28. Muestras de arte y afecto

Al parecer, el supuesto coro era como una leyenda urbana, un conjunto de elementos inverosímiles que pasaban de boca en boca, pero nadie estaba seguro a ciencia cierta si existía realmente. El mensaje era tan distorsionado, que la mitad de la población estudiantil ni siquiera estaba al tanto de su existencia.

A pesar de ser un añadido al folklore de Pacific Rim, Nathan me aseguró que aquel sábado harían una presentación en una exhibición de fotografía. La exhibición sería en una galería de la cual yo jamás había escuchado, puesto que no tenía un ojo artístico para algo más allá del ballet.

Cepillé mi cabello varias veces hasta conseguir aplacarlo por completo, para luego deslizarme dentro de unos pantalones altos de lino y un cardigan azul. Suponía que debía vestirme bien para un lugar como ese.

—Marcus —lo llamé al cerrar la puerta de mi cuarto. Permanecía dándome la espalda, con la vista clavada en la laptop de su escritorio.

Eran apenas las ocho de la mañana, y mientras Chase había ido a dormir el día anterior a casa de Tobias, Patricia trabajaba hasta las cuatro, así que no había nadie más que pudiera acercarme hasta allá.

— ¿Sí?

— ¿Podrías llevarme al... —Hice una pausa para volver a leer el nombre del lugar en mi teléfono— Centro Fotográfico de Northwest?

Marcus se volteó, confundido, como si le hubiera recitado un poema en holandés.

— ¿Dónde es eso? Jamás lo había escuchado.

Ya somos dos.

—En Capitol Hill —respondí, ubicándome a duras penas en Google Maps.

— ¿Qué vas a hacer tan temprano allá? —siguió preguntando con insistencia.

Ver fotografías, ¿no es obvio?

—Nathan tiene una presentación ahí con el coro y me pidió que lo acompañara.

Aquello pareció detener el interrogatorio.

—Bien, déjame cambiarte y te llevo.

Lo esperé por quince minutos, sentada en el sillón reclinable de su escritorio, dando vueltas como si eso pudiera entretenerme lo suficiente. Marcus, a diferencia de Chase, tardaba demasiado nada más en ponerse ropa y zapatos.

Bajamos las escaleras con lentitud, escuchando el tarareo que salía de sus labios. Parecía más disperso de lo normal. En lo que nos adentramos en la Santa Fe, inhalé el olor a naranja que salía por el ambientador junto a la calefacción.

—Había algo de lo que quería hablar contigo —me dijo apenas salimos de nuestra calle.

Marcus nunca quería hablar de nada más allá de lo debido, por eso hizo que me palpitara el corazón con más fuerza en cuanto pronunció aquello.

Yo no había hecho nada malo hasta ahora, no podía querer echarme un regaño. Aunque a decir verdad, Marcus nunca me regañaba, tal vez me malcriaba demasiado.

— ¿Sobre qué?

—Es... ese asunto del Baby Shower.

—Ah.

A pesar que aún no lo había dicho, su expresión me confirmaba que ambos pensábamos lo mismo sobre esa celebración.

— ¿Tú que piensas sobre eso? —me preguntó con cautela.

—Al principio no me convenció —admití, mirando a través del vidrio—, teniendo en cuenta la... naturaleza de la situación. Pero Patricia quiere sentirse normal por un minuto. No creo que le haga daño. Bueno, más del daño que ya está hecho.

Él se tensó de brazos, apretando con fuerza el volante.

—Tengo miedo que algo salga mal.

— ¿Algo cómo qué? —insistí.

—Solo no quiero que se sienta mal, Blaze. Todo eso puede ponerla triste al final del día, al notar como todo aquello simplemente... —A Marcus se le quebró la voz súbitamente.

Se veía pálido, como con ganas de vomitar.

—Ella está consciente de todo, creo que ya estamos en la etapa de aceptación. Solo quiere aprovechar su embarazo. Debemos estar para ella, ¿recuerdas?

Él asintió, cerrando los ojos. Parecía ser yo la voz de la razón, y no él como era de esperarse.

—No me parece aún una buena idea. Tu mamá y yo tuvimos una pelea por eso, pero al final tuve que aceptarlo por la visita de tus abuelos —murmuró, apretando los labios.

—Me lo imagino.

