22. El lugar más oscuro

Jamás pensé que mi primera discusión en una relación se debería a los ingredientes a escoger en una pizza.

Nathan tenía un gusto extraño en comida, inclinándose por aquellos platos regazados del menú que seguramente solo había probado un cinco por ciento de la población. Antes de que nuestro acalorado intercambio de palabras pasara a mayores, el mesonero nos interrumpió para asegurarnos que podríamos pedir una pizza con dos mitades diferentes.

Escudriñé con la mirada como su pedazo contenía papas fritas, pollo y algunos vegetales. No podía entender quien en su sano juicio querría comerse una pizza así. 

—No me gusta la rúcula —pronunció, haciendo un mohín al ver cómo me llevaba un pedazo a la boca.

—Eso que estás comiendo no combina para nada. 

—Ese es claramente el punto.

El local donde nos encontrábamos, refulgía con luces de neón rojas a través de sus paredes, dándole un aire más de burdel que una pizzería familiar. Nathan me llevó allí con la excusa de que a uno de sus amigos le había encantado aquel lugar, reconocido por sus extrañas combinaciones, como pizza con chocolate y trozos de fresa. 

Habíamos pasado mucho tiempo juntos desde que iniciaron las vacaciones de diciembre. Melanie se había marchado a Oregón a casa de sus abuelos y Jonah voló al otro lado del país a estar con su papá. Sin mis mejores amigos cerca me sentía extraña, pero Nathan ayudaba a disipar el sentimiento de soledad que apremiaba con abrirse paso. 

Su compañía era preciada para mí, devolviéndome trozos de un sentimiento que creía perdido desde todo lo que había pasado con mi familia en los últimos meses. 

Lo único negativo que encontraba, era la manera en que los días parecían correr con más prisa cuando me sentía tan dichosa.

No era justo, pero supongo que no todo puede ser enteramente perfecto.

— ¿Puedo hacerte una pregunta? 

—Claro —respondí, jugando con mi vaso a medio llenar. 

— ¿Crees que nos hicimos novios demasiado rápido? 

Hice mi máximo esfuerzo por no atragantarme con el hielo.

— ¿Qué? —Solté aturdida, parpadeando como si de repente me costara observar con claridad—. Bueno... yo... ¿por qué la pregunta?

—Es que Kieran me dijo...

—Nada bueno puede salir de alguna idea si Kieran estuvo detrás de esta. Deberíamos enserio borrar a tu hermano de la existencia.

Logré hacerlo reír y aquello pareció disipar la pesadez del ambiente. 

—Lo sé, traté de no prestarle demasiada atención, pero luego el pensamiento se me quedó grabado y pensé...

— ¿Qué pensaste? —interrumpí, con los ojos centellando de curiosidad.

No podía creer que él estuviera teniendo segundos pensamientos sobre nosotros. Nos conocíamos desde niños, él siempre había estado ahí para verme caer de la bicicleta cuando no podía mantener el equilibrio, o cuando corría sin parar detrás de mi hermano con ninguna posibilidad de alcanzarlo. 

No era como si fuésemos dos completos extraños desde hace tres meses. Algunas partes de nuestra personalidad se mantenían de la infancia, y aquellas otras las descubríamos con el pasar de los días. 

Nos gustaba salir al cine a colarnos a diferentes películas hasta la noche, dar vueltas por la ciudad sin ningún destino aparente, o terminar teniendo largas conversaciones en el teléfono hasta la una de la madrugada.

Me había sentido diferente desde su llegada, apenas un roce de sus labios contenía el mismo poder al de un choque eléctrico, aquel con la capacidad de despertarme de un longevo sueño.

Cuando existía una persona especial, el tiempo parecía irrelevante.

—Ni siquiera sé cuál es tu color favorito o tu canción favorita. 

— ¿Era eso lo que te preocupaba?

—Un poco.

—Blanco, y Creep de Radiohead.

Él abrió los ojos, impresionado.

—No pensé que escucharas ese tipo de música —comentó, rascándose la parte baja de la nuca.

— ¿Me creías una irreparable fan de Taylor Swift y One Direction? 

—Honestamente sí.

