11: Contra mi mente, contra Sejeong, y junto a Sana.

Cuando desperté la mañana del día siguiente Sana aún estaba durmiendo a mi lado. Tuve que comprobarlo cinco veces más antes de caer en cuenta de que realmente se trataba de ella y no cualquier conquista de un loco sábado por la noche.
                 
Y es que no podía serlo, porque ella se sentía mucho mejor que cualquier conquista de sábado por la noche.
                   
Sus brazos rodeaban mi cintura y su cabeza se apoyaba en mi pecho. Sentía su respiración en mi cuello, sus latidos contra mi piel y un cosquilleo en el estómago que, al estar a su lado, jamás se marchaba.
                     
Se veía tan pacífica entre mis brazos que no pude evitar admirarla. Su cabello fantasía le cubría la mitad del rostro, una pequeña sonrisa ocupaba sus labios rosados y la paz que la recubría era casi palpable.
                   
Era hermosa, y lo sé porque mi cabeza repitió este halago hacia ella setenta y dos veces antes de que su voz me interrumpiera.                  

— ¿Por qué no puedes estar en mis sueños también?                  

No me esperaba esa pregunta. Tampoco las lágrimas que vinieron un poco después.
                 
Cuando sentí sus lágrimas frías en la piel de mi cuello estaba tan desconcertada que debí alejarme.
                   
La vi tan frágil que incluso yo sentí la necesidad de llorar.
                 
— ¿Tuviste una pesadilla? —Fue lo primero que pregunté. Sus lágrimas no desaparecían, así que me sentí obligada a detenerlas. No quería verla así luego del día anterior. Yo solo quería hacerla feliz.
                   
— No. Fue un buen sueño —Se negó ella. Su voz ronca debido al sueño y la tristeza en sus palabras no eran una buena combinación en mi mente, así que la abracé, buscando de esta forma algo de orden para ella.

— ¿Y por qué lloras... lloras... lloras...? —Repetí la palabra seis veces, y en ningún momento ella detuvo su llanto.
                   
— No era real —Contestó.
                     
Y ya no hubo necesidad de nada más. No continúe hablando ni le pedí que me explicara lo sucedido en su propio paraíso. Yo simplemente la consolé, pues eso era lo que parecía necesitar.
                     
Cuando sus lágrimas se detuvieron me agradeció con diez besos, su número favorito del día. Yo le di seis, pues necesitaba devolvérselos de alguna forma.
                   
— No lo quiero en mis sueños, Hyo. Te quiero a ti —Cuando lo dijo estaba mucho más calmada, tal vez demasiado. Su mirada estaba concentrada en mis dedos, con los cuales ella había comenzado a jugar.
                   
No pude evitar sentir una punzada de celos en mi pecho, pues yo no estaba en sus sueños. Estaba él, y yo no sabía quién era él.
                   
— ¿Quién es él?
                   
Pero ella no contestó.
                   
El dolor en su rostro me decía que no estaba lista para contestar a esa pregunta, así que no insistí. Sabía que me lo diría cuando estuviera lista.
                   
— ¿Podemos salir de aquí? Debo saludar a la roca, a los pajarillos y a Momoring. A Hyo también, porque él aun no puede ver el sol y no sabe cuándo debe despertar.
                   
Me reí al escucharla, pero no debido a sus palabras sino a su repentino cambio de ánimo. Minatozaki Sana era de esas personas que no podían permanecer tristes más de un par de segundos.
                   
Tal vez era esa una de las razones por la cual yo estaba enamorada de ella.
                   
Ella terminó de vestirse incluso antes de que yo empezara a hacerlo. Dijo que saludaría a sus amigos y que luego me invitaría a desayunar, propuesta ante la cual acepté.
                                                             
— Por cierto —Me dijo antes de marcharse al colar su cabeza por la entrada de la tienda. No intenté cubrir mi cuerpo desnudo, pues ella ya lo había visto todo—. Gracias por quererme ayer, Jihyo. Nadie lo había hecho antes.

Y se marchó, dejándome con una enorme sonrisa en el rostro y el corazón agitado.

Yo tenía veintitrés años, pero Sana me hacía sentir como una estúpida adolescente. De repente el oxígeno no era solo eso, sino un leve recuerdo de su aroma. Las nubes dibujaban su perfil, los pajarillos le dejaban mensajes y aquella vieja casa era el refugio de una princesa.

Mi princesa.

Cuando entré lo primero que vi fue a Sana abrazando de forma bastante extraña el abultado vientre de Momo, quien con una sonrisa preparaba tres emparedados. Sana debía de haber hecho las compras, pues podía apreciar gran cantidad de ingredientes sobre la mesa.

Sonreí sabiendo que yo había ayudado a esto, pues todos los días, sin que Sana lo notara, colocaba una pequeña parte de mis propinas en el bolsillo trasero de su pantalón. Ella se reía al encontrarlo y me decía que el hada del dinero lo había colocado allí porque había sido una niña buena.

