35. La playa
—Ya te dije que no, Blaze. No insistas.
— ¡Pero dame una razón válida para no dejarme ir!
— ¿De verdad necesito darte las razones? Son bastante obvias.
Me quedé de brazos cruzados frente a Paty, mientras ella seguía inmersa en el libro de contabilidad de la caja. Aquella tarde la había acompañado a la tienda luego que Agatha cancelara la práctica, pero más que ayudarle con los clientes, le había rogado que me dejara ir al viaje que haría la familia de Nathan a la Isla Herron por las vacaciones de primavera.
Ella había estado en completa renuencia, ni siquiera la llamada de Vivian logró aplacarle un poco la negativa. Estaba de verdad decidida a no dejarme ir.
—Mamá... —empecé, con tono suplicante y chillón.
—No uses esa carta conmigo —escupió, con una seriedad cortante—. Siempre que me llamas así es porque la situación se ha puesto demasiado seria, o quieres obtener algo. Esta vez no funcionará.
Se subió los lentes de lectura que le caían sobre el puente de la nariz y siguió con los ojos clavados en sus asuntos.
— ¡No es justo que Chase sí vaya y yo no!
— ¿Ya No habíamos tenido una conversación sobre lo injusta que es la vida?
Solté un gritico de frustración. Me alegró que no hubiera ningún cliente presente en ese momento, para así poder hacer mi rabieta con más libertad.
Al principio no quise emocionarme con el viaje, porque sabía que mis probabilidades de asistir eran escasas. Patricia podía ser una mamá compresiva y moderna en unos aspectos, pero en otros resultaba demasiado sobreprotectora.
Claro, era entendible, yo seguía siendo menor de edad y ella era consciente de todas las perversidades a la que se someten los adolescentes actuales debido al aumento de la tecnología y el libertinaje.
Pero una vez que Nathan me mostró la casa que sus papás habían alquilado, no pude evitar hacerme ilusiones. Además, luego que Vienna rechazara la invitación debido a que necesitaba estudiar para los exámenes, Kieran terminó por invitar a Chase. Así que mi chispa de esperanza logró avivarse de nuevo a sabiendas que mi hermano conseguiría el permiso para ir.
¿El problema? El permiso solo había sido para él.
—Vivian es igual de estricta que tú, ella no va a hacerse la vista gorda con nosotros dos allá —refuté, decidida a salir de aquella tienda con mi cometido logrado—. Puedo dormir con ella si eso te tranquiliza.
— ¿Qué dijo tu papá sobre esto? —preguntó, aun sin alzar la vista en mi dirección.
—Que te pidiera permiso a ti.
—Ya tienes mi respuesta entonces. No hay más que discutir.
—Pero...
— ¡Blaze! —Me gritó, haciéndome callar de golpe—. ¿Crees que no se todo lo que pasa por la mente de los chicos cuando tienen tu edad? Te recuerdo que yo también tuve diecisiete y pensé que ya era lo bastante mayorcita para valerme por mi misma. Pero estaba lejos de ser así.
Por un segundo pensé en darme por vencida, cerrar la boca permanentemente por el resto del día y resignarme a que esa sería su última palabra. Pero una vocecita molesta me zumbaba en el oído, aferrándose a la microscópica fibra de esperanza que aun albergaba.
—Paty, por favor. Sabes que soy una persona responsable y Nathan también. Él va a mudarse en cinco meses y posiblemente este viaje sea una oportunidad que no se volverá a presentar. Te lo pido, enserio. Quiero ir.
Ella se quedó con una expresión imperturbable, sin siquiera mover un músculo o una pestaña. Nos quedamos así por algunos segundos, solo mirándonos la una a la otra. Yo con súplica y ella con sospecha.
Finalmente, desvió la cara para ver más allá de mi hombro, como si la exhibición de pantalones tras de mí mereciera su atención en mayor medida.
—Cuando usas la carta de dar lástima es difícil negarme. Bien, tienes el permiso. Pero créeme que si me fallas, Blaze, vamos a tener serios problemas.
Tragué saliva automáticamente, intimidada por la naturaleza de su severidad. Me incliné para besarle la mejilla, ante lo cual ella sonrió levemente, torciendo apenas la boca.
—Gracias. Me comportaré.
Antes que pudiera darme la vuelta para seguir desparramada en el sofá, habló con una voz incluso más mortal.
