipo empezó a odiar a Jonah porque Chase no pudo jugar por un mes y perdieron varios juegos, hasta que quedaron eliminados de las estatales —informé a mi amiga, ya que a veces se sentía fuera de lugar cuando comentábamos viejos chismes de Pacific Rim.
—Ya entiendo todo, pero me siguen pareciendo idioteces de hombres. —Se quedó con la vista clavada en Jonah luego de dar un mordisco al pie, como si por primera vez estuviera realmente notándolo—. Espera, ¿esa es una camisa de Naruto?
— ¿Qué? ¿Eso es lo que significa? —Inquirió él, mirándose el pecho y frunciendo el ceño—. No lo sabía. La vi en una tienda de cómics y la compré.
—Oh —respondió Melanie, y la luz del rostro se le apagó en segundos—. Pensé que podías leer manga.
—Me gusta leer cómics. Nunca me han llamado la atención los mangas, o el anime en general. Lo máximo que he visto es Pokémon.
—Ese es un mal comentario para decir frente a Mel, está obsesionada con el anime. Tiene pósters de Naruto y Dragon Ball pegados en la puerta del baño —me burlé con una sonrisa maliciosa.
— ¡Blaze, cállate! Maldita sea.
Jonah soltó una desmedida carcajada, la cual atrajo el disgusto de la chica de la caja. Melanie tenía la cara de un vibrante tono escarlata, avergonzada al ser expuesta por sus gustos asiáticos.
—Así fue como ella y Chase se enamoraron —proseguí con el chisme, ignorando la mirada asesina que me estaba lanzando—. El muy idiota se vio en vacaciones todos los episodios de Naruto, y cuando Melanie se enteró, lo hizo ver un montón de cosas más. Incluso lo llevó a una convención de esas donde se disfrazan y hacen el resto de sus mierdas raras.
—Un amor otaku, que romántico —terció Jonah, haciendo ojitos.
—Piensen lo que quieran, idiotas —refunfuñóla rubia, cruzándose de brazos—. Si hay algo que tienes que saber, es que segúnBlaze, todo lo que no le guste a ella es basura.
—Entonces todo en este mundo es basura, porque no me gusta casi nada.
Jonah pidió un pedazo de pastel de chocolate y una malteada de Oreo, ambas lo suficientemente grandes como para satisfacernos a los tres. El resto del rato nos quedamos conversando, intercambiando opiniones sobre distintos temas controversiales o reavivando viejos chismes del instituto.
Con Melanie y Jonah no me sentía como la tercera rueda, no tenía ese sentimiento de estorbar. Era natural y orgánica la manera que fluía la conversación entre nosotros, hasta el punto que no paraba de reír y solo esperaba que la tarde no llegara a su fin.
En lo que Melanie se excusó para ir al baño, aproveché para ir tras ella y preguntarle qué le estaba pasando en realidad.
—La acompañaré —informé a Jonah, poniéndome en pie.
— ¿Por qué las mujeres nunca pueden ir solas al baño?
—Necesitamos alguien que nos sostenga la puerta en caso de que el seguro esté roto.
—Creo que ahora mi vida tiene sentido.
Melanie lavaba sus manos en cuanto me adentré a los baños. Las luces cegadoras me desorientaron por un segundo. Todo era increíblemente impecable y blanco, al igual que el interior de un hospital. Recobrando la vista, me planté frente a ella con mi mejor cara seria. Traté que no me distrajeran las fotos enmarcadas de James Dean junto a la puerta.
— ¿Qué está pasando con Chase? Y no me digas que fue a ver un partido porque sé que es mentira. Me di cuenta que llorabas.
—Mierda —susurró ella con voz quebrada, antes de romper en llanto como una tubería rota.
Nos quedamos unos minutos así; ella llorando en silencio mientras que yo la rodeaba por los hombros, dando palmaditas reconfortantes a su espalda. Quería creer que de alguna manera, mi contacto podía aminorar sus lágrimas, pero claramente no tenía ese súperpoder.
Odiaba ver llorar a cualquiera, pero con ella, el sentimiento era incluso peor. Sentí ganas de imitarla, sucumbiendo ante mi bien guardado sentimentalismo, pero me limité a mirarla con pesar, tratando de buscar que decir. No era la mejor dando palabras de aliento.
—Creo que hemos terminado —soltó, cuando recobró las fuerzas para hablar.
— ¿Cómo que crees? ¿A qué te refieres con eso? —Ella dio un brinquito ante mi insistencia—. Melanie, acaso la palabra "terminar" se nombró en la conversación, ¿o eres tú quien ha interpretado eso?
—Yo... no sé... estábamos peleando bastante fuerte, dijimos algunas cosas feas. Lo he sentido diferente esta vez, realmente molesto. Me dijo que por ahora no quería hablar.
— ¿Por qué pelearon? —pregunté, apartándole un mechón rubio de la mejilla.
—Dirás que es mi culpa.
—Melanie...
—Le revisé el celular.
Mil veces, maldita sea.
Contrólate, me repetí al menos diez veces.
— ¿Por qué hiciste eso? —pregunté, tratando de no alterarme—. Eso no es sano y lo sabes, es como el abrebocas a la toxicidad. Luego vienen las prohibiciones, los celos descontrolados y la desconfianza. No soy experta, pero sí sé que no puedes llevar una relación invadiendo la privacidad de tu pareja.
—Ya él me dijo todo eso. Sé que no estuvo bien y le pedí perdón —dijo entre sollozos—. Últimamente soy demasiado celosa. Tu hermano es hermoso, le sobran las mujeres, ya lo sabes. Incluso Jenna lo mira de una manera que me hace querer arrancarle los ojos.
—Lo de Chase y Jenna fue hace años. Él solo te quiere a ti —aseguré en tono tranquilizador.
—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme tan insegura. ¡Soy una estúpida, lo jodí todo!
Me partía el corazón verla así. Quería odiar al que la hacía sentirse de ese modo, como si fuera algún ser inferior que no resultaba ser suficiente.
Pero, ¿cómo podía odiar a la razón de sus lágrimas cuando era mi propio hermano?
Pensé, para mi desventaja, él incluso tenía razón en haberse molestado. A final de cuentas, la culpa era de ella por preferir invadir su privacidad, en vez de comunicarle sus inquietudes en un principio. En su lugar, tal vez yo hubiera actuado de una manera peor. Chase era mucho más sosegado que yo.
No me gustaba tomar bandos y no lo haría. Yo sería la Suiza de su relación.
—No digas eso —dije, atrayéndola frente a mí. Delineé la silueta de su pómulo con mi pulgar—. Fue una estupidez, todos las cometemos. Solo dale tiempo y no lo presiones. A Chase no le gusta que desconfíen de él, pero ya va a pasar.
— ¿Por qué siempre tengo que cagarla? —dijo en voz alta, con las lágrimas contenidas en sus ojos pidiendo abrirse paso hasta dejarla deshidratada.
Esa era una pregunta, que yo me hacía todos los putos días de mi vida.
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