Nunca le dije que el hada del dinero no era real.

— ¡Hyo! —La peli-rosa saltó a abrazarme y besó mis labios de tal forma que casi deseé que Momo no estuviera allí para poder prolongarlo aún más— ¿Por qué has tardado tanto en venir? Jihyo me ha contado una muy buena historia sobre su vida dentro de ese globo mientras te esperaba.

Quise decirle que mi tardanza se debía a su excesiva rapidez y mi manía por colocarme la camiseta cuatro veces, pero la voz de Momo no me lo permitió.

— Sabía que algún día las encontraría así. En realidad, creí que se estaban tardando demasiado —La risa que salió por sus labios me hizo sentir algo avergonzada, pues mi mente se preguntaba si sería tan fácil de adivinar para los demás lo que Sana y yo habíamos hecho.

Supongo que tal pensamiento me hizo sentir algo enferma debido a la exposición a la que mi mente creyó que me encontraba, así que le pedí a Normani usar su baño.

Hice mi rutina de aseo dos veces, pues pensé que solo así me sentiría bien. Luego conté hasta el cien, pero mi mente no dejaba de pensar en lo que los otros dirían.

Fue entonces cuando miré mi reflejo en el pequeño espejo del lugar.

Mis ojos seguían siendo cafés, mi cabello aun caía por mis hombros y mis labios continuaban moviéndose cuando lo pedía. Era yo, nada había cambiado. Estar enamorada de Sana no me había cambiado ni me hacía diferente. Aún amaba las rutinas, los números, mi trabajo... Si, tenía marcas en mi cuello y un brillo distinto en la mirada, pero no me avergonzaba de ello. En realidad, me hacía sentir más persona.

Frente al espejo acepté que Sana me gustaba y que habíamos hecho el amor en una tienda de campaña en el jardín de Momo. Acepté que una chica se había robado mi corazón, que yo me había robado el suyo y que eso estaba completamente bien.

Cuando lo acepté juro que todas las voces en mi mente que me obligaban a temer se callaron.

Me di cuenta de que, desde un principio, no era la sociedad lo que me preocupada. Era yo.

Al volver a la cocina fui yo quien la besó.

— Señora Búho, Momoring ha preparado emparedados. Son deliciosos, más deliciosos que los de Félix —La sonrisa en su rostro me hizo sonreír a mí también, y quiero creer que cuando ella besó seis veces mi rostro no me sonrojé tanto como lo sentí—... Pero no le digas a Félix —Me susurró.
                                      
Asentí y besé su frente, permaneciendo allí dos segundos. Ella suspiró dos veces y luego se alejó para entregarme el emparedado que Momo había preparado para mí.

Sana no tenía razón. Aquel desayuno no tenía el sabor que ella describía, pero aun así sonreí y halagué los pobres intentos de  la azabache por hacer un desayuno decente.

Cuando fue hora de marcharme mis manos comenzaron a temblar.

— Tengo que irme —Murmuré en voz baja, y mi voz se escuchaba algo quebrada.

— ¿Sucede algo? —Preguntó Momo con preocupación.

Me mordí la mejilla mientras negaba, intentado de esta forma contener mis lágrimas. Sé que Momo no me creyó ni un poco, pero lo dejó pasar.

Sana no.

— Ven conmigo —Casi me exigió mientras tomaba mi mano y me guiaba de esta forma al exterior de la casa.

Me dejé llevar. Después de todo, en algún momento me habría visto en la obligación de salir. Sana no se dio cuenta, pero me hizo las cosas solo un poco más fáciles.

— ¿Qué sucede, Jihyo? Vi las lágrimas. No estoy loca. Las vi. Eran reales... Y no eran lágrimas felices. Las lágrimas felices siempre saltan de tus ojos, y estas no lo hicieron.

— Tengo que cumplir con mi rutina —Fue todo lo que logró salir de mis labios. El nudo en mi garganta era tan difícil de disolver que no pude hacer mis debidas repeticiones de palabras.

— ¿Sucede algo con eso? ¿Vas tarde? He mirado el reloj y estás a tiempo, pero puede que él esté algo averiado. No es culpa del señor Reloj, Jihyo. No le han dado cuerda en meses.

En otra oportunidad me habría reído.

— Tengo que irme, Sattang, pero no quiero irme.

Pensé que me abrazaría, pero se rio de mí. Y yo, aunque no entendía el chiste, también me reí de mí.

— ¿Eso es todo? —Preguntó aun entre risas mientras sujetaba mis manos.

— Quiero quedarme, Sattang. Hicimos el amor ayer y quiero estar junto a ti porque tú haces que todas mis cuentas tengan sentido —Había comenzado a llorar y ella me estaba abrazando. Escuché sus sollozos. Estaba llorando junto a mí de la misma forma en la que yo había reído junto a ella—. Puedo llamar a Jeong y pedirle varios días libres que me he negado en reclamar, pero mi mente no me lo permite. Siempre hay números, repeticiones, colores, rutinas y no puedo detenerlo. A veces intento parar en la quinta repetición, pero siento que algo malo sucederá si no hago una sexta —No sé si mis palabras se entendían en esos momentos, pero ella parecía estar entendiéndome—... Mi corazón dice que debo quedarme, pero mi mente no deja de gritarme que necesito marcharme —Suspiré con dolor—... Estoy atrapada en medio de una celda con un agujero, Sattang.

