32. Un reto no tan imposible
Al principio pensé que lo lograría, pero no fue así.
Caí de bruces contra la colchoneta, estampándome nuevamente la espalda cuando mi cuerpo besó el suelo. Comenzaba a acostumbrarme tanto a las caídas, que cada una parecía ser menos dolorosa que la anterior.
—Estás demasiado desconcentrada —sentenció Agatha, sentándose en el suelo junto a mí.
—Quieres que logre algo que no puedo hacer. Ya toda la coreografía va bien, incluso pude mejorar la posición de las caderas en los fouettés. Pero esta rueda sin manos no me va a salir, entiéndelo.
Ella suspiró de manera cansina, dándome un manotazo en la cabeza como una niña regañada.
— ¿Qué está pasando contigo? Casi siempre bailas mejor cuando estás afectada, pero ahora creo que ni siquiera la primera posición te saldría bien.
—Estás muy chistosa hoy —mascullé, apretando los dientes.
Me jaló con fuerza para ponerme en pie, haciéndome tambalear hasta poder encontrar el equilibrio.
—Falta un mes para el Festival y no puedes bailar así. Se supone que esta era tu oportunidad para conseguir reconocimiento. ¿Quieres dedicarte a esto sí o no? —me preguntó con dureza. Yo apenas y pude asentir—. Porque todas tus aflicciones deben pasar a un segundo plano cuando te pares en medio de una audiencia de cinco mil personas, las cuales esperan verte deslumbrar allá afuera. Esto es así, Blaze; duro, difícil, frustrante. No puedes permitirte derrumbarte de este modo.
Ella tenía toda la razón, yo no podía dejar que mi vida personal influenciara de esa manera mi danza. Debía ser profesional si esto era lo que quería hacer en realidad. Y lo quería, estaba segura de eso.
Sentí ganas de llorar al dejarme arrastrar por aquel vórtice del caos —por milésima vez—, pero la última semana me había dejado deshidratada. Ya no creía poder soltar otra lágrima.
—Tienes razón. Mi vida personal se queda tras esa puerta. No volverá a pasar.
Ella se acercó y alzó la mano para acariciarme el pómulo con su frío pulgar. Me le quedé mirando fijamente cuando emitió una sonrisa compasiva.
—No tienes que ser tan dura contigo misma, ¿bien? No somos de piedra. Es imposible despejar la cabeza completamente, pero al menos haz un esfuerzo en llevar tu vida personal en orden y así no tendrás tantos dilemas existenciales.
Aquello me sacó una risa apagada. Agradecía tenerla para darme charlas motivacionales siempre que las necesitaba. Tal vez fuera insufrible algunas veces, pero resultaba ser lo más parecido que tenía a una hermana mayor. Su erudición me había salvado a través de toda mi adolescencia.
—Estoy cansada de ser un desastre —murmuré entre dientes, resignada a efectuar de nuevo la rueda. Ese era mi intento número siete.
—No te hagas la falsa idea que siempre vamos a tener la respuesta perfecta de cómo manejar nuestra vida. Como te darás cuenta, a veces ni yo misma se hacerlo. Solo sigo intentando, al igual que todos.
— ¿Eso significa que posiblemente cuando tenga treinta también se me escaparán cosas de las manos?
Ella se encogió de hombros a señal de derrota.
—Puede ser —admitió—, como puede ser que no. Eso lo decides tú. Hay algunas cosas que resultan imposibles de controlar por más que deseemos. Pero lo importante, y lo que me gustaría que sepas, es que debes esforzarte al máximo por esas cosas que si puedes cambiar.
—Por ahora lo que quiero es no caerme de culo de nuevo.
Agatha emitió una de esas carcajadas guturales que me helaban el tuétano. Respiré profundamente unas tres veces, bajando y subiendo los hombros en señal de relajación. Dejé que mi mente permaneciera en blanco, alcanzando un completo estado de calma. En ese momento, solo existía yo en el salón.
Me coloqué en posición de nuevo, flexionando la rodilla de mi pierna de lanzamiento. Apreté los ojos con demasiada fuerza, impulsé la otra pierna hacia arriba de una patada y me elevé.
Los microsegundos que estuve de cabeza, me concentré en estirar bien las piernas y mantener las puntas. Mi torso quedó horizontal al suelo, mientras que mis piernas se alzaron sobre mi cabeza en un movimiento totalmente antinatural que desafiaba la gravedad.
