29. ¿Rosado o azul?
En cierta parte, el Baby Shower de hoy no se sentía como uno. Más bien era como una de esas nuevas fiestas que hacen para revelar el sexo del bebé, pero Patricia le había dado aquel erróneo nombre a la celebración, así que yo simplemente fluí con la idea igual que la corriente.
Me tendí sobre el sofá, descansando mi cabeza sobre un almohadón crema. Me estaba tomando un merecido descanso luego de inflar los globos. Mi garganta, no muy agradecida, comenzaba a arder.
Había tenido que atender a la decoradora, la cual resultó ser una chica de último año que tenía su propio negocio de festejos. Estuve acompañándola todo el rato, hablándole de cualquier cosa que se me ocurriera, mientras ella hacía magia con sus manos y armaba los decorados.
Paty había estado histérica desde ayer, ya que sus papás debieron llegar en el vuelo de las seis de la tarde, pero Lena tuvo una bajada de tensión y Patrick optó por llevar a la clínica. Cuando descartaron cualquier afección grave, ya habían perdido el vuelo, así que hoy cogerían el primer avión de Jacksonville hasta Seattle.
— ¿Esos son todos los globos?
Patricia bajó las escaleras aun con el pijama puesto. Su cara estaba demacrada, con el delineador y el rímel corrido del día anterior. Su cabello, seco y opaco, se asemejaba a un nido de pájaros. Pero mi atención se posó sobre todo en su barriga, la cual sobresalía excesivamente de su camisa de dormir. Ya tenía los siete meses, era imposible ocultar aquella descomunal curvatura.
—Me falta inflar los de color rosado —informé—. La decoradora trajo algunos, pero solo para adornar la mesa de dulces. Quería pegar estos por toda la pared del garaje y así trazar un camino hasta el patio. ¿Qué te parece?
—Bien. Como tú quieras, hija.
Reprimió un bostezo y se dio la vuelta en dirección a la cocina.
¿Acaso acababa de despertar? Ya eran las once de la mañana. Ella siempre se levantaba con el sol.
— ¿Todo bien? —le pregunté. Se veía de la mierda, pero no tendría tan poco tacto para decírselo de una manera tan directa—. Pareciera que casi no dormiste.
—Cogí el sueño a las tres de la madrugada, pero igual me despertaba cada cierto tiempo. No fue una buena noche.
— ¿Es por los abuelos?
Patricia podía lidiar con que siempre la hubiera llamado por su nombre; jamás había querido obligarme a nada, sabía que dos niños huérfanos podían venir con cualquier tipo de desórdenes emocionales como los míos. Pero me había pedido que cuando me refiriera a Lena y Patrick —al menos frente a ellos— les llamara abuelos.
—Sí... estoy algo nerviosa —admitió, dirigiéndose al lavaplatos para enjuagar sus manos.
— ¿Cómo se tomaron la noticia de la condición del bebé? Jamás te lo pregunté.
A decir verdad, había demasiadas cosas que no le había preguntado.
—Ah, eso —respondió de manera automática, apartando la mirada en dirección a la ventanilla—. Bueno... creen que soy una persona bastante fuerte.
Aquello no había respondido mi pregunta por completo. En cierto modo, sentía que me estaba evadiendo.
—Mamá. —Casi siempre solía sorprenderse cuando le llamaba así, pero esta vez ni siquiera se inmutó—. ¿Segura que estás bien?
Patricia se volvió, esbozando la sonrisa más forzada que alguna vez le había visto; esta deformaba su cara de una manera retorcida. Era el tipo de gesto que te remueve los intestinos por la manera tan escalofriante de su naturaleza.
Verla así, me confirmaba la desdichada que se estaba sintiendo.
—Sí, hija.
— ¿Sabes que podemos cancelarlo, verdad? Aún faltan tres horas, podríamos...
— ¡No! —gritó, con los ojos llenos de pánico. La fuerza con la que habló me hizo dar un brinquito inconsciente—. Todo va a ir excelente, no te preocupes. Yo... iré a arreglarme.
—Pero...
