37. Hope

Chase manejaba con tanta prisa, que temí terminar en el hospital por un accidente, y no porque estuviéramos yendo al nacimiento de la bebé.

Agatha no había parado de bombardearme el teléfono con llamadas luego que huyera al finalizar la presentación. Se supone que nos había conseguido una entrevista con una página argentina, pero yo me había olvidado de todo en cuanto comprendí que Patricia estaba en pleno labor de parto. Al final redacté un mensaje de manera atropellada, explicándole la situación para no preocuparla.

Melanie iba en el puesto del copiloto, con una mano apoyada en el vidrio y otra en la rodilla de mi hermano. Jonah se movía incómodo de un lado a otro, con aquel tic nervioso apoderándose de su pierna. Yo me encontraba en el asiento del miedo, aferrándome a la mano de Nathan con demasiada fuerza.

Raramente, no me sentía al borde de un colapso. La presentación me dejó en un estado de calma, como si hubiera tomado algún potente sedante. A pesar de eso, el oxígeno que se respiraba en el carro era terriblemente pesado.

Todos menos yo, parecían a punto de sufrir un desmayo.

—Papá me llamó en cuanto te fuiste —me dijo Chase, esquivando un Jeep que podría aplastarnos con facilidad—. Mamá comenzó a tener fuertes contracciones y el doctor decidió inducirle el parto ahora. No quisieron esperar hasta las cuarenta semanas.

— ¿Pero ella está bien?

—Sí. Papá fue poco específico, estaba bastante estresado, pero ella está bien.

En cuanto llegamos al hospital Virginia Mason —y después de cambiarme la ropa en lo que todos se bajaron— correteamos con desenfreno entre los pisos, siguiendo las indicaciones de cada pasillo hasta encontrar el área de ginecología. Marcus se encontraba sentado en las metálicas sillas de espera, con la mirada perdida entre las paredes de cristal que bordeaban el lugar. Afuera, la tenue noche comenzaba a hacerse presente.

— ¡Papá! —grité, atrayendo su atención.

Marcus se levantó a abrazarnos, para luego reprocharnos por haber llegado corriendo como adolescentes revoltosos.

—Tu mamá está en la sala de operaciones con el Doctor Hill —dijo, señalando unas grandes puertas dobles; enfermas y doctores entraban y salían de esta—. Trataron de inducirle un parto pero los latidos del bebé comenzaron a bajar. Además, Patricia se encontraba demasiado cansada, no creía poder lidiar con eso.

— ¿Y eso qué significa? —preguntó Chase, preocupado. Sentí que los cinco conteníamos la respiración al mismo tiempo.

—Le harán una cesárea.

— ¡Va a quedarle un cicatriz horrible! —dije sin pensar.

Nathan me dio un manotazo disimulado en la espalda baja, haciéndome guardar silencio.

— ¿Por qué no entró con ella a la cirugía? Eso puede hacerse, ¿no? —inquirió Jonah.

—Solo podía ingresar un familiar y no quería dejar a Blaze y a Chase aquí solos. Además, estoy seguro que tanta sangre me iba a marear.

—Nosotros nos arreglaríamos, papá. ¡Está sola ahí dentro! —reñí, en parte desesperada.

No había querido entrar en fase preocupada, pero el trabajo se estaba tornando difícil ahora.

—Estará bien —me aseguró, revolviéndome el cabello desordenado, el cual me caía a nivel del pecho después de haberme quitado el moño—. Terminarán pronto y podremos ingresar a la habitación a verla.

— ¿Crees que la bebé también esté bien? Has dicho que sus latidos... —comencé, sintiendo como me recorría un escalofrío por la espina dorsal.

Marcus acunó mi rostro con su mano, grande y áspera. Terminó por sonreír levemente, pero sus lentes fueron incapaces de esconder el punzante destello de tristeza.

—Solo nos queda esperar. Y no importa lo que pase, estaremos juntos los cuatro.