Él me miró de soslayo, esperando que no lo notara. No era ninguna sorpresa que mostrara su no tan secreta aversión por Patrick y Lena, los papás de Patricia.

— ¿Qué? —inquirió, marcándose así las líneas de expresión en su frente.

—Sé que los abuelos no son tus personas favoritas.

—Bueno, si tuviera que elegir entre salvar a Patrick y a Jimmy Fallon...

— ¡Si Jimmy Fallon es insoportable! —bramé con incredulidad.

—Pero es menos insoportable que Patrick.

Fue imposible no hacerme reír con aquello.

—Solo estarán aquí unos días, podrás con eso —le animé, sonriéndole por el retrovisor.

Marcus giró el rostro para verme con una seriedad inquebrantable.

—Ellos solo necesitan una hora para sacarme de quicio.

Si alguien me preguntara cual fue mi primera impresión al ver la galería, sería bastante fácil responder.

Siempre pensé que esos lugares serían vibrantes y llamativos por fuera, con colores resaltantes a la vista o materiales refinados que siempre daban el toque de estilismo, como paneles de cristal o columnas de mármol al estilo griego. Pero aquella fachada era de un tono gris oscuro con una textura rugosa, como si se hubieran olvidado de frisar las paredes de cemento. Un cartel verde con el nombre del sitio se extendía justo sobre la entrada principal, la cual estaba flanqueada por vitrinas transparentes para dar una vista al interior del local.

De lejos, lo hubiera confundido con alguna farmacia.

— ¿Segura que es aquí? —preguntó Marcus, igual de reacio que yo.

—Emm... supongo. Ahí dice el nombre.

—Bueno —dijo, alzando los hombros en señal de resignación—. Hoy tengo un almuerzo por el cumpleaños de un primo, así que no podré venir a buscarte. Llama a tu hermano.

—Creo que hoy tenía un partido —comenté, no demasiado segura—. Nathan me puede llevar de regreso.

—Está bien. Cuídate.

—Siempre lo hago.

Combinado con el ambiente denso a mí alrededor, donde la neblina cubría las altas edificaciones a la lejanía, y el rocío matutino goteaba sin mucha intensidad, el lugar podría figurar fácilmente en una lista de localidades deprimentes.

Una vez dentro, resultó más agradable. Era una galería pequeña, pero lo suficientemente espaciosa tanto en largo y ancho, como para pasar con libertad entre una muestra y otra. El techo estaba repleto de lámparas colgantes negras, las cuales emitían una luz blanca que permitía la perfecta evaluación de las fotos. Para mi sorpresa, si había columnas de estilo griego, solo que hechas de madera.

Una mujer en el recibidor junto a la puerta, me entregó un folleto con la información de los artistas de ese día.

Comencé a dar vueltas mientras tanto, zigzagueando entre los muros blancos que se erguían a mitad del pasillo, los cuales contenían las fotos más destacadas de la exhibición. Por un rato me quedé admirando unas fotos de mujeres en trajes victorianos, para luego seguir con cuadros de bosques y atardeceres. Eran bonitas, pero no era conocedora de la materia como para elogiar los ángulos, luminosidad o colores. Simplemente me parecían más estéticas que las fotos de Instagram.

— ¿Blaze?

Me sorprendió que se dirigiera a mí una voz femenina.

Jenna Barr, la mejor amiga de mi hermano y la manzana de la discordia en su relación con Melanie, me saludó con un abrazo.

—Hola, Jenna.

Nunca fuimos demasiado íntimas, pero había estado suficientes años en mi vida como para considerarla una amiga.

—Qué raro verte aquí —dijo, aún confundida por mi presencia.

—Vine porque Nathan y los del coro van a hacer la música instrumental de la exhibición.

— ¡Ah sí! —respondió con animosidad, dándose una palmadita en la frente—. Están arriba en la oficina de mi tío. Ahora bajan.

— ¿Esto es de tu tío?

— ¡Sí! —Me llevó del brazo para darme un tour por el lugar. Jenna podía parecer odiosa al principio, pero luego de entrar en confianza, resultaba ser totalmente lo opuesto. Era radiante y amigable la mayoría de las ocasiones—. Me dio trabajo como su asistente, así que siempre estoy por aquí.

—Te gusta la fotografía, ¿cierto?

—Claro. ¿Te acuerdas cuando te hice una sesión en octavo grado?