Y antes que pudiera terminar, pasó por mi lado con la rapidez de un corredor, dándome un golpe accidental en el hombro. Estupefacta, la observé mientras seguía su camino escaleras arriba, dando un portazo que incluso se hubiera escuchado desde el otro lado de la acera.
Patricia invitó a pocas personas, tenía algunas amigas, pero no había querido hacer un gran festejo sobre esto. El grupo consistía en un par de vecinas, las trabajadoras de la tienda de ropa y las mamás de nuestros amigos.
Lena y Patrick debían aterrizar en veinte minutos, y entre el aeropuerto y nuestra casa había una distancia de cuarenta minutos con tráfico, por lo que no los esperábamos hasta dentro de una hora más o menos.
La mayoría de los invitados habían llegado, disponiéndose en nuestro patio mientras esperaban que Patricia hiciera su tardía aparición.
— ¿Me veo bien? —preguntó ella, entrando en la cocina.
Me alegró que se hubiera arreglado como si la mañana nunca hubiera existido. Traía unos pantalones anchos de seda con un blusón amarillo. Se había recogido el cabello en un moño y su cara estaba inmaculada por el maquillaje.
—Sí. Siempre estás bonita.
Ella me sonrió, agradecida.
—Gracias, Blaze. Prácticamente tú te encargaste de armar todo esto.
—Si el ballet resulta no ser lo mío, tal vez pueda meterme a organizadora de fiestas.
Melanie y Jonah aparecieron en ese instante, con los brazos ocupados por bandejas de comida a medio llenar.
—Hola muchachos, gracias por ayudar —agradeció ella, dándole un beso a ambos.
—No se preocupe —dijo Mel, palmeándole la espalda al abrazarla—. Traje algunos ponquecitos de chocolate para repartir más tarde. Blaze los guardó en el horno.
Paty me miró sorprendida.
—Tienes todo bajo control.
—Alguien tenía que hacerlo —confesé, esperando que no se lo tomara de mala manera. La verdad, todo este asunto me había divertido y distraído más de la cuenta.
Patricia llenó las bandejas y se despidió para salir a atender a sus invitados. Me senté en una silla, alisándome nerviosamente la falda de pana color guayaba.
—Te ves estresada —comentó Jonah, dándome una palmada en el hombro.
—Nathan no ha llegado y mis abuelos tampoco. Eso me pone algo ansiosa.
— ¿Cómo son tus abuelos?
Melanie se rió disimuladamente, atrapando mi oscura mirada antes de responder.
—Conmigo son un amor, aunque no paran de llamarnos por nuestros segundos nombres. No estoy muy segura de porque lo hacen. Pero con Marcus... esa es otra historia.
—Esta casa puede parecer un campo de batalla cuando los Page se la pasan por aquí —informó Mel.
Chase, luego de bajar las escaleras con fuertes pisadas, se deslizó frente a nosotros. Las gotas de agua aún se mantenían incrustadas en su cabellera castaña. Sus ojos azules se posaron en mi amiga primero, para luego sonreír de manera incómoda y estrecharle la mano a Jonah.
— ¿Qué pasa? ¿La fiesta de los jóvenes es aquí adentro o qué?
Estaba empleando todas sus fuerzas en parecer natural.
—Más bien los jóvenes parecemos los mesoneros —fue Melanie quien respondió, haciendo también su máximo esfuerzo en no atraer la pesadez al ambiente.
—Eso no sería nada nuevo. ¿Te acuerdas el cumpleaños pasado de Marcus? Patricia nos usó de mula de carga a los tres.
— ¡Ay sí! Terminé con quemaduras en las manos después de picar tantos limones para los mojitos.
Ambos empezaron a reír, tal vez recordando algún chiste interno sobre esa situación. Me agradó que pudieran lucir luminosos y vivaces al conversar.
Jonah y yo nos miramos con complicidad, poniéndonos en pie.
— ¿A dónde van? —preguntó ella con pánico.
—Afuera. Quiero probar los dulces de la mesa —informé, esperando que quisiera quedarse aquí con mi hermano.
Para infortunio de todos, se levantó tras nosotros.
