30. Rompecabezas
No quería ni imaginar que historia se había inventado Patricia para justificar la explosión del globo, la repentina desaparición de sus hijos y su rostro hinchado por las lágrimas. Aunque siendo honesta, tampoco me importaba demasiado.
Mi hermano, aún sorprendido por su actitud, había ido a dar una vuelta con Melanie y Jonah, mientras que yo me quedé con Nathan haciéndome compañía. Marcus no recriminó la presencia de mi novio en mi cuarto, tenía asuntos mayores en su cabeza.
—Estás ardiendo —murmuró, con una preocupada voz aterciopelada.
En alguna parte había leído que nuestra mente era demasiado poderosa, siendo capaz de somatizar nuestras preocupaciones y exteriorizar todas aquellas emociones negativas sobre nuestros cuerpos. Algo me decía que yo estaba sacando todos mis males a flote, como si el centro de mi pecho hubiera quedado repentinamente expuesto para mostrar sus verdaderos colores.
—No me siento muy bien.
—Tranquila, todo va a ir bien.
—No me mientas, lo odio. Sabes que todo está en la mierda.
No lo miraba, pero pude sentir la tensión en su fuerte contacto.
—Lo sé —suspiró—, solo busco tranquilizarte un poco.
—Quiero dormir un rato —mentí.
La verdad, solo quería estar sola.
—Bien —aceptó sin ninguna oposición. Me conocía lo suficiente como para saber cuándo hablaba enserio. Besó mis labios febriles, erizándome los vellos de la nuca—. Bajaré a hacerle compañía a mis papás, seguramente en un rato nos iremos.
—Te quiero —susurré muy bajo, apenas pudiendo alzar la comisura para medio sonreír.
Él me devolvió la tenue sonrisa, dándome un infinito momento para admirarlo. Su cabello más largo comenzaba a tomar forma, pudiendo apreciar mejor su tono café oscuro. Tenía los grandes ojos hundidos sobre las prominentes ojeras, mientras que sus cejas arqueadas apenas eran rozadas por sus largas pestañas negras. Su piel oliva no había perdido la calidez debido al deprimente clima, siempre relucía sobre la luz diurna con los destellos dorados que eran los vellos de sus brazos.
—Y yo a ti.
—Te llamaré más tarde.
—Eso espero.
Ambos estábamos conscientes que mi promesa no sonaba del todo certera. Lo noté en sus ojos, como no me creía, pero no dijo nada sobre eso, simplemente salió del cuarto para que yo pudiera sumergirme en un torbellino de incertidumbre y tristeza.
Quisiera decir que cumplí mi palabra, pero no lo hice.
Las siguientes horas fueron más pesadas de lo que imaginé, sin poder pegar un ojo o rememorar algo más allá que la escena de la cocina. El sonido del globo se quedó grabado en mi memoria igual que la voz de algún conocido.
Después que el sol comenzó a ponerse, y el silencio sobre la oscuridad se hizo demasiado fatigante, decidí irme definitivamente al cuarto de Chase, ya que Lena y Patrick se asentarían en el mío estos días.
No tenía hambre, así que solo deposité mis cosas sobre la repisa, y me envolví sobre las suaves sábanas. Apenas dos minutos después, alguien llamó a la puerta.
—Soy yo.
Solté un suspiro de alivio, pues era la única persona con la cual pensaba que podía tratar ahora.
—Pasa.
Marcus se adentró con pasos recelosos. Tenía los lentes posados sobre la cabeza, mientras que sus ojos azul oscuro estaban tan apagados que casi parecían grises.
— ¿Se te pasó la fiebre? Nathan me dijo que no te sentías bien. —Me apoyé de un costado para observarlo con claridad.
—Sí, no era nada.
— ¿Has hablado con tu hermano?
Mi celular se había descargado hace horas y ni siquiera tuve la iniciativa de conectarlo. Pensaba que me pondría menos ansiosa tenerlo apagado.
—No. ¿Y tú?
—No responde —dijo en un suspiro cansado.
Emanaba de él la preocupación como el fuerte aroma de un perfume.
—Los muchachos deben estar con él, volverá en cualquier momento. Hoy es viernes, tal vez se fue a alguna fiesta.