Como por arte de magia, sentí el suelo esta vez, pero fue mi pierna base la que afianzó el contacto. Lo demás pasó demasiado rápido. Me enderecé como pude —de una manera no tan grácil— y me encontré de nuevo sobre mis pies. Me había apretado tanto los puños que mis nudillos se tornaron blancos.
— ¡Me salió! ¡Por fin me salió! —grité con emoción, dando saltitos de regocijo como una niña pequeña.
Agatha también había quedado impresionada. Corrió a mi encuentro y me enredó en sus brazos con fuerza. Tuve que inclinarme un poco para estrecharla con mayor facilidad.
—Te dije que te iba a salir. Solo tenías que relajarte, en ese estado de tensión no ibas a progresar jamás.
Sentí que el oxígeno inundó de nuevo mis pulmones. El aire que respiraba se sentía más puro, pero al mismo tiempo, parecía contener algún alucinógeno que me permitía mirar todo de manera más vivida.
Le había dicho a Lena que sería feliz al cumplir lo que me proponía, y quise que aquel destello de orgullo y felicidad que estaba experimentando, no se acabara.
Pero había tantas cosas que aún me quedaban por arreglar, que se disolvió la dichosa punzada en solo unos segundos.
Los brazos de Agatha fueron suficientes en ese momento para darme el ánimo necesario. Sabía que debía armarme de valor para lo que se avecinaba. Tomaría esfuerzo, estaba segura. Tal vez incluso me llevaría tiempo, pero esperaba que no demasiado.
Todo debía volver al balance de los últimos meses, puesto que me negaba a volver a esa solitaria burbuja de nuevo. Había arruinado todo en segundos, y fueron segundos los que necesité para darme cuenta de los errores que había cometido.
—Ahora solo me falta pulir el final. No quiero hacer la desgraciada vuelta y terminar perdiendo el equilibrio por no caer con firmeza.
— ¡Así me gusta! —habló Agatha, palmeando con fuerza—. Por ahora practiquemos de nuevo la coreografía. Me gustaría que trataras de soltar un poco las manos en la parte de contemporánea. Los movimientos deben verse más fluidos.
Asentí y me dispuse a iniciar la coreografía, la cual partía desde el suelo apoyada en un costado.
En lo que la música comenzó a hacer eco por el salón, y mi cuerpo permaneció recostado contra el helado piso, pensé que después de haber efectuado esa difícil vuelta después de tres meses, los demás problemas que debía resolver no parecían imposibles.
—No me contesta —sentencié, lanzando con furia el teléfono en dirección a la cama.
Chase permaneció dando vueltas sobre la silla de su escritorio, ocultando su cara con las manos en posición de rezo.
—Después de lo que le dijiste en esa fiesta, es normal que no quiera hablar contigo.
— ¡Ya pasó una semana!
—Tuviste que irte conmigo cuando tuviste la oportunidad —repuso, como si sus palabras fueran igual de sagradas que unas sacadas de la Biblia—. Así te hubieras ahorrado todo este lío.
Me dejé caer en su cama de brazos abiertos, mirando el techo con una rabia contenida. Quería gritar de frustración, así que me mordí la palma para acallar los quejidos.
Nathan llevaba ignorándome desde la fiesta, y aunque no podía culparlo, al menos me hubiera gustado que me dijera en qué punto nos encontrábamos. No estaba segura si había terminado conmigo, lo cual se tornaba insostenible con el pasar de los días. Ya antes había demostrado que tenía poca paciencia, pero esto me carcomía desde adentro como si fuera algún potente ácido.
Estaba clara que me lo merecía, pero seguía sin dejar de doler.
—Cállate, quieres. No me estás ayudando con los nervios.
— ¿Sabes? Te entiendo. Melanie y yo también pasamos semanas sin hablar hasta que decidimos terminar la primera vez.
Si mi historia de amor iba a terminar como la de mi hermano, entonces no quería seguir escuchando esta conversación.
— ¿Crees que terminará conmigo? —susurré, temiendo la respuesta.
—No creo, lo traes demasiado loco. Ya sé le va a pasar.
—Tú también traías bastante loca a Mel e igual te dejó.
Chase se quedó literalmente boquiabierto, incapaz de creerse mi comentario tan directo. Esa herida aun no la tenía sanada, y a decir verdad, me preocupaba lo mucho que estaba tardando en cerrarse.
—Primero, jódete —habló, mostrándome el dedo—. Y segundo, tú al menos no lo engañaste.