Traté que su actitud prejuiciosa no me molestara. Yo misma le había dicho que era un nerd por leer fantasía.

—Me gusta todo tipo de música, escucho mucho la radio. 

—Bueno, mi color favorito es el vinotinto —contestó él, con una amplia sonrisa que mostraba ambas hileras de dientes.

Deslicé mi mano a través de la mesa para encontrar sus dedos. 

—No tendría sentido si ya conociéramos todo el uno del otro. Las relaciones son para eso, ir desenterrando cada pequeño detalle de tu pareja a partir del tiempo que empiezan a pasar juntos.

—Conozco muchas relaciones actuales con miedo al compromiso. Son todo y nada a la vez.

—Pues yo quiero un todo —aseguré, con una voz dulce no muy propia de mí—. No deseo estar con alguien más, ni tengo miedo del qué dirán. Me gusta lo que tenemos, no debemos rendir cuentas a nadie por nuestra relación.

El castaño pareció volver a respirar con normalidad luego de aquellas palabras tranquilizadoras.

Siempre había pensado en el marrón como un color aburrido e infravalorado, siendo el protagonista de muchos ojos comunes, los cuales no parecían entrar en competencia contra el azul eléctrico o el verde esmeralda. Pero la forma en como los ojos de Nathan destellaban cada vez que sentía preocupación, alivio o excitación, me hacía cuestionarme si el blanco seguía siendo realmente mi color favorito.

—Lo que dije fue estúpido. Debería tener más confianza en nosotros.

—El ser humano es desconfiado por naturaleza, es normal tener dudas sobre todo aquello que nos rodea.

—No sobre todo —confirmó, haciéndome capaz de leer entre líneas a que se refería. 

Con cada día que pasaba, entendía mejor que me estaba volviendo adicta al sosiego que él me proporcionaba.

Luego de la cena, Nathan condujo con rapidez en dirección al muelle 57, con la noche ya caída en un cielo negro tallado por puntos blanquecinos. 

—Llegaremos a tiempo —aseguró, aumentando el volumen de la radio donde sonaba una canción de Maroon 5.

—Más te vale, ya me ilusionaste con la idea.

Más allá del horizonte, podía observar como la Gran Rueda de Seattle se alzaba imponente contra el paisaje oscuro que la bordeaba. Sus luces led eran un espectáculo que me entretenía ver mientras el auto seguía su camino.

—Nunca me dijiste tu canción favorita —le reproché al hacer memoria. 

—The Scientist de Coldplay.

—Por supuesto que era esa, va con tu imagen de chico triste y misterioso.

— ¡Yo no soy misterioso!  —replicó, poniéndose a la defensiva—. Además, tu canción favorita va perfectamente con tu imagen de desadaptada, fría y reservada.

Había sentido una conexión especial a la letra luego que Chase me la mostrara. Él era el que solía escuchar ese tipo de bandas grunge. 

Crecimos en Seattle, rodeados por este conocido estilo musical, y más de una vez mi hermano me había arrastrado a conciertos de homenaje en el centro. Con el tiempo, y mucha instrucción de su parte, pude expandir mi horizonte musical más allá de lo pensado.

—Debo admitir que nuestros gustos son un poco depresivos. 

—Se supone que la música debería ayudar con nuestros estados de ánimo. No hundirnos más a fondo un poco más en ese hueco triste y solitario.

— ¿Cómo podemos no sentirnos emocionalmente inestables cuando está sonando She Will Be Loved? —le dije, señalando la radio con el dedo. 

—Buen punto.

El auto se estacionó frente al muelle, y antes que Nathan pudiera poner un pie fuera, ya yo me encontraba corriendo en dirección a la taquilla. Echó a andar tras de mí cuando fue consciente de la escena, guardándose las llaves con dificultad en el bolsillo trasero de su pantalón.

Faltaban diez minutos para las nueve, así que ordené a mi cuerpo moverse como nunca lo había hecho antes. Nathan era más rápido que yo, gracias a sus piernas largas y su habilidad innata de corredor, por lo que llegó una milésima de segundo antes a la caja, donde una mujer profería una risa por vernos a ambos tan acelerados.

