20. La pregunta

Patricia me había regalado un vestido color terracota con los hombros descubiertos, el cual exponía a la perfección lo pálida que se había tornado mi piel estos últimos meses. 

Por suerte, mis papás aceptaron con gusto que Jonah cenara con nosotros, pero estaban algo perspicaces sobre mis verdaderas intenciones de porque lo había invitado. No tenían ni la mínima idea de lo que pasaba en realidad. 

—Traje la cerveza —dijo el pelinegro a modo de saludo en lo que abrí la puerta principal.

Su cabello estaba levemente más corto a los lados, pero los mechones rizados seguían acariciando su frente. Vestía un suéter cuello de tortuga rojo que le daba un aire sofisticado.

Se introdujo en la sala para saludar a mi hermano, el cual permanecía sentado en el sofá. Para gran mi sorpresa, ambos se dieron un ligero abrazo en señal de fraternidad. Perdieron mi atención en lo que abordaron una conversación sobre un juego de la NBA, así que lo tomé como una señal para escabullirme de su presencia y me adentré en la cocina. 

Patricia se mantenía en movimiento, agitando con cada paso su cabello recogido en una cola. Caminaba por la cocina, dando los últimos detalles a la comida y puliendo la porcelana de los platos que solo utilizábamos en ocasiones especiales. 

Mi vista se posó en su vientre, el cual ya lucía un poco más crecido por la vida que se formaba dentro de ella. Las imágenes que acababa de ver hace un rato me nublaron la vista como una ráfaga.

—Hola, Jonah. Qué bueno tenerte aquí hoy, me alegro que nos acompañes —dijo Paty, en lo que este la deleitó con su presencia. 

—Gracias, señora Patricia. No pensaba presentarme aquí con las manos vacías —repuso el chico, dándole un beso en la mejilla y señalando los six-pack que yo sostenía.

—Disfruten ustedes de eso —dijo, risueña, acariciando su vientre con movimientos circulares—. Yo por mi parte me quedaré con el agua. 

Un pensamiento cruel me abordó; no era posiblehacerle más daño al bebé, así que no habría diferencia alguna si ella ingeríaalcohol. Decirlo sonaría absolutamente retorcido, así que devolví la frase alos rincones más recónditos de mi cerebro.

— ¿Ya le dijiste lo de Nathan? —preguntó Jonah, al tiempo que nos desplomábamos  en el sofá de la sala.

Había llegado el temido momento de la noche, donde yo no sabía qué carajos iba a hacer.

— ¿Decirle qué? —fue Chase que respondió. 

Llevaba una camisa de botones color amarillo pastel, la cual permanecía ligeramente abierta, mostrando así las marcadas líneas de su clavícula. 

—Que son novios.

— ¿Lo son? —repuso este en mi dirección. Abrí la boca para responder, pero la cerré de golpe con expresión dubitativa. Ambos chicos de pelo oscuro me miraban intensamente—. ¿O solo están cogiendo y ya? No vayas a malinterpretar las cosas, Blaze.

— ¡No estamos cogiendo! ¡Y no todo es el maldito sexo! —chillé, tratando de no alzar la voz.

Chase parecía contener las ganas de reírse en mi cara. 

—Todo en el mundo es sobre sexo, excepto el sexo. El sexo es sobre poder —recitó mi hermano, levantándose del sofá para perderse escaleras arriba.

—Esa frase es de Oscar Wilde —apuntó Jonah.

—Buen dato, amigo. 

—Sobre lo que dijo tu hermano... —comenzó, pero levanté una mano para interrumpirlo.

—Cállate, Ray.

—Primera vez que me llamas así —dijo él, sorprendido.

— ¿Por qué te llaman así de todos modos?

El chico se encogió de hombros y se revolvió con inquietud, pasándose un almohadón en dirección a su regazo. 

—Me llamo igual que mi papá, pero mi mamá se rehusaba a decirme "Jonah Jr.", así que desde pequeño me apodaron Ray —explicó—. Tú y Mel son las únicas que me llaman por mi primer nombre.

En ese instante, unos nudillos llamaron a la puerta. Antes que mi cerebro pudiera procesar la información para poner en acción los músculos de mis piernas, Patricia salió disparada hasta la puerta. Los Hoffman se adentraron a nuestra sala, con un rico olor a arándanos tras ellos. 

Traté de actuar lo más natural posible, pero ya un montón de hormigas imaginarias me caminaban por la piel, poniéndome los pelos de punta, tanto en el sentido literal como figurativo. 