Jenna me había utilizado como su conejillo de indias hace algunos años, haciéndome un montón de maquillajes artísticos con colores neón. A Patricia le habían encantado tanto, que enmarcó un par.

—Siempre veo esas fotos. Paty puso algunas en la sala.

Ella era el tipo de personas que llenaba sus redes sociales con cuadros del paisaje, o fotos a blanco y negro de rostros que inmortalizaba mirando a la nada.

No le gustaba mostrarse ella, lo cual nunca había entendido. Siempre había sido una chica bonita de pelo corto y rasgos asiáticos que destacaban del resto. Era fácil entender porque Chase estuvo enamorado de ella hasta hace dos años.

Seguimos caminando un rato y Jenna mantuvo una detallada explicación sobre las muestras y sus autores, siendo yo apenas capaz de captar un diez por ciento de la información. En un momento, me quedé embelesada admirando un crepúsculo en medio de un río.

Ella aprovechó mi distracción para lograr el que imaginé era su cometido inicial.

—Blaze, ¿te puedo pedir un consejo?

Ya podía hacerme la idea de hacia dónde estaba yendo la conversación.

—Claro.

— ¿Crees que debería disculparme con Melanie por lo que pasó? —Inquirió, bajando la mirada en dirección al piso de granito—. Ya sé que ella y yo nunca hemos sido cercanas, pero sí la considero mi amiga. Se merece una explicación, ¿verdad?

Jenna había acudido a la persona menos adecuada para esto.

—Bueno... —dije, fingiendo observar un mural, pero en realidad trataba de idear una buena plática motivacional dentro de mi cabeza—. Melanie está al tanto de todo, pero no está demás que escuché personalmente de ti, que entre tú y Chase no hay nada.

—Henry me contó que terminaron. Últimamente no estoy mucho con ustedes porque no quería incomodar el grupo. Chase siempre será mi amigo, y sé que quiere a Mel, por lo que decidí apartarme. Ella debe saber que no quiero meterme entre ellos.

—Sé que a ella le haría bien escuchar eso de ti —insistí, esperando sonar sincera—. No tiene algo en contra tuya, ni tampoco te culpa por nada, solo necesitaba un tiempo de paz consigo.

—Lo último que quería era separar una relación —dijo, quebrándosele la voz.

—Jenna, no es tu culpa. Tampoco de Chase. Son cosas inesperadas que se dieron en el momento y trajeron consecuencias a futuro. Si hablamos técnicamente, estaban en su derecho de hacer lo que quisieran.

Ella me cogió la mano, sonriéndome con luminosidad y batiendo sus largas pestañas postizas.

—Gracias, no quería que pensaras mal sobre mí.

—Tranquila, no lo haría.

Seguíamos agarradas de manos, cuando Nathan apareció ante nosotras, bajando por unas escaleras negras provenientes del segundo piso. Traía su teclado enfundado a la espalda, mientras otro séquito de estudiantes lo seguían.

—Subiré a ver si mi tío necesita algo —se despidió ella, apartándose de mi lado y saludando con la mano a Nathan.

Él vestía una camisa abotonada negra sin mangas, y unos pantalones oscuros. Las semilunas violetas alrededor de sus ojos, estaban un poco más marcadas de lo normal.

— ¿Llevas mucho rato esperándome? —preguntó, luego de abrazarme e impregnarme de su característico olor dulzón.

—Unos veinte minutos. Jenna me hizo compañía.

Empezamos a caminar hasta el rincón trasero, donde había un espacio diseñado con una pequeña tarima de madera.

— ¿Cuándo comienza a llegar la gente? —inquirí, en lo que los demás estudiantes comenzaban a acomodarse.

—A las nueve y media. Los autores vendrán para exponer algunas cosas nuevas y hablar sobre los cursos que ofrecen.

— ¿Y a mí me citaste más temprano aquí? —pregunté en tono acusador.

Él me sonrió, despreocupado, rozándome la nariz con los nudillos.

—Conseguiste alguien con quien reemplazarme al menos.

— ¿Ahora vas a ponerte celoso de Jenna también? Pensé que habíamos superado esa etapa.

— ¡Deja de tergiversar lo que digo! —exclamó, riéndose. Cuando se reía, sus grandes ojos se reducían de una manera considerable—. Tendría demasiada competencia si también te gustaran las mujeres. Seguro no conseguiría llamar tu atención.