La noche negra llegó con rapidez, entre vueltas por la sala de espera y conversaciones sobre las últimas películas que habían dado en el cine. Los hombres bajaron a comprar comida en el cafetín del hospital, mientras que Melanie y yo nos quedamos haciendo guardia, esperando que una enfermera nos avisara cuando podíamos entrar a ver a Patricia.

—Mis papás vendrán a buscarme en veinte minutos. Jonah y Nathan se irán conmigo —me informó ella—. No queremos ser una molestia aquí. Este tiempo es para ti y tu familia.

— ¿Cuántas veces debo repetirte que no eres una molestia?

—Tantas veces como yo he tenido que repetírtelas a ti.

Me recosté de su hombro y enredé mi brazo con el suyo. Ella comenzó a dar palmaditas reconfortantes sobre mi cabello como si fuera una niña pequeña.

—Quiero que se termine —admití, sintiendo que mis palabras sonaban demasiado duras—. Sé cómo terminará, sé que dolerá, pero lo peor no es eso. Lo peor es que cuando pase, me lamentaré de haber deseado que terminara, porque no sentiré alivio, solo aumentará el dolor.

—Jamás llegaré a entender cómo te sientes. Solo sé que entre tanta angustia, podrán regocijarse los cuatro, y eso valdrá la pena cada segundo. Tal vez yo no sea tan creyente y ciega de fe como mis papás, pero confío en que la muerte no es lo último.

— ¿Crees entonces que Miranda me mira desde alguna parte? —pregunté con sorna, pero muy dentro de mí, siempre existió esa duda.

¿De verdad al morir íbamos a otro lugar? ¿Viajaba nuestra alma para encontrarse con otro cuerpo? ¿O solo éramos un montón de carne y huesos que ya habían cumplido su tiempo y debían volver a la oscuridad permanente?

—Creo que tu mamá biológica está feliz de saber que tienen una familia que les ha dado todo lo que han podido. Y tal vez no nos esté mirando desde aquella esquina en ese momento, pero estoy segura que no pudo haber pedido más para ti, Blaze.

Después de comer las hamburguesas que los hombres trajeron, comenzaron las despedidas. Los papás de Melanie ya se encontraban de camino, así que uno a uno, empezaron a darnos abrazos acompañados de alentadoras palabras.

—Prometo que después de esto iremos a jugar bowling con Olive, me gustaría que volvieran a ser amigas —dijo Jonah, después de estrecharme con su usual torpeza.

—Por tu bien, espero que lo digas enserio.

Chase besó rápidamente a Melanie en los labios, poniéndola nerviosa en un segundo.

—Sobre esto... —comenzó ella, luego de acercarse a mí.

—Puedes contármelo después —aseguré—. Solo espero que sea lo que en realidad quieres.

—De verdad lo quiero. Y mucho.

—Con eso es más que suficiente, solo quiero que seas feliz.

Creí ver como sus ojos se tornaron vidriosos, pero perdí el contacto visual en cuanto Nathan me abrazó antes de irse.

Dejé que la calidez y la tranquilidad de sus brazos me reconfortaran. Necesitaría toda esa energía para las próximas horas.

—Gracias por acompañarme y estar para mí siempre que lo necesito —murmuré contra su oído. Sabía que Marcus nos miraba con atención, pero no dejé que eso arruinara el momento—. Eres posiblemente una de las mejores cosas que me ha pasado en los últimos años. Ahora no puedo pensar en una vida en la que no te haya reencontrado, porque me enseñaste a no ver todo en tonos sombríos. Y no solo me mostraste los colores primarios, si no la paleta entera, incluso con algunos que jamás imaginé posibles. Creo que nunca serán suficientes las palabras para expresarte todo lo que siento por ti, pero solo espero que estas sean suficientes.

Su contacto me confirmó que aquello había dado en el blanco para enternecerlo. No creía jamás haberle dicho algo tan elaborado y bonito, pero supuse que la emotividad comenzaba a llegar a mí poco a poco.

—Lo son. Incluso me conformaba con tus risas tontas cuando no sabías que decir, pero esto ha sido mejor que todas ellas. Estaré en tu vida todo el tiempo que me lo permitas, así que ten presente que por mi parte, seré feliz con molestarte los trescientos sesenta y cinco días del año.