Puede que mis últimas once palabras fueran algo estúpidas y tuvieran poco sentido, pero no había otra forma de describir la situación por la cual mi mente me estaba haciendo pasar

Luego de eso solo lloré contra su cuello y ella hizo lo mismo contra el mío. Por muy extraño que suene, fui yo quien se detuvo primero.

Nos secamos las lágrimas mutuamente y luego reímos.

Pensé que estábamos realmente muy locas.

— ¿Estás llorando porque no quieres marcharte?

— Estoy llorando porque no quiero alejarme de ti, Sattang.

La peli-rosa solo besó mi mejilla y tomó mi mano fuertemente para luego tirar de ésta. Comencé a caminar junto a ella, quien lo estaba haciendo demasiado rápido.

— ¿Dónde vamos? —Pregunté.

— A tu trabajo. Te acompañaré.

— Pero Momo...

— ¡Tienes razón!

Y se marchó corriendo, dejándome en medio de aquella calle desierta. No me moví en ninguna dirección, pues no sabía qué hacer.

Diez minutos después Sana llegó junto a Momo, quien se quejaba debido al forzado ejercicio y decía entre suspiros que su condición no le permitía hacer nada más que comer helado sobre su cama.

— Jihyo necesita que su madre haga ejercicio para ser un niño muy sano, y Jihyo me necesita a mí para hacer un buen trabajo —Le dijo a Momo con autoridad. Escuchar mi nombre dos veces fue confuso y divertido al mismo tiempo, así que reí dos veces y callé tres—. Ahora debemos ir o Jeongyeonnie se molestará.

A pesar de todo lo sucedido llegamos diez minutos antes al Heart Shaker Café. Mi jefa ya estaba allí, así que la saludé tres veces. No hizo preguntas de por qué había llegado junto a Sana y su amiga, pero sé que conocía la razón.

Al llegar Sejeong las cosas fueron un poco más difíciles, pues sus ojos viajaron de inmediato a mi mano unida a la de Sana y a las enormes marcas en mi cuello que no había logrado cubrir.

— ¡¿Pero qué...?! —Yo corté su exclamación antes de que fuera demasiado tarde para nuestra amistad.

— Si, Kim. Me gusta Sana. Tuvimos sexo ayer, porque tener sexo con la persona que te gusta es completamente normal —Le dije sin vergüenza, porque para mí todos estos temas eran naturales—. Ahora tendrás que aprender a vivir con ello u olvidarme para siempre, porque eres amiga de Park Jihyo, y debes aceptar que Park Jihyo se ha enamorado de Minatozaki Sana.

Ella no dijo nada más.

Durante el resto del día Momo habló con Jeongyeon sobre Ethan, quien nacería en marzo. Incluso Sejeong entabló conversación con ella antes de que el señor Cheng la llamara para molestarla.

Sana, por su parte, se mantuvo a mi lado. Cuando yo no tenía ningún pedido para llevar sujetaba mi mano mientras yo hablaba con los clientes, quienes nos miraban con algo de diversión en los ojos. Cuando debía entregar algo ella llevaba las cosas por mí.

Al terminar le di la mitad de mi propina, pues se lo merecía. Me agradeció con diez besos perfectos.

Lo que no me esperaba era ver a Jeongyeon entregarle una pequeña cantidad de dinero junto con una cálida sonrisa.

— Los clientes te amaron, Sana-yah. Gracias por venir hoy —Le dijo mientras daba tres palmaditas en sus manos—... Solo por si te interesa, estoy buscando otra mesera. Deberías considerarlo.

Sejeong gruñó a nuestras espaldas, pero Sana no lo escuchó. Ella solo miró a la rubia, sonrió y le dijo que lo pensaría.

Diez minutos después me ofrecí a acompañarla a ella y a Momo a casa, a lo que ellas aceptaron. Al llegar Sana se ofreció a acompañarme a mi departamento, propuesta ante la cual acepté con una risita.

— Voy a aceptar —Me notificó mientras abría la puerta seis veces por mí, lo cual agradecí con diez besos que ella pareció amar—... Si acepto no tendré que acostarme con otros chicos y no volverás a enojarte conmigo.

Creo que jamás la había abrazado tan fuerte.

— ¿Quieres quedarte esta noche? —Le pregunté, pero la verdad es que ella ya estaba dentro y mis labios ya habían encontrado un punto débil en su cuello. No había opción para Sana.

Esta vez fue ella quien no durmió en casa.

Actualización domiguera porque estoy adaptando poco a poco estos caps. JAJSJS.

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