—Mañana vas a tener que faltar a la práctica de ballet. Te buscaré en lo que salgas del instituto.
— ¿Para qué? —repliqué con confusión.
Alzó de una de sus perfectas cejas cafés, aun con ese destello de superioridad tras sus ojos.
—Te voy a llevar al médico.
Patricia revoloteó a mí alrededor la mañana de miércoles, asegurándose que llevara todo lo necesario para cuatro días de viaje. Podría jurar que revisó mi maleta al menos tres veces, agregando cosas de más en cada ocasión. Incluso armó un botiquín con medicinas para cada enfermedad existente.
No desaprovechó los minutos antes que vinieran por nosotros para darnos una extenuante charla de cómo debíamos comportarnos. Claro, la peor parte me la llevé yo, ya que mi hermano no era el que iba en pareja.
Marcus permaneció más relajado, tranquilizando a Patricia con sus desesperantes nervios. Nos pidió que la pasáramos bien y no nos preocupáramos por ellos; ambos estarían bastante ocupados trabajando, así que sus vacaciones serían prácticamente una semana más del año.
La Isla era un sitio privado, así que el abordaje del ferry fue sumamente tedioso, mostrando más de un permiso y un montón de papeles firmados. Cruzar el Puget Sound apenas nos tomó diez minutos, entre los cuales Nathan y yo escuchamos tres canciones de Frank Ocean desde su teléfono.
—Apuesto a que Patricia te dio una larga charla del sexo —me dijo en cuanto arribamos en la Isla.
—Hasta que se quedó sin saliva. Incluso me obligó a...
— ¡Ya tu papá llegó! —vociferó Vivian, atrayendo nuestra atención en lo que Charlie se estacionaba con el carro frente a nosotros.
La Isla era prácticamente un lugar desierto, sin ninguna tienda, restaurante o servicios médicos. Estábamos en medio de la nada a nuestra propia merced. Apenas y había una barra de señal para lograr hacer una llamada.
Nos deslizamos entre la sinuosa carretera, la cual estaba flanqueada por maleza y zonas boscosas. A cada rincón que se mirara, el color verde estaba presente. Pero había algo cautivador en el ambiente que era imposible pasar por alto. Tal vez era la paz y el silencio, o el puro aire que se respiraba, alejado de toda aquella contaminación de la ciudad. Era un espacio sumamente relajante.
—Había visto fotos, pero en persona es incluso más bonito —le susurré a Nathan, apretujada contra sus piernas mientras los cuatro nos encontrábamos en la parte trasera del carro.
—Las playas de Malibú serían más divertidas durante esta época —repuso Kieran, advirtiendo mi comentario.
— ¿No te puedes conformar con un viaje en familia? —replicó su hermano.
—Claro que no.
La casa donde íbamos a quedarnos era bastante cómoda y espaciosa;tenía dos habitaciones en la planta superior, y un gran espacio comunal para la sala, cocina y comedor. Las paredes estaban pintadas de azul pálido y remos de madera se disponían a lo largo de estas a forma de adorno. Habían dos sofás acolchados rodeando una alfombra gris, los cuales se veían perfectos incluso para dormir durante la noche. Las ventanas que se extendían por la pared norte, permitían una excelente luminosidad y una perfecta vista del océano frente a nosotros.
Después de acomodar el equipaje y la comida, salimos a la terraza superior que se extendía en la parte trasera de la casa. Una mesa y sillas plásticas se acomodaban alrededor de una fogata portátil, mientras que la parrillera eléctrica descansaba en uno de los laterales.
Para descender hasta la playa, se debía bajar por una escalera curveada de madera, la cual terminaba en una terraza inferior, donde se vislumbraban algunos kayaks y sombrillas de tela.
—Lo admito —silbó Kieran, inclinando la cabeza para observar mejor el jacuzzi junto a la parrillera—, está mejor de lo que esperaba.
—Está perfecto. Es difícil creer que apenas estamos a una hora de casa —coincidió mi hermano—. Incluso leí que pueden verse las ballenas desde aquí.
—Pues espero que ninguna ballena se cruce en nuestro camino mientras hacemos kayak. ¡Vamos a cambiarnos!
Y eso hicimos.
Pasamos el resto de la tarde en los kayaks, alejándonos más de lo debido para ver algún animal marino, hasta que Vivian nos hizo regresar con un grito que seguramente se escuchó en la casa vecina a quinientos metros.