— ¿Vienes? —le pregunté a Chase, pidiéndole perdón con los ojos ante mi equivocado intento. Él me dedicó una sonrisa apagada.
—Dentro de un rato.
Al salir de la estancia, Melanie no tardó muchos segundos en abrir la boca.
—Son bastantes disimulados ustedes dos —nos acusó, en lo que seguíamos la hilera de globos.
—Teníamos que intentarlo —tercié, y Jonah asintió en señal de apoyo.
—No podemos permanecer en una constante guerra. Ya saben, la madurez y todo eso —murmuró ella de una manera cansina—. Claro que lo extraño, pero creo que por ahora todo va bien. Mejor no apurar nada.
Tomé su mano y el espacio rectangular se abrió ante nosotras, con los débiles rayos del sol abriéndose paso entre las nubosidades grises. El ambiente era soportable para ser finales de febrero, así que no me preocupé por la repentina corriente helada que azotaba mis piernas descubiertas.
Junto a la entrada, había una gran mesa rectangular recubierta por un mantel rosado con terminaciones de plumaje, la cual estaba flanqueada por parales de globos en tonos rosados y azules. Los arreglos de rosas blancas se erguían dentro de altos jarrones, mientras que los dulces y la comida se disponían en bandejas altas de cristal, alternándose entre las flores y algunos altos velones aromáticos.
—Por cierto —comenté de repente, cogiendo un alfajor de la mesa—, ¿Jenna ha hablado contigo?
Jonah permanecía junto a nosotras, comiéndose una galleta, pero algo me decía que toda su atención estaba puesta en la conversación.
—Ah eso —dijo ella, sin darle mucha importancia—, ya estaba esperando que me preguntaras. Habló conmigo este miércoles. Me pidió perdón por lo que pasó y me explicó que jamás quiso estar en el medio. Repitió como mil veces que Chase no le gusta. Pensé que en algún momento podría ponerse a llorar, gracias a Dios no lo hizo.
—Insensible —tosió el pelinegro por lo bajito.
Solo yo alcancé a escucharlo, dándole un codazo disimulado.
— ¿Aun te sientes celosa?
—Te mentiría si dijera que no —admitió ella, mordiéndose el labio—, pero supongo que agradezco que quisiera hablar las cosas como personas civilizadas. Eso de peleas entre mujeres por los hombres, es algo que se quedó en la década pasada.
—Los hombres ya no son tan importantes como para eso.
—Las estoy escuchando —dijo Jonah con fastidio—. Además, tú tienes un novio, así que no sé de qué tanto hablas.
—Por cierto, lleva viéndote desde que llegamos y tú aun no lo notas.
Le quité la vista a Melanie para seguirla en dirección al centro del lugar, donde todos los invitados ocupaban una mesa vestida por un impecable manto blanco, la cual se encontraba protegida por una carpa de lona.
Nathan permanecía hablando con sus papás, pero sus ojos encontraron los míos y me dedicó una sonrisa.
—Este es el momento donde nosotros nos volvemos un cero a la izquierda y dejas a tus amigos por un hombre, ¿cierto? —preguntó mi amigo.
—Sí.
—Y después quieres dártela de odiosa con esa frase de "no son tan importantes".
Nathan no tardó ni un minuto en ponerse en pie para depositarse junto a mí. Saludé de lejos a sus papás mientras que ambos permanecíamos junto a la mesa, algo alejados de mis amigos.
Él acomodó el cuello tortuga de mi abrigo blanco de manera inconsciente, rozándome la piel con sus dedos fríos y finos. Ambos nos sonreímos después que acarició mi nariz con los nudillos.
—Tú mamá parece estarla pasando bien —comentó, tomando mi mano.
Ambos observamos como Paty mantenía una conversación con la mamá de Henry, con la cual siempre había sido apegada debido a nuestra amistad de años.
—Esta mañana parecía otra persona.
—Tal vez eran los nervios.
Me llevó de la mano hasta las usuales sillas de madera, las cuales se encontraban apartadas en un rincón, dándole espacio a las sillas revestidas de blanco que rodeaban la mesa principal de invitados.