—Este es Jonah Raymond, un amigo de los muchachos —presentó Patricia, moviéndose entre la masa de cuerpos. Su falda larga ondeó al tiempo que tomaba a Jonah por los hombros para terminar la introducción. 

En ese instante, observé que Nathan hacía su máximo esfuerzo por no saludarme con un beso. Estrechó la mano de Jonah un poco reacio, escudriñándolo con la vista.

—Blaze —saludó Kieran, dándome un casto beso en la mejilla—, casi te ves bien. Hago énfasis en casi.

—No sé quién te dijo que lo traías puesto te combinaba —repliqué para hacerlo molestar. 

Kieran rodó los ojos y revolvió el cabello que tanto me había esforzado en alisar. 

—Hey —saludó Nathan, poniéndose frente a mí.

—Hola, Nathan.

Él estaba hermoso, y si había alguna cualidad más allá de hermoso, pues también se la merecía en ese instante. Traía una camisa de vestir azul pastel, con las mangas blancas arremangadas hasta la mitad del antebrazo, realzando así las venas de su brazo descubierto. Sus pantalones negros hacían juego con sus zapatos estilo Lacoste de cuero. El frío de afuera le había realzado el color de las mejillas y la punta de la nariz. 

—Te diría que te ves muy bonita, pero eso ya es algo normal en ti —comentó en voz baja. 

Fue imposible no sonreír como tonta. 

—A las mujeres les encanta escucharlo.

—Entonces, te ves bonita. Y déjame decir que bastante. 

Hizo un gesto para acariciar mi mano de manera furtiva, pero me alejé rápidamente, sonriéndole a modo de disculpa. 

— ¿Quién quiere una cerveza? —pregunté con demasiado entusiasmo, alejándome del grupo.

— ¡Así es que me gusta que me reciban! —chilló Kieran, frotándose las manos. 

Todos los demás corearon asentimientos, pero Nathan fue el único que no se mostró deslumbrante, mirándome aún extrañado por mi actitud. 

No podía recordar cuando fue la última vez que tuvimos una cena que se sintiera tan numerosa y familiar, siempre habíamos sido los cuatro principalmente.

Los padres y el hermano de Patricia vivían en Florida, apenas les veíamos una o dos veces por año. Por otro lado, la mamá de Marcus había muerto hace algunos años,  y manteníamos poca relación con sus primos lejanos que también vivían en Seattle. 

Esto era diferente, se podía percibir la vibra armoniosa entre adultos e jóvenes, todos participando en una misma conversación donde solo existían las risas y el sentimiento de unidad. Incluso Jonah parecía estar siendo parte de esta; encontré su mirada brillante por unos segundos, los cuales fueron suficientes para confirmarme lo bien que la estaba pasando.

A la hora de cenar, nosotros nos dirigimos a la cocina debido al acortado espacio de nuestra mesa del comedor. Los muchachos no paraban de hablar de cómo habían vencido al equipo de Ballard en el primer juego de la temporada. Nathan y yo, ajenos a todo ese mundo, solo nos dedicamos a mirarnos el uno al otro en silencio.

Luego de terminar, salimos en dirección al patio, dejando a los adultos con sus aburridas conversaciones. 

—Natalie Portaman, Anne Hathaway y Emma Stone —vociferó Kieran en ese momento, enumerando con sus dedos.

—La pusiste demasiado difícil, cabrón —soltó Chase—. Está bien, son unas diosas las tres, pero debo decidir. Me caso con Anne, me cojo a Emma y mato a Natalie. Perdóname Padme Amidala.

—Yo me hubiera cogido a Natalie y matado a Emma. Hay algo raro en su sonrisa —comentó Jonah, dándole un trago a su cerveza. 

Nathan y yo nos dispusimos en la barra del bohío; los asientos contiguos permitían el leve roce de nuestros hombros. No me preocupé por nuestra cercanía, no pensaba en la posibilidad que nuestros padres llegaran a salir. 

— ¿Ya te decidiste sobre el recital? —inquirí, algo ansiosa.

El castaño suspiró con fuerza y envolvió mi mano con la suya. Su tacto me proporcionaba calor ante una noche tan helada. La música de los muchachos apenas era un ligero silbido sobre nuestros oídos, parecía que nuestro silencio retumbaba con más fuerza. 

Me hubiera gustado estar solos para así recorrer su cuerpo con más libertad; conocernos de una manera más íntima de lo que lo habíamos hecho en la fiesta hace semanas. Su piel podía llegar a ser tan suave, que por mi mente divagaban un montón de pensamientos libidinosos que involucraban demasiados roces. Añoraba así fueran unos diez minutos de privacidad.