Por la noche estuvimos un rato en el jacuzzi, lo cual fue un alivio, ya que la noche comenzaba a tornarse demasiado fría, helándome las orejas y la punta de la nariz hasta quedar rojizas.
Después de comer, nos sentamos alrededor del fuego, calentando nuestras manos y contando historias que se perdían entre risas y el canto de los grillos. Jamás había visto un cielo tan estrellado, hasta el punto de perder de la noción del negro azulado para concentrarme solo en el millón de puntos relucientes como pequeños diamantes. Incluso el color de la noche era diferente, con tonos amoratados y destellos naranjas por detrás de los árboles al otro lado de la Isla.
Descansé la cabeza sobre el hombro de Nathan, acariciando su palma mientras él relataba alguna anécdota de su niñez.
Y la hermosa noche siguió cayendo de una manera digna de contemplar, serena y resplandeciente, pero yo solo me concentré en mirarlo a él.
—No planeas dormir toda la mañana, ¿cierto?
Abrí los ojos con pesadumbre. Parecía que los dueños de esta casa estaban en contra del uso de cortinas, puesto que la luz solar ya iluminaba cada rincón de la habitación.
Chase se había espabilado por completo, vestido con bermudas y una camisa manga larga de licra.
—Apenas son las ocho. Nos dormimos a las tres de la madrugada —dije con voz apagada, confirmando la hora en mi teléfono—. Dame otra hora de sueño.
Traté de envolverme en las sábanas de nuevo, pero él me las arrancó de un tiro para lanzarlas en dirección al suelo.
—Hoy hay mucho por hacer. Arréglate que vamos a dar una vuelta después de desayunar.
Una de las cosas buenas que tenía este viaje, era que Vivian prepararía todas las comidas, así que el mal humor no me duró demasiado. Cambié mi pantalón de dormir por un vestido azul y unas sandalias de plástico, y todos bajamos a la playa para bordear la Isla durante una larga caminata.
— ¿Fue incómodo dormir en el sofá? —le pregunté a Nathan cuando nos sentamos en una toalla sobre la arena.
Kieran y Chase estaban apostando a ver quién tendría el valor de meterse a nadar, lo cual no recomendaría a menos que sus deseos fueran morir de una hipotermia.
—Para nada, es mejor que mi propia cama en Seattle.
—Hace meses no creí que fuéramos a estar así —murmuré. Permanecía dándole la espalda, recostada de su pecho, mientras que él rodeaba mis caderas con sus brazos.
Besó la parte trasera de mi cabeza repetidas veces, para luego inclinarse un poco hacia adelante y presionar sus labios contra mi sien.
—Sería mil veces mejor si estuviésemos solos, pero un viaje con mi familia es mejor que nada.
—Para mí es suficiente.
Escuchamos música un rato, enterrando nuestras manos en la gruesa arena de un tono grisáceo. Me habló de lo que emocionado que estaba por la última semana antes de la graduación, donde presentaría el proyecto de Biología que había estado preparando con Amy y Xavier desde hace un par de meses. Yo le comenté de mis avances para el Festival, el cual sería la segunda semana de abril en el Teatro de 5th Avenue, donde siempre había soñado en presentarme.
—Una vez fui con la clase de Arte a ver una obra de teatro ahí —dije, observando como una gran nube blanca nos ocultaba del sol—. Los actores eran estudiantes de la Universidad de Washington. Estaban haciendo una clase de Peter Pan moderno. No lo sé, fue algo raro.
—Tal vez si estudias Danza en la UW, logres bailar ahí más seguido.
—Jamás me había pasado por la mente estudiar ahí. No creo que mis notas sean tan buenas para entrar.
—Ya somos dos —farfulló, apartando la mirada.
Cogí su barbilla con delicadeza para hacerle volver la cabeza en mi dirección.
— ¿Aún tu papá no ha tenido respuesta de ellos?
—Ya dieron respuesta a los aplicantes en febrero, pero mi papá sigue esperando la llamada del Decano. Si fuera cualquier otra universidad, el proceso no sería tan engorroso, pero la UW es bastante selectiva. Mi promedio está solo unas décimas por arriba de lo mínimo y mi puntaje en los SAT está por encima de la media, pero no practico algún deporte o he hecho algo espectacular en estos cuatros años. Los profesores tienen ciertos beneficios, pero de igual manera sus hijos tienen que cumplir todos los requerimientos para entrar.