Marcus asintió de manera automática, no muy convencido. Me tocó la rodilla en señal de apoyo, sonriéndome de una manera que me hizo un nudo en el estómago.
—Tu mamá...
—No quiero hablar de ella —interrumpí.
—... no fue la única que cometió un error —terminó la frase, a pesar de mis deseos—. Sé que a veces puedo parecer demasiado duro con ella, al igual que tú. Pero lo hacemos porque nos importa y no queremos verla sufrir. A veces nuestros modos de mostrarnos protectores no son los más adecuados.
— ¡Le mintió a los abuelos todo este tiempo! ¡Los ilusionó al punto de traerlos aquí siendo totalmente ignorantes sobre lo que estaba pasando! —Grité, volviendo a desgarrar mi garganta al tiempo que mis últimas palabras perdían la fuerza inicial—. Fue demasiado cruel lo que hizo.
—Lo sé, y ella también lo sabe. No se siente bien por lo que hizo, pero si incluso sus papás, que fueron los que se llevaron las mentiras, pudieron perdonarla, entonces tú también puedes.
Guardé silencio un momento, mientras tragaba grueso y relamía mis labios, esperando que mi voz no se quebrara de nuevo.
—A veces soy demasiado orgullosa para mi propio bien —admití, sintiéndome más vulnerable de lo normal.
Él alargó la mano hasta mi cabello para revolverlo con cariño. Apenas pude torcer los labios.
Sentía que me costaría más de lo normal arreglar este conflicto. Esta vez se sintió más doloroso que cualquier otro, puesto que le entregué mi confianza por primera vez en tanto tiempo y resultó resquebrada. No estaba totalmente rota, pero si había algunas grietas que no solo se arreglarían con venditas.
Nuestra cercanía me había regalado inefables momentos en los últimos meses, pero todos parecían haber sido eclipsados por este día.
Me preguntaba porque solíamos enfocarnos en un solo punto negativo entre tantos positivos. ¿Cómo era posible que un solo error pudiera anteponerse sobre millones de hermosos recuerdos? ¿Éramos tan frágiles los seres humanos que todo podía pender de un hilo luego de alguna pequeña decepción?
Yo misma sabía la respuesta. Había vivido tantos años enfocada en los hechos del pasado y la incertidumbre del futuro, conformándome con hundirme a ciegas en un oscuro océano, antes que esforzarme por nadar en dirección a la superficie, donde el sol podía ser demasiado brillante y las constelaciones me guiarían un nuevo camino.
—Blaze, has estado tan diferente estos meses. Me hace muy feliz verte así. Me dolería que volvieras a aislarte de nosotros para encerrarte entre cuatro paredes. No quiero que esto te afecte demasiado, al igual que jamás quise que este embarazo derrumbara a tu mamá. Ambas son las mujeres de mi vida, y odiaría verlas sufrir por separado.
La mañana siguiente, choqué con un cuerpo tan duro como el de una piedra. No me sorprendió para nada encontrarme casi al borde de la cama, mientras que Chase —aún vestido con la misma ropa de ayer— se tendía sobre el medio del colchón con la posición de un crucifijo.
La pestilencia que emanaba de él era tan repulsiva, que solo faltaba que se condensara sobre el aire con un color verde vómito. Fue imposible pasar desapercibido el olor a monte quemado.
— ¿A dónde fuiste anoche? —pregunté, sacudiéndolo.
Él abrió los ojos, disperso y adormilado.
—Déjame dormir, Blaze.
— ¿A dónde fuiste anoche? —repetí, inquebrantable.
Se acostó de un lado, viéndome con una penetrante mirada que era capaz de atravesar mi cráneo como una rayos x.
—A casa de Mason.
— ¿A fumar marihuana? —contraataqué, consciente del hedor que irradiaba su ropa.
Las actitudes tomadas el día de ayer eran totalmente atípicas en él, caracterizándose por tratar de no sacar a relucir aquellos comportamientos egoístas y rebeldes.
—Sí, pero esperé que se me pasara el efecto para manejar hasta aquí —aseguró, tratando de tranquilizarme. Suprimió un bostezo, estirando sus agarrotados brazos—. Hoy habrá una fiesta en casa de Dylan, uno de último año. Nathan lo conoce, deberíamos ir.