—No sé —dije, aun recelosa—. Tal vez Marcus tenía razón en que no era buena idea.
Llevaba dándole vueltas a la situación todo el día en mi cabeza, aterrada porque Patricia amenazara con estallar en cualquier momento antes de la hora debida, y cancelara el evento sin ninguna explicación. Aunque aquel panorama no había sido el resultante, no podía evitar pensar que algo realmente malo le pasaba, puesto que esta mañana parecía fuera de sí.
Me alegraba que en este instante riera sin ninguna preocupación, hablando con sus amigas mientras se tomaba un té frío. Solo esperaba, desde lo más profundo de mí ser, que no ocurriera aquello que mi papá adoptivo había previsto; como después al terminar el día, ella sintiera un repentino vacío, dándose cuenta que todo esto no era más que una pequeña sombra de lo que debió ser en realidad.
—Blaze —llamó él, atrayendo mi atención de nuevo—, esta es una reunión muy bonita, donde tu mamá se ve bastante feliz. Es difícil, lo sé. No me puedo imaginar lo duro que es para ella, y para ustedes también, pero me alegro que hayan decidido al menos disfrutar el poco tiempo que tienen.
— ¿Cómo siempre sabes que decir? —le pregunté, besando nuestras manos entrelazadas—. Algo malo tienes que tener. Nadie es así de perfecto.
Él rió amargamente.
—Creo que en nuestro corto pero preciado tiempo de relación, te has podido dar cuenta que ninguno de los dos es perfecto.
Pasamos unos minutos en silencio, con nuestro agarre descansando sobre mi rodilla.
—A veces pienso que es mi culpa. Yo deseé que no estuviera embarazada —admití en voz baja—. Tal vez esta fue la manera de cumplirse lo que pedí.
A él pareció hacerle gracia mi tan improbable teoría. Incluso al decirlo en voz alta, sonaba más tonto de lo que pensaba.
—Si tuviéramos todo lo que deseamos, hubiera recibido mi carta a Hogwarts cuando tenía once. Ya sé que la ley de atracción es fuerte, pero hay cosas que incluso por más queramos, no se vuelven realidad.
Me quedé mirando a mi mamá un momento. Ella parecía irradiar con júbilo, mitigando así todas mis aflicciones instantáneas.
—Tal vez tengas razón.
En ese momento, un mensaje de Chase apareció en las notificaciones de mi teléfono.
"La abuela me avisó que están llegando, ábreles mientras tanto, pero no le digas a mamá. Estoy arriba en el baño."
—Vengo en un momento, creo que mis abuelos ya están aquí —le dije a Nathan, poniéndome en pie para acomodarme.
Atravesé el interior de la casa hasta alcanzar la puerta principal. Lena y Patrick se encontraban bajándose del taxi, cada uno con un pequeño maletín donde apenas traían ropa para un par de días.
Lena fue la primera en notar mi presencia en el umbral de la puerta abierta.
— ¡Marie!
Tal vez había algo que yo odiaba más que mi primer nombre, y eso era el segundo.
—Hola, abuela. ¿Cómo estuvo el viaje?
La ayudé con un pequeño neceser que traía en la mano, donde seguramente guardaba el montón de pastillas que tomaba para la tensión y la diabetes, además de todas las otras enfermedades que le gustaba añadirse. Siempre la había considerado una persona hipocondriaca.
—Me duelen las caderas. Demasiado tiempo sentada en esos incómodos puestos del avión —se quejó. Y acto seguido, como era de esperarse, siguió quejándose —. ¡Ay, hija! Hace un frío terrible aquí. Jamás he entendido porque tus papás se quedaron a vivir en un lugar tan gris como este. En Florida sale el sol todos los días. Allá se debieron mudar.
—Yo sé la verdadera razón —comentó Patrick después de alcanzarnos en la sala—. Marcus siempre ha tenido trabajo aquí, pero mi niña podía abrir su tienda de ropa en cualquier lugar del país y seguiría siendo exitosa.
No pensé que comenzara con su irracional apatía a Marcus tan temprano.