Tragué saliva inconscientemente al escucharlo. El tema de la separación no dejaba de doler, pero debía aceptarlo cada día más como una nueva y posible realidad.
— ¿Eso quiere decir que te has inscrito ya en San Francisco? —respondí, sintiendo seca la boca.
—Tengo hasta finales de mayo para responder, justo una semana antes de la graduación. Sigo esperando que mis plegarias sean escuchadas para poder quedarme aquí en Washington.
Yo también esperaba que las mías fueran escuchadas.
— ¿Van a quedarse toda la mañana ahí metiéndose mano? —gritó Kieran desde el agua. Sus pantorrillas se perdían entre la poca profundidad de la playa.
— ¡Ni loco me voy a meter a bañar! ¡Debe estar helada! —respondió su hermano.
Chase daba saltitos dentro del agua, castañeando los dientes de manera involuntaria. Si apenas se habían mojado las piernas y ya estaban titiritando, no quería imaginar la temperatura a la cual se encontraba el océano.
— ¡Está jodidamente fría, Hoffman!
— ¿Qué dices? ¿Vamos? —me preguntó.
—Los pies nada más.
Tuve que haber sabido que en cuanto nos acercarnos a la orilla, Kieran nos salpicaría toda la ropa. Y eso fue exactamente lo que hizo. Chase se unió a la guerra de agua, mojándome el cabello a pesar de mis replicas y gritos.
Regresamos casi congelados a la casa cuando dio la hora del almuerzo. Lo primero que notamos al poner un pie en la terraza superior, fue que había dos invasores esperando por ser alimentados.
— ¡Ay Dios! —exclamó Vivian, aferrándose a la camisa de Charlie como si este pudiera protegerla de los dos ciervos que se paseaban por la cubierta de madera.
—No exageres —le dijo su esposo—, no nos harán daño. El dueño de la casa me dijo que se pasean por aquí todo el tiempo. Solo debemos darles comida y se alejarán.
—Ah sí, bastante normal que se aparezcan animales salvajes de la nada.
—Ven acá, Bambi —habló Kieran, chascando los dedos como si el ciervo fuera un perro.
Sorprendentemente, el más pequeño respondió a la señal y se acercó para tomar el pedazo de manzana que Kieran le tendía.
— ¿Crees que si lo acaricio me haga algo? —le pregunté, acercándome con cautela.
—Tienen dientes, así que siempre existirá la posibilidad de que te muerdan.
Me eché hacia atrás por inercia y él se echó a reír. Chase contuvo la respiración antes de dar un paso hacia el ciervo, acercándole más fruta. El animal lamió su mano y permitió que mi hermano lo acariciara por un rato.
—Hazlo, no te hará nada —me dijo Nathan, pasándome un tajo de manzana.
Acerqué la temblorosa mano en dirección al ciervo más grande. Este se quedó junto a mí después de comerse la fruta, casi arrancándomela de la palma. Alargué la mano un poco más para acariciar su piel lisa y amarronada, la cual se moteaba de manchas blancas por todo el lomo. Él respondió de una manera dócil y lancé una risita de niña emocionada.
El resto de la tarde fue más de lo mismo, jugar algunos juegos de mesa y bañarnos en el jacuzzi mientras Charlie cocinaba la carne en la parrillera.
— ¿Qué miras tanto en el teléfono? —le pregunté a Chase en cuanto salió del jacuzzi para dar vueltas por toda la terraza, moviendo el teléfono sobre su cabeza.
—Quiero ver si en algún momento del día entra la señal para internet.
— ¿Y quién es tan importante que necesitas mandarle un mensaje durante tus vacaciones? —contraataqué, chapoteando las piernas sobre el agua caliente.
—Nadie que te importe.
Sabía que había algo que no me decía, pero opté por dejarlo pasar.
Luego de darme un baño, me enfundé en unos joggers negros y suéter rojo de algodón. Salí en dirección a la terraza donde ya todos se reunían alrededor del fuego y bajo la luz de una fila de bombillos colgantes.
—Me alegra que hayas venido, sé que a Nathan le hace muy feliz —me susurró Vivian en cuanto le ayudé a servir la cena.
—Planeaba molestar a mi mamá todos los días hasta que me diera el permiso. Agradezco de todos modos la llamada que le hizo para ayudarme con eso.
