31. Conversaciones inesperadas

Supe en cuanto desperté a la mañana siguiente, que aquella no era una cama conocida. En lo que mis manos tantearon alrededor, pude confirmar que no se trataba de una cama, sino de un sofá de tela.

Me costó despegar los ojos gracias a lo resquebradizas y secas que tenía las pestañas por el rímel. En un principio pensé que aún era de noche, pero lo que no permitía el paso de la luz eran las ventanas cerradas y las oscuras cortinas corridas. El lugar estaba casi completamente a oscuras.

No había estado en esa casa en años, pero la conocía lo suficientemente bien como para saber quién era su dueño.

Tobias dormitaba al otro lado del sofá en forma de U. Seguramente tenía mejor aspecto que yo, puesto que llevaba ropa cómoda para dormir. Observé que mis botas y mi abrigo verde permanecían en el colgador a junto a la puerta, dejándome así en la blusa de tiros que llevaba debajo.

Traté de no hacer ruido mientras me sentaba y agarraba mi cabeza con ambas manos por miedo a que se despegara de mi cuello. La sentía a punto de explotar.

Me asombró haber terminado ahí, ya que después de la pelea que tuve con Nathan, todo parecía difuso. Tuve algunos recuerdos fugaces, como yo terminándome una botella de vodka con Mason a pesar de las réplicas de todos, o yo quejándome a puro pulmón con Melanie sobre la estupidez que había hecho. Las imágenes azotaban mis recuerdos como una ráfaga, pero nada respondía mi verdadera pregunta.

Esperé no haber cometido algo demasiado insensato.

—Hola, Blaze —me saludó la mamá de Tobias, Andrea, bajando las escaleras de madera junto a la puerta principal.

Tuve que tragar saliva varias veces para recuperar un poco la voz.

—Hola, Señora Andrea —saludé, con una voz rasposa como si tuviera gripe—. Disculpe de verdad que pasé aquí la noche.

— ¡Tranquila! —me aseguró ella. La mamá de Tobias era lo suficientemente joven para pasar por su hermana mayor—. Él me avisó que vendrías a dormir. Además, confío en ustedes y sé que son solo amigos.

Al menos ahora, no tenía nada de que desconfiar.

—Gracias, enserio.

—Cuando Tobias se despierte, dile que salí a hacer unas compras. —Tomó su bolso del colgador y se enfundó en una chaqueta de cuero azul—. Les dejé hecho el desayuno, está en el microondas. Nos vemos, mándale saludos a Patricia de mi parte.

—Lo haré.

El leve chirrido de la puerta al cerrarse, fue suficiente para hacerle a él abrir los ojos. Parpadeó un par de veces, frotando sus diminutos ojos.

—Te ves horrible —dictaminó, mientras que yo aún me sentía demasiado incómoda como para hacer algún movimiento.

Su comentario fue suficiente para sacarme del ensoñador y penoso trance.

—Jódete.

—Buena manera de darme las gracias por ofrecerte un techo donde dormir —ironizó, rodando los ojos y poniéndose en pie para dirigirse al baño.

Caminó dándome la espalda todo el tiempo, como si estuviera avergonzado de que lo viera a primera hora de la mañana. Podía imaginar una razón tras eso.

Aproveché para estirar el cuerpo, el cual sentía tan magullado como después de una práctica con Agatha. Evalué mi rostro en el mueble junto al baño, el cual contenía un gran espejo ovalado.

El cabello lo traía hecho un gran nudo, y mis ojeras eran prominentes, de un aspecto verdoso y enfermizo. El maquillaje de ojos estaba corrido, con las partículas de rímel adornándome esa zona como si fuera un mapache. Mis labios estaban más pálidos que de costumbre, con las comisuras rotas y secas.

—Te dije que te veías horrible —murmuró él al salir.

—Y yo te dije que te jodieras.

Después de pasar diez minutos en el baño haciendo milagros por no lucir tan demacrada, lo encontré sentado en la cocina con una taza de café entre manos.

—Te serví una.

—Gracias. —Me deslicé tras la silla y agradecí tener algo con que callar el rugir de mi estómago. El café sabía horrible, pero no dije ni una palabra—. ¿Me vas a decir por qué estoy aquí?

—Estabas demasiado borracha como para subir las propias escaleras de tu casa sin matarte. Además, repetiste mil veces que no tenías una llave para entrar, aunque yo te decía que Chase te dejó una en la entrada —informó, con su voz cargada de neutralidad y fastidio. Se veía que mi presencia ahí tampoco era de su agrado—. No te preocupes, le envié un mensaje de tu celular a Marcus como si fueras tú, diciéndole que dormirías en casa de Melanie.

La realidad me cayó sobre los hombros como un costal.