Cualquiera que dijera que las mujeres no deseaban el sexo tanto como los hombres, estaba equivocado.

— ¿Dónde queda ese teatro? Necesito la dirección para mañana. 

 No pude evitar soltar una risa emocionada, abalanzándome contra él. 

—Te paso la ubicación más tarde —dije, sin poder evitar perderme en el color de sus ojos y los lunares de cuello—. ¿Podré ir a verte?

—Eso sí que no. Si quedo elegido, quiero que la primera vez que me veas tocar sea en el recital —dijo, besando fugazmente mi frente.

—No me parece justo, Nate. 

— ¿Qué dijimos del Nate?

Proferí un sonido de fastidio al sentirme como niña regañada. 

—No entiendo que tiene de malo.

—Preferiría no hablar de eso —dijo con seriedad, y yo solo asentí.

No insistiría con un tema a sabiendas que no era de su agrado, pues yo misma detestaba el sentirme presionada a contar algo que no quería. De alguna manera, podía verme reflejada en Nathan, encontrándome ahora al otro lado de la situación. 

—Buscaré otras cervezas. 

Al deslizarme tras la puerta de la cocina, me encontré con Patricia sirviéndole a Vivian una copa de vino. Las dos cuchicheaban por lo bajo, como si estuvieran compartiendo información ultra secreta. Notablemente tensas, se callaron al verme. 

Vivian me miró con dulzura, pero Patricia lucía como si quisiera matarme. 

—Blaze —pronunció con dureza. Mi nombre nunca había sonado tan mortal—. Tienes un tiempo perfecto para llegar, pues Vivian me estaba contando algo muy interesante.

—Yo... Chase me está llamando —dije, haciendo un gesto para darme la vuelta.

—Te quedas aquí.

Tragué saliva, estirando el brazo para cerrar la puerta, manteniendo aún la cabeza gacha. 

—Perdón, Blaze. No sabía que era un secreto, juraba que tu mamá estaba enterada —dijo Vivian, apenada. 

Había sido tan estúpida que olvidé por completo que la mamá de Nathan supiera algo y se lo comentara a Patricia.

Idiota. Idiota. Idiota. 

— ¿Cuándo me pensabas decir que tenías novio? Y para colmo, que era Nathan —inquirió ella en tono acusador. 

—Se me olvidó. 

Yo era buena para mentir, pero en ese instante me bloqueé por completo, soltando el primer comentario que me vino a la mente. 

—Iré a la sala, ya Charlie debe estarse preguntando donde está el agua que me pidió —comentó Vivian, incómoda. Salió de la cocina casi corriendo, sorprendentemente sin ningún agua en la mano. 

Patricia se volvió en mi dirección, renuente a dejar pasar por alto aquella situación. 

—Siempre te he dado la confianza para hablar conmigo, Blaze. Pensé que estábamos mejorando en ese aspecto. Últimamente todo va bien entre nosotras. ¿Por qué no me lo dijiste? —insistió, con la nota dolida bastante latente.

—Yo... yo estaba esperando que fuera algo más serio para hacértelo saber —titubeé.

—Al parecer para Nathan es lo suficientemente serio, pues su mamá estaba enterada, a diferencia de mí.

—Es que yo no estoy segura de... bueno, si él y yo...

— ¿SÍ ÉL Y TÚ QUE? —repitió, alzando la voz, un poco desesperada por tratar de entender el panorama completo de la situación.

— ¿Por qué estás gritando? —preguntó Marcus, entrando a la cocina con los ojos azules desorbitados. 

—Al parecer tu hija tiene un novio y nosotros éramos los únicos ignorantes sobre esta situación —respondió ella, señalándome con un dedo acusador que parecía hacer el mismo efecto que una daga sobre el cuello. 

Marcus abrió los ojos, sorprendido ante la declaración de Patricia, pero luciendo incómodo por estar presente en una conversación de aquel índole. Tal vez, en ese instante olvidó todas aquellas charlas sobre los hombres que había querido darme. 

—Bueno, ya nos estábamos haciendo la idea que ella y Jonah... —comenzó él. 

— ¡El problema es que no es Jonah, es Nathan! —repuso Patricia, tratando que Marcus se contagiara de indignación al igual que ella.

— ¿De verdad? Eso es todavía mejor, ¿no? —preguntó en dirección a Patricia, radiante. Ella casi lo cacheteó con la mirada—. ¿Qué? ¿No la dejamos tener novio?

—¡Claro que la dejamos! —chilló Paty, ofendida.