—Tienen suerte, esta es la última vuelta de la noche. Estamos por cerrar —nos informó al darle a Nathan el cambio. 

—Te dije que íbamos a llegar a tiempo —reprocho este con una sonrisa de autosuficiencia. 

Nos formamos en la fila, mientras las personas se iban adentrando a sus respectivas góndolas en la Gran Rueda. Solo había tomado el paseo dos veces durante el día, pero Nathan aseguraba que por la noche podríamos admirar la ciudad iluminada desde una altura de noventa y cinco metros. 

Nos introdujimos en la góndola junto a otras seis personas. Apreté con fuerza su mano en lo que la rueda comenzó a moverse en dirección al cielo, con sus luces refulgiendo en un espectáculo de destellos blanquecinos.

La rueda proporcionaba una vista espectacular de la moderna arquitectura del centro, la cual se mantenía iluminada por sus luces parpadeantes, pareciendo ser estrellas bajadas del cielo a la tierra. La despejada noche, apenas mostraba la silueta de las montañas a la distancia. Bajo nosotros, oscuro y sereno, se extendía el estrecho de Puget, con sus heladas aguas del Pacífico bordeando la ciudad. 

—Casi no veo el Space Needle desde aquí —ironizó Nathan, señalando la torre monumental que se erguía imponente al centro de la ciudad.

—Ya no estoy segura que mi vista favorita sea desde el Space Needle. Todo desde aquí se ve hermoso. 

—Otro día haremos un viaje hasta allá —prometió, afianzando nuestro agarre—. Mi mejor amigo siempre quiso visitar Seattle, quería conocer la casa de Pearl Jam.

— ¿Quién?

—Son una banda de rock de los ochenta. Él parecía un alma vieja atrapada en un cuerpo de diecisiete.

—Puedes invitarlo a venir hasta aquí y le haremos un tour por la ciudad. Seguramente querrá ir a uno de sus conciertos donde tocan un montón de rock pesado.

La sonrisa de Nathan pareció extenderse de manera triste a través de sus labios, tironeando ligeramente las comisuras hacia arriba.

—Murió cuando tenía diecisiete, pero sí Blaze, seguramente le hubiera gustado ver algo como eso.

Hice mi máximo esfuerzo por no transformar la mueca de mi cara en una de sorpresa. 

Siempre supe que había algo que lo perturba más allá de lo que se podía ver con facilidad. Solía tener algunos cambios de humor, convirtiéndose en una persona reservada y seria, como si llevara algo contenido dentro de sí que no le dejaba de resonar con eco. Algunas veces se perdía en sus propios pensamientos, pudiendo pasar un buen rato antes de sumergirse de nuevo en su frecuente actitud apaciguada.

— ¿Eso era lo que evitaste decirme antes muchas veces? 

—Apuesto a qué te preguntas por qué repetí el tercer año. —Yo asentí, jugando con la tela de mi blusa azul floreada—. También por la cicatriz de mi abdomen, y el por qué no me gusta que me digan Nate.

—Jamás he querido presionarte. 

—Eso es algo que me gusta de ti. Somos parecidos en ese aspecto, con nuestras propias batallas personales de las cuales odiamos hablar. 

—Si quieres puedes hablarme de eso ahora.

Esperaba que mi pregunta no le incomodara. Me alegró saber que no lo hizo. 

—El día que tuvimos la conversación en las gradas era su cumpleaños. Estaría cumpliendo diecinueve este año. Por eso estaba algo sombrío ese día y las semanas que siguieron a esa, pero tú lograste hacerme sentir mejor con tus prejuicios sobre Narnia y esa frase en francés alabando mis ojos.

—Aún estoy esperando que me prestes el segundo libro —recordé con una sonrisa antes de seguir hablando—. ¿Qué le paso a él?

—Diego era mi amigo desde primer año. Llegó de Nicaragua sin saber hablar mucho el idioma y me asignaron como su guía en la clase de Inglés. Desde ese momento estuvimos siempre juntos. Se convirtió en uno de los mejores alumnos en la clase de matemáticas, incluso representó a nuestra escuela en unas olimpiadas y quedó en tercer lugar. 