Ambos dejaron los maletines junto a la entrada, para luego abrirse paso hasta la cocina. Les ofrecí agua para que mantuvieran sus lenguas ocupadas en otra cosa mientras tanto. Chase apareció de manera apresurada ante nosotros, ajetreado por haber bajado las escaleras tan a prisa.
—Pensé que no habías visto mi mensaje —me recriminó, cogiendo aliento.
—Colton, estás más alto —saludó Lena, dándole un beso. Chase puso mala cara; no era la única que no sentía simpatía por su segundo nombre—. ¡Mírate los brazos, hijo! ¿Estás alzando pesas?
—A veces hago barras.
—A tu novia rubia le debe gustar eso.
Mi hermano hizo caso omiso sobre el comentario, rodando los ojos de manera sutil con una sonrisa forzada.
—Lena, no empieces solo a preguntarles por las parejas. Al menos coméntales algo sobre la escuela —reprochó Patrick.
Claro, porque esos eran los únicos dos tópicos de los cuales ellos parecían hablarnos cada vez que nos veían.
— ¿Tu mamá está afuera? —preguntó Lena, acomodando sus redondeados lentes, los cuales ocultaban sus pequeños ojos cafés. Su cabello, corto y grisáceo, estaba adornado por una cinta dorada—. Estamos esperando para salir y sorprenderla con su regalo.
— ¿Regalo? —repitió mi hermano, mirándome con confusión.
—Sí, usamos una aplicación llamada Dash para que lo trajeran. Que increíble todo lo que se puede hacer con un celular inteligente.
La arrolladora calma que se había apoderado de mis pensamientos se desvaneció, transformándose en una alarmante preocupación, la cual se extendía por todo mi cuerpo con una multiplicación tan potente como la de una célula cancerígena.
— ¿Por qué iban a comprarle algo? —pregunté, incapaz de contener la incredulidad.
—Marie, es un Baby Shower. Se supone que esa es la idea —respondió ella, riéndose, como si encontrara estúpida mi pregunta.
—Abuela, mi mamá no necesita esto. No sé qué están tratando de hacer, pero no quiero agregarle más sufrimiento a esta situación.
—Colton, ¿de qué está hablando tu hermana? —preguntó Patrick, rascándose la cabeza por inercia, ya que estaba tan reluciente y limpia como un piso recién encerado.
Antes que Chase pudiera decir algo, Patricia entró a la cocina. La luz de su mirar se apagó en el instante que encontró cuatro pares de ojos con miles de preguntas contenidas. Una mueca de preocupación se adueñó de su rostro, apretando los labios hasta volverlos una línea lívida a pesar de su labial rosado.
En ese instante, comprendí algo que debí haber supuesto desde su actitud de esta mañana. La manera en como la preocupación parecía adueñarse de ella y carcomérsela desde dentro, al igual que una fruta putrefacta, se debía a sus propias mentiras, las cuales de manera inevitable la habían arrastrado hasta la presente situación.
—Les mentiste.
—Blaze...
— ¡No entiendo cómo les hiciste eso! —grité, sin poder mantener una actitud calmada otro segundo—. Los trajiste aquí con la falsa ilusión de un embarazo normal.
Los tres pasaban la mirada entre Patricia y yo, absortos en nuestras propias reacciones antes de poder comentar algo.
—Hija —habló Patrick, aclarándose la garganta—, ¿qué está diciendo nuestra nieta?
—Papá... yo...
— ¡Dios mío, mamá! —suspiró Chase, consternado, como si apenas fuera consciente del lío que estaba formado.
Patricia parecía a punto de desfallecer, clavada en el piso como una estatua de piedra. No me importó lo pálida que lucía, o las inminentes ganas de llorar que estaba reteniendo, estaba demasiado molesta como para pensar con claridad.
—No les quería mentir —gimoteó, sorbiendo su nariz—. Nunca encontré el momento exacto para decírselos. Pensé que reaccionarían igual que Marcus, ambos son conscientes de lo mucho que sufrí hace años. Planeaba hablar con ustedes ayer, pero con el retraso del vuelo, debía decírselos antes que se encontraran con todo esto. Pero no hallé como.