— ¿Una fiesta? —Repetí, incrédula—. ¿Te das cuenta el problema que está formado aquí en la casa? ¡Claro que no van a dejarnos ir a una fiesta!
—Nos escapamos entonces.
— ¡Dios! Tanta droga te afectó el cerebro.
No podía creer que de verdad estuviera pensando en escaparnos después de todo lo que pasó ayer. No tenía ganas de resolver todo aquello con demasiada rapidez, pero agregar más problemas a los que ya teníamos, resultaba demasiado temerario y estúpido.
Ninguno quiso salir del cuarto en todo el día, nos limitamos a terminar algunas tareas y poner una serie de fondo en la televisión, aunque no le prestábamos la mínima atención.
El espacio a mí alrededor se sentía sofocante. Las paredes de un intenso azul me producían vértigo, haciéndome enterrar la cara sobre la almohada mientras cerraba los ojos en busca de un sueño que no sentía.
Nathan no había enviado ningún mensaje, tal vez consciente de que no lo respondería. No estaba segura si me tranquilizaba que me concediera mi espacio, o incluso me ponía de peor ánimo que no se hubiera dignado en decir algo. No podía culparlo, sabía que odiaba cuando yo tomaba esas actitudes tan repelentes, estaba en todo su derecho de que no querer tratar conmigo en este momento.
Pero, ¿podía ser yo tan complicada como para molestarme con él solo porque no me había escrito, a sabiendas que de todos modos iba a ignorarlo? Me sentí egoísta, enredosa, molesta, angustiada. Era apabullante cuanto estaba maquinando mi mente por minuto. Deseé tener el rango emocional de una persona con alexitimia, así no tendría que preocuparme por sentir algo en general.
—Bien, ya decidí que no podemos escaparnos —habló mi hermano, luego de salir del baño.
— ¿Qué te hizo entrar en razón?
—Van a escucharnos cuando nos llevemos al carro.
—Que inteligente. A la próxima gran idea que tengas, te apuntamos para trabajar con la NASA.
Marcus, llamando a la puerta previamente, se introdujo para traernos el almuerzo, como si fuéramos dos reclusos dentro de nuestra propia casa. Se limitó a no hacer preguntas, consciente de que el ambiente seguía manteniéndose muy rígido.
—Papá, Blaze te tiene que preguntar algo —dijo Chase, dándome una palmada fuerte en la espalda.
— ¿¡Yo!? —grité.
Él nos miró con aire sospechoso, entrecerrando los ojos.
—Bien, que alguien lo diga.
—Bueno... —comencé, moviendo las manos con gestos nerviosos—. ¿Qué vamos a cenar?
Marcus me miró como si me hubiera vuelto loca. Chase, perdiendo los estribos, tomó la palabra como debió haber hecho en un principio.
— ¡Dios! —exclamó, mirándome con mala cara—. ¿Podemos ir más tarde a una fiesta?
—Ah, eso —respondió él, incómodo—. ¿Seguro que es una buena idea? Patricia aún sigue con los nervios de punta porque ayer desapareciste y volviste de madrugada. Además, creo que quiere hacer una intervención o algo así antes que tus abuelos se vayan. Una conversación familiar para... calmar las aguas.
Yo no pretendía ser partícipe de ninguna reconciliación por los momentos. Mi mente estaba igual de enredada que una telaraña, así que no debía realizar algo que pudiera solo empeorar el panorama general, que siendo realistas, ya estaba lo suficientemente jodido.
Esperaba que las palabras de Marcus fueran suficientes para despojar a mi hermano de su plan tan necio, pero su inquebrantable persistencia salió a flote una vez más.
—Prometo que volveremos temprano. Solo necesito que le avises a mamá, supongo que no quiere hablar con ninguno de nosotros después de lo de ayer.
—Chase, creo que mejor... —comencé, alterada por su insistencia.
—Bien, hablaré con ella. Solo no vuelvan tarde —me interrumpió Marcus, rindiéndose como era de esperarse ante las súplicas de su hijo.
Cerró la puerta, dejándome con la palabra en la boca, mientras el castaño a mi lado se regocijaba con una sonrisa de suficiencia por siempre ser capaz de obtener lo que se proponía.