— ¡Mierda, me van a matar! —chillé, dándome una fuerte palmada en la frente. Lo de Nathan había eclipsado mis preocupaciones, pasando las peleas en la casa a un segundo plano—. Les dije que volvería temprano y ahora de la nada decidí dormir fuera de casa.

—Créeme, si te hubieran visto en ese estado, hubiera sido mucho peor.

— ¿Hice mucho el ridículo ayer?

—Sí, muchísimo.

—Maldita sea —dije, con la cabeza gacha por la vergüenza.

—Lo siento por lo que pasó con Nathan —murmuró en voz baja, como si no estuviera seguro de tantear aquel terreno.

Abrí los ojos exageradamente, ahogándome con el café.

— ¿Cómo sabes eso?

—Lo repetiste muchas veces de camino. También lloraste —confesó, dedicándome una extraña mirada compasiva—. Te negaste a venir a mi casa, pero nadie más podía llevarte así. Ni siquiera querías subir las escaleras para dormir en mi cuarto aunque yo dormiría con mi mamá, así que terminé por quedarme aquí contigo.

Arrastré mis manos por la piel de mi cara como si quisiera arrancármela de un tirón, mirando el techo en busca de la dignidad que había perdido anoche.

Me peleé con mi familia, con mi novio y había terminado por hacer el ridículo. ¿Cuándo se llegaba a tocar fondo? Por qué el mío parecía de verdad interminable.

—Gracias por lo que hiciste —dije, recuperando la voz—. Espero no te traiga problemas con Effie.

Él arrugo su ganchuda nariz, desviando la mirada en dirección al piso.

—Ya no estamos juntos.

—Oh, qué mal —tercié con timidez, rogando por no incomodarlo.

Hace mucho que no teníamos una conversación tan larga.

Él se levantó de la silla para comenzar a servir el desayuno. Pasó un buen rato antes que alguno volviera a emitir algún comentario.

—No sé muy bien cómo manejar una relación —confesó, cogiéndome fuera de guardia—. Creo que... creo que tú eso lo sabes muy bien.

—Sí, lo sé —solté, poniéndome a la defensiva demasiado rápido.

Jamás habíamos tocado ese tema cara a cara, y este no parecía ser el mejor momento para hacerlo.

—Ya sé que paso más de un año y nunca volveremos a ser amigos como antes, pero quería pedirte perdón por lo que pasó.

—No tienes que...

—Sí tengo —me cortó con dureza. Su expresión se suavizó de un momento a otro, al ver como yo me quedaba pasmada por su intención de traer todo aquello a flote de nuevo—. No quiero ponerte incómoda, pero tengo que decírtelo. Nunca fui muy bueno contigo. No quiero que pienses que solo me aproveché, porque no fue así. Es solo que soy demasiado... complicado. Eso de tener relaciones no me va.

Nunca hubiera pensado que esta conversación llegaría finalmente, donde por fin me daría una verdadera explicación. Había dejado de fantasear con eso hace tanto, enterrando aquel recuerdo en algún rincón de mi cerebro.

Pero ahí estaba, y sonó lo suficiente real. Y tal vez para mí, eso fue suficiente.

—Ya es pasado. No te guardo rencor, créeme. Seguimos siendo amigos aunque a veces no lo parezca.

—Sobre mi actitud cuando trajiste a Ray al grupo... —dijo, ladeando la cabeza mientras suspiraba—. No sé, supongo que me dolió ver que avanzaste. Pero claro, estaba siendo egoísta, yo también avancé demasiado rápido. A veces me arrepiento, y si pudiera cambiarlo lo haría.

—Pero no puedes.

Él soltó el aire y me miró intensamente, como queriendo transmitirme algo con los ojos que no podía por medio de palabras.

—Es cierto, no puedo. Pero ahora gracias a esta inesperada y extraña situación, puedo hablar contigo finalmente. Me ignoraste por bastantes meses, no era fácil llegar a ti.

—Te lo merecías —recriminé, alzando las cejas.

—Ya sé, ya sé —aseguró de manera cansina. Después me sonrió con pena—. Me alegra que estés... bueno, no sé cómo es tu estado actual, pero Nathan es buena persona. Sé que es lo mejor para ti.

No permití que me invadiera la histeria y la tristeza. No ahí frente a él.

Permanecimos comiendo en silencio por varios minutos, compartiendo ahora un espacio menos denso, apartando todos aquellos viejos fantasmas que eran nuestros problemas amorosos.

—De todas formas —continuó, luego que mi silencio le dio a entender que no querría seguir ese camino—. Solo quería pedirte perdón y agradecerte.

— ¿Agradecerme por qué?

Él rodó los ojos, molesto ante mi lentitud.

—Por ser mi primer amor, supongo.

No pude evitar reír.

—Pues de nada, supongo.