—Tranquila, haría todo por él. No sabes cuan emocionado estaba por esto. Digamos que las vacaciones de primavera no son su época favorita —murmuró más bajo. Su cabello café estaba recogido en una cola desordenada, mientras que sus ojos claros expresaban un profundo y lejano recuerdo—. Ambas sabemos por qué.
—Sí —suspiré—. Lo sé.
—Pero ahora te tiene a ti y eso le ha ayudado bastante. Siempre voy a desearles lo mejor a ambos.
Vivian me estrechó en un abrazo rápido antes de dirigirse de nuevo a la mesa, donde los hombres ya que se quejaban por el hambre y la sed.
— ¿Sabes? —Dijo Nathan, después que nuestros platos estuvieron relucientes y desprovistos de comida—, mi papás fueron los primeros en irse a dormir ayer, entonces no creo que...
—No —lo corté, antes que pudiera terminar.
— ¿Por qué no?
—No me quiero arriesgar, si algo sale mal y Patricia se entera, me matará. Y tú no quieres que muera, ¿cierto?
—Sería muy romántico. Ya sabes... el cielo estrellado, la playa, el silencio. ¿No te parece? —susurró, con ese agravamiento de voz que venía implícito en todas sus ideas sobre el sexo.
—Deberías dejar esas ideas de lado y concentrarte en mejorar nuestra seña jugando a las cartas. Estoy harta que Kieran y Chase nos ganen siempre.
Se levantó de su silla, dejándome un beso sobre el cabello suelto que me hizo cerrar los ojos automáticamente. Se adentró a la casa para volver con el mazo de cartas en una mano y una cerveza en otra.
Antes que los muchachos se acercaran, puso los ojos en blanco y comenzó a barajear.
—Siempre tienes que bajarme las ganas con tus ideas razonables.
El día antes de irnos, el sol se mantuvo brillando sobre el cielo la mayor parte del tiempo. Nathan aprovechó para mejorar las lecciones de kayak, donde ahora pude resistir el remar todo el rato. A pesar que mis brazos se sentían agarrotados, no me detuve. Incluso llegamos a ver las colas de dos ballenas nadando a la lejanía.
Los cuatro nos quedamos hablando en la sala en lo que los papás de Nathan se fueron a dormir, ya que el ferry saldría a las ocho de la mañana y debíamos levantarnos temprano.
— ¿No creen que deberían descansar? —nos preguntó Charlie, sirviéndose un vaso de agua antes de marcharse.
—Estoy de acuerdo con tu papá —gritó Vivian desde el piso superior.
—Es la última noche, déjennos hablar otro rato. Seguramente nos iremos amanecidos —les respondió su hijo menor.
— ¡Nathan, ven un momento! —volvió a vociferar su mamá.
Charlie palmeó la espalda de Nathan en cuanto ambos subieron las blancas escaleras, perdiéndose en dirección a los cuartos.
— ¿Con quién te mandas tantos mensajes? —le pregunté a mi hermano, notando su embobada cara en dirección al celular.
Incliné el cuerpo para tener una mejor visión, pero él me empujó de un manotazo y se levantó del sofá. Para mi sorpresa, Kieran le arrebató el teléfono y comenzó a leer en voz alta, dando vueltas por toda la sala mientras Chase lo seguía como un correcaminos.
—"Me gustaría que estuvieras aquí conmigo, así podríamos caminar por la playa para luego ver el cielo durante la noc..." —Kieran leía entre risas agitadas, huyendo de mi hermano, hasta que finalmente este le jaló con fuerza la camisa, haciéndolo caer de bruces contra el suelo—. ¡Maldita sea, me dolió!
Chase se subió sobre su cuerpo tendido y comenzó a golpear su cara con una almohada.
—Eso...te...pasa...por...agarrar...mi...maldito...teléfono —pronunciaba entre cada almohadazo.
— ¿Estabas hablando con Melanie? —pregunté, atrayendo su atención para que Kieran pudiera ponerse en pie.
— ¿Con quién más si no? —respondió Kieran, tambaleándose.
Chase le lanzó una mirada asesina.
—Hay algo que no me estás contando —le dije.
—No es nada.
—Chase...
—Me iré a dormir —anunció, recuperando su teléfono del piso—. Tú deberías hacer lo mismo. Tenemos que dejar la casa mañana a las siete y odias levantarte temprano. No quiero lidiar con tu mal humor.
