33. Balance
—Ya te dije que no me gusta Leo —dictaminó Melanie, cerrando de golpe su libro de Química.
La bibliotecaria, sentada tras su escritorio curveado en forma de C, alzó la vista en busca de algún indicio que pudiera perturbar la silenciosa paz de lugar. Ambas agachamos la cabeza, enterrándola casi en la mesa con tal de no ser atrapadas.
—Y yo te dije que no te creo. Los vi en la fiesta de Dylan, estaban bastante junticos.
— ¿Cómo querías que lo escuchara si había demasiado ruido? Por eso estábamos tan cerca.
— ¡Ah claro! ¿Me crees estúpida? —chillé, atrayendo varias miradas desaprobatorias.
Un chico —cuyo nombre desconocía— chistó para que cerráramos la boca.
—Luthor, estoy tratando de estudiar. Cállate —dijo, alzando un libro sobre su cabeza.
Melanie me dio un codazo al ver que estaba a punto de replicarle algo que solo atraería más su descontento.
—Me puedes hablar sobre eso. Lo sabes, ¿verdad? —le dije luego de un rato. Ella alzó la vista en señal de sorpresa—. Si ya no te gusta Chase...
—Que hayan pasado casi tres meses, no quita que deje de pensar en tu hermano —me cortó—. No quiero estar con más nadie, lo digo enserio.
— ¿O sea que estás considerando volver con él?
Se quedó totalmente inmóvil, como si la pregunta la hubiera sacado de lugar. Abrió la boca para responder, aun nerviosa, pero fue salvada por el chirrido de una silla que se deslizó junto a nosotras.
Jonah desparramó su bolso sobre la mesa con un estruendoso sonido. El chico de nuestro lado, volvió a desenterrar la cabeza de su libro para chillarnos en un susurro disimulado.
— ¡Coño, Luthor, les dije que se callaran! —Miró a Jonah de una manera asesina, pero tragó saliva instantáneamente cuando el pelinegro le devolvió el gesto de una forma incluso más escalofriante.
—Muévete a otra mesa si te molestamos tanto —replicó mi amigo, y se dio la vuelta para lanzarnos una sonrisa a forma de saludo—. No sé porque estamos en la biblioteca. Huele a mierda aquí.
—Es el perfume de la maestra de al lado —terció Mel, señalando disimuladamente a una profesora de Física.
Respiró con normalidad al ver como mi pregunta se perdía en la conversación que mantuvimos hace dos minutos. Yo no dejaría que aquello se me escapara de la mente, pero mantendría mis dudas acalladas por lo que restaba del día.
— ¿Sabes algo que me gusta de tu apellido, Blaze? —preguntó Jonah de repente.
—No vayas a hacer algún chiste sobre Superman —le advertí, poniendo mala cara—. Ya he tenido suficientes de esos por toda mi vida.
Él se rió bajito, jugando con un cubo de Rubrik que traía en las manos. Podía armarlo sin ningún problema en dos minutos.
—Chase cayó la primera vez que se lo pregunté cuando estábamos en primer año.
—Hablando del primer año —dijo Melanie, ahora interesada en la conversación—. ¿Por qué se pelearon ustedes dos en primer lugar?
— ¿No te lo dijo él? —preguntó, con una cara de suma sorpresa.
—Nunca quiso hablar de eso.
A pesar que aquella incógnita me hizo eco hace meses, se esfumó en lo que mi hermano comenzó a tratar a Jonah de buena manera. Actualmente, los considerada hasta amigos.
—Yo tampoco lo sé —tercié, instándolo a revelarnos que había pasado en realidad.
Él dio un largo suspiro, agregando dramatismo a lo que estaba a punto de relatar.
—No es sorpresa para ninguna de ustedes saber que Chase estuvo años enamorado de Jenna —dijo, evaluando fijamente el rostro de Mel. Ella se tensó ligeramente, torciendo la boca para hacer un mohín, pero se recuperó con rapidez y le hizo una seña para que siguiera hablando—. Ella estaba tomando algunas fotos durante un entrenamiento y Chase se desconcentraba bastante viéndola. Ese año éramos novatos y los de último año nos molestaban bastante, así que no quería ganarme un regaño por su culpa. Empecé a molestarlo al principio, pero él no me tomaba mucho enserio. Todos sabían que me gustaba hacer comentarios pesados.