Eran las diez de la mañana cuando me adentré en la casa, cerrando con cuidado la puerta tras de mí. Respiré con normalidad al no encontrar algún par de ojos curiosos por la sala. Subí las escaleras tratando de no hacer demasiado ruido, pero apenas mi mano hizo contacto con la perilla para desaparecer tras la puerta de Chase, una voz aguda me hizo volverme.

— ¡Marie!

—Buenos días, abuela.

Lena salió de mi cuarto aun vestida con un largo pijama negro. Sus lentes estaban posados sobre el ensortijado cabello grisáceo.

—Tu mamá estaba preocupada por ti —riñó, dándome un abrazo como si no nos hubiéramos visto en años—. ¿Por qué no hablamos un rato? Ven, pasa.

No tenía una verdadera escapatoria, así que solo la seguí, arrastrando las botas hasta adentrarme en mi propio cuarto. Olía diferente, a ese aroma peculiar e intenso que tenían los ancianos. Lena se acomodó los lentes y tomó asiento en la peinadora, doblando sus piernas de manera elegante.

— ¿De qué quiere hablar? —pregunté, sentándome al borde de mi cama.

—Sé que las cosas por aquí en la casa no están del todo bien, así que me preocupo por ti, Marie.

La conversación tenía todas las de terminar en un mal escenario, teniendo en cuenta que traía un humor terrible por todos los acontecimientos pasados. Pero también me sentía algo dopada por el sueño, así que me apegué a la calma en vez de la irritabilidad.

—Está bien.

— ¿Crees que eres feliz? —replicó con suavidad.

No estaba segura si escuché con claridad la pregunta, así que abrí los ojos con exagerada confusión. Ella seguía evaluándome con una mirada entre pena y compasión. Su cara destellaba con aquella preocupación maternal.

La pregunta era simple, dicotómica, pero su trasfondo era lo suficientemente complicado como para hacer un ensayo de diez páginas sobre este. Era un tema ambiguo para mí, pues a primera instancia no sabía la respuesta. Y aunque siguiera hurgando en mi cerebro por alguna contestación, nada me venía a la mente.

—Yo... no lo sé.

— ¿Qué crees que es la felicidad?

Ni siquiera durante un examen de química me sentía tan en blanco.

— ¿Honestamente? —pregunté con ojos vidriosos. Me estaba costando respirar con normalidad. Ella asintió, intrigada—. Tampoco tengo idea.

— ¿No eres muy expresiva, cierto?

Supe que la risita seca que me salió estuvo fuera de lugar, pero a ella no le molestó.

—Creo que se me nota bastante —respondí, encogiéndome de hombros. No sabía a donde quería llegar con esto.

— ¿Sabes, Marie? Las personas como tú, que tienen ciertos comportamientos emocionalmente distantes, siempre traen una causa tras de esto. Algo los marcó de manera significativa, por lo que se cierran ante todos con el propósito de parecer una persona fría y sin sentimientos. Pero no son así realmente, es solo una coraza para no hacerse daño —me dijo, adoptando una posición sumamente calmada mientras exponía su argumento. Hablaba con fluidez y seguridad, envolviéndome en sus palabras como un manto caliente—. Ahora, dime, ¿tienes miedo de algo?

—Al abandono.

Me quedé impactada por la facilidad con que lo había dicho, pero ella hizo un análisis tan bueno, que tal vez sentí que debía retribuirla con algo de honestidad.

— ¿Tienes alguna idea de por qué sientes esto?

Ella sabía la respuesta, y yo también la sabía, pero de igual forma me costó unos minutos elaborarla en mi mente. Esperaba no atragantarme al hablar; que aquella fuerza sobrenatural que solía sujetarme del cuello para no expresarme, no apareciera en estos instantes.

—Por toda la situación de que somos adoptados —dije. Sentía que me había abierto el cráneo para hurgar dentro con un par de pinzas enormes.

Ella seguía asintiendo, escaneándome como si estuviéramos en alguna entrevista de trabajo y pudiera detectar las mentiras a través de mi mirar.

—No te diré que es fácil superar este miedo, porque llega a caer en lo patológico cuando permites que te asalten estos pensamientos obsesivos ligados a que vas a ser abandonado una y otra vez. Es como una cárcel, ya que te encierra en un espacio asfixiante que afecta todas tus relaciones. ¿Alguna vez te ha pasado algo así?

—Más veces de las que puedo contar.

Ella me sonrió, acomodando sus lentes redondeados cuando estos cayeron sobre el puente de su nariz. Había algo diferente en ella; la sabiduría con la que se expresaba, el intelecto que desbordaba. Lena siempre había sido alegre y consentidora, también solía quejarse de muchas cosas con aquella aguda voz suya, pero en ese instante estaba en una faceta totalmente desconocida para mí.