—No tienes de que preocuparte, tú tienes toda mi atención.

Como aun restaba media hora para iniciar, salimos a una farmacia que daba a la calle del frente. El señor de la caja me miraba de una manera lasciva y desvergonzada, haciéndome sentir incómoda. Aferré los puños sobre el cardigan para cubrirme un poco más poco y desvié la vista al piso.

Nathan, consciente de la escena, me rodeó por la cintura a señal de protección. Cuando salimos de la tienda, aún seguía rodeándome con demasiada fuerza. Era tanta, que comenzaba a doler.

— ¡Ese maldito asqueroso ni siquiera podía disimular! —soltó, molesto. Líneas de enojo atravesaban su frente fruncida—. Me dan asco esos viejos morbosos. ¡Podría ser hasta tu abuelo!

Era la primera vez que le veía en un estado tan alterado. Siempre solía ser la fuente de la tranquilidad.

—Amor, aún me estás agarrando —le dije, tratando de no empeorarle la actitud.

—Ah sí, perdón —se disculpó, haciendo círculos sobre el área afectada con la yema de sus dedos. Aún sobre la camisa, me gustaba su tacto—. Tenía que hacer algo para darle entender que tú... estabas acompañada.

La forma en como había hecho una pausa al final, me hizo dudar del verdadero desenlace que tuvo la frase.

— ¿Qué ibas a decir primero?

—Nada.

—Sí claro —bufé, tomando un sorbo del jugo de uva—. ¿Me ibas a decir que soy tuya? —pregunté con burla.

Él pareció vacilar unos segundos al tiempo que nos adentrábamos de nuevo en la galería.

—No se dice con palabras, lo que con acciones ya está sobreentendido.

— ¡Dios, que modesto!

Él sacudió la cabeza, seguramente arrepentido de aquel arrebato seguro y creído. A pesar que no solía decir cosas como esa, yo disfrutaba de cada una de sus facetas.

—No voy a decir que me perteneces como si fueras un objeto —aclaró, ahora plenamente serio—. Tú eres solo de ti, pero me gusta que te compartas conmigo lo suficiente.

—Me gusta cuando tratas de hacer comentarios que no molesten a mi lado feminista, pero tal vez me hubiera gustado que lo dijeras.

Él esbozó una sonrisa carismática, aquella que podría haber atraído a una multitud de gente buscando algún supuesto Dios que seguir. Yo habría estado de primera en aquella fila.

—Entonces, puedo decir con seguridad que eres mía y yo tuyo. Así ha sido desde que volví aquí, y espero que siga siendo de esa forma por mucho tiempo.

Fue imposible no crear miles de escenarios románticos en mi cabeza, o un montón de frases dulces y cursis para decir, pero como siempre tenía que arruinarlo, lo único que pude emitir fue:

— ¡Deja de ser tan posesivo! No soy un objeto.

—Odio caer en tus juegos.

Me besó justo antes de emprender nuestro camino de nuevo hasta la tarima, donde ahora el profesor del coro comenzaba a darles algunas indicaciones.

—Por cierto —le dije, antes que pudiera irse—, vas a tener que llevarme a mi casa al salir. Todos estarán ocupados y no pueden buscarme.

— ¿O sea que tendrás la casa sola?

Era imposible no imaginar el rumbo que tomaban sus pensamientos lujuriosos.

—Hoy no puedo.

— ¿Por qué no? —preguntó, dolido. Me miraba casi con súplica.

—Tengo el período.

—Oh —comentó, rascándose el mentón donde comenzaban a crecer los desprolijos vellos—. No puedes recibir, pero al menos si puedes dar, ¿cierto?

Miré a los lados con un movimiento rápido de cabeza, horrorizada por su falta de disimulo en un lugar público.

— ¿No puedes pasar una semana sin pensar en sexo? —reproché en un susurro disimulado, el cual atrajo una sonrisa ladina de su parte.

—Una vez que pruebas algo bueno, te haces adicto. No me culpes, los diecinueve trajeron más energía que nunca.

No pude evitar rodar los ojos y reír. Él alzó las cejas con exageración para darme a entender que iba enserio con la idea de su nueva y repotenciada lascivia.

Se subió a la tarima —aun con su carismática sonrisa— para que yo pudiera confirmar cada día más, como me encantaba escucharlo tocar. 

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