»Digamos que se me salieron de la mano los comentarios y le dije un par de cosas sobre Jenna que lo hicieron molestar demasiado. Me lanzó el balón a la cara y eso hizo que me volviera loco. Nos comenzamos a gritar y él se acercó demasiado. En un momento hizo un gesto que me dio a entender que me golpearía, entonces yo lo hice primero. El charco de sangre que quedó fue horrible, cualquiera pensaría que alguien acababa de morir ahí.
Me mantuve evaluando con detenimiento la cara de mi mejor amiga, esperando no observar aquellos ojos apagados, pero ella lucía incluso tocada por la historia. Yo por mi parte, pensaba que al menos Chase se había caído a los golpes por la mujer que amaba en ese entonces. Era incluso romántico si se miraba desde otra perspectiva.
— ¿Qué fue lo que le dijiste? —inquirí, rompiendo el silencio.
Jonah entrecerró los ojos y arrugó la boca en señal de incomodidad.
—Me dirás que soy una mierda.
—Te lo digo siempre. No cambiará nada, lo prometo.
—Le dije que Jenna sudaba como hombre y olía a cebolla. Pero lo peor fue cuando le dije que posiblemente ella comía perros. Eso fue el detonante.
Melanie no pudo contener una risa estrepitosa, atrayendo toda la atención hasta nosotros. La bibliotecaria nos echó una mirada de reproche y señaló la salida con su dedo flácido. Esa era su manera de echarnos incluso sin emitir un solo sonido.
—Sí eres una mierda —murmuré a Jonah por lo bajito—. ¡Además eso fue demasiado xenofóbico! ¡Y los que comen perros son los chinos, Jenna es coreana!
—Perdón por no saber diferenciar una nacionalidad asiática de otra.
—No, no, Blaze —dijo Mel, irrumpiendo en la conversación. Tenía los ojos llorosos de la risa, además de la sangre contenida en las mejillas—. Los coreanos también comen perros.
— ¿Ves? —bramó mi amigo con tono de suficiencia—. Tengo la razón incluso cuando no estaba buscando tenerla.
Melanie le dio un golpe disimulado en el estómago, ante lo cual él se retorció y emitió un sonido ahogado para evitar otro regaño.
En lo que pusimos un pie afuera, un golpe de realidad me alborotó el estómago.
Nathan avanzaba por el pasillo con paso rápido, enfundándose un teclado a la espalda. Al pasar junto a nosotros, nos dirigió una hojeada rápida, sin siquiera detenerse para decir algo. Simplemente volteó la cabeza en otra dirección y siguió concentrando en el camino frente a él.
Parecía que las luces amarillentas del pasillo lo iluminaban, puesto que entre el gentío, yo solo reparaba su absoluta existencia. Mis ojos siguieron su trayecto, admirándolo de lejos sin poder decirle nada.
Bajé automáticamente la mirada, avergonzada por aun no hacer algún intento de acercarme. Solo lo había llamado el fin de semana, pero él nunca atendió.
—Entonces —dijo Jonah, haciéndome levantar la cabeza—, ¿quién se quedó con el perro en el divorcio?
Nunca había sido fanática del transporte público, puesto que llegar de La Academia hasta mi casa tomaba un mínimo de cuarenta minutos. Luego de terminar el entrenamiento de ballet de aquella tarde, y que Chase no pudiera buscarme por haberse quedado accidentado en casa de Tobias, decidí que tomaría el autobús de regreso.
Las nubes se arremolinaban sobre mi cabeza con sus familiares tonos fríos, cubriendo a modo de un manto grisáceo la gran mancha que era el cielo. El ambiente comenzaba a bajar su humedad, resultando en aquel clima cálido que solíamos apreciar durante estos meses. Claro, a cualquier foráneo podía parecerle que hacía demasiado frío incluso en primavera, pero ya nosotros estábamos acostumbrados a un clima gris y deprimente, donde las horas diarias de sol rondaban entre cinco y seis.