Al caer la noche, me arreglé a regañadientes, manteniéndome más del tiempo debido en la ducha. No tenía ni un ápice de ganas de ir, pero sentía que si me quedaba encerrada en soledad, terminaría por fraccionar el gramo que me restaba de cordura.
En lo que llegamos a la casa de Dylan, avanzamos por un camino lateral, el cual abría paso al gran espacio trasero, donde la música se hizo audible hasta el punto de poder romperme los tímpanos.
A pesar de las grandes dimensiones del espacio, la masa de cuerpos resultaba demasiado vasta. Nos costó zigzaguear entre los cuerpos danzantes y sudorosos, aunque algunos solo se mantenían estáticos, permitiendo el paso con mayor facilidad.
— ¡Llegaron! —saludó Mason desde una de las esquinas, estirando su mano para verlo entre el bullicio del gentío.
Comenzaba a sentirme claustrofóbica, aunque jamás había tenido problemas en espacios pequeños.
Todo nuestro grupo se mantenía muy junto, contiguo a una mesa de vidrio en donde se esparcían colillas de cigarro, botellas y vasos de plástico. Melanie apareció ante mi campo visual, cogida del brazo con Jonah.
—No sabía que ibas a venir —me saludó ella.
—Honestamente no tenía ganas, pero bueno, aquí me tienen.
—Después de todo el problema de ayer en tu casa, pensamos que no tendrías ganas de salir, por eso no te avisamos —se disculpó Jonah, haciendo ojitos en señal de arrepentimiento.
Una vez más el sentimiento de molestia me abrasó, envolviéndome en un manto ardiente que me hizo clavarme las uñas. Todos habían decidido ignorarme debido a mi conocida actitud aislante, sin tomar en cuenta cuanto había cambiado estos últimos meses.
Pero eso fue exactamente lo había hecho, lo que ellos esperaban.
Yo era demasiado predecible, atada a mis viejas costumbres por unas fuertes cadenas de hierro, de las cuales me temía, no había podido librarme en realidad.
Tomé un largo trago de una botella de vodka que me pasó Mason, pensando que de alguna manera tendría que aligerar mi ánimo.
— ¿Viniste decidida a perder la conciencia? —me dijo él, impresionado.
—Más o menos.
— ¿Blaze?
Me volví en seco, reconociendo la voz que me llamaba como si fuera la mía propia.
Nathan me observaba con ojos entrecerrados, como si yo fuera algún espectro que muy improbablemente se encontraba frente a él.
—Ah, hola.
—No me dijiste que vendrías —replicó, con un deje de molestia.
—Sí, bueno, no fue como si estuviéramos hablando para que pudiera avisarte.
—Dijiste que me llamarías y no lo hiciste. ¿Qué querías que hiciera?
— ¿Escribir, tal vez? —pregunté sin poder creérmelo.
— ¿De qué iba a servir que lo hiciera cuando seguramente ibas a ignorarme?
Había dado justo en el blanco para dejarme sin palabras.
—Mejor vamos a dejarlo así —dije, mirando a todos lados menos a él—. No quiero pelear.
Su semblante se relajó un poco, mostrándose más sereno como de costumbre. Pero ese destello de molestia seguía perceptible en él, amenazando con multiplicarse hasta adueñarse de todo su ser. Aquel no era el lugar para que formáramos un escándalo.
— ¡Cuñada! —me gritó Kieran, apareciendo junto a nosotros con los brazos abiertos y una expresión divertida. Algo me decía que estaba ebrio—. Primera vez que me hace feliz verte. ¿Ya Nathan te dio las buenas noticias?
— ¿Qué noticia?
Nathan se mostró nervioso. Era obvio que no esperaba que aquella escena se desarrollara de ese modo.
—Me aceptaron en San Francisco.
Me quedé helada, incapaz de mostrar algo más que asombro. Mis pensamientos no habían viajado en aquella dirección a primera instancia, era el último tema del cual me había imaginado hablar. Mis propios problemas habían nublado una inminente verdad, la cual dejó de hacerme eco con tanta fuerza desde que hablamos en su cumpleaños.
—Eso es... —Tragué saliva, buscando las palabras correctas para decir—. ¡Eso es buenísimo, amor!