—Se escucha como un buen amigo —dije, luego que Nathan se calló por unos segundos. 

Sus ojos se mantenían desprovistos de algún rastro de lágrimas, pero algo en sus movimientos delataba el gran esfuerzo que hacía por relatar aquello.

—Lo era, y tal vez yo no lo fui tanto. —Traté de tocar su hombro, pero él se retorció, dejando vacío el lugar donde mi palma buscaba su contacto—. En las vacaciones de primavera llevé a Diego a algunas fiestas con los hijos de los colegas de mi papá. Me gustaba ese mundo, aunque no formaba total parte de él. Nos divertíamos mucho jugando a ser famosos por una noche.

»Nos invitaron a una discoteca que según estaba atestada de celebridades. Ya los chicos estaban bastante borrachos para manejar, pero Diego insistió que quería ir y yo accedí. No sé porque no tomé el control de aquel carro, yo... tal vez... no lo sé. A lo mejor pudo ser diferente. 

Nathan pareció quebrarse en ese instante, pero su rostro seguía inescrutable, con sus facciones rígidas como el acero.

La nostalgia se hizo presente tras sus ojos aligual que un fantasma del pasado.

—Tranquilo. Está bien, ya no...

—Nos volcamos en una curva por Hollywood Hills. Lo último que recuerdo, era Diego llamándome Nate mientras se reía borracho —me interrumpió. Tenía que decírmelo, no podía guardarlo por más tiempo—. Solo yo y otro chico sobrevivimos. El auto quedó irreconocible, Blaze. Tuve fractura en tres costillas, me explotó el bazo y tuve que usar tornillos temporales por una fractura de mi pierna derecha. Estuve prácticamente inmovilizado por dos meses. Pero nada dolió tanto como saber que Diego había muerto, y que era mi culpa por haberlo llevado a esa maldita fiesta. 

En estos momentos, Patricia diría que el destino estaba escrito, que la muerte de Diego era una cruel realidad destinada a suceder sin nada que se pudiera hacer para detenerla.

Yo por mi parte, creía en el efecto mariposa. Tal vez si Nathan y Diego no se hubieran subido a ese auto aquel día hace dos años, él no hubiera encontrado su muerte al final del túnel. 

De igual manera, no había nada que se pudiera hacer. Hace mucho que se había ido, dejando a Nathan destrozado, con el peso del mundo desmoronándose sobre sus hombros cansados, creyendo que la muerte de su mejor amigo era su culpa. 

Estaba segura que en su lugar, yo también me hubiese culpado.

—Estábamos en la recta final ese año, Diego y yo tomaríamos el SAT en mayo y queríamos ir a la Universidad de California. Él aplicaría a alguna beca para entrar en la Facultad de Ciencias y yo solo sería el Robin de su inteligente Batman, confiando en que mi papá me pagaría los estudios en la Facultad de Cine —dijo, con una mirada esperanzada, como si aún existiera una mínima posibilidad de aquello solo fuera algo más que solo un sueño roto—. Teníamos todo planeado, ¿sabes?

Solo asentí. Aún no tenía mi futuro planeado, pero últimamente podía vislumbrar una luz más allá del horizonte, junto a Chase, Melanie y mis padres. Ahora Nathan parecía sumarse a aquel esperanzador y hermoso panorama.

—No llevaba muy buenas notas y pensaba recuperarme en el último corte, pero como notarás, todo se fue a la mierda. No quise tomar los exámenes recuperativos o asistir en verano para equipararme. Decidí que repetiría el año, no quería graduarme sin él. Mis padres se volvieron locos, diciendo que afectaría mi entrada a la universidad, pero ellos no entendían que ya no quería ver más allá. Era como si una parte de mí se la hubiera llevado la culpa. Pensaba que Diego llegó aquí buscando una nueva vida y yo solo había desencadenado su muerte.

Nuestras miradas se dirigieron al agua serena mientras dábamos nuestra última vuelta. El cielo negro parecía una mancha oscura interminable, rodeando el paisaje iluminado por la ciudad esmeralda.

—Fuiste muy duro contigo. No todo fue tu culpa, no podías prever lo que pasaría.