Unas pisadas provenientes de la escalera nos hicieron brincar de susto. Nathan apareció en la estancia, entrecerrando los ojos para mirarnos con sospecha.
— ¿Qué pasa?
—Nada —respondimos al unísono.
Mi hermano nos escaneó de nuevo, aun molesto, para darse la vuelta y seguir el camino hasta el segundo piso.
— ¡Buenas noches! —le grité, pero él no respondió.
Me desplomé en un sofá junto a Nathan, mientras que Kieran escuchaba música en su teléfono y miraba el techo con suma concentración.
— ¿Todo bien? —me preguntó, acariciándome el muslo por debajo de la sábana que compartíamos.
—Sí. Creo que debería irme a dormir también.
Hice un ademán para levantarme, pero él me sostuvo del brazo con aquella fuerza que raramente solía aplicar.
—Quédate un rato más.
—Tu mamá...
—Todo está bien. Créeme —me aseguró, envolviéndome en sus brazos una vez más.
En algún punto de la noche, perdimos la noción del tiempo. Hablamos de todo y nada a la vez, incluso no recordaba como pasábamos de un tema a otro de una manera tan natural. Nuestros cuerpos se mantuvieron calientes por el prolongado y afianzado contacto, y aunque a veces yo parecía temblar de manera inconsciente, a él no le molestó.
Sentí que tal vez hablé demasiado; cosas que nunca había dicho sobre mi niñez, algunos traumas con los que había crecido, mi conversación con Lena y Patricia, como planeaba asistir a un psicólogo. Solté absolutamente todo lo que mantenía retenido. Y él me escuchó lo suficiente.
Todo encajaba a la perfección; la vista de la noche estrellada a través de las ventanas, el abrigo de nuestro abrazo, las tenues luces de la terraza.
En ese instante, no pude pedir más.
—Me estoy quedando dormida —murmuré con somnolencia—. ¿Qué hora es?
—No lo sé. Pásame ese zapato.
— ¿Por qué...?
—Solo pásamelo.
Tuve que ahogar una risa en cuanto lanzó mi sandalia en dirección a su hermano. El chico se levantó con rapidez en estado de alerta, llevándose una mano a la cabeza donde le había atestado el golpe.
— ¿POR QUÉ MIERDA ME ESTÁS TIRANDO UN ZAPATO? —Chequeó su teléfono con rapidez, aun frunciendo el entrecejo—. ¡Son la una de la mañana y estaba dormido!
—Son la una de la mañana —murmuró en mi dirección, mientras que yo seguía cubriéndome la boca para no reír—. Perdón Ki, fue un espasmo. Sigue durmiendo.
—Maldito. Dejen de coger y vayan a dormir. —Se dio la vuelta en dirección contraria y se cubrió hasta la cabeza con la sábana.
—Salgamos un rato —me dijo, poniéndose en pie y alargando su mano para ayudarme.
Tomamos algunas almohadas y bajamos hasta la terraza inferior. El ambiente era terriblemente silencioso, incluso caminábamos con cautela para no romper la burbuja de quietud que envolvía la playa. La madrugada nos acogió con el murmullo de las pequeñas olas rompiendo sobre la arena rocosa, y el silbido que hacían las hojas de los árboles por el soplido de la brisa.
Nos tendimos sobre la cercada cubierta de madera. Acomodé la cabeza sobre la almohada y enredé mis piernas con las suyas a modo de protección. Nuestros miembros se envolvían con tanta fuerza, que me hizo gracia pensar que si moriríamos congelados, al menos quedaríamos inmortalizados en aquella romántica posición.
—No debimos bajar —reproché, haciendo círculos con mis dedos sobre su vientre.
—Esta era nuestra última oportunidad, teníamos que aprovecharla.
Me subí sobre su cuerpo y él atrajo mi cabeza hacia adelante. Rodeé su cuello con ambas manos para profundizar el beso, haciéndolo soltar un sonido ahogado contra mi boca. Todo era lento y pausado, como si quisiéramos imitar la calma y tranquilidad del océano.
Cada toque me producía pequeños espasmos debido a sus fríos dedos, pero la sensación de placer era suficiente para que quisiera más. Besé su cuello repetidas veces, rocé mi nariz por su clavícula, apreté mis dedos contra su espalda. Él suspiraba entre cada caricia y recorría mi espalda baja con sus desenfrenados dedos, como tratando de contenerse lo suficiente para no ir más allá. Recorrió mi muslo con suavidad, para luego enterrar la cabeza sobre mi hombro y seguir tocando esa zona con movimientos lentos y acompasados.