—Patricia Anne —vociferó Lena, aterrada por las palabras y actitudes de su hija—, no estamos entendiendo nada.
Patricia se quedó muda, pidiéndonos disculpas con la mirada, pero yo retiré la cara mientras hacía un esfuerzo por no ponerme a llorar también.
—El bebé viene con una condición mortal, abuela —dijo Chase. Hablaba con voz glacial, de manera robótica y pausada—. Tal vez nazca muerto o solo viva algunas horas, no lo sabemos a ciencia cierta. Por eso nadie trajo algún regalo.
Patrick restregó su cara con ambas manos, las cuales estaban arrugadas y callosas. Lena se quedó literalmente boquiabierta, paseando una mirada preocupada entre su hija y yo.
Era como revivir la escena de la cena hace cuatro meses, donde Patricia había pronunciado aquella temida decisión que desencadenó el verdadero sufrimiento sobre esta familia.
—Ay, mi niña. ¿Por qué no nos dijiste nada? —preguntó Lena con voz apagada.
A Paty le temblaban las manos con ímpetu.
—No quería arrebatarles la ilusión de verme por fin embarazada, sé que siempre quisieron nietos.
—Patricia, nosotros ya tenemos dos nietos —dijo Patrick a modo de reproche.
—También sabía que se opondrían a que lo tuviera, porque no era sano para mí. Ya tuve suficientes problemas aquí en casa con esa decisión, no quería revivir el momento de nuevo.
Lena se acercó a abrazarla, conteniendo las lágrimas mientras limpiaba las que se derramaban por el rostro de Patricia.
—Pues has revivido el momento y ha sido mil veces peor que el original —dije, mientras mi cuerpo se sacudía violentamente a causa de la rabia. Me castañeaban los dientes a pesar que me sentía febril de repente. Chase quiso abrazarme, pero me alejé—. No entiendo como mantuviste esto por tantos meses. Ya entiendo porque estabas así esta mañana y me dejaste a mí encargarme de todo. Te sentías demasiado mal contigo misma como para poder hacerlo.
—Entiendo que estés molesta, pero...
— ¡Molesta es poco! —la interrumpí, indignada—. Eso de una mejor comunicación entre nosotras solo mejoró de mi parte, ¿cierto? Porque para ti estuvo bien mantener todo en secreto.
—Debes entender que esto no ha sido fácil para mí —reprochó, ahora un poco turbia.
—Nos prometiste que ibas a poder con esto y mira cómo te derrumbaste esta mañana. ¡Marcus tenía razón esta fue una pésima idea!
Patricia y yo nos miramos con los ojos llameantes por la ira. Pocas veces me había mirado de esa manera. Las discusiones eran algo regular entre nosotras, pero el odio y la rabia jamás habían sido visibles y palpables de esa manera.
Esta vez, parecía que si alguna de nosotras tomaba la próxima palabra, simplemente empezaríamos a insultarnos como locas.
—No le hables así a tu mamá, Marie —intervino Lena.
—Déjala, ella solo me considera su mamá un diez por ciento de las veces, y esta no es una de ellas.
Fue imposible que no se me empezara a nublar la vista por las lágrimas, mientras mi piel seguía aumentando su temperatura de manera exponencial.
Sentí que todas las barreras que había creado durante toda mi vida, volvían a armarse, alzándose a mí alrededor como una imponente muralla, encapsulándome como si yo fuera una exhibición intocable en medio de un museo.
—Mierda, y yo que pensé que lo de nosotras podía mejorar algún día. Pero ahora que decidí abrirme contigo, tú no lo hiciste conmigo. Supongo que así vamos a ser toda la vida, Patricia.
Pensaba que no había otra manera de empeorar todo esto, pero claramente la llamarada que se había desatado en nuestra cocina, era solo un abrebocas del verdadero y ardiente infierno.
—Han dejado esto en la puerta —dijo una voz tras nosotros.
Todos nos volteamos en dirección a Marcus, el cual permanecía con la mirada desorbitada junto a la entrada de la cocina. A su lado había una alta caja de cartón, la cual mostraba la foto de un coche para bebés.