— ¿Incluso cuando sean trescientos sesenta y seis?

Él se rió y asintió, rozando su áspero mentón contra mi mejilla.

—Fuimos hechos el uno para el otro. No pienses otra cosa.

—Yo... —comencé, atolondrada por sus palabras, pero luego caí en cuenta de algo y no pude evitar echarle mala cara—. ¿Estás citando a Dark?

— ¿Me vas a decir que no te ha gustado? Si no lo reconocías, iba a sentirme decepcionado.

—Creo que ahora no soy la única que roba frases de la cultura popular.

Finalmente rompió nuestro contacto para quedarme mirando los labios, pero como era de esperarse debido al entorno, solo rozó con su mano mi cabello.

Los tres terminaron por marcharse, dejándonos postrados en medio del pasillo con caras largas. Chase tomó mi mano en señal de confort y ambos compartimos aquel momento como si fuéramos los únicos presentes en aquella sala.

Era la persona que más tiempo llevaba en mi vida, la que más había querido por un largo período del tiempo, porque en un momento nuestro lazo fraternal fue lo único que conocía. Pero ya no estábamos solos, había tantos a mí alrededor que me apoyaban, tal y como él me había dicho.

Mis sentimientos por él jamás disminuyeron su medida o cambiaron su naturaleza. Habíamos crecido igual de cercanos, porque éramos conscientes que en un punto solo nos tuvimos el uno al otro. Y aunque ya no sería así nunca más, nuestro lazo seguiría siendo inquebrantable con el pasar de los años.

Mi hermano era literalmente mi otra mitad, y eso no iba a cambiar con facilidad.

— ¿Señor Luthor? —preguntó una enfermera, alzando la voz.

—Soy yo —habló Marcus. Tensos, los tres nos acercamos para escucharle—. ¿Qué pasa?

—Ya su esposa salió de cirugía. La llevaron a una habitación en el piso de abajo junto con la bebé. ¡Felicitaciones a los tres!

Sentí que relajaba todo los músculos de mi cuerpo. Había nacido viva. Íbamos a conocerla, a verla finalmente.

Bajamos por las escaleras con tal vez demasiada lentitud, con el miedo latente de lo que íbamos a encontrarnos tras esa puerta de madera con el número doce grabada en ella.

Patricia se encontraba tendida sobre la cama metálica revestida de blanco, cuyo cabezal estaba inclinado hacia adelante. Sus manos estaban conectadas por medio de vías a un gran aparato junto a ella. Llevaba puesta una bata azul y su cabello rubio le enmarcaba de manera desordenada su lívida cara. Se veía exhausta, débil y ojerosa.

Marcus y Chase avanzaron hasta ella, pero yo me quedé recostada del marco de la puerta cuando la vi en tal estado. Me sentía desestabilizada, observándola así de pálida y cansada, sin posibilidades de moverse. Se notaba que incluso respirar le dolía.

La llevaba en brazos, a un ser posiblemente más pequeño que mi pie. Era tan minúscula.

La bebé estaba envuelta en una tela azul y un gorro rosado cubría su cabeza. Casi no se movía, pero cuando noté con mayor claridad, vi que hacía burbujitas con la boca. Me dio pena pensar que tal vez esa era su manera de buscar expresarse, de demostrarnos que ella era fuerte. Sabía que no podía escucharnos ni vernos. Incluso llegué a pensar que aquellas burbujas eran su manera de respirar, ya que no sabía cómo hacerlo tampoco.

—Lloró al nacer, Marcus —logró decir ella, sonriendo a duras penas—. Los doctores estaban impresionados, no muchos bebés como ella lo hacen. ¡Pero ella sí pudo!

Marcus estaba petrificado junto a la cama, observándolas a ambas con la boca semiabierta. Se veía demasiado conmocionado para decir algo.

—Blaze, acércate —me pidió Chase.

Al dar pasos vacilantes, me encontré con los ojos de Paty, observándome con pura felicidad.