—Tú tampoco lo hiciste. Técnicamente.
—Sí pues, aquí los tecnicismos se fueron al carajo.
Esperaba que la conversación no hubiera tocado alguna fibra sensible dentro de su ser. Ya tenía suficiente con todo lo que aún tenía que resolver. Si a eso le añadía sus problemas, seguramente ambos terminaríamos por volvernos locos.
— ¿Sabes que aún tienes que hablar con mamá, verdad? —dijo, luego de algunos minutos.
Si no estaba segura en qué punto se encontraba mi relación, el asunto con Patricia era incluso peor.
Lena y Patrick se habían ido el pasado domingo, luego de aquella conversación que tuvimos. Esta me ayudó a darme cuenta de muchas cosas; a analizar a fondo otras; a trazar metas a corto y mediano plazo.
Todo aquello había hecho básicamente que pensara en replantear mi vida. Fue el pequeño empujón que necesitaba.
Me había permitido caer, pero no lo haría de nuevo. Esta vez, esperaba hablar enserio. Lo deseaba de corazón.
Me había dado una semana para meditar bien las cosas, no cometer algún acto impulsivo y estúpido que acarreara peores consecuencias. Patricia me dirigía la palabra, con neutralidad incluso, pero sabía que ambas nadábamos en aguas turbias.
Chase, por su parte, se disculpó el lunes y todo resultó de las mil maravillas. Obviamente para él pedir perdón era mucho más fácil. Además, era el hijo predilecto estrella, lo que le sumaba mil puntos de entrada.
—Chase, no es como que solo puedo llegar y decirle que lamento como le hablé.
—Blaze, eso es exactamente lo que tienes que hacer. ¡Así de fácil es, mierda!
— ¡Para ti, no para mí!
—Mira, mamá sabe que la cagó —aseguró, dejándose caer a mi lado hasta encontrar mis vidriosos ojos negros—. Está consciente que esto también es su culpa. Pero sabe que a veces es difícil llegar a ti, por eso supongo que no te ha dicho nada. Tienes que tomar el paso tú esta vez.
—Lo sé. Yo... estoy tomándome mi tiempo, ¿okey?
—Asegúrate que ese tiempo no llegue hasta el año que viene, ¿okey? —replicó, remedando mi manera más aguda de hablar—. ¿Puedes hacerme un favor? Pásame un chocolate que tengo en la mesa de noche.
Me incliné al tiempo que tanteaba con la mano el mueble, pero mi atención fue captada por el primer cajón que permanecía abierto. Había una pequeña bolsita transparente que fallaba en ser escondida por un libro de Historia.
—Dime que no tienes marihuana ahí en el cajón, Chase.
Él palideció al instante, abriendo la boca para decir algo, pero mi mano se estiró lo suficiente antes que él me inmovilizara. Cogí la bolsita y pude confirmar mis teorías cuando su contenido verde mohoso se hizo más visible.
—No es mía —se excusó con rapidez, llevándose las manos al pecho.
— ¿Y de quién coño es?
—Me la traje sin querer de casa de Mason.
—Ah, claro, sin querer —ironicé, balanceándola sobre su cara.
Él me la arrebató de un golpe para volver a enterrarla en el cajón.
—Se la devolveré el lunes, ¿bien?
Se levantó de la cama para recostarse de la pared mientras golpeteaba el suelo una y otra vez con el pie; un claro gesto ansioso.
— ¿Pasa algo? —pregunté, tomando asiento para sostenerla la mirada.
—No lo sé —admitió en un suspiro—. O si lo sé. ¿Está mal que no la quiera devolver? Es decir... sé que siempre he estado en contra de esas cosas, y debo cuidar mi salud debido al deporte, pero admito que me hace pasar un buen rato.
—Chase, estamos hablando de la marihuana, no de metanfetamina. Es algo natural y medicinal, no te hará daño fumar una que otra vez. Claro, no te vayas a volver adicto —le advertí con un dedo acusador—. Además, todos esos basquetbolistas profesionales consumen cosas peores. No entrarás al infierno deportivo por fumarte un porro.
Él esbozó una sonrisa maliciosa, una por la cual las mujeres lo seguirían al infierno solo por admirarlo dos segundos. Estiró la mano y sacó la bolsita de nuevo. Casi se me cae la mandíbula al piso cuando vi que también tenía papel de liar.
— ¡Me imagino que eso también te lo trajiste por error!