Estaba demasiado hormonal, con un humor cambiante durante aquel reclamo hacia mí. Lo atribuí al embarazo, así que traté de no perder los estribos.

—Amor, estoy seguro que Blaze tenía sus razones para no decírnoslo aún. Tampoco debemos invadir sus privacidad, ya sabes que...

— ¿Me estás llamando hostigadora, Marcus? ¿Acaso quieres decir que no dejo en paz a nuestra hija? —interrumpió esta en tono seco.

— ¿Qué? ¡No! Ni si quiera sé que significa esa palabra —exclamó él, desesperado. 

Los dos se embargaron en una discusión sobre "tú dijiste", debatiendo sobre todo menos el tema principal.  Permanecí recostada de la puerta al tiempo que mis piernas flaqueaban. Sentí que podía caer muerta en ese instante frente a ellos. Mi cabeza estaba a punto de estallar. 

Este había sido el tipo de escándalo que quería evitar, pero sin ninguna intención, terminé creándolo igual que siempre. 

Escuché un sonido afuera que me hizo volver a mis cabales, saliendo de mi nube gris de pensamientos. 

—No he dicho nada porque aún no me lo pide —pronuncié con voz clara, haciendo que me prestaran atención de nuevo—. Estaba esperando que lo hiciera para contárselo a ustedes. Claro que confió en ti, Paty. Sabemos que en estas últimas semanas he... actuado diferente.

Hice mi máximo esfuerzo por sonreír de una manera sincera. Lo que había dicho era en parte cierto, así que no me permití sentirme mal.

—Ves, amor. Todo tenía una explicación —comentó Marcus, triunfante. No pude sentir mayor deseo de abrazarlo en ese momento.

—Oh —dijo Paty, bajándole como diez decibeles a su insistencia—. Perdón, Blaze. Ya sabes cómo me tiene esto del embarazo. No era mi intención ponerme así.

—Descuida, todo va bien entre nosotras. No querría arruinarlo de ninguna manera, créeme. 

Ambos besaron mi frente con ternura, para después abordar la típica charla de "cuídate, eres una señorita y debes darte tu puesto". Yo me limité a asentir, dándoles la razón a cada frase retrógrada y gastada. Esta era la primera vez que hablábamos sobre mi vida amorosa y supuse que era un tema inexplorado para ellos también. 

Dejé la puerta cerrarse tras de mí en lo que salí al oscuro garaje. Con el corazón desbocado, di un respingo cuando vi a Nathan recostado de la pared. Su figura estaba oculta por las sombras, y salió de estas para convertirse en una mancha azul, difuminada por la serpenteante oscuridad.

Antes que pudiera decir algo, me tomó de la mano para llevarme al frente de la casa, donde las luces de los faroles nos envolvieron.

—Escuché lo que les dijiste. —Tragué saliva y deposité mi mano sobre su mejilla. Sus palabras habían salido con demasiada seriedad—. ¿Por qué no se los habías contado? 

—Bueno...

—¿Te da vergüenza? 

—No necesariamente es vergüenza. 

— ¿Y entonces? ¿No estás segura o qué? —preguntó, con una nota de angustia presente.

—¡Claro que estoy segura! —respondí con urgencia, temerosa del hilo que formaban sus pensamientos. 

Cerró los ojos con pesadumbre, pero pareció tranquilizarse luego de unos segundos. 

—Te he visto con Jonah. Pensé que tal vez ustedes... —Sacudió su cabeza, desligando nuestro contacto. Mi mano cayó al vacío, sintiéndose repentinamente deseosa de transmitirle todo lo que quería decir por medio de aquel roce—. No suelo ser una persona celosa. Puede molestarme una que otra cosa, pero no te lo diría, no querría desconfiar de ti. Y también está lo que pasó con Tobias. Los veo a ambos todos los días, son tus amigos y...

— ¿Cómo sabes lo de Tobias? —interrumpí sin poder contenerme.

Sentí una ola de rabia invadirme, pero respiré con suavidad, tratando de no hacer un lío sobre eso. 

Repentinamente nervioso, desvió su mirada de la mía. 

—Blaze...

—Te escucho.

—No debería haberlo dicho. 

— ¡Pues mala suerte! ¡Ya lo dijiste, así que ahora habla, coño! —grité, dando un paso al frente.

Nathan se echó hacia atrás instintivamente, confundido por mi cambio brusco. En ese momento, me di cuenta que había hecho lo que estaba evitando: un lío.

—Solo sé lo que me contó Kieran. Al parecer, Chase le reclamó a Tobias algo sobre ustedes dos en las duchas después de un entrenamiento. Creo que no fue algo muy serio, pues se arreglaron al momento.