Ella no era muy diferente a los otros bebés que había visto; su piel estaba de un tono violáceo, mientras que todo su cuerpo resultaba muy pequeño. Temía tocarla, se veía tan frágil. Lo único que delataba su condición era sus grandes ojos saltones, castaños y un poco separados. A pesar que su cabeza estaba cubierta, noté algunas manchas de sangre transparentarse por el gorrito.

—Es hermosa —logró decir Marcus, tocándole la mano con cuidado. Ella no se movió—. Perdóname por no entrar contigo, yo...

—Está bien. Lo entiendo —lo tranquilizó Paty—. Yo también tenía miedo.

— ¿Cómo se llama? —preguntó Chase, tocando sus pies, buscando tal vez alguna respuesta de su parte, pero ella siguió sin moverse.

—Nunca lo pensamos —respondió Marcus.

—Jane es lindo.

—No me gusta —rió Paty, negando con la cabeza.

Tal vez nunca deberías perder la esperanza, Blaze.

—Hope —dije sin vacilar, atrayendo las miradas de todos.

Patricia me sonrió, con los ojos desbordados por las lágrimas. No podía creer que los cuatro estuviéramos llorando al mismo tiempo, pero no era de tristeza, sino de pura alegría. Recordé lo que dijo Melanie, de cómo podríamos regocijarnos en nuestra tristeza y valdría la pena cada segundo.

Y lo valía hasta ahora.

Encantados, todos aceptaron el nombre.

— ¿Podría tomarnos una foto a los cuatro? —preguntó Marcus, en cuanto una enfermera ingresó a la habitación para preguntar si necesitábamos algo.

Estaba segura que ya había corrido la noticia por los pasillos de la bebé que se encontraba en la habitación doce.

Me situé junto a Paty, tomando su mano. La enfermera nos sacó varias fotos, donde no nos importó en lo absoluto lo hinchados y rojos que estábamos. Era el momento más real que había vivido hasta ahora, quería recordarlo tal y como había sido. Porque había sido hermoso y gratificante, lleno de gozo y risas a pesar de las lágrimas.

Y confirmé lo que había temido, no quería que terminara. Estaba siendo demasiado feliz en esa habitación de hospital, junto a las personas que más amaba en el mundo.

En algún punto me había preguntado cómo se podía tener un buen recuerdo en un hospital, un lugar lleno de muerte y enfermedad.

Pero incluso en la muerte se podía encontrar la paz.

De alguna forma paradójica, la muerte me había traído la esperanza.

Tal vez siempre la tuve contenida en algún lugar dentro de mí, pero Hope me había ayudado a darme cuenta de muchas cosas. Me ayudó a mejorar la relación con mi familia, a darme cuenta de lo efímera que era la vida y como podíamos perder todo en poco tiempo, a querer cambiar mi forma de ver el mundo, a creer más en mí.

Todo era por ella, y yo no dejaría que su corta vida fuera en vano.

La muerte podía romper familias, pero este no fue el caso. Logró unirnos más que nunca. Quería pensar que había sido un regalo. Jamás pude ver con facilidad el lado positivo de las cosas más abatidas, incluso llegué a considerarlo imposible en algún momento. Pero aquí estaba, dándome cuenta que nada era tan negro como de verdad se pinta. Incluso en la oscuridad, las cosas no pierden verdaderamente sus colores.

Tal vez Hope nunca lo sabría, pero le estaría eternamente agradecida.

Las horas siguieron pasando, lo sentí todo muy rápido. Hope seguía entre los brazos de Patricia, respirando de una manera muy espaciada. Cada cierto tiempo, el miedo trataba de apoderarse de mí, temiendo lo peor, pero me obligaba a calmarme y a seguir tocándola de manera dulce y gentil.

Nadie había querido ver su cabeza descubierta. Queríamos conservar aquel recuerdo de ella, tal y como la vimos por primera vez.