Suspiró de alivio, abalanzándose sobre mí para dejar atrás la discusión de hace dos minutos. Se relajó contra mi oído, agradecido.
Era lo mínimo que podía hacer. Este era su momento de felicidad y yo no tenía ningún derecho a arruinarlo.
—Quiero que sepas que no es seguro que me vaya, es solo una opción. ¿Está bien?
—Lo sé. No hablemos sobre eso, solo vamos a bailar, ¿sí?
Nos arrastramos entre el gentío en busca de algún espacio libre. El contacto de nuestros cuerpos se volvió íntimo y sólido, estrechándonos hasta que no existiera ni siquiera un centímetro de separación.
Me sorprendía cuan dependiente me había vuelto de él. Suponía que así debía sentirse el amor, pero a decir verdad, me asustaba demasiado cómo podía llegar a sentirme incompleta sin su presencia. Era egoísta de su parte haberme enseñado a mirar el mundo a través de un caleidoscopio, para luego marcharse y llevarse los colores consigo.
No quiera que me dejara, esa era la verdad. Era su sueño y lo entendía, pero me era difícil asimilar que estuviera perdiendo todo lo que me importaba en tan poco tiempo. Los últimos meses se deshicieron en mis recuerdos como si fueran cenizas arrastradas por la brisa.
Divisé a Chase hablando entrecortadamente con Tobias, ambos alterados, pero haciendo su máximo esfuerzo por no alzar demasiado la voz.
—Iré a ver qué le pasa a Chase. Ahora vuelvo.
Nathan asintió, desviando su atención a sus amigos de último de año que permanecían junto a nosotros.
— ¿Todo bien? —grité, apareciendo entre ambos chicos. Ambos pegaron un brinquito al verme, como si la información que compartieran fuera clasificada.
— ¡Es que mírala! ¡No le importo ya! —siguió rugiendo mi hermano.
—Amigo, tienes que superarla. Yo sé que es difícil, pero ya pasará —dijo Tobias.
Se veía alterado por mi presencia. Me dirigió una mirada de reojo, escaneándome con sus pequeños ojos grises.
Al ver que era lo que le tenía tan molesto, me encontré a Melanie hablando con Leo, el amigo de Jonah. El pelirrojo la tenía acorralada contra una esquina, hablando y riendo, pero ella no parecía molesta con su cercanía. Se veía que disfrutaba su atención.
—Chase, no exageres. Solo están hablando —le dije, no demasiado segura en realidad.
— ¡Hablando! —exclamó, desquiciado—. Mira, Blaze, ese es un hombre, y yo conozco a los hombres. La está engatusando para luego llevarla a bailar y tratar de cogérsela. ¡Porque así somos!
—Bueno, tampoco tienes que revelar nuestros planes —soltó el rubio con fastidio.
— ¿Sabes qué? Me voy.
— ¿Cómo que te vas? —Lo retuve antes que pudiera dar otro paso para alejarse.
—Tenías razón, no debimos venir. Nos vamos.
Me jaló de la mano con fuerza, arrastrándome en dirección a la salida. A pesar de que la noche era tan fría como un cubo de hielo, el aire a nuestro alrededor se tornaba denso y caluroso, protagonizado por el olor a fluidos corporales que destilaban las personas. El humo de cigarrillo se concentraba sobre nosotros, formando nubes grisáceas que se entremezclaban con el aroma a vodka y cerveza.
— ¡No me voy a ir! La estoy pasando bien.
Tobias nos alcanzó a medio camino, fatigado.
—Chase, deja de hacer tanto drama —le dijo su mejor amigo—. Vamos a seguir tomando un rato.
— ¡Maldita sea, hagan lo que quieran, pero yo me voy! Dile a Nathan que te lleve a casa. Dejaré una llave debajo de la maceta para que entres. Adiós.
Y sin más, terminó de coger camino en dirección a la reja blanca que daba a la calle.
—Es un imbécil —bramé, aun sin poder creer su escena.
—No te creas que todo este asunto de la familia solo te afecta a ti, Blaze. Chase no lo demuestra tanto como tú, pero también le duele.
Tobias era seguramente la última persona de la cual quería escuchar un sermón, pero increíblemente, siempre estaba ahí en los momentos menos inesperados para dármelos. Tenía el don de saber aparecer en el tiempo adecuado.