— ¿Crees que ahora puedas decirme que es la felicidad? —repitió, instigándome a hablar de nuevo.

Tomé aire varias veces, relajándome de hombros y rogando porque la tranquilidad me abordara lo suficiente como para crear una respuesta concreta.

—Es sentirse en balance. Encontrar un buen equilibrio entre todos los aspectos de nuestra vida al cumplir las metas que tenemos trazadas. De esa manera pienso que podemos ser felices, haciendo lo que siempre hemos querido.

— ¿Y la gente a tu alrededor no te da felicidad?

Recordé los hombros de mi hermano sujetando mi cabeza durante nuestras innumerables conversaciones; los ojos castaños de Patricia mirándome con su abrasivo amor maternal; los besos en la coronilla que me daba Marcus cada vez que me veía; las conversaciones y secretos compartidos con Melanie durante cada pijamada; los elogios y charlas motivacionales de Agatha; los torpes abrazos de Jonah donde me expresaba su incondicional amistad; y la sonrisa cautivadora y jovial de Nathan, la cual podía transmitirme toda la paz que necesitaba para sobrellevar el día a día.

Todo eso era más de lo que alguna vez había esperado. Era todo lo que necesitaba.

—Mucha.

—Entonces no dejes que el miedo te la arrebate. Las cosas no vendrán por si solas, Marie, tú debes buscarlas. Consérvalas, cuídalas, atesóralas. Todo a tu alrededor es demasiado valioso.

—A veces pienso que no soy suficiente para ellos —dije entrecortadamente, pues las lágrimas me estaban consumiendo sin haberme dado cuenta.

Ella se puso en pie para rodearme con sus regordetes y flácidos brazos, pero su contacto fue suficiente para mantenerme apaciguada.

—Eres valiosa, Blaze. Tu miedo es normal, pero no debes dejar que te domine. Debes entender que la única que puede ayudarte eres tú misma. La gente a tu alrededor puede apoyarte, pero no es su tarea sacarte de ahí. Lo que verdaderamente sana lo tenemos dentro y solo nosotros podemos activarlo.

Me sorprendió que esta vez no me llamara por mi segundo nombre, y en parte lo agradecí, ya que la frase había sido lo suficientemente hermosa para sacarme una sonrisa ahogada entre las lágrimas.

Era verdad que había desperdiciado tantos años de mi vida en las sombras, y una vez que había visto la luz, no podía permitirme volver a caer en el vacío. Tenía que aprender a vivir con mis miedos, estos eran parte de mí. Tal vez jamás los podría erradicar por completo, pero los domaría lo suficiente para que no me controlaran todo el tiempo.

Quería apartarlos a todos por miedo a que me abandonaran, a que no me merecieran por mis conocidas malas actitudes, pero no los estaba saboteando solo a ellos, me boicoteaba a mí misma en el proceso. Había distorsionado mi propia confianza.

Me arrinconaba en la soledad con excusas y traumas que había acarreado por once años, pero ellos jamás me habían definido por completo. Yo tenía una vida, una familia. Tenía más de lo que alguna vez había imaginado.

Era valiosa y luminosa como me había dicho Lena. Mi familia me había forjado, confiando en aquel potencial que siempre tuve. Sin embargo, todo dependía finalmente de mí. Era yo que tenía que librarme de las ataduras de una vez por todas, dejando atrás lo que alguna vez me había infravalorado al punto de desequilibrar mi relación con todo lo que me rodeaba.

Comprendía esa angustia original que había ocasionado todo, y debía sanarla completamente para lograr obtener aquel preciado cambio. Solo así podría salir de aquella cárcel, donde no habitaban más que miedos, vacíos y heridas abiertas.

— ¿Abuela?

— ¿Sí, hija?

— ¿De dónde sacaste tantas cosas para decirme? —pregunté, apartándome un poco para verla directamente a los ojos castaños, unos que me rememoraban a la persona que más quería en el mundo.

—Hace años trabajé como consejera en una escuela primaria. Tengo suficiente conocimiento en niños, pero hace más de veinte años que me retiré. Aunque siempre me agradó mi tiempo ayudando a los demás.

—Eso explica mucho.

Jamás imaginé que mi psicóloga terminaría siendo mi abuela.

No podía parar de pensar que estos meses habían sido de todo menos lo esperado; las noticias, los descubrimientos, los momentos felices, los momentos tristes, las peleas, los arreglos, las desilusiones.

Pero siendo honesta, no cambiaría el rumbo de las cosas por nada. Había aprendido demasiado. 

Me gustó mucho escribir este capítulo, tiene el suficiente valor sentimental para mí. La canción que dejé me recordó a todo lo que ha pasado hasta ahora en el libro, hasta que la última frase de la canción llega a parecerse a los sentimientos expresados en este capítulo. Espero que le guste. 

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