En un momento, movió la cabeza cuando Chase le rozó la mejilla con el pulgar, y todos sonreímos de la emoción. Sabía que internamente ella quería responder a nuestro cariño. Tal vez, no se necesitaba un cerebro para querer amar, solo el corazón, como siempre quisieron enseñarnos las grandes historias.

La enfermera llegó para bañarla y vestirla con un bonito conjunto color lila. Patricia no quería dejarla, pero la mujer trató de hacer todo bastante rápido para devolverla a los brazos de su mamá una vez más.

Aunque Patricia insistió, solo Marcus se animó a cargarla, con manos temblorosas y lágrimas corridas.

Me alegró verlos convertidos en padres por segunda vez.

— ¿Cómo te sientes? —le pregunté a Paty, mientras que Marcus mecía a Hope de un lado a otro y Chase le tomaba fotos.

—Dentro de mí no existen las amarguras o las quejas. Estos meses han valido la pena, no me arrepiento de nada —me dijo. La vivacidad de sus palabras, era suficiente para hacer que sus ojos destellaran igual que estrellas—. He dado todo de mí y me siento orgullosa. Pero no solo de mí, sino de todos ustedes. Ha sido difícil, lo sé, pero jamás dejamos que nos separara por completo.

— ¿Crees que esté sufriendo? —le pregunté, mirando a Hope.

Patricia esbozó una sonrisa triste.

—No lo sé, pero sí sé que cuando se vaya, no estaré triste. Estaré en paz, por haberle dado todo y haberla amado tanto como pude. Espero que tú también puedas estarlo, hija.

Patricia se quedó dormida después de un rato, ya era más de media noche y los sedantes para el dolor comenzaron a hacer su efecto. No se fue a dormir esperando ver a Hope otra vez, se despidió de ella besándole la frente y sus manitos. Ella cerró los ojos por un segundo, como si pudiera percibirlo.

Marcus fue a casa a buscar ropa para cuando Patricia saliera mañana del hospital, mientras que Chase y yo nos quedamos sentados en el sofá que daba a la ventana, observando como las luces lejanas iban cesando una a una.

Hope permanecía en la cesta, moviendo las manos hacia arriba y haciendo burbujitas con la boca. Le lanzaba una mirada cada cierto tiempo para cerciorarme que estaba viva, pero luego, fue Chase que se encargó de hacerlo.

Supe el momento exacto en el que pasó, porque mi hermano se levantó del sofá en dirección a la cesta con rapidez. Se quedó mirando a Hope con ojos vidriosos, hasta que las lágrimas comenzaron a recorrerle el rostro de manera silenciosa. Me miró, abatido, y pronunció aquellas temidas palabras.

Ella se había ido finalmente.

Y como mi mamá había querido, yo me sentí en paz.

Hope vivió aproximadamente siete horas y cuarenta y tres minutos. Los cuatro lloramos su muerte, pero no dolió tanto como habíamos pensado al principio. Nos ayudamos a confortarnos los unos a los otros.

Patricia decidió cremarla, ya que siempre había estado en contra de los entierros. Los dos días siguientes, pasó bastante tiempo en la cama, recuperando fuerzas para el cuerpo y el alma. La escuché llorar una noche mientras Marcus la calmaba, pero no se veía tan decaída a pesar de todo. Se notaba que estaba tratando de ser fuerte por todos.

Marcus decidió esparcir las cenizas en el Discovery Park, ya que una parte daba al océano y pensaba que era lo mejor que podíamos ofrecerle a Hope.

Decidí no vestir de negro. En algún lugar leí que el color de la esperanza era el verde, así que decidí honrar su nombre llevando la camisa que Nathan me regaló en Navidad. Me hice una cola alta y me senté en la peinadora a esperar que los demás estuvieran listos para salir.

Luego de algunos minutos, mi teléfono empezó a sonar.

—Hola, Agatha —saludé, luego de descolgar la llamada.

—Perdón por interrumpir. Sé que no es buen momento.

—Está bien —suspiré—. De todas formas quería hablar contigo por lo que pasó en el Festival.