Mi respiración se volvió más trabajosa a medida que seguía tocándome. Hice un esfuerzo por no suspirar demasiado fuerte, aunque no hubiera nadie para escuchar. Podíamos hacer todo el ruido que quisiéramos y no importaría de todos modos. Se detuvo luego de un rato, haciendo que mi corazón desbocado calmara su frecuencia y que mis piernas se relajaran por completo.
—No he traído mi cartera —dijo a forma de lamento, con la voz rasposa y contenida.
—No importa, podemos seguir.
Él se sentó, confundido, apoyando las palmas sobre la sábana tendida. Me aferré a su cuello, rodeando sus caderas con ambas piernas para no perder el equilibrio. Seguí besándolo con más fuerza, casi derribándonos de nuevo, pero él se apoyó como pudo para sostener nuestro peso.
—Pensé que habíamos dicho que nada de niños —murmuró, separándose para lamer mi labio inferior—. No sé si estás buscando una manera de amarrarme a ti por completo, pero créeme, ya me tienes lo suficientemente loco.
—No es eso —le aseguré entre risas—. Patricia me llevó al médico y me obligó a tomar pastillas anticonceptivas. No sabe que lo hemos hecho, pero...
— ¿Q-qué? —me interrumpió, asombrado.
—Ella no es estúpida y sabe que el sexo es algo que pasa eventualmente, así que me hizo tomar la pastilla a partir de ahora.
Nathan estaba totalmente petrificado, aun procesando mis palabras.
—Esto... esto es como el sueño de cualquier hombre —rió, apretando con mayor fuerza mis caderas—. Lo lamento por Durex, pero ya no tendrán más mi dinero.
Aún seguía riendo en cuanto atrapó mis labios. De tantas veces que le había tocado, ya conocía sus puntos débiles; donde le gustaba y donde no, los lugares en los cuales profería mayor cantidad de sonidos de placer, los puntos donde la piel era más suave y áspera. La textura y el olor se habían quedado grabados en mi mente al igual que un tatuaje.
Me sacó la camisa de dormir y quedó complacido al ver que no traía nada debajo, enterrando su cara en mi pecho para besar con suavidad toda el área. Nos despojamos del resto de la ropa y cubrimos nuestros cuerpos expuestos con otra manta. Enterré con fuerza mis uñas en sus hombros en lo que se deslizó en mi dirección, haciéndome soltar un sonido ahogado.
— ¿Alguna vez te he dicho lo bella que eres?
—Bastantes veces —respondí con dificultad.
—Te las diría unas mil veces más.
—Y yo te dejaría decirlas con gusto.
Mis piernas siguieron afianzadas alrededor de sus caderas a medida que se movía con mayor ímpetu. Me besaba como si no quisiera olvidar ese momento, como si no pudiera tener suficiente embriaguez de mis labios. Y yo sentía que tampoco podía tener suficiente de todo aquello.
El contacto visual estuvo siempre presente, con nuestras frentes rozándose al igual que la punta de nuestras narices. Su respiración se volvía más entrecortada al igual que la mía, entre besos descontrolados y movimientos rítmicos.
En un momento, vi la luna más allá de nosotros, brillante y redonda como una moneda de plata, bordeada por retazos de nubes grises y estrellas destellantes que parecían moverse de un lado a otro. El sonido del océano era tan tranquilizador como un arrullo. Y todo parecía incluso más intenso y vivaz si lo observaba con detención.
Nathan echó la cabeza hacia atrás sin dejar de moverse, observándome con una intensidad que parecía transmitir aquello que no podía articular con palabras. Y yo logré entenderle por completo entre el silencio.
Aquel sería el lugar que solo nosotros conoceríamos.
Un capítulo largo lo sé, perdón, trató de no escribir tanto pero se me hace difícil. Además el capítulo se prestaba para que pasaran varias cosas.
Espero que les guste la historia ya que está llegando a su final. Solo faltan dos capítulos y el epílogo para que la novela concluya, y de verdad quiero agradecer a cualquiera que este leyendo o vaya a leer esto. Me ha hecho muy feliz escribirla durante los últimos cuatro meses así que espero que lo disfruten tanto como yo.
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