— ¡Hola! —escuché que una vocecita dulce me saludaba. Era Olive, luciendo tan tierna como siempre—. Estoy jugando cartas con unos amigos, ¿quieres venir?
—Emm... claro.
— ¿Y tú? —le preguntó a Tobias.
—No, gracias. Iré con los demás, no hagas nada estúpido —me advirtió con mala cara.
No estaba muy segura de porque accedí a jugar con un montón de gente de las cuales apenas y me sabía el nombre. Tal vez no quería lidiar con ninguno de mis amigos en ese instante.
Comenzamos a jugar algo que para mí terminó siendo una tortura, ya que había que tomar demasiados shots cuando los números lo indicaban. En realidad no había ninguna ciencia, el mero objetivo era volverse nada. Si salía un uno, tomaban los chicos. Si salía un dos, las chicas. Si salía un tres, los que llevaran abrigos. ¡Era absurdo! No sabía porque me había enredado en tal estupidez.
—Oye, Olive —le comenté luego de un rato, cuando mi lengua comenzó a entremezclar palabras y mi mente se sintió difusa—. ¿Conoces a Jonah?
—Ah, sí. Estamos en la misma clase de Matemáticas.
— ¿Y no te parece bonito?
Ella sacudió la cabeza, riéndose.
—Pues... tiene algo atrayente. ¿Por qué preguntas?
—Creo que le gustas —admití sin ningún arrepentimiento.
—Oh —respondió, asombrada. Algo me decía que la había puesto incómoda—. No lo había pensado de ese modo.
— ¿Es por qué ahora te gustan las mujeres?
El alcohol se había llevado las pocas neuronas que me quedaban, soltaba las cosas sin filtro alguno. Podría arrepentirme de eso mañana.
— ¡Ay, qué directa! —se rió ella, dándome un leve empujón. Al igual que yo, estaba fuera de sus cabales—. También me interesan los hombres. Es que jamás había visto a Jonah con esos ojos. Apenas y hemos hablado para pasarnos la lista de asistencia en clases. Creo que ni siquiera sé su apellido.
Recordé tantas fiestas que había compartido con ella, tantas conversaciones, pijamadas y salidas. Todo se había esfumado hace dos años con demasiada prisa. No era justo. No entendía por qué a veces teníamos que ser tan complicadas, manteniendo peleas sin sentido por tanto tiempo.
No había duda de algo, el alcohol me ponía sentimental.
Sin esperarlo, un cuerpo se abalanzó en mi dirección. Apenas tuve tiempo de echarme hacia atrás antes que lograra estamparse contra mi cara. Olive me tomó de la mano, impidiéndome caer en dirección al suelo.
— ¿Estás loco? —le dije al desconocido.
—Perdón, es un reto. Tenía que besarte —se disculpó, apenado. Vislumbré un grupo junto a nosotros, riéndose ante tal escena.
Cuando les quité la vista, el chico de pelo oscuro volvió a tratar de lograr su cometido inicial. Le di un empujón demasiado fuerte, estampándolo contra la cerca de madera que rodeaba la casa.
— ¿Eres estúpido? ¡Tengo un novio! Tú...
Antes que pudiera seguir despotricando en su contra, una mano inflexible me sacó del círculo de gente que observaba el espectáculo.
Nathan permaneció agarrándome la muñeca con demasiada fuerza, aquella que había aplicado contra mi cintura cuando quiso alejarme de aquel viejo depravado. No parecía ser consciente de la cantidad que poseía cuando se molestaba. Su contacto ardía, haciendo que la zona afectada me picara como si pequeñas hormigas me recorrieran.
— ¡Me estás haciendo daño! —grité, pero con el estruendo de la música apenas y sonó como un murmullo.
Él me soltó la mano como si se tratara de un material radioactivo. Me miró con horror al darse cuenta de la marca rojiza que me había dejado. Esperaba de verdad que no se tornara amoratada.
Maldijo entre dientes para luego darse la vuelta.
—Hey, no me molesta —le dije, poniéndome frente a él. Se veía afectado, así que traté de animarlo para que supiera que no estaba molesta. En mi actual estado, pensaba que podría salirme salir más o menos bien—. Podrías mejor dejar esa fuerza para cuando estemos solos.