En lo que seguía mi camino hasta la parada, me pregunté que estaría haciendo Paty en este momento. Me había asegurado que Chase pasara a buscarme al ballet durante la última semana, ya que no quería pasar algún incómodo momento a solas con ella.
Sentí una gota correr por mi frente, y al alzar la mirada, me encontré con una llovizna que comenzaba a golpetear contra el asfalto cada vez más fuerte. Me subí la capucha de la chaqueta y comencé a correr calle abajo. Mis pies me guiaron por instinto, dirigiéndose a un conocido destino donde podría refugiarme de la lluvia. Casi ni noté las tres cuadras que troté. Tal vez esas salidas matutinas a correr con Nathan habían dado sus frutos.
Me sacudí los zapatos en la alfombra después de adentrarme a la tienda. Agradecí que no hubiera ningún cliente para echarme una mala cara.
—Blaze, estás empapada.
Patricia salió de la caja para admirar mi figura mojada, la cual titiritaba mientras frotaba mis manos en un intento de calentarme.
—Me agarró la lluvia al salir.
— ¿Por qué no me llamaste para que te buscara?
—Me quedé sin batería en el celular —mentí, cogiendo la toalla que ella me tendía.
Exprimí mi cabello y me senté en el sofá frente a la exhibición de los zapatos. Patricia me miraba de reojo cada cierto tiempo, probablemente anticipando algún conflicto que podía traer mi mera presencia. Iban a ser unas largas horas de espera hasta que ella cerrara la tienda.
Se situó frente a mí luego de casi media hora, ofreciéndome una taza de café humeante para recuperar el calor de mi cuerpo.
—Creo que deberíamos hablar —dijo, acomodándose a mi lado.
Pensé que aquella era la oportunidad perfecta para aclarar todo de una vez por todas. Era la primera vez en que teníamos un tiempo a solas desde el Baby Shower. Además, creía ya haber alcanzado ese límite de tiempo del que le había hablado a Chase. No podía seguir ignorando este problema por otro segundo.
—Pienso lo mismo —murmuré, luego de dar un sorbo al líquido—. Paty, debo pedirte...
Ella me interrumpió, dejándome desconcertada.
—No lo digas.
— ¿Qué? —repliqué con confusión.
—Que lo sientes, no quiero que lo digas. No debes disculparte por eso, hija. Fui yo quien cometió un error.
La miré atónita por unos segundos, incapaz de articular algo más. Mi cabeza había maquinado una extendida frase para pedir perdón —que seguramente me saldría entrecortada como siempre—, pero todo logró desvanecerse cuando ella pronunció aquello.
Sus ojos vidriosos se mantenían clavados en mi rostro, suplicándome con urgencia que le escuchara.
—Sabía que no tenía por qué mantener esa mentira por más tiempo —prosiguió—, pero me dejé llevar por lo que deseaba que pasara. Quería olvidarme de la realidad por unos minutos, por eso insistí en hacer un Baby Shower.
—Estabas en tu derecho de hacer lo que quisieras. Quise apoyarte porque sabía que era algo que te haría feliz, pero jamás imaginé que terminaría como lo hizo ese día.
Ella expulsó todo el aire de un tiro, pasándose una mano temblorosa por su cabellera amarilla.
—Esto ha sido más duro de lo que jamás imaginé. —Acercó su mano para acomodarme un mechón mojado que me caía sobre los ojos—. Trato de ser fuerte, de ver el lado positivo de las cosas, pero este último mes me ha pegado demasiado fuerte. Cada vez se acerca más el momento y no quiero que pase. No quiero sufrir.
Hacía su máximo esfuerzo por no hablar entre sollozos. Siempre admiré su valentía, la fuerza y determinación con la que había manejado tal situación. Pero hace mucho no me había detenido a pensar, que la verdad ella solo padecía sus dolores en silencio.
Me alegraba que al menos no hubiera caído tan a fondo esta vez. Era fácil hundirse cuando no se sabe nadar, pero una vez que se aprende, encontrar la salida de aquellas oscuras y turbias aguas resulta mucho más fácil.