Me quedé plantada en donde estaba, esperando no asustarlo más. 

Sentí molestia hacia Chase por haber reavivado un problema de hace meses, pero no podía impedir que mi hermano tuviera aquella conversación con su mejor amigo, pues estaba segura que había bastante que tenía por decirle. Al menos me alegró que no pasara a mayores.

— ¿Todo bien? —insistió. 

—Sí.

— ¿Segura?

—Mierda, ya dije que sí —repetí, irritada. 

Nathan me quedó mirando como si fuera algo inescrutable para él, y seguramente lo era. Mi actitud era un verdadero dilema, además de una real mierda.

Quise darme la vuelta y caminar cuesta abajo mientras despejaba mi mente. No quería que el caos saliera a flote otra vez, ya que así seguramente terminaría por darse cuenta con quien en realidad estaba saliendo.

De alguna divina forma, no pude efectuar dicho movimiento. Era como si una cuerda invisible me mantuviera atada a él en ese instante, impidiéndome dar otro paso lejos.

Vacilante, lo rodeé con mis brazos, y él me devolvió aquel abrazo con fuerza, incluso aplastándome hasta dejarme sin aire.

La resistencia de su contacto parecía revelar que ya no me veía de un carácter frágil, más bien proyectaba su seguridad en que yo podría sostener con firmeza aquel dolor.

En aquella posición, ya nada me parecía totalmente roto, solo ligeramente torcido. Y nosotros podríamos hacer hasta lo imposible por tratar de enderezarlo. 

—No quería gritarte, lo siento —murmuré. 

—Si me dejara llevar por cada comentario odioso que me dices, terminaría loco.

—Me tienes paciencia.

—Te tengo aprecio, lo cual incluye la paciencia —dijo, sonriéndome con las pupilas dilatadas; casi podía verme en su centro negro.

Que dijera que me apreciaba, me pegó como un golpe directo al estómago. No esperaba que dijera que me quería tan rápido, pero la palabra "aprecio" sonaba como una forma educada de rechazar los sentimientos de alguien quien te caía bien. 

Pero por alguna razón, la forma en que lo pronunció me dio a entender que tenía un significado lo suficientemente importante para que dejara de lado esos pensamientos. 

—Lo que haya pasado con cualquiera de ellos no es relevante. Ninguno me interesa de esa forma ahora —le aseguré.

—Te creo entonces. Si mi novia me dice que no, entonces no tengo de que preocuparme.

— ¿Lo soy? —pregunté en voz baja. Él me miró sin comprender—. ¿Tu novia?

— ¿Me estás jodiendo?

La intriga de su voz me daba a entender que él no tenía ni idea.

—Pues... nunca me lo pediste y yo no puedo auto-pedírmelo.

—Ese día en el parque pensé que había quedado claro —dijo, completamente aturdido—. Cuando nos besamos y hablamos de nosotros, tuviste que hacerte la idea. 

—A lo mejor solo querías ser mi amigo con... —No pude terminar la frase, pues él me interrumpió con una vocecilla cargada de ironía. 

— ¿Se te da por besarte con tus amigos repetidas veces y andar agarraditos todo el tiempo? Me imagino que a esos les llamas "amiguitos súperespeciales". 

Fue imposible no reír, pero él permaneció muy serio. 

—Bien, ya puedes preguntarlo —dije, separándome un poco y alisando mi vestido para hacer el momento tipo película.

Nathan parpadeó sin entender y le lancé una mirada con los ojos muy abiertos. Eso fue suficiente para que cayera en cuenta.

—Blaze, entonces, ¿querrías ser mi... novia? —Pronunció la última palabra con cierta cautela y una voz ligeramente más gruesa.

Eso había sido de todo menos romántico. Era raro y divertido vernos a los dos ser tan incómodos, pero me había acostumbrado a la mezcla que hacíamos. Y no me la imaginaba siendo de otro modo.

—Sabes —dije, y él palideció—, ya era un poco obvio que estábamos juntos de esa manera. No tenías que preguntarlo.

—Odio cuando juegas conmigo. 

Nos besamos de una manera profunda y pausada, donde podíamos transmitirnos un millón de sentimientos a la vez. Me separé luego de unos segundos para enlazar nuestras manos. 

—Ahora que lo pienso, si no lo preguntabas no sabríamos que día celebrarlo. 

Él pareció contener la risa. 

—Tus cambios de humor me asustan.

—Quédate junto a mí y seguirás descubriendo que soy una caja de sorpresas.

—Créeme, planeo hacerlo. 

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