—Lo entiendo perfectamente, Blaze. Tu familia va primero, eso no tiene que porque cambiar —dijo con voz tranquilizadora—. Además, hiciste una presentación hermosa. Las caídas pudieron ser mejores, pero todo lo demás salió exactamente como lo ensayamos. Estoy orgullosa.

—Yo también lo estoy.

—Soy consciente que todo lo que está pasando ahora es demasiado para ti, pero te tengo buenas noticias que no pueden esperar.

Fui incapaz de no cambiar la expresión neutra en mi rostro por una de intriga.

—Te estoy escuchando —insistí, desesperada por aquella pausa dramática.

— ¿Estás sola? Porque seguramente no querrás que nadie escuche tus gritos por lo que estoy a punto de decirte.

La brisa me azotó el rostro a medida que caminábamos por el parque. Los cuatro seguimos un sendero de arena con pequeñas piedras, flanqueado por alta maleza a ambos lados. El viaje en carro se había desarrollado en silencio, ninguno parecía querer romper la burbuja de tensión que nos envolvía.

En lo que nuestros pies estuvieron fuera del carro e inspiramos el aire de media tarde, nos relajamos en mayor medida. Nos tomamos nuestro tiempo para llegar hasta nuestro verdadero destino. Nos detuvimos a comprar unos helados, admirar la naturaleza y sacar una que otra foto. Marcus hasta ayudó a una señora que se le había roto el caucho de la bicicleta.

—Hace buen tiempo —comentó Paty, estrechando mi brazo.

Se había dejado el cabello suelto en ondas y llevaba un largo vestido negro sin mangas. Ya no se veía tan demacrada debido al maquillaje, pero eran los pequeños destellos en sus ojos, los que me confirmaban que no se estaba sintiendo del todo mal en ese momento.

Me alegré por eso, y no dudé en estrecharla con fuerza, transmitiéndole todo el apoyo que podía con solo ese simple contacto.

—Hoy todo está a nuestro favor.

—Espero que no sea solo hoy.

—No lo será, todo será diferente a partir de ahora —confirmé, sabiendo que ella podía captar el doble sentido de mis palabras.

—Jamás pensé que sería feliz en un momento como este —me dijo, sonriendo de lado—. Pero tengo todo lo que necesito aquí conmigo, y jamás he pedido más.

—Algunas veces encontramos la felicidad en el lugar menos esperado.

Tal vez estuviéramos en medio de un parque cualquiera, rodeado de un montón de desconocidos trotando y andando en bicicleta, con aquel clima cálido que solíamos apreciar pocas veces. Pero era el peso que tenían nuestras acciones, lo que nos permitía rememorar aquello como algo especial.

La simpleza del entorno era todo lo que necesitábamos. Una vez que se atendía con detenimiento cada detalle, se podía apreciar la belleza donde antes no la habíamos encontrado a primera vista. Porque ella siempre había estado ahí, tanto en los momentos felices como en los tristes. Residía siempre a un lado, esperando ser captada por el verdadero espectador. Solo se debía ser completamente abierto de mente para llegar a verla.

Jamás olvidaré las bellas palabras que dio Chase, sosteniendo el pequeño jarrón que contenía las cenizas de Hope. O el abrazo que me dio Marcus mientras trataba de contener las lágrimas una vez más. O los ojos de Patricia perdiéndose en dirección al mar en cuanto dejó que los restos de Hope volaran sobre el agua.

La brisa los arrastró con suavidad, para terminar perdiéndose en aquel pequeño trecho junto a las rocas.

Me situé al borde de la arena, dejando que mi mano descansara en el hombro de Patricia, la cual seguía embelesada en dirección al cielo. Este se había tornado entre combinaciones naranjas y violetas a medida que el crepúsculo se abría paso, llevándose consigo nuestros lamentos por última vez.

—Te amo, mamá.

Ella me miró complacida y sonrió, empapándome una vez más de aquel cariño incondicional.

—Yo también te amo, hija.

Miramos una vez más el cielo antes de marcharnos, mientras que el sonido de las leves olas rompiendo contras las rocas, nos despidió de aquel lugar que siempre íbamos a considerar como nuestro. 

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