—Este no es un buen momento para dártela de sexy —reprochó. Me tambaleé un poco y él me sostuvo por la cintura. Busqué su boca, pero me apartó la cara y rodó los ojos—. Estás borracha.
— ¿Y eso qué? Tú también deberías estarlo. Me han dicho que es mejor así.
—Si tenemos sexo estando borrachos, lo que puede pasar es que terminemos con un embarazo no deseado.
—Pues espero que al menos este bebé si venga bien.
Supe la reverenda estupidez que había dicho en cuanto la escuché por completo en voz alta. No sonaba como un chiste de humor negro. Era un comentario turbio y horrible. Había rebasado los límites de mi propia odiosidad. Aquello había sido demasiado, incluso para mí.
Fue suficiente para que él me sacudiera lejos de su cuerpo de una vez por todas.
—No puedo creer que hayas dicho eso. ¿Qué mierda te pasa?
Empecé a negar la cabeza, frenética.
—Perdón, yo...
— ¿No te cansas de pedir perdón y no hacer absolutamente nada para arreglarlo? —me gritó.
Su mirada era de pura decepción.
Algo dentro de mí estalló. Y lo odié por querer dejarme. Y odié a Patricia por mentir. Y odié a Chase por tomar una actitud como esa cuando se supone que de los dos, él siempre había sido el razonable.
Todos estos meses quise pensar que podría comportarme como el agua, adaptándome a los cambios y entregándome a la voluntad divina que estaba por encima de mí. Pero yo solía ser inflexible como el acero, con la excepción de que a diferencia de este, yo no era irrompible.
La tela terminó de deshilarse de una vez por todas, rompiendo cada una de las fibras esperanzadoras que había querido retener. Las dejé ir sin buscar aferrarme, y ellas volaron lejos igual que partículas de polvo.
Yo no tenía nada de eso. Nunca lo había tenido. Todo había terminado por deslizarse sobre mis dedos como me temía: igual que polvo y cenizas.
— ¿Tú no te cansas de ser tan bueno siempre? ¿Sabes qué? Mejor déjame en paz —dije, sintiendo que las palabras eran tan equivocadas que ardían al pronunciarlas—. No necesito que andes tras de mi como un perrito cada vez que alguien trata de venírseme encima. Yo puedo sola.
—Tan típico de ti. Alejarme cuando la situación se torna en tu contra.
No me importó que estuviéramos rodeados por un montón de personas, porque nadie parecía prestarnos atención realmente. Yo solo lo miraba a él, a él y a su pura cara de desilusión, la cual atravesaba con el impacto de una bala.
— ¿Eso qué quiere decir? —balbuceé, tratando de que mi voz sonara lo suficientemente molesta, pero apenas y salió como un intermitencia.
—Quiere decir que cada vez que puedes me sacas de encima. Si estás buscando una excusa para apartarme, pues déjalo, tu actitud de mierda es suficiente.
Jamás me había hablado de esa manera, como si yo en realidad fuera un caso perdido por el cual ya no valía la pena luchar.
Pero eso era exactamente, y el por fin lo había entendido. Comprendí en ese instante que había sido egoísta por querer arrastrarlo a mi mundo lleno de complicaciones. No tenía miedo por mí, porque yo estaba acostumbrada a vivir resquebrada, pero no podía seguirlo sometiendo a un tormento como ese.
No se merecía eso. Jamás lo había hecho.
—Supongo que aquí tienes la última pieza de tu maldito rompecabezas.
—No me has dado la última pieza, simplemente lo desarmaste de un golpe. Y para ser honesto, no sé si quiero volver a empezarlo.
No olvidaré jamás el tono que uso. No vaciló, fue duro e inexpresivo. Fue de todo menos él.
Dio media vuelta y se perdió entre el gentío, dejándome sola.
Si no hubiera estado al menos un poco sobria, habría jurado que el sonido de la música retumbándome en los oídos, era el de mi propio corazón al romperse.
La canción que dejé con el capítulo me hizo en parte recordar a la última escena, porque como dije, los problemas siempre se pueden poner peor. Espero que les guste este capítulo, ya sé que es un poco largo.
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