—Una vez le dije a Marcus que no podríamos evitar el dolor, pero sufrir es algo opcional. No vas a sufrir, mamá. Nosotros estaremos contigo, y vamos a ayudarte a sanar cualquier herida que necesites. —Tomé su mano, afianzando nuestro momentáneo contacto—. Y tú no tuviste toda la culpa, yo también tuve parte.
—Es cierto lo dijiste aquel día, la confianza tuvo que mejorar de parte de ambas y no lo hizo.
—Una persona sabia me dijo que no somos seres de piedra, y algunas veces tomamos decisiones equivocadas por no saber manejarnos bien. No puedo culparte por derrumbarte una sola vez, ya que es entendible en una situación como esta. Fuimos demasiados duros contigo.
Aquello le sacó una sonrisa ladina aun cargada de tristeza, pero al menos distinguía algo de alivio en su mirar.
— ¿Esa sabia tiene una actitud bastante repelente y es francesa?
—Claramente.
Patricia me estrechó contra su hombro, sin importarle que aun mi ropa estuviera helada y chorreando. Descansé mi cabeza contra la suya, agradecida porque el calor que emanaba de su cuerpo me abrigara lo suficiente.
—Jamás había tenido que ser yo la que se disculpara —murmuró ella—. Algunas veces se torna bastante difícil. Perdona por haber esperado tanto. Yo... estaba apenada.
—Yo también lo estaba. Pelear es normal entre nosotras, siempre lo ha sido. Lo que es nuevo es las actitudes que tomamos después. Me niego a volverme a cerrar ante ustedes.
—Yo tampoco quiero que lo hagas —confesó, besándome el cabello repetidas veces. Fue imposible no soltar una risita de júbilo—. Estos meses he apreciado demasiado tu apoyo. Haz cambiado tanto, que no me gustaría verte retroceder otra vez.
—Es imposible afrontar cada problema de la manera correcta. Me dejé llevar una vez, pero eso no significa que volveré a ser como era antes. Lo que importa ahora es que soy consciente de que esos errores me afectan tanto a mí, como a mis relaciones con las demás personas.
Su abrazo resultaba incluso asfixiante, como si no quisiera dejarme ir por miedo a que esto no fuera real. Pero lo era.
—La abuela me dijo que habló contigo antes de irse —dijo, y yo me limité a asentir. Seguramente ella estaba enterada de todo lo que habíamos dicho aquella vez—. Tú eres más que suficiente para mí, eres mi todo. Amamos a nuestros hijos incluso más de lo que nos amamos a nosotras mismas. Y eso asusta bastante, porque ellos te parten el corazón de a poquito a medida que crecen y se alejan. Pero me alegraré cuando ustedes lo hagan, aunque me duela. Jamás los retendré por miedo a perderlos.
—Chase y yo no te haríamos eso —susurré contra su pecho.
—Lo harán aunque no quieran, ese es el ciclo natural de la vida. Fue igual con mis papás en lo que crecí, y ahora los veo una o dos veces por año cuando máximo. Las cosas son así, hija. Siempre han sido así.
Entendí que el miedo que había sentido por tantos años era absurdo, puesto que ella jamás me echaría de su casa, o me abandonaría al cumplir la mayoría de edad. Más allá de lo legal, importaba el sentimiento. Ella me amaba, y lo haría siempre.
Si alguna vez me dejaba ir, sería por mi bien. Era inevitable nuestra separación, porque yo crecería y me alejaría de su lado en algún punto, pero iba a encargarme que eso no llegara a romper nuestro lazo por completo.
Tal vez había desperdiciado muchos años, pero me quedaban demasiados por vivir aun, y durante todos estos iba a encargarme de arreglar aquello que alguna vez mantuve pendiendo de una cuerda floja.
Una vez Agatha me había dicho que primero debía encontrar ese amor hacía mí, y los demás amores vendrían solos. Tenía que darme cuenta que no podía seguir saboteándome a mí misma por miedo a perder a los demás. Y ahora que lo había hecho, solo debía confiar en que las cosas siguieran su curso natural.
Había encontrado el balance por fin.
Me retuvo entre sus brazos como si fuera una niña pequeña en busca de protección. Aunque a decir verdad, lo seguía siendo en parte.
—No me vas a perder —le aseguré.
Y por primera vez en mi vida, el futuro no me pareció tan incierto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top