—Esos meses fueron difíciles. No salía de casa, no hablaba con mi familia, vivía encerrado en mi cuarto sin poder dormir. Me volví adicto a las pastillas para conciliar el sueño, pero me generaban demasiados efectos secundarios y mis padres empezaron a notarlo. Un día se me dificultó respirar y tuve un desmayo frente a ellos. Todo cobró sentido cuando encontraron los frascos de Clonazepam en mi baño.

—Tenías un problema —aseguré en tono tranquilizador, aunque sus palabras dolían como el impacto de una bala—. Estabas sufriendo y esa fue tu manera de encontrar calma.

—En parte, es cierto. Claro, me llevaron a un psicólogo para que me ayudara a superar la adicción y a darle sentido a mi vida de nuevo.

—Me alegra saber que pudiste superarlo. 

—Al momento me sentía bien, pero luego que se acababa el efecto, me daba cuenta que no me quedaba nada, solo el dolor. No tenía ninguna verdadera excusa para lo que estaba haciendo, porque eso no me daba mejoras, más bien empeoraba todo.

— ¿Probaste... alguna otra cosa? —pregunté con cautela, esperando no sonar demasiado curiosa.

Él no pareció afectado por mi mención. Una parte de mí, agradecía que fuera tan transparente en sus emociones, pues me era fácil adivinar que pensaba nada más por sus gestos.

—Algunas veces consumía marihuana. No era una buena acompañante con las pastillas, me hacía sentir incluso más fatigado —admitió—. No te mentiré, fue difícil al principio, estaba reacio a avanzar y dejar atrás el accidente. Pero como te lo dije una vez, no valió de nada el tiempo que perdí sintiéndome en la mierda. Me aislé creyendo que así solucionaría algo o disminuiría mi dolor, pero solo empeoró al encerrarme en una burbuja lejos de la gente que me apoyaba.

—Puedo imaginar lo difícil que fue para ti y tu familia. He pasado por situaciones como esa. Claro, no de aquella magnitud, pero te entiendo.

Trataba de que aquellas palabras de consuelo fueran suficientes para mostrarle que estaría ahí siempre que lo necesitara. 

—Por eso no quiero que te aísles, Blaze. No quiero que termines como yo. Me tardó bastante entenderlo.

— ¿El qué? 

—Que el lugar más oscuro se encuentra en realidad dentro de nuestra propia mente.

En ese instante, la góndola volvió a tierra firme y abrió sus puertas. Nathan me jaló fuera del asiento, sosteniéndome por la cintura. Volvimos al muelle en silencio, donde la rueda acalló el silbido de su movimiento y las luces blancas se desvanecieron en un susurro.

Yo misma había comprobado que mis propios pensamientos aumentaban con creces mis inseguridades, sembrando ideas que amenazaban con llevarme por aquel sendero flanqueado con mis peores momentos.

Creía que nuestro subconsciente se dividía en dos alter egos, y si no teníamos cuidado, podíamos terminar alimentando demasiado a esa parte oscura, cuyo objetivo era arrastrarnos por un vórtice lleno con las sombras de nuestros peores miedos.

—Gracias por contármelo. Sé que te costó abrirte conmigo y estoy feliz que lo hayas hecho —murmuré, apoyándome de la puerta del copiloto antes de adentrarme al asiento de cuero.

Nathan bordeó el auto para posicionarme frente a mí. Descansé mi nariz sobre la curva de su cuello. 

—Agradezco que me hayas escuchado, necesitaba ser honesto contigo. Tú misma lo has dicho durante la cena, todo se trata de ir relevando poco a poco los detalles.

—Podría acostumbrarme a más salidas como esta —susurré, aún con miedo a apartarme y romper el íntimo momento.

Siguió abrazándome mientras la brisa nocturna nos acariciaba el rostro a ambos. Todo era tan tranquilo y pacífico, como si de alguna mágica manera, se hubieran exteriorizado los sentimientos que estábamos teniendo dentro de nuestro ser. Solo había calma.

Si había algo que me hacía sentir un poco más tranquila, era conocer que él tenía sus propios demonios al igual que yo.  

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