—Bueno, te mentí. Se lo robé todo a Mason cuando se descuidó. El maldito me debe dinero de unas hamburguesas y esta fue mi manera de cobrármela.
Nos adentramos en el baño, colocamos una toalla en la rendija de la puerta y encendimos el extractor de olores. De todos modos, Marcus y Patricia no llegaban hasta tarde, pero no queríamos que existiera la posibilidad de que el olor llegara hasta algún otro espacio de la casa.
En aquel momento, ambos comprobamos que éramos un desastre para armar un porro. Después de media hora, y tres vídeos diferentes en Youtube, Chase logró hacer lo que pudo con nuestra no tan excelente idea.
Me sentí ligera de nuevo, sin ninguna otra preocupación que el martilleo desbocado de mi corazón y la pesadez de mis movimientos. Froté mis ojos varias veces debido al repentino sueño y me sentí más fatigada que después de una práctica. Al menos esta era una somnolencia que me permitía volar sobre una blanca nube en vez de sentir que un camión me había pasado por encima.
Y por primera vez en esa semana, no me preocupé por el dolor de mi corazón, porque el comenzaba a sanar de una manera lenta pero segura. Pero si me preocupé por el punzante dolor de cabeza que provocaba el eco de mis propias risas.
Chase se quedó completamente sereno, recostado de la puerta corrediza de cristal que daba a la ducha. Sus ojos rojos, inyectados por la sangre, resultaban incluso atrayentes en ese estado.
A veces pensaba que no era justo que yo no llevara sus ojos azules. Los ojos de Miranda.
—Debimos pensarlo mejor y subir algo para comer —habló él, relamiendo sus labios varias veces.
—Somos estúpidos.
—Habla por ti.
—Créeme, lo hago.
Él negó con la cabeza y comenzó a hacer movimientos con la mano como si quisiera espantar una abeja, pero frente a él no había nada.
—No empieces a ponerte sentimental. No quiero llorar drogado.
— ¡Perdona por molestarte con mis malditos problemas! —grité, aunque él no pareció afectado por eso. Podría incluso jurar que estaba tarareando alguna canción diferente a la que emitía su teléfono—. No me quieres, ¿verdad? Como podrías quererme si cuanto teníamos doce no quisiste montarte conmigo en la montaña rusa de Hulk.
Aquello pareció desconcertarlo, como si se hubiera olvidado de mi absoluta presencia frente a él.
—Tenías un deseo suicida. ¡Escuché de una señora que tuvo un infarto en esa montaña rusa!
—Hermano —pronuncié con lentitud—, los niños no tienen ataques al corazón.
—Pues no quería comprobarlo tampoco.
— ¿O sea que sí me quieres? —insistí de nuevo, batiendo los pestañas.
Chase resopló con fastidio, reacio a convertir este momento en uno lleno de emotividad. Yo últimamente parecía ser demasiado afectiva para mi propio bien. Incluso creía que si lloraba en ese instante, mis lágrimas saldrían llenas de escarcha rosada.
—Claro que te quiero, imbécil. Eres mi hermana.
—Eso no tiene que nada ver, fíjate en la historia —le dije. Él se mostró totalmente disperso y confundido. Casi parecía que se le había derretido el cerebro—. A ver... ¿Caín y Abel? ¿Rómulo y Remo? ¿Scar y Mufasa? ¡Maldita sea, Chase, hasta yo sé que Sasuke mató a Itachi! ¡Y eso que no veo tus mierdas japonesas!
Aquello fue suficiente para traerlo de vuelta.
—A ver, eso no pasó así, ¿sabes? —soltó, negando con la cabeza de manera frenética—. Pero ahora no creo ser capaz de explicarte esa historia. De igual manera, quédate tranquila. Eres mi hermana favorita.
—Pero si soy la única que tienes.
—Exacto.
Ambos nos tendimos sobre suelo mientras seguíamos soltando uno que otro comentario fuera de lugar, o riéndonos sin sentido de alguna cosa que en realidad no era para nada graciosa.
En un momento sonó una canción que yo detestaba, no porque fuera una mala canción, solo que sentía que su letra se adecuaba demasiado a la situación que atormentaba mis pensamientos. Cerré los ojos por un largo momento, tratando de concentrarme en odiar la letra aún más.
Maldije la manera en que la canción aseguraba en que yo nunca podría ser suficiente, porque sí lo sería.
Pero al mismo tiempo tenía razón en decir que no era perfecta, porque era cierto, no lo era.
Ni tampoco necesitaba serlo.
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