Aquel silencio resultó ser demasiado abrumador, tanto, que podía escuchar con facilidad la respiración entrecortada de Chase a mi lado.
— ¡Mamá! —Exclamó Paty con voz aguda—. ¡Te dije que no compraras nada!
—Patricia, nosotros no sabíamos que lo decías enserio debido a la condición del bebé.
— ¿¡No les habías dicho!? —gritó Marcus, utilizando aquella voz que alguna vez había temido. Fue increíble lo rápido que se piel se volvió rojiza.
Busqué su espalda en señal de tranquilizarlo. Verlo perder el control no era algo que quisiera presenciar de nuevo, podía ser irreconocible.
—Mi amor... —susurró ella a duras penas.
— ¡Dios! ¿En qué pensabas? ¿Y toda esta reunión que armaste como la ibas a explicar? Patricia, de verdad que todo esto se te fue de las manos.
Patrick se irguió de repente, desenfundando las manos de su chaqueta de cuero. Marcus era unos centímetros más alto, pero Patrick era corpulento y fibroso. Se plantó frente a su yerno con decisión, alzando la mirada para encontrar la suya.
—No le hables así a mi hija. Ya hemos tenido esta conversación hace unos minutos y ella lo explicó todo.
— ¿Ahora no se me permite hablar en mi cocina? —repitió Marcus, con ojos desquiciados por la rabia. La ironía en su voz era tan palpable como su propio cuerpo—. Esto es entre mi esposa y yo.
—Marcus, fue un error —dijo ella, aun temblorosa.
— ¡Error fue pensar que podrías manejar esta situación!
—Papá... cálmate —pedí.
No estaba segura de poder soportar otra escena como la de hace dos minutos. Me dolía la cabeza, al punto que comenzaba a marearme y a ver todo con puntos grisáceos.
Fue imposible no notar el dolor en las facciones de Patricia al ver cómo me había puesto del lado de Marcus. Ella desvió su cara en dirección al piso, como si la escena fuera ácido para sus ojos.
Debía haber imaginado que algún desastre así podía ocurrir, así como él lo previó.
Los últimos meses, dentro de lo que cabía, habían sido demasiado apacibles; todo parecía marchar tan sereno como unas tranquilas aguas. Pero la forma en como pasaron tan rápido, debió darme un indicio que sería algo efímero e irreal, puesto que yo siempre había estado acostumbrada a las complicaciones y situaciones difíciles.
Aquello había sido solo una pequeña probada de felicidad. La realidad parecía ser incluso más difícil cuando caía sobre ti cuando un balde de agua fría. Y por fin después de todos estos meses, desperté de aquel longevo sueño de tranquilidad que había querido llamar cambio.
Marcus y Patricia comenzaron a discutir entre ellos, pero me costaba demasiado distinguir con claridad sus palabras.
No me percaté que Chase se había separado de mi lado, hasta que lo vi volver de la sala, sosteniendo un gran globo negro en una mano y una tijera en otra. Cuando fui consciente de cuál era su verdadero cometido, ya era demasiado tarde como para detenerle. El grito que profirió mi garganta pareció un aullido lejano y desagradable, desgarrándose como las cuerdas sin afinar de un violín.
— ¡Chase! No...
El estallido del globo fue suficiente para que todas las partes presentes mantuvieran silencio de una manera repentina, observando a mi hermano con caras de horror e incredulidad.
—Ya esta reunión se fue a la mierda, así que supongo que ya no importa lo que hagamos —dijo él.
Pasmada, observé como los papelitos de confeti color rosado se esparcían sobre la cabeza de mi hermano, cayendo en dirección al suelo con bastante lentitud hasta formar un círculo a su alrededor.
Sería una niña.
Me costó bastante escribir este capítulo, no sé porque. Creo que es el que más me ha dado trabajo. Espero que le guste porque es una especie de detonante en la historia, siempre al final tienen que aparecer los problemas, porque sí, este no es el único.
Si le gusta voten y comenten, ya que eso me da un poquito más de ánimo para seguir. Gracias a cualquiera que me lea.
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